
En Hebreos 10:5-10 vemos que Cristo es el único sacrificio y ofrenda. En el Antiguo Testamento hay varias clases de sacrificios y ofrendas. Un sacrificio se encargaba del pecado y de los pecados, mientras que una ofrenda era una dádiva ofrecida a Dios para Su beneplácito. Todos los sacrificios y ofrendas en el Antiguo Testamento son tipos de Cristo, quien es el único sacrificio y ofrenda en el Nuevo Testamento. Por medio de Cristo como las ofrendas, nosotros y Dios, Dios y nosotros, tenemos mutuo disfrute, la comunión del disfrute conjunto (Dt. 12:7).
Según el libro de Hebreos, Cristo, el Dios-hombre ascendido, es nuestro Sumo Sacerdote. En el Antiguo Testamento la tarea del sumo sacerdote consistía en ofrecer algo a Dios, ya sea un sacrificio o una ofrenda, no sólo para hacer propiciación, sino también para complacer a Dios. Por ser pecadores con una naturaleza pecaminosa y que cometen actos pecaminosos, teníamos un problema con Dios, y Dios tenía un problema con nosotros. No había paz entre nosotros y Dios. Algo tenía que hacerse para apaciguar la situación entre nosotros y Dios. Cristo apaciguó esta situación al hacer propiciación por nosotros. Además, Cristo hizo algo para hacer feliz a Dios. Dios quería estar feliz con nosotros, pero nuestros pecados le entristecían. Antes que fuésemos salvos, Dios nos amaba, pero no estaba feliz con nosotros. Por tanto, Cristo se ofreció a Sí mismo no solamente como sacrificio por el pecado, sino también como una dádiva para complacer a Dios y, de ese modo, alegrarle.
Cristo como único sacrificio y ofrenda en el Nuevo Testamento fue profetizado en el Antiguo Testamento. El Nuevo Testamento está relacionado con el Antiguo Testamento. Esta relación es indicada por una porción de Hebreos 10:7: “En el rollo del libro está escrito de Mí”. El “rollo del libro” en este versículo se refiere al Antiguo Testamento. Esto indica que el Antiguo Testamento nos da una crónica completa de Cristo, ya sea por medio de palabras simples o por medio de tipos (Lc. 24:27, 44, 46; Jn. 5:39, 46). Por ejemplo, Isaías 53 predijo que Cristo vendría para ser el sacrificio por el pecado, es decir, para reemplazar los sacrificios levíticos y darles fin (vs. 6, 11-12).
En concordancia con esto, Salmos 40:6-8 dice: “No te complaces en sacrificio y ofrenda; / has preparado oídos para Mí; / holocausto y ofrenda por el pecado no requieres. / Entonces dije: / He aquí, vengo; / en el rollo del libro / está escrito de Mí. / Me deleito en hacer Tu voluntad, oh Dios Mío”. Las palabras en los versículos del 6 al 8 son, en realidad, las palabras de Cristo, citadas por Pablo en Hebreos 10:5-7. La profecía contenida en Salmos 40:6-8 es una de las más grandes revelaciones respecto al Cristo todo-inclusivo en la comisión que Dios le encomendó a Cristo en Su primera venida mediante la encarnación, la cual consistía en quitar los sacrificios de animales bajo el viejo pacto y establecerse Él mismo, en Su cuerpo, como el sacrificio del nuevo pacto. Esto equivale a dar fin a la economía antiguotestamentaria de Dios y dar inicio a la economía neotestamentaria de Dios, en la cual Cristo reemplaza todas las ofrendas así como toda cosa, todo asunto y toda persona (cfr. Mt. 17:4-8; Col. 2:16-17; 3:10-11).
