
Lectura bíblica: Jn. 17:19; 4:6-7, 27; Ef. 5:26-27; Nm. 6:3-4; 1 Ts. 5:23; 4:4; Jue. 13:13-14
Juan 17:19 dice: “Y por ellos Yo me santifico a Mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad”. Aunque el Hijo es completamente santo en Sí mismo, para establecer un ejemplo de santificación para Sus discípulos, Él se santificó a Sí mismo en cuanto a Su manera de vivir mientras estuvo en la tierra. Veamos la manera como el Señor se puso en contacto con la mujer samaritana (4:5-7). Él no se encontró a solas con ella de noche en una casa privada, sino a pleno día y al aire libre. En lo que al Señor se refiere, Él podía haberse reunido con la mujer samaritana, quien era una persona inmoral, en cualquier lugar y a cualquier hora. Pero como un hombre de apenas un poco más de treinta años de edad, no habría sido un buen ejemplo para Sus discípulos hablar con ella de forma privada en su casa y de noche. Si Él hubiera hecho eso, los discípulos se habrían confundido. A fin de establecer un buen ejemplo para ellos, Él actuó de una manera santificada. Este ejemplo fue una gran ayuda para Sus discípulos. No está bien que ningún predicador joven tenga contacto con una mujer en privado de noche, debido a que en ello hay mucha tentación. Hacer tal cosa no es santo, sino mundano. Miren el ejemplo del Señor Jesús: Él habló con Nicodemo, un caballero de edad avanzada, de noche y en una casa privada (3:1-2), pero con la samaritana, una mujer inmoral, habló a la luz del día y en un lugar público. Al hacer esto, el Señor se santificó a Sí mismo y estableció un principio para que Sus discípulos lo siguieran. (Estudio-vida de Juan, pág. 490)
¿Qué queremos decir con santificarse ante Dios? El Señor Jesús dijo: “Y por ellos Yo me santifico a Mí mismo” (Jn. 17:19). Esto no se refiere a ser santo, sino a si uno es o no es santificado. El Señor Jesús es santo y Su naturaleza es santa, mas por el bien de Sus discípulos Él se santificó a Sí mismo. Había muchas cosas que Él podía haber hecho, las cuales no eran contrarias a Su santidad; sin embargo, Él se abstuvo de las mismas a causa de la debilidad de Sus discípulos. En muchos asuntos, las debilidades de los discípulos dirigían al Señor y restringían Su libertad. Había muchas cosas que el Señor pudo haber hecho, pero que no las hizo porque no quería que Sus discípulos las malinterpretaran o sufrieran tropiezos por causa de ellas. En lo que concierne a la naturaleza misma del Señor, con frecuencia le hubiera sido posible actuar de otro modo, pero se abstuvo de hacerlo por el bien de Sus discípulos.
De modo similar, aquellos que tienen hijos deben santificarse a sí mismos por el bien de sus hijos. Esto quiere decir que, por el bien de nuestros hijos debemos dejar de hacer muchas cosas que pudiéramos hacer. Asimismo, hay muchas cosas que pudiéramos decir, pero que no las decimos por el bien de nuestros hijos. Desde el día que traemos niños al seno de nuestra familia, debemos santificarnos.
Si usted no se restringe a sí mismo, no será capaz de restringir a sus propios hijos. La ligereza de aquellos que no tienen hijos, ocasiona, en el peor de los casos, problemas sólo para ellos mismos, pero en el caso de aquellos que tienen hijos, su irresponsabilidad perjudicará a sus hijos tanto como a ellos mismos. Una vez que un cristiano trae a un niño a este mundo, tiene que santificarse. Recuerde que un par de ojos, a veces dos, están observándolo todo el tiempo. Estos habrán de observarlo por el resto de sus días. Incluso después que usted haya dejado este mundo, sus hijos no se olvidarán de lo que lo han visto hacer, y todo cuanto usted haya hecho permanecerá con ellos.
El día que nace su hijo debe ser el día en que usted se consagre. Usted debe poner una norma para usted mismo de moralidad, de conducta en el hogar y de juicios de orden moral que determinen lo que es correcto y lo que es equivocado. Usted tiene que fijar normas elevadas para determinar lo que es ideal y también tiene que ponerse un estándar para usted mismo en asuntos espirituales. Usted tiene que actuar estrictamente en conformidad con tales normas. De otro modo, usted mismo tendrá problemas y, además, perjudicará a sus hijos. Son muchos los niños que son arruinados, no por extraños sino por sus propios padres. Si los padres carecen de principios éticos, morales y espirituales, ellos mismos arruinarán a sus propios hijos.
