
Lectura bíblica: Mt. 16:16-18; 1 Co. 12:12-13; Ef. 1:22-23; 5:25-32; 1 Ti. 3:15-16; Ap. 1:4, 11-12, 20; 2:7; 22:17
Oración: Señor, te adoramos por Tu Espíritu y por Tu palabra. Te adoramos aún más porque Tu palabra es espíritu y vida. Como Espíritu, Tú entras en nuestro espíritu para ser nuestra vida, nuestra santificación y nuestra salvación en todo aspecto. Debido a Tu preciosa sangre, creemos que Tú estás con nosotros. También ponemos nuestra mirada en Ti esperando que nos des el rico derramamiento de la unción y nos concedas Tus ricas bendiciones. Señor, no confiamos en nada de lo que hacemos, ni en nuestra capacidad ni en nuestro conocimiento. Confiamos solamente en Ti, en Tu bendición y en Tu unción.
Señor, te adoramos por el pasado, y ponemos nuestra mirada en Ti nuevamente con respecto al futuro. Te pedimos que nos visites una vez más y nos des Tu pensamiento, Tu sentir, Tu palabra y Tus expresiones. Te pedimos también que hagas que nos abramos a Ti desde lo más profundo para que nuestro espíritu esté abierto, nuestro corazón sea puro y nuestra mente sea sensata. Todo nuestro ser se somete a Ti, y queremos recibir Tu palabra implantada en nuestra mente sumisa.
Señor, haz resplandecer Tu luz entre nosotros y revela nuevamente en cada uno de nosotros Tu gran misterio para que podamos conocer a Cristo, al Espíritu y la vida, y aún más para que podamos conocer la iglesia. Líbranos de nuestras tradiciones, de la influencia del pasado, de todas las distracciones que nos rodean y de todos los velos que nos cubren. Te pedimos que quites los velos y todo aquello que nos cubre para que el cielo que está sobre nosotros sea visible, nuestros ojos sean abiertos y nuestro espíritu en nuestro interior sea transparente. Señor, haz que todo nuestro ser sea tan transparente como el cristal para que Tu palabra nos sea abierta.
Señor, te adoramos. Deseamos que Tú seas glorificado abundantemente, que Tu enemigo sea avergonzado en gran manera, que Tus iglesias sean edificadas y que Tus santos sean edificados, abastecidos y alimentados. Señor, esperamos que contestes nuestras oraciones y nos bendigas una vez más. En Tu precioso nombre, amén.
El extracto de toda la Biblia empieza con Cristo. Como hemos visto, el Antiguo Testamento nos habla de Cristo principalmente por medio de cuadros y figuras, es decir, por medio de tipos que corresponden principalmente a estas seis categorías: seres humanos, animales, plantas, minerales, ofrendas y alimentos. Bajo la categoría de seres humanos, además del sacerdote, rey y profeta, tenemos el pastor y el consejero. Bajo la categoría de las plantas, tenemos la flor de alheña, la mirra, la rosa, el lirio de los valles y otras.
Además de estas seis categorías principales, hay varios asuntos en el Antiguo Testamento que también tipifican a Cristo. Uno de ellos es las tres luces universales: Cristo es el Sol, la luna y la Estrella. Números 24:17 dice que de Jacob saldrá una Estrella, la cual es Cristo. Salmos 89:37 dice que Cristo, la descendencia de David, será establecida para siempre como la luna, y Malaquías 4:2 dice que Cristo nacerá como el Sol de justicia y que en Sus alas traerá sanidad.
Además, las diferentes moradas también tipifican a Cristo. La primera es el arca. Cuando vino el diluvio, los ocho de la familia de Noé entraron al arca y fueron salvos del juicio que Dios trajo sobre aquella generación impía. Esto tipifica a Cristo, quien es nuestra arca; si creemos en Él, no pereceremos sino que tendremos vida eterna. Números 35 también habla de las ciudades de refugio, donde los homicidas que hubieran matado a alguien sin intención podían escapar de la muerte. Esto tipifica a Cristo como nuestras ciudades de refugio. Nosotros pecamos sin intención, pero puesto que todos somos pecaminosos en Adán, debemos perecer según la ley. Sin embargo, puesto que hemos creído en Cristo y hemos huido a las ciudades de refugio, somos resguardados de la muerte, y Dios ya no nos reclama la deuda de pecados. Cristo es nuestro refugio. No sólo eso, Él también es el excelente tabernáculo y templo con todo su mobiliario: el arca, el altar de oro del incienso, el candelero de oro, la mesa del pan de la presencia y otros enseres. Todos éstos son asuntos sumamente preciosos.
