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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 404-414)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE CUATROCIENTOS SEIS

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN APOCALIPSIS

(3)

2. El Hijo del Hombre

  En Apocalipsis 1:13-18 Cristo es presentado como el Hijo del Hombre. Cristo como Hijo del Hombre, en todo cuanto Él es y hace, es para nuestra experiencia y disfrute. En Apocalipsis, Cristo —Aquel que es todo-inclusivo, excelente, maravilloso, misterioso y asombroso— es revelado como el Hijo del Hombre en el capítulo 1 y como el Hijo de Dios en el capítulo 2. En Apocalipsis 1:13 Cristo no sólo es descrito en calidad de Sumo Sacerdote, como denotan Sus vestiduras, sino que también es revelado como uno semejante al Hijo del Hombre. Él es divino y también humano. Como nuestro Sumo Sacerdote, Él cuida de las iglesias en Su humanidad.

  Cristo como Hijo del Hombre no sólo efectuó la redención, sino que también se ocupa de la vida de iglesia, porque la iglesia está compuesta de seres humanos. El hecho de que el Señor todavía sea el Hijo del Hombre después de haber ascendido indica que Él no desechó Su naturaleza humana después de la resurrección. Él actúa en las iglesias basándose en Su humanidad. En su humanidad, Él mantuvo el testimonio de Dios de una manera totalmente victoriosa y exitosa. También las iglesias, por estar constituidas de seres humanos, indudablemente pueden mantener el testimonio de Dios de la misma manera victoriosa y exitosa.

  A lo largo de los siglos algunos que se llaman cristianos han enseñado que Cristo no era el Hijo de Dios. Incluso hoy en día hay algunos presuntos cristianos que no creen que Cristo sea el Hijo de Dios. Negar que Cristo sea el Hijo de Dios es una herejía. Tal enseñanza es diabólica y procede del Hades, y nosotros tenemos que estar firmemente en contra de ella sin ninguna transigencia. Algunos cristianos, por el contrario, no creen que Cristo hoy en día continúe siendo el Hijo del Hombre. Según la perspectiva de ellos, Cristo se hizo hombre mediante la encarnación, pero en Su resurrección Él se despojó de Su humanidad. Ellos piensan que Cristo ya no es el Hijo del Hombre, sino solamente el Hijo de Dios. Nosotros creemos, sin embargo, que según la Palabra pura, actualmente nuestro Cristo es tanto el Hijo de Dios con divinidad como también el Hijo del Hombre con humanidad. Él posee dos naturalezas —la divinidad y la humanidad—, y en Él tenemos la verdadera divinidad y la humanidad apropiada.

a. En medio de los candeleros, las iglesias

  Según el versículo 13, “uno semejante al Hijo del Hombre” anda “en medio de los candeleros”, los cuales representan las iglesias (v. 20). En la Biblia el candelero siempre está relacionado con el edificio de Dios. El candelero fue mencionado por primera vez en Éxodo 25:31-40, cuando se erigió el tabernáculo. La segunda vez se mencionó en relación con la edificación del templo en 1 Reyes 7:49. La tercera vez aparece en estrecha relación con la reedificación del templo de Dios en Zacarías 4:2-10. En Apocalipsis el candelero está relacionado con la edificación de las iglesias. En Éxodo 25 se hace énfasis en que Cristo es el candelero, la luz divina, que brilla como siete lámparas con el Espíritu (el aceite). En Zacarías 4 se recalca el Espíritu (v. 6) como siete lámparas que brillan, y estas siete lámparas son los siete ojos de Dios (vs. 2, 10). Los siete ojos de Dios son los siete Espíritus de Dios (Ap. 5:6), cuyo fin es el mover intensificado de Dios. Esto indica que el candelero mencionado en Zacarías es la realidad del candelero mencionado en Éxodo, y que los candeleros de Apocalipsis son la reproducción del candelero mencionado en Zacarías. Cristo es hecho real como Espíritu, y el Espíritu es expresado como las iglesias. El Espíritu que resplandece es la realidad del Cristo que resplandece, y las iglesias resplandecientes son la reproducción y expresión del Espíritu resplandeciente para que se lleve a cabo el propósito eterno de Dios a fin de que la Nueva Jerusalén, la ciudad resplandeciente, llegue a su consumación. Cristo, el Espíritu y las iglesias poseen la misma naturaleza divina.

