
Lectura bíblica: 1 Co. 1:2, 24; 5:7b-8; 12:13, 3b, 31; 13:1; 14:1, 5, 23-26, 31-32, 39; 15:45; 2 Co. 3:17; 1 Co. 2:14-15
El libro de 1 Corintios puede considerarse el libro más rico y maravilloso del Nuevo Testamento. Abarca la vida cristiana cotidiana y las reuniones de la iglesia. Si deseamos saber cómo debe vivir un cristiano día tras día, debemos acudir a este libro. Asimismo, si deseamos saber cómo debe reunirse la iglesia, debemos acudir a este libro. En ningún otro libro hallaremos estos dos asuntos —la vida cristiana cotidiana y las reuniones de la iglesia— descritos de manera más completa y adecuada. Temo que muchos han leído este libro por años, sin haber visto estos dos asuntos. Los tales han sido distraídos por ciertos puntos de este libro. Como lo señalamos, este libro se dirige a once problemas mayores. Por esta razón muchos no han podido captar los puntos principales cuando leen este libro. Cuando ellos entran en este libro, son distraídos, quedan confusos y aun perplejos por estos once problemas mayores. No obstante, el secreto para leer 1 Corintios es no fijarse en los problemas. Con Cristo y la iglesia no hay ningún problema.
Quizás alguien diga: “No creo que no haya ningún problema. Cuanto más vengo a la iglesia, más problemas tengo”. Si es así, esto significa que él todavía no ha entrado en la iglesia. Cuando entramos en la iglesia, ya no hay problemas. Sólo están Cristo y la cruz. La cruz es el “germicida” más grande, más prevaleciente y más eficaz contra nuestros problemas. La cruz puede matar cualquier tipo de “gérmenes”, incluso un “germen” tan grande como el diablo. Hoy en la medicina moderna hay muchas clases de medicinas, pero nosotros únicamente tenemos una sola clase de medicina: la cruz. Cuando entramos en la vida de iglesia, no tenemos problemas porque tenemos la cruz de Cristo como antibiótico, algo que siempre está dando muerte. Pablo dice: “Me propuse no saber entre vosotros cosa alguna sino a Jesucristo, y a éste crucificado” (2:2), es decir, Cristo y la cruz. Aleluya, ¿si tenemos la cruz, qué problemas podemos tener? Si tomamos una sola “dosis” de la cruz, todo estará bien. No se preocupen por los problemas. En la vida de iglesia no hay ningún problema.
El libro de 1 Corintios es maravilloso. Este libro maravilloso comienza de una manera maravillosa. Ningún otro libro de los sesenta y seis libros de la Biblia comienza de esta manera. Este libro comienza con las palabras “a la iglesia de Dios” (1:2a). Hoy muchos cristianos no le ponen ninguna atención a la iglesia. Ellos hablan de ciertos tipos de iglesias, no de la iglesia de Dios. Sin embargo, en 1:2 se habla de la iglesia de Dios que está en una localidad, Corinto, así como la iglesia en Chicago, en Atlanta o en Detroit. Ésta no es una iglesia en teoría, una iglesia “en el aire”, sino una iglesia en esta tierra, y no sólo en esta tierra sino en una localidad. Ésta es una expresión bien definida. Todos debemos ser esta iglesia, la iglesia de Dios en esta tierra y en nuestra localidad.
Además, las personas en esta iglesia son santificadas y llamadas, no pecadores llamados, ni siquiera creyentes llamados, sino santos llamados. La palabra santos se refiere a aquellos que son personas santas. ¿Cree usted que es una persona santa? En la Iglesia Católica e incluso en algunas de las denominaciones, especialmente la iglesia de Inglaterra, a ciertas personas se les llama santos, tal como hablan de San Pablo. Cuando oímos a la gente referirse a San Pablo, debemos decirles que nosotros también somos santos. Todos somos santos llamados. En la iglesia cada uno es un santo. Tal vez creamos que los creyentes corintios, para poder ser llamados santos, deben de haber sido personas maravillosas. Sin embargo, los versículos siguientes hablan de divisiones (vs. 11-12), y el capítulo 3 habla de celos y contiendas, diciendo que ellos seguían siendo niños y que no sólo eran carnales, sino hechos de carne (vs. 1, 3). Aun así, ellos eran los santos llamados. ¡Alabado sea el Señor, somos los santos llamados!
