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Mensajes del libro «Cuatro elementos cruciales de la Biblia: Cristo, el Espíritu, la vida y la iglesia, Los»
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CAPÍTULO CINCO

EL ESPÍRITU: EL ESPÍRITU SANTO

(1)

  Lectura bíblica: Jn. 14:10, 13, 16-20, 23, 26; 20:22; 15:26; 2 Co. 3:17-18

  Todos los lectores de la Biblia saben que la Biblia habla de Dios, Cristo y el Espíritu Santo. Por consiguiente, el Espíritu Santo es uno de los tres temas principales de la Biblia. A lo largo de los siglos los lectores de la Biblia han estudiado muchísimo acerca de Cristo. Sin embargo, en su estudio del Espíritu Santo según el relato bíblico, ellos no han profundizado lo suficiente y hasta podríamos decir que han sido descuidados. En este mensaje queremos ver el Espíritu Santo, “el Espíritu”, desde la perspectiva de toda la Biblia.

LOS DIFERENTES ASPECTOS DEL ESPÍRITU

El Espíritu de Dios

  Desde el mismo comienzo la Biblia, en Génesis 1, después de decirnos que Dios creó los cielos y la tierra, nos dice que el Espíritu de Dios se cernía sobre la faz de las aguas (v. 2). La palabra hebrea traducida se cernía denota algo semejante a cuando una gallina empolla sus huevos. Una gallina los empolla, extendiendo sus alas sobre ellos a fin de producir algo viviente: los pollitos. Por lo tanto, algunas buenas versiones de la Biblia han traducido esta palabra como se cernía, en el sentido de producir vida. Todos los lectores de la Biblia saben que Génesis 1 habla de cuando Dios creó los cielos y la tierra, pero muchos han pasado por alto el hecho de que la obra creadora de Dios la llevó a cabo el Espíritu de Dios, es decir, la llevó a cabo el Espíritu de Dios al cernirse sobre la faz de las aguas.

El Espíritu de Jehová

  Después de hablarnos del Espíritu de Dios, el Antiguo Testamento nos habla del Espíritu de Jehová reiteradas veces. El Espíritu de Jehová nos habla de Dios que llega al hombre. El libro de Jueces con frecuencia dice que ciertos jueces se levantaron para pelear a favor de los hijos de Israel porque el Espíritu de Jehová había venido sobre ellos (3:10; 6:34; 11:29; 13:25; 14:6). Además, los profetas se levantaron para hablar por Dios porque el Espíritu de Jehová también había venido sobre ellos (2 S. 23:2; Is. 61:1). Elías llegó a ser profeta porque el Espíritu de Jehová vino sobre él; más tarde, Eliseo, siguiendo a Elías, se puso el manto de éste. Este manto es un tipo del Espíritu Santo que desciende sobre los creyentes en el Nuevo Testamento como Espíritu económico, el Espíritu de poder. En Lucas 24:49 el Señor Jesús les dijo a Sus discípulos: “He aquí, Yo envío la promesa de Mi Padre sobre vosotros; pero quedaos vosotros en la ciudad, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”. Esto es lo que el manto de Elías y Eliseo tipifica. Por tanto, este Espíritu también es llamado “el Espíritu como manto”.

  En Joel 2:28-29 Dios hizo una promesa, diciendo: “Después de esto derramaré Mi espíritu sobre toda carne, / [...] Y de cierto sobre los esclavos y sobre las esclavas / en aquellos días derramaré Mi espíritu”. En el Antiguo Testamento el derramamiento del Espíritu es tipificado por la lluvia, como en Oseas 6:3, que dice que Dios derramaría Su Espíritu en dos ocasiones como el cumplimiento de la lluvia otoñal o temprana y la lluvia primaveral o tardía. En el día de Pentecostés, el derramamiento del Espíritu era la lluvia temprana; al final de esta era, Dios derramará nuevamente Su Espíritu sobre los hijos de Israel, y todo Israel se arrepentirá y será salvo. Ésta será la lluvia tardía, como fue profetizado en Zacarías 12:10. El Antiguo Testamento habla del Espíritu de Dios sólo hasta ese punto, concluyendo al final con una promesa, la cual es que Dios derramará Su Espíritu como lluvia sobre Sus elegidos.

El Espíritu Santo

  En el Nuevo Testamento el Espíritu Santo es el primer título divino que se le atribuye al Espíritu de Dios. Mateo 1 dice que el Espíritu Santo entró en el vientre de María, una virgen humana, lo cual hizo que ella concibiera y diera a luz a un niño, a Cristo. En el tiempo del Nuevo Testamento, con miras al inicio del evangelio de Dios, la preparación de un cuerpo humano para el Salvador requería que el Espíritu Santo impartiera la naturaleza divina en la humanidad, de manera que el hombre fuese hecho santo y así se pudiera llevar a cabo el plan que Dios tenía de redimirnos. Por lo tanto, la mención que se hace del Espíritu Santo al comienzo del Nuevo Testamento está relacionada con la concepción de Cristo.

