
Lectura bíblica: Jn. 14:16-24, 26; 15:26; 16:7
En los tres capítulos anteriores hemos venido considerando la señal acerca de la Trinidad Divina. Hemos abarcado un buen número de puntos relacionados con el Padre y el Hijo, y tres asuntos relacionados con el Espíritu. En este capítulo continuaremos con otros asuntos adicionales relacionados con el Espíritu y luego pasaremos a considerar otra señal, la señal del otro Paracleto.
Juan 14:26 dice: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que Yo os he dicho”. Aquí vemos que el Padre envía al Espíritu en nombre del Hijo. Según 5:43, el Hijo vino en nombre del Padre: “Yo he venido en nombre de Mi Padre”. Que el Hijo venga en nombre del Padre significa que el Hijo viene como el Padre.
Supongamos que el hermano A envía al hermano B a realizar cierta gestión en nombre del hermano A. En ese caso, el hermano B viene en nombre del hermano A. Dado que el hermano A envía en su nombre al hermano B, el hermano B no viene en su propio nombre, sino en nombre del hermano A. Esto significa que, en una manera muy práctica, el hermano B viene como el hermano A. Si entendemos este ejemplo, entonces podemos entender por qué, según Isaías 9:6, el Hijo que nos es dado, es llamado el Padre. Este versículo indica que el Hijo viene en nombre del Padre. Él es el Hijo, pero es llamado el Padre, porque viene en nombre del Padre y por ende viene como el Padre. Simplemente, esto significa que el Hijo y el Padre son uno (Jn. 10:30).
Se aplica el mismo principio cuando el Padre envía el Espíritu en el nombre del Hijo. Según 14:26, el Padre envía al Espíritu, pero envía el Espíritu en nombre del Hijo. Por consiguiente, el Espíritu viene en nombre del Hijo porque el Espíritu y el Hijo son uno (2 Co. 3:17).
Como un ejemplo, supongamos que el hermano A envía al hermano C en nombre del hermano B. Si a él le pidieran identificarse, el hermano C podría decir: “Yo soy el hermano C que viene en nombre del hermano B y me envía el hermano A”. De forma similar el Espíritu podría decir de Sí mismo: “Yo soy el Espíritu que vengo en nombre del Hijo y enviado por el Padre”.
En Juan 14:26 tenemos los tres de la Trinidad Divina: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Según este versículo, el Padre envía al Espíritu en nombre del Hijo. Por tanto, cuando el Espíritu viene, el Padre y el Hijo vienen con Él. Ya hemos visto que, como el Hijo viene en nombre del Padre, el Hijo es llamado el Padre. Y debido a que el Espíritu es enviado por el Padre en el nombre del Hijo, entonces el Espíritu viene en el nombre del Hijo con el Padre. Esto significa que cuando el Espíritu viene, el Dios Triuno viene.
Así como el Hijo no viene en nombre Suyo, sino que viene en nombre del Padre, tampoco el Espíritu viene en Su propio nombre sino en nombre del Hijo. Esto significa que aunque el Espíritu esté aquí, Él no está aquí en nombre Suyo sino en nombre del Hijo. Además, el Hijo está aquí en nombre del Padre, y no en Su propio nombre. Por esta razón, cuando el Espíritu está aquí, el Hijo está aquí, y cuando el Hijo está aquí, el Padre está aquí. Esto significa que cuando el Espíritu viene, todos, los tres del Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— vienen con el Espíritu.
En un capítulo previo señalamos que el Padre no puede llegar a nosotros directamente. El Dios Triuno llega a nosotros como el Espíritu, quien es la máxima consumación del Dios Triuno. Cuando el Espíritu llega a nosotros, también el Padre y el Hijo llegan a nosotros. Éste es el Dios Triuno que llega a nosotros como el Espíritu. Por tanto, cuando el Espíritu entra en nosotros, el Dios Triuno entra en nosotros. Tenemos al Padre como la fuente, al Hijo como la expresión y al Espíritu como Aquel que entra en nosotros. ¡Aleluya por el Dios Triuno que llega a nosotros como el Espíritu enviado por el Padre en nombre del Hijo!
