
Lectura bíblica: Jn. 20:22; 16:13-15; Col. 1:18; 1 Co. 11:3; Mt. 28:19; Jn. 3:6; 2 Ti. 4:22; Ro. 1:9; Ef. 1:17b; 2:22; 3:16b; 4:23b; 5:18b; 6:18a; 1 Co. 6:17
Como hemos visto, el Espíritu Santo, quien es el Dios Triuno consumado, tiene dos aspectos: el aspecto esencial y el aspecto económico, los cuales no tienen como fin la doctrina sino nuestra experiencia. Tenemos al menos dos himnos que hablan de esto, Himnos, #288 y #215. El himno #288 no sólo habla de nuestra experiencia espiritual, sino que también alude muchas veces a la Biblia. Por ejemplo, la estrofa 3 dice: “El Triuno Dios ahora es / Espíritu en consumación; / Lo puedo experimentar / Como aliento y viento hoy”. En Juan 20:22 el Espíritu Santo como aliento corresponde al aspecto esencial, mientras que en Hechos 2:2-4 el Espíritu Santo como viento corresponde al aspecto económico. En el aspecto esencial, el Espíritu Santo como aliento entra en nosotros como vida; y en el aspecto económico, el Espíritu Santo como viento recio es derramado sobre nosotros como poder. Por consiguiente, el Espíritu Santo como consumación del Dios Triuno es aliento y viento.
La estrofa 4 de Himnos, #288 dice: “Lo que el Padre tiene y es / En Su amado Hijo está; / Y Sus riquezas hoy posee / Su Espíritu de realidad”. Esto se basa en Juan 16:15, que dice: “Todo lo que tiene el Padre es Mío; por eso dije que recibirá de lo Mío, y os lo hará saber”. Los versículos 13 y 14 dicen: “Pero cuando venga el Espíritu de realidad, Él os guiará a toda la realidad; porque no hablará por Su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oye, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Él me glorificará; porque recibirá de lo Mío, y os lo hará saber”. El sujeto del verbo recibirá en el versículo 15 es, sin duda, el “Espíritu de realidad” mencionado en el versículo 13. El que el Espíritu haga saber las cosas a los discípulos equivale a que glorifique al Hijo en el versículo 14 y guíe a los creyentes a toda la realidad en el versículo 13. Por lo tanto, el significado de los versículos del 13 al 15 es que todo lo que el Padre tiene es del Hijo, y todo lo que el Hijo tiene lo recibe el Espíritu, y después que el Espíritu lo recibe, hace saber todo esto a los discípulos del Hijo. Tal declaración equivale a la glorificación del Hijo y a que guíe a los discípulos a toda la realidad. Esta realidad es todo lo que el Hijo tiene y todo lo que el Padre tiene. Por ello, la estrofa 3 de Himnos, #215 dice: “El Padre Su todo te dio, / En Espíritu te tomamos, / Por Él Espíritu en mí, / Yo te experimento así”.
Las estrofas 8 y 9 de Himnos, #288 dicen: “El Padre quiere al Hijo dar / En todo el primer lugar; / Y el Hijo lo toma a Él / Por Su cabeza y realidad. / Desea el Espíritu / Al Hijo hoy glorificar; / Pues lo revela en mi interior / Para de Él testificar”. La intención del Padre en cuanto a que el Hijo sea el primero en todo se basa en Colosenses 1:18, que dice: “Él es la Cabeza del Cuerpo que es la iglesia; Él es el principio, el Primogénito de entre los muertos, para que en todo Él tenga la preeminencia”. Que el Hijo tome al Padre como Su Cabeza se basa en lo que 1 Corintios 11:3 dice: “Pero quiero que sepáis que Cristo es la cabeza de todo varón, y el varón es la cabeza de la mujer, y Dios la cabeza de Cristo”. Por lo tanto, en el Evangelio de Juan, a menudo el Hijo indicó que Él fue obediente al Padre. Todo cuanto Él hizo, lo hizo por el Padre y no por Sí mismo porque tomó al Padre como Su Cabeza (5:19, 30; 4:34; 17:4; 14:10, 24; 7:18). La estrofa 9 de Himnos, #288, la cual citamos en el párrafo anterior, proviene de Juan 16:14. En este himno no hay ni una sola idea o concepto humano; antes bien, fue escrito totalmente conforme a la experiencia y al juntar diferentes puntos de la revelación de la Biblia.
