
Este pequeño libro está compuesto de mensajes dados por el hermano Witness Lee en septiembre de 1970 en San Francisco, California.
Si soy una persona que vive en la parte emotiva, me afectará fácilmente lo que otros digan de mí. Si dicen algo bueno acerca de mí, estaré contento. Si dicen algo malo acerca de mí, me ofenderé. Si vivo en las emociones, simplemente soy una persona superficial. Pero, si permanezco en mi espíritu, mis emociones son aisladas. Cuando estoy en mi espíritu, nada me molesta. No importa cuánto me alaben ni cuánto me reprendan, eso no me afecta porque estoy refugiado en mi espíritu y permanezco en mi espíritu. Algunas veces quizá no dormimos bien porque estamos en nuestra mente, pensando y razonando. Nos preocupamos mucho porque estamos acostumbrados a estar en nuestra mente. Todos tenemos que ejercitarnos y refugiarnos en nuestro espíritu. Si nos refugiamos en nuestro espíritu, estaremos en paz (Ro. 8:6), y conseguiremos el mejor de los sueños.
Además, si no estamos en el espíritu, no estamos seguros acerca de nada en nuestra vida diaria. Muchas veces, si no estamos en el espíritu, no somos justos ni honestos. Supongamos que un esposo y su esposa empiezan a discutir. Cuanto más pelean, más razones tienen para pelear. Hoy en día hay tantos divorcios simplemente por esta clase de pleitos interminables, pero nosotros los cristianos tenemos un lugar en donde refugiarnos. Mientras que pelea con su esposa, debe recordar que usted es un santo querido y que tiene un espíritu regenerado. Refúgiese en ese espíritu. Deje de pelear, deje de usar su boca. Refúgiese en su espíritu, y permanezca en su espíritu. Si practica esto, será honesto y justo. Entenderá todo; se dará cuenta de que usted está equivocado, y no su esposa. El único lugar en el cual podemos ver las cosas claramente es nuestro espíritu.
Supongamos que oigo algo que no es tan bueno. Si estoy en mi mente o en mi parte emotiva, no puedo discernir el asunto clara, justa ni correctamente. Quizá incluso trate inmediatamente de hablar de ese asunto negativo con otro hermano. Si el hermano que me escucha ha aprendido algunas lecciones, no me dirá ni una palabra de su mente, sino que permanecerá en su espíritu. Quizá yo trate de motivar su interés en este asunto, pero si él permanece en su espíritu mis palabras serán detenidas. Algunas veces esto incluso me ayudará a refugiarme en mi espíritu. Entonces en mi espíritu, quizá tenga la sensación profunda de que estoy equivocado. El único lugar en el cual podemos ver las cosas clara, justa, honesta, fiel y verazmente es en nuestro espíritu. Si queremos saber de algún asunto, si queremos conocernos a nosotros mismos, o si queremos conocer la verdadera situación de nuestra vida familiar, tenemos que estar en nuestro espíritu (1 Co. 2:11a).
Necesitamos estar en el espíritu para poder conocer la iglesia o ver algo de la iglesia. Nunca podremos ver la iglesia, el misterio de Cristo, al usar meramente nuestra mente para considerar y tratar de entenderla. Cuanto más hagamos esto, más estaremos confundidos. No debemos confiar en nuestra mente, sino que tenemos que cooperar con Dios refugiándonos en nuestro espíritu. Muchos de nosotros quizá hayamos visto algo de la iglesia, pero tenemos que ver más para poder permanecer en la iglesia. Debemos orar diciendo: “Señor, sálvame. Líbrame de mi mente, mi parte emotiva y mi voluntad. Ayúdame a permanecer en mi espíritu”. Algunos quizá no han visto la iglesia. Si usted no ha visto la iglesia, no discuta con otros acerca de este asunto ni trate de entenderlo por sí mismo. Simplemente vuélvase a su espíritu. Necesita darse cuenta de que la parte más profunda de su ser es su espíritu humano. Su espíritu es el verdadero sitio donde Dios puede revelarle las cosas. Si se vuelve a su espíritu y permanece allí, la iglesia se le puede revelar.