El Padre da el Espíritu en respuesta a la petición del Hijo. Esto es conforme a la palabra del Señor en Juan 14:16: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre”. Esto indica que el Padre envía al Espíritu por la petición del Hijo. Una vez más vemos que la venida del Espíritu corresponde a la venida de los tres de la Trinidad Divina. Esto lo indica el hecho de que el Espíritu es dado por el Padre en respuesta a la petición del Hijo.
Queremos enfatizar el hecho de que cuando el Espíritu viene, el Dios Triuno viene. La razón de esto es que el Espíritu, el Hijo y el Padre no pueden ser separados. En realidad, en nuestra experiencia de la impartición divina, el Espíritu es el Hijo, y el Hijo es el Padre. Puede que este entendimiento sea contrario a la religión tradicional y a la teología sistemática, pero esto es definitivamente según la Palabra pura de Dios.
Les animo a que estudien los capítulos del 14 al 17 del Evangelio de Juan a la luz de estos diez puntos que hemos dado respecto al Padre, a los diecisiete puntos que hemos dado respecto al Hijo y al total de once puntos que daremos con respecto al Espíritu. Todos estos puntos les ayudarán a conocer la Trinidad como se revela en estos cuatro capítulos del Evangelio de Juan.
Según Juan 15:26, el Espíritu procede de y con el Padre: “Pero cuando venga el Consolador, a quien Yo os enviaré del Padre, el Espíritu de realidad, el cual procede del Padre, Él dará testimonio acerca de Mí”. En griego el sentido que tiene la preposición de es de con. El Espíritu de realidad es enviado por el Hijo, no sólo del Padre, sino de y con el Padre. El Consolador viene del Padre y con el Padre. El Padre es la fuente. Que el Espíritu venga de la fuente no quiere decir que Él deja la fuente; lo que quiere decir es que la fuente viene con Él. Cuando el Espíritu viene, el Padre también viene.
El Padre, el Hijo y el Espíritu no pueden ser separados, porque los tres son uno solo. No tenemos el lenguaje adecuado para describir este hecho. No obstante, es un hecho divino que el Padre, el Hijo y el Espíritu son uno.
El Espíritu permanece en nosotros con el Hijo y el Padre. Cuando el Espíritu viene, también vienen el Hijo y el Padre. Cuando el Espíritu permanece en nosotros, tanto el Hijo como el Padre permanecen en nosotros con el Espíritu. Como dice claramente Juan 14:17, el Espíritu de realidad permanece en nosotros. Cuando comparamos este versículo con Juan 14:23, vemos que el Padre y el Hijo también permanecen en nosotros. Por consiguiente, el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— permanece en nosotros. Además, Romanos 8:9-11 también indica que el Espíritu permanece en nosotros con el Hijo y el Padre.
Cuando ejercitamos nuestro espíritu para invocar el nombre del Señor Jesús, el Espíritu se mueve en nuestro espíritu. Puesto que el Padre y el Hijo permanecen en nuestro espíritu con el Espíritu, sentimos que el Padre, el Hijo y el Espíritu, todos ellos, están en nosotros. Al invocar al Señor Jesús, podemos tener la sensación de que el Dios Triuno permanece en nuestro espíritu.
El Espíritu también da testimonio acerca del Hijo y le glorifica. Juan 15:26 dice: “El Espíritu de realidad, el cual procede del Padre, Él dará testimonio acerca de Mí”. Dado que el Espíritu es enviado por el Hijo y viene con el Padre, el testimonio que el Espíritu da acerca del Hijo tiene que ver con el Dios Triuno. Juan 16:14 dice que el Espíritu glorificará al Hijo: “Él me glorificará; porque recibirá de lo Mío, y os lo hará saber”. El Espíritu glorifica al Hijo al revelarlo a Él con toda la plenitud del Padre. Esto significa que el Espíritu glorifica al Hijo al revelarle a nosotros.