El versículo 2 del capítulo 1 continúa, diciendo: “Con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo”. Debemos invocar el nombre del Señor. Nosotros hemos sido llamados a invocarle. Somos los llamados y los que le llaman. En cuanto a nuestra posición, somos los llamados; en cuanto a nuestra situación, somos los que invocan al Señor. Día tras día lo llamamos a Él, diciendo: “¡Oh, Señor Jesús! ¡Oh, Señor Jesús! ¡Jesús, Señor!”. Somos los que le invocan, todo el tiempo clamamos a Él. Aun cuando visitamos a nuestros parientes, debemos ser los que invocan, los que todo el día invocan el nombre del Señor Jesús.
Invocar al Señor es disfrutar al Señor, respirar al Señor. Invocar es simplemente respirar. Jeremías fue designado como el “profeta que llora”. Después del libro de Jeremías, él sintió que aún no había terminado, así que escribió Lamentaciones como un libro de llanto. En este libro hay dos versículos maravillosos de gran gozo: “Invoqué Tu nombre, oh Jehová, / desde la fosa más profunda. / Has oído mi voz; no escondas / Tu oído a mi respiro, a mi clamor” (3:55-56). Nuestro invocar es nuestra respiración. Debemos invocar el nombre del Señor porque invocar al Señor es respirar. A veces nuestro querido esposo o esposa o nuestros hijos nos ponen en “la fosa más profunda”. Siempre que usted caiga en “la fosa más profunda”, no murmure ni se queje. Simplemente invoque: “Oh, Señor Jesús”, y usted estará en el tercer cielo. Invocar al Señor es simplemente inhalarle. El versículo 56 dice: “No escondas / Tu oído a mi respiro, a mi clamor”. El Señor vuelve Su oído a nuestro respiro. Este respiro espiritual equivale a invocarle: “Oh, Señor Jesús, Oh, Señor Jesús”.
Invocar al Señor es recibir al Señor en nuestro ser. En 1 Corintios 15:45 se halla un versículo muy importante, que nos dice: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”. Espíritu en griego es pnéuma, la palabra que se traduce como “aliento”. Por tanto, este versículo puede traducirse como “Fue hecho [...] el postrer Adán, aliento vivificante”. Hoy Cristo es el aliento, el aire, el Espíritu, el pnéuma vivificante, de modo que nosotros podamos respirarle. La manera de participar de Cristo y disfrutarle es invocarle a Él. Dado que Él es el aliento, invocarle es respirarle como el aliento que recibimos en nuestro ser.
Siempre que nos sintamos solos, debemos invocar al Señor. Inmediatamente tendremos la sensación de que el Señor está con nosotros. Cuanto más le invocamos, más está Él con nosotros y más disfrutamos Su presencia. Esto se debe a que el Señor es el aliento. Cuando respiramos profundamente al invocar al Señor, tenemos una sensación refrescante por dentro. Invocar “Oh, Señor Jesús” es refrescante y espiritualmente un disfrute porque cuando invocamos al Señor, lo respiramos a Él. Él es el aliento; Él es el aire; Él es el Espíritu vivificante.
El libro de 1 Corintios claramente nos dice que para los que son llamados, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios (1:24). Él es también la Pascua y la Fiesta de los Panes sin Levadura (5:7b-8). La única manera de disfrutar a este Cristo es invocarlo. Este libro está en las manos de todos los cristianos, y creo que la mayoría de ellos lo ha leído. No obstante, muy pocos han visto la práctica de invocar al Señor. Todos debemos saber que esto es la clave para participar de las riquezas del Señor. Si no hemos visto este asunto de invocar al Señor, no poseemos la clave. Esto es como si poseyéramos un edificio maravilloso, mas no tenemos la llave. Podemos admirar el edificio, pero no podemos entrar en él. En el cristianismo ciertos maestros enseñan que para nosotros, así judíos como griegos, Cristo es poder de Dios y sabiduría de Dios. Tales maestros podrán presentar un maravilloso “edificio”, pero ¿dónde está la entrada? La mayoría de ellos no lo sabe. La gente habla mucho acerca de Cristo como poder y sabiduría, pero ¿cómo podemos tener acceso a este Cristo? La clave para introducirnos en este Cristo es invocar: “¡Oh, Señor Jesús!”.