Tanto las decisiones como los juicios que hará un joven en el futuro, estarán determinados por el adiestramiento que haya recibido de sus padres durante los primeros años de su vida. Lo que usted le diga a su hijo puede ser olvidado o recordado por él, pero con toda seguridad, aquello que él ve en su casa permanecerá con él para siempre. Es de usted que él desarrolla su sentir de juicio y también es de usted que él desarrolla su sistema de valores.
Todo padre debe recordar que sus acciones serán repetidas por sus hijos; sus acciones no cesarán con ellos. Si usted no tiene niños, puede hacer todo lo que quiera cuando está feliz, y puede dejar de hacer cualquier cosa y olvidarse de todo cuando no está contento. Pero una vez que usted tiene niños, tiene que restringirse. Tiene que actuar conforme a las normas más elevadas de conducta, le guste o no. La vida entera de los niños cristianos depende del comportamiento de sus padres.
Recuerdo lo que un hermano me dijo cuando su hijo se involucró en ciertos problemas. Él dijo: “Mi hijo no es sino una réplica mía, y yo soy él”. Cuando un padre ve algo en sus hijos, deberá darse cuenta que se está viendo a sí mismo. Él tiene que comprender que está contemplando un reflejo de su propia persona, pues sus hijos no hacen sino reflejarlo. A través de ellos, él se puede ver a sí mismo.
Por esto, toda pareja debe consagrarse nuevamente a Dios en cuanto nace su primer hijo. Ellos deben acercarse al Señor y consagrarse nuevamente a Él. Desde ese momento, el Señor les ha encomendado un ser humano, poniendo en sus manos todo su espíritu, alma, vida y futuro. Desde ese día, ellos tienen que ser fieles al encargo del Señor. Al firmar un contrato de trabajo, algunos se comprometen a realizar una determinada labor durante uno o dos años, pero esta labor de ser padres dura toda la vida; este compromiso no tiene límite en el tiempo.
Entre los creyentes de China, ningún fracaso es tan grande como el fracaso en la crianza de sus hijos. Me parece que esto se debe a la influencia que ejerce el paganismo. El fracaso que uno pueda sufrir en su carrera profesional no se puede comparar con el fracaso que uno puede sufrir en la crianza de sus hijos. Inclusive fracasar como esposo o esposa no se puede comparar con el fracaso en la crianza de sus hijos. Un esposo o una esposa todavía puede protegerse a sí mismo, pues ambos llegan al matrimonio con más de veinte años de edad. Pero cuando un niño es puesto en nuestras manos, él no se puede proteger a sí mismo. El Señor les ha confiado un niño. Ustedes no pueden retornar al Señor diciéndole: “Tú me confiaste cinco niños y he perdido tres”. Ustedes no podrán decirle: “Tú me confiaste diez niños y perdí ocho”. La iglesia no podrá avanzar si los padres no están conscientes de que a ellos se les ha confiado esos niños. No queremos ver que nuestros hijos tengan que ser rescatados del mundo. Supongamos que engendramos niños, los perdemos al mundo y, después tratamos de rescatarlos. Si permitimos que esto suceda, el evangelio jamás será predicado hasta lo último de la tierra. A nuestros hijos se les ha impartido muchas enseñanzas y hemos estado cuidándolos por muchos años; por lo menos estos niños tienen que ser conducidos al Señor. Estamos equivocados si no cuidamos de nuestros propios hijos. Les ruego que no se olviden que es responsabilidad de los padres asegurarse de que sus hijos resulten personas de bien.
Permítanme decirles esta palabra. A lo largo de la historia de la iglesia, el fracaso más grave entre los cristianos ha sido el fracaso en la crianza de sus hijos, y esto es algo que a nadie le importa mucho. Los niños son personas todavía tiernas que están en vuestras manos y no pueden hacer mucho por sí mismas. Si usted es suelto en su vida personal, también lo será con sus hijos. Tiene que comprender que, por ser padre, deberá ejercer dominio propio y sacrificar su libertad personal. Dios le ha encomendado en sus manos a un cuerpo humano con su alma. Si usted no ejerce dominio propio ni renuncia a sus libertades, se verá en aprietos cuando tenga que responder ante Dios en el futuro.
Los padres no solamente tienen que percatarse de la responsabilidad que han asumido y, por ende, santificarse ellos mismos por el bien de sus hijos, sino que además, tienen que andar con Dios.
Uno se santifica a sí mismo por el bien de sus hijos. Pero esto no significa que uno pueda ser suelto y frívolo cuando está solo. Un padre no deberá ejercer dominio propio sólo por el bien de sus hijos. El Señor Jesús no carecía de santidad en Sí mismo; Él no se santificaba a Sí mismo sólo por el bien de Sus discípulos. Si el Señor Jesús se santificara a Sí mismo solamente por el bien de Sus discípulos, pero no fuese santo Él mismo, habría sido un fracaso completo. Del mismo modo, los padres tienen que santificarse por el bien de sus hijos, pero ellos mismos también tienen que andar con Dios.
