
Apocalipsis 14:1-4 revela a Cristo como el Cordero a quien las primicias vencedoras siguen. En la tipología del Antiguo Testamento, la gavilla de las primicias de la buena tierra era traída al templo y ofrecida directamente a Dios para Su disfrute. En la realidad del Nuevo Testamento, los ciento cuarenta y cuatro mil vencedores serán las primicias en la nueva creación de Dios ofrecida a Él directamente en el Lugar Santísimo celestial para Su satisfacción.
Estos primeros vencedores serán las primicias en la labranza de Dios. Así que, serán cosechados antes de la siega, como primicias para Dios y el Cordero. La cosecha será recogida más tarde, en los versículos del 14 al 16; esto quiere decir que los vencedores serán arrebatados a los cielos antes de la cosecha, tal como las primicias de la buena tierra eran segadas y llevadas al templo de Dios antes de la cosecha (Lv. 23:10-11). Éxodo 23:19 dice: “Lo primero de las primicias de tu tierra traerás a la casa de Jehová tu Dios”. Esto nos muestra que el arrebatamiento a los cielos es tipificado por las primicias que son llevadas a la casa del Señor para el disfrute de Dios. Los eventos relatados en Apocalipsis 14:6-13, los cuales transcurrirán durante la gran tribulación (Mt. 24:21), indican y prueban claramente que los primeros vencedores, las primicias de Apocalipsis 14:1-5, serán arrebatados antes de la gran tribulación, y que la cosecha en los versículos del 14 al 16, compuesta de la mayoría de los creyentes, será arrebatada al final de la gran tribulación.
Los ciento cuarenta y cuatro mil, las primicias para Dios y para el Cordero, en Apocalipsis 14 serán arrebatados al trono de Dios. Estos ciento cuarenta y cuatro mil, las primicias, no serán llevadas a los aires, sino directamente al cielo, incluso al monte Sion celestial, el centro de la Jerusalén celestial. Las primicias son una pequeña parte de la cosecha que madura primero. Esto significa que mientras el pueblo escogido de Dios crece en la tierra, un pequeño número de ellos llegará a ser las primicias, los vencedores.
Apocalipsis 14:1 dice: “Miré, y he aquí el Cordero estaba en pie sobre el monte Sion, y con Él ciento cuarenta y cuatro mil, que tenían el nombre de Él y el de Su Padre escrito en la frente”.
El Cordero, a quien los ciento cuarenta y cuatro mil creyentes vencedores siguen, está de pie sobre el monte Sion. En el universo hay dos Siones: uno en el cielo y el otro en la tierra. El Sion terrenal es uno de los montes sobre los cuales está asentada la ciudad de Jerusalén. El otro es el Sion celestial que está en el tercer cielo, donde actualmente están Cristo y el Padre. El Sion terrenal es reflejo del Sion celestial. En Apocalipsis 14:1 el monte Sion no se refiere al que está en Jerusalén en la tierra, sino al Sion que está en los cielos. El Sion celestial es el lugar final de reposo de los vencedores.
Según la tipología, las primicias son llevadas al templo para ser presentadas al Señor. Dios mismo disfruta la frescura de las primicias. En todo tipo de labranza se tienen los cultivos, el granero y el hogar del labrador. El granero siempre está en el trayecto entre los cultivos y la casa del labrador. El labrador no lleva las primicias al granero, sino a su hogar para disfrutarlas. Después, la cosecha es llevada al granero. El hogar de nuestro Padre es el templo en el monte Sion celestial. Por tanto, las primicias de Su labranza no serán traídas al “granero” en los aires, sino al templo que está en el monte Sion en los cielos. Después, la cosecha será traída al “granero”.
