
Lectura bíblica: Job 38:1-2; 42:1-6
Los que sirven al Señor deber ver que la obra redentora de Dios se lleva a cabo mediante la cooperación del hombre. Si vemos esto, comprenderemos más claramente que toda nuestra obra tiene que ser iniciada por Dios, y no por nosotros. Todo nuestro servicio y obra deben ser iniciados por Dios, y no por nosotros. Aunque sepamos esto en doctrina, no es fácil de experimentarse.
Todos los que laboramos para el Señor en los diversos lugares y todos los hermanos responsables de las iglesias debemos considerar cuánto de la obra que realizamos en el servicio de Dios es iniciado por Dios y cuánto es iniciado por nosotros. Independientemente de la calidad de la obra que hicimos, de todo lo que hemos realizado en el pasado ¿cuánto fue iniciado por Dios? Éste es efectivamente un asunto crucial. Toda nuestra obra y servicio en la iglesia tiene que ser iniciado por Dios y tiene que ser según Su deseo.
Todo lo que sea iniciado o comenzado por el hombre, independientemente de que sea para Dios, es una actividad religiosa. A los ojos de Dios, esta clase de actividad no es un servicio ni una obra Suya. Dios considera como un servicio y una obra que le rendimos a Él sólo lo que Él ha iniciado y comenzado.
Dios desea que el hombre coopere con Él, pero Él no quiere que éste inicie nada. Todo lo que es iniciado por el hombre es una actividad religiosa. Para un incrédulo, cualquier clase de actividad cristiana es una actividad religiosa, pero según nuestro conocimiento de Dios, hay dos tipos de actividades: una es una actividad religiosa, y la otra es una acción iniciada por Dios. Esta última no es una actividad religiosa. Una acción que es iniciada por Dios surge a raíz de que Dios motiva al hombre. Frecuentemente, un hombre no piensa en Dios ni tiene en su corazón el deseo de servir a Dios, pero Dios viene a él para motivarlo y conmoverlo, al revelársele a él, dándole un mandato, un llamamiento y cierta dirección, de modo que él recibe algo de parte de Dios y no puede hacer otra cosa sino actuar. Esta clase de acción no está relacionada con la religión; más bien, proviene de Dios y es iniciada por Dios.
La Biblia muestra que la primera generación que sirvió a Dios después de Adán incluyó a sus hijos, Abel y Caín. Caín era el hermano mayor y Abel era el menor. Externamente, los dos tenían cierto concepto de Dios. Tanto Abel como Caín trajeron una ofrenda a Jehová (Gn. 4:1-5). La ofrenda de Abel no era una actividad religiosa, pero la ofrenda de Caín sí lo era. Pese a que ambos servían a Dios, la ofrenda de Abel no era una actividad religiosa, porque su ofrenda provenía de Dios, y no de él mismo. Dios anhelaba un sacrificio en conformidad con el camino de fe que Abel siguió. Hebreos 11:4 dice: “Por fe Abel ofreció a Dios más excelente sacrificio que Caín”. Según Romanos 10:17, la fe viene por el oír; por lo tanto, la ofrenda de Abel vino por el oír. Él creyó en Dios. Ofreció un sacrificio en respuesta a la palabra de Dios; lo ofreció porque oyó la palabra de Dios. Abel recibió una revelación mediante la palabra de Dios; él oyó la palabra de Dios. Luego, él creyó, y por fe ofreció un sacrificio a Dios.
Después de la caída de Adán, Dios mostró al hombre la redención mediante el derramamiento de la sangre de un sacrificio. La redención mediante el derramamiento de la sangre de un sacrificio fue iniciada y estipulada por Dios. Dado que Abel oyó, vio y entendió esto, él ofreció un sacrificio según la instrucción de Dios. La ofrenda de Abel no procedía de sí mismo sino de Dios; ésta había sido revelada, estipulada y ordenada por Dios. De manera que, la ofrenda de Abel no fue una actividad religiosa. En obediencia al mandato de Dios, Abel ofreció sacrificio según la instrucción de Dios y le rindió servicio a Dios.
A la inversa, la ofrenda de Caín no procedía de Dios, sino de él mismo. Aunque él conocía a Dios, pensaba en Dios y adoraba a Dios, ofreció un sacrificio conforme a él mismo. Por lo cual, se trataba de una actividad religiosa. Él ofreció a Dios el fruto de la tierra; esto no era conforme a lo que Dios había estipulado, mandado ni ordenado; esto provenía de su propio pensamiento. La ofrenda de Caín fue íntegramente una actividad religiosa. Tal vez él haya pensado: “Si ofrezco la obra de mis manos a Dios, a quien sirvo con toda sinceridad, Él estará muy complacido conmigo. Puesto que he de adorarle, debo ofrecerle a Él de lo que yo mismo he trabajado”. La manera en que Caín hizo las cosas según su parecer no provenía de Dios, sino de él mismo.
