
Debemos seguir adelante y ver las entrañas [las partes internas] y lo secreto [la parte escondida] de nuestro ser. Debemos recordar estas dos expresiones: las entrañas y lo secreto. Las entrañas de nuestro ser son las partes de nuestra alma y lo secreto es nuestro espíritu. Tanto nuestra alma como nuestro espíritu tienen tres partes, mientras que el corazón consta de las tres partes del alma junto con la primera parte del espíritu. Debemos dedicar tiempo a considerar los detalles de todas estas partes. Primero debemos ver cuál es la función del corazón y cómo tratar con él. Después debemos ver el espíritu y, finalmente, el alma. Esperemos en el Señor para que nos conceda la gracia de ver claramente todas estas partes, para que seamos suficientemente impresionados al comprender todas las partes de nuestro ser, y para que sepamos cómo ejercitar nuestro espíritu y nuestro corazón a fin de experimentar al Señor. En este capítulo debemos ver las funciones del corazón, las del espíritu, y las del alma.
Conforme a lo narrado en las Escrituras, lo primero que debe ser tratado es el corazón, no el espíritu ni el alma. Esto se debe a que el corazón está compuesto de todas las partes del alma y de la parte más importante del espíritu: la conciencia. Nuestra relación con el Señor debe comenzar con la conciencia. Si nuestra conciencia está mal, podemos estar seguros de que estaremos mal tanto para con Dios como para con otros. Por lo tanto, puesto que la conciencia es la parte principal del corazón, éste debe ser tratado primero para asegurar una apropiada relación con Dios.
Segunda Corintios 3:16 dice: “Pero cuando se conviertan (los corazones) al Señor, el velo se quitará”. Lo primero que debe convertirse al Señor es el corazón. Esto es verdadero arrepentimiento. Cuando estábamos caídos, nuestro corazón estaba apartado del Señor. Sin embargo, cuando nos arrepentimos, nuestro corazón fue convertido al Señor. Este asunto de convertir el corazón hacia el Señor no se efectúa de una vez por todas. Nuestro corazón debe tornarse al Señor todo el tiempo, todos los días. Cada mañana debemos tornar nuestro corazón de nuevo al Señor. Después de levantarnos, debemos acudir al Señor y decirle: “Señor, aquí estoy. Por Tu gracia y Tu misericordia quiero tornar mi corazón de nuevo a Ti este día”.
Cuando nuestro corazón se convierte al Señor, el velo es quitado. Mucha gente dice: “¿Por qué no tengo ninguna guía? ¿Por qué no conozco la voluntad del Señor?” Pero el problema es: ¿en dónde está el corazón de ellos y hacia dónde está orientado? El corazón de ellos debe convertirse al Señor y sintonizarse con El. Cuando yo era joven casi todos los días oraba 2 Corintios 3:16: “Señor, haz que torne mi corazón a ti”. ¡Esto funciona! Tan sólo pruébelo. Antes de leer la Palabra en la mañana, en primer lugar, torne su corazón al Señor. El velo será quitado y habrá luz. El velo que está entre usted y el Señor será quitado al tornar su corazón al Señor, y usted verá la luz.
Una vez que el corazón se ha convertido al Señor, lo siguiente que debe hacer es ejercitar la fe. Romanos 10:9-10 dice: “Si ... creyeres en tu corazón” y “con el corazón se cree”. Creer no es algo que se haga con el espíritu, la mente ni la voluntad, sino con el corazón: “Porque con el corazón se cree”. Debemos aprender a usar nuestro corazón para creer, a fin de cooperar con el Espíritu que mora en nuestro interior. Después de que nuestro corazón se torne al Señor, inmediatamente debemos ejercitar la fe en nuestro corazón. Debemos ejercitar nuestro corazón para creer todo lo que el Señor dice en la Palabra. Por medio de ejercitar nuestro corazón debemos creer todo lo que sintamos profundamente. Debemos ceer en el Señor en medio de nuestro ambiente. En todas las situaciones dentro de nuestro contorno de circunstancias, debemos siempre ejercitar nuestro corazón para creer al Señor. Ejercitar la fe en el Señor evitará toda duda en nuestro corazón. Debemos aun orar que el Señor proteja de las dudas nuestro corazón.
