
En Apocalipsis 2 y 3 Cristo es revelado como el Sacerdote que despabila los candeleros, esto es, las iglesias. Por ser el testimonio de Jesús, el candelero de oro es la corporificación del Dios Triuno. En cuanto al candelero de oro hay tres factores principales. Primero, todo el candelero es oro. No solamente es de oro, sino que es oro. Según la tipología bíblica, el oro representa la naturaleza divina de Dios el Padre. Por tanto, la esencia de oro del candelero representa a Dios el Padre. Segundo, el candelero de oro no es una masa amorfa de oro, sino una pieza de oro que posee una forma definida y diseñada con un determinado propósito. El diseño, la forma, la apariencia, del candelero representa a Cristo el Hijo como corporificación de la Deidad y corporificación de la naturaleza del Padre (Col. 2:9). Tercero, las siete lámparas del candelero representan los siete Espíritus (Ap. 4:5). Las siete lámparas, las cuales son los siete Espíritus de Dios, resplandecen para la expresión de Dios. Por tanto, en el candelero están presentes la naturaleza, la corporificación y la expresión. Con base en estos aspectos del candelero podemos afirmar que el candelero de oro es la corporificación del Dios Triuno. Dios el Padre está corporificado en el Hijo, y el Hijo es expresado por medio del Espíritu. Según Apocalipsis 1, los candeleros de oro son las iglesias (vs. 11-12). Cada una de las iglesias locales es un candelero de oro, y el candelero de oro es la corporificación del Dios Triuno como testimonio de Jesús. Por tanto, las iglesias locales son la corporificación multiplicada del Dios Triuno.
Los sacerdotes en tiempos antiguos, que despabilaban los candeleros en el Lugar Santo con miras al resplandor de Dios, tipifican a Cristo en calidad de Sacerdote que cuida de todas las iglesias locales como candeleros al arreglar las lámparas (Éx. 27:20-21; Lv. 24:1-4). El sumo sacerdote en el Antiguo Testamento arreglaba las lámparas del candelero despabilándolas cada mañana de modo que continuasen brillando de manera resplandeciente (Éx. 30:7). Para arreglar las lámparas, el sacerdote primero tenía que cortar la parte quemada del pábilo. El pábilo en las lámparas ardía con aceite a fin de alumbrar; cuando éste se quemaba, entonces se carbonizaba y ennegrecía, por lo cual el sacerdote tenía que cortar la parte negra del pábilo. Esto es lo que significa cortar el pábilo, es decir, limpiar la lámpara de modo que pueda brillar mejor. Al mismo tiempo, el sacerdote arreglaba la lámpara añadiéndole más aceite. En Apocalipsis 2 y 3 Cristo es como el sacerdote en el Antiguo Testamento que viene al Lugar Santo para arreglar las lámparas.
La primera visión de Cristo en Apocalipsis, presentada en el capítulo 1, es la visión del Sumo Sacerdote vestido con vestiduras sacerdotales. Como Sumo Sacerdote, Cristo anda en medio de los candeleros y los cuida. Él especialmente cuida por el resplandor de ellos despabilando las lámparas. Después, en el capítulo 8, Cristo es revelado como el Sacerdote que ofrece incienso en el altar de oro: “Otro Ángel vino entonces y se paró ante el altar, con un incensario de oro; y se le dio mucho incienso para que lo ofreciese junto con las oraciones de todos los santos, sobre el altar de oro que estaba delante del trono” (v. 3). Por tanto, en el capítulo 1 Cristo es revelado como el Sacerdote que cuida de los candeleros, y en el capítulo 8 Él es revelado como el Sacerdote que ofrece incienso a Dios. En el capítulo 5 Él es revelado como el Gobernante que administra el universo entero. Para la iglesia, Cristo es el Sumo Sacerdote; como Aquel que ascendió a los cielos, Él ahora vive, labora y ministra como Sacerdote. Pero para el universo, Cristo no es el Sacerdote, sino el Gobernante que administra.