Mateo 28:19 es otro versículo sobre la experiencia que tienen los creyentes del Dios Triuno. Este versículo dice: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo”. Éste es el mandamiento que el Señor Jesús dio a Sus discípulos, en el que les dijo que fueran y predicaran el evangelio para hacer discípulos a todas las naciones y que bautizaran a los creyentes en el nombre del Dios Triuno. En griego, la palabra nombre está en singular. Aparentemente, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo por ser tres personas deberían tener tres nombres. Sin embargo, en realidad los tres tienen un solo nombre, el cual es Padre, Hijo y Espíritu Santo. En otras palabras, el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo denota al Dios Triuno.
Tanto entre los chinos como entre los estadounidenses, la mayoría de los nombres se componen de tres palabras. El nombre de Dios también consta de tres partes. El nombre del Dios Triuno es Padre, Hijo y Espíritu Santo. Esto no es algo trivial. De entre las naciones, todo el que cree en el Señor debe ser bautizado en un solo nombre: el nombre “Padre, Hijo y Espíritu Santo”. Quizás muchos de nosotros nunca hayamos pensado que nuestro Dios Triuno tiene un nombre tan especial. Nosotros los creyentes adoramos a Dios, pero ¿alguna vez nos hemos preguntado cuál es el nombre del Dios a quien adoramos? Jehová es el nombre de Dios en el Antiguo Testamento, pero hoy en día ya no estamos en el Antiguo Testamento, sino en el Nuevo Testamento. ¿Cuál es el nombre de Dios en el Nuevo Testamento? La palabra “hombre” no es el nombre del hombre, sino que denota al hombre mismo. De igual manera, “Dios” no es el nombre de Dios, sino que denota a Dios mismo. Así como todos los hombres tienen un nombre, también Dios tiene un nombre. En el Nuevo Testamento el nombre de Dios no es simplemente Jesús. Jesús es el nombre de Dios como nuestro Salvador, mas no es el nombre del Dios Triuno en el Nuevo Testamento. El nombre de nuestro Salvador es Jesucristo, pero el nombre de nuestro Dios es Padre, Hijo y Espíritu Santo. ¡Aleluya, qué revelación tan maravillosa! El nombre del Dios a quien adoramos, servimos, amamos y experimentamos es Padre, Hijo y Espíritu Santo.
En el Evangelio de Mateo, el Señor les dijo a Sus discípulos que bautizaran a los creyentes en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Sin embargo, en Hechos y en las Epístolas los apóstoles les dijeron a las personas que debían bautizarse “en el nombre de Jesucristo” (Hch. 2:38), es decir, bautizarse “en el nombre del Señor Jesús” (Hch. 8:16; 19:5), “en Cristo Jesús” (Ro. 6:3) y “en Cristo” (Gá. 3:27). Como cristianos, todos sabemos que somos bautizados en el nombre del Señor. Al final del Evangelio de Mateo se nos dice que bauticemos a los creyentes en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, que es el nombre de Dios. Sin embargo, en Hechos y en las Epístolas se nos dice que bauticemos a las personas en el nombre de Jesucristo. En otras palabras, con respecto a la verdad, bautizar a las personas equivale a sumergirlas en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo, pero con respecto a la práctica, bautizar a las personas equivale a sumergirlas en el nombre del Señor Jesucristo. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son Dios, y el Señor Jesucristo es el Salvador. Para bautizar a una persona en Dios, debemos sumergirla en Cristo. Esto también indica que nuestro Salvador Jesucristo es Dios. Por lo tanto, el Señor Jesucristo es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, esto es, el Dios Triuno.
Cuando muchos de nosotros invocamos al Señor Jesús, podemos tener el sentir o el entendimiento de que Él es únicamente el Hijo, el Señor Jesucristo, y no el Padre o el Espíritu. Debido a que nuestro concepto natural a menudo es regido por la tradición, cada vez que hablamos del Señor Jesús, excluimos al Padre y al Espíritu. El cristianismo ha estado en la tierra por casi dos mil años. Desde la época en que el credo de Nicea fue establecido por el concilio de Nicea en el año 325 d. C. hasta el presente día, los cristianos han heredado el concepto de que el Padre es el Padre, el Hijo es el Hijo, y el Espíritu Santo es el Espíritu Santo; el Padre es Dios, el Hijo es el Señor Jesucristo, y el Espíritu Santo es el Espíritu de Dios. Así pues, el cristianismo nos enseña que cuando oremos, debemos orar al Padre celestial y no al Señor Jesús y que debemos concluir nuestra oración en el nombre del Señor Jesús. Además, puesto que no tenemos suficiente poder cuando oramos, debemos depender del poder del Espíritu Santo. Por tanto, cuando oremos, debemos orar al Padre celestial, en el nombre del Hijo y por el poder del Espíritu Santo. Hoy en día este concepto tradicional ha seguido afectando a las personas subconscientemente. En consecuencia, todos los que creen en el Señor de manera espontánea tienen este entendimiento sin haber sido enseñados.
