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Mensajes del libro «Cristo es contrario a la religión»
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CAPITULO SIETE

CRISTO IMPARTE VIDA

  Lectura bíblica: Juan 5:1-18, 21, 24-26, 39-40, 46-47; 6:63

  Hasta aquí hemos permanecido en Mateo, el primero de los cuatro evangelios; pero ahora llegamos al último, al Evangelio de Juan. En el relato de los cuatro evangelios vemos cuán incompatibles son Cristo y la religión, y cuánto ésta se opone a Cristo. El diccionario indica que la palabra religión no tiene una connotación negativa; en cierto sentido es buena. Ser religioso es mucho mejor que ser pecaminoso, carnal o mundano. Pero al leer el pasaje de Juan 5:1-18, descubrimos cuán terrible es en verdad la religión. En este pasaje vemos a un grupo de religiosos que ponen toda su atención a su sábado y a su Dios. Pero aquí también se describe cómo se oponen violentamente a Jesús. Ellos se quejaban principalmente de dos cosas: de que El quebrantara el sábado, y de que dijera ser igual a Dios, al Dios de ellos. No sólo se opusieron a El, sino que incluso intentaron matarlo. ¿Se da usted cuenta de que ésta es la actitud de la religión hacia Jesús? Tal vez ellos no eran tan pecaminosos ni mundanos; más bien, eran muy religiosos, y se ocupaban en las cosas de Dios. No obstante, hicieron todo lo posible por aniquilar a Jesús. El Señor Jesús es el blanco de todos los ataques de la religión. Debemos darnos cuenta de esto.

  Hoy en día la situación es exactamente igual. Cuanto más vivimos por el Señor y más ministramos a Cristo a las personas, más nos aborrecen los religiosos. Quiero aclarar que aunque nos oponemos a ellos, no los aborrecemos. Aquellos religiosos odiaban a Jesús, pero El nunca correspondió con odio. Ciertamente El se oponía totalmente a la religión; no obstante, amaba a esos religiosos.

  En el Evangelio de Mateo vemos tres asuntos principales: primero, que Jesús es nuestro Novio, a quien podemos disfrutar hoy; segundo, que sólo en El podemos obtener descanso; y tercero, que El es nuestro Legislador y nuestro Profeta, el Moisés actual y el Elías de hoy. Quiero subrayar que me gusta mucho el Evangelio de Mateo. En el primer capítulo Mateo nos dice que Jesús es Emanuel, Dios con nosotros. Y después de presentar a Jesús de una manera maravillosa —como nuestro Novio, nuestro descanso y nuestro Legislador y Profeta— en el último capítulo Mateo afirma que este Jesús está con nosotros “todos los días, hasta la consumación del siglo” (v. 20). ¡Aleluya, tenemos a Jesús! ¡Tenemos a Emanuel! Y al disfrutar los muchos aspectos de Su persona, nos exultamos por causa de El. Pero no tenemos únicamente el Evangelio de Mateo, sino también el de Juan.

EL TERCER SABADO

  En el Evangelio de Juan, la situación entre Cristo y la religión es casi la misma que en Mateo. Saltemos los primeros cuatro capítulos de Juan y lleguemos al capítulo cinco. Como podrán ver, en él se menciona otro sábado (v. 9), al cual llamaré el tercer sábado. En el primer sábado, Cristo se ocupó de Sí mismo como Cabeza; en el segundo, El se ocupó de los miembros enfermos de Su Cuerpo. Pero ahora llegamos al tercer sábado, y posteriormente veremos un sábado más. Podemos ver que los sábados se repiten. Indudablemente el Señor Jesús hizo algo a propósito para quebrantar el día sábado, el día de reposo. El presente caso relata que el Señor llegó a cierto estanque en Jerusalén, precisamente en este tercer sábado. Una semana consta de siete días; entonces, ¿por qué Jesús fue al estanque el sábado y no en cualquier otro día? El hizo esto a propósito; lo hizo para quebrantar los reglamentos religiosos. La observancia del sábado era la primera regla y la más importante en la religión judía. Para los judíos, aparte de Dios no hay nada más importante que la observancia del sábado. El Señor Jesús parecía decirles: “Ustedes, judíos, le prestan demasiada atención al día sábado, pero Yo, Jesús, estoy haciendo algo a propósito para quebrantarlo”. El Señor Jesús era un verdadero “agitador”.

