Lectura bíblica: Jn. 1:1, 14; 1 Co. 15:45; 2 Co. 5:17; Ro. 11:24; Gá. 2:20; Mt. 16:24
En Su economía, Dios tiene dos creaciones: la vieja creación y la nueva creación. Los capítulos 1 y 2 de Génesis son una narración de la vieja creación. Según el Nuevo Testamento, la intención de Dios en la vieja creación era obtener la nueva creación. Hay una gran diferencia entre estas dos creaciones. La vieja creación procedió de la mano creadora de Dios, pero la nueva creación tiene la esencia y el elemento de Dios en ella. Dios no entró en la vieja creación con Su naturaleza, elemento y esencia; al contrario, fue Satanás, el enemigo de Dios, el que se forjó en aquella creación por medio de la caída del hombre. Aquella creación vino a ser su expresión. No obstante, Dios desea una expresión de Sí mismo por medio de Su nueva creación.
La intención de Dios era ganar la nueva creación para Su expresión, pero alcanzar esto no era tarea fácil. Dios culminó la creación adicional y la restauración de la vieja creación en seis días, pero hacer la nueva creación a partir de la vieja creación es mucho más difícil. A fin de completar la obra de la nueva creación, Dios tuvo que actuar en Su Trinidad Divina: el Padre, el Hijo y el Espíritu. En la eternidad pasada hubo una conferencia, un concilio, entre los tres de la Deidad (Gn. 1:26; Hch. 2:23). En esa conferencia se decidió que el Hijo, el segundo de la Deidad, debía ser la centralidad y la universalidad de la nueva creación. A fin de lograr esto, el Dios Triuno tuvo que pasar por un proceso único. El primer paso de este proceso fue que el Hijo como la corporificación de la Trinidad Divina viniera a ser un hombre mediante la encarnación. Por medio de este paso, la divinidad entró en la humanidad. En la eternidad pasada el Dios Triuno estaba solamente en la divinidad, pero mediante la encarnación Él se extendió de Su divinidad a la humanidad, trayendo consigo Su divinidad. Él vino a ser un hombre especial que tiene tanto la naturaleza divina como la naturaleza humana. Los descendientes de Adán sólo tenían la naturaleza humana, y Dios en la eternidad tenía solamente la naturaleza divina. Dios estaba en Su divinidad, y nosotros, los descendientes de Adán, estábamos en nuestra humanidad. Dios estaba en Su territorio de divinidad, y nosotros estábamos en nuestro territorio de humanidad. Antes de la encarnación de Cristo, estos dos territorios no tenían nada que ver el uno con el otro. Pero hace aproximadamente dos mil años, cuatro mil años después de que Dios creara al hombre, Dios se extendió de Su divinidad a la humanidad, trayendo consigo Su divinidad.
Después de extenderse a la humanidad por medio de la encarnación, Dios hizo muchas cosas, pero Su logro principal fue la cruz. Por medio de la cruz de Cristo, se le puso fin a la vieja creación. La vieja creación aniquilada por la cruz de Cristo incluía el pecado, Satanás, el mundo, el viejo hombre, el “yo”, el ego, la carne y la vida natural. Esta aniquilación fue lograda por la muerte de Cristo.
El maravilloso Dios Triuno dio dos pasos a fin de llegar hasta nosotros. Primero, el Dios Triuno se hizo hombre (Jn. 1:1, 14), un Dios-hombre, el Dios completo y el hombre perfecto. Segundo, como el Dios-hombre, Él logró principalmente una cosa: la cruz. El logro de la cruz produjo una transformación: el Dios-hombre llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Por medio de los pasos de encarnación y de ir a la cruz, el Dios Triuno se hizo el Dios-hombre y el Espíritu vivificante.
Juan 4:24 dice: “Dios es Espíritu”. La palabra Espíritu en este versículo se refiere a la esencia de Dios, y no a Su persona. La esencia de un atril de madera es madera. De igual modo, la esencia de Dios es Espíritu. El Espíritu vivificante incluye la esencia de Dios, que se menciona en Juan 4, pero además contiene mucho más. La Biblia no solamente revela que Dios es Espíritu, sino también que el Espíritu, el tercero de la Deidad, es una persona. En Juan 4:24 el Espíritu es la esencia, pero en el título divino —el Padre, el Hijo y el Espíritu— el Espíritu es la persona (Mt. 28:19).