En tercer lugar, el corazón debe ser purificado de mala conciencia (He. 10:22). El corazón en sí no es lo que ha de ser purificado, sino la mala conciencia. Nuestra conciencia siempre necesita la purificación de la sangre redentora del Señor Jesús. Cuanto más tornemos al Señor nuestro corazón y cuanto más creamos en el Señor por medio de ejercitar nuestro corazón, más sentiremos en nuestra conciencia que estamos equivocados en muchos asuntos. Cuando nuestro corazón no se ha tornado al Señor, no sentimos que nuestra conciencia esté mal. Cuando nuestro corazón se aparta del Señor tenemos un solo sentir: que nosotros estamos bien en todo; todos los demás están equivocados, pero nosotros estamos correctos. Cuando tornamos al Señor nuestro corazón sólo podemos vernos a nosotros mismos; no podemos ver a los demás. Cuanto más creamos en El, más sentiremos lo mal que estamos en tantas cosas. Estamos mal con nuestra esposa, con nuestro esposo, con nuestros hijos, con nuestros padres, con nuestros compañeros de clase. ¿Qué son estas acusaciones en nuestro corazón? Son las acusaciones de nuestra conciencia. En este punto, conforme a la acusación interna de nuestra conciencia, nosotros espontáneamente confesaremos todo. Cuanto más confesemos, más será aplicada la sangre del Señor Jesús a nuestra conciencia. Esta será purificada, limpiada y quedará sin ofensa: una conciencia pura. Que nuestro corazón esté purificado de toda mala conciencia significa que nuestra conciencia ha sido purgada hasta tal grado que ya no hay condenación en nuestro corazón. Nuestro corazón tiene paz y está lleno de gozo en el Señor.
Además, conforme a Ezequiel 36:26, el corazón debe ser renovado. En Ezequiel 36:25 el Señor dice: “Esparciré sobre vosotros agua limpia, y seréis limpiados de todas vuestras inmundicias; y de todos vuestros ídolos os limpiaré”. Pero esto no es todo. Limpiarnos de nuestras inmundicias, de nuestros pecados y hasta de nuestros ídolos es solamente el lado negativo. Necesitamos algo positivo. Por lo tanto, el versículo siguiente dice: “Os daré corazón nuevo”. Un corazón nuevo es el corazón viejo renovado.
Por lo tanto, hay cuatro pasos en cuanto al tratar con el corazón. Estos no ocurren de una vez por todas cuando creemos en el Señor Jesús y le recibimos como nuestro Salvador. Estos cuatro pasos deben refrescar todos los días el corazón de los que buscamos al Señor. Debemos tornar nuestro corazón al Señor, debemos ejercitar nuestro corazón para creerle a El, debemos tener un corazón purificado de mala conciencia, y debemos renovarlo una y otra vez. La renovación de nuestro corazón no es un asunto que ocurra de una vez por todas. Creo que si el apóstol Pablo estuviera aquí hoy día, necesitaría que su corazón fuera renovado. Debemos poner estos pasos en práctica inmediatamente. Al levantarnos en la mañana debemos orar: “Señor, hazme tornar mi corazón a Ti”. Luego debemos ejercitar nuestro corazón para creer al Señor: “Señor, te creo y creo Tu Palabra. Creo en el hecho de que Tú tratas conmigo y de que tratas con todo el ambiente que me rodea”. En este punto sentiremos cuán equivocados hemos estado, cuántos errores hemos cometido y cuánta inmundicia tenemos. Por lo tanto, debemos confesar para que seamos limpiados y purificados de mala conciencia. Entonces nuestro corazón será renovado otra vez.
Estos cuatro pasos harán que nuestro corazón funcione adecuadamente. La función del corazón es amar al Señor, porque es el órgano de amar de nuestro ser. Esto lo prueba Marcos 12:30: “Amarás al Señor con todo tu corazón”. El corazón fue creado con el propósito de amar al Señor. Si no tuviéramos corazón no podríamos amar. ¿Acaso podríamos ver si no tuviéramos ojos? ¿Podríamos oír si no tuviéramos oídos? ¿Podríamos pensar si no tuviéramos mente? ¡No! Tampoco podríamos amar si no tuviéramos corazón. Muchos cristianos no saben cuál es la función del corazón. Ellos saben cuál es la función de los ojos, la de los oídos, la de la mente, pero simplemente no saben cuál es la función del corazón.
El amor es un asunto que corresponde al corazón. No podemos amar a la gente con la nariz; tampoco podemos amar a la gente con las manos. El corazón es el único órgano para amar. Nadie puede decir que no ama cosa alguna. Todo el mundo ama algo: ya sea al Señor mismo o a alguna otra cosa. Cuanto más tornemos nuestro corazón al Señor, más ejercitaremos nuestro corazón para creer al Señor, y más nuestro corazón será limpiado de mala conciencia y renovado. Entonces tendrá una mayor capacidad de amar al Señor. Esta es la función de un corazón renovado. Cada mañana debemos renovar nuestro corazón para que podamos amar al Señor cada vez más.