En la profecía contenida en Salmos 40:6-8 Cristo viene mediante Su encarnación para dar fin a la vieja economía de Dios y dar inicio a la nueva economía de Dios, Su economía neotestamentaria, al reemplazar los sacrificios de animales y establecerse a Sí mismo como el único sacrificio del nuevo pacto. Como tal sacrificio, Cristo es el factor que pone en vigencia la economía neotestamentaria de Dios (Mt. 26:28) a fin de que Él sea su centralidad y universalidad con miras a producir y edificar la iglesia como Su Cuerpo orgánico, cuya consumación será la Nueva Jerusalén. Por tanto, Cristo efectuó un cambio de era para llevar a su consumación la nueva creación de Dios a partir de la vieja creación (2 Co. 5:17; Gá. 6:15). El cambio de era así efectuado por Cristo es de mayor trascendencia que la creación del universo relatada en Génesis 1.
Un sacrificio se presenta ante Dios por el pecado y los pecados, y las ofrendas tienen como finalidad la comunión con Dios. Estas dos cosas eran los elementos sobre los cuales se estableció el viejo pacto, pacto que era la centralidad y universalidad de la economía de Dios en el Antiguo Testamento. Que Dios no se deleitara en sacrificios ni ofrendas ni tampoco los requiriera apunta a dar fin a la economía de Dios en el Antiguo Testamento. Ésta es la importancia y la grandeza de esta profecía.
Salmos 40:6 dice: “Has preparado oídos para Mí”. Esto fue citado por el apóstol Pablo en Hebreos 10:5 como “me preparaste cuerpo”. Horadar las orejas del esclavo indicaba que el amo le exigía obediencia (Éx. 21:6). Esto significa que Dios requería obediencia de Cristo, quien, en Su humanidad, era el esclavo de Dios (Fil. 2:7). La obediencia de Cristo, de la cual habló Pablo en Filipenses 2:8, consistió en que Él hizo la voluntad de Dios al ser hecho sacrificio y ofrenda en Su crucifixión en la carne, el cuerpo (Col. 1:22; He. 10:7-10). Con base en esto, Pablo interpretó el horadar de las orejas como la preparación de un cuerpo, en el cual Cristo se ofreció a Dios como sacrificio y ofrenda a fin de reemplazar el sacrificio y las ofrendas de animales en el Antiguo Testamento.
Salmos 40:7 dice: “He aquí, vengo”, lo cual indica la primera venida de Cristo mediante Su encarnación para el establecimiento del nuevo testamento por medio de Sí mismo como el sacrificio y la ofrenda que puso en vigencia dicho testamento. El versículo 7 también dice: “En el rollo del libro / está escrito de Mí”. Esto indica que Cristo fue profetizado en las Escrituras del Antiguo Testamento y que Cristo hará la voluntad de Dios para la realización de la economía neotestamentaria de Dios en conformidad con las profecías del Antiguo Testamento que hablan de Él.
En Hebreos 10:5-9, después de citar la profecía con respecto a Cristo de Salmos 40:6-8, Pablo comentó que la venida de Cristo para hacer la voluntad de Dios tiene por finalidad quitar “lo primero, para establecer lo segundo” (He. 10:9). En lo dicho por Pablo, “lo primero” se refiere a los sacrificios y ofrendas del primer pacto, el antiguo pacto; “lo segundo” se refiere al sacrificio del segundo pacto (el nuevo pacto), el cual es Cristo.
Como Aquel que es el único sacrificio y ofrenda, Cristo eliminó todos los sacrificios y ofrendas del antiguo testamento y se estableció a Sí mismo como el único sacrificio y ofrenda neotestamentarios. Cristo es nuestro sacrificio para quitar el pecado y los pecados, y Él es nuestra ofrenda, nuestra dádiva, presentada a Dios para la satisfacción de Dios.
En la antigua dispensación Dios ordenó a Su pueblo que le ofreciera sacrificios y ofrendas. Pero cuando Jesús vino y vivía en la tierra, Dios ya no se agradaba de aquellas ofrendas del Antiguo Testamento; en lugar de ello, fue voluntad de Dios reemplazarlas con Cristo mismo. Cristo vino para ser el verdadero sacrificio y la ofrenda viva, quien se entregó a Sí mismo en la cruz como Aquel que es la realidad de todas las ofrendas. Él es la realidad de la ofrenda por el pecado, la ofrenda por las transgresiones, el holocausto, la ofrenda de harina y la ofrenda de paz.
