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Mensajes del libro «Conclusión del Nuevo Testamento, La (Mensajes 415-436)»
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LA CONCLUSIÓN DEL NUEVO TESTAMENTO

MENSAJE CUATROCIENTOS TREINTA Y TRES

EXPERIMENTAR, DISFRUTAR Y EXPRESAR A CRISTO EN APOCALIPSIS

(30)

  En este mensaje continuaremos considerando a Cristo, quien es el Marido de la Nueva Jerusalén.

g. Cristo como árbol de la vida crece a ambos lados del río de agua de vida

  Apocalipsis 22:1 dice: “Me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle”. Procedente del trono de Dios y del Cordero fluye el río de agua de vida, y en este río crece el árbol de la vida como una vid que se extiende. El río de agua de vida en la Nueva Jerusalén representa al Espíritu consumado. A la postre, el Espíritu de Dios será un río. Este río de agua de vida está en la única calle en espiral de la ciudad. En toda la ciudad hay sólo una calle. La calle con el río desciende en espiral por el monte para llegar a todas las áreas de la ciudad y sus doce puertas. La calle es la comunicación que nos ministra infundiéndonos; ésta es la comunicación ministradora que riega toda la ciudad para que la ciudad beba. El árbol de la vida, el Cristo suministrador de vida, es una gran vid que crece a ambos lados del río para nutrir a toda la ciudad con su alimento. El trono de Dios tiene por finalidad que Él ejerza Su gobierno, el río tiene por finalidad que seamos regados y el árbol de la vida tiene por finalidad que seamos nutridos. El Dios Triuno gobierna, sirve, riega y alimenta a toda la ciudad.

  El árbol de la vida representa a Dios mismo en Cristo como suministro de vida para nosotros (Gn. 2:9; Jn. 1:4; 14:6). Este árbol es la corporificación de la vida. Según la revelación divina, en el universo entero únicamente Dios mismo es vida. Este Dios que es vida se halla absolutamente corporificado en Cristo (Col. 2:9). Cristo es el árbol de la vida, y en este árbol de la vida se halla el pleno disfrute de todas las riquezas de la vida.

  En resumen, el árbol de la vida en la Biblia es una figura del Dios Triuno corporificado en Cristo a fin de ser la sustancia de la vida divina. Este árbol es bueno para que el hombre lo ingiera y se alimente de él (Gn. 2:16; Jn. 6:57b) a fin de que el hombre sea reconstituido con Dios como el elemento constitutivo de vida. Por tanto, el hombre y Dios llegan a estar orgánicamente unidos y a vivir juntos como una sola persona (15:5; Fil. 1:20-21a). Colosenses 3:4 dice que Cristo es nuestra vida. Por tanto, debemos ingerirlo a Él como nuestro suministro, como la sustancia de la vida divina, en la cual podemos ser victoriosos y vencedores, e incluso podemos reinar en Su vida eterna (Ro. 5:17). Finalmente, seremos co-reyes con Cristo en el reino milenario (Ap. 3:21; 20:4).

  Poseemos dos vidas. Poseemos la vida natural, la vida humana, y poseemos la vida espiritual, la vida divina. La vida natural es simplemente nuestro yo, y la vida divina es también una persona: Cristo. Cada uno de nosotros tiene dos personas: una es nuestro yo y la otra es Cristo en nosotros. Tenemos la vida procedente de Adán y la vida que es Cristo mismo en nosotros. Todos debemos vivir por Cristo, la vida divina, no por nosotros mismos, la vida natural.

  Actualmente debemos disfrutar a Dios como nuestra vida y nuestro suministro de vida. Al disfrutar al Señor como nuestro suministro de vida tendremos nuestro vivir diario, nuestro andar, nuestra obra y la edificación de las iglesias. Entonces todo cuanto tengamos será conforme al elemento divino de Dios, no conforme a nuestros propios conceptos.