Cristo es completo y perfecto, y pasó por todos Sus procesos para llegar a ser el Espíritu vivificante: el Espíritu, que es vida. Cristo, el Espíritu y la vida producen la iglesia. Nuestra publicación titulada La revelación básica contenida en las santas Escrituras abarca estos siete asuntos principales: el plan de Dios, la obra redentora del Hijo, la aplicación del Espíritu, la manera en que los creyentes son producidos, la manera en que los creyentes llegan a ser la iglesia, el que la iglesia sea la realidad del reino y el ente que trae el reino, y la máxima consumación, la Nueva Jerusalén. Los extractos revelados en las santas Escrituras son Cristo, el Espíritu y la vida. Sin embargo, la revelación bíblica no concluye con estos tres asuntos, sino con la iglesia, esto es, con la Nueva Jerusalén como consumación de la iglesia.
Por consiguiente, tenemos un cuadro muy claro. Nuestra visión no sólo ha sido agrandada y ha avanzado, sino que también se ha fortalecido y llenado de luz. Los dos extremos de la Biblia son Cristo y la iglesia, y el proceso, que se encuentra en el medio, es el Espíritu y la vida. En el período que va desde la muerte, resurrección, ascensión y entronización del Señor Jesús hasta Su segunda venida, el universo entero es para nosotros un asunto que depende del Espíritu y la vida. Nuestra salvación, nuestro crecimiento, nuestra transformación y nuestra madurez en Cristo, todos ellos, son asuntos relacionados con el Espíritu y la vida. Por lo tanto, la Biblia no es simplemente un libro que nos habla de la historia humana, ni de la creación de los cielos y la tierra, ni menos aún es un libro de moralidad y ética. La Biblia es un libro que trata de Cristo, del Espíritu con el espíritu humano, de la vida y de la iglesia. Cristo es el inicio, la iglesia es la consumación, y el proceso es el Espíritu y la vida.
Hay dos libros de la Biblia que nos hablan específicamente de la iglesia. Uno es el libro de Efesios y el otro es Apocalipsis. Efesios nos muestra el origen y existencia de la iglesia. Nos dice cómo la iglesia es producida, cómo ella debe vivir y cómo pasa por un proceso. Sin embargo, Efesios no nos muestra la conclusión de la iglesia. La conclusión de la iglesia se halla en Apocalipsis.
A lo largo de los siglos, la mayoría de los eruditos y maestros de la Biblia les han dado a las personas la impresión de que Apocalipsis sólo habla acerca de los siete sellos, las siete trompetas, las siete copas, un dragón y varias bestias, la más temible de las cuales tiene siete cabezas y diez cuernos. Además, ellos dicen que Apocalipsis habla sobre el Hades, el lago de fuego y el último juicio. Sin embargo, si estudiamos detenidamente el Apocalipsis, la impresión que recibimos del capítulo 1 es la de los siete candeleros, que representan las siete iglesias. Luego, en los capítulos 2 y 3 vemos que fueron escritas siete epístolas a las siete iglesias: una para cada iglesia. Esto demuestra que los primeros tres capítulos de Apocalipsis hablan enfáticamente de las iglesias. Ellos nos muestran que las iglesias como candeleros que están delante de Dios son el objeto del hablar del Señor en esta era, el objeto de Su obra. No podemos separar jamás el hablar del Señor de Su obra. Todo lo que el Señor habla se llevará a cabo. El hablar del Señor equivale a Su obra. Por consiguiente, el hablar del Espíritu a las iglesias equivale a la obra que el Señor realiza entre las iglesias, y el hablar del Espíritu tiene que ver con la obra del Señor.