La enseñanza fundamentalista del cristianismo nos dice que siempre y cuando creamos en Cristo, estamos en Cristo y lo tenemos todo. La enseñanza fundamentalista es objetiva. Esto es maravilloso, sólo que es algo “en el aire”. Las enseñanzas pentecostales nos dicen que no tenemos nada sino hasta que hablamos en lenguas. Nada es nuestro; ni siquiera hemos sido salvos ni regenerados. Por tanto, debemos orar, buscar, ayunar y esperar hasta que un gran poder se derrame sobre nosotros, y entonces comenzamos a girar nuestra lengua, mover nuestra mandíbula y decir cualquier cosa que no sea nuestro propio idioma. Ninguna de estas enseñanzas es correcta. Las enseñanzas fundamentalistas se van demasiado a un extremo; las enseñanzas pentecostales se van demasiado al otro extremo. Debemos regresar de estos dos extremos. Debemos olvidarnos de las enseñanzas pentecostales, y debemos olvidarnos de las enseñanzas fundamentalistas. Regresemos a la palabra pura de la Biblia.
La Palabra pura dice que el Señor es “rico para con todos los que le invocan” (Ro. 10:12). Esto es muy fácil. Con tan sólo invocar al Señor, todas las riquezas de Cristo son nuestras. No hay ninguna duda al respecto, pero debemos participar. El maná desciende del cielo, pero debemos salir a recogerlo. En la mañana tal vez alguien nos sirve el desayuno, pero debemos ir a la mesa y usar nuestras manos y boca para comer. No podemos decir que porque todo está servido en la mesa, ya es nuestro. Cuanto más digamos que es suficiente con que todo esté en la mesa, menos suficiente será. Después de decir por diez días: “Es suficiente”, estaremos listos para nuestro funeral. Necesitamos comer. Sí, todas las riquezas de Cristo son nuestras, pero es posible que no participemos de ellas. Hay muchas cosas en la mesa, pero sólo lo que ingerimos es realmente nuestro. Podría haber treinta libras de res sobre la mesa, pero si sólo nos comemos dos onzas y media, únicamente eso es nuestro. Tenemos que participar y comer. La manera de comer a Jesús y participar de Él es invocar: “¡Oh, Señor Jesús!”. No hay otra manera. Romanos 10:12 no dice que el Señor es rico para con todos los que solamente creen en Él. Simplemente creer en Él no es suficiente. Si sólo creemos que la comida que nos fue preparada es buena, tal vez el cocinero diga: “Hermanos tontuelos, no me interesa que ustedes lo crean; me gustaría verlos comer. No me interesa si creen que esta comida es buena o no. Ni siquiera me interesa si se quejan. Mientras coman, eso es suficiente”. Simplemente creer en el Señor y amarlo no es efectivo. Sólo una cosa es eficaz, la cual es invocar: “¡Oh, Señor Jesús!”. Tratemos de invocar de esta manera. De seguro, esto hará que rechacemos todas las enseñanzas fundamentalistas. Podemos decirles a otros: “No me interesa esta enseñanza; sólo me interesa invocar: ‘¡Oh, Señor Jesús!’”. Después que invoquemos por diez minutos, podremos decirles a los maestros del grupo pentecostal: “No necesito esperar, ni necesito ayunar. Después de invocar el nombre del Señor por diez minutos, puedo ir a desayunar, porque le he disfrutado a Él”. No importa si son ancianos o jóvenes, quiero desafiarles y animarles a que todos hagan esto. Prueben esto mañana por la mañana durante diez minutos. Después de invocar al Señor por diez minutos, ustedes serán fervientes. ¡Aleluya, tenemos la entrada, y tenemos la clave! Esta pequeña clave realmente funciona. ¡El Señor es rico para con todos los que le invocan!