En la vida de iglesia, cuando vemos que alguno tiene gran celo por Dios, usualmente lo admiramos y elogiamos. Sin embargo, alguien que ha sido iluminado por Dios se preocupará por saber si tal celo proviene de Dios. Una persona puede dar la impresión de que trabaja mucho y está consagrada a Dios, pero su celo por Dios podría surgir del hombre, y no de Dios. Es muy factible ofrecer algo como lo hizo Caín, y no como lo hizo Abel. Según nuestra comprensión natural, pensamos que Dios estará contento siempre que trabajemos para Él y prediquemos el evangelio a fin de salvar a los pecadores y presentarlos a Dios. Sin embargo, lo que a Dios le interesa es si lo hacemos según nuestra opinión o según Su revelación. ¿Es nuestro celo hacia Él y es nuestra ofrenda de sacrificios para nosotros mismos o para Él? Esto es lo que a Dios le interesa.
Dios no rechazó a Caín porque éste pecó, sino porque no adoró ni ofreció sacrificios según la manera de Dios. Podemos pensar que Dios nos aceptará y se agradará en nosotros siempre y cuando prediquemos el evangelio, le rindamos servicio a Él y laboremos fervientemente para Él. Éste es un concepto religioso. Una persona que ha sido iluminada por Dios no se atrevería a pensar ni a ver las cosas de esta manera, y tal persona también se examinará a sí misma, preguntándose: “¿Mi celo proviene de mí mismo o de Dios? Al predicar el evangelio y al laborar para Dios, ¿le causo beneficio o daños a la iglesia? ¿Mi consagración a la iglesia y mi obra para Dios se originan en Dios? ¿Es mi servicio como el de Abel, o se origina en mí mismo así como el de Caín?”. Sólo aquellos que se examinan a sí mismos de esta manera pueden servir a Dios apropiadamente.
Génesis nos muestra que Caín no cometió el pecado de asesinato inmediatamente, sino que lo hizo algún tiempo después. Caín no mató a su hermano Abel desde el principio. Caín sirvió a Dios, tenía celo por Dios y trajo ofrendas a Dios. Sin embargo, su servicio, su ofrenda y su celo se originaban en sí mismo, no en Dios; por eso, Dios no lo tomó en cuenta. En nuestro servicio, ¿realmente valoramos a Dios y le tememos? ¿Sentimos temor de que lo que hacemos para Dios no proceda de Dios, sino de nosotros mismos? ¿Tememos que nuestras actividades piadosas puedan ser catalogadas de rebeldes y pecaminosas ante los ojos de Dios? Dios ha ordenado que laboremos de cierta manera, ¿pero nosotros rechazamos Su mandato y laboramos de otra manera? ¿Tenemos temor de ofrendarle a Dios el fruto de la tierra en vez de los sacrificios de animales? ¿Tememos que nuestra obra y servicio no procedan de Dios, sino de nosotros mismos? Así como sentimos temor de enojarnos, ¿también sentimos temor en nuestra predicación del evangelio, en nuestro celo, en nuestro servicio y en nuestra consagración? Deberíamos sentir temor en estas cosas tanto como tenemos temor de pecar y caer.
Si somos alumbrados, sentiremos temor en nuestro servicio. Podríamos ver que nuestro servicio es como el de Caín, no como el de Abel. El siervo del Señor debe tener temor de que su obra, e incluso su capacidad para predicar el evangelio y echar fuera demonios, no sea un servicio para Dios. Una actividad religiosa alude a cualquier servicio y adoración que no se origina en la revelación, el mandato o la dirección de Dios. Un hombre puede saber de Dios y mostrar celo al hacer cosas para Dios según su propia perspectiva, pero esto sólo es una actividad religiosa. Todo lo que no sea revelado, mandado ni llamado por Dios es una actividad religiosa, aun si es hecho para Dios. Comenzando desde Adán en el Antiguo Testamento y continuando hasta el final del Nuevo Testamento, vemos que las actividades de una persona que sirve a Dios tienen que originarse absolutamente en Dios, y no en el hombre.
Noé no edificó un arca porque él tuviera un sueño y luego se volviera celoso al respecto. Génesis muestra que en aquel tiempo Noé no tenía tal pensamiento o idea. Más bien, un día Dios vino a Noé, y le dijo que edificara un arca. Éste fue el origen de la edificación del arca (Gn. 6:14—7:5). Edificar el arca ni siquiera era parte de la consideración de Noé; él tampoco podía imaginarse que vendría un diluvio ciento veinte años después. Ni siquiera las medidas y los métodos usados para edificar el arca eran conforme a su propia imaginación, sino conforme a lo que Dios había determinado (6:14-16). Esto muestra que el servicio de Noé provenía de Dios.