En Apocalipsis, la sección que abarca los capítulos del 4 al 20 es una inserción. Los primeros tres capítulos son una explicación sencilla acerca de la iglesia. Apocalipsis no nos dice cómo la iglesia es producida; ya se habló de esto en Efesios. Desde el comienzo mismo de Apocalipsis, podemos ver que las iglesias ya existían como candeleros de oro que brillaban y resplandecían en esta era oscura. Sin embargo, durante este período en que resplandece, la iglesia, en lugar de ser siempre normal, se volvió en cierto modo anormal. Por ende, se necesita que el Sumo Sacerdote —el Hijo del Hombre, Jesucristo— ande en medio de los candeleros de oro para preparar y despabilar los candeleros de oro. Esto concuerda con el tipo que vemos en el Antiguo Testamento. En el Antiguo Testamento, los sacerdotes tenían que entrar al Lugar Santo cada mañana y cada noche para preparar y despabilar los candeleros de oro, es decir, para quitar la cera, cortar el pabilo carbonizado y añadir aceite fresco. En los primeros tres capítulos de Apocalipsis, vemos que Jesucristo en calidad de Sumo Sacerdote está allí para ocuparse de los candeleros, cortando los pabilos carbonizados y suministrando aceite fresco. Todas las siete epístolas tienen como finalidad que la cera sea quitada y los pabilos carbonizados sean cortados, a fin de que los siete candeleros puedan brillar y resplandecer de manera normal.
Sin embargo, en el universo transcurren muchas otras historias. La Biblia nos muestra que el universo se divide en tres niveles: los cielos, la tierra y lo que está debajo de la tierra (Fil. 2:10). En los cielos, está Satanás, quien se opone a la obra de Dios; en la tierra, están los hombres caídos que se rebelan tumultuosamente. Además, Apocalipsis nos muestra que debajo de la tierra, en el abismo, no hay tranquilidad. El espíritu del anticristo está esperando tener la oportunidad de derribar la administración gubernamental de Dios. Por consiguiente, todos estos tres niveles en el universo son caóticos y se hallan en un estado convulsionado y agitado. Es por ello que es necesaria la inserción que abarca los capítulos del 4 al 20, a fin de hacer frente a estos problemas y eliminarlos completamente.
Apocalipsis 4 nos muestra que Dios está sentado en el trono. No importa cuánto tumulto haya en los cielos, en la tierra y debajo de la tierra, nada puede derribar el trono que está en el cielo. Dios aún está sentado en Su trono en lo alto, y tiene todo bajo Su control. Él acabará con todas las rebeliones: la rebelión que hay en los cielos, la rebelión en la tierra y la rebelión que ocurre debajo de la tierra. Al final acabará con el líder de las rebeliones, el cual es Satanás, el diablo, la antigua serpiente, el gran dragón. En el capítulo 20 Dios primero ata a Satanás, el gran dragón, y lo echa al abismo por mil años. Al cabo de esos mil años, Satanás será liberado temporalmente, y se rebelará aún más. A la postre, Dios lo capturará y lo echará al lago de fuego para acabar completamente con él. De este modo, todas las cosas negativas que hay en el universo, ya sea en el cielo, en la tierra o debajo de la tierra, serán arrastradas al lago de fuego. Entonces vendrán el cielo nuevo y la tierra nueva.
En Apocalipsis 21 y 22, con respecto al cielo nuevo y a la tierra nueva, la revelación nuevamente se centra en la iglesia. Sin embargo, lo que vemos ahora es la suma total de la iglesia. En el cielo nuevo y la tierra nueva, la iglesia llega a ser esta suma: la Nueva Jerusalén. La iglesia que vemos en el antiguo cielo y la antigua tierra es sólo una miniatura de la Nueva Jerusalén, pero en el cielo nuevo y la tierra nueva vemos la máxima consumación de la Nueva Jerusalén. Ésta es la visión de la iglesia en el libro de Apocalipsis.
Por lo tanto, no debemos dejarnos influenciar por el cristianismo tradicional. Debemos entender claramente que Apocalipsis habla de la iglesia. Los primeros tres capítulos nos hablan de cómo la iglesia resplandece como un candelero de oro en el antiguo cielo y la antigua tierra. Los últimos dos capítulos nos dicen cómo la iglesia alcanza su consumación en el cielo nuevo y la tierra nueva. El antiguo cielo y la antigua tierra pueden ser comparados a la noche, mientras que el cielo nuevo y la tierra nueva son el verdadero día. El antiguo cielo y la antigua tierra son una noche larga y oscura, y durante esta larga noche la iglesia es un candelero de oro. Los primeros tres capítulos de Apocalipsis nos muestran cómo la iglesia en calidad de candelero de oro pasa por la noche larga e interminable del antiguo cielo y la antigua tierra. Luego continúa la inserción de los diecisiete capítulos, la cual nos dice cómo durante esta larga noche Dios, quien está en el trono, se ocupa de todo a fin de que todas las cosas puedan ser resueltas apropiadamente. Dios utiliza los siete sellos, las siete trompetas y las siete copas como juicios para limpiar todo el universo, y al final todas las cosas negativas son eliminadas y arrastradas al lago de fuego. De este modo, todo el universo es limpiado y purgado. Después de esto, en los últimos dos capítulos, el antiguo cielo y la antigua tierra son renovados para convertirse en el cielo nuevo y la tierra nueva. En aquel tiempo, la iglesia no sólo será un candelero de oro, sino también una ciudad santa, la Nueva Jerusalén. Éste es el bosquejo de todo el libro de Apocalipsis.
