
Lectura bíblica: Jn. 1:1-5, 12-13, 14, 16-18, 29, 32-33, 36, 41-42, 51
En este capítulo consideraremos el significado de las seis señales en Juan 1. Estas señales son la Palabra, el tabernáculo, el Cordero, la paloma, la piedra y la casa de Dios.
La Palabra es eterna; esto es, existe por sí misma, y no tiene principio (He. 7:3). Esto es contrario a la enseñanza herética que afirma que la Palabra, el Lógos, fue creada por Dios. Conforme a la revelación hallada en el Evangelio de Juan, la Palabra no fue creada. Sin embargo, la Palabra se hizo carne (1:14), y la carne es un elemento creado. Juan 1:1 dice que la Palabra era en el principio. Esto revela que la Palabra es eterna. Luego Juan 1:14 dice que la Palabra se hizo carne, la cual es algo creado por Dios. Con esto podemos decir que Juan reconcilia las escuelas de pensamiento que respectivamente dicen que Cristo era Dios y no hombre, y que Él era hombre y no Dios. Ésta es la razón por la cual algunos maestros enseñan que los escritos de Juan son conciliatorios. Como indicamos en el capítulo anterior, preferimos decir que los escritos de Juan son todo-inclusivos. Juan revela que, por una parte, la palabra es eterna, increada; pero, por otra, Él se hizo carne, algo creado por Dios.
La Palabra es viviente, es una persona divina, Cristo el Hijo del Dios viviente (Ap. 19:13). La Palabra eterna es nuestro Señor Jesucristo, y Él también es la Palabra viviente. Además, Cristo es la Palabra escrita, los escritos santos, la Biblia (He. 10:7; Lc. 24:27, 44). Cristo también es la Palabra hablada, el réma, la palabra para el momento, a fin de que sea espíritu y vida para el hombre (Jn. 6:63). Por consiguiente, Cristo es la Palabra eterna, la Palabra viviente, la Palabra escrita y la Palabra hablada. Tal Palabra representa al misterioso e invisible Dios definido y expresado. Con respecto a esto, Juan 1:18 dice: “A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, Él le ha dado a conocer”. Además, según Hebreos 1:3, Cristo es el resplandor de la gloria de Dios y la impronta de Su sustancia. Como la Palabra, Cristo es la definición y la expresión de Dios. Por esta razón, Él pudo decir: “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9).
Por medio de la Palabra todas las cosas llegaron a existir (1:3; He. 11:3). Según Juan 1:4 y 5, en Él está la vida divina (Dios impartido) y la luz divina (el resplandor de Dios).
Juan 1:14 dice: “La Palabra se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros”. Esta Palabra encarnada es un tabernáculo. Este tabernáculo indica que la Palabra se hizo carne como la expresión de Dios. Aquí la palabra expresión tiene el mismo significado que el oro en el tabernáculo. El tabernáculo estaba edificado con tablas de madera de acacia recubiertas de oro. Toda persona que entrara en el tabernáculo vería el oro resplandeciente, el oro que representa al Dios expresado. Cuando Cristo estaba en la tierra, había cierto resplandor en Él. Ese resplandor era la expresión de Dios, lo cual estaba tipificado por el oro del tabernáculo. Finalmente, nosotros también seremos revestidos con el oro resplandeciente.
Como tabernáculo, Cristo, la Palabra encarnada, participó de humanidad. Que la Palabra se hiciera carne significa que la Palabra se vistió de la naturaleza humana. La humanidad está tipificada por la madera de acacia del tabernáculo (Éx. 26:15, 29). El oro resplandeciente y la madera de acacia representan, respectivamente, la naturaleza divina de Cristo y Su naturaleza humana, Su humanidad.
Como el tabernáculo, Cristo es la corporificación de Dios. Colosenses 2:9 dice: “En Él habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad”. No sólo el Padre estaba corporificado en Cristo, sino que la plenitud de la Deidad estaba corporificada en Él. Esto significa que la plenitud de la Deidad estaba corporificada en el tabernáculo. El Padre, el Hijo y el Espíritu estaban corporificados en el tabernáculo, y esta corporificación es la morada de Dios entre los hombres.