  En ocasiones usted puede tener algo en lo cual quisiera que Jesús no interviniera, pero El lo molesta a usted hoy, mañana y también el día siguiente; El viene una y otra vez a interferir. Usted ya conoce la historia. El Señor Jesús sabe muy bien cómo causarnos “problemas”. Más nos valdría aprender a nunca decirle que no, pues si le decimos que no, seguramente El vendrá hoy y el día siguiente, y volverá el tercero y cuarto día. El vendrá continuamente hasta ganar el caso. Así lo hacía con los judíos, pues iba a ellos una y otra vez en el día sábado.

  Si usted fuera judío ciertamente se molestaría. Seguramente ya habría dicho: “¿No le hemos dicho que es ilícito sanar en el día sábado? ¿Por qué insiste en venir precisamente en ese día? ¿Qué le pasa?” Jesús buscaba causarle problemas a la religión. El parecía decir: “Ustedes guardan la religión, pero Yo la quebranto”.

  Según se relata en Juan capítulo cinco, aquel sábado en particular no era un sábado común y corriente. Tal vez ese día los judíos estaban celebrando alguna de sus fiestas religiosas. En este pasaje, además de la fiesta se mencionan las mejores cosas de la religión judía, que son: la ciudad santa, Jerusalén; luego, un estanque con cinco pórticos; después, el agua que un ángel del cielo movía ocasionalmente; y finalmente, el sábado. La fiesta alegraba a los judíos y el sábado les proporcionaba descanso. No obstante, ¿cree usted que los incapacitados que se encontraban junto al estanque estaban felices y tenían descanso? Aquí se presenta la mejor religión con sus mejores cosas. Sin embargo, si alguien quería participar de lo bueno de esta religión, debía ser tan fuerte como para ser el primero. Sólo aquel que lograba llegar primero al estanque, podía obtener el beneficio de esa religión.

  Entre toda aquella gente imposibilitada, había uno que llevaba treinta y ocho años de estar allí postrado, el mismo tiempo que el pueblo de Israel vagó por el desierto. Dicha religión era buena, la ciudad santa era maravillosa, el estanque era extraordinario y el agua era atrayente, puesto que los ángeles del cielo la agitaban. Pero, ¿de qué le sirve todo eso a alguien que no tiene ninguna fuerza? El enfermo se quejaba, diciendo: “...no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua...” (v. 7). La religión no puede ayudarnos. ¿Por qué? Porque cada persona recibe escasamente para satisfacer sus propias necesidades, y no queda nada para dar a los demás. La religión era buena, pero no para la persona imposibilitada. La religión era buena, pero él no podía participar de ella, pues estaba lisiado, sin fuerza alguna, extremadamente débil. Esa era su condición.

“LEVANTATE, TOMA TU LECHO, Y ANDA”

  Sin embargo, inesperadamente se presentó un hombre; no era un hombre sobresaliente, sino el pequeño y menospreciado Jesús. Nadie le prestaba atención. No había parecer en El, ni hermosura; provenía de Galilea, del pequeño pueblo de Nazaret. Este Jesús se acercó y vio al hombre imposibilitado que estaba postrado allí. ¡Esto es maravilloso! Nosotros no fuimos a Jesús, sino que El vino a nosotros. Y cuando vino a nosotros, no le prestamos atención; sin embargo, El nos vio y tuvo compasión de nosotros. “Cuando Jesús vio a aquel hombre allí postrado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano?” (v. 6). Ahora, escuchen la respuesta insensata de la religión: “No tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y mientras yo voy, otro desciende antes que yo”. Mientras el hombre hablaba insensateces, el Señor Jesús le mandó: “Levántate, toma tu lecho, y anda”. ¿Qué significa esto? Simplemente quiere decir: “Olvida esta insensatez religiosa; Yo no tengo ningún interés por ella”. Así era Jesús. El no sólo le pidió que se levantara, sino además, que tomara su lecho. Aquel lecho había cargado al hombre durante treinta y ocho años; pero ahora Jesús le estaba pidiendo que él lo cargara. ¿Qué haría usted? ¿Seguiría diciendo: “Oh Señor, sigo siendo un incapacitado, y cuando se agita el agua nadie viene a ayudarme?” A menudo nos gusta decir insensateces religiosas. ¿Estaría usted dispuesto a olvidarse de todo ello? El Señor Jesús le dijo: ”Deja de hablar, levántate, toma tu lecho y anda". Si dejamos nuestra religión y tomamos la palabra viviente de Jesús, seremos sanados y recibiremos vida. Aquel día, el hombre enfermo fue sanado; y ese día era sábado.