Continuemos este hilo con el caso de Abraham. ¿Abraham sirvió y adoró a Dios porque sus padres sirvieron y adoraron a Dios? ¿Sirvió y adoró conforme a la tradición de sus padres? No. La Biblia muestra que Abraham era de la tierra de los caldeos, los cuales estaban involucrados con los ídolos (11:31; Jos. 24:2). Más tarde, él dejó su país, que era una tierra de idolatría. Sin embargo, Abraham no salió voluntariamente, ni fue él quien inició ese mover. Mientras él continuaba viviendo al otro lado del río y adoraba ídolos al igual que los gentiles, Dios vino a él y lo llamó, diciendo: “Vete de tu tierra, / de tu parentela / y de la casa de tu padre” (Gn. 12:1). Abraham no pensaba en salirse; más bien, Dios, quien había venido a llamarle, le urgió que saliera. Cada mover que hubo en la vida de Abraham revela la característica particular de la aparición de Jehová. La aparición de Dios fue el motivo de todas las acciones de Abraham. Todas sus acciones estaban regidas por la aparición de Dios. Con la excepción de que él descendió a Egipto y cayó (12:9—13:4), todas las acciones de Abraham fueron aceptadas por Dios porque provenían de Dios como resultado de Su aparición.
Moisés temía y conocía a Dios, y tenía gran celo por los hijos de Israel, porque así había sido educado por su familia. Incluso mató a un egipcio por amor a los israelitas (Éx. 2:7-12). Sin embargo, según el relato de la Biblia, todas esas cosas le eran inútiles a Dios. Durante un periodo de cuarenta años, Moisés experimentó el trato disciplinario de Dios en el desierto a tal punto que todas sus capacidades humanas le fueron quitadas. Para este tiempo, él no estaba interesado en ninguna intención humana ni en ninguna actividad religiosa. Tenía casi ochenta años de edad, y ciertamente se debió haber preguntado si podría hacer algo más que pastorear un rebaño. Él ya no pensaba en la adoración a Dios ni en la liberación de los hijos de Israel. Para él, esas cosas no significaban nada.
Sin embargo, cuando él sintió que todo había llegado a su fin, Dios vino a él y lo llamó, diciendo: “Te enviaré a Faraón para que saques de Egipto a Mi pueblo, los hijos de Israel” (3:10). Dios vino para enviar a Moisés. El hecho de que Moisés liberara a los hijos de Israel no se originaba en sí mismo, sino en Dios. Además, todas sus acciones relacionadas con la liberación de los hijos de Israel fueron conforme a la instrucción de Dios. Las acciones de los hijos de Israel, tales como degollar los corderos, guardar la pascua y cruzar el mar Rojo, no provenían de la imaginación de Moisés, ni eran idea suya, sino que se derivaban de la instrucción que Dios le dio. Dios en persona guiaba a los hijos de Israel por cada estación que ellos pasaban.
Cuando Moisés llegó al pie del monte Sinaí con el fin de edificar el tabernáculo, él siguió el modelo que Dios le mostró en el monte; ninguna desviación le estaba permitida (cap. 40). Esto muestra que el servicio genuino puede venir solamente de Dios, y no de nosotros. Todo lo que procede de nosotros es una actividad religiosa; solamente lo que proviene de Dios es un servicio conforme a la revelación.
Ahora debemos considerar el caso de David, quien verdaderamente creyó en Dios. Él venció a todos los enemigos al confiar en la gracia de Dios, y fue hecho rey y llevó una vida pacífica en su palacio. Al contemplar su situación, sintió que le debía algo a Dios, porque vivía en ese gran palacio mientras que Dios tan sólo moraba en un tabernáculo. Sintió que esto era injusto para Dios, así que tuvo celo por edificar un templo para Dios (2 S. 7:1-3). ¿Aceptó Dios la idea de David? Dios aceptó el deseo de David de cuidar de Dios y amarle, pero rechazó la intención y determinación de edificarle casa a Dios, quien de inmediato envió al profeta Natán a preguntarle a David: “¿Tú me has de edificar casa para que more Yo en ella?” (v. 5). Dios rechazó la buena intención de David.
Ningún asunto relacionado con nuestro servicio a Dios debería ser determinado por nosotros. Es correcto que amemos a Dios, pero Dios no quiere que pensemos en hacer algo para Él. Tener el deseo en nuestro corazón de servirle a Él es aceptable, pero nuestra decisión de hacer algo para Él no es aceptable. Dios dijo: “¿Tú...?”. Dios no quiere que decidamos nada en favor de Él. No le competía a David decidir edificar o no edificar el templo. Nada debe ser iniciado por nosotros; únicamente Dios puede iniciar algo. Dios le respondió a David: “Jehová te declara que Jehová te hará casa” (v. 11), como para decir: “David, tú no sabes lo que estás diciendo cuando hablas de edificarme casa a Mí. Soy Yo quien te hará casa a ti”.