Juan 7:38-39 revela que el Espíritu se desbordará del interior de los creyentes: “El que cree en Mí, como dice la Escritura, de su interior correrán ríos de agua viva. Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en Él”. En Juan 4:14 el Señor dijo que el que beba del agua que Él da, tendrá en él una fuente de agua que brote para vida eterna. En el capítulo 7 el Señor también dijo que el que beba de Él, tendrá el fluir de ríos de agua viva. En el versículo 38 el Señor Jesús no habló de un fluir; Él habló de ríos. El único río de agua de vida es el Espíritu Santo. De este único río correrán muchos ríos. Estos ríos de agua viva son las muchas corrientes de los diferentes aspectos de la vida, que proceden del único río de agua de vida (Ap. 22:1), el cual es el Espíritu de vida de Dios (Ro. 8:2). Éste es el Espíritu que se desborda desde el interior de los creyentes.
En el libro de Apocalipsis tenemos los siete Espíritus que están delante del trono de Dios como los siete ojos del Cordero, el Hijo (1:4; 4:5; 5:6). El hecho que los siete Espíritus de Dios sean los siete ojos del Cordero, el Hijo, muestra que el Hijo y el Espíritu no están separados.
Según el concepto tradicional, el Espíritu está separado del Hijo. Pero según el libro de Apocalipsis, el Espíritu es los siete ojos del Hijo. ¿Son, entonces, el Espíritu y el Hijo uno o dos? El libro de Apocalipsis claramente indica que los siete Espíritus son los ojos de Cristo, el Hijo. Esto significa que el llamado tercero de la Trinidad es los ojos del segundo. ¿Entonces cómo puede considerarse que los ojos del segundo de la Trinidad sean una persona separada del segundo? ¿Pueden considerarse los ojos de una persona como otra persona aparte de la misma? ¡Esto es imposible! En la resurrección Cristo ha llegado a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Por consiguiente, los dos, Cristo y el Espíritu son uno (2 Co. 3:17). Podemos decir que Cristo y el Espíritu son distintos, pero nunca debemos decir que Ellos están separados. Respecto de este asunto, simplemente enseñamos lo que dice la Biblia. ¡Los siete Espíritus son los siete ojos del Cordero maravilloso!
El Espíritu es uno con la novia, los redimidos de Dios. Apocalipsis 22:17a indica esto: “El Espíritu y la novia dicen: Ven”. El hecho de que el Espíritu y la novia hablen juntos revela que el Espíritu es uno con la novia. El Espíritu es la consumación del Dios Triuno, y la novia es la consumación del pueblo redimido de Dios. En Apocalipsis, la consumación del Dios Triuno se une en matrimonio con la consumación del pueblo redimido de Dios para formar una pareja universal. En Apocalipsis 22:17 vemos un matrimonio divino-humano. El Espíritu, como la consumación del Dios Triuno, es el Esposo, y la consumación del pueblo redimido de Dios es la novia. Puesto que el Espíritu y la novia son uno, ellos hablan como una sola entidad. ¡Qué maravilloso!
Respecto a la Trinidad Divina, también debemos señalar que el Padre, el Hijo y el Espíritu constituyen el único Dios. En 1 Pedro 1:2 se revela que el Padre es Dios; Hebreos 1:8 revela que el Hijo es Dios; y Hechos 5:3-4, que el Espíritu es Dios. Además de esto, según Juan 4:24, la totalidad de Dios es el Espíritu. Decir que Dios es Espíritu significa que la naturaleza, la sustancia, del Dios Triuno es Espíritu. Por ejemplo, así como la sustancia de una mesa de madera es madera, así la sustancia de Dios es Espíritu. ¡Aleluya, nuestro Dios, el Dios Triuno, es Espíritu!
Hasta ahora, hemos abarcado cuatro señales que se presentan en los capítulos del 14 al 17 del Evangelio de Juan: la señal de la casa del Padre, la señal de la ida y la venida del Hijo, la señal del camino, la realidad y la vida, y la señal de la Trinidad Divina. Ahora abarcaremos la quinta señal, la señal del otro Paracleto (14:16, 26; 15:26; 16:7).