En la Trinidad Divina, el Espíritu es el fluir y la compleción del Dios Triuno. No hay tres Dioses, sino un solo Dios. Él es el Padre, el Hijo y el Espíritu. El Espíritu como el tercero de la Deidad es la totalidad de la Deidad. Cuando usted tiene al Espíritu, usted también tiene al Hijo y al Padre. Cuando usted se acerca a Dios, usted primero toca al Espíritu; luego tiene al Hijo y al Padre.
En Juan 14 se usa la expresión otro Consolador (v. 16). Este otro Consolador es la realidad del Dios Triuno, el Espíritu de realidad. En 2 Corintios 3:17 también dice que el Señor es el Espíritu, y en el versículo 18 se utiliza el título compuesto Señor Espíritu. En 1 Corintios 15:45 dice que el postrer Adán fue hecho el Espíritu vivificante. El Espíritu vivificante llegó a la existencia mediante Cristo como el Dios-hombre al pasar por la cruz y entrar en resurrección.
Hoy somos bendecidos porque estamos en la era del Dios-hombre, la cruz y el Espíritu vivificante. Entre el Dios-hombre y el Espíritu vivificante está la cruz, lo más grande que sucedió en la realización del propósito eterno de Dios. Cristo es el Dios-hombre y el Espíritu vivificante. Él es la centralidad y la universalidad de la economía de Dios, y la cruz es la centralidad y la universalidad de la manera de llevar a cabo la economía de Dios.
Las palabras centralidad y universalidad fueron usadas por primera vez por T. Austin-Sparks. Él usó estos dos términos haciendo referencia a la cruz de Cristo, pero no a Cristo mismo. Nosotros recibimos mucha ayuda del hermano Sparks acerca de que la cruz de Cristo era la centralidad y la universalidad de la realización del propósito eterno de Dios. Cristo es la persona de la economía divina, y la cruz es el camino para llevar a cabo la economía de Dios. Así que, ir a la cruz es la mayor obra que Cristo logró. Hoy en día tenemos a Cristo como el Dios-hombre y el Espíritu vivificante, y también tenemos la cruz.
La intención de Dios en Su economía es hacer la nueva creación a partir de Su vieja creación. La manera en que lo hace es forjarse a Sí mismo en una parte de la vieja creación. La parte de la vieja creación en la cual Dios se forja a Sí mismo es Su pueblo escogido. No todos los nacidos en Adán fueron escogidos. Nosotros fuimos escogidos (Ef. 1:4; 1 P. 1:1-2) de entre millones de seres humanos para que fuésemos Su nueva creación. Por medio de la resurrección de Cristo para ser el Espíritu vivificante, nosotros los escogidos de Dios fuimos generados para ser la nueva creación (v. 3). El Espíritu vivificante en la resurrección de Cristo fue la germinación de la nueva creación lograda por la resurrección de Cristo. Al forjarse en nosotros como un elemento nuevo, Él nos hizo Su nueva creación. En 2 Corintios 5:17, donde está la primera mención de la nueva creación, dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva creación es; las cosas viejas pasaron; he aquí son hechas nuevas”.
