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Mensajes del libro «Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, El»
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CAPITULO ONCE

LA MADUREZ DE JACOB

  Lectura bíblica: Gn. 37, 42—49

  Jacob comenzó a reconocer su propia debilidad y sufrió un cambio paulatino, después de ser disciplinado por Dios en Peniel. Gradualmente vio el camino que debía seguir: pasó por Siquem, subió a Bet-el y por último habitó en Hebrón. Sin embargo, esto no significa que Jacob ya no necesitara que Dios lo quebrantara después de lo que experimentó en Peniel. La Biblia nos muestra que después de Peniel, Jacob recibió aún más disciplina que antes. Podemos decir que Jacob era una persona asediada por el sufrimiento. De Siquem a Bet-el y de Bet-el a Hebrón, Jacob experimentó muchos padecimientos. Veamos algunos de ellos.

  En Siquem Jacob se enfrentó a una situación muy difícil. Su hija fue deshonrada por Siquem, hijo de Hamor heveo, príncipe de aquella tierra. Entonces los hijos de Jacob planearon matar a Siquem y a todos los varones de la ciudad. Este asunto turbó a Jacob en gran manera. Leamos Génesis 34:30: “Entonces dijo Jacob a Simeón y a Leví: Me habéis turbado con hacerme abominable a los moradores de esta tierra, el cananeo y el ferezeo; y teniendo yo pocos hombres, se juntarán contra mí y me atacarán, y seré destruido yo y mi casa”. Jacob estaba muy preocupado de que los moradores de la tierra de Siquem se levantaran para vengarse y lo destruyeran a él y a toda su familia. Esta fue la crisis que enfrentó a Jacob en Siquem.

  En el capítulo treinta y cinco, Jacob sube a Bet-el y se encuentra con otro incidente: “Murió Débora, ama de Rebeca” (v. 8). El ya no vería a su madre, pero la nodriza le habría servido de consuelo. No esperaba que ella también muriera. Las Escrituras narran que “fue sepultada al pie de Bet-el, debajo de una encina, la cual fue llamada Alón-bacut”. En el idioma original Alón-bacut significa “la encina del llanto”. En esto podemos ver un destello del dolor y la tristeza de Jacob en aquel momento.

  Jacob partió de Bet-el y antes de llegar a Efrata, afrontó un incidente aún más doloroso: “Dio a luz Raquel, y hubo trabajo en su parto ... Y aconteció que al salírsele el alma (pues murió), llamó su nombre Benoni; mas su padre lo llamó Benjamín. Así murió Raquel, y fue sepultada en el camino de Efrata, la cual es Belén. Y levantó Jacob un pilar sobre su sepultura; esta es la señal de la sepultura de Raquel hasta hoy” (vs. 16-20). La esposa a quien Jacob amaba tanto murió en el camino. La señal que él levantó sobre la tumba de Raquel hablaba de su triste historia.

  Mientras moraba en Edar, Jacob tuvo otra experiencia dolorosa. Rubén, su hijo, durmió con Bilha, concubina de Jacob (v. 22). Esto también le causó sufrimiento a Jacob.

  Después de pasar por todos estos incidentes, Jacob llegó a Hebrón donde moraba Isaac su padre. La Biblia no menciona a Rebeca la madre de Jacob en este pasaje; quizás ya había muerto. Esta era la disciplina severa con la que Dios quebrantaba a Jacob. Su madre lo había amado siempre. Ella le había ayudado a hurtar la bendición que su hermano Esaú debía recibir. Pero la madre que lo había amado tan tiernamente ya no estaba. Indudablemente Jacob experimentó muchos sufrimientos.

  Con esto concluye nuestro estudio de la tercera etapa de la historia de Jacob. En la primera etapa de su historia, vimos su carácter; en la segunda, vimos las pruebas y la disciplina que sufrió; en la tercera, vimos que Dios no sólo lo disciplinó, sino que también quebrantó su persona y su vida natural. Aun después de que su vida natural fue completamente quebrantada, vemos que Dios seguía disciplinándolo. Dios lo hizo pasar por todo esto con el propósito de crear en él un carácter sólido que no poseía antes.

  La sección que se extiende del capítulo treinta y siete al final de la vejez de Jacob puede considerarse como la cuarta sección de su historia. También podemos decir que éste fue el período de madurez de Jacob, la etapa de más esplendor en toda su vida. Proverbios 4:18 dice: “Mas la senda de los justos es como la luz de la aurora, que va en aumento hasta que el día es perfecto”. Jacob siguió brillando día tras día hasta el día de su muerte. Durante este período de casi cuarenta años, Jacob no logró mucho; sin embargo, fue transformado plenamente delante de Dios en un hombre lleno de gracia y amor.