LOS RELIGIOSOS SE ENFURECIERON

  Entonces los judíos vieron lo que le sucedió al hombre lisiado y vinieron a él, diciendo: “¡Qué pasa contigo! ¿Estás cargando tu lecho y caminando en día sábado? ¿Acaso no sabes que eso no es lícito? Es lícito estar allí postrado debido a la enfermedad, pero no es lícito levantarse y andar. Es lícito que usted esté moribundo, pero no es lícito que sea reavivado”. Ciertamente así es el cristianismo de hoy.

  Hoy en día muchos nos critican por gritar y alabar al Señor de manera ruidosa. ¿Pero, qué acerca de tantos moribundos que hay en las denominaciones? ¿Por qué no se preocupan por ellos? ¿Por qué no hacen algo para aliviar esa mortandad? Se parecen a los judíos. Prefieren mantener sus reglamentos religiosos que luchar por que una persona sea vivificada.

  El hombre que fue sanado les respondió: “El que me sanó, El mismo me dijo: Toma tu lecho y anda" (v. 11). En otras palabras, les dio a entender: “Si hay algo equivocado, no es un error mío, sino Suyo. Aquel que me sanó me mandó levantarme, tomar mi lecho y andar”. Entonces ellos dijeron: “De acuerdo, tú no eres culpable. ¿Pero quién es ese hombre que te dijo eso?” El contestó: “No sé”. Luego Jesús encontró al hombre, y éste dijo a los judíos que El había sido quien lo sanó. ¡Oh! los judíos estaban tan furiosos que decidieron matar a Jesús.

  Entonces Jesús dijo a los judíos: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y Yo también trabajo” (v. 17). En otras palabras, El parecía decirles: “Ustedes guardan el sábado, pero Mi Padre trabaja todo el tiempo, y Yo también trabajo juntamente con El. Yo trabajo porque la obra de Mi Padre aún no ha sido concluida”. Esto los enfureció aún más. En esa ocasión el pequeño Jesús no sólo quebrantó el sábado, sino que se hacía igual a Dios. Por esta razón ellos habían resuelto matarlo.

NO RELIGION, SINO VIDA

  Así que, Jesús siguió diciendo: “Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo da la vida a los que quiere” (v. 21). ¿Qué significa esto? Que Cristo es contrario a la religión. Hoy en día debemos entender que lo importante no es la religión, sino Cristo mismo como el Dios que nos imparte vida. Eso es todo lo que necesitamos. Necesitamos a un Cristo que sea igual a Dios y que incluso sea Dios mismo impartiéndonos vida. El nos imparte vida no por medio de ninguna religión, forma, doctrina, enseñanza ni regulación, sino mediante Su palabra viva. “De cierto, de cierto os digo: El que oye Mi palabra, y cree al que me envió, tiene vida eterna; y no está sujeto a juicio, mas ha pasado de muerte a vida” (v. 24). El que oye Su Palabra viviente y la recibe tiene vida eterna. Eso es todo; es muy sencillo.

NO LAS ESCRITURAS, SINO CRISTO

  Además, el Señor Jesús se volvió a los judíos y dijo: “Escudriñáis las Escrituras...”(v. 39). Lo que el Señor daba a entender, era: “Escudriñáis e investigáis las Escrituras, sólo porque a vosotros os parece que en ellas tenéis la vida eterna”. Ese era el concepto de los religiosos, quienes pensaban que podían encontrar vida en las Escrituras. Pero el Señor Jesús les dijo: “Aparte de Mí, sin Mí, por mucho que lean las Escrituras, no obtendrán vida”. En cierto sentido, pensar que hay vida en la Biblia es algo de nuestra imaginación; estrictamente hablando, la vida no se halla en las Escrituras sino en Cristo mismo. Si usted toma a Cristo juntamente con las Escrituras, entonces ciertamente obtendrá vida. Sin embargo, si toma solamente las Escrituras sin el Cristo vivo, quien es el Espíritu vivificante, no recibirá vida en absoluto; Si usted pretende lo contrario, será sólo un juego producto de su propia imaginación. Jesús parecía decirles: “Escudriñáis las Escrituras porque a vosotros os parece que en ellas tenéis vida, pero en realidad no la tenéis. Lo que tenéis es sólo muerte. Cuanto más escudriñáis, más muertos estáis. La letra sólo los mata. Escudriñáis las Escrituras, pero no queréis venir a Mí para tener vida”.