Los versículos del Nuevo Testamento que tratan de la iglesia son muy misteriosos. La Biblia no es un libro común y ordinario, y los versículos que contiene sobre la iglesia son aún más extraordinarios. En Mateo 16:16-18, Pedro primero comprendió que el Señor Jesús es el Cristo, el Hijo del Dios viviente. Inmediatamente después, el Señor le dijo: “Bienaventurado eres, Simón Barjona, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino Mi Padre que está en los cielos. Y Yo también te digo, que tú eres Pedro, y sobre esta roca edificaré Mi iglesia”. Esta roca se refiere no sólo a Cristo, sino también a la revelación acerca de Cristo, la cual Pedro había recibido del Padre. Es por eso que este pasaje de las Escrituras es tan misterioso que casi nadie es capaz de explicarlo completamente.
En 1 Corintios 12:12 se nos dice: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también el Cristo”. El Cristo, que es una traducción literal, se refiere al Cristo corporativo. Esto significa que el Cuerpo ha llegado a ser Cristo. El versículo 13 continúa diciendo: “Porque en un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Muy pocos cristianos han visto que cuando fueron bautizados en el Espíritu Santo, fueron bautizados en un solo Cuerpo. Los creyentes son bautizados a través del agua y en el Espíritu, no sólo para entrar en Cristo, la muerte de Cristo y en el nombre del Dios Triuno, sino también en el Cuerpo de Cristo. Nosotros éramos individuos dispersos, pero cuando el Señor Jesús nos bautizó en el Espíritu Santo, nos bautizó en un solo Cuerpo. Ya no somos individuos, sino miembros del Cuerpo.
Según la revelación de 1 Corintios 12:12, todos nosotros somos miembros del Cuerpo de Cristo. Sin embargo, aun siendo miembros, muchas veces nos gusta estar solos; no nos gusta estar en el Cuerpo. ¡Cuán triste y distorsionado es esto! Sería terrible si al profetizar alguien, sólo su boca se levantara a profetizar y el resto de su cuerpo permaneciera sentado. No obstante, esto es semejante a lo que sucede entre la mayoría de los cristianos, incluso entre nosotros. Todos reconocemos que somos miembros de Cristo. A veces incluso decimos que debiéramos compartir todas las cosas unos con otros, que todos somos miembros y que debemos amarnos unos a otros. Sin embargo, por mucho que nos amemos, si no vivimos en el Cuerpo, nuestro amor será sólo en palabras y de labios. Nuestros ojos verdaderamente necesitan ser abiertos para que veamos que no podemos ser individualistas; antes bien, debemos estar en el Cuerpo para tener la realidad de amarnos unos a otros. Sólo cuando cada miembro es puesto en el lugar que le corresponde en el Cuerpo puede manifestarse una situación verdaderamente hermosa y atractiva.
Por consiguiente, cuando hablemos de la iglesia, debemos prestar atención a la unidad de la iglesia. Sin la unidad, la iglesia no puede existir, porque la iglesia es un solo Cuerpo. El Cuerpo es uno, y sin la unidad, no puede existir el Cuerpo. Hoy en día muchos cristianos afirman que no debemos tener una visión estrecha ni ser sectarios, sino que simplemente debemos amarnos unos a otros. Sin embargo, a menos que nos unamos y estemos en unidad, no nos será posible amarnos. No podemos amarnos unos a otros a no ser que estemos en el Cuerpo, en unidad. Estando en el Cuerpo, de manera espontánea nos amamos unos a otros.