  La Biblia nos enseña que un cristiano no debe retroceder ni descender en experiencia al llegar a su vejez. Los tres apóstoles principales del Nuevo Testamento siguieron resplandeciendo día tras día hasta el día de su muerte. Pedro estaba cerca de su partida, o sea, de dejar su tabernáculo cuando escribió su segunda epístola. Sin embargo, siguió exhortando a los hermanos mientras todavía estaba en su tabernáculo terrenal. Les dijo específicamente que él había sido testigo ocular de la gloria y el poder del Señor. El esplendor con que Pedro brillaba nunca menguó. En cuanto a Pablo, él dijo: “Porque yo ya estoy siendo derramado en libación, y el tiempo de mi partida está cercano ... y desde ahora me está guardada la corona de justicia, con la cual me recompensará el Señor, Juez justo, en aquel día” (2 Ti. 4:6-8). En estas palabras podemos ver que la esperanza que Pablo tenía para con el Señor brillaba intensamente. En el caso del apóstol Juan, quien en su vejez escribió su evangelio, sus epístolas y el libro de Apocalipsis, su fulgor se ve claramente. El evangelio que él escribió dice: “En el principio era el Verbo”. Su primera epístola dice: “Lo que era desde el principio ... tocante al Verbo de vida”. El libro de Apocalipsis también dice: “Las cosas que has visto ... y las que han de ser después de éstas”. Las expresiones: “desde el principio” y “por los siglos de los siglos” nos muestran la extensión de los escritos de Juan; no se percibe ningún descenso en su vida ni aun en su vejez. Así que, nuestra vejez no debe constar de ser días de deterioro. La historia de la vejez de Salomón (1 R. 11:1-8) no debe ser la historia de nuestra vejez. Dios nos muestra que los días de nuestra vejez deben ser días de plenitud. Aunque David pecó, su fin fue mejor que su comienzo, pues murió haciendo los preparativos para la edificación del templo. Aunque Pedro negó al Señor tres veces, al final permaneció en el Señor. Aunque Marcos se apartó de la obra en una ocasión debido a cierta dificultad (Hch. 13:13; 15:37-38), aun así, pudo escribir el Evangelio de Marcos y, finalmente, le fue útil a Pablo en el ministerio (2 Ti. 4:11). Las historias de estos hombres nos muestran que todos ellos terminaron muy bien los últimos días de sus vidas.

  Volvamos al caso de Jacob. Al comienzo él era astuto y engañoso a lo sumo; pero al final fue transformado en una persona amorosa, útil en las manos de Dios. Si comparamos a Jacob con Isaac y con Abraham, tal vez digamos que el fin de Jacob fue mejor que el de Abraham y mucho mejor que el de Isaac. La manera en que Jacob resplandeció en sus últimos años fue asombrosa. Quizá pensemos que una persona como Jacob no tiene mucha esperanza y no vale la pena tratar de perfeccionarla. Aunque mejorara, pensaríamos que al final no sería de mucha utilidad en las manos de Dios. Pero al examinar los casos individualmente, el final de Abraham y de Isaac no fue tan notable como el de Jacob. Los últimos años de Abraham y de Isaac parecen ser un poco opacos, mientras que los de Jacob son resplandecientes y fructíferos. Dios pudo lograr en él, en las postrimerías de su vida, todo lo que no había hecho en sus primeros años. Examinemos algunos de los eventos ocurridos en los últimos años de la vida de Jacob.

UN JACOB SOSEGADO

  Al comienzo de Génesis 37 Jacob se retrae, como si se jubilara. Antes de este tiempo, él se mantenía activo desde que se levantaba hasta que se acostaba. Tan pronto terminaba un asunto, empezaba otro. Jacob tipifica la fuerza de la carne. Nadie podía hacer que dejara de obrar ni de hablar. En Peniel Dios lo tocó, y en Bet-el lo perfeccionó. En Hebrón comienza a ponerse en un segundo plano. Al principio del capítulo treinta y siete, sólo en ocasiones salía de su encierro para decir algunas palabras o para hacer algo. La mayoría del tiempo se mantuvo relegado a un segundo plano. Se había vuelto una persona sosegada.

  Si conocemos a Jacob, comprenderemos que por sus propios esfuerzos no hallaba reposo. Hay muchos cristianos así. Si uno les pide que descansen por un par de días, simplemente no pueden hacerlo; no son capaces de detenerse. Pero Jacob llegó a ser una persona sosegada en sus últimos años; dejó de ser activo en su vida natural. Esto era el fruto del Espíritu manifestado en Jacob. Esto no significa que después de ser quebrantada nuestra vida natural nos volveremos perezosos, ni que una persona que raras veces se esfuerza sea una que permanezca en Hebrón. Si pensamos que ser espiritual consiste en hacer muy poco o inclusive en no hacer nada, estamos muy equivocados. Cuando decimos que Jacob era sosegado, queremos decir que su energía natural había cesado. Jacob, después de volver a la casa de su padre y de habitar en Hebrón, se volvió sosegado y se mantenía en un segundo plano. La obra del Espíritu había prevalecido en Jacob.

