
En Apocalipsis 5:5-10 vemos que podemos experimentar y disfrutar a Cristo como el León-Cordero. En Apocalipsis 5:1—6:1 vemos la visión de Cristo como León-Cordero que está en medio del trono de Dios y de los cuatro seres vivientes y en medio de los veinticuatro ancianos del universo, quien abre los siete sellos de la administración universal de Dios. En Apocalipsis 5 uno de los ancianos presentó a Cristo como el León de la tribu de Judá, pero cuando Juan se volvió a verle, vio un Cordero (vs. 5-6). Para el enemigo, Él es el León; para nosotros, los redimidos, Él es el querido y precioso Cordero. Cristo es el Cordero que efectuó la redención de Dios y el León que combate por el reino de Dios. Para la redención de Dios, Él es un Cordero; para el reino de Dios, Él es un León que combate, el León de la tribu de Judá. Él combatió para redimirnos y ganó la batalla sobre el enemigo así como efectuó la redención para nosotros.
En el Evangelio de Juan, Juan el Bautista dijo: “¡He aquí el Cordero de Dios!” (1:29); pero en Apocalipsis uno de los ancianos dijo: “He aquí [...] el León de la tribu de Judá” (5:5). En el Evangelio de Juan vemos que Cristo vino en la carne como Cordero de Dios principalmente para quitar el pecado del mundo, pero en Apocalipsis vemos que Cristo, el León-Cordero, no solamente quitó el pecado, sino también venció y derrotó a Sus enemigos.
Cristo es tanto el León como el Cordero porque nosotros tenemos dos problemas principales: el pecado y Satanás. La mayoría de los cristianos prestan atención únicamente al problema del pecado, pero descuidan el problema referente a Satanás. Así como el Cordero es contrario al pecado y resuelve el problema del pecado, el León es contrario a Satanás y lo confronta. Como Cordero, Cristo efectuó la redención habiéndonos limpiado de nuestros pecados. Como León, Él confrontó a Satanás. Él es plenamente apto para satisfacer nuestras necesidades y resolver nuestros problemas. Ya se ha dado fin al pecado, Satanás ha sido derrotado y nosotros fuimos redimidos y rescatados de la mano usurpadora del enemigo.
El León no es igual al Cordero. En la actualidad, nuestro Cristo ¿es el León o el Cordero? Si amamos al Señor, Él es el Cordero para nosotros; pero para quienes no le aman, Él es el León. Él es el Cordero para nosotros y el León para el enemigo, el mundo y las cosas pecaminosas. Puesto que le amamos y Él es el Cordero para nosotros, ¿por qué, entonces, también tiene que ser el León? Esto es necesario porque todavía hay muchas cosas negativas en nosotros. Él murió en la cruz como el Cordero de Dios para redimirnos, pero incluso después de haber sido redimidos, todavía estamos mixturados con muchas cosas negativas. Por tanto, Él también tiene que ser el León para encargarse de todas estas cosas.
A la postre, nuestra experiencia y disfrute de Cristo como León-Cordero está relacionado con la Nueva Jerusalén, la meta de la economía eterna de Dios. En la Nueva Jerusalén no solamente tenemos al Dios Triuno que fluye —el Espíritu— como río de agua de vida, sino también al árbol de la vida que está en el río (22:1-2). El árbol de la vida con su fresco y rico suministro es el León-Cordero. Este León-Cordero como nuestro árbol de la vida tiene frutos frescos a fin de ser nuestro suministro. De este modo la Nueva Jerusalén es sustentada. Esto indica que recibimos Su fresco y rico suministro y llevamos la Nueva Jerusalén a su consumación al beber el Espíritu y comer a Cristo. Debemos beber diariamente al Dios que fluye —el Espíritu— como nuestro río de agua de vida, y debemos comer al León-Cordero vencedor como árbol de la vida para que Él sea nuestro fresco y rico suministro.
Apocalipsis 5:5 se refiere a Cristo como “el León de la tribu de Judá”. El león simboliza a Cristo, representándolo como un poderoso guerrero que se opone al enemigo, tal como se profetiza en Génesis 49:8-9. La victoria de Cristo le hace apto para abrir el libro y sus siete sellos.