  El árbol de la vida es una de las características destacadas de la Nueva Jerusalén. En los primeros dos capítulos de la Biblia vemos el cielo viejo, la tierra vieja, el huerto viejo, a Adán y el árbol de la vida (Gn. 1:1; 2:7-9). En los dos últimos capítulos de la Biblia vemos el cielo nuevo, la tierra nueva y la ciudad con el árbol de la vida (Ap. 21:1-2; 22:2). En esta ciudad no vemos a Adán, sino a Israel y los apóstoles, quienes representan al nuevo hombre. En el huerto de Génesis estaba el viejo hombre; en la ciudad presentada en Apocalipsis está el nuevo hombre corporativo. En el huerto estaba el árbol de la vida, y en la ciudad también está el árbol de la vida. El cielo y la tierra han cambiado, el huerto se ha transformado en la ciudad y el primer hombre fue transformado en un nuevo hombre corporativo. Pero el árbol de la vida permanece inmutable. Todo ha sido cambiado o mejorado, excepto el árbol de la vida. De principio a fin, el árbol de la vida sigue siendo el mismo; el árbol de la vida jamás cambia.

1) El árbol de la vida revelado en la Biblia

  En la Biblia el árbol de la vida es mencionado primero en Génesis 2, y procede hasta el final de la Biblia en Apocalipsis 22. Al inicio de la relación de Dios con el hombre, en Génesis 2, Dios puso al hombre frente al árbol de la vida (vs. 8-9). Inmediatamente, Dios llevó a este hombre de Sus manos creadoras al árbol de la vida. Esto indica que lo que Dios quería que el hombre hiciera era que comiera del árbol de la vida. El árbol de la vida es una señal, cuyo significado es que el Dios creador es el suministro de vida para Su hombre creado.

  Salmos 36:9 dice: “Contigo está la fuente de la vida”. Según este versículo, con Dios está la fuente de la vida. El árbol de la vida tiene que estar relacionado con la vida, la cual está en Dios. Por tanto, Dios es la fuente, el origen, de la vida. Juan 1:4 dice: “En Él estaba la vida”. El pronombre Él en este versículo se refiere a la Palabra en el versículo 1, quien es Dios mismo. En la Palabra, quien es Dios, está la vida. En Juan 14:6 Cristo vino y nos dijo: “Yo soy [...] la vida”; en 10:10 Él declaró: “Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia”; y en Juan 15:1 Él dijo: “Yo soy la vid verdadera”. Aparte de Cristo, toda vid es falsa; únicamente Él es la vid verdadera. Una vid es un árbol, y si consideramos juntos estos dos asuntos de la vida y el árbol tenemos el árbol de la vida. El árbol de la vida es el Dios Triuno corporificado en Cristo. Cristo, como corporificación del Dios Triuno, es la vida en la vid. Por tanto, Cristo es el árbol de la vida.

  Después, en Apocalipsis 2:7 el Señor Jesús dijo que al que venza Él le daría a comer del árbol de la vida. Al final de la Biblia tenemos la ciudad santa con el río que fluye con el agua viva (22:1). En la corriente del agua viva crece el árbol de la vida (v. 2). El árbol de la vida cumple por la eternidad lo que Dios se propuso desde el principio (Gn. 2:9). El camino al árbol de la vida le fue cerrado al hombre debido a la caída (3:22-24); no obstante, le fue abierto a los creyentes mediante la redención efectuada por Cristo (He. 10:19-20). Hoy en día, disfrutar a Cristo como el árbol de la vida es la porción común a todos los creyentes (Jn. 6:35, 57). En el reino milenario, los creyentes vencedores disfrutarán a Cristo, el árbol de la vida, como su recompensa (Ap. 2:7). Finalmente, en el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad, todos los redimidos de Dios disfrutarán a Cristo, el árbol de la vida, como su porción eterna (22:14, 19).

2) El árbol de la vida es una vid

  El árbol de la vida es una vid, no un pino. Un pino crece dirigiéndose hacia el cielo, pero una vid crece extendiéndose a fin de llegar a las personas. Puesto que Cristo es una vid, todos pueden ser partícipes de Su fruto. En la Nueva Jerusalén el árbol de la vida crece como una vid, cerca de la tierra y en ambas orillas del río. Es un solo árbol, pero crece a ambos lados del río. Si el árbol de la vida fuese alto como un pino y su fruto estuviera en la cima, su fruto estaría demasiado elevado para que podamos alcanzarlo sin dificultad. Pero el árbol de la vida es una vid que llega a nuestra altura y, por tanto, nos resulta fácil obtener su fruto. El árbol de la vida se extiende y avanza a lo largo de la corriente del agua de vida a fin de que el pueblo de Dios lo reciba y disfrute.