  La característica más sobresaliente de una persona cuya carne ha llegado a su fin es que en ella cesan las actividades carnales. Inclusive una persona tan enérgica como Jacob puede llegar a ser una persona sosegada e inactiva. No hay nada de qué maravillarse cuando una persona perezosa se hace a un lado. Puede ser que el Señor discipline a esta persona para que sea más activa. Pero Jacob era una persona que siempre estaba activa, siempre obtenía para sí el lugar había hecho prominente. Moverse a un segundo plano fue verdaderamente el resultado de la obra que Dios hizo en él.

  Nosotros sabemos que Jacob era una persona astuta, sagaz y artificiosa. Una persona así por lo general no se interesa por los demás. Es difícil encontrar una persona artera que verdaderamente ame a los demás. Una persona que siempre está tramando contra los demás sólo tiene una meta: el lucro personal a expensas de los demás; solamente emprende lo que le traiga ganancia, y no hace nada que no le beneficie. Nunca se conduele de los demás ni les tiene consideración; es incapaz de amar. Jacob era una persona así. El sólo se preocupaba por sí mismo y no sabía amar a los demás. Hasta su amor por Raquel era egoísta. Aún así, Dios lo disciplinó. Después de salir de la casa de su padre, pasó por muchos sufrimientos y muchas dificultades. Al volver a la casa de su padre, aquellos a quienes amaba murieron uno por uno. Después su hija Dina fue deshonrada. Rubén, su hijo mayor, contaminó su lecho. Los sufrimientos que Jacob pasó fueron verdaderamente grandes. Para cuando se estableció en Hebrón, lo había perdido todo. Sin embargo, todos estos sufrimientos lo fueron madurando gradualmente. Ya no era activo, sino que se había convertido en una persona sosegada y que se mantenía en un segundo plano.

UN JACOB COMPASIVO

  Jacob empezó a volverse compasivo. Cuando sus hijos apacentaban el rebaño lejos de la casa, envió a José para que viera cómo estaban. Aquí vemos que él era una persona ya mayor que amaba y cuidaba de sus hijos. Temía que tuvieran algún percance, y envió a José para que le informara cómo estaban sus hermanos. Jamás se le hubiera ocurrido que José sería vendido ni que sus hijos lo engañarían trayéndole la túnica de colores de José teñida de sangre. Génesis 37:33 dice: “Y él la reconoció, y dijo: La túnica de mi hijo es; alguna mala bestia lo devoró; José ha sido despedazado”. Qué dolor tan grande habrá sido para un hombre ya viejo proferir las palabras: “José ha sido despedazado”. Los siguientes versículos dicen: “Entonces Jacob rasgó sus vestidos, y puso cilicio sobre sus lomos, y guardó luto por su hijo muchos días. Y se levantaron todos sus hijos y todas sus hijas para consolarlo; mas él no quiso recibir consuelo, y dijo: Descenderé enlutado a mi hijo hasta el Seol. Y lo lloró su padre” (vs. 34-35). Paso a paso Dios fue despojando de todo a Jacob. Hasta José le fue quitado. La narración de los últimos versículos de Génesis 37 es verdaderamente conmovedora. Una vez más Jacob fue quebrantado y probado por la mano de Dios. Dios estaba haciendo de Jacob una persona llena de compasión y conmiseración.

UN JACOB TIERNO

  Más tarde, José llegó a gobernar la casa de Faraón, el señor de toda la tierra de Egipto. Jacob, por su parte, se enfrentaba al hambre que predominaba en la tierra de Canaán. Al enfrentarse a esta calamidad, envió a sus hijos a Egipto a comprar trigo, mas no dejó ir a Benjamín, su hijo menor. Mientras sus hijos compraban víveres en Egipto, José los reconoció y detuvo intencionalmente a Simeón. Les dijo que lo liberaría sólo si le traían a Benjamín. Cuando ellos volvieron a casa, le contaron a Jacob todo lo que les había acontecido, y éste les dijo: “Me habéis privado de mis hijos; José no parece, ni Simeón tampoco, y a Benjamín le llevaréis; contra mí son todas estas cosas” (Gn. 42:36). He aquí un Jacob tierno; ya no es el Jacob de antes, pues ahora vivía bajo la mano de Dios, y su vida natural se había ido consumiendo día tras día. Delante de Dios, él había sido transformado en una persona tierna y amorosa.

