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Mensajes del libro «Dios Triuno es vida para el hombre tripartito, El»
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CAPÍTULO TRECE

MORIR AL YO Y VIVIR ATENTOS A DIOS

  Lectura bíblica: Mt. 16:24; 11, 13, Ro. 7:17-18; 1 P. 2:24m; Gá. 2:19; Ro. 16:26; Sal. 36:9a; Col. 2:9; 6, 2 Co. 3:17-18b; Fil. 1:19b, 20b-21a; 4:8

  Muchos cristianos creen que la Biblia nos dice que los hombres deben ser amables unos con otros y que deben aprender a temer a Dios, agradar a Dios y portarse bien delante de Dios. Aunque éste es un concepto común con respecto a la Biblia, no es totalmente correcto. Cuando yo era joven, también tenía este concepto. Pero gradualmente, año tras año, al leer y estudiar la Biblia, llegué a comprender que la Biblia es un libro que revela la economía de Dios. La palabra griega que se traduce “economía” es oikonomía. La palabra oikonomía se refiere al plan, el arreglo, con miras a llevar a cabo cierto propósito. En la Biblia la economía de Dios es Su administración doméstica para llevar a cabo Su propósito.

  El punto central de la administración de Dios es la cruz de Cristo. La cruz de Cristo es la centralidad y la universalidad del camino de la vida cristiana. La vida cristiana es una vida que puede llevar a cabo la economía de Dios. Hoy en día en la tierra, es difícil encontrar un hombre que crea que debe llevar una vida para el cumplimiento del propósito y la economía de Dios. Debemos llevar una vida que llegue a la norma para llevar a cabo la economía de Dios. Esto es lo que Dios desea. La clase de vida que cumple la economía de Dios es una vida que siempre muere al yo y vive atento a Dios.

  Los cristianos tal vez hablen acerca de hacer la voluntad de Dios, pero la mayoría de ellos sólo considera la voluntad de Dios con respecto a los asuntos secundarios. A los fariseos sólo les importaba este tipo de cosas. Ellos condenaban a Juan el Bautista por no comer pan ni beber vino. También condenaban al Señor Jesús como un hombre comilón y bebedor de vino porque Él comía y bebía (Lc. 7:33-44). Tales declaraciones son simplemente religiosas y no tienen nada que ver con la clase de persona que debemos ser para poder cumplir el propósito de Dios. A fin de poder vivir para la realización del propósito de Dios, necesitamos morir a nosotros mismos y vivir atentos a Dios.

MORIR AL YO

  En Mateo 16:24 el Señor habló de la necesidad de negarnos a nosotros mismos. Negarnos es morir al yo. Nuestro mismo ser es el yo.

  El yo se expresa y se manifiesta en nuestra vida natural y en la carne. Hay una distinción entre las palabras expresar y manifestar. El hecho de expresarnos tiene que ver con el comportamiento, pero manifestarnos está relacionado con lo que somos. En el Entrenamiento de Tiempo Completo, los entrenantes parecen ser muy buenos en las reuniones. Ésta es su expresión. Pero cuando regresan a casa, es posible que vivan de una manera totalmente distinta. Ésta es su manifestación. Cada cristiano tiene dos caras. En la reunión nos expresamos de una manera, y en nuestro cuarto o en la casa nos manifestamos de otra. Debemos ejercitarnos hasta que seamos lo mismo en la reunión y en la casa.

  El yo se expresa y se manifiesta en nuestra vida natural y en la carne, y nuestra carne es la corporificación del pecado (Ro. 7:17-18). Cuando usted no se restringe ni se porta bien, se manifiesta a sí mismo en la carne. Manifestarse en la carne es pecado, y el pecado es uno con Satanás. Según Romanos 7, el pecado engaña y mata (v. 11). Esto fue lo que Satanás hizo en Génesis 3. Satanás engañó a Eva (2 Co. 11:3), y por participar del árbol del conocimiento del bien y del mal, Adán y Eva quedaron en una condición de muerte (Gn. 2:17). Aparentemente, el pecado es lo que engaña y mata. En realidad, es Satanás quien engaña y mata. El pecado y Satanás son uno; el pecado y Satanás son sinónimos.