En 1 Corintios 1:2b se nos dice: “Con todos los que en cualquier lugar invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo, Señor de ellos y nuestro”. Cristo es nuestra porción, la mía y la suya. La manera de participar de nuestra porción es invocarlo a Él. Esto es maravilloso. Al invocar de esta manera, celebramos verdaderamente un banquete, no un ayuno, día tras día. Nuestra vida cristiana es una vida de banquete. Día tras día disfrutamos a Cristo como nuestro banquete.
En 1 Corintios 12:13 leemos: “En un solo Espíritu fuimos todos bautizados en un solo Cuerpo, sean judíos o griegos, sean esclavos o libres; y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Escuchemos la Palabra pura; no escuchemos ninguna otra palabra. Los pentecostales preguntan frecuentemente si hemos sido bautizados en el Espíritu Santo. De ahora en adelante, siempre que alguien nos pregunte esto, debemos contestar: “¿No ha leído 1 Corintios 12:13?”. No escuchen la enseñanza del hombre; escuchen la Palabra pura. Aquí hay un versículo que nos dice que todos fuimos bautizados. Todos incluía a todos los corintios, pero en 14:5 Pablo dice: “Yo quisiera que todos vosotros hablaseis en lenguas”. Esto indica que no todos los corintios habían hablado en lenguas. Todos los corintios fueron bautizados en el Espíritu Santo, pero al menos algunos de los corintios nunca hablaron en lenguas. No prestemos oídos a las enseñanzas tradicionales del cristianismo actual, ya sea pentecostales o fundamentalistas. Regresemos a la Palabra pura. Así sea que hayamos hablado en lenguas o no, si creemos en el Señor Jesús, hemos sido bautizados en el Espíritu.
En 1 Corintios 12:13, además del bautismo en el Espíritu Santo, se habla de algo más. Necesitamos este balance. La última parte del versículo dice: “Y a todos se nos dio a beber de un mismo Espíritu”. Todos fuimos bautizados en el Espíritu Santo. Esto es un asunto, pero hay otro asunto: a todos se nos dio a beber.
Dios únicamente puede darnos a beber, pero no puede beber por nosotros. Ahora nosotros debemos beber. Todos fuimos bautizados en un solo Espíritu, pero dudo que ahora todos estemos bebiendo. La Palabra pura nos dice que en tanto que creemos en el Señor Jesús, todos hemos sido bautizados en el Espíritu, así seamos judíos o gentiles, esclavos o libres. Sin embargo, después de esto también se nos dio o se nos puso a beber. Si bebemos o no, eso depende de nosotros. En la mañana me sirven de comer cuando ocupo mi posición en el comedor. Sin embargo, supongamos que yo sólo me siento allí y dijera: “¡Aleluya, se me ha puesto aquí para comer!”. Mi anfitrión diría: “Ahora no es tiempo para que usted hable. Ahora es tiempo para que usted coma. Olvídese de que lo han puesto aquí y simplemente coma”. Ahora no es tiempo para ser bautizados. Ya fuimos bautizados. Ahora es tiempo para beber.
Ser bautizados es ser puestos en el agua. Beber es recibir el agua en nuestro interior. No podemos reemplazar la acción de beber agua con la acción de ser puestos en el agua; son dos cosas diferentes. Si un hermano tiene sed y sólo lo bautizamos, quizás él nos diga: “Tengan misericordia de mí. No necesito tanta agua; tan sólo necesito un vaso de agua. No me pongan dentro del agua; más bien, denme un poco de agua para beber”. El bautismo jamás puede reemplazar la acción de beber. En el cristianismo muchos solamente hablan acerca del bautismo. Ellos nunca hablan de beber. Pero en 1 Corintios 12:13 se habla de las dos cosas, y entre ellas está la conjunción y. Todos fuimos bautizados, y a todos se nos dio a beber. El bautismo no es un problema; ya fue cumplido. Alabado sea el Señor, también se nos ha puesto a beber, pero el Señor no puede beber por nosotros. Por la eternidad nosotros debemos beber.