En realidad, Cristo vino a reemplazar todos los tipos del Antiguo Testamento. En otras palabras, por medio de la primera venida de Cristo se dio fin al antiguo testamento en su totalidad y se le reemplazó. Ahora nuestra ofrenda y sacrificio son Cristo. Día y noche ofrecemos Cristo a Dios como todo tipo de ofrendas. Cada vez que pecamos, le pedimos a Dios que nos perdone tomando a Cristo, el Hijo de Dios, como nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por las transgresiones. Él es la verdadera ofrenda por nuestro pecado y por nuestras transgresiones. Cuando necesitamos tener paz con Dios, tomamos a Cristo como nuestra ofrenda de paz. También podemos tomar a Cristo como nuestro holocausto y como nuestra ofrenda de harina. Cristo lo es todo para nosotros debido a que Él cumplió todos los tipos del Antiguo Testamento y los eliminó. Actualmente Él es la realidad de todos los tipos del Antiguo Testamento.
Salmos 40:8 dice: “Me deleito en hacer Tu voluntad”. La voluntad de Dios es reemplazar todos los sacrificios y ofrendas del Antiguo Testamento con Cristo como el único sacrificio y ofrenda del Nuevo Testamento. Ésta es la voluntad divina dispuesta por Dios, la cual es revelada en la profecía del Antiguo Testamento. Hebreos 10:5-10 indica que Cristo es la realidad de las ofrendas del Antiguo Testamento y quien las reemplaza. Los versículos 8 y 9 dicen: “ ‘Sacrificios y ofrendas y holocaustos y sacrificios por el pecado no quisiste, ni te complacieron’ (cosas que se ofrecen según la ley), y diciendo luego: ‘He aquí que vengo para hacer Tu voluntad’; quita lo primero, para establecer lo segundo”. Aquí la voluntad de Dios consistía en quitar lo primero, los sacrificios animales del antiguo pacto, para que lo segundo, el sacrificio neotestamentario de Cristo, fuera establecido. Las ofrendas del nuevo testamento son Cristo mismo. En la actualidad, el deseo y beneplácito de Dios no están en los sacrificios de animales; el deseo de Dios y Su beneplácito están íntegramente en una persona: Cristo.
La voluntad de Dios es obtener un Cuerpo que sea el agrandamiento y la expresión del Dios Triuno procesado y tener a Cristo como Aquel que reemplaza todos los sacrificios y ofrendas a fin de que podamos disfrutar a tal Cristo, quien es nuestro todo en todo. La voluntad de Dios es obtener un Cuerpo para Cristo. Si hemos de formar parte del Cuerpo de Cristo, el cual es el agrandamiento y la expresión de Cristo, debemos tomar a Cristo como nuestro todo y disfrutarle. El Cuerpo de Cristo procede del disfrute que tenemos de Cristo. Los santos del Antiguo Testamento estaban centrados en los sacrificios y las ofrendas, pues éstos significaban todo para ellos. Sin embargo, Cristo vino a hacer la voluntad de Dios al reemplazar todos los sacrificios y ofrendas a fin de que Él pueda ser todo para nosotros. Ahora podemos disfrutar a Cristo como la realidad, el cuerpo, de todos los sacrificios y las ofrendas. Diariamente debemos practicar tomar a Cristo y aplicarlo como nuestra ofrenda por el pecado y nuestra ofrenda por las transgresiones; practicar esto nos introducirá en el disfrute de Cristo como el holocausto y la ofrenda de harina, lo cual tendrá por consumación nuestro disfrute de Cristo como la ofrenda de paz y como la ofrenda mecida, la ofrenda elevada y la libación.