Cristo cuida de las iglesias en términos administrativos. Las iglesias son los candeleros de Dios que resplandecen manifestando Su testimonio. Ellas requieren de la administración de Cristo. A veces surgen problemas y dificultades que requieren la atención administrativa del Señor. Cristo cuida de las iglesias, los candeleros, en Su humanidad como Hijo del Hombre (1:13a). Las iglesias establecidas por Cristo son cuidadas por Él como nuestro Sumo Sacerdote en Su humanidad a fin de brindarles un cuidado tierno que las haga sentirse felices, satisfechas y reconfortadas. Él hace esto al arreglar las lámparas de los candeleros. Arreglar las lámparas es hacerlas apropiadas. Cristo cuida de los candeleros despabilando las lámparas de los candeleros. La parte quemada del pábilo, la pavesa, representa aquellas cosas que no son acordes con el propósito de Dios y deben ser cercenadas, tales como el pecado, el mundo, la carne, el hombre natural, el yo y la vieja creación. Todas las iglesias, como candeleros, son entidades orgánicas; esto es, son candeleros vivientes. Puesto que cada iglesia es un candelero viviente, cada iglesia tiene muchos sentimientos. Una iglesia con pábilos quemados no se sentirá muy cómoda, por lo cual tampoco se sentirá feliz o satisfecha. Pero cuando Cristo como nuestro Sumo Sacerdote viene a arreglar las lámparas del candelero despabilándola a fin de cercenar toda cosa negativa, esto equivale a brindar a la iglesia un cuidado tierno para hacerla sentir feliz, satisfecha y reconfortada. Éste es el cuidado que Cristo prodiga a la iglesia en Su humanidad para arreglar las lámparas de la iglesia.
Por un lado, las iglesias tienen necesidad de que Cristo elimine todas las cosas negativas; por otro, ellas necesitan que Cristo añada más aceite, el cual tipifica al Espíritu (Is. 61:1). En Apocalipsis el aceite es los siete Espíritus de Dios, el Espíritu siete veces intensificado. El Señor Jesús desea añadir más aceite a los candeleros. Según Apocalipsis 2 y 3, en casi todas las epístolas a las siete iglesias el Señor como Sumo Sacerdote cercenaba la pavesa y añadía más aceite a los candeleros a fin de hacer que todos los candeleros fuesen de oro, puros y resplandecientes. Cuando el Señor haya intervenido para cercenar la pavesa quemada y ennegrecida, y para llenar las iglesias locales con el aceite, entonces las iglesias locales estarán limpias de la parte quemada del pábilo y serán llenas con más Espíritu a fin de resplandecer más brillantemente como testimonio de Jesús. Es de esta manera que una iglesia local es edificada más y más hasta que llega a ser un candelero de oro en realidad.
Según la visión, una iglesia local es un candelero de oro, pero en nuestra localidad la condición concreta de la iglesia, su aspecto práctico, podría no concordar exactamente con lo que vemos en tal visión. No obstante, debemos creer que llegará el día cuando las iglesias del Señor serán los candeleros de oro en realidad. Tal vez nos demos cuenta de que la iglesia en nuestra localidad todavía no se conforma a la visión presentada en Apocalipsis 1 con respecto a un candelero de oro; pero al decir “todavía no” damos a entender que tenemos la esperanza de que llegará el día cuando todas las iglesias serán, en realidad, de oro. En el ministerio celestial del Señor, Su intención es cercenar todas las partes quemadas del pábilo de las iglesias locales, es decir, eliminar todo lo innecesario y negativo. Sin duda alguna, hay algunas cosas negativas presentes en las iglesias locales, pero tenemos que cuidarnos de no concentrarnos en estas cosas y hablar acerca de ellas con un espíritu de crítica. Si somos críticos, llegaremos a formar parte de la parte quemada del pábilo. Creemos que en la iglesia y en las reuniones del ministerio, el Señor continúa Su obra que consiste en cercenar las cosas negativas y llenar con aceite los candeleros.