No importa cuánto celo manifieste en presencia de sus hijos, si usted no es genuino en su fervor, sus hijos fácilmente se darán cuenta de su verdadera condición. Aun cuando usted mismo no esté claro al respecto, ellos sí lo estarán. Quizás usted sea una persona suelta, pero se esfuerce por comportarse muy cuidadosa y prudentemente cuando están presentes sus hijos. Pero, en realidad, usted no es aquella persona que pretende ser. Por favor, recuerden que a los hijos les es muy fácil descubrir su verdadera condición. Si usted es una persona descuidada y trata de actuar de una manera discreta delante de sus hijos, ellos fácilmente detectarán su verdadera condición y se darán cuenta de que usted pretende ser alguien que no es. Así pues, usted no solamente tiene que santificarse a sí mismo delante de sus hijos por el bien de ellos, sino que usted también tiene que ser una persona que genuinamente anda con Dios tal como lo hizo Enoc.
Quisiera llamar su atención hacia el ejemplo de Enoc. Génesis 5:21-22 dice: “Vivió Enoc sesenta y cinco años, y engendró a Matusalén. Y anduvo Enoc con Dios, después que engendró a Matusalén, trescientos años, y engendró más hijos e hijas”. No sabemos la condición en la que se encontraba Enoc antes de cumplir sesenta y cinco años de edad, pero después que engendró a Matusalén, sabemos que él caminó con Dios por trescientos años. Después, él fue arrebatado por Dios. Este es un caso especial en el Antiguo Testamento. Antes que Enoc engendrara hijos, no sabemos nada acerca de su condición, pero después que él engendró a Matusalén, la Biblia afirma que Enoc caminó con Dios. Cuando tuvo sobre sus hombros la carga de la familia, él comenzó a percibir su debilidad. Él se percató de que su responsabilidad era demasiado grande y que él no podría asumirla por su propia cuenta. Así que, él comenzó a caminar con Dios. Él no sólo caminó con Dios en presencia de su hijo; él caminó con Dios incluso cuando estaba solo. Él sentía que si no caminaba con Dios, él no sabría cómo criar a sus niños. Enoc no sólo engendró a Matusalén, sino a muchos otros hijos; no obstante, él caminó con Dios por trescientos años. Su responsabilidad como padre no le impidió caminar con Dios; más bien, tal responsabilidad hizo que él caminara con Dios. Finalmente, él fue arrebatado. Por favor, recuerden que la primera persona en ser arrebatada fue un padre. La primera persona en ser arrebatada fue una que tuvo muchos hijos y, aun así, caminó con Dios. La manera en que uno cumple con sus responsabilidades en una familia, es el reflejo de su condición espiritual delante de Dios.
Tenemos que comprender que a fin de conducir nuestros hijos al Señor de una manera genuina, es necesario que seamos personas que andan con Dios. No podemos enviar nuestros hijos al cielo simplemente al señalarles con el dedo donde está el cielo. Tenemos que caminar delante de ellos. Sólo entonces podemos pedir a nuestros hijos que nos sigan. Aunque los padres cristianos quieren que sus hijos sean mejores que ellos mismos y abrigan la esperanza de que sus hijos no amarán al mundo y proseguirán de una manera positiva, hay muchas familias que no están bien debido a que los padres mismos se retraen. Si este es el caso, independientemente de cuánto se esfuerce, tal familia jamás logrará sus objetivos. Tenemos que recordar que el estándar que adopten los hijos no podrá ser más elevado que el de sus padres. Esto no quiere decir que debemos fijar un estándar falso. Debemos tener un estándar que es genuino y espiritual. Si lo tenemos, nuestros hijos alcanzarán ese estándar.
Por favor no se olviden que sus hijos aprenderán a amar lo que usted ama y a aborrecer lo que usted aborrece. Ellos aprenderán a valorar lo que usted valora y a condenar lo que usted condena. Usted tiene que establecer un principio moral, tanto para usted como para sus hijos. Los principios morales que usted adopte, también serán los de sus hijos. Su estándar de amor por el Señor será el estándar de amor por el Señor de sus hijos. En una familia, únicamente se puede establecer un estándar, no dos.