El Espíritu esencial y el Espíritu económico

  Cuando Cristo salió a ministrar a la edad de treinta años a fin de cumplir la comisión que había recibido de parte de Dios, el Espíritu de Dios descendió sobre Él (Mt. 3:16). Mateo 1:18, 20 y Lucas 1:35 nos revelan que Jesús nació del Espíritu Santo, el cual era Su esencia. Luego, en el momento de Su bautismo, el Espíritu de Dios, el Espíritu Santo, descendió sobre Él nuevamente. Esto estaba relacionado con Su ministerio, Su obra. Éstos no son dos Espíritus, sino dos aspectos de un mismo Espíritu. El Espíritu Santo como la esencia de Jesús en Su concepción y nacimiento era Su vida divina, y Él vivió por este Espíritu como Su esencia y vida. La esencia del elemento divino del Espíritu Santo, quien era Su vida y naturaleza, era inmutable y no le podía ser quitada. Sin embargo, el Espíritu Santo también tiene el aspecto económico, el aspecto relacionado con el poder, el cual serviría para el ministerio de Jesús (Lc. 4:14, 18; Mt. 12:28); y este aspecto podía serle quitado en cualquier momento que fuese necesario (Mt. 27:46).

  Jesús tenía al Espíritu Santo en el aspecto esencial como Su naturaleza intrínseca desde el momento de Su concepción y nacimiento, pero fue en el momento de Su bautismo que el Espíritu Santo en el aspecto económico descendió sobre Él como Su poder externo. La Biblia claramente dice que el Señor Jesús ministraba no por Su propia fuerza sino por este Espíritu. Interiormente, el Señor Jesús estaba constituido y lleno del Espíritu esencial; exteriormente, Él fue ungido y revestido de poder —y también lleno— por este Espíritu económico. Él era una persona que estaba estrechamente relacionada con el Espíritu. Por lo tanto, Su mover era el mover del Espíritu, y Su obra era la obra del Espíritu.

Otro Consolador

La promesa del Consolador

  En la última noche de Su ministerio de tres años y medio, el Señor Jesús dio un largo discurso a Sus discípulos, el cual se halla en Juan 14—16. Esta sección es un discurso de despedida que el Señor Jesús les dio a Sus discípulos la noche en que fue traicionado. En esta despedida, Él primero les dijo que Él es la expresión del Padre; cuando la gente le ve, ve al Padre. Él está en el Padre y el Padre está en Él, y Él y el Padre son uno (14:9-10). Luego en los versículos 16 y 17 dijo: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de realidad”. Casi todos los cristianos saben que lo que el Señor Jesús habló aquí era la promesa de darnos un Consolador, pero lo que no entienden es cómo el Padre nos dio este Consolador.

Otro Consolador, el Hijo que estaría en ellos

  El Señor dijo a continuación que este Consolador, el Espíritu de realidad, permanecería con los discípulos y estaría en ellos (v. 17). El Señor había estado con los discípulos por tres años y medio; ellos verdaderamente disfrutaban de Su presencia, y Él era su Consolador, pero ahora iba a dejarlos. Cuando ellos escucharon esto, se entristecieron mucho. Por esta razón, el Señor quería que supieran que en aquel momento Él sólo podía estar con ellos exteriormente, mas no podía entrar en ellos. Mientras el Señor estaba en la carne, podía estar con los discípulos y andar, quedarse y permanecer con ellos, pero Él no estaba satisfecho. Él deseaba entrar en los creyentes a fin de vivir en ellos como su vida. Además, Él quería ser su pan de vida y su suministro de vida. En otras palabras, Él quería ser el “otro Consolador”. Por lo tanto, el “otro Consolador” era Cristo mismo que entraría en ellos para ser su vida y su suministro de vida. Puesto que Él había de ser vida para ellos, no podía simplemente estar fuera de ellos, sino que tenía que estar dentro de ellos. Puesto que había de ser su pan de vida y su suministro de vida, Él tenía que ser recibido dentro de ellos para poderles ministrar. Por lo tanto, aunque los discípulos se sentían muy complacidos con la presencia externa del Señor, aquello no era suficiente; el Señor aspiraba a entrar en ellos.