  Las iglesias, representadas por los siete candeleros de oro, son el testimonio de Jesús (Ap. 1:2, 9) en virtud de su naturaleza divina, que resplandecen en la noche oscura localmente y también de manera colectiva. Las iglesias deben tener la naturaleza divina: el oro. Ellas deben ser las bases, los candeleros, que sostienen la lámpara con el aceite (Cristo como Espíritu vivificante) y deben resplandecer individual y colectivamente en la oscuridad. Las iglesias son candeleros individuales localmente, pero a la vez constituyen un grupo, un conjunto, de candeleros universalmente. No sólo resplandecen localmente, sino que también universalmente mantienen el mismo testimonio ante las localidades y el universo. Poseen la misma naturaleza y la misma forma. Portan la misma lámpara con el mismo propósito y se identifican plenamente entre sí, sin tener ninguna distinción individual. Las diferencias entre las siete iglesias mencionadas en los capítulos 2 y 3 tienen una naturaleza negativa, y no positiva. En el aspecto negativo, en sus fracasos, las iglesias son diferentes y están separadas una de otra; pero en el aspecto positivo, en su naturaleza, forma y propósito, son totalmente idénticas y están conectadas entre sí.

  Cristo como Hijo del Hombre ahora está “en medio de” los candeleros, las iglesias. Por un lado, como Sumo Sacerdote, Él intercede en los cielos por las iglesias (He. 9:24; 7:25-26; Ro. 8:34), y por otro, anda en medio de las iglesias para cuidarlas. Las iglesias con Cristo como su único centro son el enfoque de la administración divina para la realización del propósito eterno de Dios. Si deseamos tener parte en Su mover y disfrutar de Su cuidado, tenemos que estar en las iglesias.

  Apocalipsis 4 y 5 revelan al Cristo en los cielos, mientras que los primeros tres capítulos de Apocalipsis revelan al Cristo que está en medio de las iglesias. El Cristo en medio de las iglesias es el Cristo en los cielos. Actualmente el Cristo en la tierra está en medio de Sus iglesias. Por tanto, por un lado, Cristo está en el cielo, y por otro, Cristo está en la tierra, andando entre Sus iglesias.

  Actualmente Cristo es el hombre glorioso que anda en medio de los candeleros de oro, las iglesias locales. Si queremos que Cristo ande en medio nuestro, tenemos que estar en las iglesias locales. Si estamos en las denominaciones, todavía estamos en cautiverio. No es algo insignificante estar en las iglesias locales. Allí donde las iglesias locales están, también está Cristo andando en medio de ellas. Tener a Cristo como hombre glorificado que anda en medio nuestro es la mayor recompensa que podemos tener en las iglesias locales. Tener a Cristo andando en medio nuestro es algo inefablemente glorioso.

  Que Cristo ande en medio de los candeleros (1:13; 2:1) es una señal, la cual indica que el lugar en el cual Cristo puede andar es las iglesias. Si no hubiera iglesias sobre la tierra, Cristo no tendría dónde andar. Andar implica aparecerse a las personas. El lugar donde Juan vio a Jesús era en medio de las iglesias. Muchos de nosotros podemos testificar que antes de integrarnos a las iglesias, si bien conocíamos acerca de Jesús, no veíamos mucho de Él. En las iglesias no sólo conocemos acerca de Jesús ni solamente oímos acerca de Él, sino que también le vemos y nos reunimos con Él. Lo que el Señor verdaderamente desea es obtener las iglesias locales.