Las primicias en Apocalipsis 14 están ante el trono de Dios; ya no están en esta tierra. Esto significa que ellos han sido arrebatados. Ellos están sobre el monte Sion en los cielos, delante del trono de Dios. No están en los aires, sino en el trono, sobre el monte Sion. Esto se refiere al monte Sion en los cielos, donde mora Dios. Por tanto, las primicias no van a los aires, es decir, al granero, sino directamente al hogar del Padre en el tercer cielo.
Ciento cuarenta y cuatro mil debe ser un número real con un significado simbólico. Ciento cuarenta y cuatro mil es el resultado de multiplicar mil por doce por doce. Doce es el número que significa compleción en la administración eterna de Dios. El número ciento cuarenta y cuatro (Ap. 21:17) es doce por doce, que significa la compleción de las compleciones, la máxima compleción en toda su plenitud. Aquí el número es mil veces esta compleción final.
El número doce en la Biblia no está compuesto de seis más seis, sino de tres por cuatro. La Nueva Jerusalén es una ciudad de doces: los doce cimientos, los nombres de los doce apóstoles (v. 14), las doce puertas, los doce ángeles, los nombres de las doce tribus de Israel (v. 12), las doce perlas (v. 21), los doce meses y las doce clases de frutos (22:2). La altura de su muro según 21:17 es de ciento cuarenta y cuatro codos (doce por doce), y sus dimensiones en el versículo 16 son doce mil estadios (mil veces doce). En todo aspecto la Nueva Jerusalén es una ciudad de doces. Sabemos que el número doce en la Nueva Jerusalén está compuesto de tres veces cuatro por el hecho de que la ciudad tiene tres puertas en cada uno de los cuatro lados (v. 13). Sin duda alguna, el número tres representa al Dios Triuno. La descripción de la Nueva Jerusalén en los capítulos 21 y 22 revela al Dios Triuno. En 22:1 vemos el trono de Dios y del Cordero, del cual procede el río de agua de vida. Aquí tenemos al Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— que se imparte a Sí mismo a la ciudad. La ciudad misma representa a las criaturas de Dios, representadas por el número cuatro (4:6). En la Nueva Jerusalén no es cuestión de sumar el tres y el cuatro, sino de multiplicar el tres por el cuatro. Hoy en día nuestro número es el siete, como en las siete iglesias, los siete candeleros; pero en la eternidad nuestro número será el doce, el tres multiplicado por el cuatro, lo cual representa la mezcla del Dios Triuno con el hombre. Por tanto, el número doce representa la mezcla de la divinidad con la humanidad. Esta mezcla tiene por finalidad la compleción de la economía de Dios, la compleción de la administración de Dios en términos de Su economía.
En Apocalipsis 14 no tenemos simplemente el número doce, sino mil veces el doce por doce. El doce por doce denota la compleción en la administración de Dios con miras a la economía de Dios. Esto es similar a los títulos el Cantar de cantares, el Señor de señores yel Rey de reyes. Doce multiplicado por doce significa la compleción de compleciones. Esta compleción no es temporal, sino eterna. La Nueva Jerusalén proclamará al universo entero que el pueblo redimido por Dios será el doce de los doces, la compleción de las compleciones. Cuando estemos en la Nueva Jerusalén, seremos la compleción en la administración de Dios para el cumplimiento de la economía de Dios por la eternidad. Pero en el capítulo 14 tenemos mil veces el doce multiplicado por el doce, mil veces la compleción de compleciones. Mil veces el doce multiplicado por doce denota madurez sobre madurez. Éste es el significado del número ciento cuarenta y cuatro mil. Las ciento cuarenta y cuatro mil primicias son los creyentes que tienen por finalidad el cumplimiento del propósito eterno de Dios. En resumen, el número ciento cuarenta y cuatro mil indica que todo vencedor viviente forma parte de la compleción de la administración de Dios en el cumplimiento de Su economía por la eternidad. Ser un vencedor viviente es un asunto que reviste gran importancia. Ser una de las primicias es contribuir a la compleción de la administración de Dios para el cumplimiento de Su economía por la eternidad.