En la resurrección el Hijo entró en los discípulos como el Consolador a fin de que ellos experimentaran al Hijo en el Padre

  ¿Cómo podía el Señor entrar en los discípulos, y cómo podía Él estar con ellos para siempre? En 14:19-20 el Señor dijo: “Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veis; porque Yo vivo, vosotros también viviréis. En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. Aquel día era el día cuando el Señor vivió y Sus discípulos también vivirían; esto se refiere al día de la resurrección del Señor (20:19). Después de Su resurrección el Señor vivió en los discípulos, y ellos también vivieron por causa de Él, como se nos dice en Gálatas 2:20. Además, en aquel día los discípulos pudieron conocer que el Señor está en el Padre. Esto no es un simple conocimiento mental, porque nuestra mente no es capaz de entender tal cosa. Aquí el Señor estaba hablando de un conocimiento experimental. En Juan 14:10 el Señor dijo: “¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí?”. El Señor les estaba preguntando a los discípulos si ellos creían, no si ellos habían tenido la experiencia. Luego en el versículo 20 el Señor fue más allá y dijo: “En aquel día vosotros conoceréis”. Por consiguiente, la palabra conoceréis aquí se refiere a la experiencia, no sólo al hecho de creer, sino también al hecho de experimentar que el Señor está en el Padre. En la etapa inicial de mi experiencia de Cristo, yo pensaba que Cristo y el Padre eran dos personas por separado. Siempre que oraba, me sentía molesto porque en mi mente siempre había entendido que Cristo estaba en mí y que el Padre estaba sentado en el trono en los cielos. Colosenses 1:27 dice que Cristo en nosotros es la esperanza de gloria, pero yo no podía entender cómo este Cristo estaba relacionado con el Padre. En ese entonces yo no tenía ningún sentir ni experiencia que me dijera que Cristo estaba en el Padre. No fue sino hasta después de ser cristiano por treinta años que empecé a comprender que es completamente imposible experimentar a Cristo aparte del Padre.

  En cuanto a la verdad de la salvación, Juan 3:16 es el mejor versículo; pero en cuanto al disfrute de Cristo, el mejor versículo es Juan 14:20. Este versículo dice: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. El orden aquí no puede ser alterado. Lo dicho por el Señor aquí significa que en resurrección Él entraría en Sus discípulos, pero en vez de entrar en ellos solo, entraría en ellos estando en el Padre. De este modo, el día de la resurrección del Señor, los discípulos conocerían que Cristo no sólo estaba relacionado con el Padre y era la expresión del Padre, sino que también estaba en el Padre. Más aún, los discípulos conocerían que ellos estaban en el Hijo y que el Hijo estaba en ellos.

  ¿Por qué en esta sección concerniente al otro Consolador, en vez de hablar del Consolador, el Señor dijo que Él estaba en el Padre, que nosotros estamos en Él y Él en nosotros? En realidad, es porque esto se refiere a nuestra experiencia del otro Consolador. Fue en ese día, el día de la resurrección del Señor, cuando este otro Consolador vino a los discípulos y sopló en ellos; ellos lo inhalaron y lo recibieron. En 20:22 el Señor en Su resurrección vino a los discípulos y sopló en ellos y les dijo: “Recibid al Espíritu Santo”. Este Espíritu Santo es el “otro Consolador”. Cuando los discípulos le recibieron, ellos conocieron que Cristo estaba en el Padre. Entonces Él pudo vivir en ellos y ellos también pudieron vivir por causa de Él y con Él. Hasta los discípulos pudieron vivir en Él, y Él también pudo vivir en ellos. Por lo tanto, en Juan 14:10 sólo tenemos una revelación, pero en el versículo 20 la revelación llega a ser una experiencia. Esta experiencia empezó el día de la resurrección del Señor, en la cual el Hijo vino como otro Consolador y con Su soplo infundió al Espíritu Santo, quien es Su transfiguración, en Sus discípulos. Cuando este Consolador, el otro Consolador, entró en los discípulos, ellos comprendieron que el Hijo estaba en el Padre, que ellos estaban en el Hijo y que el Hijo estaba en ellos. Los discípulos pudieron percatarse de esto porque el otro Consolador había entrado en ellos y ellos lo experimentaron de manera práctica.

El otro Consolador es el Espíritu Santo a quien el Padre envió en nombre del Hijo

  Juan 14 contiene muchas revelaciones. El versículo 6 dice que Cristo es el camino, la realidad y la vida; el versículo 9 dice que el que ha visto al Hijo ha visto al Padre; el versículo 11 dice que el Hijo está en el Padre y que el Padre está en el Hijo; y los versículos 16 y 17 dicen que otro Consolador, el Espíritu de realidad, sería dado a los discípulos no sólo para que permaneciera con ellos, sino para que también estuviera en ellos. Sin embargo, los cuatro versículos más importantes de Juan 14 son los versículos 10, 20, 23 y 26. Además, la revelación en estos cuatro versículos es progresiva. Por lo tanto, para estudiar la experiencia que corresponde al versículo 20, tenemos que proseguir y estudiar el versículo 23. En el versículo 23 el Señor dijo: “El que me ama, Mi palabra guardará; y Mi Padre le amará”. Esto es verdaderamente maravilloso. ¿Por qué es que cuando alguien ama al Señor, el Padre también lo ama? ¿Por qué el Señor dijo que el Padre lo amaría, en lugar de decir que Él mismo lo amaría? ¿No lo amaría también el Señor? Luego el Señor continuó diciendo: “Y vendremos a él, y haremos morada con él”. La palabra vendremos aquí se refiere al Padre y al Hijo. Según nuestro modo de pensar, si una persona ama al Hijo, el Hijo lo amará y entrará en él con gozo para permanecer en él. Pero, ¿por qué el Señor dijo que cuando alguien ama al Hijo, es el Padre quien lo ama y que el Padre y el Hijo vendrían a él y harían morada con él? Para explicar este versículo, debemos proseguir estudiando el versículo 26.