  Cuando se acabó el trigo que habían comprado en Egipto, se vieron obligados a volver para comprara más, pero sólo podrían hacerlo si cumplían la condición que les había puesto el gobernador de Egipto: tenían que llevar consigo a Benjamín. Jacob no tuvo otra alternativa y dejó ir a su hijo menor, a quien más quería. La Biblia nos narra: “Entonces Israel su padre les respondió: Pues que así es, hacedlo...” (Gn. 43:11). Aquí la Biblia se refiere a Jacob como Israel. La expresión “pues que así es, hacedlo” indica que ahora él era una persona tierna; ya no era obstinado. Anteriormente, él hacía lo que quería, pero ya no. Sus palabras: “Pues que así es, hacedlo”, indican que ahora Jacob era una persona flexible que podía ceder. “Tomad de lo mejor de la tierra en vuestros sacos, y llevad a aquel varón un presente, un poco de bálsamo, un poco de miel, aromas y mirra, nueces y almendras”. Esto muestra que Jacob, un hombre ya viejo, ahora estaba lleno de bondad. “Y tomad en vuestras manos doble cantidad de dinero, y llevad en vuestra mano el dinero vuelto en las bocas de vuestros costales; quizá fue equivocación” (v. 12). El quería devolver el dinero que habían hallado. Ya no actuó como en el pasado cuando tomaba los bienes de otros como que si fueran suyos. “Tomad también a vuestro hermano, y levantaos, y volved a aquel varón” (v. 13). Jacob consintió en dejar ir a Benjamín, y dijo: “Y el Dios Omnipotente os dé misericordia delante de aquel varón, y os suelte al otro vuestro hermano, y a este Benjamín. Y si he de ser privado de mis hijos, séalo” (v. 14). Este Jacob era totalmente diferente del Jacob de antes. ¡Dios le quitaba a su hijo más querido; su hijo menor, Benjamín, se desprendió de él! A pesar de toda una vida de labor, se había quedado sin nada. Dios lo había despojado. Jacob dijo: “Y si he de ser privado de mis hijos, séalo”. Parecía decir: “Tengo un sólo deseo: que el Dios Omnipotente, el Dios que conocí en Bet-el, os dé misericordia delante de aquel varón, y os suelte al otro hermano vuestro y a Benjamín”. Si uno lee la historia de Jacob como una persona desconocida, es posible que no lo entienda, pero si uno se pone en la situación de él, comprenderá qué clase de persona era él para ese entonces. Anteriormente él era una persona hábil, sagaz y suplantadora, pero ahora había sido transformado en una persona flexible, tierna y amorosa. ¡Cuánto tuvo que haber obrado Dios en él!

UN JACOB RESPLANDECIENTE

  Lo que mencionamos no revela suficientemente el esplendor de Jacob. De aquí en adelante, Jacob se convirtió en una persona que resplandecía. Cuando sus hijos volvieron de Egipto la segunda vez y le dijeron: “José vive aún; y él es señor en toda la tierra de Egipto”, el corazón de Jacob se afligió, porque no les creía (Gn. 45:26). Más adelante, cuando vio los carros que José enviaba para llevarlo, su espíritu revivió. “Entonces dijo Israel: Basta; José mi hijo vive todavía; iré, y le veré antes que yo muera” (v. 28). Notemos los casos en que la Biblia se refiere a él como Jacob y aquellos en que lo llama Israel. Jacob ya era una persona tierna. Si hubiera sido el Jacob de veinte o cuarenta años antes, probablemente se habría enfurecido enérgicamente contra sus hijos [al enterarse de lo que habían hecho]. Pudo haberles dicho: “¿Por qué me han tenido engañado por tanto tiempo?” Pero lo único que dijo fue: “Basta ... iré, y le veré antes que yo muera”. Aquí percibimos una delicadeza, una madurez y una templanza que han sido refinadas por el fuego. Dentro de este Jacob el Espíritu Santo había forjado algo que no se encontraba en el Jacob de antes.

  Aunque Jacob dijo: “Iré, y le veré”, surgió un interrogante dentro de él. Parecía decir: “¿Puedo en verdad ir a Egipto? ¿Puedo descender a Egipto por amor a José? Abraham, mi abuelo, pecó al descender a Egipto. Fue reprendido y volvió. Isaac, mi padre, quiso ir a Egipto cuando hubo hambre, pero Dios se le presentó y le advirtió que no fuera. El obedeció el mandato de Dios, y Dios lo bendijo. Ahora, yo, habiendo heredado las promesas de Abraham e Isaac, ¿he de descender a Egipto por causa de José? José es mi hijo amado y, por ser gobernador en Egipto, no podrá venir a mí, pero ¿es este lazo entre padre e hijo razón suficiente para que yo descienda a Egipto? Si desciendo a Egipto, ¿qué será del mandato de Dios? ¿Qué será de Sus promesas? ¿Qué será de esta tierra, la cual es la heredad de Dios? Si desciendo a Egipto, ¿perecerá acaso este linaje? ¿Cómo sé preservará el linaje de Abraham e Isaac? Este era un problema. Jacob temía equivocarse. Por tanto, cuando llegó a Beerseba, se detuvo y ofreció sacrificios a Dios (Gn. 46:1).

