
Este libro es una traducción de mensajes que el hermano Witness Lee dio en tres ocasiones: durante la Conferencia del Año Nuevo Chino que tuvo lugar en Anaheim, California en febrero de 1984; durante la Conferencia de jóvenes que tuvo lugar en Anaheim en agosto de 1984; y durante una reunión de los santos de habla china que tienen diversos empleos, que se celebró en Alhambra, California en abril de 1991.
Dios nos llamó a salir del mundo, de toda nación, tribu, pueblo y lengua (Ap. 7:9) y nos ha reunido para que seamos la iglesia. Hoy en día, independientemente de nuestra nacionalidad o linaje, hemos sido llamados para ser el pueblo del reino de los cielos. Por tanto, nuestra ciudadanía es celestial. Un ciudadano estadounidense de ascendencia china es chino conforme a su nacimiento, pero llega a ser un ciudadano estadounidense por naturalización. Hoy nosotros hemos llegado a ser ciudadanos del reino de los cielos por “naturalización”, al ser llamados por Dios, y también por nacimiento, al haber sido regenerados por Dios. Dios no sólo nos llamó, sino que también nos regeneró con Su vida. No fuimos adoptados por Dios, sino engendrados de Él con Su vida. Todos poseemos la vida divina de Dios en nosotros, y somos hermanos y hermanas porque hemos nacido del mismo Padre. Sin importar nuestro color, linaje o nacionalidad, Dios nos ha llamado y regenerado para que lleguemos a ser el pueblo del reino de los cielos, y hermanos y hermanas en Su familia universal. Esto es la iglesia.
La vida de Dios es Dios mismo. Por lo tanto, cuando Dios nos regenera con Su vida, nos engendra consigo mismo. Además, Él está en nosotros hoy. La iglesia es una entidad de vida y, como tal, posee una vida y una persona. La iglesia no es una organización; es una entidad de vida, un organismo, que posee una vida y una persona. Esta vida y esta persona son el Dios Triuno mismo. Él es el elemento de la unidad de la iglesia (Ef. 4:1-6); por tanto, la iglesia no puede ser dividida. Puesto que todos tenemos un solo Dios, una sola vida y una sola persona, no hay ningún factor que pueda dividirnos.
Puesto que tenemos al Dios Triuno en nosotros como nuestra vida y nuestra persona, debemos vivir y andar por Él en nuestra vida diaria (Gá. 5:25), y crecer en todo en Él, quien es la Cabeza (Ef. 4:15). Es difícil para el esposo y la esposa no tener riñas en la vida matrimonial. Por la gracia del Señor, he estado casado con mi esposa por casi treinta años, y aunque no me atrevería a decir que nunca hemos tenido un desacuerdo, sí puedo decir que nunca he discutido con ella. Esto se debe a que tengo otra persona en mí: el Dios celestial que es mi persona. Cuando me siento disgustado y descontento, e intento decir algo que no es muy amable, esta persona que está en mí me dice: “Tú podrás hablar, pero Yo no hablaré; tú podrás ir a discutir, pero Yo no iré contigo”. Por lo tanto, lo único que puedo decir es: “Señor, si Tú no vas, entonces yo tampoco iré”. Entonces el Señor tal vez me diga: “¡Excelente! Ya que tú no vas a ir, quédate aquí y Yo estaré contigo”. De este modo, tengo una dulce comunión con el Señor y, en lugar de discutir, únicamente hay oración, la oración de dos personas que oran juntas. Yo oro y Él ora conmigo; Él ora en mi oración. ¡Cuán deleitoso es esto! Esto es lo que significa vivir y andar regidos por la persona que está en nosotros.