  Como hemos visto, el versículo 20 dice que el Hijo permanece en los discípulos, y es por medio del Espíritu Santo, a quien el Padre envió, que el Hijo puede permanecer en ellos. Luego, el versículo 26 dice: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que Yo os he dicho”. Este versículo dice que el Espíritu Santo es enviado por el Padre en nombre del Hijo. Según la gramática, en Mi nombre es un modificador; estar en Su nombre es estar en Su persona. Sin embargo, cuando leemos este versículo, es muy difícil saber si la frase en Mi nombre se refiere a que el Padre envía en el Hijo o a que el Espíritu Santo es enviado en el Hijo, es decir, si esta frase modifica al Padre o al Espíritu. En realidad, la frase en Mi nombre modifica al Padre. Por lo tanto, que el Padre envíe al Espíritu Santo en nombre del Hijo equivale a que el Hijo envíe al Espíritu Santo; es decir, que el Padre envíe al Espíritu Santo en nombre del Hijo equivale a que el Hijo envíe al Espíritu Santo desde el Padre (15:26). En otras palabras, el Hijo envió al Espíritu desde el Padre y con el Padre. No significa que el Hijo hizo el envío con el Padre; significa que el Espíritu viene con el Padre.

El Padre, el Hijo y el Espíritu son uno, y el Hijo es el Espíritu

  Juan 14:26 dice que el Padre envió al Espíritu en el Hijo, y el Padre y el Hijo son uno porque el Padre está en el Hijo. Luego, 15:26 nos muestra que el Hijo envió al Espíritu desde el Padre y con el Padre; por tanto, el Espíritu está con el Padre. Lo primero indica que el Padre y el Hijo son uno y que el Padre está en el Hijo, mientras que lo segundo dice que el Espíritu vino desde el Padre y con el Padre. Lo primero nos dice que el Padre está en el Hijo, especialmente al enviar al Espíritu, mientras que lo segundo nos dice que fue el Hijo quien envió al Espíritu. ¿Significa esto que son dos personas las que envían? El Padre y el Hijo son dos, pero en la acción de enviar al Espíritu son uno, porque el Padre envía en el Hijo. Por consiguiente, el enviar del Padre es el enviar del Hijo. Cuando estudiamos estos dos versículos juntos, podemos concluir que el Espíritu quien es enviado viene con el Padre, y el Padre envía al Espíritu en nombre del Hijo. Por lo tanto, el Espíritu viene con el Padre y el Hijo. Esto demuestra que el Padre, el Hijo y el Espíritu son uno y no pueden ser separados.

  Así pues, a fin de experimentar a Cristo, es preciso ver que Él es el Espíritu. Si Él no fuese el Espíritu, nosotros no podríamos experimentarle, ni Él podría entrar en nosotros. Efesios 3:17 dice: “Para que Cristo haga Su hogar en vuestros corazones por medio de la fe”. El coro de Himnos, #152 dice: “¡Desde que Jesús vino a mí!”. Si Cristo no fuese el Espíritu, ¿cómo podría Él entrar en mi corazón y hacer Su hogar allí? No debemos simplemente repetir lo que otros dicen. Quizás no entendamos este misterio, pero sí debemos entender este hecho y experimentar esta realidad. Puesto que Cristo como Espíritu vive en nuestro corazón hoy, podemos cantar: “¡Bulle el gozo en mi alma como olas del mar”. A través de los siglos, todos los cristianos que aman al Señor han experimentado el gozo de que el Señor haga Su hogar en sus corazones mediante la comunión íntima que tienen con Él y al tocar ellos al Espíritu del Señor con su espíritu. Si bien muchos no pueden entender ni hablar de esta verdad, sí han experimentado esta realidad. Cada palabra del Señor es firme. Por lo tanto, tal vez no entendamos por qué, pero si simplemente decimos “amén” a Su palabra, obtendremos la realidad.