Aparentemente la Biblia enseña esto. Sin embargo, Juan 16:15 dice: “Todo lo que tiene el Padre es Mío [del Hijo]; por eso dije que [el Espíritu Santo] recibirá de lo Mío, y os lo hará saber”. Ya que todo lo que el Padre tiene, ha venido a ser del Hijo, ¿significa eso que el Padre ya no lo tiene? Además, puesto que todo lo que el Hijo tiene, el Espíritu lo ha recibido, ¿significa eso que el Espíritu Santo lo tiene todo y que el Padre y el Hijo no tienen nada? Hemos visto claramente mediante la revelación de Juan 14 y 15 que el Padre está en el Hijo y que el Hijo viene en el Padre y con el Espíritu. Puesto que el Padre está en el Hijo, todo lo que el Padre tiene de manera espontánea llega a ser del Hijo. Puesto que el Hijo viene en el Padre y con el Espíritu, todo lo que el Hijo tiene, el Espíritu lo ha recibido. Además, en 1 Corintios 15:45 leemos: “El postrer Adán [fue hecho] Espíritu vivificante”, y en 2 Corintios 3:17: “El Señor es el Espíritu”. Esto significa que el Hijo ha llegado a ser el Espíritu y, por tanto, todo lo que el Hijo tiene, lo ha heredado el Espíritu. Sin embargo, cuando el Hijo llegó a ser el Espíritu, Él no dejó al Padre en el cielo porque el Padre está en Él. El resultado de esto es que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo llega a ser el nombre de Dios. Es por ello que cada vez que invocamos el nombre del Señor Jesús, Aquel que experimentamos es el Dios Triuno, porque el Padre está en el Hijo, y el Hijo ha llegado a ser el Espíritu.
En resumen, Juan 14:10 nos muestra que el Hijo está en el Padre y el Padre está en el Hijo. Por consiguiente, todo lo que el Padre tiene le pertenece al Hijo. En 1 Corintios 15:45 y en 2 Corintios 3:17 se nos revela que el Hijo ha llegado a ser el Espíritu. Por tanto, todo lo que el Hijo tiene, lo ha heredado el Espíritu. Una vez que tenemos al Espíritu, tenemos al Hijo y al Padre porque el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son uno. Por esta razón, Mateo 28:19 dice que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tienen un solo nombre. Este nombre tiene tres partes; la primera parte es el Padre, la segunda es el Hijo y la tercera es el Espíritu Santo. En principio, esto es como los nombres chinos, los cuales se componen de tres partes.
Lo que hemos recalcado una y otra vez no es la doctrina, sino la rica experiencia del Dios Triuno. No es posible experimentar a Cristo sin experimentar al Padre Dios y al Espíritu Santo. Debemos comprender que experimentar a Cristo es experimentar al Dios Triuno. Colosenses 2:9 dice que en Cristo habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad. Por lo tanto, en Hechos y en las Epístolas, los apóstoles les enseñaron a los creyentes que bautizaran a las personas en el nombre del Señor Jesucristo porque esto es lo mismo que bautizarlas en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.
En 2 Corintios 13:14 se nos dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Aparentemente, éstos son tres asuntos, pero en realidad son tres aspectos de un solo asunto. El amor está en el corazón y es enteramente un asunto del corazón. La gracia procede de un corazón de amor. Cuando el amor que está en el corazón es despertado y manifestado, eso es la gracia. Por ejemplo, cuando vemos a una persona que es adorable, nuestro corazón la ama, y es posible que le regalemos algo. Este regalo, que es la manifestación del amor, es la gracia. Cuando esa persona recibe el regalo, entra en comunión y contacto con nosotros. A la postre, el amor, la gracia y la comunión son simplemente tres aspectos de una misma cosa.