Cuando yo fui salvo, un pastor me dijo que los cristianos deberían dividirse. En aquel entonces la población de Chifú era alrededor de 250,000 habitantes. Ese pastor dijo: “Si sólo hay una iglesia en Chifú, eso es como tener una sola lámpara eléctrica en una casa grande en la noche. Por mucho que brille la lámpara, la casa aún no estará lo suficientemente iluminada. Por lo tanto, necesitamos que haya más lámparas. Hasta el presente sólo hay ocho denominaciones en Chifú. Esto significa que sólo tenemos ocho lámparas. ¿No sería mejor si hubiera más lámparas? Es por ello que deberíamos dividirnos en más grupos”. Ésta es la filosofía cismática del cristianismo, una filosofía de división. Hoy en día muchos cristianos justifican la división y, al hacerlo, se consideran personas de amplio criterio. Cierto grupo de personas nos abandonó porque decían que deseaban ser amplios e incluir a todos los cristianos. Sin embargo, ellos con el tiempo no pudieron tolerar ni siquiera a su propia gente y se han dividido una y otra vez. Definitivamente no tiene nada de glorioso el que los cristianos se dividan y sean cismáticos; todo lo contrario, esto es algo vergonzoso.
Alguien comentó una vez que entre los chinos que vienen a los Estados Unidos, dos líneas de negocios han resultado muy prósperas: una es abrir un restaurante, y la otra es establecer una iglesia. Ambas empresas se pueden llevar a cabo por medio de la labor conjunta de toda la familia. Debido a las enmiendas de las leyes inmigratorias, un número cada vez más creciente de chinos ha emigrado a los Estados Unidos. Las iglesias de habla china han crecido muy rápido en todo lugar, de tal manera que pareciera ser “un mercado de iglesias”. El recobro del Señor, por otra parte, goza de una luz muy clara. Cuanto más avanzamos conforme a esta luz, más claridad tenemos interiormente, más abiertos son nuestros ojos y más creemos que estamos andando en conformidad con la intención del Señor. La iglesia es el Cuerpo de Cristo. Así como hay un solo Cristo, también debe haber una sola iglesia. Una cabeza con muchos cuerpos es un monstruo. El Cuerpo de Cristo no es un monstruo, sino el nuevo hombre. Por lo tanto, solamente existe un solo Cuerpo. En 1 Corintios 12:12-13 se nos revela con claridad que aunque somos muchos, somos un solo Cuerpo. Además, en un mismo Espíritu fuimos bautizados en un solo Cuerpo. Puesto que el Cuerpo es uno solo, no debe haber división. Al contrario, debemos tener la misma solicitud los unos por los otros en el Cuerpo (v. 25).
Efesios 1:22-23 dice que Cristo no sólo fue exaltado para ser Cabeza sobre todas las cosas, sino que también fue dado por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Esto indica que el hecho de que sea Cabeza sobre todas las cosas está relacionado con la iglesia y es por causa de la iglesia. La iglesia es Su Cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo.
En 5:25-27 el apóstol nos dice que Cristo amó a la iglesia y se entregó a Sí mismo por ella. Además, no sólo Él derramó Su preciosa sangre para limpiarnos de nuestros pecados, sino que también nos purifica mediante el lavamiento del agua en Su palabra para que lleguemos a ser una iglesia gloriosa. Como hemos visto, el Espíritu y la palabra son uno, y la palabra es el Espíritu. Por lo tanto, el agua en la palabra es el Espíritu en la palabra. El Señor purifica a la iglesia con el Espíritu en la palabra. Este lavamiento es diferente del lavamiento de la preciosa sangre. La sangre preciosa nos lava de nuestros pecados e impurezas objetivamente, mientras que el agua quita nuestras manchas y arrugas subjetivamente. Las manchas, las cuales provienen de la vida natural, son las cicatrices que dejan las heridas de la vida natural, mientras que las arrugas están relacionadas con nuestra vejez. Por esta razón, las manchas y las arrugas no pueden ser purificadas con la sangre preciosa. Sólo el agua en la palabra del Señor, el Espíritu de vida que opera en nuestro interior, puede lavar nuestras manchas y arrugas y reemplazarlas con algo nuevo. El Señor no quita nuestras manchas y arrugas como lo hace un cirujano plástico, sino que, en vez de ello, nos nutre al igual que un nutricionista y elimina nuestras manchas y arrugas mediante el proceso metabólico. El Señor utiliza el agua en Su palabra para purificar a la iglesia de las manchas que dejan nuestras pasadas heridas y de las arrugas que provienen de nuestra vejez, y de ese modo logra que la iglesia sea una iglesia gloriosa, santa y sin defecto.