Según lo que somos por naturaleza, venimos de diferentes países y somos de diferentes linajes. Incluso podemos ser enemigos los unos de los otros debido a nuestra formación cultural o por razones históricas. Sin embargo, en la vida de iglesia todas las enemistades han sido eliminadas. Independientemente de qué clase de personas seamos por naturaleza, todos tenemos una sola vida y una sola persona gracias a la regeneración. Todos hemos nacido del Padre celestial y, por ende, somos uno. Ésta es una característica de la iglesia. En la iglesia no hay diferencias de color ni de raza, ni tampoco hay separación debido a los diferentes idiomas o culturas. Todos hemos llegado a ser uno en Cristo. Todos fuimos bautizados en un solo Cuerpo, y todos tenemos un Espíritu, un Señor y un Dios y Padre (1 Co. 12:13; Ef. 4:4-6). Ahora debemos estar firmes sobre el terreno de la unidad en cada localidad para ser el único testimonio del Cuerpo de Cristo y vivir la vida práctica de iglesia.
El segundo elemento crucial de la Biblia es Cristo. Por lo general, el conocimiento inicial que los cristianos tienen en cuanto a Cristo es que Él es el Salvador (Lc. 2:11), Aquel que está lleno de amor y de compasión para salvarlos del infierno. Después de leer un poco de la Biblia, quizás lo conozcan como el Redentor (Mt. 20:28), quien murió y derramó Su sangre en la cruz en rescate por muchos para satisfacer los justos requisitos de Dios (1 P. 1:18-19; Ap. 1:5b). Sin embargo, no es suficiente conocer a Cristo sólo hasta este grado. Además de conocer a Cristo como el Salvador y Redentor, debemos conocerle a un grado más profundo, es decir, conocer que Él es nuestra vida y que también está en nosotros para unirse y mezclarse con nosotros. En Juan 15:5 el Señor Jesús dijo: “Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en Mí, y Yo en él, éste lleva mucho fruto”. Es un misterio que nosotros permanezcamos en el Señor y Él permanezca en nosotros. Es difícil describir esta unión misteriosa con palabras humanas. Así como permanecemos en el aire, y el aire también permanece en nosotros, hoy en día, debido a que el Señor es el Espíritu, podemos permanecer en el Señor, y el Señor también puede permanecer en nosotros. ¡Qué milagro! ¡Qué misterio! ¡El Señor permanece en nosotros y está unido y mezclado con nosotros! La estrofa 1 de Himnos, #103 dice: “¡Oh, qué milagro, mi Señor, / Que estés en mí y yo en Ti esté! / De hecho somos uno Tú y yo; / ¡Misterio tan excelso es!”.
La Biblia claramente revela que el Dios Triuno no sólo coexiste, sino que también mora en coinherencia: el Hijo está en el Padre, y el Padre está en el Hijo (Jn. 14:10-11). De igual manera, nosotros moramos en coinherencia con el Señor: permanecemos en el Señor, y el Señor permanece en nosotros (v. 20; 17:21). Ésta es la mezcla del Señor con nosotros. Esto no sólo es un asunto de la vida divina, sino que también se efectúa en la vida divina. La unión y mezcla entre nosotros y el Señor puede ocurrir únicamente en nuestro espíritu. Por tanto, el resultado de esta mezcla es que nos unamos al Señor como un solo espíritu (1 Co. 6:17). Necesitamos conocer a Cristo a tal grado. Con el tiempo, Él llega a ser nosotros y nosotros llegamos a ser Él: Él y nosotros somos uno. Él es la Cabeza del Cuerpo, y nosotros los miembros del Cuerpo (1 Co. 12:12-13; Ef. 1:22-23). Después de resucitar, Cristo ascendió a los cielos y se sentó a la diestra de Dios (He. 1:3; 10:12). Más aún, hoy en día Él también es el Espíritu que mora en nosotros. Él es nuestra vida (Col. 3:4a) y nuestra persona, y siempre está unido y mezclado con nosotros. Él también está operando en nosotros para transformarnos hasta que llegue a ser nosotros y nosotros lleguemos a ser Él (2 Co. 3:18). Éste es el Cristo que nos es revelado en la Palabra santa.