  En esta ocasión Jacob resplandecía más que nunca. Cuando dejó que Benjamín fuera a José, dijo: “El Dios Omnipotente os dé misericordia delante de aquel varón, y os suelte al otro vuestro hermano, y a este Benjamín”. Esto revelaba que Jacob había llegado a una condición espiritual que no tenía antes. Ahora se preocupaba por las promesas, el plan, la herencia y el pacto de Dios. Se convirtió en una persona temerosa y por eso, se dirigió a Beerseba y “ofreció sacrificios al Dios de su padre Isaac”. Esto muestra que ya no era el de antes. Al ofrecer sacrificios a Dios, parecía decirle: “Aquí estoy para servirte; todo lo que tengo lo pongo sobre el altar. No me importa si voy o no. Esta es mi actitud delante de Ti”. Si vemos lo que Dios le dijo en el siguiente pasaje, entenderemos lo que sentía Jacob en aquel momento. “Y habló Dios a Israel en visiones de noche, y dijo: Jacob, Jacob. Y él respondió: Heme aquí. Y dijo: Yo soy Dios, el Dios de tu padre; no temas de descender a Egipto, porque allí yo haré de ti una gran nación” (vs. 2-3). Esto prueba que Jacob tenía temor. Damos gracias a Dios, pues este temor revela lo que Dios había hecho en él. El recelo de Jacob en cuanto a descender a Egipto por amor a José muestra que había alcanzado algo que ni Abraham ni Isaac habían alcanzado. Abraham descendió a Egipto su propia decisión cuando se enfrentó al hambre; Isaac quiso descender a Egipto cuando se enfrentó al mismo problema, pero afortunadamente Dios se lo impidió. Sin embargo, en este caso Dios no lo impidió. Jacob se detuvo a medio camino, pues lo había emprendido por sus propios medios. Pensó en las promesas y el pacto de Dios, y tuvo temor. ¿Qué debía hacer? Sólo podía hacer una cosa: ofrecer sacrificios a Dios. Debía ir al altar del sacrificio. Esperó hasta que Dios le dijo: “No temas de descender a Egipto, porque allí yo haré de ti una gran nación. Yo descenderé contigo a Egipto, y yo también te haré volver”. Al oír estas palabras se atrevió a levantarse de Beerseba. ¡Esto era lo que el Espíritu Santo había forjado en él! El era otra persona, totalmente diferente de la que había sido antes. Esta persona había sido constituida y establecida por el Espíritu Santo, y era el testimonio de El.

UN JACOB QUE MANTIENE SU POSICION

  Jacob descendió a Egipto, vio a José y se estableció en la tierra de Gosén. Luego José lo presentó delante de Faraón. Génesis 47:7 dice: “También José introdujo a Jacob su padre, y lo presentó delante de Faraón: y Jacob bendijo a Faraón”. ¡Qué escena tan hermosa! Aunque Jacob era el padre del gobernador, desde el punto de vista humano, su posición era inferior a la de Faraón. Además, él estaba ahí como un exiliado, como uno que huía del hambre. El vino a la tierra de Faraón esperando recibir de él alimento y sustento. ¡Cuánto tenía que depender de Faraón! Si hubiera sido el Jacob de antes, ¿qué hubiera hecho al encontrarse con él? Al encontrarse con su hermano Esaú, humildemente lo llamó “mi señor” y se refirió a sí mismo como “tu siervo”. Al presentarse ante el rey de Egipto, ¿no debió haber sido más adulador para con Faraón? Pero el caso fue totalmente diferente. Al entrar a la presencia de Faraón, lo bendijo. Hebreos 7:7 dice: “Y sin discusión alguna, el menor es bendecido por el mayor”. Jacob no se sentía como un refugiado, como un hombre que huía del hambre. El rango alto y elevado de Faraón no lo deslumbró. Aunque Egipto era el país más poderoso en aquel tiempo y Faraón era su rey y también el protector de Jacob, éste no perdió su porte en su presencia. Aunque para el mundo, el rango de Faraón era elevado, Jacob sabía que dicha posición no tenía nada de elevado espiritualmente. Por consiguiente, Jacob pudo bendecir a Faraón; mantuvo su posición espiritual. “Y dijo Faraón a Jacob: ¿Cuántos son los días de los años de tu vida? Y Jacob respondió a Faraón: Los días de los años de mi peregrinación son ciento treinta años; pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres en los días de su peregrinación” (Gn. 47:8-9). Las palabras de Jacob fueron muy personales: “Pocos y malos han sido los días de los años de mi vida, y no han llegado a los días de los años de la vida de mis padres”. El conocía su propia condición. No se sentía grande ni poderoso en absoluto. “Y Jacob bendijo a Faraón, y salió de la presencia de Faraón” (v. 10). Antes de salir volvió a bendecir a Faraón. Al leer esto lo único que podemos decir es que Jacob era una persona amable.