Año tras año, las iglesias locales son introducidas cada vez más en la realidad propia de los candeleros de oro. Más de la naturaleza del Padre, el oro, es añadida a las iglesias, y las iglesias cada vez más adquieren la forma que corresponde a Cristo el Hijo. Además, el Espíritu como aceite es añadido a los candeleros, por lo cual las iglesias resplandecen más y más. Año tras año podemos ver más luz en las iglesias locales. Esto significa que el Señor como Sacerdote está limpiando las lámparas al cercenar la parte quemada del pábilo y al llenar los candeleros con el aceite, de modo que éstos cada vez más aumenten en la naturaleza del Padre, en la imagen del Hijo y en la expresión del Espíritu. En la medida que profundizamos en la Palabra con la ayuda de las notas de pie de página de la Versión Recobro y los mensajes del Estudio-vida, participamos cada vez más de la naturaleza de oro del Padre (2 P. 1:4), y esto le permite al Señor moldearnos cada vez más a la imagen de Cristo y añadir más del Espíritu en nosotros de modo que el candelero resplandezca más brillantemente. Toda iglesia local debe ser una corporificación del Dios Triuno que resplandezca en su localidad.
En este candelero hay únicamente dos elementos básicos: el oro y el aceite. El oro es la forma sólida, y el aceite es el elemento que arde. Cuando ponemos estas dos cosas juntas, tenemos un candelero que resplandece a fin de expresar a Dios en Su Trinidad con la naturaleza y esencia del Padre, la imagen y semejanza del Hijo y la expresión del Espíritu. Zacarías 4:12 dice que el aceite del candelero es aceite de oro. Esto significa que el oro corre como aceite. Los dos elementos del candelero son el elemento del oro y el elemento del aceite, pero según Zacarías estos dos elementos en realidad son uno solo. Cuando se añade más aceite al candelero, también se le añade más oro. La iglesia, el candelero, es la corporificación sólida del Dios Triuno con el Espíritu siete veces intensificado como aceite, cuya esencia es el elemento del oro.
Esto puede ser confirmado por la experiencia de las iglesias. Siempre que Cristo como Sumo Sacerdote viene a cercenar todas las cosas negativas y añadir más aceite a las iglesias, Él en realidad está añadiendo más del Espíritu siete veces intensificado, lo cual es añadir más de la naturaleza divina, más del oro, a las iglesias. Al principio, la iglesia en una localidad podría no tener mucho oro. A medida que pase el tiempo, sin embargo, el Señor cercena las cosas negativas y añade el aceite. Con el tiempo, la iglesia tendrá más oro, más de la naturaleza divina. Esto indica que la iglesia, la corporificación del Dios Triuno, tiene que experimentar todo el tiempo la reducción de todas las cosas humanas y naturales así como el aumento de la naturaleza divina en ella. Nuestra carne, nuestro yo, nuestro hombre natural y todo lo relacionado con nosotros vinculado con la vieja creación tiene que ser reducido. En virtud de que Cristo corte el pábilo quemado y añada el aceite, se reducirá la carne, la vida natural y la vieja creación que haya en las iglesias locales, y el elemento de Dios, el Espíritu, aumentará. Mediante este proceso, las iglesias llegarán a ser candeleros de oro puro en realidad, y esto constituirá el testimonio de Jesús en la era actual sobre esta tierra.
Cristo como Sacerdote despabila los candeleros, las iglesias, por medio de Su hablar (Ap. 2:1, 8, 12, 18; 3:1, 7, 14; 1:16b). En Apocalipsis 2 y 3 lo más destacado es el hablar de esta Persona asombrosa, misteriosa, maravillosa, excelente y todo-inclusiva. Él habló siete veces, a cada una de las siete iglesias. Al principio de cada una de estas epístolas el Señor nos dice qué clase de persona es Él, conforme a la condición de la iglesia revelada en esa epístola en particular. Con base en lo que declaró respecto a lo que Él era, dijo algo. Al andar entre las iglesias, Él habla a cada una en conformidad con lo que la iglesia es. Su hablar es de utilidad práctica y sirve para equipar a los oyentes. Apocalipsis 2 y 3 están compuestos por las siete epístolas y son las últimas palabras del Señor escritas a Sus iglesias. Estos capítulos revelan el estatus de Aquel que habla y lo que Él promete a los vencedores. Debemos ver todos los principales aspectos en cuanto a esta Persona y Sus promesas. En Apocalipsis 2 y 3 el Cristo todo-inclusivo como Cabeza de la iglesia, quien anda en medio de las iglesias, escudriña las iglesias y se infunde en ellas, habla a las iglesias para purificarlas y para llamar a los vencedores a disfrutar de Él de modo que puedan vencer en medio de las iglesias deformadas a fin de traer Su reino.