  El árbol de la vida como una gran vid es el alimento que está disponible, el nutrimento, para los redimidos por Dios en la eternidad; por tanto, es el pulso vital de la Nueva Jerusalén. Cristo es la vid y nosotros somos los pámpanos (Jn. 15:5). Él es la centralidad y universalidad de la economía de Dios, y la economía de Dios tiene su consumación en la Nueva Jerusalén. La centralidad y universalidad de esta ciudad santa es el árbol de la vida, la vid más grande del universo. Esta vid incluye a nuestro Dios, nuestro Señor, nuestro Amo, nuestro Padre, nuestro Señor Jesucristo y nosotros mismos. Nosotros formamos parte de esta vid porque somos sus pámpanos.

  En la Nueva Jerusalén, el máximo ítem es el árbol de la vida. Si en la ciudad santa no estuviera el árbol de la vida, no habría alimento por el cual los redimidos por Dios pudieran vivir. El centro de la Nueva Jerusalén es el árbol de la vida para alimentar y nutrir a toda la ciudad. La Biblia comienza y termina con el árbol de la vida como centro a fin de que se lleve a cabo una unión orgánica entre Dios y nosotros por medio de que nosotros bebamos a Dios como agua de vida y le comamos como árbol de la vida. El agua de vida sacia nuestra sed desde nuestro interior por medio de que nosotros bebamos, y el árbol de la vida nos nutre desde nuestro interior por medio de que nosotros comamos. En la Nueva Jerusalén esto equivale a permanecer en la unión orgánica. Por la eternidad estaremos orgánicamente unidos con Dios todos los días y a cada minuto al comerle y beberle. Este árbol nutritivo es el centro de toda la Nueva Jerusalén. La historia de la Biblia es que Dios hizo del árbol de la vida el centro.

3) La calle, el río y el árbol

  Allí donde está la calle, está el río; y donde está el río, crece el árbol de la vida. Una vez entramos por la puerta, tenemos ante nosotros tres cosas: la única calle sobre la cual andar, el único río del cual beber y el único árbol del cual alimentarnos.

  En medio de la calle está el río; por tanto, la calle espontáneamente llega a ser las dos orillas del río. El árbol de la vida crece como una vid en ambas orillas del río. La calle, el río y el árbol están relacionados entre sí. Después que entramos por las puertas de perla y estamos en la calle de oro, de inmediato tenemos el río que fluye. A lo largo de la corriente de agua viva está el árbol de la vida.

  La calle de la ciudad santa es de oro puro (Ap. 21:21). El oro simboliza la naturaleza divina. El río de agua de vida corre “en medio de la calle” (22:1), lo cual significa que la vida divina fluye en la naturaleza divina como el único camino para la vida diaria del pueblo redimido de Dios. Donde fluye la vida divina, allí también está la naturaleza divina como el camino santo por el cual anda el pueblo de Dios, y donde está el camino santo de la naturaleza divina, allí también fluye la vida divina. La vida y la naturaleza divinas como camino santo son inseparables. Así que, el río de agua de vida, que procede de Dios, está disponible a lo largo del camino divino, y nosotros podemos disfrutar del río al andar en este camino de vida.

  La calle es las dos orillas del río en las cuales crece el árbol de la vida, y la calle representa la naturaleza divina como nuestro camino santo. Cuando tomamos el camino que se conforma a la naturaleza de Dios, la vida de Dios fluye dentro de nosotros. Cuando actuamos en conformidad con la naturaleza de Dios, inmediatamente percibimos que la corriente de vida nos riega dándonos refrigerio.

  Cuando andamos y nos movemos en la naturaleza de Dios, no solamente percibimos la corriente de vida dentro de nosotros, sino también el suministro de vida, el nutrimento de vida y el alimento espiritual. Cuando tomemos el camino divino, la calle de la naturaleza de Dios, tendremos la vida que fluye en nosotros y el suministro de vida que nos nutre. De día en día, mientras vivimos tal vida y andamos en conformidad con la naturaleza de Dios, disfrutamos el agua de vida y el árbol de la vida como nuestro suministro. Todos necesitamos experimentar día tras día la calle divina de oro con el río de agua de vida y el árbol de la vida en medio de la calle, lo cual significa que el agua de vida y el suministro de vida fluyen en el camino divino. Esta vid, el árbol de la vida, crece dentro de la calle y a lo largo de ella. Por tanto, en medio de la comunión está el árbol de la vida.