Espero que comprendamos que Dios nos ha encomendado a nuestros hijos, y que debemos aplicar las mismas normas de conducta para toda la familia. Nosotros mismos no debemos practicar todo cuanto les prohibimos a nuestros niños. Jamás se debieran aplicar dos diferentes estándares en el seno de una misma familia, uno para los hijos y otro para nosotros los padres. Todos tenemos que medirnos con el mismo estándar por el bien de nuestros hijos. Tenemos que santificarnos a nosotros mismos a fin de mantener las mismas normas de conducta para toda la familia. Una vez que fijamos cierto criterio de conducta, nosotros mismos tenemos que mantenerlo. Espero que todos nosotros cuidemos bien a nuestros hijos. Ellos nos están observando constantemente. El hecho de que ellos se porten bien o no, depende de si nosotros nos comportamos adecuadamente. Ellos no sólo nos escuchan, sino que nos están viendo todo el tiempo. Tal parece que ellos llegan a enterarse de todo. Ellos perciben cuando estamos tratando de intimidarlos y cuando estamos actuando para ser vistos por ellos. No debiéramos pensar que podemos engañar a nuestros hijos. ¡No! Ellos no pueden ser engañados. Ellos saben cómo nos sentimos y ven con claridad lo que realmente sucede en nosotros. Todo cuanto exigimos de nuestros hijos, también nosotros debemos tomar la misma posición al respecto.
Las palabras de los padres revisten mucha importancia para sus hijos. No solamente usted mismo debe ser un modelo para sus hijos, sino que también debe darse cuenta que sus palabras revisten gran importancia para ellos.
Por favor recuerden que los padres jamás debieran ofrecer a sus hijos aquello que no podrán llevar a cabo. Usted no debe hacer vanas promesas a sus hijos. No les prometa nada que usted no esté en posibilidades de cumplir. No les prometa algo que no podrá cumplir. Si sus hijos desean que usted les compre algo, usted primero debe considerar su capacidad financiera. Si usted puede hacerlo, hágalo. Si no puede hacerlo, tiene que decirles: “Me esforzaré al máximo y haré lo que pueda, pero no puedo hacer aquello que excede mi capacidad”. Cada palabra que salga de su boca debe ser confiable. No deben pensar que esto es algo insignificante. Usted jamás debe permitir que sus hijos duden sus palabras. No solamente ellos no deben dudar lo que usted les diga, sino que, además ellos deben tener la certeza de que usted les habla con exactitud. Si los hijos descubren que lo que sus padres les dicen no es confiable, crecerán comportándose irresponsablemente. Ellos darán por sentado que si uno puede ser descuidado al hablar, también puede ser descuidado en todo. Existen ciertas expresiones que solamente pueden ser usadas en la política y tales expresiones no se ajustan a los hechos. Los padres deben abstenerse de usar tales expresiones. Son muchos los padres que, aparentemente, son muy bondadosos con sus hijos. Les prometen todo cuanto ellos piden, pero nueve de cada diez veces ellos no pueden cumplir con lo que prometen. Tal clase de promesas maravillosas únicamente produce una cosa en los hijos: desilusión. Usted tiene que prometer únicamente aquello que es capaz de cumplir. Si usted no va a poder hacer algo, no lo prometa. Si usted no está seguro de poder llevarlo a cabo, dígaselos. Sus palabras tienen que ser exactas.
Otras veces, quizás usted no prometa algo, sino que da cierta orden. Si usted abrió su boca para ordenarles algo a sus hijos, tiene que asegurarse que ello sea llevado a cabo. Usted tiene que hacer que ellos comprendan que usted siempre habla en serio. Muchas veces usted da una orden, pero luego lo olvida. Esto es un error. No debiera decirles a sus hijos que está bien que ellos no lo hagan en esta oportunidad, siempre y cuando lo hagan la próxima vez. Si usted los excusa, no les está haciendo favor alguno. Usted debe dejar bien en claro ante sus hijos que una vez que usted les ordena algo, ellos tienen que hacerlo ya sea que usted lo recuerde o no. Si usted se los dijo una vez, lo puede decir cien veces. Si sus palabras cuentan en una ocasión, ellas deberán contar en cien ocasiones. Usted no debe anular sus propias palabras. Muéstreles a sus hijos, desde su juventud, que la palabra de uno es sagrada, ya sea que se trate de una promesa o una orden. Por ejemplo, si usted le dice a su niño que barra su cuarto cada mañana, primero usted tiene que haber considerado si él será capaz de hacer esto o no. Si él no lo hizo hoy, usted tiene que asegurarse de que lo haga mañana. Si al siguiente día no lo hizo, usted tiene que asegurarse que lo haga el día subsiguiente. Usted tiene que mantener su orden este año y tiene que mantenerlo el siguiente. Tiene que mostrarle a sus hijos que ninguna de sus palabras fueron dichas a la ligera y que, una vez pronunciadas, tienen que ser ejecutadas. Pero si ellos constatan que las palabras de sus padres no cuentan para nada, cualquier cosa que les diga carecerá de eficacia. Por tanto, toda palabra que salga de sus labios debe ser práctica y basada en ciertos principios.