  Podemos usar como ejemplo el invocar del nombre del Señor. Romanos 10:13 dice: “Porque: ‘Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo’”. Hoy podemos explicar esta verdad porque hemos estudiado la Biblia por varias décadas, hemos examinado y comparado los escritos de otros y hemos experimentado esto por nosotros mismos (Hch. 2:21, nota 1, Versión Recobro). Sin embargo, si hoy liberamos nuestro espíritu para invocar el nombre del Señor, de inmediato experimentaremos el ser salvos de toda clase de personas, circunstancias y asuntos. De igual manera, podemos experimentar el que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones por medio de la fe. ¿Cómo puede Cristo hacer Su hogar en nuestros corazones? Puede hacerlo porque Él es el Espíritu (1 Co. 15:45). Algunos dicen que Cristo no mora en nuestros corazones directamente, sino por medio del Espíritu Santo o en el Espíritu Santo. Sin embargo, ya sea que digamos “por medio de” o “en”, Cristo y el Espíritu de hecho son uno solo en nuestra experiencia.

  Cuando consideramos Juan 14:26 y 20, vemos que en aquel día, el día de la resurrección del Señor, el Padre envió a otro Consolador para que los discípulos conocieran que el Hijo está en el Padre y también en ellos. El versículo 17 dice que otro Consolador vendría para permanecer con los discípulos y que estaría en ellos. ¿Acaso hay dos personas en nosotros, una que es el Hijo y la otra que es el Espíritu como otro Consolador? Estas dos en realidad son uno solo en nuestra experiencia. Por lo tanto, el Hijo que está en nosotros, el cual se menciona en el versículo 20, es el Espíritu que está en nosotros, el cual se menciona en el versículo 17. Luego, con respecto al Padre, la primera mitad del versículo 20 dice: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre”. Este “Yo”, quien es el Espíritu de realidad en el versículo 17, está en “Mi Padre”. Por lo tanto, cuando el Espíritu viene, el Hijo viene, y cuando el Hijo viene, viene en el Padre. Esto concuerda con lo revelado en 14:26 y 15:26.

El otro Consolador vendría al ser dado

  Juan 14:18 dice que el Señor vendría a los discípulos. ¿Cómo vino el Señor Jesús como otro Consolador? Vino primeramente al llegar a ser el Espíritu vivificante mediante la muerte y la resurrección; éste fue el primer paso de Su venida. Luego, en la noche del día de Su resurrección, el Hijo, quien había llegado a ser el Espíritu, vino para infundirse en los discípulos mediante Su soplo; éste fue el segundo paso de Su venida. De igual manera, el versículo 16 dice que el Padre daría el Consolador a los discípulos. El versículo 16 dice: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre”. ¿Cómo dio el Padre a los discípulos otro Consolador? Lo hizo primeramente al resucitar al Hijo, quien pasó por la muerte (Hch. 2:24, 32; Ro. 8:11), y luego al enviar al Hijo, quien había llegado a ser el Espíritu, para que se infundiera en ellos mediante Su soplo (Jn. 14:26). Cuando el Hijo sopló en ellos, se cumplió el hecho de que el Padre les diera el Consolador. El que el Señor con Su soplo infundiera al Espíritu Santo en los discípulos fue el cumplimiento de Su promesa de que el Padre les daría el Espíritu de realidad como otro Consolador. Así pues, al soplar en los discípulos, el Señor hizo que se cumpliera no sólo Su venida como otro Consolador, sino también que el Padre les diera dicho Consolador. En otras palabras, el soplar del Hijo es la venida del Espíritu y el dar del Padre. Por lo tanto, Juan 20:22, donde leemos que el Señor sopló en los discípulos, es el cumplimiento de 14:16-17, 26 y 15:26.

El otro Consolador, el Espíritu de realidad, es la consumación del Dios Triuno

  Juan 14:19 dice: “Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veis”. Estas palabras las habló el Señor a Sus discípulos la noche en que fue traicionado. Luego, al tercer día resucitó de los muertos, y en la noche de ese mismo día Él fue a los discípulos y sopló en ellos, diciéndoles: “Recibid al Espíritu Santo”, quien es el Espíritu de realidad. La promesa que el Señor hizo a Sus discípulos se cumplió sólo tres días después; fue por eso que dijo “todavía un poco”. En ese momento, el Señor llegó a ser el Espíritu y mediante Su soplo se infundió en los discípulos. Por lo tanto, el mundo dejó de verle, pero los discípulos le vieron. El soplo del Señor fue el dar del Padre y la venida del Espíritu. Es así como el Dios Triuno llega a nosotros. Así pues, el Espíritu de realidad, el Espíritu Santo que se infundió en los discípulos, no es simplemente el tercero del Dios Triuno, sino el Espíritu como consumación del Dios Triuno. En este Espíritu están el Hijo y el Padre. Por esta razón, a fin de que Cristo entre en nosotros y llegue a ser nuestra experiencia, Él debe ser el Espíritu. Cristo es el Espíritu, y el Espíritu es la consumación del Dios Triuno.