  Si no hacemos caso a la naturaleza divina que nos regula internamente, el fluir en nuestro interior se detendrá. En contraste con ello, si hacemos caso a tal regulación interna, nos encontraremos caminando en la calle de oro y percibiremos que el fluir interno ha sido intensificado y fortalecido. También percibiremos que el fluir interno nos trae el rico suministro de vida. Esto es lo que significa andar en la calle de oro, participar del río que fluye y disfrutar todas las riquezas del árbol de la vida.

  Siempre que todo nuestro ser se sujeta a la autoridad como Cabeza que ejerce el Dios redentor, Su trono es establecido dentro de nosotros. Procedente de este trono fluye el río de vida. Este río de vida corre en medio de la calle de oro, y a lo largo de este río que fluye está el árbol de la vida, el cual es una vid que crece a lo largo del río como nuestro rico suministro de vida. El trono está aquí, a la espera de que nos sujetemos a la posición y autoridad como Cabeza del Dios redentor. Siempre y cuando nos sujetemos a esta autoridad, el Espíritu vivificante de inmediato fluye dentro de nosotros y nos encontramos en la calle de oro. Al andar en la calle de oro, descubrimos que el fluir interno del Espíritu vivificante es maravilloso, nos refresca, nos satisface y nos abastece. A lo largo de esta corriente de agua viva están las riquezas del árbol de la vida que crecen por el fluir del río. Esto significa que allí donde el río está, también está el árbol de la vida para ser nuestro suministro. En nuestra experiencia debemos tener un trono, el fluir del agua de vida y a Cristo como árbol de la vida que crece dentro de nosotros de manera muy práctica. Éste no es un entendimiento doctrinal, sino algo absolutamente relacionado con la experiencia en vida.

  La calle comienza desde la cima del monte, la cual representa a Dios mismo, a fin de llegar a las doce puertas de la ciudad. Como vimos, en medio de esta calle está el río de agua de vida del cual fluyen las riquezas de Dios para ser nuestro suministro. La calle con el río es un tráfico de doble sentido, que desciende y sube en espiral. Este venir e ir es la comunión. Todo el que entra en la ciudad por medio de las puertas de perla participa en la misma comunión. Esta comunión comienza desde Dios mismo como la fuente y llega hasta todas las doce puertas, lo cual significa que llega a todos los que entraron en la ciudad a fin de llevarlos de regreso a Dios.

  Los seres humanos necesitan de alimento como suministro que les nutre, y sin el agua no podrían sobrevivir. Nosotros necesitamos agua para beber, la cual corresponde al alimento que ingerimos. El árbol de la vida es para que seamos nutridos, y el río de agua de vida es para que bebamos. Para nuestro crecimiento en la vida divina, Cristo nos nutre y el Espíritu apaga nuestra sed, y el crecimiento de la vida divina tiene por finalidad la edificación de la ciudad como la constitución orgánica del Dios Triuno procesado mezclado con Sus elegidos tripartitos que Él regeneró, transformó y glorificó.

  El río de vida fluye procedente del trono y desciende por el monte en espiral para finalmente llegar hasta todas las doce puertas en los cuatro lados. Esto indica que el fluir del Dios Triuno riega toda la ciudad. Todas las áreas de la ciudad reciben el suministro de vida, debido a que el árbol de la vida crece en el río y el río llega a todas las partes de la ciudad. El árbol de la vida es una vid que crece a ambos lados del río. Únicamente tal como una vid podría, su crecimiento sigue el fluir del río. El río avanza en espiral, y el árbol crece del mismo modo. Es como una vid que da muchos giros mientras crece a lo largo de la corriente del río de vida. Siempre que el río fluye, el árbol de la vida crece. Por tanto, el suministro de vida está en la corriente de vida. Actualmente en la vida de iglesia tenemos el fluir del río de vida, esto es, el fluir del Espíritu vivificante. Con este Espíritu vivificante tenemos a Cristo como el árbol de la vida para que sea nuestro suministro de vida.