David era alguien que verdaderamente temía a Dios. Él no era como algunos cristianos hoy en día que edifican “una iglesia” cuando les place. Tales personas piensan que siempre que ellos tengan el dinero y el deseo, pueden hacer lo que quieran cuando quieran. Sin embargo, en David vemos a una persona que temía a Dios. Aunque él tuvo la oportunidad, vio la necesidad y tenía la capacidad de edificar el templo para Dios, él se detuvo. La edificación del templo parecía ser necesaria, así como predicar el evangelio parece ser algo bueno. Sin embargo, si algo es iniciado por el hombre, Dios dirá: “Cálmate”. Cuando el hombre deja de iniciar cosas, Dios inicia y da un mandato.
Cuando leemos la Biblia, debemos ver la luz en estos ejemplos. En el asunto del servicio, nadie puede iniciar nada para Dios. No hay límite respecto a cuánto debemos amar a Dios o volver nuestro corazón a Él. Lo que Dios requiere de nosotros es nuestro amor y nuestro corazón, pero no podemos sobrepasar los límites. Podemos amarle y respetarle, pero no decidir qué debemos hacer a continuación. Dios es Aquel que decide, y nosotros debemos esperar. Cuando Él da un mandato, podemos laborar. Debemos amar a Dios y esperar Su mandato; debemos buscar Su voluntad y esperar Su revelación. Así como los esclavos vistos en el Antiguo Testamento amaban a sus amos y les dejaban que les horadaran las orejas con lezna junto al poste de la puerta, nosotros tenemos que centrarnos en esperar el mandato de nuestro Amo (Éx. 21:6).
Muchos cristianos no sólo aman a Dios, sino que también aman a las personas, al mundo y a su familia. Cuando ellos se vuelven celosos por Dios, de inmediato desean hacer cosas para Dios. Ésta es la situación del cristianismo actual. La confusión que impera en el cristianismo no es causada por los que son tibios, sino por los que son celosos. A causa de su celo por Dios, ellos edifican una capilla tras otra; debido a que aman a Dios, ellos establecen una escuela tras otra. La confusión que impera en el cristianismo sería más leve si menos cristianos amaran a Dios; tal confusión aumenta a medida que haya más cristianos que amen a Dios. Está bien que ellos amen a Dios, pero a pesar de tener el debido amor para con Dios, muchos cristianos andan en el camino equivocado. Sólo debemos amar a Dios; no debemos iniciar nada para Dios.
En verdad, admiro la condición que David tenía delante de Dios. Si David no hubiera temido a Dios, después de haber oído la palabra de Natán, él podría haber pensado: “¿De qué estás hablando? Yo estoy en el palacio; poseo dinero y autoridad. Hay una necesidad, y yo quiero cooperar al tomar cierta acción. ¿No es ésta la voluntad de Dios?”. Quizás David le dijese a Natán: “Sé que eres profeta, pero ¿sólo tus palabras cuentan? ¿Acaso otras palabras no cuentan?”. Sin embargo, puesto que David temía a Dios, no reaccionó ante Natán; más bien, se detuvo. Poder detenerse no es nada insignificante. El hecho de detener la edificación del templo es un asunto notable.
La hermana M. E. Barber dijo: “El que no puede dejar de trabajar por causa de Dios, tampoco puede trabajar por causa de Dios”. Ésta es una buena palabra cargada de experiencia. David sabía que Dios necesitaba un templo, pero cuando la palabra de Dios vino a él, inmediatamente dejó de laborar. Él se detuvo debido a motivos no relacionados con cierta necesidad o falta de capacidad; más bien, él se detuvo porque Dios no quería que él trabajara. El hecho de que David fue capaz de no trabajar para Dios es una muestra de su espiritualidad. Si estuviésemos en el lugar de David, ¿nos habríamos detenido? Las oportunidades llegarán, pero también nos puede llegar una palabra de Dios, diciendo: “No debes hacer nada. Detente. Cambia de planes. Lo único que cuenta es Mi decisión”. Muchos que tienen celo por Dios no pueden oír una palabra así. Ésta es la razón por la cual muchos obreros de Dios no pueden trabajar para Él. Que Dios abra nuestros ojos.
El hecho de que David se detuviera representa un testimonio doble en el universo. Primero, toda obra que se lleve a cabo en el universo debe proceder de Dios, y no del hombre. Segundo, lo único que cuenta es lo que Dios hace para el hombre, no lo que el hombre hace para Dios. David quería edificar un templo para Dios, pero Dios dijo que Él le edificaría una casa a David, de la cual sería establecido un reino. Aun después que Dios le había dicho esto, David cayó dos veces. Primero, él asesinó a Urías y usurpó a Betsabé, la esposa de éste (2 S. 11:2-17, 26-27). Segundo, él contó a los hijos de Israel (24:1-10). Es asombroso que después del asesinato de Urías, Betsabé le dio a David un hijo, Salomón, y que después que Dios disciplinara a David por contar al pueblo, según la instrucción de Dios, David le ofreció sacrificios a Dios en una parcela de tierra que después vino a ser el sitio donde se edificaría el templo (vs. 18-25; 1 Cr. 21:1; 2 Cr. 3:1).