A fin de forjarse en Su creación, Dios tenía que pasar por un proceso. Antes de Su encarnación, Dios era solamente el Dios Triuno en Su divinidad. Después de pasar por el proceso de encarnación, vivir humano, crucifixión y resurrección, Él llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). El Espíritu vivificante tiene humanidad y también divinidad. Él también tiene el elemento del vivir humano dentro de Él. Todos los elementos del proceso de Dios han conformado un compuesto en el Espíritu vivificante. Este Espíritu compuesto es tipificado por el ungüento compuesto, mencionado en Éxodo 30:23-25. En Éxodo 30 el aceite de la unción era un compuesto de cinco elementos; mirra, canela, cálamo, casia y aceite de olivas. Estos cinco elementos denotan la divinidad, la humanidad, la muerte y la resurrección de Cristo. El hin de aceite de olivas representa al único Dios como base del Espíritu compuesto. Las cuatro especias representan la humanidad de Cristo. La mirra tipifica la preciosa muerte de Cristo. La canela tipifica la dulzura y eficacia de la muerte de Cristo. El cálamo representa la preciosa resurrección de Cristo, y la casia representa el poder de la resurrección de Cristo (para leer más al respecto, véase Estudio-vida de Éxodo, mensajes del 157 al 166, págs. 1633-1725). Estas cuatro especias fueron añadidas al aceite de olivas, lo cual significa que los elementos de la humanidad, muerte y resurrección de Cristo fueron agregados al Espíritu de Dios. Por último, Cristo como el postrer Adán, el Dios-hombre, llegó a ser el Espíritu vivificante con todos los elementos de Su divinidad y humanidad. Este Espíritu es la consumación del Dios Triuno procesado. Así que, cuando hablamos del Espíritu vivificante, tenemos que recordar todos los elementos que han sido añadidos a este Espíritu para formar un compuesto: Su divinidad, humanidad, vivir humano, muerte y resurrección. El Espíritu vivificante es esta persona todo-inclusiva, quien es la totalidad del Dios Triuno procesado.
Cristo como el Dios-hombre, el logro de Su cruz y Cristo como el Espíritu vivificante son tres legados en el Nuevo Testamento. Él nos ha dado estos tres legados mediante Su muerte y resurrección. Hoy en día Cristo en resurrección es estos tres elementos. Nosotros fuimos escogidos por Dios en la eternidad, y fuimos llamados por Dios en el tiempo. Ahora en virtud de que Él nos escogiera y nos llamara, hemos venido a ser creyentes y miembros de Cristo, la corporificación del Dios Triuno, el cual fue procesado a través de la encarnación, la muerte y la resurrección. En Él tenemos divinidad, una humanidad apropiada, la cruz que Él logró por Su muerte todo-inclusiva y la resurrección. Él es el Espíritu vivificante, y nosotros somos Sus miembros. Su divinidad, humanidad y muerte todo-inclusiva, y las riquezas de la resurrección están con nosotros. Estas riquezas son la totalidad de lo que Él es como Espíritu vivificante.
Hemos sido unidos a Cristo (1 Co. 6:17). Nuestra necesidad es disfrutar lo que Él es como el Espíritu consumado, es decir, la consumación del Dios Triuno. La manera en que nosotros podemos disfrutarle es llevar la cruz. En mi juventud, como un cristiano devoto, hablaba mucho acerca de llevar la cruz, pero al igual que la mayoría de los cristianos, mi entendimiento con respecto a llevar la cruz era principalmente que se trataba de sufrimiento. Necesitamos ver el verdadero significado de la cruz. La cruz es la centralidad y la universalidad de la obra redentora de Cristo. Cristo en Su obra redentora primero nos llevó a todos consigo a la cruz para darnos fin. Él le dio fin a nosotros y a toda la vieja creación a fin de hacernos germinar consigo mismo como el Espíritu vivificante en resurrección. Su muerte era necesaria para Su resurrección. La muerte de Cristo no era la meta, sino que fue el medio para alcanzar la meta de la resurrección. Su muerte le dio fin a la vieja creación para hacer germinar la nueva creación en resurrección.
Él es el Espíritu vivificante que está en nosotros en resurrección haciéndonos la nueva creación. El punto decisivo para que Él hiciera la nueva creación a partir de la vieja creación es la cruz. Si deseamos tener una vida en la nueva creación, tenemos que llevar la cruz. En otras palabras, tenemos que estar bajo el aniquilamiento de la cruz durante todo el día. El aniquilamiento efectuado por la cruz es un asunto de toda la vida. Nuestra crucifixión con Cristo fue efectuada una vez para siempre en la cruz, pero la experiencia de Su cruz es un asunto de toda la vida. Cuando nosotros experimentamos que la cruz nos da fin diariamente, finalmente somos conducidos a vivir una vida injertada, no una vida intercambiada.