Los versículos 28-32 dicen que todos somos miembros de Cristo. Todo el mundo, lejos de aborrecer su propio cuerpo, lo sustenta y lo cuida con ternura. De igual manera, Cristo sustenta y cuida tiernamente a la iglesia, la cual es Su Cuerpo. Los esposos y las esposas son un tipo de Cristo y la iglesia. Por esta razón, los esposos deben amar a sus esposas como a sus propios cuerpos. Por esto el hombre debe dejar a su padre y a su madre y unirse a su esposa, y los dos vendrán a ser una sola carne. De igual manera, Cristo y la iglesia no solamente son un solo espíritu (1 Co. 6:17), sino que han llegado a ser un solo Cuerpo (Ef. 1:22-23), así como en la tipología el esposo y la esposa llegan a ser una sola carne. Es por ello que Pablo dijo que al hablar de esto él se refería al gran misterio: Cristo y la iglesia (5:31-32).
En 1 Timoteo 3:15 se afirma que la iglesia es la casa del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad. Esto quiere decir que Dios vive subjetivamente en la iglesia, y actúa, se mueve y opera en la iglesia. La iglesia, que es columna y fundamento de la verdad, sostiene, soporta, todas las cosas verdaderas relacionadas con Cristo y la iglesia, y da testimonio de ellas. Por esta razón, el versículo 16 dice que grande es el misterio de la piedad, esto es, el hecho de que Dios fuese manifestado en la carne.
Los primeros tres capítulos de Apocalipsis revelan que mientras la iglesia está en la tierra, hay una sola iglesia en cada localidad. Las siete iglesias son candeleros de oro que están en siete localidades. Interiormente, la iglesia necesita del Espíritu, y externamente, requiere de una expresión práctica en las localidades. En 1:11, el Señor Jesús le encargó al apóstol Juan que escribiera lo que viera y lo enviara a las siete iglesias: “A Éfeso, a Esmirna, a Pérgamo, a Tiatira, a Sardis, a Filadelfia y a Laodicea”. Si hubiese existido una iglesia federada, una sola epístola habría sido suficiente. Sin embargo, la palabra griega traducida “a” se usa antes de nombrarse cada lugar. Además, los capítulos 2 y 3 demuestran que definitivamente se escribieron siete epístolas a siete iglesias respectivamente, y no una epístola general dirigida a siete lugares. Esto indica que las siete iglesias no formaron una federación; antes bien, ellas eran iglesias que estaban en siete lugares diferentes. Por esta razón, en 1:12 y 20 el Señor Jesús le dijo a Juan que los siete candeleros de oro eran las siete iglesias. Esto nos muestra que sólo hay una iglesia en una localidad y que cada iglesia local es un candelero de oro.
A la postre, en los últimos dos capítulos de Apocalipsis encontramos la manifestación final y máxima de la iglesia: la Nueva Jerusalén. Esta ciudad, la Nueva Jerusalén, es edificada como una montaña de oro, en cuya cima está el trono de Dios y del Cordero. Allí, Dios es la luz, y el Cordero, Cristo, es la lámpara. Por lo tanto, esta montaña de oro es la máxima consumación del candelero de oro que irradia a Dios. En esta era, la iglesia aparece en cada lugar como un candelero de oro en cada localidad. En la eternidad, la iglesia es solamente una, la Nueva Jerusalén, la cual es el único candelero de oro. Esto es verdaderamente misterioso.
Esta Nueva Jerusalén, teniendo la montaña de oro como su base, es edificada con piedras preciosas. Alrededor de ella hay doce puertas, y cada puerta es una perla. El muro y el cimiento son edificados con jaspe y piedras preciosas. Dentro de la ciudad hay un trono, del cual sale una calle que pasa por las doce puertas en forma de espiral. En medio de la calle fluye un río de agua de vida que procede del trono, y a ambos lados del río crece el árbol de la vida. Si estudiamos este cuadro con detalle y lo oramos-leemos y digerimos a cabalidad, nuestros ojos serán abiertos y nosotros veremos claramente lo que la iglesia es.