  Jacob era competidor, egoísta y codicioso por naturaleza. Ahora en Egipto, al bendecir a Faraón y al tener a un hijo suyo como gobernador, Jacob tenía una buena oportunidad para recibir reconocimiento tanto de Faraón como de su hijo. Pero no se interesó en eso. Así como el Jacob anciano se había retraído a un plano secundario en la tierra de Canaán, así se mantuvo al margen en Egipto. Durante aquellos años, Jacob sencillamente se retiró del primer plano. Si hubiera sido el Jacob de antes, no sabemos qué habría hecho con semejante oportunidad. Anteriormente buscaba soluciones aun cuando no las había. Cuando se encontró con Labán, una persona codiciosa, pudo encontrar maneras de sonsacarle algo. Aquellos días ya habían pasado. Jacob había dejado de ser Jacob y se había convertido en Israel.

  Debemos leer la historia de los últimos años de Jacob a la luz de la condición de sus primeros años. En sus primeros años él era una persona activa y astuta. Pero en sus últimos años no hablaba ni actuaba mucho. El era el Israel que se había relegado al segundo plano. Este es el resultado de la obra de Dios. Muchas veces, la obra más grande de Dios consiste en hacer que dejemos de actuar, hablar y sugerir ideas. Dios había cumplido Su obra en Jacob. Consecuentemente, vemos a un Jacob que no dice nada ni hace nada, y que ha sido despojado de todo.

“LA LUZ DE LA AURORA VA EN AUMENTO HASTA QUE EL DIA ES PERFECTO”

  Jacob vivió en Egipto diecisiete años. Los días que viviría en la tierra llegaban a su fin. Durante el tiempo que vivió en la tierra de Gosén tuvo una vida normal, y no hubo acontecimientos importantes para él. Sin embargo, durante esos diecisiete años no perdió su lozanía ni dejó de progresar. Resplandecía más y más hasta que llegó a su cenit. Su muerte marcó el cenit de su resplandor. Pedimos a Dios que nos conceda tener un final como el de Jacob.

  Génesis 47:28-30 dice: “Y vivió Jacob en la tierra de Egipto diecisiete años; y fueron los días de Jacob, los años de su vida, ciento cuarenta y siete años. Y llegaron los días de Israel para morir, y llamó a José su hijo, y le dijo: Si he hallado ahora gracia en tus ojos, te ruego que pongas tu mano debajo de mi muslo, y harás conmigo misericordia y verdad. Te ruego que no me entierres en Egipto. Mas cuando duerma con mis padres, me llevarás de Egipto y me sepultarás en el sepulcro de ellos. Y José respondió: Haré como tú dices”.

  Es interesante notar que mientras Jacob estaba en la tierra de Egipto, nunca le expresó a su hijo la clase de vivienda ni de sustento que quería. Pero ahora le decía: “Cuando duerma con mis padres, me llevarás de Egipto y me sepultarás en el sepulcro de ellos”. El no se preocupaba por lo que había de comer o vestir en la tierra de Egipto, pues estas cosas no le interesaban. Aceptó lo que su hijo le dio. Sin embargo fue muy específico acerca del lugar donde habría de ser sepultado cuando muriera, porque esto tenía que ver con la promesa de Dios, con la tierra de dicha promesa y con el reino que Dios establecería. Anteriormente, Jacob era un hombre que sólo se interesaba por su propia ganancia. Pero ahora no le preocupaba su comodidad personal, sino el pacto entre Dios y Su casa, es decir, la posición que Abraham, Isaac y Jacob tenían en el testimonio de Dios. El Jacob de antes era una persona astuta que reprendió a sus hijos Simeón y Leví. El Jacob actual llamó dócilmente a su hijo José. Anteriormente, cuando José le había dicho a Jacob que había soñado que el sol, la luna y las once estrellas se inclinaban a él, Jacob lo reprendió y le dijo: “¿Acaso vendremos yo y tu madre y tus hermanos a postrarnos en tierra ante ti” (Gn. 37:10). Ahora él llamaba a su hijo y, sin reproche, le decía en un tono apacible: “Si he hallado ahora gracia en tus ojos...” Ciertamente este era un hombre maduro. El dijo: “Te ruego que pongas tu mano debajo de mi muslo, y harás conmigo misericordia y verdad. Te ruego que no me entierres en Egipto”. El expresó las cosas más importantes con las palabras más tiernas. Le dijo: “Mas cuando duerma con mis padres, me llevarás de Egipto y me sepultarás en el sepulcro de ellos”. Estas palabras nos muestran que Dios había forjado un carácter nuevo en Jacob.