Tanto el hijo como el sitio para la edificación del templo fueron el resultado de que David recibiera el perdón de sus pecados. Los que pueden ver esto inclinarán su cabeza y adorarán a Dios, diciendo: “No somos nosotros los que podemos hacer algo para Ti, sino que eres Tú el que hace algo para el hombre”. Debemos aprender en lo profundo de nuestro ser que Dios sólo desea nuestra cooperación; Él no necesita que hagamos algo para Él. Aun si pudiéramos hacerlo, Dios no lo necesita; Él sólo necesita nuestra cooperación. Tenemos que cesar todas nuestras opiniones, decisiones e ideas; necesitamos dejarle hablar, dejar que Él entre y dejar que Él mande. Todo lo que debemos hacer es cooperar con Él.
En el Antiguo Testamento tenemos muchos ejemplos, y no podemos abarcarlos todos. Sin embargo, veremos dos ejemplos hallados en el Nuevo Testamento. En el monte de la Transfiguración, Pedro vio que el rostro del Señor resplandeció como el sol, y que Sus vestidos se volvieron tan blancos como la luz (Mt. 17:2). Pedro se sintió motivado en su celo y dijo al Señor: “Haré aquí tres tiendas: una para Ti, otra para Moisés, y otra para Elías” (v. 4). Esto muestra que nuestras opiniones siempre acompañan a nuestro celo. Cuando alguien nos ama, tendremos dificultades, porque las opiniones siempre aparecen cuando alguien nos ama. Aquellos que nos aman siempre nos traen sus opiniones, además de su corazón.
Cuando laboré para el Señor en la China continental, mucha gente sabía que a mí me gustaba más comer bollos de pan cocidos que arroz blanco, pero los sureños no sabían cómo hacer los bollos de pan cocidos. En 1934 fui a predicar el evangelio en Pingyang en la provincia de Chekiang. Los hermanos y hermanas allí me amaban mucho. Ellos me atendían todos los días y hacían bollos de pan cocidos en cada comida. Incluso contrataron a un cocinero para que los hiciera, pero yo no podía comer esos bollos crudos y duros debido a un problema estomacal. Daba mensajes tres veces al día, pero yo casi no tenía energías porque no podía comer mucho. Un día cuando no lo pude soportar más, les dije amablemente a los hermanos que sería mejor para mí si pudieran cocer los bollos un poco más de tiempo. Los hermanos de inmediato respondieron que los bollos habían sido hechos por un experto. Yo no podía responderles. Después de laborar en Pingyang por tres semanas, mi cuerpo se derrumbó por completo. Los hermanos estaban llenos de amor, pero también trajeron consigo sus opiniones, diciéndome que comiera ésta o aquella clase de alimento. Si estos hermanos y hermanas me hubiesen preguntado lo que yo podía comer y lo hubiesen preparado como corresponde, la situación habría sido enteramente diferente. Muchas esposas causan dificultades similares a sus esposos debido al amor que tienen por ellos.
En el monte de la Transfiguración, tan pronto Pedro vio que el Señor se transfiguró, se sintió bien y sugirió hacer tres tiendas. De inmediato se oyó una voz desde el cielo, que decía: “A Él oíd” (v. 5). El Señor Jesús no escuchó a Pedro, y Pedro no necesitó dar más opiniones ni hacer más decisiones. No necesitamos dar opiniones ni mandatos; el Señor Jesús debe dar el mandato. Que nunca olvidemos esto: cuando Pedro dijo al Señor que él haría tres tiendas, una para el Señor, otra para Moisés y otra para Elías, inmediatamente una voz del cielo dijo: “Éste es Mi Hijo, el Amado, en quien me complazco; a Él oíd”. Aquellos que sirven al Señor deben aprender esta lección. No deberíamos ofrecer opiniones e ideas siempre que servimos al Señor; más bien, necesitamos estar callados y oír Su mandato.
Pablo era Saulo antes de su conversión (Hch. 13:9). Cuando era Saulo, no era un gran pecador; más bien, era un fariseo que temía a Dios y obedecía la ley y era celoso y piadoso. Sin embargo, todas sus actividades eran actividades religiosas que no tenían revelación ni luz de Dios; todas se basaban en las ideas de Saulo. Él siguió las tradiciones de sus padres y fue instruido a los pies de Gamaliel (22:3). Sin embargo, el Señor le salió al encuentro en el camino a Damasco. Fue sólo entonces que Saulo preguntó: “¿Qué haré, Señor?” (v. 10). ¡Bendito sea el que hace esta pregunta! Todos deberíamos preguntarle al Señor: “¿Qué haré?”, en lugar de decirle: “Esto es lo que haré”. El Señor le respondió: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer” (9:6; 22:10). El Señor le dijo a Pablo lo que debía hacer. Pablo no lo decidió; más bien, el Señor le mostró una visión. Ver una visión no se basa en nuestras decisiones. Nosotros no deberíamos decidir; sólo Dios debe decidir.