Algunas veces, usted exagera sus palabras. Entonces, deberá buscar una ocasión propicia para decirles a sus hijos que en tal ocasión usted exageró. Usted tiene que ser exacto al hablar. Algunas veces usted quizás haya visto solamente dos vacas, pero dijo que eran tres; o quizás vio cinco pájaros, pero dijo que eran ocho. En tales ocasiones, corríjase de inmediato. Al hablar con sus hijos usted tiene que aprender a corregirse todas las veces que sea necesario. Debe aprender a decir: “Lo que les acabo de decir no es exacto. Había dos vacas, no tres”. Usted debe dejar bien en claro ante ellos que todas nuestras palabras deben ser santificadas. Todo cuanto ocurre en el seno de nuestra familia debería ser usado para la formación de un carácter cristiano en nuestros hijos. Así pues, sus palabras tienen que ser santificadas. Cuando sus hijos hablen, también sus palabras deben ser santificadas y exactas. Cuando usted diga algo equivocado, deberá darle la debida importancia al reconocer su error. De este modo, usted estará adiestrando a sus hijos a santificar sus palabras. Muchos padres suelen decir cinco cuando quieren decir tres, y dicen tres cuando en realidad querían referirse a dos. Tales padres hablan irresponsablemente y no constituyen un buen ejemplo en el hogar. Como resultado de ello, sus hijos jamás comprenden que las palabras son sagradas.
Todos estos problemas ocurren debido a que nos hace falta recibir más disciplina del Señor. Nosotros debiéramos experimentar la disciplina del Señor y conducir a nuestros hijos en la disciplina del Señor. Por lo menos, debemos mostrarles que las palabras son sagradas. Toda promesa debe ser realizada y toda orden debe ser cumplida. Si hacemos esto, nuestros hijos recibirán el adiestramiento apropiado.
No se imaginan cuántos creyentes fuertes pudiésemos criar en nuestra segunda generación, si todos los padres de la generación actual fueran buenos padres. Siempre he deseado poder decirles esto: el futuro de la iglesia depende de los padres. (Mensajes para edificar a los creyentes nuevos, t. 2, págs. 582-587, 588, 589, 598-600, 615)
Para ser santos, primero es necesario ser apartados para Dios en cuanto a posición. Necesitamos ser apartados con respecto a nuestra familia, vecinos, colegas y amigos. Sin embargo, muchos cristianos son salvos, pero no son apartados. Normalmente, cuando una persona es salva, también debería ser apartada. A esto se debe que al creyente se le llama santo. Observen a la mayoría de los cristianos de hoy. Ellos son casi iguales a las personas del mundo; no hay ninguna separación entre ellos. Muchos de sus parientes y amigos ni siquiera saben que son cristianos. Así que, ser santo es ser apartado para Dios. Esto, por supuesto, es cuestión de posición. (Estudio-vida de Efesios, págs. 30-31)
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Nosotros los padres debemos cumplir con nuestra obligación con respecto a nuestros hijos. Esto significa que no sólo debemos instruirlos, sino también establecer un ejemplo para que ellos lo sigan. Así como el Señor Jesús se santificó a Sí mismo por causa de Sus discípulos (Jn. 17:19), los padres deben santificarse a sí mismos por causa de sus hijos. Los que no tienen hijos tal vez pueden tomarse ciertas libertades, tales como levantarse tarde, pero los que tienen hijos no pueden darse el lujo de hacer cosas como ésas; antes bien, por amor a ellos, deben ejercer ciertas restricciones. Los hijos siempre imitan a sus padres. Por esta razón, los padres tienen la responsabilidad de establecer una norma elevada y un buen ejemplo para sus hijos. (pág. 527)
‘‘Se mantendrá apartado absteniéndose de vino y de bebidas embriagantes; no beberá vinagre de vino ni vinagre de bebida embriagante, ni beberá ningún zumo de uvas, ni tampoco comerá uvas frescas ni secas. Durante todos los días de su nazareato no comerá producto alguno de la vid de uva, desde el granillo hasta el hollejo’’ (Nm. 6:3-4). Aquí vemos que un nazareo tenía que abstenerse del vino y de cualquier cosa que se relacione con su fuente. Esto representa el abstenerse del placer terrenal y del disfrute mundano (cfr. Sal. 104:15; Ec. 10:19). Abstenerse de toda clase de vino significa abstenerse de todo placer terrenal y disfrute mundano.
Debemos tener cuidado con cualquier cosa terrenal que nos haga feliz. El placer terrenal lleva a una conducta lujuriosa y a una intención lujuriosa. El disfrute y placer terrenal pueden contaminar a un nazareo.