De la misma manera, el corazón de Dios nos ama, éste es el amor de Dios. A partir del amor de Dios, se da una manifestación, la cual es que Él nos da a Su Hijo unigénito (Jn. 3:16). Juan 1:14 dice que este Hijo unigénito se hizo carne para fijar tabernáculo entre nosotros, lleno de gracia. Este versículo no dice lleno de amor, sino lleno de gracia. El que Dios nos dé a Su Hijo es amor, y la venida del Hijo está llena de gracia. Por lo tanto, el amor llega a ser la gracia. La gracia no es un pago, sino un don gratuito que se nos da por amor. El amor que está en el Padre llega a ser la gracia en el Hijo. Por lo tanto, cuando el amor del Padre se expresa, eso es la gracia del Hijo. Sin embargo, es mediante el Espíritu Santo que la gracia llega a nosotros para que la recibamos y disfrutemos. Por lo tanto, Juan 20:22 y Hechos 2:4 nos muestran que el Dios Triuno que llega a nosotros es el Espíritu Santo. Cuando el Espíritu Santo llega a nosotros, Él nos trasmite el amor del Padre y la gracia del Hijo para que sean nuestro disfrute y experiencia. El resultado de esto es que tenemos comunión con el Dios Triuno.
Por lo tanto, cuando el amor se manifiesta, llega a ser la gracia, y cuando nosotros recibimos la gracia, ésta llega a ser la comunión. Éstos son tres aspectos de una misma cosa. Asimismo, cuando Dios se expresa, Él es Cristo, quien es Dios hecho carne. Cuando recibimos a este Cristo, Él es el Espíritu porque lo que recibimos es el Espíritu Santo. Por lo tanto, no es posible experimentar a Cristo sin experimentar al Padre y al Espíritu. El Cristo que experimentamos es el Dios Triuno; el Dios a quien disfrutamos es el Dios Triuno; y el Espíritu Santo a quien hemos recibido es el Dios Triuno. El Padre es el Dios Triuno, el Hijo es el Dios Triuno, y el Espíritu es el Dios Triuno. Los Tres no deben ser divididos ni tampoco pueden. Esto es muy diferente de la enseñanza acerca de la Trinidad en la teología tradicional.
El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo son el Dios Triuno, y el Dios Triuno llega a nosotros como Espíritu. Damos gracias al Señor porque Él llega a nosotros como Espíritu y nosotros los seres humanos también tenemos un espíritu. La máxima expresión del Dios Triuno es el Espíritu, el Espíritu Santo. El Espíritu Santo primero vino a nosotros para santificarnos a fin de que pudiésemos ser salvos (1 P. 1:2). Luego, cuando somos salvos, Él entra en nosotros para ser nuestra vida. El Espíritu Santo entra en nosotros al entrar en nuestro espíritu. Podemos probar esto con varios versículos de las Escrituras. En primer lugar, Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. En este versículo se mencionan dos espíritus. El primero es el Espíritu, el Espíritu Santo, y el segundo es lo que es nacido del Espíritu, esto es, el espíritu humano. Cuando creemos en el Señor al arrepentirnos y confesarle nuestros pecados, somos perdonados y salvos. Una vez que somos salvos, el Espíritu de Dios inmediatamente entra en nosotros para regenerar nuestro espíritu. Por lo tanto, somos regenerados cuando el Espíritu del Dios Triuno entra en nuestro espíritu para ser nuestra vida. Ser salvos no es creer en una religión; más bien, consiste en recibir en nosotros otra vida además de nuestra vida humana que ya poseemos. Esta otra vida es la vida divina, que es Dios mismo. El Espíritu entra en nosotros para regenerar nuestro espíritu con la vida divina. Por lo tanto, lo que es nacido del Espíritu, espíritu es.
En Juan 4:24 el Señor Jesús dijo: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu y con veracidad es necesario que adoren”. Dios es Espíritu; por lo tanto, cuando le adoremos, debemos adorarle en nuestro espíritu humano. Dios es Espíritu, y Él creó un espíritu para el hombre a fin de que éste le adore. Los animales y las plantas no tienen un espíritu. Únicamente los seres humanos tenemos un espíritu. Esto no es nada insignificante.
Zacarías 12:1b dice: “Jehová, que extiende los cielos, pone los cimientos de la tierra y forma el espíritu del hombre dentro de él”. Este versículo habla de tres cosas que Dios creó: los cielos, la tierra y el espíritu del hombre. A los ojos de Dios hay tres asuntos importantes en el universo: la extensión de los cielos, la fundación de la tierra y la formación del espíritu del hombre dentro de él. Este versículo no habla de los cielos, la tierra y el hombre, sino de los cielos, la tierra y el espíritu del hombre dentro de él. Desde la perspectiva de Dios este espíritu es tan importante como los cielos y la tierra.
