
Lectura bíblica: Jn. 1:42; Mt. 16:18; 1 P. 1:3, 23; 2:2, 5; 3:4, 21; 5:2-4, 5b, 10
En este capítulo estudiaremos la edificación de la iglesia revelada en la experiencia y escritos de Pedro. Aunque quizás conozcamos muy bien a Pedro, siento la carga de ayudarlos a conocerlo aún más, a fin de conocerlo de manera profunda. Entre los primeros apóstoles que establecieron las iglesias, Pedro fue el primero. Él no fue el primero que fue traído al Señor, pero ciertamente fue el primero que fue comisionado para establecer las iglesias (Mt. 16:19). También fue el primero que habló para guiar a muchos a la salvación para la edificación de la iglesia (Hch. 2:14-41). Pedro fue el primer apóstol que estableció las iglesias, y Pablo fue el último en el Nuevo Testamento que estableció las iglesias. Algunos se preguntarán en dónde ubicamos al apóstol Juan. El Nuevo Testamento revela que poco después que las iglesias fueron establecidas, ellas fueron dañadas o derribadas y quedaron como una red de pescar rasgada. Por lo tanto, se necesitó a Juan como remendador. El ministerio de Juan era un ministerio remendador. Después que la “red” de la iglesia fue rasgada, Dios comisionó a Juan con su ministerio de vida para que remendara las rasgaduras. ¡Aleluya por estos tres maravillosos apóstoles! Uno empezó, otro completó y, cuando la obra de ellos sufrió daño, vino el tercero para remendarla.
Entre estos tres grandes apóstoles —Pedro, Pablo y Juan— en este capítulo sólo abarcaremos el primero: Pedro. En el siguiente capítulo hablaremos de Pablo y de Juan.
Pedro empezó la edificación de la iglesia. Muchos cristianos toman a Pedro como un buen ejemplo para la predicación del evangelio. A menudo citan Hechos 4:12, donde Pedro dice: “Y en ningún otro hay salvación; porque no hay otro nombre bajo el cielo, dado a los hombres, en que podamos ser salvos”. No está nada mal citar este versículo al predicar el evangelio; al contrario, es maravilloso. Sin embargo, las personas casi siempre pasan por alto la primera palabra de este versículo: y. Esta palabra al comienzo del versículo hace referencia al versículo anterior, el versículo 11. Por lo tanto, cuando citamos Hechos 4:12, no debemos olvidarnos de la palabra y, la cual nos remite al versículo 11. Hechos 4:11 dice: “Este Jesús es la piedra menospreciada por vosotros los edificadores, la cual ha venido a ser cabeza del ángulo”. Este versículo no habla de Cristo como Salvador del pueblo de Dios, sino de Cristo como la piedra del ángulo del edificio de Dios. Por lo tanto, el evangelio no sólo tiene que ver con un Salvador, sino también con una piedra.
Nuestro Salvador es una piedra. Esta piedra fue menospreciada por los edificadores. Los edificadores judíos eran quienes debían edificar la casa de Dios, pero Cristo, la piedra viva, fue rechazado por ellos (1 P. 2:4). Ellos lo desecharon, pero Él llegó a ser la cabeza del ángulo, la piedra angular del edificio de Dios (Ef. 2:20). Una piedra angular es colocada en la esquina donde se juntan dos muros. En el punto donde dos muros se juntan, se necesita una piedra fuerte a fin de unirlos. Los creyentes gentiles y los creyentes judíos son los dos muros del edificio de Dios que Cristo une como piedra angular. Por lo tanto, Cristo no sólo es el Salvador, sino también la piedra angular destinada al edificio de Dios.
En el cristianismo los predicadores a menudo se refieren a Hechos 4:12, pero raras veces mencionan el versículo 11. Muchos de los que han estado en el cristianismo por muchos años nunca han escuchado un mensaje del evangelio que les dijera que Cristo no sólo es el Salvador, sino también la piedra. Cristo es el Salvador-Piedra. Si Él únicamente fuese el Salvador, podría suplir nuestras necesidades, pero no podría jamás cumplir el propósito de Dios. El propósito eterno de Dios no consiste meramente en salvar a los pecadores caídos, sino en edificar Su morada eterna con estas personas salvas. Por lo tanto, a fin de cumplir el propósito eterno de Dios, Cristo tiene que ser el Salvador para la salvación de los pecadores y también la piedra para el edificio de Dios. De hecho, Su salvación tiene como meta el edificio de Dios.