Apocalipsis 14:1 indica que los ciento cuarenta y cuatro mil tienen el nombre del Cordero y el nombre del Padre escritos en sus frentes. Existe un gran contraste entre ellos y los que adoran a la bestia y tienen el nombre de la bestia escrito en la frente (13:16-17). El nombre del Cordero y el nombre del Padre escritos en la frente de estos primeros vencedores significa que son uno con el Cordero y con el Padre, y que pertenecen al Cordero y al Padre. Esto también significa que los vencedores han llegado a ser iguales al Cordero y al Padre. Esto corresponde con Apocalipsis 3:12, donde dice que el Señor Jesús escribirá Su nombre nuevo sobre los vencedores. Esto indica que, a la postre, los vencedores llegarán a ser Cristo. Asimismo, que los vencedores lleven el nombre de Cristo, el Cordero, y de Su Padre, implica la unión y mezcla del Dios Triuno redentor con Su pueblo redimido. Esto es algo de extrema profundidad.
A continuación, Apocalipsis 14:4 dice: “Éstos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va. Éstos fueron comprados de entre los hombres como primicias para Dios y para el Cordero”. Las primicias son aquellos que siguen fielmente al Cordero. No es el Cordero el que nos sigue a nosotros, sino que nosotros le seguimos por dondequiera que va. Que los vencedores sigan al Cordero por dondequiera que va indica que ellos le disfrutan y le experimentan de continuo. Ellos siguen a Jesús y no son contaminados por las cosas terrenales. Todos tenemos que aprender la lección de seguirle a Él por dondequiera que va.
Apocalipsis 14 no dice que las primicias serán arrebatadas. Esto es debido a que tales vencedores siguieron al Cordero todo el tiempo. Debido a que ellos siempre estuvieron con el Cordero al seguirle por dondequiera que iba, los vemos en Apocalipsis 14 de pie con el Cordero sobre el monte Sion. Debido a que ellos ya están en la presencia del Señor, el arrebatamiento no les sobrevendrá como una sorpresa. En la actualidad, ellos viven en los cielos, y en el futuro estarán en los cielos, de pie con el Cordero sobre el monte Sion.
El requisito para crecer rápidamente a fin de llegar a ser una de las primicias es seguir al Cordero. Le seguimos por dondequiera que va, y al seguirle crecemos más rápidamente; entonces seremos las primicias.
Estos ciento cuarenta y cuatro mil que son las primicias habrán crecido hasta madurar antes que los demás. Que ellos hayan madurado más rápido es resultado de haber recibido el máximo suministro de parte del Señor. Al seguir al Cordero “por dondequiera que va”, este suministro ha sido la porción de ellos. Algunos entre nosotros se sienten satisfechos con el suministro que reciben procedente de las reuniones. Además de las reuniones, cuando están en casa, es probable que no busquen suministro alguno. Por supuesto, el suministro que reciben procedente de las reuniones es mejor que no recibir nada; pero hay algunos que están continuamente con el Señor, siguiéndole todo el día y cada día, y éstos reciben un suministro mayor. Dondequiera que estén y sea cual fuere la situación en la que se encuentren, ellos crecen. Esto implica que el Cordero al que ellos siguen les ministra de continuo el suministro de vida.