Todas las experiencias espirituales comienzan con un amor en el corazón. Si no amamos al Señor es imposible recibir algún tipo de experiencia espiritual. De hecho, la primera experiencia de nuestra vida cristiana, la salvación, tiene que ver con el hecho de que el corazón ame al Señor Jesús. A ninguna persona que verdaderamente se arrepiente le falta en su corazón amor hacia el Señor. Es posible que no tengan palabras para expresarlo, pero interiormente tienen la dulce sensación de amor. No tienen el conocimiento, pero, su experiencia inicial de salvación es una reacción o un reflejo de amor en el corazón hacia el Señor.
Debemos aprender a tornar continuamente nuestro corazón y a ejercitarlo, para tener un corazón purificado de mala conciencia y nuevamente renovado con el fin de poder amar al Señor cada vez más. Que la iglesia perdiera su primero y fresco amor hacia el Señor fue la causa de que ella cayera y se degradara. Cuando nuestro corazón no sea fresco en cuanto a amar al Señor, habremos caído. Debemos volver nuestro corazón hacia el Señor una y otra vez, y renovarlo continuamente para que tengamos un nuevo y fresco amor para con el Señor.
Ahora que hemos visto la función del corazón, necesitamos considerar la función del espíritu. En primer lugar, la Biblia nos dice que nosotros originalmente estábamos muertos, pero que cuando recibimos al Señor Jesús fuimos vivificados y avivados. ¿Qué significa eso de que estábamos muertos? Cuando yo era joven no podía entenderlo. Me decía a mí mismo: “¿Cómo pueden ellos decir que estoy muerto si estoy vivo?” Por supuesto, más adelante aprendí que estaba muerto en mi espíritu. Era mi espíritu lo que estaba muerto y no tenía función. La función del espíritu es tener contacto con Dios, tener comunión con Dios, y recibir y adorar a Dios. Pero debido a la caída, el espíritu llegó a adormecerse y no podía funcionar.
Cuando recibimos al Señor Jesús como nuestro Salvador, el Espíritu Santo —y debemos recordar que cuando se usa el título “Espíritu Santo”, significa el Espíritu todo-inclusivo— entró en nuestro espíritu y tocó nuestro espíritu. Por medio de este toque, nuestro espíritu fue vivificado. La palabra vivificado no ha podido ser traducida adecuadamente a nuestra lengua. En griego significa algo así: “tan sólo por un toque, se ministra y se imparte vida”.
Tal vez podamos representar esto con la electricidad: cuando tocamos la electricidad, algo de la electricidad es transmitido a nuestro interior. Por un toque simple y pequeño, la electricidad es transmitida. Del mismo modo, el Espíritu Santo entró en nuestro espíritu para tocar nuestro espíritu, y por este toque, la misma vida que el Señor Jesús mismo es, fue impartida en nosotros. Nuestro espíritu adormecido y muerto revivió inmediatamente. Esto es algo más que un milagro. Muchas veces hemos pensado que sería maravilloso y milagroso si una persona muerta fuera resucitada. Sin embargo, debemos darnos cuenta de que es todavía más milagroso que el Espíritu Santo vivifique nuestro espíritu muerto. La historia narra que miles y millones de personas han sido cambiadas rápidamente debido a que su espíritu muerto fue avivado. En sólo un segundo, una persona muerta en espíritu puede ser avivada. El Espíritu Santo es mucho más poderoso que la electricidad y se transmite mucho más rápido que ésta.
Colosenses 2:13 y Efesios 2:1, 5 dicen que nuestro espíritu estaba muerto y que después se le dio vida. Nosotros estábamos muertos en pecados y después se nos dio vida juntamente con Cristo. Estos dos pasajes prueban que originalmente nosotros estábamos muertos en nuestro espíritu pero que cuando recibimos al Señor Jesús como nuestro Salvador, nuestro espíritu muerto fue vivificado y recibió vida. Cuando a nuestro espíritu se le dio vida, también fue regenerado. El prefijo “re” de la palabra regeneración significa “de nuevo”. Esto significa que a nuestro espíritu no sólo se le dio vida, sino también que otra vida nos fue añadida en nuestro espíritu. Esta otra vida es la vida divina e increada de Dios. Esta vida es Cristo mismo. Cuando el Espíritu Santo, con base en la obra redentora de Cristo, entró en nosotros, no sólo vivificó nuestro espíritu muerto, sino que también introdujo a Cristo en nuestro espíritu. Esta nueva vida agregada a nuestro espíritu es algo más que lo que Dios nos dio en la creación.