  Cuando Cristo viene a tratar con nosotros en las iglesias, Él no sólo lo hace en Su divinidad, sino también en Su humanidad. Cuando somos derrotados, podríamos dar como pretexto nuestra noción de que somos meramente lastimosos hijos del hombre, mientras que el Señor es poderoso y puede vencer debido a que Él es el Hijo de Dios. Pero cuando Él viene a nosotros como Hijo del Hombre, no tenemos tal excusa. Él también fue un hombre y venció como hombre, no solamente como Hijo de Dios. No debiéramos buscar pretextos. Si somos derrotados y fracasamos en la vida de iglesia, no debiéramos sentir lástima por nosotros mismos diciendo que nuestra derrota tiene como excusa que solamente somos seres humanos. Los seres humanos son el material apropiado para la vida de iglesia. Por tanto, en medio de las iglesias, Cristo anda como Hijo del Hombre. Daniel 3 nos dice que el Hijo de Dios andaba en medio del fuego (v. 25), pero en Apocalipsis 1 vemos al Hijo del Hombre que anda en medio de las iglesias.

  Tenemos que adorar al Señor como Hijo del Hombre. Debido a que Él es tanto humano como divino, Él es tal persona maravillosa. Debido a que Él es tanto divino como humano, Él conoce a Dios y al hombre, el cielo y la tierra. En Él tenemos divinidad y humanidad, y en Él estamos tanto en los cielos como en la tierra. Actualmente el Señor está en los cielos y en la tierra, andando en Su humanidad en medio de las iglesias locales.

  El Señor está con la iglesia, pero nosotros no podemos dar sustantividad a esto con nuestros ojos o nuestras manos. En Mateo 28 el Señor claramente prometió que aun después de ascender al cielo, Él seguiría estando con los discípulos (v. 20). Él prometió que estaría con ellos no sólo temporalmente, sino todos los días hasta la consumación del siglo, hasta el tiempo de Su regreso. Por tanto, el Señor está con Sus discípulos después de Su ascensión a partir de ese momento hasta Su segunda venida. Con toda certeza Él cumplirá la promesa que personalmente hizo a los discípulos en Su ascensión. La situación de la iglesia durante los dos mil años que han pasado testifica que el Señor ascendido jamás ha dejado la iglesia. Él ha estado con la iglesia todo el tiempo.

  Si dedicamos tiempo a disfrutar a Cristo en Su humanidad, todas las iglesias locales serán brillantes y resplandecientes. En Apocalipsis 1 Cristo es revelado como el Hijo del Hombre. Esto indica que el Hijo del Hombre es para las iglesias locales. Todas las iglesias locales necesitan la humanidad de Jesús. Tenemos que tomarlo a Él como nuestro alimento, disfrutarlo e incluso comerlo en Su humanidad (Jn. 6:57). Debemos ser nutridos con Su humanidad, y este nutrimento sorberá todas nuestras debilidades. La humanidad de Jesús nos hará saludables espiritualmente.

  Debemos ver la diferencia entre el capítulo 1 de Hebreos y el capítulo 2 del mismo libro. El capítulo 1 revela que Cristo es el Hijo de Dios; esto indica que Él es Dios mismo (v. 8). El capítulo 1 revela Su divinidad, mientras que el capítulo 2 revela Su humanidad. Al final del capítulo 2 podemos encontrar socorro, auxilio, sustento, ayuda y suministración (v. 18). Esto no viene principalmente de Jesús como Hijo de Dios, sino de la humanidad de Jesús. El hombre Jesús es Aquel que nos socorre, que viene a nuestro auxilio, que nos sustenta y nos suministra. Nuestra ayuda y sustento viene principalmente de Su humanidad. A fin de socorrernos y suministrarnos, Él tiene que poseer Su humanidad. Si hemos de disfrutar Su socorro, tenemos que alimentarnos de Su humanidad.