Necesitamos un espíritu de sabiduría y de revelación para que los ojos de nuestro corazón sean iluminados (Ef. 1:18). Estos no son nuestros ojos físicos, sino los ojos interiores, los ojos de nuestro corazón. Como tenemos un espíritu, nuestros ojos interiores pueden ser iluminados. Entonces no sólo podremos entender, sino también ver. Debemos darnos cuenta de que es mucho mejor ver que entender. A través de los años he aprendido que no debo confiar ni en mi conocimiento ni en mi entendimiento. No importa cuánto me digan acerca de la ciudad de Londres, no confío en eso. Con en el tiempo, tendré que ir a mirar la ciudad de Londres. Cuando vaya allá, lo que vea será diferente de lo que entendí. Nunca podremos entender tanto como lo que podemos ver. No es suficiente que entendamos las cosas con respecto a la iglesia, necesitamos ver la iglesia.
Pablo ora para que nosotros tengamos un espíritu de sabiduría y de revelación a fin de que nuestros ojos interiores puedan ser iluminados hasta que veamos tres cosas: la esperanza a que Dios nos llamó (v. 18), la gloria de la herencia de Dios (v. 18) y la supereminente grandeza de Su poder (v. 19). Estas tres cosas profundas van mucho más allá de nuestro concepto humano.
Todos hemos sido llamados por Dios, pero ¿qué es la esperanza del llamado de Dios? Algunos quizá digan que nuestra esperanza consiste en ir al cielo. Pero si uno lee la Biblia, se dará cuenta de que Dios desea venir a la tierra. Los cielos quizá sean muy preciosos para usted, pero la tierra es más preciosa para Dios. En Mateo 6:10, el Señor Jesús oró para que la voluntad de Dios fuera hecha en la tierra así como lo es en el cielo. Para Dios la tierra es más importante que los cielos. Nosotros los cristianos siempre pensamos que esta tierra no tiene esperanza y que nos vamos a otro lugar. Pero el Señor oró para que el reino de Dios viniera a la tierra y que Su voluntad fuera hecha así en la tierra como lo es en los cielos. Incluso la Nueva Jerusalén un día “descenderá del cielo” (Ap. 21:2). Para Dios, la tierra es mucho más preciosa que los cielos. El cielo no es la esperanza de nuestro llamado. Dios no nos llamó para que muriéramos y fuéramos al cielo. En Salmos 8:1, el salmista declara: “¡Oh Jehová, Señor nuestro, cuán admirable es Tu nombre en toda la tierra!” Nuestra esperanza está relacionada con nuestra vida en esta tierra.
Este concepto de esperar siempre ir al cielo es de la superstición del catolicismo. El catolicismo es una mezcla de la verdad de la Biblia y el paganismo. En el budismo está la enseñanza de que después de morir uno se va a un lugar bueno como una recompensa, y esta clase de pensamiento ha sido adoptada por el catolicismo. Muchos cristianos han sido adoctrinados con esta superstición pagana. Algunos quizá se turben con esta palabra y pregunten: “Después que somos salvos, ¿a dónde vamos cuando morimos?” La Biblia revela que el Hades, como el Seol del Antiguo Testamento (Gn. 37:35; Sal. 6:5), es el lugar donde las almas y los espíritus de los muertos están guardados (Lc. 16:22-23; Hch. 2:27). Sin embargo, el Hades está dividido en dos secciones: la sección placentera, el Paraíso, donde están todos los santos salvos, esperando la resurrección (Lc. 16:22-23, 25-26), y a donde el Señor Jesús fue con el ladrón salvo después que murieron en la cruz (Lc. 23:43; Hch. 2:24, 27, 31; Ef. 4:9; Mt. 12:40); y la sección de tormento, donde están todos los pecadores perdidos (Lc. 16:23, 28). Como personas salvas, podemos estar en paz. Hay un lugar apropiado para nosotros, pero ésta no es la esperanza a la cual fuimos llamados.