Un nazareo tenía que abstenerse del vinagre hecho de vino, del jugo de las uvas y de las uvas frescas o secas. Esto representa el abstenerse de cualquier cosa que resulte en disfrute o placer terrenal. El vinagre se clasifica con el vino porque su fuente es la misma. Se prohíben todos: el vino, el vinagre y las uvas. Conforme a esto, podemos ver que una persona absoluta para Dios está separada completamente de cualquier placer terrenal. Esto muestra la calidad absoluta de un nazareo. (Life-study of Numbers, págs. 57-58)
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La separación de un nazareo era de siete días, lo cual representa el transcurso pleno del tiempo. Sansón fue nazareo desde el vientre de su madre y durante todo el curso de su vida (Jue. 16:17). (pág. 76)
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El nacimiento [de Sansón] fue un milagro que comenzó con la aparición del Ángel de Jehová. Cuando Sansón estaba en el seno de su madre, él fue santificado para que fuese un nazareo. Mientras crecía, era limpio y puro conforme a lo ordenado por Dios, y recibió poder por el Espíritu de Dios.
Poco después de que decidí dejar mi trabajo y servir al Señor, fui a Shanghái a ver al hermano Nee. Él me dijo que al servir al Señor, los hermanos deben aprender el principio de no tener contacto con una mujer en privado, especialmente si ella es joven. Esto me impresionó profundamente y desde entonces he puesto en práctica las instrucciones del hermano Nee y se las he pasado a los santos. (Life-study of Judges, págs. 45, 46)
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Samuel provino de la economía de Dios. Dios tenía Su economía eterna, pero la realización de ésta se había estancado. Él había ordenado que los descendientes de Aarón fuesen los sacerdotes que llevaran a cabo Su economía, pero el sacerdocio estaba añejo y apagándose. Así que, en el corazón de Dios estaba el deseo de ganar a alguien que reemplazara ese sacerdocio.
Con este propósito, Dios unió en matrimonio a Elcana y Ana. Elcana tenía dos mujeres, y por la soberanía divina su segunda mujer, Penina, tuvo hijos, pero Ana no. Además, “su rival la irritaba, enojándola y entristeciéndola, porque Jehová no le había concedido tener hijos” (v. 6). Esto obligó a Ana a orar desesperadamente, pero no por su propio beneficio, sino por el de Dios. Ella prometió a Dios que si le daba un hijo varón, se lo regresaría mediante el voto del nazareato. A Dios le agradó la oración de Ana y su promesa, y le concedió su petición. Ana concibió, y dio a luz un hijo, y le llamó Samuel. Con esto vemos que el verdadero origen de Samuel no fue el hombre, sino Dios, quien soberana y secretamente motivaba a Su pueblo.
Desde la perspectiva humana, el origen de Samuel fue sus padres, los cuales adoraban a Dios (vs. 1-8).
Elcana y Ana permanecían en la línea de la vida no sólo con la finalidad de que Dios efectuara la salvación eterna, sino también para que Él cumpliera Su propósito eterno. La salvación nos beneficia principalmente a nosotros, mientras que el propósito de Dios está relacionado con el cumplimiento de Su deseo.
El origen de Samuel fue su madre, quien era una persona que buscaba a Dios y oraba (vs. 9-18). La oración de ella era un eco de lo que estaba en el corazón de Dios. Su oración proporcionaba la cooperación humana al mover divino para que se efectuara la economía eterna de Dios.
Dios deseaba obtener a Samuel, pero necesitaba que Ana cooperara con Él y se lo pidiera, diciéndole: “Señor, necesito un hijo”. Esta oración era muy humana, pero cooperaba con el mover divino que cumplía la economía de Dios. (Estudio-vida de 1 y 2 Samuel, págs. 9-10, 11)
Los hijos de Lot se corrompieron al vivir en la ciudad inicua. En Génesis 19:12 lo dicho por los ángeles indica que Lot tal vez haya tenido hijos además de sus hijas. En el capítulo 18, Abraham quizás haya considerado que la familia de Lot se componía de por lo menos 10 personas. [...] Lot tuvo que decir a sus yernos y a sus hijos que Dios iba a juzgar a esa ciudad. No obstante cuando Lot le predicó el evangelio, algunos no creyeron la palabra del Señor, y pensaron que no hablaba en serio. El versículo 14 dice: “Entonces salió Lot y hablo a sus yernos, los que habían de casarse con sus hijas, y dijo: Levantaos; salid de este lugar, porque Jehová va a destruir esta ciudad. Mas pareció a sus yernos que bromeaba”.
Otros hijos de Lot no tenían el menor sentido moral (19:30-35). ¡Consideren lo que hicieron sus hijas después de escaparse de la ciudad! Después de escaparse de Sodoma, Lot y sus hijas todavía tenían vino consigo (19:32). En la cueva donde estaban, ¿cómo podrían tener vino si no lo hubieran traído consigo? ¡Cuán embotados estaban por la situación pecaminosa de Sodoma! Cuando visité algunos santos en Las Vegas en 1963, ellos justificaban su estancia en esa ciudad diciendo: “No hay nada malo en que vivamos en esta ciudad de juegos de azar, porque estamos aquí como un testimonio para el Señor”. No discutí con ellos pero en mi interior pensé: “Si ustedes se quedan aquí algunos años, sus hijos no tendrán ninguna conciencia de la iniquidad que encubren los juegos de azar”. Hoy muchos jóvenes han sido embotados. Fíjense en la manera de vestirse; no tienen ningún sentido de la moral ni les da vergüenza. A menudo cuando estoy en la calle tengo que cerrar los ojos. Las jóvenes que no tienen ningún sentido del pudor se hallan sin protección. En todo el mundo la vergüenza y la moralidad se han estropeado. Los jóvenes han perdido su sensibilidad por haber sido criados en un ambiente pecaminoso. No obstante, si entran en la vida de iglesia y permanecen en su ambiente puro algunos meses, nunca volverán al mundo pecaminoso. No aguantarán su desagradable olor.