El significado de la ofrenda por el pecado es que Cristo fue hecho pecado por nosotros a fin de que, mediante Su muerte en la cruz, el pecado sea condenado (Lv. 4:3; 2 Co. 5:21; Ro. 8:3; Jn. 1:29; 3:14). El significado de la ofrenda por las transgresiones es que Cristo llevó nuestros pecados sobre Su propio cuerpo y fue juzgado por Dios en la cruz a fin de hacerse cargo de nuestras acciones pecaminosas para que podamos ser perdonados por nuestra conducta pecaminosa (Lv. 5:6; 1 P. 2:24; 3:18; Is. 53:5-6, 10-11; Jn. 4:15-18). El holocausto, que estaba íntegramente destinado para la satisfacción de Dios, tipifica al Cristo que es el beneplácito y satisfacción de Dios, Aquel cuyo vivir en la tierra era un vivir de absoluta entrega a Dios (Lv. 1:3; Nm. 28:2-3; Jn. 7:16-18). La ofrenda de harina tipifica a Cristo en Su humanidad y en Su vivir humano que fue apropiado, ecuánime, tierno, fino, equilibrado, puro y sin pecado (Lv. 2:1, 4; Jn. 7:46; 18:38; 19:4, 6). La ofrenda de paz tipifica a Cristo como el Pacificador, Aquel que se convirtió en la paz y la comunión entre Dios y nosotros al derramar Su sangre y morir por nosotros, lo cual nos permite disfrutar a Cristo juntamente con Dios y tener comunión con Dios en Cristo para nuestra mutua satisfacción con Dios (Lv. 3:1; Ef. 2:14-15; Jn. 12:1-3; 20:21; Ap. 21:2). La ofrenda mecida representa al Cristo resucitado en amor (Lv. 7:30; 10:15). La ofrenda elevada tipifica al Cristo poderoso en ascensión y exaltación (Lv. 7:32; Éx. 29:27; Ef. 1:21). La libación representa a Cristo como el disfrute del oferente, lo cual capacita al oferente a ser lleno con Cristo como vino celestial e, incluso, a convertirse en el vino ofrecido a Dios para Su disfrute y satisfacción (Éx. 29:40; Nm. 28:7-10; Is. 53:12; Fil. 2:17; 2 Ti. 4:6; Jue. 9:13).
La realidad de todas las ofrendas es Cristo hecho real a nosotros como Espíritu (Jn. 1:17; 14:6, 17). Esto significa que en nuestra experiencia el Espíritu es la realidad de las ofrendas. Si no tenemos el Espíritu de manera subjetiva, no tendremos la realidad de las ofrendas sino solamente la doctrina con respecto a Cristo como las ofrendas. En Sí mismo, Cristo es la realidad de las ofrendas, pero Él no puede ser esta realidad sin ser el Espíritu vivificante. Cuanto más oremos acerca de Cristo como las ofrendas teniendo la comprensión de que Él es el Espíritu vivificante, más lo disfrutaremos a Él como las ofrendas. La manera de disfrutar a Cristo consiste en contactarle y tomarle como Espíritu de realidad.
Debemos llevar una vida en concordancia con el corazón y la voluntad de Dios al disfrutar diariamente a Cristo como la realidad de todas las ofrendas. Esto tiene por finalidad el cumplimiento de la gran voluntad de Dios, la cual consiste en tener a Cristo como Aquel que reemplaza todas las ofrendas en el Antiguo Testamento a fin de que podamos disfrutarlo como nuestro todo al vivir y practicar la vida de Cuerpo para la edificación del Cuerpo de Cristo como organismo del Dios Triuno (Ef. 1:5, 9, 11; He. 10:7-10; Ro. 12:2).
Hebreos 10:10 dice que por la voluntad de Dios “hemos sido santificados mediante la ofrenda del cuerpo de Jesucristo hecha una vez para siempre”. Cristo ofreció Su cuerpo una vez para siempre a fin de reemplazar todos los sacrificios y ofrendas del Antiguo Testamento con Él mismo con miras a santificarnos para Dios.
Hebreos 10:19-20 dice: “Así que, hermanos, teniendo firme confianza para entrar en el Lugar Santísimo por la sangre de Jesús, entrada que Él inauguró para nosotros como camino nuevo y vivo a través del velo, esto es, de Su carne”. En estos versículos vemos que Cristo es Aquel que inauguró para nosotros un camino nuevo y vivo.