  Hermanos y hermanas, no olviden nunca los versículos 39 y 40 del capítulo cinco de Juan. En toda la Biblia estos son los dos versículos claves que muestran que, una cosa es escudriñar las Escrituras, y otra es venir al Señor para obtener vida. Podemos escudriñar e incluso analizar las Escrituras, sin venir jamás al Cristo viviente como Espíritu vivificante.

  Cuando era joven escudriñé e investigué mucho la Biblia. Pero, ¡aleluya! hoy he abandonado ese concepto. Simplemente acudo al Cristo vivo por medio de la palabra viva de la Biblia. Cada vez que voy a las Escrituras, primero toco al Señor, abro mi boca y digo: “Oh Señor Jesús, vengo a Ti”. Hermanos, nunca entren en este libro viviente sin tocar primero a la persona viva del Señor Jesús. Si insisten en hacerlo sin tocar primero al Señor, serán simplemente unos religiosos.

  ¿Por qué leemos las Escrituras? ¿Simplemente porque en ellas hay vida? Ciertamente la Biblia es un libro maravilloso, pero observen a los que pasan mucho tiempo estudiando la Biblia. No interpreten mal mis palabras. Yo respeto grandemente la Biblia, y he invertido mucho tiempo leyéndola. Pero he descubierto algo: que nunca deberíamos leerla sin tocar al Cristo vivo. Si ustedes separan a Cristo y la Biblia, entonces El se opondrá a la Biblia que ustedes tienen. En la actualidad, el cristianismo toma las Escrituras como un libro de letras muertas. Por consiguiente, en este sentido, Cristo se opone a las Escrituras. La gente toma la Palabra sólo para adquirir conocimiento, o incluso para obtener diplomas de estudio bíblico, pero yerran por completo al blanco, que es Cristo. El dijo: “Escudriñáis las Escrituras ... Pero no queréis venir a Mí para que tengáis vida”.

  Tal vez argumenten que la Biblia testifica de Cristo. No cabe duda de ello. Incluso Moisés habla de Cristo en todos sus escritos. Pero no debemos separar al Cristo vivo y actual, de dichos escritos. Debemos unir toda la Escritura a Cristo, entonces obtendremos la vida juntamente con la Palabra viva. El Señor dijo: “El Espíritu es el que da vida ... las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida” (Jn. 6:63). El Señor dijo que Sus palabras eran espíritu; por lo tanto, éstas deben ser consideradas como el Espíritu y deben ser tomadas en el Espíritu. El Espíritu es el que da vida; la letra mata (2 Co. 3:6). Si toman únicamente la letra de la Biblia, recibirán muerte y no vida. Todas las palabras de la Biblia salieron de la boca del Señor, quien es el Espíritu; por consiguiente, todo lo que proviene de El también debe ser Espíritu, ya que El mismo es el Espíritu. Cada palabra de la Biblia debe ser tomada como Espíritu que da vida. Si únicamente ejercitamos nuestra mente al escudriñar las Escrituras, convertiremos la Biblia en letra muerta. En cambio, si ejercitamos nuestro espíritu invocando el nombre del Señor, a fin de tener contacto con la Palabra viva, recibiremos vida. No hay otra forma de experimentar esta palabra impresa como Espíritu de un modo tan viviente. Debemos leerla invocando el nombre del Señor Jesús desde lo profundo de nuestro ser. ¡Mezclen el leer con el invocar al Señor! Entonces obtendrán la vida.

DOS LLAVES: EL ESPIRITU Y LA PALABRA

  Primero vimos que Cristo es nuestra felicidad; luego, que El es nuestro descanso; posteriormente, dijimos que El nos da la ley y que predice; y finalmente, vimos que El nos imparte vida. ¡Qué rico es todo eso! No obstante, ¿cómo podemos tocar a este Cristo? ¿Cuáles son las llaves para abrir todas estas puertas? El dijo: “He aquí, Yo estoy con vosotros todos los días, hasta la consumación del siglo”; pero ¿cómo podemos disfrutarle? ¿Cómo podemos tener contacto con El? Existen dos llaves: el Espíritu y la Palabra.