La plenitud de la Deidad estaba corporificada en el tabernáculo a fin de que el hombre pudiese entrar en Dios y disfrutarlo. Originalmente, Dios era misterioso, invisible e intocable. Pero ahora Dios ha sido corporificado en un tabernáculo en el cual podemos entrar, uno que podemos llamar un tabernáculo “entrable”. Esto significa que Dios es “entrable”; podemos entrar en Él y disfrutarle. Una vez entramos en Dios, podemos decir que podemos andar alrededor de Él para disfrutarle. Podemos disfrutarlo a Él como nuestro suministro de vida, tipificado por el pan sobre la mesa del pan de la Presencia, y como nuestra luz, tipificada por el candelero. En particular, podemos disfrutar de Él como el Arca. Entonces podemos permanecer ante el altar del incienso, no sólo para tener comunión con Él, sino también para interceder por Su propósito eterno. ¡Qué maravilloso es esto!
Nuestro Dios hoy en día es diferente del Dios de los judíos. En cierto sentido, Él es algo diferente del Dios que experimentan muchos cristianos. El Dios que nosotros experimentamos y disfrutamos en el recobro del Señor es el que se revela en la Biblia. ¡Aleluya, que en nuestro Dios se puede entrar, y nosotros podemos disfrutarle!
Con el tabernáculo tenemos la gracia (Dios disfrutado por nosotros) y la realidad (Dios hecho real para nosotros). Juan 1:16 y 17 dicen: “De Su plenitud recibimos todos, y gracia sobre gracia. Pues la ley por medio de Moisés fue dada, pero la gracia y la realidad vinieron por medio de Jesucristo”. La gracia es el disfrute de Dios para el hombre, y la realidad es Dios que se hace real para el hombre. Por consiguiente, la gracia es Dios disfrutado por el hombre, y la realidad es Dios hecho real para el hombre. Cuando entramos en el tabernáculo, podemos disfrutar del pan, la luz y el Arca. Todo esto es la gracia. ¡Cuánta gracia disfrutamos en la mesa del pan de la Presencia y el candelero! Especialmente disfrutamos la gracia en el Arca, con el maná escondido y el querubín. Mientras disfrutamos a Dios, Él se hace muy real a nosotros. Él llega a ser nuestro suministro de vida, nuestra luz, nuestro maná escondido, nuestra vara que reverdece y nuestra ley. ¡Qué maravillosa realidad es ésta!
El tabernáculo en Juan 1:14 es apenas un comienzo. Este tabernáculo tendrá su consumación en el tabernáculo eterno en el cielo nuevo y la tierra nueva (Ap. 21:2-3). Toda la Biblia llega a su consumación en una sola cosa: el tabernáculo. Apocalipsis 21 dice que la Nueva Jerusalén es el tabernáculo de Dios. El tabernáculo que tenemos hoy tendrá una consumación, y el tabernáculo consumado será la Nueva Jerusalén.
Juan 1:29 dice: “¡He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo!”. El Cordero de Dios significa que la Palabra en la carne es la representación de todas las ofrendas para cumplir la plena redención de Dios. Cristo es la totalidad de todas las ofrendas. Él no sólo es la ofrenda por el pecado, sino también la ofrenda por las transgresiones, el holocausto, la ofrenda de harina, la ofrenda de paz, la ofrenda mecida, la ofrenda elevada, la ofrenda voluntaria y la libación. Con Cristo como todas las ofrendas obtenemos la plena salvación y la plena redención de Dios. Por medio de Cristo como el Cordero de Dios, quien representa todas las ofrendas, podemos entrar en Dios y participar de la vida y naturaleza divinas (3:14-15; 2 P. 1:4). Debido a que Cristo es el Cordero de Dios, somos muy capaces, incluso somos capacitados, para entrar en Dios. Podemos entrar en Dios con confianza, sabiendo que Dios no tiene el derecho de rechazarnos, debido a que venimos por medio del Cordero. En Cristo tenemos plena redención y por lo tanto, estamos capacitados para entrar en Dios y disfrutar todo lo que Él es.
