
Lectura bíblica: Ef. 1:10; 3:9; Jn. 1:14, 29; 3:14; 24, 12:31; 44, 1 Co. 15:45; 11, Ro. 8:16; Jn. 3:5-6; Ro. 12:2; 2 Co. 3:17-18; Ro. 8:17, 23; Fil. 3:21; 1 Jn. 3:2; Ro. 8:2, 6, 10b, 13, 4
Oración: Señor, te adoramos. Tú eres el Dios maravilloso, y como tal, te buscamos para que nos reveles Tu palabra misteriosa. Guíanos hasta introducirnos en Tu Persona. Queremos aprender a experimentarte y a recibir Tu impartición, y además, experimentar todas las riquezas que están incluidas en dicha impartición, de modo que estas riquezas lleguen a ser nuestro elemento interno y nuestra expresión externa. Señor, una vez más te pedimos que nos limpies con Tu sangre y nos unjas con Tu ungüento santo. Queremos experimentar Tu fluir por dentro y Tu palabra por fuera, para que te emitamos usando las debidas palabras y expresiones. Señor, riéganos. Sin Ti, somos personas muertas. Aunque podamos plantar, regar y hablar, no podemos dar vida a los demás ni mucho menos darles el crecimiento. Señor, sólo Tú puedes darles vida y crecimiento a las personas; Tú eres el Señor de la vida y el Cristo todo-inclusivo. Te rogamos que desciendas del cielo y estés entre nosotros. Sentimos que los cielos están despejados, que nuestros espíritus resplandecen y que Tu palabra es diáfana. Señor, causa en nosotros una impresión profunda. Queremos tocarte y obtenerte. Tú eres Aquel a quien podemos experimentar inagotablemente. También eres Aquel a quien siempre recordaremos por la eternidad. Amén.
En el capítulo anterior vimos que hay tres niveles en la revelación divina de la Biblia. El primer nivel es el evangelio y la salvación que Dios efectúa, el segundo es la bendición y la prosperidad que provienen de Dios, y el tercer nivel es la economía e impartición de Dios. Antes que una persona crea en el Señor, ella está muerta en sus delitos y pecados, vive según la concupiscencia de su carne y hace los deseos de su carne y de sus pensamientos (Ef. 2:1-3). Pero después que escucha el evangelio y recibe la salvación, esa persona es vivificada y entra al primer nivel de la revelación divina. Más tarde, tal vez experimente la bendición y la prosperidad que provienen del Señor y entre al segundo nivel de la revelación divina. Y quizás después de mucho tiempo, comience a darse cuenta de que su experiencia es muy superficial. Así fue mi experiencia. No fue sino hasta después de servir al Señor por mucho tiempo que me di cuenta de que existía un tercer nivel, el cual es la economía e impartición de Dios. Este nivel no está relacionado con la salvación ni con la bendición y la paz, sino que tiene que ver con la economía e impartición de Dios. Dios es la única Persona noble en el universo. ¿Será posible que esta Persona grande y noble no tenga algún propósito? ¿Acaso nos salvó Dios a nosotros, pecadores, sólo para hacernos felices y darnos paz y para que nos comportemos correctamente, y así, un día vayamos al cielo y entremos por las puertas de perlas, caminemos en las calles de oro y disfrutemos de una eterna felicidad?