Nosotros tenemos una boca y un estómago en nuestro cuerpo para contener el alimento. Sin alimento los seres humanos no podríamos existir. Sin embargo, lo que Dios considera más importante en nuestro ser no son nuestros órganos físicos ni nuestras facultades psicológicas sino nuestro espíritu. Nuestro espíritu es nuestro “estómago” espiritual con el cual contenemos a Dios mismo. El Señor Jesús dijo que Él es el pan de vida y que el que le come vivirá por causa de Él (Jn. 6:48, 57). ¿Cómo podemos comerle, y dónde está Él después que le comemos? Le recibimos con nuestro espíritu y en nuestro espíritu. Dios creó al hombre con una boca y un estómago para que pudiese conservar su existencia física. Al mismo tiempo, lo creó con un espíritu para que le recibiera. Por esta razón, el Señor Jesús dijo que Dios es Espíritu y que cuando le adoremos y tengamos contacto con Él, necesitamos estar en nuestro espíritu y ejercitarlo.
Uno de los secretos para ejercitar nuestro espíritu es invocar el nombre del Señor. Podemos considerar el invocar del nombre del Señor como el mejor secreto para ejercitar nuestro espíritu. Por ejemplo, caminar es el secreto para ejercitar nuestros pies. Para caminar, usamos nuestros pies; para ver, usamos nuestros ojos; para escuchar, usamos nuestros oídos; y para orar, usamos nuestro espíritu. Cada vez que oremos, necesitamos usar nuestro espíritu. Quizás algunos sientan que cuando oran a menudo se hallan en su mente, y no en su espíritu. Orar en el espíritu requiere mucho ejercicio. Podemos comparar esto a un niño que está aprendiendo a caminar. Antes de poder caminar, primero él debe gatear y después pararse por sí mismo. Después que puede ponerse en pie, aprende a caminar. Una vez que aprende a caminar, ya no necesita gatear ni apoyarse en objetos. Quizás al principio cuando usted empieza a orar, está en su mente; pero después de ejercitarse mucho en la oración, poco a poco estará en su espíritu. Con la práctica, llegará al punto en que cada vez que ora, orará en su espíritu y con su espíritu. Orar no es simplemente hacerle a Dios peticiones, sino que, y aún más, es contactar a Dios y tener comunión con Él. Por lo tanto, la mejor manera de orar es invocar el nombre del Señor. La Biblia incluso nos dice que oremos sin cesar (1 Ts. 5:17). La única manera de orar sin cesar es invocar el nombre del Señor.
Además de orar, debemos leer la Biblia. Leemos la Biblia no para obtener más conocimiento y doctrinas, sino para recibir el suministro espiritual. La Biblia contiene verdades profundas que no tienen como fin que los creyentes obtengan un conocimiento objetivo de ellas, sino que las experimenten de modo subjetivo. A fin de sumergirnos en estas verdades profundas, debemos usar nuestro espíritu, porque el Señor dijo que Sus palabras son espíritu y son vida (Jn. 6:63). Para tocar el espíritu contenido en las palabras del Señor, debemos usar nuestro espíritu. Cuando usamos nuestro espíritu, nos sumergimos en estas verdades profundas, las cuales tienen el poder de abrir nuestras oraciones, de tal modo que sean más penetrantes y más ricas. Si nuestras oraciones son profundas y ricas, lo determina enteramente nuestro conocimiento de la verdad.
Por consiguiente, hay dos secretos para ejercitar nuestro espíritu: la oración y la búsqueda de la verdad. Estos dos asuntos se complementan. Debemos orar, y también sumergirnos en la verdad. La oración puede ayudarnos a sumergirnos en la verdad. Cuanto más nos sumerjamos en la verdad, más profundas y ricas serán nuestras experiencias. Aun el sentir que tenemos al invocar el nombre del Señor se hace más profundo, rico y de más peso espiritual. De este modo, nuestro gusto y sentir con respecto al nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo será muy diferente de como era en el pasado.