  Las palabras que siguen son admirables: “Entonces Israel se inclinó sobre la cabecera de la cama” (v. 31). La expresión “sobre la cabecera de la cama” corresponde a la expresión “apoyado sobre el extremo de su bordón”, la cual se cita en el libro de Hebreos (11:21). Creemos que desde que Jacob quedó cojo, usaba un bordón. Por un lado, el bordón mostraba su cojera; por otro, indicaba que era un peregrino. Ahora él adoraba a Dios mientras se apoyaba sobre el extremo de su bordón. Con esto le decía a Dios: “Todo lo que Tú has hecho conmigo es lo mejor. Por todo esto, te adoro”.

  En el capítulo cuarenta y ocho Jacob se enfermó, y José le trajo a sus dos hijos. Jacob dijo a José: “El Dios Omnipotente me apareció en Luz en la tierra de Canaán, y me bendijo, y me dijo: He aquí yo te haré crecer, y te multiplicaré, y te pondré por estirpe de naciones; y daré esta tierra a tu descendencia después de ti por heredad perpetua” (vs. 3-4). Para él el nombre de Dios era “el Dios Omnipotente”. El no se acordaba de que competía con su hermano, de cómo había obtenido la primogenitura ni de cómo le había quitado la bendición a su hermano. Lo único que recordaba era su relación con Dios.

  Jacob le dijo a José: “Y ahora tus dos hijos Efraín y Manasés, que te nacieron en la tierra de Egipto, antes que viniese a ti a la tierra de Egipto, míos son; como Rubén y Simeón, serán míos. Y los que después de ellos has engendrado, serán tuyos; por el nombre de sus hermanos serán llamados en sus heredades. Porque cuando yo venía de Padan-aram, se me murió Raquel en la tierra de Canaán, en el camino, como media legua de tierra viniendo a Efrata; y la sepulté allí en el camino de Efrata, que es Belén” (vs. 5-7). Esto era lo que él recordaba. Aquí vemos su persona y su actitud con respecto a Dios y a los hombres. Esto nos muestra claramente que él ahora era otra persona, pues ahora expresaba sentimientos y ternura.

  “Y vio Israel los hijos de José, y dijo: ¿Quiénes son éstos? Y respondió José a su padre: Son mis hijos, que Dios me ha dado aquí. Y él dijo: Acércalos ahora a mí, y los bendeciré” (vs. 8-9). Al bendecir a los dos hijos de José, Jacob extendió su mano derecha y la puso sobre la cabeza de Efraín, y su mano izquierda, sobre la cabeza de Manasés. Aunque Efraín era el menor y Manasés el primogénito, Israel puso su mano derecha sobre la cabeza del más joven y su izquierda sobre el primogénito. Al ver esto, José le dijo: “No así, padre mío”. Y respondió Israel: “Lo sé, hijo mío, lo sé”. Esto nos muestra que Jacob sabía lo que Isaac no supo; tenía más claridad que Isaac. Cuando Isaac bendijo a su hijo menor, él lo bendijo por engaño, pero Israel estaba perfectamente consciente de lo que hacía al bendecir al hijo menor de José. Ni la vista de Isaac ni la de Jacob eran muy claras debido a la vejez, pero la vista interior de Israel era perfecta. El dijo: “Lo sé, hijo mío, lo sé”. Sabía que Dios quería que Efraín estuviera por encima de Manasés y que el mayor sirviera al menor. He aquí un hombre que había llegado a conocer los pensamientos de Dios, que tenía comunión con Dios y que conocía a Dios a tal grado que podía vencer la debilidad de su cuerpo. Lo que no podían ver sus ojos físicos, lo veían sus ojos internos. ¡El resplandor de Israel ciertamente había llegado a su cenit!

  Después de repartirles la bendición, les indicó que Egipto no era el hogar de ellos. “Y dijo Israel a José: He aquí yo muero; pero Dios estará con vosotros, y os hará volver a la tierra de vuestros padres” (v. 21). Les decía: “Aunque estéis prosperando ahora en Egipto, tened presente que estáis aquí de paso. Nuestra heredad es el propósito y la promesa de Dios, y somos Su pueblo. Después de mi muerte, Dios estará con vosotros y os hará volver a Canaán. Debéis cumplir Su propósito”.

  Al final, Jacob llamó a sus hijos y los juntó para decirles lo que sería de ellos en el futuro. Al profetizar con respecto a sus doce hijos, él se refirió a incidentes del pasado de ellos. No le fue fácil hablar de esta manera porque al hablar del pasado de ellos, recordaba su propio pasado. Por lo general, un hijo expresa lo que es su padre. Por tanto, cuando Jacob habló de las debilidades, perversidades e inmundicias de sus hijos, era como si hablase de sí mismo. Sus palabras en cuanto al pasado de sus hijos eran en realidad la descripción de su propio pasado. Lo que dijo acerca del futuro de sus hijos no fue tan positivo. Aún así, sus palabras estaban llenas de compasión y de bondad.