El principio según el cual llegamos a ser las primicias es que tenemos que seguir al Cordero por dondequiera que va. Sin embargo, seguir al Cordero no es algo externo, como si le siguiéramos tomándolo como nuestro ejemplo de manera externa. No es cuestión de que, debido a que el Cordero era paciente y humilde, nosotros tengamos que imitar Su paciencia y humildad, ni porque el Cordero vivía entregado absolutamente a Dios, nosotros también lo hagamos. Ésta es la manera natural de entender lo que significa seguir al Cordero. Si el elemento del Cordero no es infundido en nosotros, nos será imposible seguirle. A menos que seamos corderos, nos será imposible seguir al Cordero. Seguir al Cordero significa permitir que el Cordero entre en nosotros. Cuando el elemento del Cordero sea constituido en nuestro ser, de hecho formaremos parte del Cordero. No podremos ser lo que éramos antes porque habremos sido transformados. Nuestro ser transformado es la primicia. Debemos permitir que el elemento de Cristo sature y empape nuestro ser reconstituyéndonos con tal elemento. Aunque necesitamos orar más, si simplemente oramos de una manera común, no recibiremos el suministro. Es imprescindible que constantemente nos abramos al Señor. Tenemos que permitir que el elemento de Cristo, el divino elemento constitutivo de Cristo, opere en nosotros continuamente a fin de saturar y empapar todo nuestro ser.
Apocalipsis 14:4 es un versículo categórico con relación a crecer en Cristo en calidad de cordero. Quienes son fieles siguen al Cordero por dondequiera que va. Seguir a Cristo como Cordero es criarlo como un cordero con miras al holocausto. Podemos criar a Cristo como un cordero en nuestra vida diaria al vivirle como Aquel que es el Cordero.
El cordero tipifica a Cristo como Aquel que es obediente a Dios. Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra, Él fue absolutamente obediente a Dios. Filipenses 2:8 dice que Él se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz. La muerte de Cristo en la cruz fue la expresión más elevada de Su obediencia. En palabras de Romanos 5:18 y 19, a los ojos de Dios tal obediencia es considerada como un acto de justicia. La frase un solo acto de justicia se refiere particularmente a esa acción singular de Cristo en la cual Él fue obediente a Dios hasta la muerte de cruz.
Como un cordero, Cristo no solamente fue obediente para con Dios, sino que también fue manso para con los hombres. Isaías 53:7 dice: “Fue oprimido y afligido, / pero no abrió Su boca; / como cordero que es llevado al matadero, / y como oveja que ante sus trasquiladores permanece muda, / no abrió Su boca”. Según la Biblia, ser manso significa no oponer resistencia ni luchar contra lo que nos suceda, sino más bien sufrir los ataques y la opresión. La mansedumbre es una característica de los corderos. A diferencia de los perros y los gatos, que se defienden, los corderos no oponen resistencia. Los cuatro Evangelios revelan que Cristo fue obediente y también manso.
Debemos vivir a Cristo al tomarle como Cordero. Vivir por Él como Cordero significa que en un sinnúmero de asuntos le tomamos a Él como Aquel que es obediente a Dios. Tenemos a esta Persona como nuestra vida obediente, incluso como nuestra obediencia a Dios, y Él vive en nosotros tal vida de obediencia. En realidad, no somos nosotros los que somos obedientes. Es Cristo, el Obediente, quien vive en nosotros; es Cristo el Cordero por quien vivimos. A la postre, criaremos a Cristo en calidad de rebaño de corderos. Por supuesto, esto no significa que haya más de un solo Cristo. Cristo es únicamente uno, pero en términos de nuestra experiencia nosotros podemos tenerlo a Él de muchas maneras.
En Éxodo 29 el cordero no tiene por finalidad nuestra propiciación; más bien, el cordero es un holocausto que sirve de alimento para Dios. Éste fue ofrecido a Dios como Su alimento. Muchos cristianos jamás han oído que Cristo puede ser ofrecido no sólo para propiciación, sino también como alimento para ser ingerido por Dios. Por esta razón, Éxodo 29 no menciona la sangre con relación a los corderos. La sangre tiene por finalidad efectuar redención, propiciación y expiación; no es para ser ingerida como alimento. Pero los corderos ofrecidos como holocausto tenían por finalidad ser íntegramente el alimento de Dios (vs. 38-42).