El tercer elemento crucial revelado en la Biblia es el Espíritu. El cristianismo tradicional tiene un concepto inexacto del Espíritu Santo, pues consideran al Espíritu Santo simplemente como un poder o una fuerza inspiradora. No fue sino hasta el siglo XIX, cuando los Hermanos fueron levantados en Inglaterra, que algunos avanzaron y vieron que el Espíritu Santo no es simplemente un poder, sino Dios mismo. En el recobro del Señor, después de muchos años de estudiar la Biblia, hemos visto claramente que el Espíritu es la consumación del Dios Triuno, quien ha pasado por varios procesos. Por lo tanto, en el Espíritu tenemos los elementos del Padre, Hijo y Espíritu.
El ungüento de la santa unción mencionado en Éxodo 30:23-25 tipifica el hecho de que el Dios Triuno pasó por un proceso y al final alcanzó Su consumación como Espíritu. El ungüento de la santa unción no contenía un solo elemento; era una mezcla de varios elementos. Éxodo 30 dice que el aceite de oliva junto con las cuatro clases de especias que se le añadían se mezclaban conjuntamente hasta formar un compuesto que era el ungüento de la santa unción, con el cual se ungía el tabernáculo con todo su mobiliario, de tal modo que el tabernáculo con todo su mobiliario llegaba a ser santísimo, apto para ser la morada de Dios.
En la Biblia, el aceite de oliva tipifica al Espíritu de Dios, a Dios mismo. Las cuatro clases de especias representan la humanidad en la creación de Dios, y el aceite representa la divinidad en la Deidad. Las cuatro clases de especias, que se mezclaban con el aceite de oliva para producir el ungüento de la santa unción, nos muestran que el Espíritu de Dios no simplemente posee divinidad, sino que también se ha mezclado con ciertos elementos. Al respecto, en Juan 7:37-38 el Señor exclamó: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva”. Luego el versículo 39 provee esta explicación: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él; pues aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado”. Cuando el Señor Jesús fue bautizado, el Espíritu Santo ya estaba allí presente (1:32), pero cuando el Señor exclamó esto al pueblo, aún no había el Espíritu. Según la tipología, el aceite de oliva ya estaba allí, pero aún no había el ungüento de la santa unción. No fue sino hasta que el Señor Jesús fue glorificado en Su resurrección (Lc. 24:26) que el Espíritu Santo llegó a ser el Espíritu del Jesucristo encarnado, crucificado, resucitado y vivificante, que posee tanto el elemento divino como el elemento humano, incluyendo la divinidad de Cristo y Su humanidad con todas las esencias y realidades de Su encarnación, Su vivir humano, Su crucifixión y Su resurrección. Todos estos elementos se mezclaron en este Espíritu. Por consiguiente, este Espíritu es ahora el agua viva que fluye para que la recibamos.
Hoy el Espíritu es la realidad de todas las cosas espirituales. La realidad de Dios es el Espíritu; sin el Espíritu, no tenemos a Dios. El Espíritu también es la realidad de la resurrección; sin el Espíritu, no es posible tener la muerte, resurrección y ascensión de Cristo. El Espíritu finalmente alcanzó Su consumación al pasar Cristo por estos procesos. Cristo, siendo Dios en la eternidad con divinidad, se hizo hombre con humanidad y llevó una vida humana en la tierra por treinta y tres años y medio. Después, entró en la muerte, salió de la muerte en resurrección y ascendió a los cielos. Éstos son los procesos por los cuales Él pasó. Al pasar por todos estos procesos, Él llegó a ser el Espíritu vivificante y consumado (1 Co. 15:45). Podemos explicar el Espíritu compuesto con el ejemplo de una bebida hecha con miel, limón, té y sal. Cuando tomamos esta bebida, no sólo recibimos el agua, sino también la miel, el limón, el té y la sal. De la misma manera, hoy en día el Espíritu es el Espíritu compuesto, el cual se compone de la mezcla de tanto el Espíritu Santo de Dios como de las dos naturalezas de Cristo —la naturaleza divina y la humana— junto con Su muerte y Su resurrección, a fin de llegar a ser el Espíritu compuesto y vivificante que mora en nosotros (Ro. 8:11), nos santifica (15:16b) y nos transforma (2 Co. 3:18). Este Espíritu tiene una suministración abundante e incluso Él mismo es la abundante suministración que podemos experimentar y disfrutar (Fil. 1:19). Finalmente, este Espíritu compuesto incluso llegó a ser los siete Espíritus de Dios para abastecernos de una manera siete veces intensificada a fin de que podamos llevar a cabo la economía divina de Dios en cuanto a la iglesia en esta era de degradación (Ap. 1:4; 4:5; 5:6). Hoy en día el Dios Triuno está en la iglesia como una persona, y Cristo está en los creyentes como una persona. El Dios Triuno que está en la iglesia como una persona y el Cristo que está en los creyentes como una persona es nada menos que el Espíritu. ¡Aleluya! ¡Tenemos a este Espíritu todo-inclusivo!