  Sólo necesitamos examinar un caso para descubrir la gran diferencia que hay entre esta persona y el Jacob del pasado. Cuando Simeón y Leví mataron a todos los varones de aquella ciudad a raíz de lo que había sucedido con Dina, Jacob les dijo: “Me habéis turbado con hacerme abominable a los moradores de esta tierra, el cananeo y el ferezeo; y teniendo yo pocos hombres, se juntarán contra mí y me atacarán, y seré destruido yo y mi casa” (Gn. 34:30). Esto fue lo que dijo en Siquem. Pero ahora lo menciona de otra manera: “Simeón y Leví son hermanos; armas de iniquidad sus armas. En su consejo no entre mi alma, ni mi espíritu se junte en su compañía. Porque en su furor mataron hombres, y en su temeridad desjarretaron toros. Maldito su furor, que fue fiero; y su ira, que fue dura” (49:5-7). Lo que él veía ahora no tenía que ver con sus intereses personales, sino con el pecado y la maldad. Anteriormente, todo su enfoque era el interés personal, las ganancias y las pérdidas. El pensaba, “¿Qué vamos a hacer si el pueblo de Siquem se levanta y se venga por lo que hemos hecho?” Pero ahora decía: “En su consejo no entre mi alma”. Esto significa que él no podía tomar parte en tal matanza, que esta crueldad debía ser condenada. Aquí vemos a un nuevo Jacob; un Jacob limpio, puro y diferente. Su carácter no era el de antes.

  “Dan juzgará a su pueblo, como una de las tribus de Israel. Será Dan serpiente junto al camino, víbora junto a la senda, que muerde los talones del caballo, y hace caer hacia atrás al jinete” (vs. 16-17). Su profecía acerca del futuro de Dan no era muy buena; Dan tenía naturaleza de serpiente en todos los aspectos, y de él saldría mucha rebelión. En ese momento Jacob añadió inmediatamente: “Tu salvación esperé, oh Jehová” (v. 18). Quiso decir: “No puedo hacer nada en cuanto a esta clase de rebelión; sólo puedo esperar que Dios trajera salvación”. Estas palabras revelan su nuevo carácter. Mientras profetizaba, tenía su esperanza en la salvación de Dios.

  Génesis 49 contiene las profecías de Jacob acerca de sus doce hijos. Al final, todas estas profecías se cumplieron. Jacob era profeta. Había llegado a conocer la intención de Dios, y la comunicó a sus hijos. Jacob llegó a saber más que Abraham e Isaac. El pudo predecir lo que habría de acontecer a Manasés, a Efraín y a las doce tribus. Esto prueba que él era un hombre que tenía comunicación con Dios.

  En sus primeros años, Jacob era una persona desahuciada, pero Dios hizo de él un vaso útil. De aquel Jacob sagaz, astuto y obstinado obtuvo un vaso. Cuanto más leemos acerca de los últimos años de Jacob, más percibimos su amabilidad. En él vemos un hombre a quien Dios había quebrantado. En él vemos la obra constitutiva del Espíritu Santo y su respectivo resultado. Sólo podemos decir que nuestro Dios es un Dios lleno de sabiduría, gracia y paciencia y que siempre termina lo que empieza.

  Después que Jacob terminó sus profecías, la Biblia narra lo siguiente: “Todos éstos fueron las doce tribus de Israel” (v. 28). Cuando Jacob estaba a punto de morir, las doce tribus habían sido formadas; el pueblo de Dios había sido formado. Hermanos y hermanas, hoy Dios también busca tener un grupo de personas para que sean Su vaso y cumplan Su propósito. Por medio de ellas todas las naciones de la tierra serán bendecidas. Lo que Dios hizo por medio de Israel es un tipo de lo que quiere hacer por medio de la iglesia. La comisión de la iglesia es cumplir la obra de restauración. La iglesia es el vaso de Dios mediante el cual lleva a cabo Su obra de restauración. Para ser el vaso que lleve a cabo la obra de restauración, la iglesia necesita conocer al Dios de Abraham, al Dios de Isaac y al Dios de Jacob. Esto no significa que se necesite que algunos sean Abraham, Isaac y Jacob. Lo que significa es que todos nosotros debemos conocer al Dios de Abraham, al Dios de Isaac y al Dios de Jacob. Después de haberlo conocido, llegaremos a ser Su vaso y así podemos cumplir Su propósito.

  Nunca debemos estar satisfechos con una experiencia espiritual mediocre. La Palabra de Dios nos dice que El desea que le experimentemos en tres aspectos: en conocer al Padre, como lo conoció Abraham, en disfrutar a Dios como lo disfrutó Isaac, y en ser quebrantados por Dios como lo fue Jacob. Estos tres aspectos representan una experiencia y un conocimiento definidos; no son doctrinas ni letra muerta. La intención de Dios es darnos la visión, la revelación y la disciplina del Espíritu Santo a fin de guiarnos paso a paso hasta que lleguemos a ser un vaso útil para cumplir Su propósito. Que Dios nos conceda Su gracia para que podamos ver esta visión claramente.

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