
Lectura bíblica: Ap. 21—22
Cuanto más ahondo en el estudio de cristalización de la Nueva Jerusalén, según es revelado en Apocalipsis 21 y 22, más adoro a Dios por Su revelación. Sólo Aquel que es omnipotente y omnisciente puede escribir esto.
Antes de considerar otros aspectos de la Nueva Jerusalén, me gustaría repasar los puntos principales que hemos abarcado hasta ahora en cuanto a la Nueva Jerusalén como el edificio único, divino y orgánico del universo. Hemos visto que la Nueva Jerusalén tiene seis aspectos: su base y su calle; sus puertas y su acceso; su muro y sus cimientos; su centro y su administración y su suministro; su templo y sus moradores; y su luz y su resplandor. Al repasar estos asuntos, tengo la carga de mencionar que cada aspecto de la Nueva Jerusalén como edificio orgánico es simplemente el Dios Triuno como el Dios redentor con Su pueblo escogido, redimido, regenerado, transformado y glorificado. Es crucial que veamos esto.
De los seis aspectos, los primeros tres —la base, las puertas y el muro— forman un grupo. La base y su calle, las puertas y el muro se relacionan con el edificio completo que yace sobre la base. Sin la base no podría existir el edificio. Como ejemplo de lo que queremos decir con base, podemos considerar la edificación de una casa en el complejo llamado Grace Gardens en Anaheim. Antes de recibir permiso para construir una casa en ese sitio, primero tuvimos que edificar la base de la casa. La base no es el sitio de construcción sino el terreno que está bajo el cimiento de la casa. Este terreno, esta base, debe servir de apoyo a la casa. Por tanto, la base es el terreno que está bajo la casa y que ha sido preparado, compactado y reforzado para poder soportar el peso del edificio. Del mismo modo que una casa de Grace Gardens en Anaheim tiene una base, la Nueva Jerusalén también tiene base. La base de la Nueva Jerusalén es una montaña de oro. La calle de la ciudad, la cual es parte de la base, también es de oro. El oro representa a Dios el Padre, el Primero de la Trinidad, en Su naturaleza. Esto indica que la naturaleza divina es tanto la base como la calle de la Nueva Jerusalén.
Las puertas de perla son producidas por Dios el Hijo, el Segundo de la Trinidad, mediante Su muerte redentora que libera la vida, y Su resurrección que imparte la vida. Esto indica que Cristo creó la Nueva Jerusalén mediante Su muerte eliminadora y redentora que liberó la vida, y Su resurrección que imparte la vida. En breve, Cristo creó la Nueva Jerusalén mediante Su muerte y Su resurrección y consigo mismo como elemento. Según Efesios 2:15, Cristo creó en la cruz un solo y nuevo hombre en Sí mismo, es decir, consigo como elemento. En Efesios 2:15 “en Sí mismo” indica que Cristo es el elemento con el cual el nuevo hombre es creado. Cristo creó la Nueva Jerusalén mediante Su muerte, que es unida a Su resurrección.
Después de la creación de la Nueva Jerusalén, se necesitaba una consumación, la cual está relacionada con el muro y sus cimientos. Esto se refiere al Espíritu, el Tercero de la Trinidad, en Su obra transformadora y edificadora. Ahora tenemos el edificio completo, el cual consiste en la base y su calle, las puertas y el muro y sus cimientos.
Necesitamos ver que este edificio completo es edificado por el Dios Triuno del cual cada uno de los tres de la Trinidad es parte. Dios el Padre en Su naturaleza es la base y la calle; Dios el Hijo en Su muerte y Su resurrección y consigo mismo como elemento produce las puertas; y Dios el Espíritu en Su obra transformadora y edificadora construye el muro y sus cimientos. Pero, ¿qué son los materiales de este edificio? Efesios 2:15 revela que los materiales son “los dos”, los judíos y los gentiles, de los cuales Cristo creó “en Sí mismo un solo y nuevo hombre”. Por esta razón, las puertas tienen los nombres de las doce tribus de Israel, las cuales representan a los santos del Antiguo Testamento, y los cimientos del muro llevan los nombres de los doce apóstoles, que representan los creyentes del Nuevo Testamento. Por consiguiente, los santos del Antiguo Testamento y los santos del Nuevo Testamento son los materiales.
En la Nueva Jerusalén tenemos a Dios el Padre en Su naturaleza como la base y la calle, tenemos a Dios el Hijo como Creador mediante Su muerte y Su resurrección y consigo mismo como el elemento que produce las puertas, y tenemos a Dios el Espíritu con Su obra transformadora y edificadora que construye el muro y sus cimientos, y tenemos a los santos del Antiguo Testamento y a los del Nuevo Testamento como los materiales. Cuando juntamos todas estas entidades, tenemos la mezcla del Dios Triuno procesado y consumado y de Su pueblo escogido, redimido, regenerado, transformado y glorificado. Esta es la Nueva Jerusalén.