  En Juan 19:5 se hace constar lo dicho por Pilato con respecto al Señor Jesús: “¡He aquí el hombre!”. Cuando Pilato dijo esto, Cristo estaba coronado de espinas, pero actualmente Él está coronado de gloria (He. 2:7). Él estaba vestido con un manto de púrpura, pero ahora Él viste la vestidura sacerdotal (Jn. 19:5; Ap. 1:13). Él está coronado de gloria y vestido con la vestidura sacerdotal a fin de cuidar de todas las iglesias locales. Todos debemos ver a este hombre, pues este hombre es nuestro auxilio, ayuda, sustento, suministro y nuestro todo. Este hombre es nuestro alimento para el sacerdocio.

b. Vestido como sacerdote con una ropa que le llegaba hasta los pies

  Apocalipsis 1:13 dice que Cristo, el Hijo del Hombre, está vestido como sacerdote, es decir, “vestido de una ropa que llegaba hasta los pies”. Esta ropa larga es la vestidura sacerdotal, el manto propio de un sumo sacerdote (Éx. 28:33-35), que representa la plenitud de los atributos divinos y las virtudes humanas de Cristo (cfr. Is. 6:1, 3). Aunque en Apocalipsis 1:13 no se usó la palabra sacerdote, sabemos por Su ropa que Cristo es presentado aquí como el Sumo Sacerdote. Actualmente el Hijo del Hombre, Jesucristo, anda en medio de las iglesias cuidando de ellas como Sacerdote. Entre los tres cargos de sacerdote, profeta y rey, el más querido, íntimo, precioso y apreciado es el de sacerdote. El sacerdote es tan querido y apreciado porque cuida de las personas. En la administración actual de Dios, Cristo es un Sacerdote que está en medio de las iglesias cuidando de ellas como candeleros para que irradien el resplandor de Dios.

  Cristo está vestido de una ropa larga que le llega hasta Sus pies, el manto perfecto del Sumo Sacerdote. En la Biblia la vestimenta representa lo que una persona es y lo que hace (Is. 64:6; Ap. 19:8). El largo manto de Cristo representa Su esplendor en Sus virtudes, esplendor que se manifiesta principalmente en Su humanidad y a través de la misma (Isa. 6:1). En el Antiguo Testamento un sacerdote no debía dejar ver ninguna parte de su cuerpo (Éx. 20:26), sino que su ropa debía cubrirlo por completo. Supongamos que la vestimenta sacerdotal del Señor fuera corta y dejase al descubierto Sus pies y piernas; esto indicaría que le faltaban algunas virtudes. Pero el hecho de que Cristo estuviera vestido con vestimentas perfectas indica que Él es perfecto. Su larga ropa denota que no carece de nada y que este Dios-hombre posee suficientes virtudes humanas como para cubrir todo Su ser. Él posee todas las virtudes sin carencia alguna. Con Él, nada es demasiado corto, ni carente, ni manifiesta necesidad alguna. Él es plenamente apto para ser un sacerdote. Él anda en medio de las iglesias como Sumo Sacerdote en la vestimenta perfecta a fin de introducir a las iglesias locales en el sacerdocio.

c. Ceñido por el pecho con un cinto de oro

  Apocalipsis 1:13 además dice que Cristo, el Hijo del Hombre, está “ceñido por el pecho con un cinto de oro”. Los sacerdotes del Antiguo Testamento se ceñían los lomos para poder ejercer su ministerio (Éx. 28:4). En Daniel 10:5 también Cristo tiene ceñidos Sus lomos con oro fino. Pero en Apocalipsis 1:13, Cristo nuestro Sumo Sacerdote está ceñido por el pecho. El pecho representa el amor y se refiere a Su cuidado y preocupación amorosos. Estar ceñido por los lomos significa ser fortalecido para la obra, mientras que estar ceñido por el pecho significa cuidar con amor. La obra de Cristo de producir las iglesias ya fue efectuada. Ya no es necesario que Él esté ceñido por los lomos para la obra. Lo que Él hace ahora en medio de las iglesias es cuidarlas con amor. Con respecto a la obra que consiste en producir las iglesias, el tiempo designado para Su labor ha concluido. Ahora ha llegado el tiempo para que Él ejerza Su cuidado amoroso por las iglesias. Esto requiere que Él esté ceñido por el pecho con un cinto de oro. El cinto de oro simboliza la fortaleza divina. Cristo ejerce un cuidado divino sobre las iglesias, moviéndose entre ellas en Su humanidad y cuidándolas con Su fortaleza divina. Él está preocupado por Sus amadas iglesias. ¡Qué cuidado tan amoroso prodiga Él a Sus iglesias en la actualidad!