La iglesia procede de Cristo, por medio del Espíritu y en virtud de la vida. Por consiguiente, la iglesia es un producto de Cristo, el Espíritu y la vida. En primer lugar, necesitamos conocer la relación que hay entre Cristo y la iglesia. La iglesia está en Cristo y procede de Cristo, como Eva provino de Adán. Dios creó solamente a Adán, pero después que Adán fue creado, Dios dijo que no era bueno que el hombre viviera solo. Esto indica que Dios mismo sentía una carencia. Por esta razón, Dios hizo que cayera un sueño profundo sobre Adán y tomó una costilla de su costado para edificar con ella a una mujer. Esto significa que la iglesia provino del costado de Cristo. Cuando el Señor Jesús fue crucificado, Su costado le fue abierto y salió sangre y agua (Jn. 19:34). La sangre efectúa la redención y así quita los pecados para comprar la iglesia (Jn. 1:29; He. 9:22; Hch. 20:28). El agua imparte la vida y así resuelve el problema de la muerte para producir la iglesia (Jn. 12:24; 3:14-15; Ef. 5:26-30). Esto demuestra que la iglesia procede de Cristo.
En segundo lugar, la iglesia es de Cristo. Puesto que la iglesia procede de Cristo, ella también es de Cristo. La frase proceder de alude a la fuente, mientras que la preposición de alude a la esencia. La esencia de Eva era la misma que la de Adán; no había diferencia alguna porque Eva era de Adán, pues había sido edificada a partir de una costilla de Adán. Por consiguiente, Eva no sólo procedía de Adán, sino que también era de Adán. De igual manera, la iglesia no sólo procede de Cristo, sino que también es de Cristo. La esencia de la iglesia no es otra que Cristo mismo (Col. 3:11).
Tercero, la iglesia está unida a Cristo. La unión de la iglesia con Cristo no es simplemente como la unión de la esposa con el esposo, sino que se asemeja aún más a la unión del cuerpo con la cabeza. Aunque una pareja se una, todavía en un sentido están separados; pero la cabeza con el cuerpo no puede dividirse porque una vez que se dividen, habrían llegado a su fin. Esto significa que la unión de la iglesia con Cristo es una unión orgánica, y no una asociación de organización. Una mesa se compone de piezas de madera que han sido unidas; esto es algo organizado. Pero la cabeza y el cuerpo están unidos, no al ser organizados, sino de manera orgánica.
Cuarto, la iglesia se basa en Cristo. El Señor Jesús dijo que edificaría Su iglesia sobre “esta roca” (Mt. 16:18). Esta roca se refiere a Cristo y también a la revelación concerniente a Cristo. Esto significa que Cristo es el fundamento de la iglesia y que la iglesia toma a Cristo como punto de partida. Cristo es el único fundamento de la iglesia (1 Co. 3:10-11). La iglesia procede de Cristo, es de Cristo, está unida a Cristo y toma a Cristo como su base.
También necesitamos ver la relación que existe entre la iglesia y el Espíritu. Según la Biblia, la iglesia primeramente es bautizada en el Espíritu para ser introducida en un solo Cuerpo (1 Co. 12:13); en segundo lugar, a la iglesia se le da a beber del Espíritu; tercero, la iglesia vive en el Espíritu; y cuarto, la función de la iglesia es ser la manifestación del Espíritu. Por un lado, la iglesia procede de Cristo, es de Cristo, está unida a Cristo y toma como su base a Cristo; por otro lado, la iglesia es bautizada en el Espíritu en un solo Cuerpo, y a ella se le da a beber de este mismo Espíritu. Ser bautizados es ser sumergidos en el Espíritu, y beber es permitir que el Espíritu nos sature interiormente. En el área de los alrededores de Nankín y Yangchow en China, tienen un proverbio que dice: “En la mañana, la piel envuelve el agua; y en la noche, el agua envuelve la piel”. La frase la piel envuelve el agua se refiere a cuando una persona se sienta en la casa de té en la mañana a beber té; y la frase el agua envuelve la piel se refiere a cuando dicha persona se da un baño de tina en la noche. Ése es el secreto de salud de aquellos pobladores locales. Para que un cristiano sea saludable, necesita también experimentar el que “la piel envuelva el agua” y “el agua envuelva la piel”. Primeramente, necesitamos que “el agua envuelva la piel”, es decir, necesitamos ser bautizados en el Espíritu Santo. Luego necesitamos que “la piel envuelva el agua”, es decir, beber al Espíritu Santo a cada momento. De esta manera, nuestro vivir será en el espíritu. Una vez que vivamos en el espíritu, Cristo será expresado. Esto es semejante a lo dicho en Apocalipsis en cuanto a que cada candelero de oro tiene siete lámparas. Estas siete lámparas son la expresión del candelero de oro; ésta es la manifestación del Espíritu porque la siete lámparas son los siete Espíritus (Ap. 4:5). Por consiguiente, la iglesia es bautizada en el Espíritu, se le da a beber del Espíritu, ella vive en el Espíritu y su función es ser la manifestación del Espíritu.