El cuarto pasaje que habla del espíritu humano con el Espíritu es Romanos 8:16, que dice: “El Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu, de que somos hijos de Dios”. Juan 1:12 dice que a todos los que le recibieron, esto es, a los que creen en Su nombre, les dio potestad de ser hechos hijos de Dios. Ser un hijo de Dios no es algo que imaginamos con nuestra mente o sentimos con nuestra parte emotiva. ¿Cómo experimentamos el hecho de ser hijos de Dios? Por medio del testimonio que el Espíritu da con nuestro espíritu. El Espíritu es el Espíritu del Dios Triuno consumado y, como tal, viene para dar testimonio juntamente con nuestro espíritu. En otras palabras, puesto que el Espíritu del Dios Triuno está en nuestro espíritu, Él puede dar testimonio con nuestro espíritu de que somos hijos nacidos de Dios. Este versículo claramente indica que el Espíritu del Dios Triuno está en nuestro espíritu.
Pablo dice en 2 Timoteo 4:22: “El Señor esté con tu espíritu”. Como hemos visto, 2 Corintios 3:17 dice: “El Señor es el Espíritu”. El Señor es el Espíritu; por lo tanto, Él puede estar con nuestro espíritu e incluso está en nuestro espíritu.
Cuando juntamos estos cinco versículos de las Escrituras, podemos ver un cuadro claro de que hoy el Dios Triuno como Espíritu está en nuestro espíritu. Cuando adoremos a Dios, necesitamos adorarle en espíritu; cuando testifiquemos, testificamos en nuestro espíritu; y cuando disfrutemos al Señor, le disfrutamos en nuestro espíritu.
Puesto que Dios como Espíritu está en nuestro espíritu, nosotros debemos servirle en espíritu. El apóstol Pablo dice en Romanos 1:9: “Dios, a quien sirvo en mi espíritu en el evangelio de Su Hijo”. Esto indica que debemos servir a Dios en espíritu. Nuestro servicio a Dios no debe ser hecho según la letra, rituales o enseñanzas, sino en nuestro espíritu. Todo lo que somos y tenemos debe hallarse en el espíritu. Por esta razón, 7:6 dice que servimos a Dios en la novedad del espíritu, y 12:11 dice que debemos ser fervientes en espíritu, sirviendo al Señor.
Efesios tiene seis capítulos, y en cada capítulo se menciona el espíritu. En 1:17 el apóstol le pide a Dios que nos dé un espíritu de sabiduría y de revelación. En griego, la palabra espíritu no se refiere aquí al Espíritu Santo, sino a nuestro espíritu humano regenerado en el cual mora el Espíritu de Dios. Nuestro espíritu, que está dentro de nuestro ser, es un espíritu de revelación, es una “ventana” celestial que puede recibir luz del cielo. La revelación y la luz de Dios entran en todo nuestro ser por medio de nuestro espíritu. Por lo tanto, antes de hablar acerca de las verdades profundas en Efesios, Pablo primero oró pidiéndole a Dios que nuestro espíritu fuese hecho un espíritu de revelación.
Efesios 2:22 dice que la iglesia es edificada hasta ser una morada de Dios en el espíritu. Aparentemente, el que la iglesia sea la casa de Dios significa que Dios tiene una casa entre los santos. En realidad, la iglesia como casa de Dios está en el espíritu de los creyentes. Si los creyentes de una iglesia local no conocen su espíritu ni sirven ni viven en el espíritu, sino que, en vez de ello, viven y andan conforme a su mentalidad, opiniones y sentimientos, ¿cómo puede existir la casa de Dios? Dicha iglesia sólo existe en nombre, pero carece de la realidad de la iglesia. La realidad de la iglesia se halla en nuestro espíritu. Si cada uno de nosotros anda en el espíritu y adora a Dios en espíritu, la iglesia tiene la realidad y es la morada de Dios.
A fin de ser edificados conjuntamente en la iglesia, debemos estar en nuestro espíritu. Cuando estamos en nuestra mente, sólo tenemos opiniones y divisiones. Cuando estamos en nuestra parte emotiva, sólo tenemos discordias y murmuraciones. A menudo a quienes más amamos son con quienes más nos enojamos. Si no nos relacionamos con nadie, no tenemos discusiones; pero una vez que nos hacemos amigos de otros, comienzan las disputas. Esto mismo también se aplica a los esposos y esposas. La edificación de la iglesia es un asunto espiritual. Cuando ejercitamos nuestra parte emotiva, la iglesia desaparece. Cuando ejercitamos nuestra parte emotiva, abrimos la puerta a la carne, las opiniones y las disputas; por ende, la obra de edificación es anulada. Tal vez no discutamos externamente, pero si interiormente seguimos ejercitando nuestra parte emotiva, no puede haber ninguna edificación porque aún estamos fuera del espíritu. La edificación de la iglesia se lleva a cabo en el espíritu.