Dios come Su alimento mediante el fuego. Cuando Dios viene a comer el alimento que hemos preparado para Él, Él lo ingiere mediante Su santo fuego consumidor. La manera de criar a Cristo como un cordero con miras al holocausto consiste en incinerarlo por completo. Esto significa que es absolutamente para Dios. Ninguna parte del cordero del holocausto era para el oferente o los sacerdotes. El cordero era el alimento de Dios y estaba destinado a ser ingerido íntegramente por Él. Tenemos que vivir por Cristo como Cordero, como Aquel que fue obediente a Dios y manso para con los hombres. Entonces en las reuniones tendremos a Cristo como muchos corderos para ofrecérselo a Dios en calidad de alimento para Su satisfacción.
Habiendo sido comprados de entre los hombres, los ciento cuarenta y cuatro mil son aquellos que siguen de manera absoluta al Cordero y que han llegado a ser las primicias para Dios y para el Cordero. Que ellos fueran comprados de la tierra indica que ellos son los redimidos, los que forman parte de la iglesia. La frase de la tierra es prueba de que ellos ya no están sobre la tierra, sino que fueron arrebatados a los cielos (Ap. 14:3).
En Apocalipsis 12 el arrebatamiento del hijo varón, quien combate contra el enemigo de Dios, cumple una función delante de Dios. Dios precisa que el hijo varón sea arrebatado a los cielos para combatir en la batalla contra Su enemigo a fin de que éste sea derrotado y arrojado a la tierra para el cumplimiento del propósito de Dios. Según este mismo principio, las primicias en el capítulo 14 no meramente disfrutan del arrebatamiento, sino que satisfacen la necesidad de Dios. Dios y el Cordero tienen necesidad de disfrute. Dios tiene hambre y sed. Él desea gustar de algunas primicias para Su propia satisfacción. Por un lado, el hijo varón cumple el propósito de Dios al derrotar a Su enemigo; por otro, las primicias tienen por finalidad satisfacer a Dios. Como primicias ofrecidas a Dios en el templo para Su satisfacción, los vencedores vivientes disfrutan del arrebatamiento con el fin de atender a la necesidad de Dios.
Debemos prestar atención a nuestra madurez a fin de que podamos ser las primicias que satisfacen el corazón de Dios. A fin de causar tal deleite a Dios es imprescindible que maduremos. Si todavía somos inmaduros, ¿cómo podremos ser las primicias y ser arrebatados? En lugar de ello, el Señor tendrá que dejarnos en el campo hasta que maduremos.
Para llegar a ser las primicias es imprescindible que amemos al Señor Jesús. Debemos decirle cuánto le amamos y debemos permanecer con Él amorosamente. Debemos dedicar nuestro tiempo a amar al Señor, diciéndole: “Señor, disfruto mirarte y conversar contigo. Señor, anhelo satisfacerte, ser uno contigo y permanecer en Tu presencia”. Debemos aprender a pasar tiempo amando al Señor Jesús de manera íntima. Si jamás hemos tenido tiempos así, estamos muy carentes. No es adecuado meramente no pecar, ni tampoco basta con simplemente ser buenos o correctos. Tenemos que estar enamorados del Señor. Todos debemos enamorarnos del Señor Jesús diciéndole: “Oh, Señor Jesús, te amo, y Tú sabes que te amo. Debido a que te amo, Señor, hay ciertas cosas que no haré”. Es de esta manera que somos vencedores vivientes. Aunque el Señor ciertamente precisa que el hijo varón combata contra Su enemigo, Él necesita aún más que las primicias, aquellos que le aman, le satisfagan.