Los edificadores mencionados en el versículo 11 son los edificadores religiosos. No sólo los edificadores judíos rechazaron esta piedra, sino que también la han rechazado los supuestos edificadores en el cristianismo. El cristianismo predica una salvación pobre que no hace ninguna mención del propósito eterno de Dios. No es una salvación rica, sino una salvación escasa, que apenas libra a las personas del infierno, pero no tiene un lugar donde ponerlas después. El cristianismo trata de poner a la gente en una mansión celestial, pero no existe tal cosa en la Biblia. Dios no tiene la intención de ponernos en una mansión celestial; más bien, Él nos está edificando hasta que seamos la Nueva Jerusalén. El cristianismo pasa por alto el destino de la salvación; no conocen el propósito por el cual Dios nos salva. El propósito de Dios, el destino de Su salvación, es la Nueva Jerusalén, el edificio eterno de Dios. Por lo tanto, el Hijo de Dios, el Señor Jesús, no es meramente el Salvador, sino el Salvador-Piedra.
Pedro, el primer gran apóstol, fue usado por Dios para empezar la edificación de la iglesia. Pedro era un apóstol para el pueblo judío. Por lo tanto, Pedro representa el muro compuesto por los judíos. Sin embargo, a fin de que el edificio de Dios estuviese completo, se necesitaba otro muro; por ende, se necesitaba otro apóstol, el apóstol para los gentiles. Fue por esta razón que el Señor levantó a Pablo. Pablo fue levantado para edificar el muro compuesto por los gentiles a fin de completar la casa de Dios. Es por ello que Dios levantó a Pedro y después a Pablo (Gá. 2:7-8).
En Hechos 15 los creyentes judíos discrepaban con Pablo (vs. 1-2). Al parecer le estaban diciendo: “Pablo, tú has estado trayendo muchos gentiles impuros sin circuncidarlos. Te aceptamos a ti como creyente, pero no estamos de acuerdo con que traigas gentiles sin circuncidarlos y sin mandarles que guarden la ley. No podemos apoyarte en esto”. Hubo tal disensión. Sin embargo, Pedro, quien indudablemente era un hombre de Dios, mandó a los creyentes judíos que recibiesen los escritos de Pablo como recibían el resto de las Escrituras. En 2 Pedro 3:16 él, refiriéndose a Pablo, dice: “Como asimismo lo hace en todas sus cartas, hablando en ellas de estas cosas; entre las cuales hay algunas difíciles de entender, las cuales los indoctos e inconstantes tuercen, como también las otras Escrituras, para su propia destrucción”. Era como si Pedro les dijera a los creyentes judíos que no discreparan del apóstol Pablo, sino que recibieran lo que él escribía como parte de las Escrituras. Al recibir los escritos de Pedro y de Pablo, la morada universal de Dios, compuesta por los creyentes judíos y los creyentes gentiles, podía ser edificada.
No mucho después que empezara la edificación de la iglesia con Pedro y Pablo, la iglesia sufrió daño. Por ello hubo necesidad del ministerio remendador de Juan. El ministerio de Juan no estaba relacionado con los judíos ni con los gentiles, sino que era celestial, pues Juan trajo todas las cosas de regreso al principio. Juan 1:1 dice: “En el principio era la Palabra, y la Palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios”. El versículo 4 dice: “En Él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres”. En el principio no había judíos ni gentiles, sino la Palabra. Esta Palabra no contenía enseñanzas, doctrinas, ordenanzas ni rituales, sino la vida. Guardar los rituales judíos es estar en Levítico, el tercer libro de la Biblia. Sin embargo, Juan nos trajo de regreso al primer libro, Génesis, donde vemos el árbol de la vida (2:9). Las epístolas de Pablo revelan que las enseñanzas religiosas judías y la filosofía griega se habían infiltrado para hacer daño a la iglesia. La iglesia sufrió mucho daño a causa de estos dos elementos. Debido a esto, Dios levantó a Juan para que remendara las rasgaduras y reparara el daño. Juan remendó, no combatiendo la enseñanza judía y la filosofía griega, sino diciendo: “En el principio era la Palabra [...] y la Palabra era Dios [...] En Él estaba la vida [...] Y la Palabra se hizo carne, y fijó tabernáculo entre nosotros [...] llena de gracia y de realidad” (Jn. 1:1, 4, 14). La Palabra no estaba llena de doctrinas y filosofías, sino de gracia y de realidad.