Como Aquel que inauguró un camino nuevo y vivo, Cristo abrió el camino para que nosotros entremos en el Lugar Santísimo por Su sangre a través del velo, esto es, Su carne (v. 20). Esto se refiere a Su muerte en la cruz, la cual rasgó el velo del templo para abrir un camino nuevo y vivo a fin de que Él entrase por Su propia sangre al Lugar Santísimo, donde está directamente en la presencia de Dios y en donde, como nuestro Sumo Sacerdote, ministra a nuestro ser todo lo que Dios es como nuestra vida y suministro de vida en la atmósfera celestial. El Lugar Santísimo es el lugar dentro del velo, donde podemos disfrutar a Cristo, quien nos ministra las riquezas de Dios en la atmósfera celestial. Cuando recibimos tales riquezas del Ser divino en nuestro ser, disfrutamos a Cristo como Aquel inauguró un camino nuevo y vivo.
El camino que introduce al Lugar Santísimo ha sido abierto. Según el griego, la palabra nuevo en el versículo 20 significa “recién inmolado”. Mediante la muerte de Cristo en la cruz, el camino ha sido “recién inmolado” para nosotros. Lo que fue inmolado no solamente fue la carne, sino toda la vieja creación. En este versículo el velo, el cual es Su carne, representa la vieja creación, incluyéndonos a nosotros. En el velo estaban los querubines (Éx. 26:31), que representan a las criaturas (Ez. 10:15). Esto indica que en Su carne Cristo llevó sobre Sí a todas las criaturas. Cuando el velo fue rasgado, los querubines también lo fueron, lo cual significa que cuando la carne de Cristo, tipificada por el velo, fue crucificada, también todas las criaturas que Él llevaba sobre Sí fueron crucificadas juntamente con Su carne. Esta carne ha sido inmolada. Según Mateo 27:51, cuando el Señor Jesús murió, el velo fue rasgado en dos de arriba abajo, lo cual significa que no fue rasgado por nadie en la tierra, sino por Dios en los cielos. La vieja creación ha sido inmolada, y ha sido abierto un camino nuevo y vivo para entrar en el Lugar Santísimo. Ahora mediante el velo rasgado de la carne y por la sangre de Jesús, podemos entrar en el Lugar Santísimo. Su muerte y Su sangre continúan estando a nuestra disposición en la actualidad.
Hoy en día el Lugar Santísimo está en los cielos, donde está el Señor Jesús (He. 9:12, 24). Entonces, ¿cómo podemos entrar al Lugar Santísimo mientras todavía estamos en la tierra? La clave es nuestro espíritu, al cual se hace referencia en 4:12. El Cristo que ahora está en los cielos también está en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22). Como escalera celestial (Gn. 28:12; Jn. 1:51), Él une nuestro espíritu con el cielo y trae el cielo a nuestro espíritu. Por consiguiente, cada vez que nos volvemos a nuestro espíritu, entramos en el Lugar Santísimo. Allí nos reunimos con Dios, quien está en el trono de la gracia (He. 4:16).
Por medio de los mejores sacrificios de Cristo, tenemos confianza para entrar al Lugar Santísimo (9:23; 10:19). No es nada insignificante entrar al Lugar Santísimo, puesto que allí Dios está sentado en el trono de la gracia. A fin de entrar en tal lugar, debemos tener confianza, y podemos tenerla por la muerte de Cristo y por Su sangre. Por la muerte del Señor y por Su sangre tenemos confianza para entrar en el Lugar Santísimo en cualquier momento, a diferencia del sumo sacerdote en el Antiguo Testamento, quien podía entrar allí únicamente una vez al año (9:25).