Según Juan 1:32, Juan el Bautista dio testimonio, diciendo: “Vi al Espíritu que descendía del cielo como paloma, y permaneció sobre Él”. Aquel sobre el cual descendió el Espíritu era el Cordero. Mateo 3:16 dice: “Jesús, después que fue bautizado, en seguida subió del agua; y he aquí los cielos le fueron abiertos, y vio al Espíritu de Dios descender como paloma y venir sobre Él”. Por consiguiente, tenemos la paloma sobre el Cordero. Juan el Bautista pudo testificar que él vio claramente una paloma celestial descender sobre el Cordero de Dios y permanecer sobre Él. De esta manera los dos, el Cordero y la paloma, llegaron a ser una sola entidad. Podemos referirnos a dicha entidad como un Cordero-Paloma.
Algunos teólogos emplean el término el Cristo pneumático. El Cordero-Paloma es el Cristo pneumático. La palabra pneumático, que significa “espiritual”, es un adjetivo derivado de la palabra griega pnéuma, que se traduce “espíritu”. Después de Su resurrección Cristo llegó a ser el Cristo pneumático, el Cordero-Paloma. No obstante, muchos teólogos y eruditos de la Biblia ven a Cristo solamente como el Cordero, no como el Cordero-Paloma. Esto significa que ellos sólo ven al Cristo en la carne, y no al Cristo pneumático. ¿Quién es este Cristo pneumático? Según 1 Corintios 15:45, Él es el postrer Adán que ha llegado a ser el Espíritu vivificante. El Espíritu vivificante es el Cristo pneumático. Hoy en día, Cristo no es meramente el Cordero, ni meramente la paloma. Él es el Cristo pneumático, el Espíritu vivificante, el Cordero-Paloma.
El Cordero-Paloma es el Redentor en la carne, el cual después de efectuar la redención, llega a ser el Espíritu vivificante a fin de impartir la vida divina en el hombre. Esto tiene como objetivo que el hombre sea regenerado (Jn. 3:5-6), transformado (2 Co. 3:18) y edificado como la casa de Dios, la cual le expresa de manera corporativa (1 Ti. 3:15-16). Ésta es una visión maravillosa que todos necesitamos ver. ¡Cuánto le agradecemos a Dios que Él nos ha dado la luz acerca de esto, así como las palabras para expresarlo!
Conforme a Juan 1:42, cuando el Señor Jesús vio a Pedro por primera vez, le dijo: “Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)” (lit. una piedra). El significado de la piedra es que ella denota una obra de transformación que produce materiales para el edificio de Dios (1 Co. 3:12). La piedra en Juan 1:42 representa a los creyentes en Cristo, los cuales, después de nacer de Dios, de ser regenerados, al recibirlo a Él (vs. 12-13), son transformados en preciosas piedras vivas. Esto tiene como finalidad la edificación de la iglesia, la casa de Dios (Mt. 16:18; 1 P. 2:5; 1 Co. 3:12). ¡Cuán maravilloso es ser transformados en piedras vivas y preciosas para la edificación de la iglesia!
La casa de Dios (Jn. 1:51) representa al Cristo que ha aumentado con la iglesia, que está edificada con los creyentes como piedras y con el Espíritu vivificante como aceite, para llegar a ser la casa de Dios agrandada (Bet-el) como el cumplimiento del sueño de Jacob (Gn. 28:10-19). Como la escalera universal, Cristo trae el cielo a la tierra y une la tierra al cielo, con lo cual hace que Dios y el hombre sean uno por la eternidad. El sueño de Jacob se está cumpliendo hoy. En la iglesia estamos experimentando el cumplimiento de este sueño. Tenemos a Cristo en Su humanidad como la escalera universal que une la tierra al cielo y el cielo a la tierra. En Él Dios y el hombre llegan a ser uno por la eternidad.