  Leamos el versículo más precioso del capítulo tres de Juan, el versículo 6: “...lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Leamos ahora el versículo más precioso del capítulo cuatro, el versículo 24: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”. Ambos pasajes mencionan dos espíritus: uno escrito con mayúscula, y el otro con minúscula. Sabemos que el espíritu con mayúscula alude al Espíritu Santo, y que el espíritu con minúscula se refiere a nuestro espíritu humano. ¡Cristo significa tanto para nosotros! El lo es todo, pero debemos entender que El es el Espíritu. El es el Espíritu vivificante. Este Cristo maravilloso que ahora es el Espíritu, está en nuestro espíritu, y ambos espíritus, el divino y el humano, se han mezclado como un solo espíritu. “...Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”. Pero al pasar por los capítulos tres y cuatro de Juan, al llegar a los capítulos cinco y seis, se añade algo más. En el capítulo cinco podemos leer: “El que oye Mi palabra” (v. 24), y “...los muertos oirán la voz del Hijo de Dios...” (v. 25). Por tanto, no tenemos sólo al Espíritu, sino también la Palabra.

LA PALABRA ES EL ESPIRITU, Y EL ESPIRITU ES LA PALABRA

  En el capítulo cinco no sólo tenemos la Palabra viva, sino también la Palabra escrita. Jesús dijo a los judíos: “Escudriñáis las Escrituras...”, es decir, la Palabra escrita. Pero El también dijo: “Porque si creyerais a Moisés, me creeríais a Mí, porque de Mí escribió él. Pero si no creéis a sus escritos, ¿cómo creeréis a Mis palabras?” (vs. 46-47). Jesús se estaba refiriendo nuevamente a la Palabra escrita. El les dijo que si no creían a la Palabra escrita de la Biblia, ¿cómo podrían creer en la Palabra viva que salía de Su boca? Por tanto, alabemos al Señor porque tenemos la Palabra escrita. Tenemos al Espíritu y tenemos la Palabra. Entonces, cuando llegamos a Jn. 6:63 vemos que el Señor Jesús une estas dos cosas. El dijo: “El Espíritu es el que da vida ... las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. Primero vemos que podemos tocar a Cristo por medio del Espíritu, y luego que podemos establecer contacto con El mediante la Palabra. Finalmente, el Señor Jesús nos revela que ambos, el Espíritu y la Palabra, son uno solo: la Palabra es el Espíritu, y el Espíritu es la Palabra.

  Juan 6:63 muestra claramente que la Palabra es el Espíritu. Además, existe otro versículo en la Biblia donde leemos que el Espíritu es la Palabra. Permítanme darles la traducción literal, palabra por palabra, de acuerdo con el texto griego, de Efesios 6:17-18: “Y recibid el yelmo de la salvación, y la espada del Espíritu, el cual es la palabra de Dios; con toda oración y petición orando en todo tiempo en el espíritu...” Estos dos versículos revelan tres puntos principales. Primero, muestran que el Espíritu es la Palabra. ¿Se han dado cuenta de que el Espíritu de Dios es la Palabra? La Palabra no es solamente el Espíritu, sino que el Espíritu es también la Palabra. Segundo, ¿cómo podemos tomar esta Palabra? Aquí se nos dice que debemos tomar la Palabra de Dios “con toda oración y petición”. Es decir, por medio de orar-leer. No debemos tomar la Palabra únicamente mediante la lectura, sino tomarla orando con toda oración. Existen toda clase de oraciones. En ocasiones debemos tomar la Palabra orando en silencio; otras veces, haciendo oración en voz alta; y aun en ciertas ocasiones debemos tomarla gritando y clamando al Señor. Algunas veces debemos tomar la Palabra con oraciones cortas, y otras veces con oraciones largas. Debemos orar-leer individualmente, pero a veces debemos hacerlo junto con otros santos; y aun otras, en medio de una congregación numerosa. Existen muchas maneras de orar-leer, pero hay un solo principio: debemos tomar la Palabra de Dios “con toda oración y petición”. Tercero, estos versículos también nos muestran cómo debemos orar: “orando en todo tiempo en el espíritu”. Esto se refiere a orar en nuestro espíritu humano. Para orar la Palabra tenemos que ejercitar nuestro espíritu, que es la parte más profunda de nuestro ser. No sólo analice la Palabra, ni simplemente la escudriñe; antes bien, tómela orando en el espíritu. ¡Aleluya!