El Lugar Santísimo en Hebreos 10:19 se refiere al Lugar Santísimo en nuestro espíritu. Nuestro espíritu humano es el Lugar Santísimo, la residencia de Dios, la recámara en la cual Dios y Cristo habitan. Si hemos de encontrar a Dios y a Cristo, no es necesario que vayamos al cielo. Dios en Cristo está muy disponible, pues Él está en nuestro espíritu. El Lugar Santísimo en nuestro espíritu corresponde al Lugar Santísimo en los cielos. En principio, éstos son dos aspectos, dos extremos, de una sola entidad. En el aspecto subjetivo, el Lugar Santísimo actualmente está en nuestro espíritu. Por tanto, tenemos que discernir nuestro espíritu de nuestra alma (4:12) a fin de que podamos entrar en el Lugar Santísimo, donde están Cristo, la gloria shekiná de Dios y la presencia de Dios, y donde podemos contactar a Dios, obtener misericordia y hallar gracia como agua viva que fluye destinada a ser disfrutada por nosotros. Esta agua viva que fluye es simplemente el Espíritu de gracia que transmite las riquezas de Cristo como gracia a nuestro espíritu para nuestro disfrute a fin de socorrernos oportunamente. Ésta es la clave para experimentar las cosas de Cristo reveladas en este libro. Sin la clave, que es nuestro espíritu, Cristo sería únicamente objetivo para nosotros, y nosotros no hubiéramos podido entrar en Él.
Por un lado, debemos tener una visión objetiva de Cristo como Aquel que es superior al judaísmo en todo aspecto. Por otro, debemos comprender que hoy en día Él es el Espíritu eterno, el Santo, quien entra en nuestro espíritu. Dios el Padre se relaciona con nosotros en nuestro espíritu, por lo cual a fin de contactar a Dios, experimentar a Cristo y aprehender al Espíritu en nuestra experiencia, tenemos que discernir nuestro espíritu de nuestra alma. Esto significa que siempre tenemos que volvernos al espíritu y experimentar este dividir entre nuestro espíritu y nuestra alma. Cuando nos volvemos a nuestro espíritu, entramos en el Lugar Santísimo. Entonces tenemos a Cristo como la presencia de Dios; podemos contactar a Dios en toda Su plenitud y disfrutar a Cristo como árbol de la vida que está en la corriente de agua viva (Ap. 22:1-2). El árbol de la vida es Cristo como nuestra gracia, y la corriente del agua viva es el Espíritu transmisor.
La intención de Dios en Su creación del hombre fue que el hombre participara del fruto del árbol de la vida y, de ese modo, recibiera la vida eterna de Dios. Pero en la caída, la naturaleza maligna de Satanás fue inyectada en el hombre. Como resultado de ello, se le tenía que impedir al hombre acceso al árbol de la vida. Según Génesis 3:24, Jehová Dios “expulsó, pues, al hombre, y puso al oriente del huerto del Edén los querubines y una espada llameante que giraba en toda dirección para guardar el camino al árbol de la vida”. Por tanto, el hombre se volvió ajeno a la vida de Dios. Los querubines, la llama de fuego y la espada representan la gloria de Dios, la santidad de Dios y la justicia de Dios. Estas tres cosas impedían que el hombre pecaminoso recibiera la vida eterna. Cuando el Señor Jesús murió en la cruz, Él cumplió con todos los requisitos de la gloria de Dios, la santidad de Dios y la justicia de Dios. Por tanto, mediante la redención efectuada por el Señor Jesús, el camino ha sido abierto para que nosotros contactemos el árbol de la vida nuevamente. El árbol de la vida está en el Lugar Santísimo. Como creyentes en Cristo, hemos sido traídos de regreso al árbol de la vida. Ahora la vida divina en el Lugar Santísimo puede ser nuestro disfrute diariamente.
En tiempos del Antiguo Testamento únicamente el sumo sacerdote podía entrar en el Lugar Santísimo. Una vez al año él traía consigo la sangre expiatoria y la rociaba sobre la cubierta expiatoria. Ése era el camino viejo. Hebreos 10 dice que ahora, en la era del Nuevo Testamento, hay un nuevo camino para entrar en el Lugar Santísimo. Este nuevo camino no es solamente para el sumo sacerdote, sino para todos los creyentes; no es por la sangre de machos cabríos ni de becerros, sino por la sangre de Jesús; y no es a través de un velo que no ha sido rasgado, sino a través de un velo rasgado. Ahora podemos pasar por el velo rasgado, entrar en el Lugar Santísimo e ir directamente al trono de la gracia.