  Por lo tanto, el Dios Triuno no nos es dado para que formulemos doctrinas teológicas, sino para que lo experimentemos. Si no entendemos esto, en nuestra experiencia podría parecernos que sólo tenemos al Hijo, sin tener al Padre y el Espíritu. En realidad, cuando experimentamos a Cristo, este Cristo es el Espíritu, y este Espíritu es la consumación del Dios Triuno. Por consiguiente, cuando experimentamos a Cristo, también experimentamos al Padre con el Espíritu. Incluso podemos decir de manera más clara que el Cristo a quien experimentamos es el Espíritu. Por esta razón, muchos de los grandes maestros del cristianismo a través de los siglos finalmente reconocieron que en la experiencia de los cristianos Cristo es el Espíritu. Es debido a esto que creamos la expresión el Cristo pneumático. Pablo estaba claro en este asunto, por lo cual dijo: “El Señor es el Espíritu” (2 Co. 3:17). Esta manera de hablar no es doctrinal, sino según la experiencia, porque luego dijo: “Donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. Además de esto, dijo: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu” (v. 18). Esto significa que en nuestra experiencia el Señor es el Espíritu, la consumación del Dios Triuno. El Señor Espíritu, quien nos está transformando interiormente, está con el Padre y en el Hijo.

EL HIJO ESTÁ EN EL PADRE, NOSOTROS ESTAMOS EN EL HIJO, Y EL HIJO ESTÁ EN NOSOTROS

  Juan 14:20 dice: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. Ahora podemos entender la secuencia aquí. En la noche del día de la resurrección del Señor, el Hijo con Su soplo infundió al Espíritu en los discípulos. Luego 15:26 dice que cuando el Espíritu viene, trae al Padre con Él. Además, 14:10 indica que puesto que el Hijo está en el Padre, el Padre tiene al Hijo en Su interior. Por tanto, después que el Espíritu fue infundido en los discípulos por medio del soplo del Señor, cuando ellos experimentaron al Espíritu, comprendieron que el Espíritu había traído al Padre consigo y que, por tanto, el Padre y el Espíritu eran uno. Además, puesto que el Padre tiene en Su interior al Hijo, los discípulos también conocieron que el Padre y el Hijo eran uno. Sucede lo mismo con nosotros; cuando el Espíritu viene a nosotros, el Padre también viene con Él, y el Hijo está en el Padre para que lo experimentemos y conozcamos.

  Debido a que el Espíritu está en nosotros para que lo experimentemos, somos introducidos en el Hijo para vivir por Él, por causa de Él y junto con Él (14:19). Además, puesto que vivimos en el Hijo, el Hijo también vive en nosotros (15:4). Por lo tanto, no sólo hay tres en uno, sino cuatro en uno: el Padre, el Hijo, el Espíritu y los creyentes, todos ellos, han llegado a ser uno. Cuando el Espíritu viene, viene con el Padre, quien está en el Hijo y en quien también el Hijo está, y vive en nosotros para que nosotros estemos en el Hijo. Como resultado, debido a que estamos en el Hijo, el Hijo también está en nosotros. Éste es el Dios Triuno que llega a ser nuestra experiencia y bendición.

EXPERIMENTAR A CRISTO ES EXPERIMENTAR AL DIOS TRIUNO

  El Dios Triuno ha alcanzado Su consumación en calidad de Espíritu, quien entra en nosotros con el Padre, en quien el Hijo está. Debido a que el Espíritu entra en nosotros, nosotros estamos en el Hijo y, por ende, el Hijo también está en nosotros. Éste es el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— que ha entrado en nosotros para que lo experimentemos como nuestra bendición y sea nuestro disfrute, que es Cristo en nosotros como esperanza de gloria. Por lo tanto, experimentar a Cristo es experimentar al Dios Triuno. Desgraciadamente, muchos cristianos hoy en día no entienden este asunto ni tienen luz al respecto, y mucho menos lo experimentan.