¿Cómo pueden los materiales, tanto del Antiguo Testamento como del Nuevo Testamento, llegar a su consumación y ser edificados como la Nueva Jerusalén? La respuesta a esta pregunta es que se requiere pasar por la muerte y la resurrección de Cristo para que nuestra humanidad caída llegue a su fin y nuestra humanidad creada por Dios sea redimida y recobrada, a fin de que Cristo nos use como materiales. Mediante la muerte de Cristo en la cruz, nuestra humanidad caída llegó a su fin y nuestra humanidad original fue redimida para que la vida divina liberada en Su muerte pudiera ser impartida en esta humanidad redimida. Luego en la resurrección de Cristo el Espíritu imparte la vida divina liberada en la humanidad redimida para regenerarnos. Esta es la creación de la Nueva Jerusalén. Ahora bien, en la consumación, el Espíritu regenerador obra como el Espíritu que santifica, renueva, transforma, conforma y glorifica para llevar el edificio eterno a su consumación.
Espero que mediante este repaso vean claramente lo que es la Nueva Jerusalén. La Nueva Jerusalén es la mezcla del Dios Triuno procesado y consumado con los creyentes por medio de la muerte y la resurrección de Cristo y por la obra de regeneración, santificación, renovación, transformación, conformación y glorificación que hace el Espíritu.
Este edificio consumado está listo, pero necesita el mobiliario. El primero objeto del mobiliario de la Nueva Jerusalén es el trono de Dios y del Cordero como centro. Este trono está unido a la calle, sobre la cual fluye el río de la vida con el árbol de la vida como el suministro. En la calle tenemos la comunicación para la administración, y en el río tenemos el agua de vida y el fruto del árbol de la vida para el suministro. El agua de la vida se debe tomar, y el fruto del árbol de la vida se debe comer. Este es un asunto de provisión. En cuanto a la administración, este trono es el trono de autoridad, y en cuanto a la provisión, este trono es el trono de la gracia. Hebreos 4:16 nos dice que podemos acercarnos al trono de la gracia para “recibir misericordia y hallar gracia para el oportuno socorro”. Si no existiera este trono, en la Nueva Jerusalén no existiría ni administración ni comunicación ni alimento ni agua. Así que, se necesita el trono como el primer objeto del mobiliario.
El segundo objeto es el santuario, el templo. El Dios redentor mismo es el templo en el cual Sus sacerdotes viven y donde le sirven. El trono se usa para administrar y proveer, y el santuario es nuestra morada y el lugar donde servimos.
El último objeto del mobiliario es la luz y su resplandor. La gloria de Dios como la luz está en el Cordero redentor como lámpara.
Los tres aspectos del mobiliario están relacionados con el Dios Triuno. El Dios Triuno es la estructura fundamental del edificio, y el Dios Triuno llega a ser el Dios redentor que posee el trono, que es el santuario y que es la lámpara con la luz. La estructura es el Dios Triuno, y el mobiliario es el Dios redentor. Esta es la Nueva Jerusalén, y esto también somos nosotros. Para ser parte de la Nueva Jerusalén, tenemos que ser creados, debemos llegar a nuestra consumación y debemos ser equipados con el Dios Triuno y el Dios redentor.
Ser constituido así no significa meramente ser mejorado, reformado o cambiado. No importa cuánto sea mejorada, reformada o cambiada una persona natural, sigue siendo una persona natural, y no un Dios-hombre como lo fue Jesucristo. Cristo es el Dios-hombre que ahora produce muchos Dios-hombres que han de ser creados, han de llegar a su consumación y han de ser equipados a fin de ser la Nueva Jerusalén. Si vemos que somos parte de la Nueva Jerusalén, veremos qué clase de persona debemos ser hoy. No debemos ser un buen hombre como Confucio o Sócrates. Más bien, debemos ser un Dios-hombre para la Nueva Jerusalén. Todos debemos ver esto.
Debemos seguir adelante y considerar otro asunto relacionado con la Nueva Jerusalén como el edificio único y orgánico.
La Nueva Jerusalén también tiene un reinado y súbditos (3-4, Ap. 21:24, 26; 22:2b). Fue creado, llegó a su consumación y fue equipado para reinar.