Todos los que sirven a Dios deben ver un principio que emana de estos ejemplos: la obra de Dios necesita la cooperación del hombre, pero no requiere la iniciativa del hombre. Ninguna obra debería ser iniciada por nosotros. Toda obra debería ser iniciada por Dios. Él manda, Él llama y Él ordena. Deberíamos oírle a Él sin reservas. Cuando Él nos da una orden, deberíamos obedecerle; cuando Él nos hace una exigencia, deberíamos aceptarla.
Por último, debemos preguntarnos cómo podemos conocer el mandato de Dios. ¿Cómo podemos conocer la voluntad y la revelación de Dios? ¿Cómo sabemos qué es lo que Dios quiere que hagamos? Job 38:2 dice: “¿Quién es éste que oscurece el consejo / con palabras sin conocimiento?”. Esta palabra contiene varias implicaciones. Job era una persona temerosa de Dios; era sumamente piadoso para con Dios. Al mismo tiempo, él verdaderamente quería a Dios, e incluso Dios se jactó de que “no hay otro como él en la tierra, varón perfecto y recto” (1:8). Ni siquiera Satanás podía negar que Job era un varón perfecto. No obstante, la perspectiva y la opinión de Job no habían sido quebrantadas. En lo que respecta a amar a Dios, realmente amaba a Dios, pero él conservaba perspectivas muy marcadas; en términos del temor de Dios, Job temía mucho a Dios, pero conservaba sus propias opiniones. El debate entre Job y sus amigos muestra que Dios se había escondido. En todo el libro Job es el que más habla. Dios intervino sólo después que las palabras de Job y de sus amigos se habían agotado.
Si no permitimos que Dios intervenga porque no se nos acaban las palabras, no seremos aptos para entender la voluntad de Dios debido a que todavía estamos muy llenos por dentro. Éste es nuestro problema. Nuestro Dios tiene la capacidad de permanecer en silencio. Cuando los amigos de Job discutían con él, Dios fue muy paciente. Él se hizo a un lado y dejó que todos hablaran; Él comenzó a hablar sólo después que todos habían acabado. El único prerrequisito para recibir la revelación de Dios es que detengamos nuestras palabras, nuestra opinión, nuestra perspectiva y nuestro yo. Si bien es fácil decir la palabra detenernos, no es fácil detenernos. La mejor forma de detenernos es morir; una vez que morimos, nos detenemos.
Las palabras del hombre oscurecen el consejo de Dios. La opinión de una persona se expresa en sus palabras, y sus palabras equivalen a su opinión. Según Dios, las palabras del hombre oscurecen Su consejo. Por consiguiente, cuando Job habló, Dios se escondió. Después, Job comprendió que mientras él hablaba, Dios permanecía callado. Cuando tenemos una opinión y queremos iniciar algo, Dios se detiene y se esconde. Esto es lo que necesitamos ver.
Cuando la Biblia habla de Satanás, a veces lo hace en referencia a la opinión del hombre. Mateo 16 relata un segundo incidente relacionado con Pedro. Cuando Pedro trató de impedir que el Señor fuese a Jerusalén y sufriera, el Señor le dijo: “¡Quítate de delante de Mí, Satanás! [...] porque no pones la mente en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (v. 23). Luego, Él dijo: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo” (v. 24). Todo esto alude a las opiniones e ideas del hombre. Cuando Job dijo: “Me aborrezco” (Job 42:6), él se estaba refiriendo a sus opiniones, perspectivas e ideas. Cuando servimos en los diversos lugares con el objeto de guiar y administrar a las iglesias, el mayor problema que confrontamos son las opiniones. Tan pronto una persona tiene deseos de servir al Señor y se vuelve ferviente, sus opiniones se harán manifiestas. En esos momentos Dios se esconde y retira Su voluntad. Dios interrumpirá todo lo que nosotros iniciemos. En cuanto a servir a Dios, debemos detenernos a nosotros mismos a fin de darle a Dios la plena oportunidad de hablar. Esto requiere que nos ejercitemos.
Pregunta: En nuestro servicio al Señor, la mayor dificultad es que no sabemos cómo entender la voluntad de Dios ni cómo tocar la palabra de Dios. Realmente es difícil detenernos a nosotros mismos. Recientemente, hemos percibido cierta aridez en nuestro servicio. Luego, el Señor añadió a varias hermanas de Taiwán, y sentimos que deberíamos ir a visitarlas, pero dos hermanos dijeron que no deberíamos ir. De manera que, no sabíamos si deberíamos detenernos o ir a visitarlas. Después que oramos, algunos sintieron que no deberíamos apresurarnos demasiado e ir antes de tiempo, no sea que las hermanas se retiraran. Sin embargo, finalmente fuimos a verlas, y no hubo ningún incidente. Quiero preguntar: ¿Cómo sabemos si cierto asunto proviene de nosotros mismos o de Dios?