Juan 1:42 revela que todos los creyentes son piedras, y el versículo 51 alude a la casa de Dios. Nosotros no sólo somos piedras individuales; somos una parte de la casa de Dios. Esto requiere que seamos juntamente edificados como la casa de Dios. ¿Cuál es su condición con respecto a la edificación de la casa de Dios? ¿Está usted disperso, es parte del montón, o está edificado? Estar dispersos significa que no nos reunimos con otros creyentes. Ser parte del montón significa que no hacemos nada más que asistir a las reuniones. Reunimos los materiales de edificación con el fin de edificarlos. Por ejemplo, hace varios años compramos muchos materiales para edificar este salón de reunión en Anaheim. Esos materiales primero estuvieron amontonados en el solar de la edificación. Pero después de algunos meses dichos materiales vinieron a constituir el edificio. Ahora ya no tenemos materiales amontonados, sino que tenemos un edificio. Este ejemplo muestra el hecho de que en la vida de iglesia no debemos ser sólo un montón de materiales, sino materiales que han sido edificados juntos en la casa de Dios.
Las seis señales halladas en Juan 1 abarcan tanto el alcance como la dimensión de la línea central de toda la economía de Dios. La economía de Dios es la historia universal, una historia que comprende un gran número de misterios. El primero de estos misterios es el universo mismo. La vastedad del universo excede toda medida. Podemos decir que la medida del universo es Cristo mismo, porque como dijo Pablo, Cristo es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad (Ef. 3:18). Nuestra mente humana no es capaz de comprender tal vastedad. En este vasto universo hay una economía, una operación divina.
La economía de Dios, la historia universal, está totalmente corporificada en la Palabra. Al comienzo de su evangelio y de su primera epístola, Juan habla sobre la Palabra. Como la historia de la economía universal, la Palabra es la corporificación del Dios Triuno. Aunque el Dios Triuno es misterioso, aun así Él se halla corporificado en la Palabra. La Palabra denota la definición, la explicación y la expresión de Dios. El Dios Triuno corporificado en la Palabra es explicado, definido y expresado. Por lo tanto, la Palabra es la definición y expresión del Dios misterioso e invisible.
La Palabra es la persona divina, maravillosa y todo-inclusiva. Él es tanto Dios como hombre, tanto el Creador como una criatura. Él incluye todas las cosas divinas y todos los asuntos divinos. Esta Palabra es revelada y desarrollada en los escritos de Juan, en su evangelio, en sus epístolas y en su Apocalipsis.
Según Juan 1:14, la Palabra como la corporificación del Dios Triuno se hizo carne. Esta carne es el tabernáculo, la morada de Dios.
En los cuatro Evangelios vemos un retrato del tabernáculo en movimiento. Cuando Cristo estaba en la tierra, Él era un tabernáculo viviente que se movía. Él podía viajar de Galilea a Judea. Podía permanecer un tiempo en Jerusalén y luego ir a Samaria. Por lo que, podemos decir que Él era un tabernáculo viajero.
Cuando el Señor Jesús estaba en la tierra como el tabernáculo de Dios, nadie podía entrar en Él, porque el camino aún no había sido preparado, y la entrada no estaba abierta. Por esta razón, después de treinta y tres años y medio de estar en la tierra, repentinamente Él dijo a Sus discípulos que se iría. Esto perturbó a los discípulos, dado que pensaron que Él los dejaría para siempre. Entonces el Señor les reveló que Su ida era en realidad Su venida. Parecía que el Señor les estaba diciendo: “Si Yo no me voy, estaré solamente entre ustedes. Ustedes no podrán entrar en Mí, ni Yo podré entrar en ustedes. Por lo tanto, Yo debo irme por medio de la muerte y la resurrección, para efectuar la redención por ustedes y abrir el camino para que ustedes vengan a Mí”. Mediante la muerte y la resurrección el Señor abrió la puerta y preparó el camino para que nosotros pudiésemos entrar en Él, quien es el tabernáculo en movimiento, el propio Dios corporificado en la carne.
Además, después de efectuar la redención, el Señor cambió Su forma y en resurrección llegó a ser el Cristo pneumático, el Espíritu vivificante. Esto le permitió entrar en nosotros. Por consiguiente, en Juan 14 el Señor también parecía decirles a los discípulos: “En el día de Mi resurrección vosotros conoceréis que Yo estoy en el Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros. Hoy Yo soy todavía el tabernáculo que está entre vosotros, pero estoy fuera de vosotros. Vosotros estáis fuera de Mí, y no tenéis forma de entrar en Mí. Yo tampoco tengo la forma de entrar en vosotros. Ésta es la razón por la cual debo morir para efectuar la redención y abrir el camino para que podáis entrar en Mí, como tabernáculo, y para que el Dios Triuno, quien está corporificado en Mí, pueda entrar en vosotros. Entonces donde Yo estoy, también vosotros estaréis (v. 3; 17:24). Vosotros conoceréis que Yo estoy en el Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”.