La Nueva Jerusalén es una familia divina real, aquellos que son reyes bajo el Padre, el Rey de reyes, rigen en este edificio orgánico (22:3b-5) a las naciones que están a su alrededor, como súbditos (21:24, 26). Esto establece el reino eterno del Señor Dios y de Su Cristo (11:15; Ef. 5:5; Gá. 5:21; 2 P. 1:11; Jn. 3:3, 5). El tipo de reinado que ejercen empieza en el reino milenario con los Dios-hombres, los vencedores (Ap. 2:26-27).
Los súbditos del reinado de la Nueva Jerusalén son las personas que Dios creó y que cayeron.
Los súbditos fueron restaurados a la condición original según Dios los creó, es decir, Dios los redimió con la muerte de Cristo (He. 2:9; Col. 1:20), pero no fueron regenerados por Dios con la vida de Cristo (1 P. 1:3; Jn. 3:3, 5, 15).
Los súbditos son las ovejas, los justos de las naciones, justificadas por Cristo ante Su trono de gloria en Su venida. Son justificados según el evangelio eterno, no según el evangelio de gracia, que predicará un ángel en la gran tribulación (Ap. 14:6-7). Fueron justificados para que heredaran el reino preparado por Dios para ellos desde la fundación del mundo, esto es, a fin de que entraran a la vida eterna, o sea, que participaran de la eterna bendición de ella (Mt. 25:31-40, 46).
Durante los tres años y medio de la gran tribulación, el anticristo, el césar del Imperio Romano avivado, y el falso profeta serán instigados por Satanás a pelear en contra de Cristo. Mientras que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo forman la Trinidad Divina, Satanás, el anticristo y el falso profeta formarán una trinidad demoníaca. Los creyentes que se queden en la tierra después del arrebatamiento de los vencedores sufrirán persecución bajo el anticristo. Durante ese período un ángel predicará el evangelio eterno, diciéndoles a las personas de la tierra que deben temer a Dios y adorarle. Perseguir a los santos es no temer a Dios, y adorar la imagen del anticristo es no adorar a Dios. Por tanto, el ángel que predica el evangelio eterno les dirá a las personas que no deben perseguir al pueblo de Dios. Los que reciben este evangelio temerán a Dios y amarán al pueblo perseguido de Dios. Así que, el Señor Jesús dirá que lo que hicieron al cuidar a uno de Sus hermanos más pequeños, lo hicieron a El (Mt. 25:35-40). Por su buena conducta y por haber recibido el evangelio eterno, El los justificará y los considerará ovejas. No obstante, el Señor Jesús clasificará a los demás como cabritos y los condenará, enviándolos al fuego eterno (vs. 41-46a). Los justos, las ovejas, por el contrario, entrarán a la vida eterna (v. 46b). No recibirán vida eterna sino que entrarán en la esfera, la condición y la situación de la vida eterna. Estas ovejas serán las naciones como los súbditos del reinado de la Nueva Jerusalén en el cielo nuevo y la tierra nueva.
Estos súbditos serán los pueblos de Dios, entre los cuales estará el tabernáculo de Dios. Apocalipsis 21:3 no habla de los hijos de Dios (vs. 6-7), sino del pueblo de Dios, que será las naciones alrededor de la Nueva Jerusalén.
Los súbditos del reinado de la Nueva Jerusalén serán sustentados para experimentar la vida humana por la eternidad al comer ellos las hojas del árbol de la vida (22:2b), las cuales denotan las obras humanas de Cristo, mas no el fruto de dicho árbol, el cual es para los redimidos de Dios, Sus hijos (21:7). Esto significa que los súbditos no serán regenerados; es decir, no tendrán la vida eterna, sino sólo la vida humana que fue creada originalmente por Dios y luego redimida y restaurada. Aunque no tendrán la vida eterna, vivirán por la eternidad comiendo las hojas del árbol de la vida.
El fruto del árbol de la vida será el alimento que nos nutrirá en la Nueva Jerusalén, pero las hojas del árbol de la vida, que no son buenas como alimento sino como medicina, se usarán para sanar a las naciones. Puesto que las hojas sanan de modo efectivo, las naciones vivirán para siempre. Las hojas del árbol de la vida simbolizan las obras humanas de Cristo. Los creyentes regenerados comerán del fruto del árbol de la vida, recibiendo a Cristo como su vida interior y su suministro de vida para disfrutar de la vida divina durante la eternidad, mientras que las naciones restauradas serán sanadas por las hojas del árbol de la vida, siendo guiadas y reguladas exteriormente por las obras humanas de Cristo a fin de experimentar la vida humana por la eternidad.
Los súbditos, en su relación con Dios, andarán a la luz de este edificio orgánico (v. 24a), la cual es la gloria de Dios que resplandece en el Cordero por medio de Sus redimidos. Esto significa que en los asuntos relacionados con Dios, las naciones como súbditos andarán a la luz divina. En sus actividades humanas vivirán a la luz del sol que Dios creó y las lámparas hechas por el hombre.