Ya vimos que según la tipología las primicias eran traídas a la casa de Dios, al templo, para Su satisfacción. Esto incluso se cumple en el caso del Señor Jesús como primicias (1 Co. 15:20, 23). En la mañana de Su resurrección, el Señor no permitió que María le tocase. Le dijo: “No me toques, porque aún no he subido a Mi Padre” (Jn. 20:17). Aquí el Señor indicaba que Él tenía que presentar Su frescura en Su resurrección a Su Padre, pues Su Padre tenía que ser el primero en gustar la frescura de Su resurrección. Nosotros debemos aprender a presentarnos de manera fresca, íntima y amorosa al Señor para Su disfrute. Si nos negamos a hacer o tocar ciertas cosas simplemente debido a que tenemos temor que nos suceda algo, no estamos en el nivel más elevado propio de alguien que ama al Señor; más bien, estamos abajo en un nivel inferior. Tenemos que estar en el nivel más elevado, donde nos rehusamos a hacer ciertas cosas no a causa de nuestro temor, sino a causa del amor que sentimos por el Señor. Las hermanas desean estar con sus maridos en lugar de ir al hogar de sus padres debido a que ellas aman a sus maridos. Asimismo, debido a que amamos al Señor nos inhibiremos de hacer ciertas cosas. Tal vez tengamos la libertad para hacerlas y no sean incorrectas, pero simplemente debido a nuestro amor por el Señor Jesús no las haremos.
Debemos ser las primicias, aquellos que maduran temprano para satisfacción del Señor. Debemos declarar: “Señor, para Tu satisfacción, quiero madurar temprano. Señor, no me preocupa ser arrebatado; me preocupa Tu satisfacción. Quiero ser llevado a los cielos para satisfacerte. Señor, siempre y cuando pueda satisfacerte, no importa si estoy en la tierra o en el cielo”. Ésta es la actitud que tienen los vencedores vivientes.
Debido a que a las primicias no les importa dónde estén, no se nos dice explícitamente que ellas fueron arrebatadas, sino simplemente se nos indica que las ciento cuarenta y cuatro mil primicias están de pie con el Cordero sobre el monte Sion. Como ya indicamos, esto ciertamente no es el Sion que está en la tierra, sino el Sion que está en los cielos. Si somos uno de los vencedores vivientes, no hará ninguna diferencia para nosotros ser arrebatados o no. Debido a que ya estamos en la presencia del Señor, el arrebatamiento no nos sorprenderá. No importa si estamos en Su presencia aquí en la tierra o allá en el monte Sion. Cuando lleguemos allí, no estaremos sorprendidos. Aquellos que serán arrebatados como primicias no sentirán sorpresa alguna; más bien, dirán: “Señor Jesús, he estado contigo de continuo por años. No me importa si estoy en la tierra o en el cielo. No tengo sensaciones especiales por el hecho de estar aquí pues he estado en Tu presencia por años. He vivido en esta atmósfera por un largo período de tiempo”. Probablemente los de afuera se sorprenderían si nos vieran de pie sobre el monte Sion, pero no debiera ser una sorpresa para nosotros. Debe ser una experiencia común. Si verdaderamente amamos al Señor y vivimos en íntima comunión con Él, el arrebatamiento no será una sorpresa para nosotros, sino una experiencia ordinaria.
La iglesia como testimonio de Jesús es la labranza de Dios a fin de hacer crecer los cultivos divinos (1 Co. 3:9). Estos cultivos están conformados, primero, por las primicias —los ciento cuarenta y cuatro mil— quienes son una cantidad reducida; y después, por la mies en general, quienes son la mayoría (Ap. 14:1-5, 14-16). Esto indica que en la vida de iglesia todos debemos crecer. El versículo 4 nos muestra la manera de crecer. En referencia a las primicias, este versículo dice: “Éstos son los que no se contaminaron con mujeres, pues son vírgenes. Éstos son los que siguen al Cordero por dondequiera que va”. A fin de crecer debemos mantenernos alejados de toda contaminación. A Daniel y a sus tres amigos se les ofrecieron los mejores manjares en el palacio real de Babilonia, pero Daniel se había propuesto en su corazón no contaminarse ingiriendo alimentos que habían sido ofrecidos a los ídolos. De este modo, estos jóvenes se guardaron de toda contaminación (Dn. 1:5-6, 8). Actualmente en todos los lugares de la tierra se encuentra todo tipo de contaminación. Debemos tener cuidado de no contaminarnos y también debemos seguir a Jesús por dondequiera que va. Si seguimos a Cristo, no iremos a lugares donde hay entretenimiento mundano que nos contamina, pues Jesús jamás va allí. Si nos apartamos para el Señor, creceremos todos los días, y seremos las primicias producidas por la vida de iglesia.