En Juan 14:16 el Señor Jesús dijo: “Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre”. Aquí, la palabra griega traducida “Consolador” es parákletos. El españolismo de esta palabra griega es Paracleto. Esta palabra es una figura; por ende, también es una señal.
En el griego, parákletos denota alguien a nuestro lado que se encarga de nuestro caso, de nuestros asuntos. Esta palabra se compone de dos palabras: una preposición que significa “con” y una forma de la palabra “llamar”. En la antigüedad un paracleto era un ayudante, abogado, asesor legal o intercesor. Era alguien que estaba al servicio de una persona para atender a sus necesidades. Como alguien que siempre se hace presente, un paracleto puede considerarse como un mesero, un ayudante y también un abogado. En una nota de Juan 14:16 Darby dice que un paracleto era “uno que tomaba el caso de cualquier persona para ayudarle”. En su traducción de 1 Juan 2:1, donde se usa la misma palabra griega, Darby dice que tenemos ante el Padre un “patrono”. Luego en una nota explica que él usa la palabra patrono en el sentido de un patrono romano, quien mantenía los intereses de sus clientes en todo aspecto. Podemos decir que el Espíritu hoy es nuestro Patrono. Él está con nosotros para encargarse de toda nuestra situación.
La palabra Paracleto se refiere a alguien que es llamado a acudir al lado de otro para ayudarle. Por ende, el Paracleto es un Ayudante. El Espíritu, el otro Paracleto, siempre está disponible para ayudarnos.
La palabra Paracleto también denota alguien que ofrece ayuda legal o que intercede a favor de otra persona; por ende, el Espíritu como el otro Paracleto es un Abogado, un Asesor legal o un Intercesor. Podemos decir que este Paracleto es nuestro Abogado divino, el cual nos asesora en relación a nuestras necesidades.
El Espíritu como Paracleto también es Aquel que nos consuela. Él es el Consolador. ¡Cuán maravilloso es que el Espíritu siempre nos consuela y nos conforta!
El Espíritu, el otro Paracleto, es el Espíritu de realidad. Cuando comparamos Juan 14:16 y 17, nos queda claro que este Paracleto, este Consolador, es el Espíritu de realidad. Juan 15:26 también indica que el Consolador es el Espíritu de realidad. Además, en Juan 16:13 el Señor Jesús dijo: “Cuando venga el Espíritu de realidad, Él os guiará a toda la realidad; porque no hablará por Su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oye, y os hará saber las cosas que habrán de venir”. Además de esto, según 1 Juan 5:6, el Espíritu es la verdad, la realidad.
Como Espíritu de realidad, el Espíritu es la realidad de Dios y del Hijo. El Espíritu es la realidad de todas las cosas divinas y, como tal, Él es la realidad de la vida eterna. Finalmente, debido a que Él es la realidad, Él es Dios, el Hijo y la vida eterna. Sin el Espíritu de realidad, la vida eterna estaría vacía, sería vana. Por consiguiente, el Espíritu es la realidad de Dios, del Hijo, de la vida eterna y de todas las cosas divinas. Por consiguiente, Él es llamado el Espíritu de realidad.
Juan 16:7 indica que el Espíritu de realidad viene mediante la muerte y resurrección del Hijo: “Yo os digo la verdad: Os conviene que Yo me vaya; porque si no me voy, el Consolador no vendrá a vosotros; mas si me voy, os lo enviaré”. Como se indicó, en estos capítulos del Evangelio de Juan, el Señor usó Su ida para referirse a Su muerte. El Hijo vino mediante la encarnación, pero el Espíritu viene mediante la muerte y resurrección del Hijo.
El Espíritu de realidad recibe todo lo que es del Hijo a fin de darlo a conocer a los creyentes. Respecto de esto, el Señor Jesús dijo: “Él me glorificará; porque recibirá de lo Mío, y os lo hará saber. Todo lo que tiene el Padre es Mío; por eso dije que recibirá de lo Mío, y os lo hará saber” (vs. 14-15). Todo lo que el Padre es y tiene está corporificado en el Hijo (Col. 2:9), y todo lo que el Hijo es y tiene es revelado como realidad a los creyentes mediante el Espíritu. Por consiguiente, el Espíritu de realidad revela a los creyentes todo lo que el Hijo es. Esto significa que nuestro entendimiento del Hijo lo obtenemos mediante el Espíritu, quien ha recibido todo lo que el Hijo es, y luego nos da a conocer esto a nosotros.