La manera de beber figura en el versículo 3 del mismo capítulo: “Nadie puede decir: ¡Jesús es Señor!, sino en el Espíritu Santo”. Esto es similar a decir: “Nadie puede respirar, a menos que el aire entre en él”. ¿Podemos decir que estamos respirando, pero el aire nunca entra en nosotros? Cuando respiramos, el aire entra en nosotros. Si abrimos nuestra boca y nos ejercitamos para respirar, el aire entrará. Si decimos: “¡Oh, Señor Jesús!”, estamos en el Espíritu. Esto es beber. La manera de beber del Espíritu es decir: “Oh, Señor Jesús”.
Como ya vimos en Lamentaciones, para nosotros invocar: “Oh, Señor Jesús” es respirar. Himnos, #41 fue escrito por la señorita M. E. Barber, una hermana de edad avanzada que ayudó muchísimo al hermano Watchman Nee. La estrofa 2 dice: “¡Salvador, tan poderoso! / Colmas mi necesidad; / Respirar, Jesús, Tu nombre / es beber Tu vida en verdad (lit.)”. Hace tres o cuatro años, cuando le dije al pueblo del Señor que respirar es beber, yo estaba un poco dudoso. Nunca había oído decir esto a nadie, y pensé que tal vez me estaba excediendo. No obstante, una noche en Los Ángeles se pidió este himno. Mientras estábamos cantando, me sorprendieron estas líneas que dicen: “Respirar, Jesús, Tu nombre / es beber Tu vida en verdad (lit.)”. Cuando menos otra persona, la señorita Barber, una hermana profundamente arraigada en el Señor, experimentó lo mismo. Invocar el nombre del Señor es respirarlo a Él, y respirarle es beber de Él. La manera de beber de un mismo Espíritu es invocar: “¡Oh, Señor Jesús!”. Invocar es respirar, y respirar es beber; así que invocar es simplemente beber. Si usted está sediento, invoque al Señor. En cualquier tiempo y lugar, aun mientras vamos conduciendo, podemos tener sed. Entonces podemos invocar al Señor y recibir el agua viva. Inténtelo, esto siempre funciona. Al invocar el nombre del Señor, bebemos del Señor y recibimos todas las riquezas del Señor.
No es necesario que nadie nos enseñe, nos instruya ni nos corrija. Si un hermano tiene el cabello largo ni se ha rasurado, probablemente nunca nadie le diga que se corte el pelo ni que se rasure, pero si cada día él invocara: “Oh, Señor Jesús”, ciertas “tijeras filosas” aflorarían desde su interior. Nuestro único problema es que quizás no bebamos; puede ser que no invoquemos el nombre del Señor. A veces me han puesto en una situación en la que he estado a punto de enojarme. Sentía como pudiera echar chispas de coraje. No obstante, después de invocar: “¡Oh, Señor Jesús!” tres veces, el fuego se apagó. Invocar al Señor de esta manera es maravilloso. Si alguien me causa molestias, probablemente me sienta mal con él. Si un pastor viene y trata de darme instrucciones para que no pierda mis estribos, tal vez eso me haga perder aún más el control y me enoje con el pastor. No obstante, si yo invoco al Señor tres veces, yo amaré a esa persona. Todo lo que necesitamos es a Jesús, y la manera de participar de Jesús es invocarle a Él. El Señor es “rico para con todos los que le invocan”. Esto es muy simple, y ésta es nuestra vida cristiana. Nuestra vida cristiana debe ser una vida en la cual invocamos al Señor.