Los reyes terrenales de los súbditos traerán su esplendor, es decir su gloria, a Dios (21:24b), igual que los veinticuatro ancianos arrojan sus coronas ante el trono de Dios (4:10). Las naciones traerán a Dios su esplendor y su honra, es decir, lo preciosas y honorables que son su condición y su posición (21:26), como lo hacen los cuatro seres vivientes para con Dios, quien se sienta sobre el trono (4:9).
Dios enjugará toda lágrima de los ojos de ellos; y ya no habrá muerte, ni más llanto, ni clamor, ni dolor; porque las primeras cosas habrán pasado (21:4).
Todos estos asuntos son bendiciones dadas a las naciones como súbditos, no a los santos como hijos de Dios (vs. 5-7), bajo el reinado de la Nueva Jerusalén.
La Nueva Jerusalén, una entidad maravillosa y admirable, es el conjunto de todas las visiones y revelaciones de las santas Escrituras; el cumplimiento de todos los tipos, figuras y sombras, y la plena realización de las profecías contenidas en las santas Escrituras; y la conclusión final de los sesenta y seis libros de las santas Escrituras. Sin la Nueva Jerusalén, la Biblia no tendría conclusión.
La Nueva Jerusalén, como organismo de Dios, es el beneplácito del deseo que Dios tiene en Su corazón (Ef. 1:5, 9), la meta final de Dios, y el pleno cumplimiento de la economía eterna de Dios (v. 10; 3:9).
La Nueva Jerusalén es la bendición máxima de la vida eterna (Mt. 19:29; Ro. 5:21) que todos los redimidos de Dios disfrutarán en Cristo, como la inescrutable bendición de la salvación dinámica y completa que Dios les otorga para su herencia eterna.
La Nueva Jerusalén excelente y hermosa, y no una “mansión celestial” que es la creencia supersticiosa de millones de cristianos, es el anhelo bienaventurado de los elegidos de Dios (He. 11:10) y el destino, la meta, de los peregrinos celestiales. Hoy somos peregrinos que viajan por un camino escabroso hacia nuestra meta final, la Nueva Jerusalén.
En el cielo nuevo y la tierra nueva (el reino eterno de Dios), en los cuales está la Nueva Jerusalén, morará la justicia por la eternidad (2 P. 3:13). Esto significa que el reino eterno y completo de Dios, incluyendo la Nueva Jerusalén, es un asunto de justicia.
La obra divina que Dios realizó a lo largo de las cuatro edades de la humanidad, que son: la edad de los patriarcas, la edad de la ley, la edad de la gracia y la edad del reino, por una parte lleva la nueva creación a su consumación, y por otra, pone fin a Satanás, el pecado, la vieja creación y el viejo hombre a fin de eliminar toda injusticia del universo. Ya no habrá ninguna injusticia en el universo. La justicia morará en el cielo nuevo y la tierra nueva por la eternidad.
Después de que toda injusticia sea quitada del universo, en el cielo nuevo y la tierra nueva, es decir, en el reino eterno de Dios, morará la justicia. La justicia es uno de los atributos de Dios y el cimiento del trono de Dios (Sal. 89:14) y su fruto es la paz (Is. 32:17). Esta justicia es suficiente para que Dios se exprese en la Nueva Jerusalén como Su familia real ante las naciones, los súbditos.
Según los cinco puntos mencionados, la gracia del Señor Jesucristo siempre estará con todos los santos desde la edad de la gracia hasta la edad del reino por la eternidad, para traer el cumplimiento de la economía eterna de Dios.
Apocalipsis 22:21, el último versículo de toda la Biblia, dice: “La gracia del Señor Jesús sea con todos los santos. Amén”. La mayoría de los cristianos toman por sentado este versículo y hablan de manera regular en cuanto al hecho de que la gracia del Señor Jesús está con nosotros. Pero, ¿en qué nos basamos al decir que la gracia de Cristo está con nosotros? El hecho de que la gracia del Señor está con nosotros se basa en los aspectos específicos de la Nueva Jerusalén. En otras palabras, la Nueva Jerusalén es la base sobre la cual la gracia del Señor Jesús está con nosotros. Tomando la Nueva Jerusalén como base, la gracia del Señor Jesús siempre estará con todos los santos desde la edad de la gracia en la edad del reino por la eternidad, a fin de que se cumpla la economía eterna de Dios. La gracia del Señor Jesucristo está con nosotros por una sola razón, a saber, que se cumpla la economía eterna de Dios.