También necesitamos ver la relación que existe entre la iglesia y la vida. En primer lugar, la iglesia fue regenerada por Dios y posee la vida regenerada. La iglesia es de vida porque cada miembro de la iglesia ha sido regenerado por Dios. Cuando era joven, leí al menos en dos libros que la regeneración era simplemente una renovación, es decir, que “todo lo pasado murió ayer, y todas las cosas a partir de ahora en adelante nacen el día de hoy”. Yo no podía aceptar estas palabras. En 1954, me encontré un libro del hermano T. Austin-Sparks, en el que decía que la regeneración consistía en poseer la vida de Dios además de nuestra vida humana. Fue en ese día que entendí claramente lo que es la regeneración. La regeneración consiste en recibir otra vida, la vida zoé, la vida de Dios, además de la vida psujé, la vida humana.
Si no tenemos a Cristo, quien es la vida de Dios, no tenemos vida. Es por ello que 1 Juan 5:12 dice: “El que tiene al Hijo, tiene la vida; el que no tiene al Hijo de Dios no tiene la vida”. Dado que el Hijo de Dios es esta vida zoé (Jn. 11:25; 14:6; Col. 3:4), una vez que recibimos la vida zoé, somos regenerados. El hecho de nacer del vientre de nuestra madre fue nuestro primer nacimiento en el que recibimos la vida psujé, que es la vida humana. Cuando creímos en el Señor Jesús, nacimos de Dios, con lo cual fuimos regenerados para que recibiéramos la vida zoé, que es la vida de Dios. Por consiguiente, la iglesia procede de la vida zoé.
En segundo lugar, la iglesia crece en vida. El asunto del crecimiento se menciona muchas veces en el Nuevo Testamento, como el hecho de llegar a un hombre de plena madurez, a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo (Ef. 4:13), el crecimiento del Cuerpo (v. 16), y crecer con el crecimiento de Dios (Col. 2:19). Todas estas expresiones se refieren al crecimiento de la vida zoé en nosotros. Cuando la vida de Dios crece en nosotros, nosotros crecemos en esta vida hasta la madurez y llegamos a la medida de la estatura de la plenitud de Cristo.
Tercero, la iglesia es transformada en vida. Cuando la vida crece, ocurre la transformación. Cuando una flor florece, eso es su transformación. Inicialmente, las semillas de la flor no son bonitas, pero cuanto más crecen, mejor es su aspecto y más son transformadas para ser hermosas. Los niños crecen y cambian todos los días hasta hacerse más grandes y más maduros. Crecer hasta la madurez es experimentar un cambio. En la vida zoé, no empeoramos ni cambiamos para lo peor; al contrario, nos fortalecemos más y llegamos a ser más nuevos, de hecho, somos rejuvenecidos. Así, pues, nacemos de la vida, crecemos en vida y somos transformados en vida.
Cuarto, la iglesia es edificada en vida. Sin la vida zoé, la edificación de la iglesia no se puede llevar a cabo. La vida humana natural, por ser facciosa e individualista, no desea en absoluto la edificación. Sin embargo, la vida zoé se complace en la edificación. Solamente la vida zoé puede lograr que seamos conjuntamente edificados.
Además, la iglesia es única en el universo, pero también se manifiesta en diferentes localidades. Aunque hay una iglesia en cada localidad, con todo, sigue existiendo una sola iglesia. Por consiguiente, el contenido de la iglesia es Cristo, el Espíritu y la vida, y el aspecto de la iglesia es el de una sola iglesia en cada localidad. Si verdaderamente amamos al Señor, debemos crecer en vida, vivir por el Espíritu y vivir en Cristo. Finalmente, nos manifestaremos como la iglesia en cada localidad para ser la expresión del Dios Triuno como los candeleros de oro resplandecientes, cuya máxima consumación será la Nueva Jerusalén. Todos los puntos mencionados anteriormente constituyen la iglesia.