Apocalipsis 1 claramente describe a Cristo como nuestro Sumo Sacerdote, quien está vestido con vestimentas sacerdotales, lo cual significa que Él ministra impartiendo en nosotros Su propio ser así como Su vida y naturaleza divinas. Los capítulos 2 y 3 abarcan Su servicio sacerdotal en Su trato con las siete iglesias; revelan cómo Él nos ministra el servicio sacerdotal. Este ministerio del servicio sacerdotal es llevado a cabo principalmente por medio de Su hablar. El sacerdocio celestial de Cristo es un ministerio que habla; Él es un Sumo Sacerdote que habla. Como Sumo Sacerdote, Él habla a Dios para interceder por nosotros, y Él nos habla para ministrar el servicio sacerdotal. Él lleva a cabo Su hablar doble: el hablar dirigido a Dios y el hablar dirigido a nosotros. Además de Su hablar dirigido a Dios a fin de interceder, Él tiene un hablar dirigido a nosotros. El hablar de Cristo dirigido a nosotros ciertamente sigue Su hablar dirigido a Dios el Padre. En otras palabras, primero tiene lugar Su intercesión; después, al hablarnos, Él procede a llevar a cabo aquello por lo cual intercedió ante el Padre. Aquello por lo cual Cristo intercedió, Él nos lo habla a nosotros. Después que Él nos ha hablado, Él nuevamente le habla al Padre. En Apocalipsis 2 y 3 Él tiene mucho que decir a las siete iglesias; de manera correspondiente, también tiene mucho que decirle al Padre para la realización de lo que Él dijo en las siete epístolas. Este hablar es de ida y vuelta en dos direcciones: primero se dirige al Padre, después se dirige a nosotros, y luego se dirige nuevamente al Padre.
Si nuestro hablar es genuino y apropiado, también forma parte del hablar del Señor. En nuestro ministerio de la palabra debemos tener tal hablar doble: mientras hablamos a los santos, nuestro ser interior debe estar hablando con Aquel que es celestial. Antes de que hablemos, se produce la intercesión de Cristo ante el trono en favor del ministerio de la palabra. Después de nuestro hablar, la intercesión tiene lugar nuevamente. Todo esto forma parte del hablar apropiado.
La naturaleza del hablar sacerdotal de Cristo a las iglesias, los candeleros, consiste en cercenar y llenar. En Apocalipsis 2 y 3 Cristo, como Sacerdote, cercenaba aquellas que cosas innecesarias y que impedían que el candelero resplandeciese; simultáneamente, Él suministraba el aceite que el candelero necesitaba y que hacía que éste ardiese de manera resplandeciente. Como ya vimos, el aceite en realidad es la corriente de oro, que es el Espíritu siete veces intensificado como elemento divino. Los siete candeleros recibían Su cercenar y Su llenar.