Si no hemos visto la economía y la impartición de Dios, aun si abandonáramos lo mundano para seguir al Señor, un día El nos preguntará: “¿Con qué propósito me has seguido?” Quizás contestemos que le hemos buscado porque queremos disfrutarlo; no obstante, si nos quedamos en los primeros dos niveles, es posible que disfrutemos al Señor sin que El obtenga ningún disfrute. Si permanecemos sólo en los primeros dos niveles —aunque amemos al Señor, le disfrutemos, seamos avivados cada mañana, venzamos cada día, e incluso amemos la iglesia y trabajemos por ella—, cuando llegue el momento decisivo, será puesto en evidencia que sólo estamos interesados en nosotros mismos y no en el Señor ni en Su iglesia. Si en verdad vemos la economía e impartición de Dios, no nos importarán nuestros logros y beneficios personales. La economía de Dios no tiene como meta nuestro provecho personal, sino que nosotros, los que Dios ha escogido y regenerado, seamos llenos del Espíritu hasta el grado que el Señor llegue a ser el todo en nosotros, de manera que seamos librados del viejo hombre y seamos edificados con todos los santos para ser la morada de Dios (Himnos, #215). Esto tiene que ver con la morada de Dios, y no con nuestros intereses personales, ya sean ganancia o pérdida. En la iglesia debemos tener el discernimiento y la percepción para ver la economía e impartición de Dios. Nunca escuche ni hable de lo que es correcto o incorrecto. Todo lo que juzgamos como correcto o incorrecto, está basado en nuestros intereses personales; esto es, una persona juzgará correctas todas las cosas que le son provechosas personalmente, y las juzgará erróneas si le son adversas. ¡Qué terrible es esto!
Debemos ver la economía e impartición de Dios. ¿Cuál es la meta de la economía de Dios? La meta de la economía de Dios es que El obtenga Su expresión corporativa. Por esta razón vemos que en el Antiguo Testamento Dios creó al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza (Gn. 1:26) a fin de poder impartirse en él y ser su vida, con el propósito de que el hombre fuera uno con El y le expresara y le representara. En Génesis, primeramente, Dios ganó para Sí a un hombre, Jacob, quien después de haber sido disciplinado y transformado por el Señor llegó a ser el Israel de Dios. Al final de Exodo Dios ganó para Sí a los descendientes de Jacob como la nación de Israel, y el tabernáculo fue erigido como la morada movible de Dios en la tierra para expresar Su gloria. En la época de David y Salomón, el templo fue edificado como la morada permanente y extendida de Dios en la tierra, para expresar plenamente Su gloria. Más tarde, el templo fue destruido debido a la caída de los israelitas, pero al final del Antiguo Testamento el templo fue reedificado y continuó siendo la morada de Dios en la tierra para expresar Su gloria. Esta situación duró hasta el comienzo del Nuevo Testamento.
En el Nuevo Testamento el Señor Jesús, quien es Dios mismo, vino como hombre para ser el tabernáculo de Dios a fin de que El pudiera morar en la tierra y expresarse a Sí mismo (Jn. 1:14, 18). El Señor Jesús vivió una vida humana por treinta y tres años y medio; luego, pasó por la muerte y la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante y entrar en Sus creyentes (Jn. 20:22). Dicho tabernáculo se agrandó para llegar a ser la iglesia, la cual es la morada de Dios en la tierra, la plena expresión de Dios. Finalmente, el Señor nos revela que la Nueva Jerusalén será la máxima consumación de Cristo y la iglesia; como tal, será el tabernáculo donde Dios morará y el templo donde morarán los santos por la eternidad (Ap. 21:3, 22). La Nueva Jerusalén será la expresión eterna y colectiva de Dios.
Esto es lo que Dios desea, y para esto mismo nos salvó; de hecho, Dios nos regenera, nos transforma, nos hace espirituales y nos motiva a que le busquemos, únicamente con este objetivo. No somos salvos, regenerados, transformados, espirituales o buscadores para nuestro provecho personal, sino para ser librados de nuestra vida natural y de nuestro yo a fin de que seamos edificados con todos los santos y seamos la morada de Dios. Esta es la economía e impartición de Dios. No tiene nada que ver con la norma de lo correcto o lo incorrecto, ni con lo que uno pueda ganar o perder.