Por lo tanto, ya sea que seamos jóvenes o viejos, tenemos que estar en el espíritu. Solamente en el espíritu podemos tener la edificación y la iglesia. Todo depende del espíritu, no de si algo es bueno o malo, correcto o incorrecto. No se trata de que si somos amables, entonces tenemos la iglesia, y si nos enojamos con facilidad, entonces no tenemos la iglesia. En lugar de ello, es sólo cuando estamos en el espíritu que puede existir la iglesia. Por lo tanto, si no estamos en el espíritu, no debemos hablar, ejercitar nuestra parte emotiva ni enojarnos. No sólo debemos estar en el espíritu cuando alabamos o cantamos himnos, sino también cuando nos enojamos. No es suficiente estar en el espíritu cuando oramos. Si estamos en el espíritu aun cuando nos enojamos, la iglesia ciertamente será edificada. Cuando estamos en el espíritu, aun cuando estemos enojados, estaremos enojados por el Señor y no por nosotros mismos. Por consiguiente, cuando estemos enojados, debemos primero volvernos a nuestro espíritu, y si no proviene del Señor, no debemos enojarnos. De esta manera podemos ser edificados conjuntamente en el espíritu.
Efesios 3:14-16 dice: “Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre [...] para que os dé, conforme a las riquezas de Su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por Su Espíritu”. Todo nuestro ser —incluyendo nuestra mente, parte emotiva y voluntad— debe ser fortalecido en el hombre interior, que es nuestro espíritu regenerado. Pablo oró por nosotros, pidiéndole al Padre que fortaleciera nuestro ser por Su Espíritu a tal grado que nosotros fuésemos fortalecidos en el hombre interior. En las reuniones usted tal vez tenga el sentir de que en gran medida se halla en el espíritu y ejercita su espíritu. Sin embargo, la manera en que usted está en el espíritu es semejante a los juncos que no pueden resistir el viento cuando sopla. Así, cuando usted vuelve a su vida cotidiana, una palabra de los ancianos o una actitud de su esposa harán que usted se enfurezca y se corrompa. En las reuniones su corazón arde, pero tan pronto llega a casa, usted es “rociado con agua fría”. Si usted es esta clase de persona, necesita orar lo que oró Pablo y, doblando sus rodillas ante el Padre, pedirle que fortalezca todo su ser en el espíritu. Cuando usted es fortalecido de esta manera en su espíritu, Cristo puede hacer Su hogar en su corazón (v. 17).
Efesios 4:23 dice: “Os renovéis en el espíritu de vuestra mente”. Cuando éramos el viejo hombre, todos nuestros pensamientos eran viejos y corruptos, pero ahora mediante la renovación del espíritu de nuestra mente hemos llegado a ser el nuevo hombre. Esto indica que ha habido un gran progreso con respecto a nuestro espíritu porque aun nuestra mente está ahora llena del espíritu, el cual es el espíritu de la mente. Cuando nuestra mente llega a ser una mente que está en el espíritu, nuestro espíritu llega a ser un espíritu que transforma y es capaz de transformar todo nuestro ser.
Efesios 5:18 dice: “No os embriaguéis con vino, en lo cual hay disolución; antes bien, sed llenos en el espíritu”. Embriagarse es ser llenos del vino físico en el cuerpo, mientras que ser llenos en nuestro espíritu regenerado es ser llenos de Cristo hasta la plenitud de Dios (3:19). El vino espiritual, que es Dios mismo, llena e infunde nuestro espíritu. En lugar de estar embriagados en nuestro cuerpo con el vino físico, estamos “embriagados” en nuestro espíritu con Dios mismo, el vino divino. El resultado es que somos llenos hasta la medida de la plenitud de Dios para ser Su expresión y Su canal por el cual puede fluir.
Efesios 6:18 dice: “Orando en todo tiempo en el espíritu”. Esto indica que el órgano principal que debemos usar en la oración es nuestro espíritu regenerado, en el cual mora el Espíritu de Dios. Orar en todo tiempo en el espíritu indica que debemos ejercitar nuestro espíritu a cada momento, viviendo siempre en el espíritu.