Pese a que yo soy de China, una tierra pagana, nací y fui criado en el cristianismo. Desde mi juventud escuché predicadores, pastores y ministros hablar acerca de Pedro, predicando que el Señor llamó a Pedro para que fuese un pescador de hombres (Mt. 4:19). Esto sin duda es cierto; no obstante, jamás escuché ni un solo predicador decir que el Señor hizo de Pedro una piedra. La primera vez que Pedro tuvo contacto con el Señor, Él no le dijo que lo haría pescador de hombres. El Señor le dijo esto a Pedro en Mateo 4:19, el cual es un relato de la segunda vez que Pedro tuvo contacto con el Señor. Pedro fue llamado por el Señor dos veces porque, al igual que nosotros, era débil en su fe. La primera vez que Pedro vino al Señor, Él le dijo: “Tú eres Simón, hijo de Jonás; tú serás llamado Cefas (que quiere decir, Pedro)” (Jn. 1:42). El nombre Pedro significa “una piedra”. Por lo tanto, la primera vez que Pedro vino al Señor Jesús, Él inmediatamente le prometió a Pedro que lo haría una piedra. Sin embargo, Pedro no permaneció con el Señor, sino que regresó a su antigua profesión, la pesca. Por esta razón, en Mateo 4 el Señor fue junto al mar donde Pedro estaba pescando y lo llamó de nuevo. En esta segunda ocasión el Señor le dijo a Pedro que lo haría pescador de hombres. Por consiguiente, ser una piedra viene antes que ser un pescador de hombres.
Más tarde, cuando Pedro seguía al Señor, Él les preguntó a los discípulos: “Vosotros, ¿quién decís que soy Yo?” (16:15). Pedro fue el primero en responder, diciendo: “Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente” (v. 16). El Señor le contestó: “Yo también te digo, que tú eres Pedro” (v. 18). Era como si el Señor le estuviera diciendo: “No te olvides del nuevo nombre que te di; tú eres una piedra”. Ésta debe de haber sido la razón por la que cuando Pedro ya era mayor, al escribir su primera epístola, les dijo a los creyentes: “Vosotros también, como piedras vivas, sois edificados como casa espiritual hasta ser un sacerdocio santo, para ofrecer sacrificios espirituales aceptables a Dios por medio de Jesucristo” (2:5). Por lo tanto, podemos ver que la primera vez que Pedro vino al Señor, se le recalcó que él sería hecho una piedra. Más tarde, cuando Pedro estaba con el Señor, Él le recordó nuevamente que era una piedra. Finalmente, cuando Pedro se puso en pie delante de los líderes de los judíos, no sólo les dijo que Jesucristo, Aquel que fue rechazado, era el Salvador, sino que también era la piedra del ángulo (Hch. 4:11-12). Pedro predicó a Cristo no sólo como Salvador, sino también como una piedra.
Cristo es el Salvador para nuestra salvación, y es la piedra útil para el edificio de Dios. Cristo suple nuestra necesidad al ser el Salvador, y cumple el propósito de Dios al ser la piedra. Cristo nos salva por causa del edificio de Dios: Él no tiene ninguna intención de salvarnos para llevarnos al cielo. La Biblia nos dice que al final el cielo quedará vacío. Apocalipsis 21:2 dice: “Vi la santa ciudad, la Nueva Jerusalén, descender del cielo, de Dios”. Muchos cristianos quieren ir al cielo, pero Dios está preparándose para descender a la tierra. Así que, estos cristianos están tratando de ir en dirección contraria a la de Dios. Debemos ver que nuestro Salvador es una piedra. No es que Él sea la piedra para poder ser el Salvador, sino que es el Salvador a fin de poder ser la piedra. En otras palabras, el edificio no existe por causa de la salvación, sino que la salvación existe por causa del edificio. De manera que fuimos salvos por causa del edificio de Dios, no para ir al cielo.