La vida que vivimos juntamente con Cristo es una vida injertada (Ro. 11:24; 6:5). Estamos unidos con Cristo y vivimos juntamente con Él. Cuando vivimos por Cristo, el elemento de Cristo nos es añadido. Este elemento es el Espíritu vivificante. Nosotros vivimos una vida que en realidad es Cristo viviendo a través de nosotros. Dios no tiene la intención de pedirnos que hagamos nada para Él. A nosotros se nos ha puesto fin. Anteriormente, nuestra enseñanza acerca de la cruz llegaba hasta ser aniquilados. Por esta razón, nuestra enseñanza estaba incompleta. Ser aniquilados no es el fin. Pablo dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). En Gálatas Pablo dijo que él vivía una vida no por sí mismo solo, sino por Cristo como Su compañero. Él vivía una vida por Cristo quien estaba con él. Cristo vivía en él y por medio de él. El punto decisivo en la experiencia de Pablo era la cruz de Cristo.
Hace sesenta años leí algunos libros acerca de la cruz. Recibí mucha ayuda al saber que yo había muerto, que yo estaba acabado y que no debía hacer nada. Como resultado de entender esto, decidí no hacer nada. Con el tiempo, me di cuenta de que mi entendimiento acerca de la cruz era erróneo. Decir que he sido crucificado con Cristo es, sin lugar a dudas, correcto; pero al mismo tiempo tengo que vivir. Yo todavía vivo y hago cosas, pero ya no lo hago por mí mismo; lo hago junto con Cristo, quien vive en mí. De este modo vivo una vida injertada.
En nuestra experiencia la cruz es el punto decisivo para que vivamos una vida con Cristo. Sin la cruz, vivimos nosotros pero no Cristo. Con la cruz, nosotros seguimos viviendo, pero ya no por nosotros mismos; Cristo ahora vive con nosotros. Cuando me preparo para hablar un mensaje, me examino para ver si voy a hablar por mí mismo o con Cristo. Me doy cuenta de que si no paso por la cruz, todo lo que hable no tendrá nada que ver con Cristo. Siempre tenemos que darnos cuenta de que hemos sido crucificados y de que ya no debemos vivir por nosotros mismos, sino por Cristo, quien vive en nosotros. La muerte le da fin a la vieja creación; la resurrección hace germinar la nueva creación. La cruz es el punto decisivo. Al considerarnos muertos la cruz, llegamos a nuestro fin. Morimos en la vieja creación y ahora vivimos en la nueva creación. En resurrección ya no vivimos solos. Ahora vivimos en la nueva creación con Cristo quien vive con nosotros. Nosotros y Cristo vivimos juntos una vida injertada.
La cruz de Cristo era la meta de la encarnación de Cristo. El pesebre en el que nació señalaba hacia la cruz. Él nació para ser crucificado, pero cuando nosotros nacimos de nuevo, ya estábamos crucificados (Gá. 2:20a). Su historia es la historia de ir a la cruz para ser crucificado, y nuestra historia es la historia de ya estar crucificados. Ahora vivimos una vida crucificada (2 Co. 4:10-12). Esta vida crucificada es la aplicación de la crucifixión de Cristo, lo cual da como resultado la manifestación de Su vida de resurrección.
La cruz de Cristo no es la meta, sino el medio para alcanzar la meta. La meta es traer como fruto el Espíritu vivificante en resurrección. Así que, dónde está la cruz, viene la resurrección, y en la resurrección está el Espíritu vivificante. Ésta es la manera en que podemos experimentar al Espíritu vivificante y participar de Él. La manera es tomar la cruz, y el resultado es el Espíritu vivificante en resurrección.
Nuestra experiencia espiritual es un ciclo de la cruz y el Espíritu. Si no experimentamos la muerte, no podemos experimentar el Espíritu. Sin embargo, cuanto más experimentamos la muerte, más disfrutamos al Espíritu. Luego cuanto más disfrutamos al Espíritu, más experimentamos la muerte.