Hechos 9:14 dice que Pablo recibió autoridad de los principales sacerdotes para ir a Damasco y echar en prisión a todos los que invocaban el nombre del Señor. Los creyentes de antaño eran los que invocaban. Nosotros también debemos invocar al Señor día tras día. Cuanto más invocamos a Cristo, más lo obtenemos, disfrutamos y experimentamos, y más Cristo tenemos. Entonces cuando asistimos a la reunión, venimos con Cristo. Venimos de una manera desbordante, pues estamos llenos de Cristo. Podemos venir y decir: “¡Oh, Cristo es muy bueno! Cristo es tan dulce. ¡Cristo es tan adorable! ¡Cristo es precioso! Cristo es poderoso, fuerte y viviente, y Él es todo para mí”. No sólo eso, sino que también asistimos a la reunión con un espíritu fuerte, con un espíritu que es viviente, activo y audaz, y tenemos deseos de hablar algo. Ya no podemos permanecer en silencio. Abrimos nuestra boca y liberamos nuestro espíritu, y Cristo es manifestado. Hablamos algo por Cristo y lo ministramos a otros.
Hablar de esta manera es profetizar, como se menciona en 1 Corintios 14. En 1 Corintios profetizar no significa principalmente predecir. Profetizar es hablar algo por Cristo, hablar algo acerca de Cristo y ministrar Cristo a los otros. Es por esto que Pablo dice: “Podéis profetizar todos” (v. 31).
Un cristiano mudo es uno que nunca invoca al Señor. Más bien, él siempre ejercita su mente, probablemente para considerar algunos versículos de la Biblia y después para analizar a los ancianos y los otros hermanos. Esta persona siempre ejercita su mente día tras día y no disfruta a Cristo. Él lleva mucha mortandad y muchas cosas negativas dentro de él. Entonces cuando él viene a la reunión, llega vacío, sin Cristo. Su espíritu está decaído, pero sus ojos están abiertos. Cuando examina a los hermanos, para él ninguno es bueno, y cuando mira a las hermanas, considera que todas son mundanas. En cuanto a algunas, su cabello es demasiado largo; y en cuanto a otras, sus faldas son demasiadas cortas. Observa toda la situación saturado de críticas y condenación. Él está en muerte y puede llevar muerte a toda situación, y da muerte a la reunión. Si alguien habla, él no está de acuerdo con lo que se dice. Quizás él diga: “Éste no es elocuente, este otro tiene un acento, y ninguno de los dos es bueno”. Tal vez piense que él es el mejor, pero en realidad se halla en una condición de muerte. Ésta es la situación en el cristianismo hoy. La vida y el ministerio de Cristo están presentes en muy poca medida. Por esta razón, la gente siente que debe contratar a un pastor, adiestrar a un coro y traer a un solista para que cante. ¡Que el Señor tenga misericordia de nosotros para que podamos salir de esta situación!
La manera apropiada de reunirnos en primer lugar consiste en tener las experiencias de los primeros once capítulos de 1 Corintios, esto es, llevar una vida apropiada al participar de Cristo. Todos debemos llevar esta vida de invocar. Todo el día invocamos al Señor, le disfrutamos a Él y vivimos por Él. “El que me come, él también vivirá por causa de Mí” (Jn. 6:57). Comemos al Señor Jesús, le bebemos a Él y vivimos por Él, para Él y con Él. Estamos llenos de Él, llenos de Cristo, y nuestro espíritu es fuerte, viviente y audaz. Cuando asistimos a la reunión, no vemos nada negativo. ¡Sólo estamos llenos de Cristo, y estamos rebosantes! Si todos fuésemos así, ¡qué clase de reunión tendríamos! La reunión ascendería al tercer cielo. Experimentar la plena liberación del espíritu es la manera apropiada de reunirnos, pero esto requiere que en nuestro diario andar llevemos una vida cristiana apropiada.
Entonces cuando llegamos a la reunión, no nos estamos esperando; tampoco dependemos de ningún orador. Más bien, todos ejercemos nuestra función. Uno tiene salmo, otro tiene revelación, otro tiene una palabra de parte de Jesús y otro tiene un testimonio. Todos funcionan; todos profetizan. ¡Qué reunión tan rica es ésta!