Respuesta: Los que sirven al Señor tienen que ver a cabalidad, al menos una vez, que su servicio debe originarse en Dios. Muchos no han visto al Señor en el servicio que rinden a Dios; piensan que es bueno servir siempre que uno sirva a Dios. Son muchos los que comparten esta clase de pensamiento y perspectiva. Por consiguiente, el problema básico es si hemos o no hemos visto, al menos una vez, que nuestro servicio a Dios tiene que originarse en Él, y no en nosotros mismos.
Si todos tenemos esta luz, nuestros problemas se resolverán fácilmente. Sin embargo, muchos no han recibido esta luz. Antes bien, ellos tratan de analizar si su servicio es según la voluntad de Dios y si es de alguna ayuda. Esto no es sino caer en la mente. El asunto básico aquí es que hemos de postrarnos al recibir la iluminación de Dios y al ver que nuestro servicio a Dios tiene que proceder de Él, y no de nosotros. Ver y recibir esta luz nos llevará a experimentar un avance en este asunto de no tener la osadía de iniciar nada pertinente al servicio de Dios. Seremos iluminados interiormente a tal punto que no iniciaremos nada en cuanto a este asunto de servir a Dios. Hay una frase en la lengua china que dice: “Un becerro recién nacido no le teme al tigre”. Esto significa que un becerro tierno no le teme a nada. Está incluso dispuesto a tocar un tigre, pero si un día el tigre lo asustara y lo hiriera, el becerro nunca más se atreverá a tocarlo. Algunos de nosotros somos como un becerro recién nacido en cuanto a este asunto de servir a Dios. En el Antiguo Testamento fue solamente después que Uza fue muerto por Dios (2 S. 6:6-8) que David comprendió que no podía iniciar nada en el servicio de Dios.
No estamos hablando de principios triviales, sino más bien de una cuestión fundamental: en nuestro servicio al Señor, tenemos que tener una experiencia decisiva y llegar a un punto definido a fin de que seamos alumbrados por el Señor para ver que nuestro servicio tiene que ser de Dios, y no de nosotros mismos. Si hemos visto este asunto básico, será más fácil ponerlo en la práctica.
¿Cómo discernir si algo es una opinión? Una opinión es algo que proviene de nosotros y que nosotros iniciamos. Cuando algo es iniciado por nosotros, nos causa disfrute y nos agrada. Todo lo que nosotros iniciemos llevará nuestro sabor y será nuestra gloria. De manera que, cuando un servicio es iniciado por nosotros conforme a nuestra opinión, éste frecuentemente estará vinculado con nuestro disfrute, preferencia y gloria. Cuando cierto asunto es iniciado por nosotros, lo disfrutamos y lo amamos; es más, a menudo pensamos que es algo muy bueno.
En un sentido negativo, a menudo nos molestamos cuando confrontamos problemas y dificultades en algún servicio u obra que se origina en nosotros, especialmente si nuestro servicio y nuestra obra se malogran y destruyen. Sin embargo, cuando nuestro servicio y obra se originan en el Señor, podemos alabarle a Él aun si nos encontramos con problemas.
Si tengo un empleo en el cual trabajo siguiendo las órdenes de un director, podría ser que yo sufra un revés y no pueda cumplir bien con mi empleo. Si encuentro un obstáculo y no logro superarlo, deberé reportarlo a mi director, pero ese fracaso es su responsabilidad, no mía. A la inversa, cuando tengo éxito en algo, la gloria es de mi director, no mía. Sin embargo, cuando yo inicio una obra, su éxito será mi gloria, y su fracaso me llevará a reflexionar en mis propias faltas. Por lo tanto, estas dos pruebas, una positiva y otra negativa, determinarán si la obra y la responsabilidad que asumimos en todas las localidades provienen de Dios o de nosotros mismos. La prueba positiva es si percibimos un sabor de disfrute y de gloria en nuestra obra. La prueba negativa es si somos capaces de comer y dormir en paz cuando nuestra obra no se lleva a cabo exitosamente. Ambas situaciones son pruebas para nosotros.
Viví en Manila por un buen periodo de tiempo, y siempre me hospedé con la misma familia, la cual incluía a varios ancianos y diáconos. Ellos tenían muy claro respecto a la obra en la iglesia, y según su pensamiento, yo debería estar muy turbado al llevar la carga allí. Estaban un poco molestos porque cuando me quedaba con ellos, podía comer y dormir bien. Sin embargo, les dije que a pesar de la carga pesada de la obra, yo disfrutaba de cada comida y dormía bien cada noche. Uno me preguntó cómo era esto posible, asumiendo que no me importaban. Sin embargo, todos los hermanos y hermanas podían testificar que mi corazón estaba genuinamente con ellos; de lo contrario, no hubiera podido vivir allí por tanto tiempo. Les dije que aun cuando yo llevaba la carga, tenía bien claro que la responsabilidad no recaía en mí. Yo no estaba en el sur de Asia realizando mi propia obra. Estaba allí porque el Señor me había enviado. Por esta razón, yo no estaba haciendo mi propia obra, sino la obra del Señor. La carga que yo llevaba era Su carga, no mía.