En el día de Su resurrección el Señor se apareció a los discípulos. Aunque la puerta estaba cerrada, Él se apareció repentina y misteriosamente. Entonces sopló en ellos, y les dijo: “Recibid al Espíritu Santo” (20:22). De esta manera Él entró en Sus discípulos.
En Juan 1 tenemos al Señor como la Palabra, el tabernáculo, el Cordero y la paloma. La paloma es uno con el Cordero, y llegan a ser el Cordero-Paloma. El Cordero-Paloma es otro aspecto del tabernáculo. El tabernáculo es la corporificación de la Palabra, y la Palabra es la corporificación del Dios Triuno. Ahora el Dios Triuno en la Palabra, la Palabra en el tabernáculo, y el tabernáculo mediante el Cordero con la paloma pueden entrar en las personas a fin de regenerarlas y transformarlas en piedras preciosas para que sean juntamente edificadas como la casa de Dios. La casa de Dios hoy es la iglesia. Pero la consumación de la iglesia será la Nueva Jerusalén, el tabernáculo de Dios en su consumación, en la eternidad. Ésta es la historia de la economía de Dios, una historia que está completamente involucrada con la persona de la Palabra viviente.
La Palabra viviente y la Palabra escrita son una sola. La Palabra viviente es la realidad de la Palabra escrita, y la Palabra escrita es la definición de la Palabra viviente. La Palabra viviente dijo que habían sido escritas muchas cosas de Él en la ley de Moisés, en los salmos y en los profetas. En Lucas 24 Él expuso claramente a dos de los discípulos lo referente a Él en las Escrituras (v. 27). Esto nos muestra que en la Biblia tenemos la historia de la Palabra. Cristo es la Palabra, y la Biblia también es la Palabra. La Palabra era y sigue siendo la Palabra eterna y viviente. Como hemos visto, la Palabra viviente también es la Palabra escrita. Cuando Cristo, la Palabra viviente, habló, esta palabra hablada era réma, la cual es espíritu y vida para nosotros (Jn. 6:63). Por consiguiente, la historia universal es una historia de la Palabra, y esta Palabra es la economía universal de Dios. En esta economía podemos ver a una persona, la Palabra viviente, con la Palabra escrita y la palabra hablada.
El Dios Triuno está corporificado en Cristo, Cristo está corporificado en la carne, y esta carne es el tabernáculo. La corporificación de Dios llega a ser Su morada y nuestra morada. Simultáneamente, esta Palabra encarnada es la totalidad de todas las ofrendas para cumplir la redención y preparar el camino a fin de que nosotros entremos en Dios y que Dios entre en nosotros. Después de efectuar la redención, Él llegó a ser el Espíritu vivificante a fin de entrar en nosotros. Cuando Él entró en nosotros, todos los elementos incluidos en el Espíritu vivificante y todo-inclusivo también entraron en nosotros. Estos elementos incluyen a Dios, al hombre, la encarnación, el vivir humano, la crucifixión y la resurrección. Ahora la vida divina con la naturaleza divina ha sido impartida en nuestro ser a fin de hacernos piedras y edificarnos juntos como la iglesia. Finalmente, las iglesias en las diversas localidades tendrán su consumación en la Nueva Jerusalén. Ésta es la economía de Dios.
Las seis señales en Juan 1 —la Palabra, el tabernáculo, el Cordero, la paloma, la piedra y la casa de Dios— abarcan la línea central de toda la economía de Dios. Esta economía es por completo una historia de la Palabra, una historia de la Palabra eterna, de la Palabra viviente, de la Palabra escrita y de la palabra hablada que es espíritu y vida para nosotros. Espero que todos podamos entender la historia de esta Palabra.