Pablo dice: “Si, pues, toda la iglesia se reúne en un solo lugar, y todos hablan en lenguas, y entran indoctos en cuanto a las lenguas o incrédulos, ¿no dirán que estáis locos? Pero si todos profetizan, y entra algún incrédulo o indocto, por todos es convencido, por todos es examinado” (1 Co. 14:23-24). En el versículo 31 él dice: “Podéis profetizar todos”. Esto significa que todos podemos hablar algo por Cristo, y al hacerlo, la iglesia será edificada y todos los “gérmenes” serán eliminados. No habrá críticas, chismes ni murmuraciones. Más bien, todos estaremos alabando, dando voces, diciendo: “¡Aleluya!”. Estaremos llenos de Cristo, y la iglesia será edificada. Esto no tiene que ver con los dones, ni con las enseñanzas, sino que es cuestión de comer a Jesús, vivir por Jesús y así reunirnos con Jesús. Todos nos reunimos llenos de Cristo. Cristo es nuestra vida en nuestro diario andar, y Cristo es nuestra función, nuestro ministerio, en nuestras reuniones. De esta manera la iglesia es edificada.
Las palabras iglesia e iglesias se usan nueve veces en el capítulo 14, y edifica, edificado y edificación se usan siete veces. La intención de Dios es edificar la iglesia, y la manera de edificar la iglesia es reunirnos. Cuanto más nos reunimos, tanto más la iglesia es edificada. No obstante, necesitamos algo con qué reunirnos; necesitamos a Cristo en nuestro diario andar. Día a día vivimos por Cristo, disfrutamos a Cristo, experimentamos a Cristo, ganamos más de Cristo, somos llenos con Cristo y estamos llenos de Cristo. Entonces tenemos al Cristo con el cual reunirnos.
Cristo es nuestra vida en nuestro diario andar, y esta vida se expresa principalmente en amor (cap. 13). El amor es la expresión de la vida. El amor es la expresión exterior, y la vida es la realidad interior. Todos en nuestro interior tenemos a Cristo como nuestra vida, y esta vida se expresa en amor. Por tanto, todos nos amamos los unos a los otros, no de una manera carnal sino en el espíritu. Nos amamos, y este amor es la expresión de la vida interior, y esta vida interior es simplemente Cristo. Así que, tenemos a Cristo y estamos llenos de Cristo. Así asistimos a la reunión con Cristo; nos reunimos con Cristo. Tenemos algo de Cristo con el cual reunirnos, y tenemos un espíritu fuerte. Cuando decimos algo, lo decimos en el espíritu. Cuando cantamos, cantamos en el espíritu. Tenemos la demostración de nuestro espíritu junto con todas las riquezas de Cristo. Es así como la iglesia es edificada. Esto no es meramente doctrina, teoría ni teología. Esto es un hecho, una realidad y una expresión práctica. Hemos visto esto claramente en la iglesia en Los Ángeles, y ahora lo estamos viendo en muchas iglesias locales.
Lo que hemos hablado aquí constituye el extracto de 1 Corintios. Todos debemos darnos cuenta de que hoy nuestro Cristo es el Espíritu vivificante (15:45; 2 Co. 3:17a), y nosotros somos un solo espíritu con Él (1 Co. 6:17). Él es el Espíritu vivificante, nosotros tenemos un espíritu regenerado, y estos dos espíritus se han mezclado. Somos un solo espíritu con el Señor. Ahora debemos aprender a andar en el espíritu. Nunca debemos andar en el alma; nunca debemos ser una persona anímica, sino una persona espiritual (2:14-15). Andamos en el espíritu día tras día, disfrutando a Cristo. Entonces cuando asistimos a las reuniones, venimos con un espíritu fuerte y con todas las riquezas de Cristo. Tomamos la iniciativa para decir algo y nuestro espíritu nos sigue. Nuestro espíritu está sujeto a nosotros (14:32). Esto es maravilloso. El libro de 1 Corintios trata acerca de Cristo como nuestra vida en nuestro diario andar y acerca de Cristo como nuestra función, nuestro ministerio, en nuestras reuniones con miras a la edificación de la iglesia. La iglesia es edificada de esta manera.