  En toda la Biblia los libros que hablan más claramente acerca del fluir de Dios como vida son Ezequiel y Apocalipsis. Ezequiel y Apocalipsis nos muestran el fluir del agua viva. Ezequiel 47:1 habla del río que fluye procedente de la casa de Dios. El versículo 9 dice: “Todo aquello adonde llegue este río vivirá”, y el versículo 12 dice: “Junto al río, en la ribera, a uno y otro lado, crecerá toda clase de árboles para comida. Sus hojas no se marchitarán ni faltará su fruto, sino que cada mes darán nuevo fruto, porque sus aguas fluyen del santuario. Y su fruto será para alimento, y sus hojas para sanar”. Apocalipsis 22:1-2 dice: “Me mostró un río de agua de vida, resplandeciente como cristal, que salía del trono de Dios y del Cordero, en medio de la calle. Y a uno y otro lado del río, estaba el árbol de la vida, que produce doce frutos, dando cada mes su fruto; y las hojas del árbol son para la sanidad de las naciones”. Tanto en Ezequiel como en Apocalipsis, por ende, tenemos un río que fluye procedente de Dios mismo trayendo consigo el suministro de vida.

  Por la eternidad, la Nueva Jerusalén será ricamente suministrada por el agua de vida y por el árbol de la vida. Por medio de este abundante suministro de vida, la unidad de la Nueva Jerusalén será mantenida por siempre. La división no será posible en la ciudad santa. La luz resplandecerá en toda la ciudad, y la vida regará y suministrará la ciudad. Esta vida y esta luz eliminarán toda posibilidad de división. Incluso las naciones que rodean la nueva ciudad estarán en unidad. En aquel entonces, todas las cosas en el cielo y en la tierra serán reunidas bajo una cabeza en Cristo (Ef. 1:10). En esto consistirá la unidad eterna, universal y máxima. Esta unidad será guardada y conservada en vida y con luz.

4) Produce doce frutos, dando cada mes su fruto para los santos

  Apocalipsis 22:2 dice que el árbol de la vida produce doce frutos, dando su fruto cada mes. Los frutos del árbol de la vida serán el alimento de los redimidos de Dios por la eternidad. Estos frutos siempre serán frescos, producidos cada mes, doce frutos por año. Cada mes habrá una cosecha, y el árbol de la vida producirá doce frutos para ser nuestro suministro de vida. Esto muestra que hoy en día nuestro Dios Triuno corporificado en Cristo es nuestro disfrute.

  Nuestra experiencia no debiera ser como la de los hijos de Israel que comieron el mismo alimento, el maná, todos los días por cuarenta años. Debemos obtener frutos nuevos, esto es, nuevas experiencias de Cristo. Algunos queridos santos disfrutan el mismo fruto por veinte años. Ellos testifican de su experiencia de Cristo un año, y muchos años después testifican de la misma experiencia. Con el tiempo, no les quedan ganas de repetir su testimonio. Sus experiencias son buenas, pero demasiado viejas. Tenemos necesidad de experiencias nuevas de Cristo.

  El hecho de que hay doce frutos significa que el fruto del árbol de la vida es rico y suficiente para el cumplimiento de la administración eterna de Dios. El significado del número doce es la compleción eterna en términos de la administración de Dios con miras a Su economía. Dios nos redimió para que disfrutásemos el árbol de la vida, y este disfrute tiene por finalidad que Dios ejerza Su administración en Su economía eterna.

  Que se mencione “cada mes” indica que en el cielo nuevo y la tierra nueva, la luna seguirá sirviendo para determinar los doce meses. El sol también existirá y separará el día y la noche en períodos de doce horas cada uno. Siete es el número que representa la iglesia y significa que Dios es añadido a Su criatura, el hombre, en la dispensación actual, mientras que doce es el número que representa la Nueva Jerusalén y significa que Dios se mezcla con el hombre en Su administración eterna. En la Nueva Jerusalén podemos ver los doce cimientos, en los cuales están inscritos los nombres de los doce apóstoles; las doce puertas, que son doce perlas, en las cuales están inscritos los nombres de las doce tribus; y los doce frutos del árbol de la vida. Con respecto al espacio, la ciudad en sí abarca doce mil estadios, mil por doce, en cada una de sus tres dimensiones, y su muro mide ciento cuarenta y cuatro codos, doce por doce. Con respecto al tiempo, en el cielo nuevo y la tierra nueva hay doce meses en el año, doce horas en el día y doce horas en la noche.