La esperanza a la cual Dios nos llamó es: “Cristo en vosotros, la esperanza de gloria” (Col. 1:27). Cristo realizado por nosotros, experimentado por nosotros y ganado por nosotros al grado máximo es la esperanza de nuestro llamado. Dios nos llamó, nos justificó y nos glorificará, conformándonos a la imagen de Su Hijo (Ro. 8:29-30). Un día nosotros seremos absolutamente iguales a Cristo (1 Jn. 3:2). Nuestra esperanza no es sólo Jesús como nuestro Redentor o como nuestra vida, sino Cristo como nuestra manifestación y consumación final, como nuestra gloria. Nosotros esperamos ser plenamente conformados a la misma imagen de Cristo. Esta es la consumación final del disfrute de Cristo, y ésta es la esperanza a la cual Dios nos llamó.
El segundo asunto por el cual Pablo ora en cuanto a nosotros es que veamos la gloria de la herencia de Dios en los santos (Ef. 1:18). Siempre estamos preocupados acerca de nuestra propia herencia, pero Dios quiere que cuidemos de Su herencia. La herencia de Dios en los santos es Cristo. El Cristo que ha sido forjado en cada uno de nosotros es la herencia de Dios. Cristo lo es todo. Para nosotros, Cristo es nuestra esperanza, y para Dios, Cristo es Su herencia. No hay nada en nosotros digno de ser la herencia de Dios. Sólo el mismo Cristo que ha sido forjado en nosotros puede ser la herencia de Dios. Necesitamos preguntarnos cuánto de Cristo ha sido forjado en nosotros. Quizá no haya mucho en nosotros que sea bueno para que Dios herede porque hay muy poco de Cristo que haya sido forjado en nosotros. Por esto necesitamos ser transformados, necesitamos tener un cambio metabólico (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18), y ser conformados a la imagen de Cristo. Todos necesitamos más de Cristo forjado en nuestro ser. La gloria de la herencia de Dios en los santos es el Cristo de gloria que está dentro de nosotros. Cuando todos seamos transformados y transfigurados, conformados a Cristo al máximo, Dios estará contento. Todos los santos queridos serán Su herencia, y esta herencia será Cristo mismo forjado plenamente en todos Sus creyentes.
El tercer punto por el cual Pablo oró para que lo veamos es: “...la supereminente grandeza de Su poder” (Ef. 1:19). Este es el poder que Dios ha forjado en Cristo para hacer cuatro cosas: 1) levantarle de entre los muertos (v. 20); 2) sentarle a la diestra de Dios (v. 20); 3) someter todas las cosas bajo Sus pies (v. 22); y 4) dar a Cristo por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia (v. 22). Todos tenemos que ver la supereminente grandeza de este poder que Dios forjó en Cristo. Este es el poder que venció la muerte, la tumba y el Hades al levantar a Jesús de entre los muertos, que sentó a Cristo a la diestra de Dios en los lugares celestiales por encima de todo, que sujetó todas las cosas bajo Sus pies y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. Este gran poder es para con nosotros los que creemos. Necesitamos conocer este poder porque el resultado producido por este poder es la iglesia.