  ¿Cuáles son las dos llaves que tenemos que usar para tener contacto con Cristo? El Espíritu Santo y la Palabra Santa. Tenemos al Espíritu Santo en nuestro espíritu, y tenemos la Palabra Santa, la Biblia, en nuestras manos. No debemos considerar que son dos cosas separadas, sino que son dos aspectos de una misma cosa. Dentro de nosotros está el Espíritu, y fuera de nosotros está la Palabra. Cuando la Palabra entra en nuestro espíritu, se convierte en el Espíritu, y cuando el Espíritu se expresa a través de nuestra boca, se convierte en la Palabra. Como pueden ver, el Espíritu y la Palabra, la Palabra y el Espíritu, son dos aspectos de una misma cosa. El aspecto interno es el Espíritu, y el externo, es la Palabra. Cuando lo externo alcanza nuestro espíritu, se convierte en el Espíritu, y cuando lo interno sale por nuestra boca, llega a ser la Palabra. Estas dos llaves nos permiten tener contacto con Cristo. Ahora Cristo es el Espíritu y El se encuentra en la Palabra. Olvídense de la religión, doctrina, enseñanzas, formas, ritos y reglamentos. Sólo ocúpense de Cristo. Tengan contacto con El, quien es el Espíritu en la Palabra.

EL ORGANO APROPIADO PARA USAR LAS LLAVES

  ¿Cuál es el órgano apropiado para usar estas dos llaves? Nuestro espíritu humano. Todos sabemos que la mano es el órgano adecuado para hacer girar la llave y abrir la puerta de nuestra casa. Sería totalmente absurdo usar nuestra boca o los dedos de nuestros pies para hacer esto. Del mismo modo, el órgano apropiado para usar las llaves del Espíritu y la Palabra, no es nuestra mente ni nuestra voluntad, sino nuestro espíritu humano. Debemos ejercitar nuestro espíritu y permanecer en él. Cada vez que oremos, debemos hacerlo en nuestro espíritu; siempre que oramos-leemos la Palabra, debemos también hacerlo con nuestro espíritu; y cada vez que decimos: “¡Oh Señor, amén, aleluya!”, debemos hacerlo ejercitando nuestro espíritu humano. Podemos hacer de la Biblia un libro de letras o un libro lleno del hablar del Espíritu. La clase de Biblia que tengamos depende del órgano que usemos al entrar a ella. Si usamos nuestra mente para entrar en la Biblia, ésta será simplemente un libro de letras para nosotros. Pero si al ir a la Palabra ejercitamos nuestro espíritu, ésta se convertirá inmediatamente en un libro del Espíritu. El apóstol Pablo dijo en 2 Corintios 3:6: “La letra mata, mas el Espíritu vivifica”. Al afirmar que la letra mata, Pablo se refería a la Palabra impresa. Si tenemos contacto con las Escrituras usando únicamente nuestra mente, éstas se convertirán en letras que matan. Este mismo libro puede ser para nosotros letras que matan o Espíritu que vivifica.

  En primera instancia, todos debemos entender que tenemos tal Cristo: un Cristo que nos proporciona felicidad, que nos ofrece descanso, que nos da la ley, que predice, y que nos imparte vida. Sin embargo, también debemos entender que este Cristo es ahora el Espíritu, y que El se encuentra en la Palabra. Por consiguiente, si queremos tener contacto con este Cristo, debemos ejercitar nuestro espíritu, ya sea para orar-leer la Palabra o para invocar Su nombre. Si hacemos esto, tendremos contacto permanentemente con Cristo, y lo disfrutaremos grandemente. No existe otra forma de experimentar esto.