El cuarto elemento crucial revelado en la Biblia es la vida. La vida es el Espíritu, del cual hablamos anteriormente y quien es el Dios Triuno mismo. Además, esta vida también es Cristo. Dios en Cristo pasó por Sus varios procesos y en Su consumación llegó a ser el Espíritu. Ahora, como Espíritu de realidad (Jn. 14:17), Él es vida para los creyentes a fin de que ellos le expresen en su vivir como el Dios Triuno procesado. Cuando creemos en el Señor, este Señor en quien creemos de inmediato entra en nosotros para ser nuestra vida y nuestra persona, y para vivir y actuar con nosotros. Una vez que creemos en el Señor y le recibimos, Él también tiene la expectativa de que nosotros nos entreguemos a Él. Así, pues, al recibir nosotros al Señor y al recibirnos Él a nosotros, Él y nosotros nos mezclamos mutuamente. Antes de ser salvos, estábamos solos, pero después de ser salvos ya no somos sólo nosotros mismos, sino que nos unimos y mezclamos con el Señor como una sola entidad. Esto es semejante a la vida matrimonial. Una persona antes de casarse está sola, pero después que se casa, ya no es una sola persona la que vive, sino que son dos personas viviendo juntas. Sin embargo, hablar de dos personas que viven juntas es hablar de algo externo; el Señor Jesús y nosotros vivimos juntos al unirnos y mezclarnos como una sola entidad. Por consiguiente, esto es un gran misterio (Ef. 5:31-32).
Todos debemos ver claramente estos cuatro elementos cruciales: la iglesia, Cristo, el Espíritu y la vida. La iglesia es un grupo de personas que tiene al Dios Triuno y que posee Su vida. Cristo es nuestro Salvador y Redentor, quien entró en nosotros para ser nuestra vida y para unirse y mezclarse con nosotros. El Espíritu como consumación del Dios Triuno procesado entra en nosotros para ser nuestra realidad. Cuando nosotros le tenemos a Él, tenemos la naturaleza divina de Cristo así como Su naturaleza humana, y también tenemos Su encarnación, vivir humano, crucifixión, resurrección y ascensión. Esta persona ahora está en nosotros como nuestra vida.
Por lo tanto, en cuanto a nuestro vivir hoy, debemos ser capaces de decir como dijo Pablo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y la vida que ahora vivo en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios” (Gá. 2:20). La vida que vivimos hoy no es una vida que vivimos por nuestro hombre viejo y natural; más bien, es una vida que vivimos por la fe, es decir, una vida que vivimos al creer que el Dios Triuno, quien es invisible, está en nosotros como nuestra persona y nuestra vida, a fin de que lleguemos a ser miembros de la iglesia, el Cuerpo de Cristo, los cuales coordinan con todos los santos en el terreno de la unidad, que es el testimonio de la unidad del Cuerpo de Cristo.