Si esto tuviera que ver con la norma de lo correcto o lo incorrecto, entonces incluso Pablo podría haber sido condenado por los corintios. Ellos lo acusaron de haber sido astuto, de haberlos prendido por engaño y de haber obtenido provecho personal enviando a Tito con el fin de que éste recibiera la colecta para los santos pobres (2 Co. 12:16). Pero Pablo contestó que no iba a examinarse a sí mismo por la norma de lo correcto o lo incorrecto. Aunque él estaba consciente de que no había nada en contra suya, no se justificaría por esto. No juzgaría nada antes de tiempo, sino que esperaría hasta la venida del Señor, quien sacará a luz lo oculto de las tinieblas y manifestará las intenciones de los corazones; y entonces cada uno recibirá su alabanza de Dios (1 Co. 4:3-5). A Pablo no le importaba si otros lo juzgaban por la norma de lo correcto o lo incorrecto, ya que era una persona que estaba interesado únicamente en la economía de Dios. El sufrió toda su vida e incluso murió como mártir. En Colosenses 1:24 él dijo: “...y de mi parte completo lo que falta de las aflicciones de Cristo por Su Cuerpo, que es la iglesia”.
Cuando el Señor estuvo en la tierra, El también fue condenado y criticado. Los fariseos, los saduceos y los escribas lo atacaron intensamente; no importaba lo que hiciera el Señor Jesús ni adonde fuera, ellos se oponían a El en todo momento. A ellos les parecía que el Señor Jesús estaba equivocado en todo lo que hacía y que sólo ellos tenían la razón. Por tanto, hoy en la iglesia no debemos guiarnos por lo que es correcto o incorrecto; más bien, debemos saber qué es la economía de Dios y qué es la impartición de Dios. Incluso al tomar la nueva manera, nuestra meta debe ser entrar en la economía de Dios. No debemos meramente ir en pos de la espiritualidad, sino que debemos ir en pos de ella a causa de la economía de Dios. De esta manera, seremos verdaderamente librados de la norma de lo correcto y lo incorrecto, y de lo que personalmente podamos ganar o perder.
La economía de Dios, o sea, Su plan y administración, es la meta de Dios (Ef. 1:10; 3:9). La impartición de Dios en el hombre, o sea, Su distribución y repartición, es el medio por el cual Dios realiza Su economía. Es decir, Dios lleva a cabo Su economía, la cual consiste en forjarse a Sí mismo en el hombre, impartiéndose en nosotros. Por tanto, la impartición divina cumple la economía de Dios.
A fin de impartirse en el hombre, el primer paso que Dios tomó fue que se hizo carne para llegar a ser un hombre (Jn. 1:14). Por una parte, cuando estaba en la carne, El era el Cordero de Dios que quitó el pecado del mundo (Jn. 1:29); pero por otra, El era la serpiente de bronce, lo cual muestra que se hizo carne, es decir, que vino en la semejanza de la carne de pecado (Ro. 8:3). Como serpiente de bronce, El sólo tenía la forma de la serpiente, pero no su veneno. Cuando el Señor estaba en la carne, fue levantado en la cruz y allí destruyó a Satanás, la serpiente antigua (Jn. 3:14; 12:31). Además, El también fue el grano de trigo que cayó en la tierra y murió, y por medio de Su muerte, liberó la vida de Dios (Jn. 12:24).
El segundo paso que Dios dio para poder impartirse en el hombre, fue que llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Estos dos pasos conllevan dos veces la frase “se hizo”. El Señor Jesús se hizo carne, y luego, se hizo el Espíritu vivificante. El se hizo carne para efectuar la redención y liberar la vida de Dios; y se hizo el Espíritu vivificante con el fin de impartirse como Espíritu en el hombre para llegar a ser la vida de éste.
En la resurrección, Cristo llegó a ser el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Como tal, El se hizo disponible para ser recibido por aquellos que crean en El. En el instante que creemos en El, el Espíritu de vida en resurrección entra en nuestro espíritu (Ro. 8:16) y mora en nuestro espíritu (Ro. 8:11).