  ¿Ha tratado de cambiar su concepto acerca de la manera de tener contacto con la Biblia? Me preocupa mucho que siga aferrado a su antigua manera de leer y estudiar las Escrituras ejercitando sólo la mente. ¿Aún sigue practicando su antigua manera? No dudo que al estudiar la Biblia haya recibido en ocasiones algo de vida. Pero creo que la mayor parte del tiempo ha sido adormecido o aun muerto, simplemente por ir a la Biblia de la manera incorrecta. La nueva manera, y la mejor, consiste en ir al Señor al mismo tiempo que tenemos contacto con la Biblia. Siempre debemos combinar ambas prácticas. Cuando vayan a la Biblia, deben abrir tanto su espíritu como su boca para invocar el nombre del Señor Jesús. Todo versículo o frase que lean, háganlo invocando el nombre del Señor. Mezclen siempre la lectura de las Escrituras con el invocar al Señor Jesús. ¡Inténtenlo! Y de inmediato verán la diferencia.

  Es posible argumentar diciendo: “¿Acaso no debemos entender la Biblia?” Dejen este asunto al Señor. Sólo oren-lean la Palabra, y el Señor se encargará de que la entiendan. Les garantizo que si practican fielmente el orar-leer la Palabra de Dios, podrán entender la Biblia mucho mejor que los que no practican el orar-leer.

  Usemos un cerillo como ejemplo. Sabemos que el palito del cerillo está hecho de madera, pero en esencia, el cerillo es el fósforo. La palabra fósforo significa “portador de luz”. Segunda de Pedro 1:19 se refiere al Señor como la estrella de la mañana; en griego, ese término significa fósforo. Cristo es el fósforo, el portador de luz que resplandece en las tinieblas. Supongamos que necesito usar el cerillo, ¿qué tengo qué hacer? Por supuesto, tengo que encenderlo. Pero ¿cómo puedo encenderlo? Si trato de tallar el extremo que no tiene fósforo, no obtendré ninguna luz, aun si lo tallara por la eternidad, pues estoy usando el extremo equivocado. La Biblia es el cerillo, y el Señor Jesús, el Espíritu, es el fósforo. Podemos comparar al palito de madera de un cerillo con el blanco y negro de las letras en la Biblia, es decir, con las letras impresas, las cuales sostienen a Cristo como el fósforo, quien es la estrella celestial de la mañana. ¿Cómo podemos lograr que el fósforo se encienda y brille? Usando el extremo correcto del cerillo, prendiéndolo por el lado apropiado. El extremo apropiado es el Espíritu Santo, y el lugar adecuado es nuestro espíritu humano. No debemos preocuparnos tanto por la letra impresa en blanco y negro; esto sería semejante a centrarnos en el extremo incorrecto del cerillo. Debemos centrar toda nuestra atención en el extremo que tiene fósforo. Ciertamente lo que tenemos son las letras de la Palabra escrita, pero no debemos prestarles demasiada atención. Más bien, debemos centrarnos en el fósforo celestial que está en la Palabra, es decir, en el Cristo que es el Espíritu. Debemos encender el extremo correcto en el lugar adecuado, esto es, en nuestro espíritu humano. Muchos cristianos “prenden” la Biblia en el área de su mente. Así es que, no es de sorprenderse que nunca logren encenderla. Indudablemente necesitamos el extremo de madera para sostener el fósforo, o sea que necesitamos la palabra escrita, la letra impresa que contiene a Cristo como el fósforo celestial. Sin embargo, el fósforo, es decir, el Espíritu, es lo que realmente prende y emite luz. Debemos encender el extremo correcto, y debemos hacerlo en el lugar adecuado. Debemos tomar la Palabra escrita para prender al Señor, quien es el Espíritu, en nuestro espíritu humano. Si lo hacemos así, obtendremos fuego inmediatamente. Esto realmente funciona. Si abren su Biblia durante media hora o una hora sin obtener el fuego, algo está equivocado. Puedo asegurarles que ustedes se encenderán con tan solo dos minutos de clamar así: “¡Oh Señor Jesús! En el principio era el Verbo. ¡Amén! ¡Oh Señor Jesús, Tú eres la Palabra! ¡Amén, Señor Jesús! ¡Aleluya!” Esta es la manera correcta de tener contacto con la Palabra. Deben encender al Señor Jesús, el fósforo celestial, tomando la Palabra en el espíritu humano. ¡Aleluya! Practiquen esta nueva manera y abandonarán por completo la antigua. Cada vez que tomemos la Palabra en esta nueva manera, ella se encenderá y resplandecerá sobre nosotros.

  ¡Alabado sea el Señor! Tenemos las llaves, tenemos el órgano apropiado y sabemos la manera correcta de tener contacto con este maravilloso Cristo y disfrutarlo.

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