Vivimos en una era maligna y necesitamos ser protegidos de ella. Nuestra familia e hijos deben ser salvaguardados. Todos debemos escaparnos de Sodoma y cerrar nuestras puertas a su influencia maligna. De no ser así, nuestros descendientes serán corrompidos. ¿Cómo pudieron Lot y sus hijas actuar como lo hicieron después de la destrucción de Sodoma? Porque su sentido de moralidad había caído muy bajo. Si permanecemos en el aire fresco, oleremos inmediatamente la fetidez de la inmoralidad. Pero si no discernimos el hedor, eso significa que nuestro sentido de moralidad ha sido drogado. (Estudio-vida de Génesis, págs. 716-717)
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Ahora quisiera dirigirme a los jóvenes. Como cristianos, tal vez necesitemos leer el periódico para enterarnos de la situación mundial. Yo leo el periódico casi todos los días; sin embargo, hay ciertas páginas que yo nunca leería porque son muy contaminantes. Una vez que su mente se contamine al mirar cierta foto, le será muy difícil deshacerse de ese elemento contaminante. Asimismo, tampoco debiéramos escuchar cierto tipo de conversaciones ni asociarnos con cosas impuras. Pero por encima de todo, debemos abstenernos de la fornicación. Debemos cuidar, guardar, salvaguardar, nuestro vaso limpio en santificación delante de Dios. Nuestro vaso debe ser santo, apartado y saturado de Dios, y también debe ser guardado en honor delante de los hombres. (Estudio-vida de 1 Tesalonicenses, pág. 205)
Primero Jacob pidió a su casa y a todos los que estaban con él que se deshicieran de los dioses ajenos que hubieran entre ellos (35:2). Cuando Jacob y su casa huían de Labán, Raquel tomó los ídolos de la casa (31:34-35). Antes del capítulo 35, Jacob no le había dicho a Raquel que se deshiciera de ellos. Pero después de que Dios le dijo que subiese a Bet-el, todos tenían que abandonar a sus dioses ajenos, sus ídolos. Esto es una sombra, un tipo, que se desarrolla a lo largo de la Biblia. Según el Antiguo Testamento y el Nuevo, la primera cosa que debemos eliminar por causa de la morada de Dios es nuestros ídolos.
Jacob también mandó que todos se purificaran (35:2). No sólo debemos desechar los dioses ajenos, sino también purificar todo nuestro ser. En otras palabras, nuestro ser, nuestra manera de vivir y nuestra expresión deben cambiar. Esta no es simplemente la regeneración ni un pequeño cambio de vida superficial, sino que se trata de una transformación completa. Aquí en Génesis 35 Jacob fue transformado.
En la Biblia la purificación significa purgarse de toda contaminación. Todo nuestro ser debe ser depurado de toda contaminación a los ojos de Dios. En 2 Corintios 7:1 Pablo declara: “Así que, amados, puesto que tenemos estas promesas, limpiémonos de toda contaminación de carne y de espíritu, perfeccionando la santidad en el temor de Dios”. El concepto que Pablo expresa en 2 Corintios 6 y 7 era el mismo que el de Jacob en Génesis 35. Como los corintios eran el templo de Dios, Pablo les dijo que se purificaran. No puede haber acuerdo entre el templo de Dios y los ídolos (2 Co. 6:16). Los ídolos son ídolos, y el templo de Dios es el templo de Dios. ¿De qué lado se pone usted? Si escoge los ídolos, entonces vaya con sus ídolos. Si escoge el templo de Dios, entonces venga al templo sin ningún ídolo.
Además de desechar a sus dioses ajenos y de purificarse, [la casa de Jacob cambió] sus vestidos (Gn. 35:2). La Biblia afirma que el cambio de vestido se refiere al cambio del modo de vivir.