CUANDO INVOCAMOS EL NOMBRE DEL SEÑOR CONTACTAMOS AL ESPÍRITU SANTO Y DISFRUTAMOS LAS RIQUEZAS DEL DIOS TRIUNO

  Usemos la oración como ejemplo. El concepto general que tienen los cristianos acerca de la oración es que nosotros oramos y le pedimos al Señor que haga algo por nosotros sólo cuando tenemos problemas. Sin embargo, esto no es acertado. Fue después de que traté por mucho tiempo de hallar la respuesta que me di cuenta de que las oraciones de los cristianos son en realidad su práctica de invocar el nombre del Señor. La palabra bíblica traducida invocar significa clamar. Cuando oramos, ciertamente clamamos el nombre del Señor Jesús. Si clamamos el nombre del Señor Jesús desde lo más profundo de nuestro ser, nuestro espíritu es despertado. A veces aun cuando invocamos el nombre del Señor suavemente, nuestro espíritu es despertado. Romanos 10:12-13 dice: “El mismo Señor es Señor de todos y es rico para con todos los que le invocan; porque: ‘Todo aquel que invoque el nombre del Señor, será salvo’”. Por lo tanto, no importa que sea en voz alta o baja; lo que importa es que invoquemos. El Señor es rico para que lo disfrutemos. Para disfrutar las riquezas del Señor, es necesario que invoquemos Su nombre. Invocar el nombre del Señor es el secreto no sólo para ser salvos, sino también para disfrutar de Sus riquezas. Cuando invocamos el nombre del Señor, inhalamos Sus riquezas.

  Cada día debemos ejercitar nuestro espíritu e invocar el nombre del Señor para disfrutarlo a Él. Cada vez que estemos a punto de enojarnos, debemos ejercitarnos para invocar al Señor. Una vez que invocamos al Señor, nuestro enojo desaparece, y si volvemos a invocar, nos sentimos tranquilos interiormente y nos regocijamos y exultamos. A veces cuando estamos cansados de trabajar, podemos invocar: “¡Oh Señor Jesús!”, y nos sentimos relajados. Todo el que invoque el nombre del Señor será salvo. Cuando invocamos, somos llenos de “aire”. El Señor es el Espíritu. En griego, la palabra traducida espíritu es la misma que se traduce aliento o aire. Para los cristianos, invocar el nombre del Señor es ser llenos de aire. Si invocamos lo suficiente, somos “inflados”; si no invocamos, nos “desinflamos”. Lo primero que usted debe hacer cada mañana es invocar el nombre del Señor para ser lleno de “aire”, y luego ir a su oficina. Cada oficina es un lugar que desinfla a las personas. Sobra decir que muchas veces usted se siente desinflado después que termina su horario de trabajo; incluso para el medio día podría haberse desinflado por completo. Por esta razón, usted debe invocar el nombre del Señor al medio día para poder ser lleno de “aire” una vez más. Después de salir de su oficina, en el camino a casa, debe invocar nuevamente el nombre del Señor para inflarse completamente. Luego al regresar a casa, no se sentirá desalentado, sino que desbordará de gozo. Cuando invocamos al Señor, experimentamos a Cristo, quien es el Espíritu. Al invocar el nombre del Señor, nuestro espíritu toca al Espíritu, quien es la consumación del Dios Triuno. Como resultado, podemos disfrutar de las riquezas del Señor. En esto consiste experimentar a Cristo.

EL ESPÍRITU SANTO ES LA REALIDAD DE TODAS LAS COSAS ESPIRITUALES

  Después que fui salvo, me gustaba mucho leer libros y revistas espirituales, especialmente los escritos del hermano Watchman Nee. En dos de sus libros, La vida cristiana normal y La vida que vence, el hermano Nee, basándose en Romanos 6, dijo que todo cristiano debe aprender a considerarse muerto (v. 11). Por ejemplo, debemos considerar que fuimos crucificados juntamente con Cristo. En aquel tiempo, aunque en mi mente tenía claridad, sin importar cuánto me esforzara por considerarme así, no funcionó para mí. Según el tiempo, Cristo fue crucificado hace dos mil años, mientras que yo nací dos mil años después. ¿Cómo podía ser crucificado juntamente con Él? Además, según el espacio, Él nació en la tierra de Judea, mientras que yo nací en China en el Lejano Oriente. Vuelvo a preguntar: ¿Cómo podía ser crucificado juntamente con Él? El hermano A. B. Simpson, el fundador de la Alianza Cristiana y Misionera, escribió un himno cuyo coro dice: “Considerémonos, considerémonos muertos / Consideremos este hecho, no los sentimientos / Practiquemos esto con fidelidad, / Y el Señor lo hará real” (Hymns, #692). Puesto que esto se basaba en la Biblia, yo acepté esta doctrina, e hice lo posible por considerarme muerto. Sin embargo, por mucho que lo intenté, no me funcionó. Antes de considerarme muerto me iba mejor; cuanto más me consideraba muerto, más empeoraba. Cuando no consideraba tal hecho, parecía que mi yo natural estaba muerto; pero en cuanto empecé a considerarme muerto, el yo cobró vida y todas las cosas salieron mal. Más tarde, el hermano Nee añadió que el considerarnos muertos conforme a Romanos 6 debía llevarse a cabo junto con la experiencia de Romanos 8. Romanos 6 únicamente nos presenta los hechos, pero Romanos 8 nos introduce en la experiencia.