Además, hay otra evidencia indirecta que muestra si una obra proviene de Dios. Si una obra no es de Dios, los hermanos y hermanas a menudo no están dispuestos a llevarla a cabo. Sin embargo, si una obra es de Dios, ellos pueden laborar juntos. Esto es muy bueno, pero aun si los hermanos y las hermanas tuviesen alguna dificultad al laborar juntos, esto no necesariamente es un problema, porque la obra no es responsabilidad de ellos. Aquellos que son enviados por el Señor a menudo son muy pacientes. Cuando una persona está haciendo su propia obra, estará ansioso por tener éxito, pero si él está haciendo la obra del Señor, no estará afanoso, porque es un asunto del Señor. Si queremos determinar si la obra de una persona proviene de Dios o de ella misma, tan sólo necesitamos ver si está afanada en la obra. Si la obra de una persona es conforme al envío de Dios, la persona que fue enviada no estará afanada, ni habrá muchas opiniones.
En una ocasión que estuve en Manila, realmente sentí que cierto asunto era del Señor, porque Él estaba actuando sin ninguna iniciativa de mi parte. Luego, una hermana me preguntó: “Hermano Lee, dado que este asunto proviene del Señor, ¿por qué usted no lo lleva a cabo?”. Mi respuesta fue: “Necesito esperar hasta que los santos tengan la certeza de que proviene del Señor”. Luego, ella dijo: “Usted debería guiar a los santos; si usted los guía, ellos le escucharán”. Le dije: “Si usted siente que este asunto es del Señor, no es necesario que esté afanada”. Como resultado, no se dio ninguna discusión entre los hermanos y las hermanas. Si los hermanos y las hermanas hubieran querido hacer algo, y yo hubiera dicho que no, o si yo hubiera querido hacer cierta cosa, y los hermanos y hermanas hubiesen dicho que no, se habría creado cierta contienda. Cualquier cosa que dé pie a una contienda es del yo, y no de Dios.
Estas tres pruebas hablan de la relación que tenemos con Dios en nuestra obra y de si nuestra obra proviene de Dios. Servimos en muchas maneras, pero lo que el Señor hace por medio de nosotros, sea una victoria o un fracaso, no debe despertarnos muchas emociones. Sin embargo, si una obra es iniciada por nosotros, nos embargará un sentimiento profundo con respecto al éxito o al fracaso de dicha obra. Que el Señor tenga misericordia de nosotros y nos instruya en estos asuntos para poder ver si nuestra obra procede del hombre o de Dios.
Si un hermano ve alguna condición inapropiada en la iglesia y no puede comer ni dormir bien, esto se convertirá en un problema. Cuando nuestro corazón está fijo en la obra del Señor, deberíamos poder comer y dormir bien, por muy difícil que sea el entorno. Sin embargo, si un hermano es capaz de dormir plácidamente cuando el cielo se “está cayendo”, simplemente porque no tiene una verdadera preocupación por ello ni se interesa en ello, él no tiene ninguna utilidad para Dios. Mi familia sabe que no existe una sola carga u obra de la iglesia que pueda oprimirme al grado de no poder comer ni dormir bien. Tengo mucho trabajo y mucha carga dentro de mí, pero me queda claro que ésta es asunto del Señor. Puesto que yo estoy aquí para cooperar con Él, no tengo por qué estar afanado.
Por ejemplo, recientemente transferí a un hermano la responsabilidad de manejar la casa de los obreros. Muchas veces cuando le pregunto sobre cierto asunto relacionado con la casa, él no lo sabe con exactitud. Por lógica, yo debería sentirme intranquilo, pero sigo durmiendo plácidamente. A la inversa, aun si la gente aplaudiera las disposiciones de la casa de los obreros, no sentiría que a mí me corresponde la gloria, porque todo depende del Señor. De manera que, puedo comer y dormir bien, y no tengo ninguna opinión en cuanto al éxito o fracaso de ningún asunto, porque sé que todo se origina en el Señor.
A veces después que se les confía algunos asuntos a los colaboradores, ellos ponen excusas cuando se les pregunta sobre lo que han hecho. Algunas personas no son competentes, y ellos no deberían dormir plácidamente. Sería muy extraño si a uno le encargaran llevar la contabilidad, pero más tarde sea incapaz de decir lo que se ha hecho y sólo puede hablar de estudiar la Biblia y de dar mensajes. Si uno quiere dar mensajes bien, trabajar bien e incluso estudiar bien la Biblia, tiene que ser serio en todo lo que hace. Una persona irresponsable no es de utilidad en la mano de Dios. Cuando alguien nos confía cierto asunto, debemos entender que esto tiene que ver con una responsabilidad; no deberíamos decir que no sabemos.
Por lo tanto, todos tenemos que aprender a llevar la responsabilidad y la carga delante del Señor, y también debemos servir al Señor fielmente. Aunque nosotros no decidimos estos asuntos ni se originan en nosotros, tenemos que ser completamente fieles y responsables en lo que hacemos.