Ya indicamos que el Espíritu da testimonio acerca del Hijo y le glorifica (Jn. 15:26; 16:14). Ahora, debemos señalar que, en particular, ésta es una función del Espíritu de realidad, el cual viene mediante la muerte y resurrección del Hijo. Dado que el Espíritu de realidad da testimonio acerca del Hijo y glorifica al Hijo, es por medio de Él que conocemos al Hijo.
En Juan 16:13 vemos que el Espíritu de realidad nos guía a toda la realidad: “Cuando venga el Espíritu de realidad, Él os guiará a toda la realidad; porque no hablará por Su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oye, y os hará saber las cosas que habrán de venir”. El Espíritu de realidad guía a los creyentes a toda la realidad del Dios Triuno y de todos los asuntos divinos. El Espíritu de realidad nos guía a la realidad de la justificación, de la santidad, del amor y de otras cosas divinas. Él nos conduce a la realidad de todas estas cosas, nos introduce en ellas.
Juan 16:8-11 revela que el Espíritu de realidad convence al mundo de pecado, de justicia y de juicio: “Cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. De pecado, por cuanto no creen en Mí; de justicia, por cuanto voy al Padre, y no me veréis más; y de juicio, por cuanto el príncipe de este mundo ha sido ya juzgado”. El Espíritu siempre convence al mundo, es decir, a la humanidad, respecto a estos tres asuntos: el pecado, la justicia y el juicio. El pecado entró por medio de Adán (Ro. 5:12), la justicia es el Cristo resucitado (1 Co. 1:30) y el juicio está destinado para Satanás, quien es el autor y la fuente del pecado (Jn. 8:44). En Adán nacimos de pecado. La única manera de ser libres del pecado es creer en Cristo el Hijo de Dios. Si creemos en Él, Él será justicia para nosotros, y nosotros seremos justificados en Él (Ro. 3:24; 4:25). Si no nos arrepentimos del pecado que está en Adán y creemos en Cristo el Hijo de Dios, permaneceremos en pecado y por la eternidad compartiremos del juicio de Satanás (Mt. 25:41).
En Juan 16:8-11 la obra efectuada por el Espíritu de convencer se relaciona con tres personas: Adán, Cristo y Satanás. En Adán todos nos convertimos en seres caídos. Pero, podemos creer en Cristo y ser justificados. Debido a que en Su muerte, Cristo fue aceptado por Dios, Dios le levantó de los muertos, y ahora Él viene a ser la justicia para todos los que creen en Él. Satanás, la fuente del pecado, ha sido juzgado y destruido mediante la muerte de Cristo (He. 2:14). Los tres elementos principales mencionados en estos tres versículos están relacionados con estas tres personas: el pecado está relacionado con Adán, la justicia está relacionada con Cristo y el juicio está relacionado con Satanás. Nosotros nacimos de Adán, pero hemos creído en Cristo y le hemos recibido como nuestra justicia. Todos los que no creen en Cristo sufrirán el juicio de Satanás; debido a que siguen siendo seguidores de Satanás tendrán el mismo destino que él. Pero ¡aleluya, nosotros hemos creído en Cristo y hemos sido trasladados de Adán a Cristo! Ya no somos seguidores de Satanás, y ciertamente nuestro destino no será igual al suyo.
El Espíritu vino para convencernos de pecado, de justicia y de juicio. Nos arrepentimos, creímos en el Señor Jesús y escapamos del juicio que está sobre Satanás. También llegamos a ser hijos de Dios y miembros de Cristo. Ahora podemos ser llenos y saturados con el Dios Triuno, el cual está impartiéndose en nosotros y mezclándose con nosotros.