  Romanos 8:13 dice: “Porque si vivís conforme a la carne, habréis de morir; mas si por el Espíritu hacéis morir los hábitos del cuerpo, viviréis”. Este versículo nos dice claramente que no es que podemos considerarnos muertos, sino que por el Espíritu hacemos morir los hábitos del cuerpo. ¿Cómo hacemos esto por el Espíritu? Lo hacemos invocando el nombre del Señor. Simplemente debemos invocar al Señor. Entonces nuestro espíritu es despertado y ejecuta la muerte del Señor en nosotros. Cristo en nosotros es el Espíritu, que contiene el elemento de Su muerte con la eficacia de ésta. Por lo tanto, la muerte del Señor se halla en el Espíritu, no en nuestro esfuerzo por considerarnos muertos. Por esta razón, después de lo dicho en Romanos 6, Pablo habló acerca de ser personas conforme al espíritu, de andar conforme al espíritu y de ser guiados por el Espíritu de Dios (8:4-5, 14). Es sólo por el Espíritu que podemos hacer morir los hábitos del cuerpo. Si el Señor no fuera el Espíritu, no podría entrar en nosotros, y Su muerte no tendría nada que ver con nosotros. El Señor pasó por el proceso de la muerte y la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante. En este Espíritu se hallan los elementos del Señor mismo, Su muerte y Su resurrección. Puesto que el Señor es el Espíritu, Él puede entrar en nosotros, y nosotros podemos experimentar y disfrutar todas Sus riquezas de modo subjetivo. El Señor es el Espíritu, quien es la realidad de todas las cosas espirituales.

LOS SIETE ESPÍRITUS SIRVEN PARA EL MOVER DE DIOS EN LA TIERRA

  Cuando la Trinidad se menciona al comienzo de Apocalipsis, el último libro de la Biblia, el Espíritu es llamado “los siete Espíritus que están delante de Su trono” (1:4). Los siete Espíritus se mueven y hablan en la iglesia hoy. Al comienzo de cada una de las siete epístolas en Apocalipsis, en los capítulos 2 y 3, el Señor es quien habla, pero al final de cada epístola es el Espíritu quien habla a las iglesias. Esto indica que el Señor quien habla es el Espíritu, incluso los siete Espíritus. Apocalipsis 22:17 dice: “El Espíritu y la novia dicen: Ven”. Esto nos muestra que el Espíritu, quien es Cristo como Novio, y Su novia hacen este llamado juntos.

  En el Evangelio de Juan, el Espíritu es comparado al aliento del Hijo. En Juan 20:22, el Hijo sopló en los discípulos y les dijo: “Recibid al Espíritu Santo”. Esto indica que el aliento que exhaló el Hijo era el Espíritu Santo. En Apocalipsis, los siete Espíritus son los ojos de Cristo el Cordero. El aliento está relacionado con la vida y denota la esencia del hombre, mientras que los ojos están relacionados con el mover y denotan las actividades del hombre. En otras palabras, respirar el aliento tiene que ver con el aspecto esencial, mientras que los ojos que observan y resplandecen tienen que ver con el aspecto económico. En los Evangelios el Espíritu es el aliento, mientras que en Apocalipsis el Espíritu es los ojos.

LOS TRES DE LA TRINIDAD DIVINA NO ESTÁN DIVIDIDOS NI PUEDEN SER DIVIDIDOS

  Ya sea en el aspecto esencial o económico, el Espíritu no puede ser separado del Hijo. En el aspecto esencial, el Espíritu es el aliento del Hijo, mientras que en el aspecto económico, el aspecto relacionado con el mover, el Espíritu es los ojos del Hijo. Asimismo, no podemos separar al Hijo del Padre ni separar al Padre del Espíritu. El Padre, el Hijo y el Espíritu de ningún modo están divididos ni pueden ser divididos; los tres son uno. Isaías 9:6 dice que el Hijo es llamado el Padre eterno, y 2 Corintios 3:17 dice que el Hijo es el Espíritu. Por lo tanto, los tres son uno. No importa cuál de Ellos experimentemos, experimentaremos siempre a los tres.

LA MANERA DE EXPERIMENTAR AL DIOS TRIUNO

  Hay una manera de experimentar al Dios Triuno. Efesios 2:18 dice: “Porque por medio de Él [Cristo] los unos y los otros tenemos acceso en un mismo Espíritu al Padre”. No podemos experimentar al Padre directamente; debemos acercarnos al Padre en el Espíritu todo-inclusivo por medio del Hijo. Por lo tanto, los Evangelios revelan que necesitamos creer en el Hijo. Creer en el Hijo es recibir al Hijo. El Hijo, quien es el Espíritu, entra en nosotros cuando le recibimos. Como resultado, tenemos acceso al Padre para experimentar a Dios y Sus riquezas. Ésta es la secuencia en que experimentamos al Dios Triuno, no son tres clases de experiencias, sino una sola experiencia en tres aspectos. Necesitamos tener una experiencia así de rica y subjetiva.

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