  Cristo viste un cinto de oro alrededor de Su pecho. Este cinto es una larga pieza de oro. El cinto y el oro no son dos cosas separadas. El cinto es el oro. El cinto de oro es una sola pieza de oro hecha cinto. El Hijo del Hombre está en Su humanidad, y el cinto de oro representa Su divinidad que llega a ser Su energía. La energía de Cristo es por completo Su divinidad. Una pieza de oro ahora es un cinto. La totalidad de Cristo en Su divinidad ha llegado a ser un cinto. El cinto de oro representa la divinidad de Cristo que llega a ser Su energía, y el pecho denota que esta energía de oro es ejercida y motivada por Su amor. Su energía divina es ejercida por Su amor y con Su amor a fin de nutrir a las iglesias.

  Cristo continúa andando en medio de las iglesias. Las iglesias están en la tierra, mientras que Aquel que anda en medio de ellas no es el Jesús terrenal, sino el Sumo Sacerdote celestial. Su andar es realizado en la atmósfera celestial. Sus vestimentas hacen alusión a esto, pues Él está vestido del manto sacerdotal y está ceñido por el pecho con un cinto de oro. La frase de oro indica que Él es divino y lleva sobre Sí la administración divina, mientras que el hecho de que el cinto ciña Su pecho denota amor. La atmósfera que Él trae consigo es una atmósfera divina llena de amor. Nos sentiríamos aterrorizados si viéramos los siete ojos del Señor, los cuales son como llama de fuego. Por tanto, debemos mantener nuestra mirada fija en Su pecho, el cual está lleno de amor divino por nosotros. ¡Cuán tierna es Su preocupación por todas las iglesias! Él incluso nos reprende y castiga en amor. Él es el Sacerdote amoroso que cuida de Sus iglesias en la actualidad.

d. Su cabeza y Sus cabellos son blancos como blanca lana, como nieve

  Apocalipsis 1:14 dice: “Su cabeza y Sus cabellos eran blancos como blanca lana, como nieve”. El cabello blanco indica edad avanzada (Job 15:10). El cabello negro con el cual se describe al Señor en El Cantar de los Cantares 5:11 denota Su fortaleza inmarcesible y eterna, pero el cabello blanco con el cual se le describe en Apocalipsis 1:14 denota Su antigüedad.

  Aunque Cristo es extremadamente antiguo, Él no es viejo. Su cabeza y Sus cabellos son blancos como la lana y como la nieve. La blanca lana es un producto natural de la vida, y la nieve desciende del cielo. La lana no es hecha blanca sino que es blanca de origen; su blancura procede de su naturaleza misma. El blanco de la lana denota el color de la naturaleza de Cristo. Su antigüedad es propia de Su naturaleza. La nieve es blanca debido a que procede del cielo y no contiene ninguna impureza o mancha terrenal. Así que, la lana blanca, tanto en Apocalipsis 1:14 como en Daniel 7:9, significa que la antigüedad de Cristo procede de Su naturaleza, y no de Su vejez, mientras que la nieve significa que Su antigüedad es celestial, y no terrenal.

  El Hijo del Hombre es antiguo, pero no viejo. Él es eternamente antiguo. Él es Aquel que es desde el principio pero que no tiene principio. “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios [...] Y la Palabra se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros” (Jn. 1:1, 14). Cristo era en el principio que no tiene principio. Jesús, el hombre de Nazaret, es antiguo debido a que Él es Dios mismo. Él es el Dios-hombre, la mezcla de la divinidad con la humanidad. En la Biblia, Dios es llamado “el Anciano de Días” (Dn. 7:9, 13, 22). Cristo es el Hijo del Hombre; no obstante, Él es revelado como el Dios eterno.

  Aunque Cristo es antiguo, Él es “el Viviente” (Ap. 1:18). Cristo es el más antiguo; no obstante, es también el más viviente. Él vive por siempre y para siempre. La iglesia, el Cuerpo de Cristo, tiene que ser igual a Cristo, la Cabeza del Cuerpo. Cuanto más maduros somos, más vivientes tenemos que ser. En la medida que la iglesia local madura, debe llegar a ser cada vez más viviente.

e. Sus ojos son como llama de fuego

  En Apocalipsis 1:14 vemos que los ojos de Cristo son como llama de fuego. En El Cantar de los Cantares 5:12 los ojos de Cristo son como palomas; expresan Su amor. En Apocalipsis 1:14 Sus ojos son “como llama de fuego”, y con ellos observa y escudriña para ejercer juicio mediante la luz que irradian. Sus ojos son como llama de fuego que nos observan a fin de ponernos a prueba y refinarnos. En Apocalipsis Él no tiene dos ojos, sino siete (5:6). Siete es el número de compleción en el mover de Dios. Por consiguiente, Sus ojos en este libro tienen como fin la obra de Dios. Estos siete ojos Suyos son las siete lámparas de fuego que arden delante del trono, y éstas son los siete Espíritus de Dios (4:5; cfr. Dn. 10:6). El “fuego ardiente” equivale a la “llama de fuego”, y su función es observar y escudriñar. Los siete Espíritus de Dios enviados por toda la tierra también son para el mover de Dios en la tierra. Por tanto, los ojos de Cristo en este libro son los siete Espíritus de Dios que realizan el mover y la operación de Dios sobre la tierra hoy en día.

  Los ojos de Cristo sirven al propósito de mirar, observar, escudriñar, juzgar al iluminar, e infundir. Debemos experimentar todos estos diferentes aspectos de Sus ojos, especialmente el aspecto de infundir. Sus ojos nos infunden todo lo que Él es. Sus ojos que infunden son una llama de fuego que arde continuamente. Esto puede ser comprobado en nuestra experiencia. Desde el día que fuimos salvos, los ojos de Cristo han sido como fuego ardiente que nos ilumina e infunde. Sus ojos también nos estimulan a arder. Después que Cristo nos haya mirado, jamás podremos estar fríos como alguna vez lo estuvimos. Al mirarnos, el Señor arde en nosotros y nos estimula. Muchas veces el Señor viene a nosotros con Su mirada penetrante. Tal vez intentemos esconder algo de los demás, pero el Señor viene con sus siete ojos resplandecientes que penetran nuestro ser y ponen al descubierto nuestra verdadera situación. Cuando discutimos con otros, especialmente con quienes tienen una relación íntima con nosotros, los ojos resplandecientes de Cristo están sobre nosotros y no podemos continuar hablando. Su resplandor nos cierra la boca. Cuando el Señor nos observa con Sus siete ojos, podemos percibir bajo Su mirada cuán pobres e indignos somos. Como resultado, nos sentimos humillados, juzgados y nos arrepentimos y confesamos nuestros fracasos. Por medio de Su tierno cuidado y el fuego que nos juzga y purifica, día tras día podemos tener el sentir de ser pobres, impuros y que necesitamos desesperadamente de Su misericordia.

  Por naturaleza el libro de Apocalipsis es un libro de juicio. El fuego tiene por finalidad el juicio divino (1 Co. 3:13; He. 6:8; 10:27). “Nuestro Dios es fuego consumidor” (12:29). Su trono es como llamas de fuego cuyas ruedas son fuego ardiente, y un río de fuego procede y sale de delante de Él (Dn. 7:9-10). Todo esto tiene por finalidad el juicio. El significado principal de que los ojos del Señor sean llamas de fuego está relacionado con Su juicio (Ap. 2:18-23; 19:11-12). Cuando Él venga a tomar posesión de la tierra al ejecutar juicio sobre ella, incluso Sus pies serán como columnas de fuego (10:1).

  Cristo es la lámpara y la iglesia es el candelero. La iglesia es la expresión de Cristo, pero esta expresión tiene que ser completamente purificada. Tiene que ser íntegramente de oro puro sin mixtura ni aleación alguna. El oro es purificado por el fuego. Por tanto, Apocalipsis es un libro acerca del fuego que depura y purifica. La primera visión en este libro es la revelación del Cristo cuyos ojos son como llama de fuego y cuyos pies son semejantes al bronce bruñido, fundido en un horno (1:14-15). Cuando Él mira a las personas, Él las hace arder para depurar todo cuanto no corresponda con la naturaleza de Dios. Este depurar e incinerar es Su juicio, y Su juicio comienza por la iglesia (1 P. 4:17; 1 Ti. 3:15).

  En la primera de las tres secciones de Apocalipsis (caps. 1—3) vemos el juicio del fuego divino en la iglesia, y en la segunda sección (caps. 4—20) vemos el juicio del fuego divino en el mundo. La última sección (caps. 21—22) revela el producto, el resultado, del juicio por medio del fuego incinerador. Todo cuanto no corresponda con la naturaleza de Dios es depurado por este fuego ardiente y es echado al lago de fuego. Después de todos los juicios por medio del fuego, todo en el cielo nuevo y la tierra nueva con la Nueva Jerusalén habrá sido purificado.

  No debiéramos pensar que el resplandor del Señor en la actualidad consiste solamente en darnos gracia. Incluso en la era presente, la era de la gracia, Él nos observa y juzga. Incluso en la iglesia, la manifestación del Señor Jesús tiene por finalidad la ejecución de Su juicio. Sus ojos son como llama de fuego. En Apocalipsis Él no es el Señor querido y amado, sino el Señor asombroso e imponente. Él está aquí resplandeciendo, examinando y juzgando a fin de llevar a cabo la voluntad de Dios. En esto consiste Su administración.

  Nada que provenga de la carne, del mundo ni del pecado podrá resistir el resplandor de los siete Espíritus, que son las siete lámparas delante del trono y los siete ojos del Cordero. Este resplandecer es un incinerar. Todo aquello sobre lo cual Él resplandece, todo cuanto Él escudriña, es juzgado e incinerado por Él. Incluso en la actualidad el Espíritu que mora en nuestro interior es, a veces, esta clase de Espíritu que resplandece, escudriña y juzga. Por un lado, este Espíritu que mora en nuestro interior es el Espíritu de vida, el Espíritu de filiación, el Espíritu que edifica, el Espíritu que transforma, el Espíritu para nuestro vivir y el Espíritu del Cuerpo, todo lo cual representa aspectos dulces del Espíritu. Por otro, Él es el Espíritu que juzga, el Espíritu que ejerce la administración de Dios, quien está en nosotros y entre nosotros, resplandeciendo sobre nosotros, escudriñándonos, juzgándonos e incinerándonos. Tenemos necesidad del Espíritu que da gracia y también del Espíritu que juzga. Necesitamos del Espíritu como agua viva que fluye en nosotros, pero también del Espíritu como fuego que resplandece, escudriña, juzga e incinera dentro de nosotros.

  Los ojos de Cristo, los cuales son como llama de fuego, indican que Él está ardiendo. En las iglesias locales no debe haber frialdad ni tibieza, pues Cristo es Aquel que arde. Puesto que Él arde, todos tenemos que arder. Todos los creyentes en las iglesias tienen que arder. Si permitimos que los siete ojos del Señor nos observen mientras leemos en oración la Palabra, no seguiremos siendo fríos, sino que seremos incinerados e, incluso, estaremos ardientes.

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