  Nuestro ser, nuestro yo, nuestra vida natural, nuestra carne, el pecado y Satanás son una sola entidad. Son como muchos huevos en un solo nido. Es posible que en un nido el ave guarde varios huevos. Después de que estos huevos sean incubados, formarán una familia, una entidad. Nuestro ser, nuestro yo, nuestra vida natural, nuestra carne, el pecado y Satanás son como una familia en un nido. Morir al yo significa morir a toda la familia.

  Ésta es la razón por la cual el Señor dijo en Mateo 16: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame” (v. 24). Negarse a uno mismo es morir al yo. Las primeras dos líneas de un himno traducido por el hermano Nee expresan este mismo pensamiento: “Mi palabra al enemigo es: ‘No’, / Mas al Padre digo: ‘Amén’ ” (Himnos, #396). Decir “no” a Satanás es morir al yo. Cuando morimos a nuestro yo, damos fin a nuestra vida natural, a nuestra carne, al pecado y a Satanás. Cuando morimos a nuestro yo, Satanás es derrotado. Ésta es la razón por la cual Satanás le teme a la cruz.

  Morir al yo es morir a nuestra vida natural, a nuestra carne, al pecado y a Satanás, por medio de la cruz (1 P. 2:24m). La cruz nos hace morir. Da fin a nuestro yo. La cruz es la centralidad y la universalidad de la manera en que vivimos la vida cristiana para cumplir el propósito de Dios. Cuando morimos a nuestro yo, morimos a todo lo que hay en el universo, excepto a Dios.

VIVIR ATENTOS A DIOS

  Primero, vivimos para morir; pero después morimos para vivir. Si morimos a nosotros mismos, ciertamente viviremos atentos a Dios. Morir al yo es morir con la finalidad de vivir atentos a Dios. Anteriormente ya he compartido con los santos que vivir atentos al Señor es una experiencia más profunda que vivir dedicados a Él. A fin de vivir atentos a Dios, debemos primero morir a nuestro yo. Morir al yo da por resultado el vivir atentos a Dios.

  Dios como fuente de vida es eterno, perfecto y completo, y tiene todos los atributos orgánicos de la vida (Ro. 16:26; Sal. 36:9a). Él es rico en los atributos orgánicos tales como el amor, la bondad y la misericordia. Este Dios eterno está en Cristo corporalmente (Col. 2:9). Dios mismo es la sustancia, Cristo es la corporificación de esta sustancia y el Espíritu es la realidad de esta sustancia. Los tres son uno. El Espíritu imparte en nosotros la vida eterna de Dios y vive en nuestro espíritu como nuestra vida (2 Co. 3:6b). Dios como sustancia divina, Cristo como la corporificación de esta sustancia, el Espíritu como la realidad y consumación de esta sustancia, y nosotros, quienes recibimos la vida divina, somos uno. Ahora nosotros y el Dios Triuno somos uno.

  Vivir atentos a Dios es vivir atentos al Dios Triuno procesado, quien es el Espíritu consumado con todos Sus atributos orgánicos, los cuales llegarán a ser nuestras virtudes para que expresemos a Cristo como nuestro vivir en resurrección (Fil. 1:19b, 20b-21a; 4:8). Morir al yo es la cruz, y vivir atentos a Dios es la resurrección. Morir al yo es la muerte de Cristo, y vivir atentos a Dios es la resurrección de Cristo. La muerte de Cristo nos lleva a Su resurrección. Él murió con la intención de resucitar. Su muerte fue la entrada a Su resurrección. Que muramos al yo también es la entrada que nos lleva a Su resurrección. Cuando entramos en Su resurrección, vivimos atentos a Dios. Vivimos atentos a Dios quien está corporificado en Cristo y es hecho real como el Espíritu, quien es la consumación del Dios Triuno para impartir en nosotros al Dios Triuno como vida, y para vivir en nosotros como nuestra vida a fin de que expresemos a Cristo como nuestro vivir en resurrección.

  El Espíritu consumado es la realidad de morir al yo y vivir atentos a Dios. Esta experiencia está completamente relacionada con el Espíritu consumado. Ésta es la razón por la cual debemos orar. Orar es tener contacto con Dios e inhalar a Dios. Orar es recibir a Dios como el aire que necesitamos para nuestra respiración espiritual. Por medio de la oración, respiramos al Espíritu consumado. Cuando el Espíritu consumado se infunde en usted, Él es la realidad de morir al yo y también la realidad de vivir atentos a Dios. Esto significa que Él es la realidad de la muerte de Cristo y de la resurrección de Cristo.

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