  El fruto producido por el árbol de la vida es comestible (Gn. 2:9), bueno para nutrirnos. El agua de vida apaga nuestra sed, y el árbol de vida nos nutre, nos alimenta y nos satisface orgánicamente (Ap. 22:14; 2:7). Como árbol de la vida, Cristo es un árbol frutal que sirve de alimento. Él es una vid llena de vida para ser ingerida. Por la eternidad, estamos destinados a comer a Cristo como el árbol de la vida, el cual es la plena expresión de Jesucristo. Las riquezas de Cristo están destinadas a ser comidas y disfrutadas por nosotros.

  Una vid no produce material para la construcción de un edificio, sino únicamente frutos comestibles. El fruto de la vid cumple dos propósitos. Primero, el fruto tiene por finalidad la propagación y la multiplicación de la vid; segundo, sirve de alimento para proporcionar nutrimento a los que comen de él. Actualmente Cristo es esta vid, la cual lleva fruto para Su propagación y multiplicación, así como también para nutrirnos.

  Cuando una iglesia local está llena de los frutos de vida, produciendo un fruto nuevo cada mes, la abundancia de vida puede manifestarse plenamente. Toda iglesia local debería ser un lugar donde la gente se alimenta, es nutrida, es regada y queda satisfecha. Sin embargo, ésta no es la situación en muchas iglesias locales debido a que el trono de Dios está ausente en esas iglesias. La abundancia de vida fluye procedente del trono. Cuando el trono de Dios está establecido en una iglesia, la vida fluye. En cuanto la vida fluye, somos regados, somos refrescados y nuestra sed es apagada. Cuando la gente toca tal iglesia, toca el agua viva y la vida misma, y espontáneamente es satisfecha.

  Nuestro destino y nuestra porción por la eternidad será el disfrute del árbol de la vida y del agua de vida. La Biblia concluye con una promesa y un llamado. La promesa se halla en Apocalipsis 22:14, que dice: “Bienaventurados los que lavan sus vestiduras, para tener derecho al árbol de la vida”. El llamado se encuentra en Apocalipsis 22:17, que dice: “El que quiera, tome del agua de la vida gratuitamente”. Por tanto, la Biblia entera concluye con este asunto de comer y beber, con el hecho de disfrutar a Dios como árbol de la vida y beber de Él como agua de vida.

5) Las hojas del árbol son para la sanidad de las naciones

  El versículo 2 dice: “Las hojas del árbol son para la sanidad de las naciones”. En la Biblia, las hojas simbolizan las acciones del hombre (Gn. 3:7). Según el relato bíblico, la primera vez que el hombre usó hojas fue para cubrirse. Las hojas del árbol de la vida simbolizan las acciones de Cristo. Los creyentes regenerados comen del fruto del árbol de la vida, recibiendo a Cristo como su vida interior y su suministro de vida para disfrutar la vida divina por la eternidad, mientras que las naciones restauradas son sanadas por las hojas del árbol de la vida, tomando las acciones de Cristo como aquello que las guía y regula externamente de tal manera que puedan vivir la vida humana por siempre. Cuando las naciones vean la manera en que el Señor Jesús actúa y se conduce, Sus acciones se convertirán en fuente de sanidad para ellas, y esta sanidad sustentará por siempre la vida humana de ellas.

  En la Biblia las hojas denotan el buen comportamiento cristiano del hombre. La buena conducta puede sanar la corrupción del hombre. Cuando disfrutamos a Cristo como árbol de la vida, los incrédulos son regulados por nuestra conducta, la cual manifestamos al vivir a Cristo. Por ejemplo, si hay un grupo de familias de santos que viven en un mismo edificio de apartamentos y ellos se conducen de manera apropiada y con modestia, tal conducta afectará a todos los que vivan en ese edificio. Tal testimonio sería de mucha ayuda para la predicación del evangelio.