De todas las cosas que Él cercenó, la más notable es la sinagoga de Satanás (2:9). Que el Señor hablase así acerca del judaísmo indica que para el tiempo correspondiente a la era de la iglesia, el judaísmo se había vuelto satánico. Un creyente judío podría estar a favor del judaísmo sin tener plena conciencia de ello; y al oír que se ha vuelto satánico, tal vez quiera protestar. No obstante, éstas fueron las palabras de nuestro Sumo Sacerdote celestial. De hecho, Él volvió a usar tal expresión por segunda vez en 3:9. Una sinagoga es símbolo del judaísmo, tal como un edificio con su campanario es símbolo de la cristiandad. El judaísmo es usado por Satanás en rebelión contra la economía neotestamentaria de Dios. Actualmente el judaísmo está en rebelión contra Dios. No fue Pilato ni Herodes los que sentenciaron al Hijo de Dios; más bien, fue el sumo sacerdote y el pueblo judío los que clamaron pidiendo Su muerte (Jn. 18:13-14; 19:14-15; Mt. 27:20). El judaísmo tiene que asumir la responsabilidad por Su crucifixión. Esto indica que nuestros antiguos conceptos religiosos son contrarios a la economía de Dios y deben ser cercenados. Estos conceptos son la parte “ennegrecida” y “quemada” del pábilo; éstos impiden que las iglesias locales resplandezcan como candeleros. Por tanto, tenemos necesidad de que nuestro Sumo Sacerdote intervenga para cercenar tales conceptos.
Otra cosa que carboniza el pábilo es la mundanalidad. Nuestro Sumo Sacerdote celestial no puede tolerar la mundanalidad, la cual es vista en el caso de la iglesia en Pérgamo, la iglesia que había contraído matrimonio con el mundo (Ap. 2:12-17). Toda nuestra mundanalidad tiene que ser cercenada. Cuando el Señor vino a la iglesia en Tiatira, Él la condenó por tolerar a aquella mujer Jezabel, a quien el Señor describió como una “que dice ser profetisa, y enseña y seduce a Mis esclavos a fornicar y a comer cosas sacrificadas a los ídolos” (v. 20). Esta maldad representa a la apóstata Iglesia Católica Romana, la cual está llena de maldad. Todo cuanto Jezabel representa tiene que ser cercenado.
En la última epístola, dirigida a la iglesia en Laodicea, el Señor se refirió a su tibieza: “Yo conozco tus obras, que ni eres frío ni caliente. ¡Ojalá fueses frío o caliente! Así que, por cuanto eres tibio, y no caliente ni frío, estoy por vomitarte de Mi boca” (3:15-16). Es posible que nosotros mismos seamos tibios. Es posible que asistamos a las reuniones de la iglesia, pero que seamos indiferentes en cierto grado. Tal vez nos enorgullezcamos de ser moderados o tranquilos, pensando que es bueno no ser muy celoso ni muy apático. Muchas reuniones cristianas caen en esta categoría. Su servicio en la iglesia no es ni muy caliente ni muy frío; es simplemente el apropiado para la audiencia que asiste indiferente a la reunión. No obstante, según lo dicho por el Señor, tenemos que ser ardientes y hacer arder a otros. La tibieza, junto con la religión, la mundanalidad y las maldades de Jezabel, tiene que ser cercenada.
La promesa que el Señor hizo a los vencedores en la iglesia en Éfeso, Pérgamo y Laodicea —comer del árbol de la vida, participar del maná escondido y cenar con Cristo, respectivamente— se refiere a volver a llenar de aceite los candeleros. Mediante el servicio efectuado por Cristo como Sumo Sacerdote todas las cosas oscuras procedentes de la religión, la mundanalidad, la maldad y la tibieza son cercenadas, y el elemento divino y celestial propio del árbol de la vida, del maná escondido y del banquete celestial es ministrado a nosotros.
El efecto que tiene este ministerio celestial es producir una transformación metabólica mediante la cual las cosas viejas serán desechadas y reemplazadas con algo que es nuevo, celestial y divino. Seremos transformados en piedras preciosas para la edificación de la morada de Dios. Somos transformados debido a que nuestro Sumo Sacerdote en los cielos realiza Su servicio sacerdotal al andar entre nosotros, hablarnos e interceder por nosotros. El Sumo Sacerdote celestial nos ha guardado en la iglesia, y día y noche Él ha cuidado de todo lo relacionado con nosotros. Cuando estamos bajo el ministerio apropiado que está bajo el sacerdocio celestial de Cristo, tal ministerio procura despabilar a las iglesias y suministrarles el aceite de modo que todos los santos en las iglesias puedan ser transformados metabólica y orgánicamente.
Todo el cuidado y servicio prodigado por Cristo tiene por finalidad hacer de nosotros vencedores. La religión, la mundanalidad, las cosas malignas y la tibieza no forman parte del candelero de oro. Pero cuando comemos del árbol de la vida, participamos del maná escondido y disfrutamos del banquete celestial, este nutrimento se convertirá en el elemento divino del cual estará constituido el candelero. Por consiguiente, toda iglesia local será un candelero, y en toda iglesia local habrá vencedores. Estos vencedores constituirán el candelero. Con ellos la religión, la mundanalidad, la maldad y la tibieza habrán sido cercenadas, y el elemento celestial les habrá sido suministrado como árbol de la vida, maná escondido y banquete celestial. Lo que ellos obtendrán será al propio Dios Triuno, quien llegará a ser su elemento constitutivo. Con tal constitución de oro se tendrá el candelero. Un candelero, a la postre, está constituido por los vencedores en una iglesia local.
Según 1:16, las palabras procedentes de la boca de Cristo son como espada aguda de dos filos. En el Evangelio de Juan las palabras procedentes de la boca de Cristo pueden ser consideradas palabras amorosas. En Hechos y en las Epístolas, las palabras del Cristo que nos habla pueden ser consideradas como palabras de gracia. Pero en el último libro del Nuevo Testamento, las palabras que salen de la boca de Cristo son presentadas como una espada que juzga y destruye a fin de confrontar toda persona o cosa negativa.
En conformidad con la iglesia en Pérgamo, una iglesia caída y mundana, Cristo —Aquel que habla— tiene una espada aguda de dos filos (2:12) que sale de Su boca. Tal iglesia mundana reúne los requisitos para recibir el juicio del Señor contenido en Sus palabras cortantes. La espada que sale de la boca del Señor tiene por finalidad cortar, juzgar, discernir, matar y aniquilar. Para la iglesia degradada y mundana, Él es Aquel que tiene tal lengua que aniquila y juzga. Si le conocemos como tal Persona, no podremos ser mundanos.
Apocalipsis 2:1 dice que Cristo “anda en medio de los siete candeleros de oro”. Esto indica que Cristo, Aquel que es todo-inclusivo, anda ahora en medio de las iglesias, los resplandecientes candeleros de oro, para cuidar de ellas. Si deseamos tocarle, disfrutarle y participar de Él, debemos estar en las iglesias. También debemos ver que Cristo es Aquel que habla y anda en cada reunión de la iglesia.
El servicio sacerdotal de Cristo incluye Su andar en medio de las iglesias, en virtud de lo cual Él llega a conocer la condición de cada iglesia. Él pudo escribir las siete epístolas a las siete iglesias porque visitó a todas esas iglesias. Él viajó por Éfeso, Esmirna, Pérgamo, Tiatira, Sardis, Filadelfia y Laodicea. Tal recorrido hizo que Él estuviera completamente familiarizado con la situación de cada iglesia. Después de ver la situación en la que se encontraban, Él habló a las iglesias.
En la actualidad, nuestro Sumo Sacerdote en Su ministerio celestial anda en medio de las iglesias para observar la condición en que se encuentra cada una de ellas. Después, según lo que ve, Él nos habla. En esto consiste el servicio sacerdotal del Señor. Su hablar es Su servir, Su ministrar. Por tanto, Su hablar no es de naturaleza doctrinal, sino sacerdotal.
Para que cada una de las iglesias locales llegue a ser la corporificación del Dios Triuno como candelero se requiere del sacerdocio celestial de Cristo. Su andar en medio de las iglesias es el ejercicio de Su función como Sumo Sacerdote celestial. Al ministrarnos Su sacerdocio Él nos purifica y transforma, y nosotros llegamos a convertirnos en piedras blancas que son edificadas como columnas en el templo. El resultado de que nuestro Sumo Sacerdote ministre en las iglesias consiste en que un número de vencedores es producido. En las iglesias locales el Señor tiene amplia base y plena entrada para intervenir y purificar a los que le buscan, suministrar a los que le aman y transformarlos en piedras para Su edificio y en columnas para Su templo.