Por lo tanto, nuestro espíritu muerto no sólo ha sido recobrado y avivado, sino que una nueva substancia ha sido agregada a nuestro espíritu. Esta substancia o esencia nueva y adicional es Cristo mismo. Esto es un nuevo nacimiento, la regeneración. Juan 3:6 dice: “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Por el nuevo nacimiento, o regeneración, algo que originalmente no teníamos fue agregado a nosotros. Debemos decir esto una y otra vez: algo ha sido agregado. No sólo lo viejo y muerto ha sido renovado y vivificado, sino que Cristo mismo ha sido agregado a nosotros como la misma esencia de la vida divina. Esto es regeneración y vida nueva. Por medio de todo esto ahora nosotros tenemos un nuevo espíritu (Ez. 36:26).
Permítame preguntar: ¿Ha recibido usted a Cristo mismo como su vida nueva? Si su respuesta es “sí”, yo preguntaría: ¿Entonces por qué es usted tan pobre? Los cristianos deben reconocer a Cristo como su realidad viviente. La energía atómica no sólo es algo exterior sino también algo interior. Hasta en una simple hoja de papel hay energía atómica. Pero cuando usted recibió a Cristo, algo más poderoso que la energía atómica fue agregado a su espíritu. Si cree usted esto, tiene usted que saltar y decir: “¡Aleluya!” Tiene usted que agradecerle a El y alabarle porque este Cristo maravilloso, todo-inclusivo, inagotable e inmensurable realmente ha sido agregado a usted. Simplemente no tenemos palabras adecuadas para describir al Cristo que ha entrado en nosotros. Sólo la eternidad puede decirlo.
Pero, alabado sea El, esto no es todo. Nuestro espíritu también está habitado por el Espíritu Santo todo-inclusivo. Cuando fuimos salvos, Dios no sólo renovó nuestro corazón y nuestro espíritu, sino que también puso Su propio Espíritu en nosotros (Ez. 36:26, 27; Jn. 14:17). Este maravilloso Espíritu mora (Ro. 8:11) en nuestro espíritu humano (Ro. 8:16). Nuestro espíritu es la propia morada del Espíritu Santo. Considere cuán maravilloso es este Espíritu. Desde el momento de nuestra salvación, nuestro espíritu muerto ha llegado a ser un espíritu que ha sido vivificado y regenerado con Cristo como vida divina, y también ha sido habitado por el Espíritu Santo todo-inclusivo. Ahora nosotros tenemos tal espíritu.
Pero aun esto no es todo. Ahora nuestro espíritu está unido al Señor como un solo espíritu. Nuestro espíritu y el Señor mismo como el Espíritu se han unido en un solo espíritu (1 Co. 6:17). No hay palabras humanas que puedan agotar este misterio.
¿Cuál es el propósito y la función del espíritu? Es tener contacto con el Señor, recibirlo, adorar a Dios (Jn. 4:24) y tener comunión con las Personas divinas del Dios Triuno. El corazón es el órgano para amar, mientras que el espíritu es el órgano para tener contacto y recibir. No podemos amar con nuestro espíritu. Debemos amar con nuestro corazón. Pero por medio de nuestro espíritu debemos recibir a Aquel a quien amamos y tener contacto con El.
Nunca olvidaré a una hermana que se molestó por un mensaje como éste. Ella pensaba que era suficiente si nuestro corazón amaba al Señor, y que no había necesidad de hablar del espíritu. Creía que el corazón y el espíritu eran palabras sinónimas. Tal vez después de haber escuchado tal mensaje, esta hermana no pudo dormir bien por la noche, porque a la mañana siguiente, a la hora del desayuno, preguntó: “¿No es acaso suficiente que nuestro corazón ame al Señor? ¿Por qué es necesario hablar del espíritu?” Yo contesté: “Hermana, aquí tengo una preciosa Biblia. ¿Acaso usted la ama?” A lo que ella contestó: “Por supuesto que la amo”. Entonces le dije: “¡Tómela!”. Cuando estiró la mano le dije: “¡No, no use la mano! Su corazón es el que ama la Biblia. Mientras su corazón ame la Biblia todo está bien. No es necesario que use la mano para tomarla”. El punto es claro. No podemos decir que mientras nuestro corazón ame al Señor es más que suficiente. Se necesita el espíritu para tomar a Cristo.