No somos la iglesia meramente porque hemos sido salvos y porque nos reunimos. No podemos decir que eso esté mal, pero es un entendimiento muy superficial. Necesitamos ver que la iglesia normal, auténtica, apropiada y verdadera proviene de este gran poder. Si usted tiene el poder que levantó a Cristo, que le sentó a la diestra de Dios, muy por encima de todo, que sujetó todas las cosas bajo Sus pies, y que le dio el derecho de ser Cabeza sobre el universo, tiene la iglesia. Esta iglesia es el Cuerpo de Cristo: “la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo” (v. 23). Cristo, quien es el Dios infinito e ilimitado, es tan grande que todo lo llena en todo. Este grandioso Cristo necesita que la iglesia sea Su plenitud para Su expresión completa. Esta iglesia llega a existir, no por la enseñanza, ni por los dones, ni por las formas, ni por los rituales, ni por la organización, sino por el poder del Cristo resucitado, ascendido y entronado, quien ahora es la Cabeza por encima de todas las cosas de la iglesia. Efesios 1:22 no dice que Cristo ha sido hecho Cabeza sobre todas las cosas por la iglesia, sino a la iglesia. Todo lo que El es, lo que ha obtenido y adquirido, es a la iglesia. “A la iglesia” implica una clase de trasmisión. Todo lo que Cristo, la Cabeza, obtuvo y adquirió es trasmitido a la iglesia, Su Cuerpo. En esta trasmisión la iglesia comparte con Cristo todos Sus logros: la resurrección de entre los muertos, estar sentado en Su trascendencia, la sujeción de todas las cosas bajo Sus pies, y la autoridad de ser Cabeza sobre todas las cosas. Tal iglesia es el Cuerpo de Cristo, Su plenitud.
Todos debemos darnos cuenta de que nada de nuestra vida natural, naturaleza o composición, y nada de nuestro ser es parte de la iglesia. Sólo la misma porción de Cristo que ha sido forjada en nosotros es parte de la iglesia. Hoy Cristo está en los cielos, pero también está aquí sobre la tierra. El es como la electricidad. La electricidad está en una casa en un extremo y al mismo tiempo está muy lejos en un generador en otro extremo. Toda la luz y las funciones de los aparatos en la casa proviene de esta electricidad. Hoy, Cristo es la electricidad celestial. El está en los cielos, pero también está dentro de nosotros como la fuente para que nosotros tengamos la vida de la iglesia. Como la electricidad celestial, Cristo está siendo trasmitido a la iglesia. Tenemos que darnos cuenta de que todo lo que Dios ha hecho por nosotros, con nosotros y en nosotros es para la iglesia. Sin importar por cuántos años usted es salvo, cuánto ame al Señor, cuán espiritual sea o cuánto crecimiento tenga, si tan solo usted no es para la iglesia, hay algo mal. La intención de Dios no consiste meramente en salvarnos, ni en que seamos espirituales o le amemos. La intención de Dios consiste en forjar en nosotros al Cristo resucitado, ascendido y entronizado, quien es la Cabeza sobre todas las cosas, para hacernos una parte de la iglesia. Todos debemos ver la iglesia de esta manera.
En nuestras reuniones necesitamos invocar el nombre del Señor. Invocar el nombre del Señor es recibirle, inhalarle como el Espíritu (Lm. 3:55-56; Jn. 20:22). Esto ocasionará que más de Cristo sea forjado en nosotros, pero el resultado debe ser para la iglesia. Todos debemos darnos cuenta de que cuando invocamos al Señor, comemos, bebemos y respiramos del Señor, lo hacemos para la iglesia. Tenemos que dedicarnos a la iglesia y estar en ella. Si usted no está en una iglesia local auténtica, y no está en el terreno de la unidad del Cuerpo de Cristo, no puede estar plenamente satisfecho; no puede tener el sentimiento profundo de que está en su hogar. Si no está en tal iglesia local y si no lleva la vida de la iglesia local, estará intranquilo como un vagabundo sin hogar. En la iglesia estamos en casa porque la iglesia es nuestro destino y también nuestra destinación (Ef. 2:19). Esto se debe a que la iglesia también es el destino de Dios, incluso la destinación de Dios.
Todos necesitamos recibir un espíritu de sabiduría y de revelación para poder ver estos tres asuntos: 1) la esperanza a que Dios nos llamó, la cual es Cristo; 2) la gloria de la herencia de Dios en los santos, la cual también es Cristo; y 3) la supereminente grandeza del poder que produce la iglesia, el poder que levantó a Cristo, que le sentó en los lugares celestiales, que puso todas las cosas debajo de Sus pies y que le dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia.