
Lectura bíblica: 2 Co. 1:21-22; 3:3, 6, 17-18; 1 Co. 3:9-12, 16; 17, 6:19; Ef. 2:20-22; 4:13-16
Oración: Señor, cuánto te agradecemos por Tu Palabra escrita. Te agradecemos Señor, que en estos últimos días nos has abierto Tu Palabra. Te damos gracias por Tu sangre limpiadora y por Tu Espíritu ungidor. Señor, también te damos gracias por las iglesias. Te agradecemos mucho que Tú hablas desde la tienda de reunión, y tenemos fe en que nos hablarás aún más. Señor, concédenos una mente sobria, un espíritu que te busque y un corazón que te reciba. Danos a conocer Tu mente, muéstranos Tu economía, e introduce a cada uno de nosotros en la realidad de Tu palabra para que nos impresiones con lo que Tú eres. Deseamos entrar en Ti y así disfrutarte durante todo el día. Oh Señor, obtén la victoria. Gana terreno en todos nosotros, y vence a Tu enemigo. Destruye el poder de las tinieblas, libera Tus riquezas, y libéranos a todos. A Ti sea la gloria en la iglesia. Amén.
Espero que podamos ver claramente la diferencia entre el Espíritu de vida y el Espíritu de poder. El Nuevo Testamento compara el Espíritu de vida al aliento (Jn. 20:22) y al hecho de beber agua (1 Co. 12:13; Jn. 7:38-39). El Espíritu de poder es comparado al viento (Hch. 2:2) y a la vestidura (Lc. 24:49). En lo que al Espíritu de vida se refiere, necesitamos respirarlo como nuestro aliento y también beberlo como nuestra agua viva; en lo que al Espíritu de poder se refiere, necesitamos vestirnos de El como nuestro uniforme, tipificado por el manto de Elías (2 R. 2:9, 13-15). El morar interior del Espíritu de vida tiene que ver con el aspecto esencial y es para nuestra vida y nuestro vivir; el derramamiento del Espíritu de poder tiene que ver con el aspecto económico y es para nuestro ministerio y obra.
Recibimos el aliento para nuestro vivir, pero el viento recio como poder es para que llevemos a cabo nuestra obra. Beber agua también es para nuestro vivir, pero la vestidura es para la apariencia exterior. Recibir y beber es lo más crucial para mantener nuestra vida física, y el caso es precisamente el mismo con nuestra vida espiritual. Necesitamos el aliento espiritual y la bebida espiritual para que tengamos vida y para que vivamos. El viento recio y la vestidura son para que nos movamos, actuemos, es decir, para que hagamos algo. Necesitamos el poder y la apariencia externa, es decir, el uniforme.
En el día de la resurrección, el Espíritu de vida fue soplado dentro de los discípulos. Ellos recibieron el aliento y comenzaron a beber del agua viva, pero aún así necesitaban el poder, es decir, el uniforme. Cincuenta días después, en el día de Pentecostés, ellos fueron revestidos de poder desde lo alto. Ese poder llegó a ser lo que llevaban por fuera, su uniforme exterior. La Cabeza de la iglesia bautizó en un solo Espíritu a todos Sus creyentes en un Cuerpo (1 Co. 12:13).
En 1 Corintios 12:7-10 trata de la manifestación del Espíritu, la cual es el producto de los aspectos esencial y económico del Espíritu. En el aspecto esencial, recibimos al Espíritu de vida como nuestra esencia. En el aspecto económico, el Espíritu descendió sobre nosotros para llevar a cabo el bautismo en el Espíritu. Nuestra función proviene de la esencia más la economía. El nacimiento físico de alguien es esencial y su educación es económica. Después de recibir una educación adecuada, podemos hacer muchas cosas, y hacer tales cosas es nuestra función. Esta función procede de nuestro nacimiento esencial más nuestra educación económica. En todas las corporaciones, la gente lleva a cabo sus funciones, y esto es la manifestación de su habilidad.
En 1 Corintios 12 vemos la manifestación del Espíritu. Primero, el Espíritu de vida nos regeneró esencialmente, y luego el Espíritu de poder descendió sobre nosotros económicamente. Ahora somos creyentes regenerados y llenos de poder, por lo que podemos funcionar. Nuestra función es la manifestación del Espíritu. Gracias al Señor por la regeneración que lleva a cabo el Espíritu de vida, por el bautismo que realiza el Espíritu de poder, y por la manifestación del Espíritu. El Espíritu esencial de vida es para nuestra regeneración, y el Espíritu económico de poder es para llevar a cabo la economía de Dios. La manifestación del Espíritu requiere los dos aspectos del Espíritu: el Espíritu de vida y el Espíritu de poder. La manifestación del Espíritu es producto tanto del Espíritu de vida como del Espíritu de poder.
En 1 Corintios 12:7 dice: “Pero a cada uno le es dada la manifestación del Espíritu para provecho”. Esto es principalmente para el provecho de otros, para el provecho de la edificación de la iglesia, no principalmente para nuestro propio provecho. El versículo 8 nos dice que a unos les es dado por el Espíritu palabra de sabiduría, y que a otros, palabra de ciencia. La palabra de sabiduría es el aspecto más alto de la manifestación del Espíritu. Una cosa muerta jamás podría tener sabiduría. Una computadora es un aparato maravilloso, pero no puede tener sabiduría. Para tener sabiduría, hay que ser viviente y es necesario tener madurez. Es necesario tener la estatura de vida mediante el crecimiento en vida. Las personas de mayor edad generalmente tienen más sabiduría, porque la sabiduría proviene de la estatura de vida, de la madurez en vida.
Sin embargo, necesitamos darnos cuenta de que la sabiduría es mucho más alta que el conocimiento. En 1 Corintios la sabiduría se refiere a Cristo como lo profundo de Dios, predestinado por Dios para que sea nuestra porción (1:24, 30; 2:6-10). Lo profundo de Dios es Cristo. Dios ordenó de antemano que Cristo como lo profundo de Dios fuera nuestra porción hoy. Ya hemos visto que el Hijo vino con el Padre y mediante el Espíritu para estar con nosotros. Esta es la palabra de sabiduría. La sabiduría es más profunda que el conocimiento. El conocimiento es sencillo; la sabiduría es profunda. En una reunión de ministerio, algunas palabras son palabras de sabiduría, y otras son palabras de conocimiento. La palabra de sabiduría y la palabra de conocimiento son los dos primeros puntos de la manifestación del Espíritu.
En el pasado, algunos me han preguntado si tenemos la manifestación del Espíritu en nuestras reuniones, o no. Lo que estas personas querían decir con “la manifestación del Espíritu” era el hablar en lenguas, la interpretación de lenguas, la profecía, la sanidad y el hacer otros milagros. Cuando me preguntaron si en nuestras reuniones teníamos la manifestación del Espíritu o no, les señalé, con base en la Palabra, que los puntos mayores de la manifestación del Espíritu no son el hablar en lenguas ni la interpretación de lenguas, sino la palabra de sabiduría y la palabra de conocimiento. En cada reunión, como primera manifestación del Espíritu, tenemos la palabra de sabiduría y luego, la palabra de conocimiento.
Muchos de aquellos que “hablan en lenguas” saben que la lengua que hablan no es genuina, no obstante, todavía la hablan. En 1963, el escritor de un artículo de un periódico pentecostal dijo que había consultado con doscientas personas que hablaban en lenguas, y que cada uno de ellos dudaba de la autenticidad de la lengua que hablaba. Entonces el escritor les dijo que no había necesidad de dudar, y los animó a que siguieran “hablando en lenguas”. En el entrenamiento que tuvimos en el verano de 1963 en los Estados Unidos, le pedí a un hermano que leyera ese artículo a los santos. Luego, les pregunté: “¿Creen ustedes que aquellos del grupo de ciento veinte personas que hablaron en lenguas en el día de Pentecostés comenzaron a dudar si lo que habían hablado era una lengua genuina o no”? Obviamente, ninguno de ellos dudó. ¿Por qué doscientas personas que hablaban en lenguas dudaban? Porque las lenguas que hablaban no eran genuinas.
En 1963 fui invitado a hablar ante un grupo pentecostal en San Diego. Mientras estuve en la reunión, ellos practicaron el hablar en lenguas y la interpretación de lenguas. Yo les dije que solamente debe importarnos el Cristo vivo y que El debe ser nuestro enfoque, nuestro objetivo, nuestra meta y nuestro todo. Después de la reunión, todos regresamos a casa; nos sirvieron una merienda y me acosté. El pastor de este grupo, junto con su esposa, aprovecharon entonces esta oportunidad y le impusieron las manos a uno de los hermanos que me acompañaban, para hacer que hablara en lenguas. Le dijeron que no hablara chino ni inglés, sino que hablara cualquier cosa que no conociera. Este hermano no sabía qué hablar, así que no podía decir nada. Otro hermano que estaba con nosotros, para que el pastor y su esposa no entendieran, le dijo en chino a este hermano que si no expresaba algo, el pastor jamás los dejaría en paz. Le aconsejó en chino que hablara algo que no tuviese sentido, y que de esta manera los dejarían ir a acostarse. La esposa del hermano era chino-indonesia, y él había aprendido un poco del idioma indonesio. Cuando él habló algunos disparates en indonesio, el líder del grupo y su esposa se regocijaron de que había “hablado en lenguas”. Al día siguiente escuché todo lo que había acontecido y le dije al pastor, durante el desayuno, que él había sido engañado. Le dije que el hermano a quien él y su esposa habían ayudado a “hablar en lenguas” en realidad había hablado unas palabras en indonesio que había aprendido de su esposa. Entonces dije: “Hermano, ¿acaso no es suficiente Cristo para nuestra predicación? ¿Por qué tenemos que predicar algo como esto?”
Otro líder de este grupo pentecostal nos dijo que había recibido la gracia de hablar chino. Luego, comenzó a “hablar en lenguas”, y nosotros, dos hermanos chinos, no entendimos ni una palabra de lo que habló. Le dije que yo hablaba mandarín, idioma nacional chino, y que el otro hermano que estaba conmigo hablaba cantonés. También le dije que los dos habíamos viajado por toda China y habíamos escuchado muchos dialectos diferentes pero que no habíamos podido entender ni siquiera una palabra de lo que había hablado. Este es un ejemplo del hablar en lenguas de hoy.
De los nueve puntos enumerados en 1 Corintios 12:8-10 acerca de la manifestación del Espíritu, el hablar en lenguas y la interpretación de lenguas figuran como los dos últimos, debido a que no son tan provechosos como los otros puntos para la edificación de la iglesia (14:2-6, 18-19). Estas dos cosas son la cola, no la cabeza. La cabeza es la palabra de sabiduría y la palabra de conocimiento, los dos puntos más importantes de la manifestación del Espíritu. De estos nueve dones y de los que están enumerados en 12:28-30, la profecía como predicción, la fe, los dones de sanidades, el hacer milagros, el hablar en lenguas y la interpretación de lenguas son milagrosos. Todos los demás: la palabra de sabiduría, la palabra de conocimiento, el hablar de parte de Dios y el proclamar a Dios en profecía por los profetas, el discernimiento de espíritus, el ayudar y las administraciones, son dones desarrollados por el crecimiento en vida, así como aquellos que están enumerados en Romanos 12:6-8. Para tener los dones milagrosos, especialmente el hablar en lenguas y la interpretación de lenguas, no se requiere nada de crecimiento en vida. Los corintios hablaron mucho en lenguas, pero todavía permanecieron en la infancia (3:1-3). Sin embargo, para tener los dones que se desarrollan en vida, se requiere el crecimiento en vida, incluso la madurez, para la edificación de la iglesia.
En 1 Corintios 14:4 dice: “El que habla en lengua extraña, a sí mismo se edifica; pero el que profetiza, edifica a la iglesia”. La profecía es principalmente hablar de parte de Dios y proclamarlo. También está incluido el asunto de pronosticar, esto es, predecir. Cuando hablamos de parte del Señor y proclamamos al Señor, la iglesia es edificada. El profetizar, es decir, el proclamar al Señor, no sólo edifica a los santos individualmente, sino también a la iglesia. Pablo además dijo en el versículo 5 que él prefería que los creyentes profetizasen, porque “mayor es el que profetiza que el que habla en lenguas, a no ser que las interprete para que la iglesia reciba edificación”.
El versículo 6 dice: “Ahora pues, hermanos, si yo voy a vosotros hablando en lenguas, ¿qué os aprovechará, si no os hablare con revelación, o con ciencia, o con profecía, o con doctrina?” La revelación, el conocimiento, la profecía y la enseñanza son, en conjunto, palabras de sabiduría o palabras de conocimiento. De nuevo, esto indica que en la reunión de la iglesia el hablar la palabra de sabiduría y el hablar la palabra de conocimiento son los aspectos más importantes de la manifestación del Espíritu. Si uno no tiene cierta medida de crecimiento en vida, cierta medida de madurez, es difícil hablar esta clase de palabra en las reuniones. Incluso para poder hablar la palabra de conocimiento se requiere cierta medida de madurez en vida. Para hablar la palabra de sabiduría, se necesita más madurez y más aprendizaje. Esto significa que existe la necesidad de desarrollar la capacidad recibida en el nacimiento espiritual. Esta capacidad es desarrollada por medio del crecimiento en vida. El resultado de nuestro crecimiento en vida y de la madurez en vida es la capacidad de hablar la palabra de sabiduría y la palabra de conocimiento para la edificación de la iglesia.
Hemos sido regenerados esencialmente, y también hemos sido bautizados económicamente. Ahora estamos en la iglesia disfrutando al Espíritu, bebiendo del Espíritu, tocando al Espíritu todo-inclusivo y siendo transformados. Si los niños no crecieran, jamás podrían ser transformados metabólicamente. Mes tras mes y año tras año, los niños están creciendo para ser transformados. Espiritualmente hablando, es lo mismo con nosotros.
En 1 Corintios 12 y 14 tratan de la manifestación del Espíritu, pero 1 Corintios no fue escrito con ese propósito. En 1 Corintios fue escrito para dar a los corintios la manera de crecer. En 1 Corintios 3 Pablo dijo que él plantó y que Apolos regó, pero que Dios dio el crecimiento (v. 6). Esto significa que la intención de Pablo al escribir 1 Corintios no era desarrollar el tema de la manifestación del Espíritu. Pablo quería especialmente restringir la excesiva práctica que ellos tenían, de hablar en lenguas. Los ejemplos que dio el apóstol en 14:7-11 indican que los creyentes corintios abusaron del hablar en lenguas, haciéndolo de una manera disparatada, expresando un “sonido incierto” (v. 8) que no da “distinción” (v. 7), que “carece de significado” (v. 10). Además, lo usaron excesivamente practicándolo en cualquier lugar, de cualquier manera y en cualquier situación. Por eso, Pablo los corrigió y los limitó con respecto al abuso y uso excesivo de ese pequeño don de poco provecho, a fin de que anhelaran los dones mayores y abundaran en la edificación de la iglesia (v. 12).
La meta de 1 Corintios fue motivar a los creyentes corintios, quienes andaban en el alma, y eran carnales y sensuales, a que aspiraran a tener el crecimiento en vida a fin de que llegaran a ser espirituales (2:15; 3:1; 14:37) para la edificación de la iglesia. La carga que Pablo tenía era que ellos crecieran. El les dijo que eran labranza de Dios, edificio de Dios (3:9), y que como labranza de Dios ellos necesitaban crecer. Pablo plantó, Apolos vino y regó, y Dios estaba dando el crecimiento. Los corintios tenían la necesidad de crecer en el Espíritu de vida. Por medio de tal crecimiento, ellos podían ser transformados en oro, plata y piedras preciosas (v. 12).
Pablo les dijo que, como perito arquitecto, él había puesto el fundamento, pero que todos los creyentes tenían que edificar sobre este fundamento, mirando cómo sobreedificaran, ya con madera, heno y hojarasca, ya con oro, plata y piedras preciosas. La madera, el heno y la hojarasca son cosas naturales, sin embargo, el oro, la plata y las piedras preciosas son material transformado. Nosotros los creyentes somos personas naturales, sin embargo, somos personas regeneradas con la vida divina. Ahora necesitamos crecer en esta vida para que seamos transformados en oro, plata y piedras preciosas. En ese tiempo, seremos el templo de Dios (vs. 16-17). En este templo mora el Espíritu, no como el Espíritu de poder sino como el Espíritu de vida. Tenemos que ser transformados y edificados para llegar a ser el templo de Dios y, como tal, tener la realidad del Espíritu de vida que mora en nosotros. El templo de Dios, el cual es la iglesia, es una casa hecha de materiales que han sido edificados y están bien coordinados (Ef. 2:21-22).
En nuestro hombre natural somos tan individualistas que no podemos ser uno el uno con el otro. Ni siquiera los esposos y las esposas pueden ser uno. Solamente podemos ser uno por medio del crecimiento en vida y mediante la transformación en vida. Mediante el crecimiento y mediante la transformación somos edificados juntamente. En cuanto a la relación que un esposo tiene con su esposa, él necesita más crecimiento y más transformación. Cuanto más crece, más transformado será en el Espíritu de vida, es decir, más será uno con su esposa. Cuanto más crece la esposa, más transformada será y más edificada será con su esposo. Debido a que somos muy naturales, tenemos nuestros propios deseos, nuestras propias intenciones, nuestros propios gustos y disgustos, y nuestros propios caminos. Por consiguiente, es bastante difícil que el esposo y la esposa sean uno. Quizás el esposo sea una persona a quien le gusta hacer las cosas de manera rápida y que la esposa sea lenta. ¿Cómo puede una persona “rápida” ser uno con alguien que es “lento”? Tal vez por la noche el esposo quiera cerrar la ventana, y la esposa quiera abrirla. ¿Qué han de hacer? ¿Se deben pelear? Los dos necesitan invocar el nombre del Señor. Cuando invocamos el nombre del Señor, el Espíritu se mueve en nosotros haciendo que crezcamos en vida. Por medio del crecimiento en vida somos transformados y llegamos a ser uno, los unos con los otros.
Entre los cristianos de hoy hay mucho pleito y mucha división. En un matrimonio siempre hay pleitos. Después de que se casan no pasa mucho tiempo sin que el esposo y la esposa se peleen. Si nosotros los cristianos no nos reunimos, no habrá pleitos. Pero una vez que nos reunimos, terminamos peleando. Quizás en los primeros tres días de estar juntos, estaremos llenos de alabanzas al Señor. Pero es posible que al tercer día empiecen a surgir desacuerdos. La única manera por medio de la cual podemos evitar esta situación es crecer en vida, es decir, ser transformados. No preste mucha atención a la manifestación milagrosa del Espíritu, más bien, preste toda su atención al crecimiento en vida para la transformación en vida.
Necesitamos pasar de 1 Corintios 12 y 14 hasta llegar a 2 Corintios. En 2 Corintios 3:3 Pablo indica que los creyentes son carta de Cristo, “escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón”. Esto es el inscribir interior efectuado en nuestro ser por el Espíritu de vida, no por el Espíritu de poder. Este inscribir interior no es para la manifestación milagrosa del Espíritu, sino para el crecimiento en vida, para la transformación en vida, y para la edificación de la iglesia. El Nuevo Testamento no da énfasis al poder del Espíritu; más bien, da énfasis a la vida del Espíritu. El Nuevo Testamento no da énfasis a la manifestación milagrosa del Espíritu; más bien, recalca el inscribir del Espíritu, la constitución del Espíritu. El Espíritu de vida que está en nosotros esencialmente, está inscribiéndose a Sí mismo en nosotros, constituyéndonos con todas las riquezas de Cristo, con el fin de hacer de nosotros una copia, una reproducción, de Cristo. Esto es la transformación para la edificación de la iglesia.
En el recobro del Señor no damos énfasis a la manifestación milagrosa del Espíritu, sino a la vida del Espíritu, al crecimiento en vida, y a la transformación en vida. Necesitamos crecer y ser transformados día tras día. Para obtener el crecimiento en vida y la transformación en vida, debemos tocar al Señor. Es necesario que abramos todo nuestro ser a El por medio de invocar Su nombre de manera genuina (2 Ti. 2:22), de modo que toquemos al Espíritu en nuestro espíritu. Si practicamos esto cada día y durante todo el día, el Espíritu de vida, quien es el Espíritu todo-inclusivo, se moverá en nosotros y trabajará en nosotros, tocándonos e iluminándonos. El nos expondrá a lo sumo en nuestros fracasos, delitos, errores, intenciones naturales, y deseos egoístas y codiciosos. Todo lo que esté en nosotros que no sea de la vida divina lo expondrá el Espíritu de vida.
Bajo el resplandor de la luz divina, la cual es la luz de vida (Jn. 8:12), confesaremos espontáneamente. Puede ser que oremos: “Señor, perdóname. Todavía soy tan egoísta, tan natural. Todavía vivo en la vieja creación y en la carne. Señor, me arrepiento por no haberte vivido. De vez en cuando te vivo, pero no todo el tiempo. La mayor parte del tiempo sigo viviendo conforme a mí mismo. Aunque no cometo pecados grandes ni hago cosas malas, de todos modos no te vivo. Sigo siendo yo el que vive, no Cristo. Me doy cuenta de que he sido crucificado con Cristo, y que ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí. Sin embargo, esto es demasiado doctrinal en mi experiencia. En mi vida diaria, no es Cristo sino todavía yo”. Necesitamos hacer tales confesiones día tras día.
Es posible que todos los santos lo alaben y digan que usted es un buen hermano. No obstante, usted se da cuenta, a la luz de la vida del Señor, que usted no es tan maravilloso. Usted todavía está lleno del yo, viviendo en la vida natural y actuando de manera natural, siempre por sí mismo. Usted no confía en el Señor. Cada día usted necesita confesar su fracaso de no vivir a Cristo, de no andar según el espíritu (Ro. 8:4). Confesar así es una práctica muy buena. Día tras día usted aprenderá a practicar el andar según el espíritu, a practicar el ser un espíritu con el Señor. El que se une al Señor, un espíritu es con El (1 Co. 6:17). Necesitamos confesar al Señor que en nuestra práctica no somos un espíritu con El. Necesitamos pedirle al Señor que tenga misericordia de nosotros y que nos conceda la gracia para que todo el día, desde la mañana hasta la tarde, pongamos en práctica el ser un espíritu con el Señor. Mientras ponemos en práctica el ser un espíritu con el Señor, crecemos y somos transformados para la edificación del Cuerpo de Cristo. Si viviéramos esta vida poniendo en práctica el ser un espíritu con el Señor, y tuviéramos un andar conforme al espíritu, jamás tendríamos una opinión divisiva. Jamás pelearíamos con ningún hermano, sino que seríamos uno con la iglesia. Adondequiera que fuéramos y en cualquier lugar que nos encontráramos, seriamos uno con las iglesias, lo cual significaría que hemos sido edificados.
Si todos los creyentes hoy en este globo terrestre crecieran, fueran transformados y fueran edificados de esta manera, qué fuerte sería el testimonio de Jesús en toda la tierra. Si viviéramos en esta unidad maravillosa, esto convencería a todo el mundo. Esta es la razón por la cual el Señor oró: “Para que todos sean uno; como tú, oh Padre, en mí, y yo en ti, que también ellos sean uno en nosotros; para que el mundo crea que tú me enviaste” (Jn. 17:21). La situación que vemos entre los cristianos hoy, sin embargo, es una situación de interminables divisiones. Hacemos el esfuerzo de predicar el evangelio a la gente del mundo, pero es posible que no tengamos mucho impacto. Es posible que nuestra predicación no tenga poder debido a que hemos perdido el testimonio. Hemos perdido la unidad. En lugar de que exista la expresión del único Cuerpo de Cristo, hay división tras división. Es por eso que el poder se ha perdido y el impacto ha desaparecido. En Su recobro, al Señor no le preocupan las muchas obras relacionadas con la manifestación milagrosa del Espíritu. El Señor desea una sola cosa, que todos crezcamos en vida y seamos transformados en vida para la edificación del Cuerpo de Cristo. No debemos tomar ningún otro camino salvo el de vivir a Cristo, el de andar conforme al espíritu, el de tener la práctica de ser un espíritu con el Señor. Entonces creceremos a diario, seremos transformados diariamente, y seremos edificados en un solo Cuerpo. Seremos uno adondequiera que vayamos.
Disfrutamos la unidad divina por medio del dispensar de Dios y para el dispensar de Dios. Cuando vivimos en semejante unidad, Dios tiene la oportunidad de dispensarse más y más en nosotros y en otras personas. Una vez que vivimos a Cristo y practicamos ser un espíritu con el Señor, le proporcionamos al Señor la mejor oportunidad de dispensarse a Sí mismo en todas las personas que están a nuestro alrededor, y nosotros también recibimos más dispensar de la vida divina en nosotros. De esta manera la iglesia crecerá y el recobro del Señor aumentará. Entonces el Señor obtendrá la victoria y será glorificado.