Como Espíritu vivificante, Cristo primero regeneró nuestro espíritu (Jn. 3:5-6), así que además de nuestra vida natural, recibimos la vida eterna de Dios para que ésta sea la nueva fuente y el nuevo elemento del nuevo hombre. Posteriormente Cristo, como Espíritu vivificante, se extiende desde nuestro espíritu para transformar nuestra alma. Si ponemos nuestra mente —que es la parte principal de nuestra alma— en nuestro espíritu y cooperamos con la operación y obra del Señor Espíritu en nosotros, nuestra mente será renovada (Ro. 12:2). Cuando nuestra mente sea renovada, también la voluntad y la parte emotiva —que son las otras partes de nuestra alma— serán renovadas espontáneamente. De este modo, la vida y naturaleza de Dios serán añadidas a nosotros, y seremos metabólicamente transformados a Su imagen, a fin de expresarle (2 Co. 3:17-18).
Finalmente, El transfigurará nuestro cuerpo a fin de que éste, al ser redimido, entre en Su gloria; de esta manera, todo nuestro ser será semejante a El en todo aspecto (Ro. 8:17, 23; Fil. 3:21; 1 Jn. 3:2). Esta es la consumación máxima de la salvación que Dios efectúa. En dicha salvación, Dios primero regenera nuestro espíritu, luego transforma nuestra alma y finalmente transfigura nuestro cuerpo, de modo que las tres partes de nuestro ser sean saturadas del Espíritu y sean como Cristo en todo aspecto. Todos estos pasos son parte de la impartición divina en nosotros.
El Dios Triuno, quien Se ha procesado e impartido en nosotros, se ha convertido en la ley del Espíritu de vida (Ro. 8:2). La ley del Espíritu de vida es la función espontánea y automática del Dios Triuno como vida en los creyentes. Por ejemplo, existen diversas leyes de la naturaleza; además, cada vida tiene su propia ley. Cada ley denota un poder natural que exhibe ciertas inclinaciones y actividades. Nosotros, como seres vivos, existimos debido a varias leyes definidas. Por ejemplo, respiramos porque estamos vivos. Nuestra respiración no es una actividad de la cual estamos conscientes; más bien, existe la ley de la respiración, la cual opera espontáneamente en nuestro cuerpo sin que estemos conscientes de ella. Mientras tengamos vida, la ley de vida nos capacita para respirar. La digestión es otro ejemplo. Después de comer, no es necesario que hagamos ningún esfuerzo consciente para digerir el alimento que hayamos comido; la digestión es una ley. Cuando comemos, una ley biológica se activa para que digiramos el alimento que hemos comido.
Alabado sea el Señor que otra ley ha sido instalada en nosotros, la cual es el mismo Dios Triuno que opera en nosotros como la ley del Espíritu de vida. El Dios Triuno procesado ha sido instalado en nuestro ser y ahora El opera en nosotros conforme a una ley, y no según meras actividades. Hoy, El es una ley que opera en nosotros. El no opera en nosotros solamente como el Dios Todopoderoso, sino como una ley que espontáneamente nos transforma. Es necesario que cooperemos con la función de vida del Dios Triuno que está en nuestro espíritu.
Nuestra experiencia de la impartición de la Trinidad Divina comienza cuando somos regenerados en nuestro espíritu. La regeneración hace que nuestro espíritu sea vida (Ro. 8:10). Luego, nuestra experiencia avanza cuando ponemos la mente en nuestro espíritu, lo cual hace que nuestra mente —que está en el alma— llegue a ser vida (Ro. 8:6b). Posteriormente, ponemos a muerte las prácticas del cuerpo por el Espíritu que mora en nosotros, lo cual hace que incluso nuestro cuerpo mortal sea vivificado (11, Ro. 8:13). Más aun, en dicha experiencia andamos conforme al espíritu (Ro. 8:4). De esta manera, todo nuestro ser será saturado por el Espíritu y experimentaremos plenamente la impartición de la Trinidad Divina en nuestro ser tripartito. Así, diariamente experimentaremos el aumento del Dios Triuno en nosotros. Este es el crecimiento en vida, el cual continuará hasta que maduremos plenamente en vida. En aquel momento, disfrutaremos todas las bendiciones de la presencia de Dios.
(Este mensaje fue dado por el hermano Witness Lee en San Francisco, California, el 25 de agosto de 1990)