  Según Mateo 14:34-35, cuando Jesús y los discípulos llegaron a Genesaret, la gente de aquel lugar trajo al Señor a todos los que estaban enfermos. El versículo 36 dice: “Le rogaban que les dejase tocar solamente los flecos de Su manto; y todos los que lo tocaron, quedaron totalmente sanos”. El poder sanador salió, no procedente del ser interior de Cristo, sino de los flecos de Su manto. El manto del Señor representa las obras justas de Cristo, y los flecos representan el gobierno celestial (Nm. 15:38-39). La virtud que llega a ser el poder sanador procede de las obras de Cristo, las cuales son gobernadas por los cielos. Según Números 15, el fleco del vestido representa las virtudes del pueblo de Dios que anda conforme a Sus preceptos. Este fleco era hecho con una cinta azul. Esto revelaba que su andar diario era regulado por el gobierno celestial de Dios, como lo indica el color azul, el color celestial. Cuando Jesús estuvo en la tierra como un hombre, Él anduvo de este modo; Su andar diario fue regulado por los mandamientos celestiales de Dios. Por tanto, estaba presente en Él cierta virtud que fluía procedente de Él para sanar a otros.

  La sanidad que tiene lugar en la vida de iglesia no es un producto que provenga principalmente del ser interior del Señor Jesús; más bien, es primordialmente fruto de la virtud propia del vivir humano del Señor. En la vida de iglesia experimentamos la presencia del Señor con nosotros en el “mar” en medio de los “vientos contrarios” (Mt. 14:24). Su presencia prepara el camino para que Su virtud fluya a fin de alcanzar a los enfermos y sanarlos. Este tipo de sanidad difiere de la sanidad milagrosa efectuada por el poder divino. La vestidura de Jesús no representa Su divinidad; más bien, representa las acciones justas propias de Su humanidad. Su humanidad llevaba la marca de la cinta azul, esto es, de estar regulada por el gobierno celestial. Esto produjo una virtud capaz de sanar a los enfermos. Esta clase de virtud puede ser expresada únicamente por medio de la vida de iglesia apropiada en la que Jesús está presente.

  En el cielo nuevo y la tierra nueva, las hojas del árbol de la vida tienen por finalidad la sanidad de las naciones; es decir, la virtud propia de la humanidad de Cristo sanará a las personas. En Mateo, después que la barca llegó a su destino, la virtud de las obras humanas del Señor era tan prevaleciente que todo tipo de enfermedades fueron sanadas (vs. 34-36). Asimismo, cuando en la actualidad tenemos una vida de iglesia apropiada en la que contamos con la presencia del Señor, entre nosotros está presente la humanidad elevada de Jesús. Esta humanidad elevada posee la virtud representada por los flecos de la vestidura de Cristo. Si nosotros, miembros de la iglesia, manifestamos una vida de iglesia apropiada y vivimos por Cristo, entonces manifestaremos en nuestro vivir Su excelsa humanidad. En esta clase de vivir estará presente la virtud con el poder para sanar a quienes nos rodean. Tenemos que expresar en nuestro vivir la humanidad elevada de Jesús a fin de manifestar la virtud que puede sanar a quienes nos rodean. Que los demás sean sanados significa que su carácter corrupto es cambiado. Quienes están alrededor de la vida de iglesia se encuentran en oscuridad y corrupción. Pero si los que conformamos la iglesia manifestamos en nuestro vivir la humanidad elevada de Cristo, esto hará que el poder sanador fluya impartiéndose en los demás.

  Los hijos de Dios son regenerados para ser la nueva creación. Los pueblos de Dios no son regenerados sino restaurados a la condición que tenían al ser creados, la cual habían perdido debido a la caída de Adán. Mediante la redención de Cristo los cielos, la tierra y toda cosa creada fue reconciliada con Dios, redimida para ser llevada de regreso a Dios (Col. 1:20). La redención no guarda relación con la vida divina; ser redimidos no es lo mismo que ser regenerados. Que los cielos y la tierra hayan sido redimidos no significa que hayan sido regenerados. La redención efectuada por Cristo no es solamente para nosotros, las personas regeneradas, sino también para todas las cosas que están en los cielos y en la tierra (v. 20; He. 2:9). Las ovejas en el reino milenario y los pueblos de Dios que están fuera de la Nueva Jerusalén estarán compuestos de personas restauradas y redimidas, pero son personas que jamás fueron regeneradas y jamás lo serán. La Nueva Jerusalén será la composición de todas las personas regeneradas, salvas y transformadas. Pero las naciones estarán allí simplemente como un pueblo natural que fue restaurado. Desde la Nueva Jerusalén un grupo de reyes y sacerdotes gobernará a las naciones restauradas.