Supongamos que yo amara mi desayuno. ¿Será suficiente que mi corazón ame el tocino, el pan tostado, la leche, el jugo, etc.? ¡Absolutamente no! Si eso fuera suficiente, me temo que en unos cuantos días me estarían enterrando. Amar es un asunto del corazón, pero para recibir algo debe usarse otro órgano. El órgano que vayamos a usar, está determinado por lo que vamos a recibir. Si va uno a recibir comida, debe utilizar la boca; si va uno a recibir una voz, debe utilizar los oídos. Si va uno a recibir un colorido escenario, debe utilizar los ojos. Ahora bien, puesto que amamos al Señor, ¿cuál órgano debemos usar para recibirlo? ¿los ojos acaso? Cuanto más buscamos al Señor, más desaparecerá. Con todo propósito Dios sólo creó un órgano para recibirlo y tener contacto con El. Ese órgano es el espíritu. El espíritu que tenemos en nuestro interior tiene espiritualmente la misma función que el estómago físicamente. Fue creado específicamente con el propósito de que recibiéramos a Dios en nuestro interior.
Pero antes de poder recibir algo, uno debe sentir amor por ello. Nadie recibe cosa alguna si primero no la ama. Si usted no amara el desayuno sería difícil para usted recibirlo. Es por eso que usted primero debe tener apetito. Cuando amamos al Señor le recibimos, tenemos contacto con El, nos comunicamos con El y tenemos comunión con El. El corazón sirve para que amemos, pero el espíritu sirve para que recibamos. Mediante la renovación del corazón tenemos un nuevo interés y un nuevo deseo de amar al Señor. Mediante la renovación del espíritu tenemos una nueva habilidad y una nueva capacidad para recibir al Señor. Por lo tanto, después de que nuestro espíritu ha sido vivificado y Cristo como vida ha sido agregado a él, después de que ha sido habitado por el Espíritu Santo y después de que se ha unido al Señor como un solo espíritu, llega a ser un órgano muy fino para recibir al Señor y tener contacto con El.
A continuación vamos a tratar con el alma. Lo primero que debemos aprender en cuanto a tratar con el alma es que debemos negarla. Dos pasajes, Mateo 16:24-26 y Lucas 9:23-25, nos dicen claramente que debemos negar el alma, la cual es el yo. En el capítulo anterior vimos que el alma, nuestro propio yo, está compuesta de tres partes: la mente, la voluntad y la emoción. Por lo tanto, debemos aprender a negar nuestra mente natural, nuestra voluntad natural y nuestra emoción natural.
En segundo lugar, el alma debe ser purificada (1 P. 1:22), lo cual se logra principalmente por recibir la Palabra. La Palabra de Dios puede purificar el alma de muchas cosas carnales, mundanas y naturales. Nuestra alma es nuestro yo, nuestro propio ser, el cual ha sido muy dañado y ocupado por cosas carnales, mundanas y naturales. Por lo tanto, primero debemos negar nuestra alma; entonces, cuanto más neguemos nuestra alma, más será ésta purificada por la Palabra de Dios.
En tercer lugar, nuestra alma debe ser transformada (2 Co. 3:18 y Ro. 12:2). Segunda Corintios 3:18 dice que debemos ser transformados, pero no indica en qué parte debemos ser transformados. Sin embargo, Romanos 12:2 muestra que somos transformados por la renovación de la mente. Por consiguiente, la transformación debe ser efectuada en nuestra alma, puesto que la mente es la parte gobernante del alma. Después que nuestro espíritu ha sido regenerado, nuestra alma debe ser transformada.
¿Cuál es el propósito de que el alma tenga que ser negada, luego purificada, y de ahí transformada en la imagen de Cristo? Ya hemos anotado que el corazón sirve para amar al Señor y que el espíritu sirve para recibir al Señor y tener contacto con El. Ahora, ¿para qué es el alma? Es para reflejar al Señor. En la mayoría de las versiones la palabra “reflejar” no es traducida en 2 Corintios 3:18, pero el significado se encuentra en el idioma original. “Reflejar” es la función de un espejo, el cual capta y refleja a cara descubierta. El alma, mediante ser purificada y transformada, llega a ser el órgano mismo que, como espejo, refleja y expresa a Cristo. Por lo tanto, amamos al Señor con nuestro corazón, lo recibimos y tenemos contacto con El con nuestro espíritu, y lo reflejamos y lo expresamos con nuestra alma transformada. Debemos poner todo esto en práctica en nuestra vida diaria. Entonces en nuestras vidas comprobaremos que lo aquí explicado es totalmente práctico y en verdad produce resultados.