El libro de Apocalipsis es un cuadro de Jesucristo. Los veintidós capítulos de este libro son un solo retrato, una “pintura” que retrata y describe a Jesús. Sin embargo, si una pintura retratase únicamente al personaje principal sin proveer un trasfondo o entorno, podríamos pensar que el artista no era muy diestro. Un buen pintor crea una pintura llena de significado. Los veintidós capítulos de Apocalipsis son una buena pintura del León de la tribu de Judá, pero también muestran un entorno. Además del León, hay bestias con cuernos e incluso un dragón (13:1-2, 11; 12:3). Cuando Juan vio la situación en los cielos, lloró; pero cuando el León de la tribu de Judá entró en escena, hubo gran regocijo (5:3-4, 8-14). A la postre, el León como Cordero se casa con la novia, la novia se convierte en una ciudad cuadrada y el Cordero se sienta en el trono con Dios (19:7; 21:16; 22:1). El León es entronizado en el centro de la Nueva Jerusalén como Rey de reyes y Señor de señores. Luego, desde este trono fluye un río de agua de vida, resplandeciente como el cristal, y en este río crece el árbol de la vida. Ésta es la “pintura” del León divino en el libro de Apocalipsis, libro que es la revelación de Jesucristo.
En el libro de Apocalipsis debemos ver únicamente un personaje: Jesucristo, porque este libro es la revelación de Jesucristo. El personaje principal en el libro de Apocalipsis es Cristo como León de la tribu de Judá (5:5). Si en Apocalipsis vemos todos los otros elementos pero perdemos de vista a este León, ciertamente erraremos el blanco. En un sentido muy real, tenemos que alejar nuestra mirada de las ranas, las bestias, las langostas, el dragón y la serpiente; en lugar de ello, tenemos que poner la mirada en el León. Apocalipsis es la revelación, el develar, de este León. Todos los elementos menores mencionados en Apocalipsis conforman el trasfondo y el entorno que acompaña a la figura principal, la cual es Cristo como León de la tribu de Judá. Nada ni nadie —incluyendo la serpiente, las ranas y las langostas— puede derrotar a este León. Para nosotros, el León es el Cordero redentor, pero para el enemigo, el Cordero es el León vencedor. Además, Él es plenamente expresado en los candeleros (cap. 1), la gran multitud de los redimidos (cap. 7), la mujer resplandeciente y su hijo varón (cap. 12), la siega con sus primicias (cap. 14), los vencedores de pie sobre el mar de vidrio (cap. 15), la novia preparada para la boda (cap. 19), los ejércitos (cap. 19) y la Nueva Jerusalén (caps. 21—22).
Cristo es el León-Cordero en Su ascensión. En la escena en los cielos después de la ascensión de Cristo, Cristo es revelado principalmente como el León, no como el Cordero. Mientras Juan lloraba porque “no se había hallado a ninguno digno de abrir el libro, ni de mirarlo” (5:4), uno de los ancianos le dijo: “No llores. He aquí que el León de la tribu de Judá, la Raíz de David, ha vencido para abrir el libro y sus siete sellos” (v. 5). Antes de la crucifixión podría haber motivo para que Juan llorase; pero era necedad llorar después de la ascensión. ¿Está usted llorando hoy? Si todavía está llorando, significa que no ha visto la visión del Cristo ascendido presentada en Apocalipsis 5. Debemos contemplar al León de la tribu de Judá.
Génesis 49:8-9 profetiza acerca de Cristo como León de Judá, pero únicamente en Apocalipsis se nos dice que Cristo es el León de la tribu de Judá. El título el León de la tribu de Judá denota a Cristo como Rey triunfante. Todos los seres vivos están bajo Su autoridad. Nadie puede subyugarlo a Él, sino que Él subyuga todo.
En Génesis 49:8-12, donde consta la bendición dada por Jacob con respecto a Judá, hay una profecía de que Cristo vendría de la tribu de Judá para ser un león que derrotaría al enemigo de Dios. En su profecía Jacob comparó a Judá con un león en tres aspectos: un cachorro de león, un león que se recuesta y una leona. Aquí Cristo es tipificado como un león joven que conquista a los enemigos, como un león satisfecho y como una leona en reposo después de haber triunfado en su conquista.
El versículo 9 dice: “Cachorro de león, Judá; / de la presa has subido, hijo mío”; y el versículo 8 dice: “Tu mano estará sobre la cerviz de tus enemigos”. Aquí Judá, comparado poéticamente con un león joven, tipifica a Cristo como el Vencedor máximo, el León que lucha y obtiene la Victoria. Al león joven, en su lozanía y vigor, le corresponde salir a pelear y atrapar la presa. La expresión de la presa has subido implica que aquel león joven primero tuvo que descender del monte al llano para capturar su presa. Cuando un león sale en busca de su presa, desciende de su morada en el monte y, habiendo atrapado la presa, la lleva al monte para devorarla.
Éste es un cuadro de la victoria de Cristo sobre Sus enemigos en Su crucifixión (Col. 2:15; He. 2:14). Cristo fue primero aquel león joven agazapado a la espera de Su presa. Cuando Cristo fue crucificado en la cruz, Él era un león joven que atrapó su presa. La presa atrapada por Él en la cruz incluye el mundo entero, todos los pecadores e, incluso, Satanás, la serpiente. Después de atrapar Su presa, Él llevó a Sus cautivos a la cima del monte, es decir, al tercer cielo. Esto significa que a partir de Su victoria Cristo ascendió a los cielos. Efesios 4:8 dice que cuando Cristo subió a lo alto, “llevó cautivos a los que estaban bajo cautiverio”. En Su ascensión Cristo condujo un séquito de enemigos derrotados. Este séquito de enemigos derrotados era la presa obtenida por Cristo. Cristo logró la victoria y puso Su mano sobre la cerviz de Satanás. Debemos alabar al Señor porque Él puso Su mano sobre la cerviz de Sus enemigos. Como león joven, Él ha vencido a todos Sus enemigos. Muchos capítulos del Nuevo Testamento revelan la manera en que Cristo vino como león joven, cómo Él fue a la cruz para atrapar Su presa y cómo ascendió a la cima del monte en el tercer cielo.
Después, Génesis 49:9 dice: “Se recuesta, se echa como león”. Cristo es también un león que se recuesta, que reposa satisfecho después de haber disfrutado de Su presa. Después que ha disfrutado de su presa y está satisfecho, el león se recuesta, es decir, se echa, para reposar satisfecho. La figura del león que se recuesta en el versículo 9 describe a Cristo como Aquel que disfruta Su reposo en los cielos. Aquí se retrata a Cristo en los cielos disfrutando lo que Él ha logrado. Después de lograr la victoria y disfrutar de la presa, Él está satisfecho. Por tanto, Él ahora reposa en los cielos en Su satisfacción. Este reposo y satisfacción son el resultado de la victoria de Cristo. Por tanto, Cristo ahora está sentado en el trono en los cielos. Según el relato poético de Génesis 49:9, después de devorar Su presa, Cristo se sintió satisfecho y se recostó para disfrutar Su reposo.
Debemos ver y experimentar a Cristo no solamente como aquel león joven, sino también como un león que se recuesta, echándose para descansar. Tal vez nos sintamos turbados por muchas clases de enemigos —nuestro mal genio, nuestros problemas y nuestras debilidades—, pero debemos ver que nuestros enemigos ya se han convertido en presa de nuestro Cristo. Él fue a la cruz y los capturó, y en resurrección Él condujo un séquito de enemigos derrotados a los cielos para Su disfrute. Ahora, en los cielos, Él ya no combate, sino que se recuesta. Él está recostado para descansar, y nosotros le experimentamos como león que reposa. Él está recostado, y nosotros también descansamos. No debemos turbarnos por nada; en lugar de ello, simplemente debemos disfrutar a este Cristo victorioso, satisfecho y en reposo.
Según Apocalipsis, 5:5 el León de la tribu de Judá “ha vencido”. Este versículo no dice que nuestro Cristo vencerá, sino que Él ya venció. Él atrapó la presa y la devoró. Todos los enemigos han sido devorados por Cristo. En la actualidad Cristo no es Aquel que combate, sino Aquel que se recuesta, Aquel que descansa sentado en los cielos. Si vemos esto, nos olvidaremos de nuestros enemigos, nuestro mal genio y los problemas que los demás nos causan, y diremos: “¡Señor, te adoro y alabo! Señor, Tú fuiste un león joven y combativo; pero hoy en día estás descansando en los cielos como león victorioso. Y ahora yo también soy partícipe de lo que Tú realizaste”.
En Génesis 49:9 Cristo también es comparado a una leona. A una leona le corresponde producir cachorros de león. Cristo no solamente es el león que lucha y el león que halla reposo, sino también la leona fecunda, que dio a luz muchos vencedores como Sus “cachorros de león”. Cristo es nuestra leona madre, y nosotros somos Sus cachorros. Debemos ver que hemos sido hechos cachorros de león. Cuando el enemigo nos molesta, debemos comprender que somos cachorros de león. Actualmente no solamente Cristo es el León, sino que nosotros también somos leones.
En un sentido muy real, la iglesia es el país de los leones, y todos en la iglesia son cachorros de león. Si consideramos la situación desde la perspectiva de Dios, comprenderemos que a los ojos de Dios la iglesia es un país de leones. Para con los hombre somos corderos que siguen al Cordero, pero para con Satanás somos cachorros de león. Aunque podríamos no ver las cosas así, Satanás sí reconoce este hecho. Él sabe que todos los creyentes son cachorros de león. Con frecuencia debemos decirle a Satanás: “Satanás, no me toques. ¿No sabes que mi familia es la familia de los leones?”. Cristo es el león joven, el león que se recuesta y la leona fecunda; nosotros somos Sus cachorros de león. En esto consiste la victoria completa de Cristo. A esto se debe que Génesis 49:8 diga que Cristo, tipificado por Judá, ha de ser alabado y adorado.
La última parte de Génesis 49:9, en lo referente a Judá, dice: “¿Quién lo despertará?”. Esto significa: “¿Quién se atreverá a provocarlo?” o “¿Quién osará desafiarlo?”. Que nadie se atreva a despertar a Judá significa que el pavoroso poder de Cristo en Su resurrección y ascensión ha subyugado todas las cosas (Mt. 28:18; Fil. 2:9; Ef. 1:21-22).
Con frecuencia la gente considera que el Señor Jesús era amable y moderado. Sin embargo, por lo menos en ciertas ocasiones Él no fue amable. Por ejemplo, cuando entró en el templo y halló “a los que vendían bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas allí sentados”, se enojó y, haciendo un azote de cuerdas, “echó fuera del templo a todos, y las ovejas y los bueyes; y esparció las monedas de los cambistas, y volcó las mesas (Jn. 2:14-15). Además, en Mateo 23 Él reprendió severamente a los fanáticos religiosos, diciéndoles: “¡Serpientes, cría de víboras!” (v. 33). En la Biblia un león representa valentía, vigor, fortaleza y victoria. En estas situaciones Él ciertamente fue valiente como un león.
Hay ocasiones en nuestra vida cristiana en las que también debemos tener el rostro de un león. Por ejemplo, algunos podrían invitarnos a participar con ellos en cierta clase de entretenimiento mundano. En tales ocasiones debemos comportarnos como un león. Esto significa que con respecto a todo cuanto sea pecaminoso o mundano, tenemos que ser valientes como un león. Todos nuestros conocidos deben saber que si nos hablan de cosas mundanas, nos conduciremos como un león.
En la Biblia un león representa no solamente valentía, vigor, fortaleza y victoria, sino que también denota reinar. El león es el rey de los animales. Esto significa que debemos ser leones que reinen para Dios (Ro. 5:17). Si con respecto al pecado, el mundo y Satanás somos fuertes y valientes como leones, Dios podrá establecer Su reinado a través de nosotros.
Apocalipsis 5:5 también se refiere a Cristo como “la Raíz de David”. El título Raíz de David (Él también es la Raíz de Isaí, el padre de David, Is. 11:1, 10) significa que Cristo es el origen de David. Por consiguiente, David, Su antecesor, le llamó “Señor” (Mt. 22:42-45). Cristo no es solamente el linaje, el retoño y el descendiente de David, quien salió de David, sino que Él es también la Raíz de David, de quien David procedía. Según nuestro concepto, Cristo nació de David, por lo que Él fue un descendiente de David. Pero Apocalipsis 5:5 dice que Cristo es la Raíz de David, lo cual significa que David es quien brota de Cristo. La Biblia también afirma que Cristo es el Renuevo de David (Jer. 23:5). Por tanto, Él es tanto la Raíz como el Renuevo.
En Apocalipsis 5 vemos que Cristo es “la Raíz de David”, pero en Isaías 11:1 y 10 vemos que Cristo es también el retoño y el vástago de Isaí. Esto indica que Cristo es la fuente de Isaí y también la fuente de David, el hijo de Isaí. Isaías 11:10 dice: “En aquel día, la raíz de Isaí / se pondrá por estandarte para los pueblos, / y le buscarán las naciones”. La palabra raíz denota la fuente, el origen. La raíz de Isaí tipifica a Cristo como la fuente, el origen, de Isaí. En las profecías de Isaías vemos que Cristo en Su divinidad es el Renuevo de Jehová y la raíz de Isaí; también vemos que Cristo en Su humanidad es el retoño que brota del tocón de Isaí, el vástago procedente de la raíz de Isaí, la planta tierna que crece y la raíz de tierra seca (53:2). En Su divinidad Cristo procede de Dios; por tanto, Dios es Su origen. Por ende, Cristo es la fuente, el origen, de Isaí. En Su humanidad Cristo procede de Isaí; por tanto, Isaí es Su origen, Su fuente. Él es el retoño y vástago de Isaí, y Él es también la raíz de Isaí. Él lo es todo con relación a Isaí. Según Su humanidad, Él procedía de Isaí; según Su divinidad, Él produjo a Isaí.
Cristo es tanto el descendiente de David como la raíz de David. A los ojos de Dios, David fue aquella persona singular que libró la batalla y obtuvo autoridad al combatir por Dios y alcanzar Su plena autoridad. Que Cristo, el León-Cordero, sea la raíz de esta persona significa que Él es mayor que David. A esto se debe que Él tenga la llave de David (Ap. 3:7). Todo cuanto David era, tenía y hacía procedía por completo de esta raíz. Por tanto, como Raíz de David, Cristo es más poderoso y más victorioso que David y tiene más de la autoridad divina de Dios.
En Mateo 22:41-46 Cristo, en Su sabiduría, interrogó a los fariseos. Estos versículos dicen: “Y estando juntos los fariseos, Jesús les preguntó, diciendo: ¿Qué pensáis acerca del Cristo? ¿De quién es hijo? Le dijeron: De David. Él les dijo: ¿Pues cómo David en el espíritu le llama Señor, diciendo: ‘Dijo el Señor a mi Señor: Siéntate a Mi diestra, hasta que ponga a Tus enemigos bajo Tus pies’? Pues si David le llama Señor, ¿cómo es hijo suyo? Y nadie le podía responder palabra; ni se atrevió nadie desde aquel día a preguntarle más”. Por un lado, Cristo es el Hijo de David que procedía de David; por otro, Él es el Señor de David, la Raíz de David, de la cual procedió David. Cristo es tal Persona maravillosa, Aquel que lo es todo: Él es la raíz, el vástago y el retoño. Él es el Hijo; no obstante, Él es la fuente.
La respuesta de Cristo a los fariseos en Mateo 22:43-45 cerró la boca de Sus opositores. Cristo es no solamente el hijo de David, el Renuevo de David (Jer. 23:5; 33:15), sino también el Señor de David, la Raíz de David. Como descendiente de David en Su humanidad, Cristo es el Renuevo de David, quien procedía de David. Pero como Dios eterno en Su divinidad, Cristo es la Raíz de David, la fuente de David. Cristo es también nuestro Cordero redentor en la era actual. Como tal Persona todo-inclusiva, Él ha vencido para abrir el rollo y sus siete sellos.