Dice el versículo 4: “Así dieron a Jacob todos los dioses ajenos que tenían en su poder, y los zarcillos que llevaban en sus orejas; y Jacob los escondió debajo de la encina que estaba cerca de Siquem”. No sólo fueron sepultados los ídolos, sino también los zarcillos. Los zarcillos, artículos que sirven para embellecer, recibieron el mismo trato que los ídolos. A los ojos de Dios, en muchos casos los zarcillos, y los artículos usados como adorno equivalen a ídolos. Cuando los de la casa de Jacob desecharon sus dioses ajenos, también desecharon sus zarcillos, lo cual indicaba que para su conciencia, sus zarcillos eran tan abominables como sus dioses ajenos. Después de entrar en la iglesia, muchas hermanas tuvieron la misma convicción y desecharon esta clase de adorno abominable. Esto no está relacionado con la moralidad, sino con la casa de Dios.
Dios no mandó a Jacob que hiciera esta limpieza. Y tampoco le dijo: “Jacob, debes decir a toda tu casa y a todos los que te acompañan que hagan una limpieza general y que se purifiquen”. Entonces, ¿por qué Jacob ordenó a todos que hicieran tal cosa? Porque la casa de Dios no es un asunto individual. No se trataba solamente de Jacob. La casa de Dios debe ser la casa de Jacob y debe convertirse en la casa de Israel. Finalmente, todos los descendientes de Jacob se convirtieron en la casa de Dios, Bet-el. El verdadero Bet-el no era el tabernáculo, sino los hijos de Israel. Asimismo debemos ver que hoy en día nosotros somos la iglesia. Debemos purificarnos no solamente porque vamos a Bet-el, sino porque hemos de ser Bet-el. Debemos desechar todos los dioses ajenos y los adornos abominables, purificarnos y cambiar nuestros vestidos. Desechar los dioses ajenos también significa desechar todas las cosas en las que nos apoyamos. Todo nuestro ser debe ser purgado, interior y exteriormente, de toda contaminación, y debemos cambiar nuestra manera de vivir. Todo esto tiene como fin la vida de iglesia. (Estudio-vida de Génesis, págs. 1026, 1027-1028, 1030-1031)
Esta porción de Éxodo implica otro principio acerca de la naturaleza del ídolo, o del principio del ídolo. Vemos este principio en Éxodo 32:1-4a “Viendo el pueblo que Moisés tardaba en descender del monte, se acercaron entonces a Aarón y le dijeron: Levántate, haznos dioses que vayan delante de nosotros; porque a este Moisés, el varón que nos sacó de la tierra de Egipto, no sabemos qué le haya acontecido. Y Aarón les dijo: Apartad los zarcillos de oro que están en las orejas de vuestras mujeres, de vuestros hijos, y de vuestras hijas y traédmelos. Entonces todo el pueblo apartó los zarcillos del oro que tenían en sus orejas, y los trajeron a Aarón, y él los tomó de las manos de ellos, y le dio forma con buril, e hizo de ello un becerro de fundición”.
Vemos aquí la clase de material que usaron para hacer el ídolo. Por supuesto un ídolo debe ser hecho con algún material. En Éxodo 32, el material que usaron para hacer el becerro era el oro de los zarcillos de las esposas, hijos, e hijas de los hijos de Israel. Quizá los únicos en no tener zarcillos de oro eran los hombres mayores. Los hombres mayores fueron la excepción porque no se preocupaban por su embellecimiento. Puedo testificar, como hombre mayor, que no tengo ningún interés en embellecerme. No obstante, los hombres y mujeres jóvenes, y también las mujeres mayores, acostumbran embellecerse. Por tanto, en Éxodo 32, tomaron los zarcillos de oro de las orejas de las esposas, de los hijos e hijas y los usaron para hacer el ídolo, el becerro de oro.
El embellecimiento propio conduce a la idolatría. Esta es la razón por la cual el Señor dio a los hijos de Israel un mandamiento relacionado con los atavíos en Éxodo 33:5 y 6: “Porque Jehová había dicho a Moisés: Di a los hijos de Israel: vosotros sois pueblo de dura cerviz; en un momento subiré en medio de ti, y te consumiré. Quítate, pues, ahora tus atavíos, para que Yo sepa lo que te he de hacer. Entonces los hijos de Israel se despojaron de sus atavíos desde el monte Horeb”. El Señor dio este mandamiento acerca de los atavíos porque lo aclara el capítulo 32, el auto-embellecimiento conduce a la idolatría.
¿Sabe usted lo que adoran muchos americanos hoy en día? Adoran los ídolos de embellecimiento. Por ejemplo, antes de ir a trabajar, una mujer joven dedica mucho tiempo a su embellecimiento. Quizá le cueste más dinero los artículos de embellecimiento que su propia comida. Mi preocupación es señalar el hecho de que el embellecimiento conduce a la idolatría. Primero los hijos de Israel llevaban zarcillos de oro para embellecerse. Luego estos zarcillos de oro fueron usados por Aarón para hacer el ídolo del becerro de oro. (Estudio-vida de Éxodo, págs. 1787-1788, 1789)