La sangre de Jesús abre el camino para que nosotros entremos en el Lugar Santísimo. Debido a que el Señor abrió el camino y nos introdujo en dicho lugar, podemos disfrutar a Dios en el Lugar Santísimo y diariamente recibir Su infusión. El camino vivo, el camino al árbol de la vida, ha sido abierto por la sangre de Jesús. Este camino abierto ahora ha llegado a ser para nosotros el camino nuevo y vivo por el cual podemos entrar en el Lugar Santísimo. Por tanto, mediante la sangre redentora de Cristo, una vez más podemos disfrutar el árbol de la vida.
Entrar al Lugar Santísimo es venir ante Dios, contactarle y orar a Él. Realizamos esto por medio de la sangre redentora —derramada por el Señor Jesús en la cruz— que nos lava de todo pecado, el cual impide nuestra comunión con Dios (1 Jn. 1:3, 6-7). Por medio de Su sangre, Él nos trajo ante Dios a fin de que podamos llegar a ser una nueva creación que tome el camino nuevo. Debido a que somos pecaminosos en la vieja naturaleza y en la carne, no hay otro camino para entrar en nuestro espíritu y permanecer en el espíritu, sino por medio de la sangre de Cristo.
Si somos descuidados para con Dios y en nuestra comunión con Él, tal vez no percibamos que somos pecaminosos. Somos pecaminosos debido a que, independientemente de cuán espirituales podamos ser, todavía estamos en la vieja naturaleza, en el yo, en el alma y en la carne. Pero si somos cuidadosos con respecto a nuestra comunión con el Señor y anhelamos entrar en el Lugar Santísimo, inmediatamente tendremos un sentir de condenación en nuestro interior. Si tomamos en serio las cosas del Señor acudiendo a Su presencia, tendremos el sentir de que necesitamos de la sangre que nos lava. A veces podríamos no percibir un problema específico, pero podríamos tener la sensación general de que no estamos limpios debido a que todavía estamos en la vieja naturaleza. Por tanto, tenemos necesidad de que la sangre nos lave. Es por medio de la sangre y en virtud de ella que podemos entrar en el Lugar Santísimo, esto es, en nuestro espíritu.
El velo en Hebreos 10:20 es el segundo velo (9:3) dentro del tabernáculo; este velo representa la carne de Cristo. Cuando la carne de Cristo fue crucificada, el velo fue rasgado (Mt. 27:51), abriendo así el camino para que nosotros, los que antes estábamos alejados de Dios, representado por el árbol de la vida (Gn. 3:22-24), entráramos en el Lugar Santísimo para tener contacto con Él y tomarle como árbol de la vida y así disfrutarlo. Esto denota que por haber sido crucificado nuestro viejo hombre junto con Cristo, tenemos un camino abierto para contactar a Dios y disfrutarlo en nuestro espíritu como nuestra vida y nuestro suministro de vida.
El camino por el cual entramos en el Padre es el Jesús crucificado y el Cristo resucitado con Su redención (He. 10:19-20). Cuando Jesús fue crucificado, el velo que separaba al hombre de Dios fue rasgado de arriba abajo. Su crucifixión abrió el camino e hizo de Cristo el camino. Efesios 2:18 dice: “Por medio de Él los unos y los otros tenemos acceso en un mismo Espíritu al Padre”. Este versículo indica que por medio de Cristo como camino tenemos acceso en el Espíritu al Padre. Cuando invocamos el nombre del Señor, tenemos el sentir de que estamos en la presencia de Dios y que Dios está dentro de nosotros. En la actualidad, el Dios Triuno es el Espíritu vivificante. En realidad, Cristo como este Espíritu vivificante es el camino de acceso para que nosotros contactemos a Dios y entremos en Él.