Cuando consideramos estos versículos que se encuentran en los seis capítulos de Efesios, podemos ver un cuadro muy claro. El capítulo 1 dice que recibimos revelación en el espíritu; el capítulo 2 dice que somos la morada de Dios en el espíritu; el capítulo 3 dice que somos fortalecidos en nuestro espíritu para que Cristo haga Su hogar en nuestros corazones; el capítulo 4 dice que nuestra mente es renovada en el espíritu a fin de seamos transformados; el capítulo 5 dice que somos llenos de Dios en el espíritu; y el capítulo 6 dice que oramos en el espíritu. Todo esto tiene que ver con el espíritu, con el hecho de disfrutar al Dios Triuno. Por lo tanto, para experimentar al Dios Triuno y disfrutar de la plenitud de Dios, debemos estar en el espíritu.
Hoy en día, no sólo las doctrinas del cristianismo son demasiado objetivas, o sea, no producen efecto alguno en el espíritu de las personas, sino que aun entre nosotros gran parte de lo que hablamos es doctrinas objetivas que no pueden tocar el espíritu de las personas. Toda doctrina que no afecta nuestro espíritu es semejante a las teorías de los moralistas y filósofos. Las enseñanzas de los filósofos, moralistas y religiosos no tienen espíritu, ni hablan acerca del espíritu, por lo cual no conmueven a las personas en lo más profundo. Es por ello que la gente no necesita orar después de escuchar y ver algo en dichas enseñanzas. Sin embargo, en el recobro del Señor, lo que divulguemos y hablemos debe afectar el espíritu de las personas. Por lo tanto, después de que usted vea y escuche algo, tiene que orar con su espíritu. Si no ora ni digiere con su espíritu, lo que usted ha visto o escuchado es apenas una doctrina o teoría objetiva. Una vez que usted ora con su espíritu, la doctrina objetiva se convierte en un suministro subjetivo. Asimismo, cuando usted lea la Palabra, debe hacerlo con oración. Ore-lea la Palabra en lugar de simplemente leerla. Al leer, use sus ojos para ver y su mente para entender. Sin embargo, en oración, use su espíritu para recibir y digerir lo que ha entendido a fin de convertirlo en un suministro subjetivo en el espíritu. De esta manera, la Palabra de Dios llega a ser el pan de vida que nos imparte un suministro en nuestro espíritu.
Espero que podamos ver claramente este asunto de los dos espíritus que llegan a ser un solo espíritu. El Dios Triuno en Su consumación ha llegado a ser el Espíritu, y nosotros tenemos en nuestro interior un espíritu humano que fue creado por Dios. Hoy en día, este espíritu es el espíritu regenerado en el cual mora el Espíritu de Dios. Por esta razón, en 1 Corintios 6:17 se nos dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con Él”. Esto indica que al creer nosotros en el Señor y al tener una unión orgánica con Él, Él ha entrado en nosotros para ser nuestra vida. Sin embargo, esto aún puede ser una enseñanza objetiva para nosotros; en términos de la experiencia, nuestra unión con el Señor en resurrección solamente puede ocurrir en nuestro espíritu. Por medio de la resurrección, el Señor llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45) y Él está ahora con nuestro espíritu (2 Ti. 4:22). Por lo tanto, para experimentar esta unión con el Señor, debemos experimentar el ser un solo espíritu con Él.
¿Cómo sabemos que somos un solo espíritu con el Señor? Esto no es difícil. Quizás no sepamos cuándo somos un solo espíritu con el Señor, pero sí sabemos cuándo no lo somos. Es asombroso que cuando somos un solo espíritu con el Señor, probablemente no tenemos ningún sentir, pero cuando no somos un solo espíritu con Él, interiormente lo tenemos bien claro. Cuando un miembro de nuestro cuerpo funciona normalmente, no nos percatamos mucho de él, pero cuando tiene algún problema, de inmediato tenemos un sentir muy claro al respecto. Por lo tanto, a fin de experimentar el ser un solo espíritu con el Señor, lo único que debemos practicar es evitar no ser un solo espíritu con Él. Esto es suficiente.
Ser un solo espíritu con el Señor es la salvación más grande y la experiencia más elevada que puede tener un cristiano. Solamente cuando somos un solo espíritu con el Señor podemos disfrutar a Dios, experimentar al Señor y ser santificados, espirituales y vencedores. Solamente en esta experiencia podemos crecer y madurar en vida y ser transformados y conjuntamente edificados. Finalmente, el resultado de esta clase de experiencia es la iglesia.