Si tomamos en serio la vida de iglesia, creceremos en vida. En las iglesias locales está creciendo la mies. Si simplemente venimos a las reuniones de la iglesia y nos unimos al fluir de la vida divina, no seguiremos siendo los mismos, sino que creceremos en vida. La iglesia en nuestra localidad tiene que ser el suelo fértil, y todos tenemos que crecer en vida.
La iglesia es una labranza con la finalidad de cultivar a Cristo. Si asistimos a las reuniones de la iglesia, la vida divina dentro de nosotros comenzará a crecer y brotar. La vida divina dentro de nosotros hará de nosotros personas radiantes y resplandecientes debido a que la iglesia es la labranza de Dios. Algunos en esta labranza serán las primicias. Ellos madurarán primero porque crecen más rápidamente. En un campo de trigo los granos que maduran primero son los que están en el centro de dicho campo, mientras que los granos que se encuentran en la periferia maduran al último. Éstos tienen que ser dejados en el campo por un período más prolongado a fin de ser azotados y calcinados por el sol intenso. Entonces estos granos también madurarán y estarán listos para ser cosechados. Si deseamos madurar temprano a fin de estar entre las primicias, debemos estar en el centro de la vida de iglesia. No debiéramos quedarnos en la periferia de la vida de iglesia. Si permanecemos en los confines de la vida de iglesia, podríamos perdernos el arrebatamiento de las primicias y ser dejados en la tierra para que maduremos durante la gran tribulación.
En la actualidad, Dios lleva a cabo Su mover en los vencedores al crecer en ellos (Col. 2:19). Él hace que ellos maduren a fin de llegar a ser un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef. 4:13; Col. 1:28b). La madurez es producida por nuestro crecimiento en vida. En Efesios 4 vemos que crecemos en todo en Aquel que es la Cabeza y que todo el Cuerpo causa el crecimiento del Cuerpo (vs. 15-16). Este crecimiento es producido por el crecimiento de Dios en nosotros. El crecimiento es la operación de Dios, y tal operación es el mover de Dios.
Según la descripción presentada en Apocalipsis 14, las primicias son los santos que han sido saturados con el Señor Jesús. Ellos son los que han sido completamente ocupados y poseídos por Cristo hasta alcanzar la madurez. Debemos sentir un gran pesar por tantos hijos del Señor que parecen ignorar la necesidad de madurar o que parecen ser descuidados o insensibles con respecto a esta necesidad. ¡Cuán serias repercusiones tiene el hecho de que somos labranza de Dios, la mies de Dios! Debemos considerar cuánto hemos madurado. ¿Formaremos parte de las primicias o de la cosecha en general? Debemos recibir estas palabras con la debida seriedad y llevar este asunto al Señor.
Todos debemos prestar oído a tal advertencia y comprender que debemos madurar. Todos debemos orar: “Señor, ten misericordia de mí para que pueda formar parte de las primicias y llegar a ser un vencedor”. Debemos ver el propósito y la intención de Dios, y debemos ver nuestra responsabilidad de cooperar con Él. Debemos disfrutar a Cristo, participar de Él y tomarle hasta que alcancemos la madurez.
Cristo es la semilla, Él es el crecimiento, Él es la transformación e, incluso, Él mismo es las primicias y la cosecha. Todo aquel que gane al máximo de Él estará en la parte superior de la cosecha y formará parte de las primicias. Las primicias a las que se refiere Apocalipsis 14 serán co-reyes con Cristo en el milenio.