  Después que Cristo destruya a todos los malvados, establecerá Su trono en la Jerusalén actual para reunir a todas las naciones que hayan quedado y juzgarlas (Mt. 25:32-46). Él las separará como un pastor separa las ovejas de los cabritos. Ellos serán juzgados en base a cómo hayan tratado a los hermanos del Señor durante los tres años y medio de la gran tribulación. Las ovejas son quienes ayudaron a los hermanos del Señor —los judíos y los cristianos— durante la gran tribulación. Estas ovejas heredarán el reino preparado para ellas desde la fundación del mundo. Los de las naciones que trataron deficientemente a los hermanos de Cristo serán considerados como cabritos. Ellos irán directamente al lago de fuego, al igual que el anticristo y el falso profeta. Las naciones que son las ovejas estarán en la tierra nueva como pueblo de Dios por la eternidad. Ellos conformarán las naciones restauradas y purificadas que estarán fuera de la ciudad, la gente que no fue regenerada para tener la vida increada de Dios pero que, en su vida creada, ha sido restaurada a su condición original y se conserva por siempre mediante las hojas del árbol de la vida (Ap. 22:2b). Todos los redimidos por Dios, incluyendo a los santos del Antiguo Testamento, los santos del Nuevo Testamento y los judíos que fueron salvos durante el milenio, serán los reyes que reinen sobre las naciones en la esfera de la vida eterna (v. 5b; 21:24), quienes continuarán permaneciendo en el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad. El fruto del árbol de la vida será nuestro alimento en base al cual viviremos. El árbol de la vida será el Dios Triuno procesado y consumado que viene a ser nuestra vida para siempre. Pero las hojas del árbol de la vida serán el elemento sanador que sustente por siempre a las naciones restauradas.

  Las naciones son restauradas milagrosamente, pero los creyentes son sustentados por la vida. Nosotros no somos las naciones; somos los hijos producto de la regeneración y sustentados por el disfrute del fruto del árbol de la vida, es decir, por la esencia del árbol de la vida. Ahora disfrutamos la Nueva Jerusalén como la compleción de la economía neotestamentaria de Dios. Por la eternidad disfrutaremos la vida y únicamente la vida. No disfrutaremos ninguna otra cosa excepto la vida.

  En resumen, en el cielo nuevo y la tierra nueva el árbol de la vida cumple dos funciones. Una función es la de producir el fruto que alimenta a los creyentes, y la otra función es la de producir hojas para la sanidad de las naciones. La sanidad es algo milagroso. La sanidad milagrosa por medio de las hojas del árbol de la vida guarda relación con el cuerpo físico de las naciones. El fruto del árbol de la vida que alimenta a los creyentes está relacionado con la vida divina dentro de ellos.

h. Cristo es el Rey eterno, quien reina con todos los santos por los siglos de los siglos

  Apocalipsis 11:15 dice: “Él reinará por los siglos de los siglos”. Apocalipsis 22:5 dice que los creyentes “reinarán por los siglos de los siglos”. Reinar por siempre será la bendición final dada a los redimidos por Dios en la eternidad. Reinar de este modo es el resultado, la consumación gloriosa, eterna y corporativa de nuestra experiencia actual de reinar en vida por medio de la abundancia de la gracia y del don de la justicia, lo cual redunda en vida eterna. Ésta es una bendición que disfrutaremos por la eternidad en el cielo nuevo y la tierra nueva. Seremos reyes que reinarán por siempre sobre las naciones.

  Debemos recordar que somos miembros de la familia real, reyes de la familia regia. Incluso mientras estamos en un restaurante debemos recordar que somos reyes comiendo allí. Somos reyes nacidos en el cielo; por tanto, jamás debiéramos vender nuestro estatus real. Si consideramos que somos reyes, no actuaremos con ligereza, ni conversaremos descuidadamente ni nos conduciremos malvadamente. Incluso podemos predicar el evangelio con esto en mente. Podemos decir a los demás que somos reyes, y después comenzar a predicar el evangelio diciéndoles: “La Biblia me dice que por ser hijo de Dios, soy un rey”. Hay muchas maneras de predicar el evangelio; tenemos necesidad de esta clase de predicación vital del evangelio.

  En la eternidad los creyentes, como hijos de Dios y constituyentes de la Nueva Jerusalén, seremos todos reyes. Los ángeles serán nuestros siervos (He. 1:13-14). Ellos son los siervos de la familia real, y nosotros somos los reyes sobre las naciones. Éste es el reino de Dios en la eternidad.

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