Dios le mandó a Noé que edificara el arca (Gn. 6:13-14). De igual manera, Dios manda a los creyentes neotestamentarios que edifiquen la iglesia (1 Co. 3:10, 12; 14:12, 26; Ef. 4:12, 16), la cual llegará a ser en su consumación la Nueva Jerusalén (Ap. 21:2, 9-10). En cada localidad muchos santos preciosos están edificando la iglesia al conducir nuevas personas a la salvación, al ayudarlas a ser transformadas y al acoplarlas como parte del edificio. Aunque estos santos no estén conscientes de ello, su labor corresponde a la edificación de la Nueva Jerusalén. Espero que un día cuando estemos en la Nueva Jerusalén, reconozcamos a los que trajimos a la iglesia y comprendamos que los edificamos como parte de la Nueva Jerusalén. Algunos en el cristianismo no aceptarían esto. Incluso pueden considerarnos herejes, pero esto es lo que se revela en la Biblia. No es una enseñanza cristiana tradicional, sino la visión celestial. Cuando nos veamos unos a otros en la Nueva Jerusalén, comprenderemos que lo que estábamos edificando en las iglesias era la Nueva Jerusalén.
Dios no edificó el arca por Sí mismo; del mismo modo, tampoco Dios edificará la iglesia por Sí mismo. Dios edificó el arca por medio de la edificación realizada por Noé, y hoy el Señor también está edificando la iglesia mediante nuestra obra de edificación de la iglesia. Muchos santos que aman al Señor y dan el todo por la vida de iglesia no lo comprenden, pero están edificando la Nueva Jerusalén. El arca que Noé edificó era simplemente un tipo. La Nueva Jerusalén es el arca final, el arca eterna. Hoy estamos edificando el arca final, que nos salvará de la era presente maligna del viejo cielo y la vieja tierra, y nos introducirá en la nueva era en el cielo nuevo y la tierra nueva.
Puedo decirles esto con denuedo porque en el recobro del Señor hemos visto la visión de la iglesia. Como resultado, sabemos lo que el Señor está haciendo hoy, y sabemos también lo que estamos haciendo hoy en Su recobro bajo Su visión. No estamos predicando ni ministrando a ciegas, tratando de ayudar a otros mientras nosotros mismos no sabemos adónde vamos. Tenemos una meta clara, a saber: la Nueva Jerusalén. Por lo tanto, tenemos plena seguridad y valor para declarar con fe que nuestra edificación de la iglesia hoy es la edificación de la Nueva Jerusalén, a fin de que se cumpla el propósito eterno de Dios. Pedro vio esta visión, puesto que en su predicación en el día de Pentecostés, él dio a entender que Jesucristo no sólo es el Salvador para la salvación de los escogidos de Dios, sino también la piedra destinada al edificio eterno de Dios.
Ahora necesitamos ver cómo nosotros, seres humanos caídos, pecaminosos, corruptos y contaminados, podemos llegar a ser piedras preciosas útiles para el edificio de Dios. A fin de llegar a ser tales piedras preciosas, debemos primero ser regenerados, necesitamos nacer de nuevo. En 1 Pedro 1:3 se nos dice que fuimos regenerados mediante la resurrección de Jesucristo. Esto indica que fuimos identificados con Cristo, de la misma manera que las ocho personas de la familia de Noé se identificaron con el arca. Debido a que estaban en el arca, ellos eran uno con el arca. Adondequiera que estaba el arca, ellos estaban, y todo lo que el arca experimentó, ellos lo experimentaron. La historia del arca era su biografía; la vida del arca era su vida. Ser regenerados por la resurrección de Cristo significa que somos identificados con Cristo, es decir, que fuimos puestos en Cristo y que somos uno con Él.
El versículo 23 nos dice que fuimos regenerados de simiente incorruptible, la cual es la palabra de Dios que vive y permanece para siempre. La palabra de Dios es la palabra de vida. En la regeneración la palabra divina de vida entra en nosotros como simiente de vida. Ahora tenemos esta simiente en nosotros. Cada uno de nosotros es como una pequeña parcela. La tierra en esa parcela jamás puede producir un clavel si no se siembra en ella una semilla de clavel; sólo sería una pequeña parcela. No puede llegar a ser jamás una parcela viviente, llena de vida y llena de belleza. No importa cuántas enseñanzas le demos a esa parcela de tierra en cuanto a qué aspecto tiene una planta saludable, esas enseñanzas jamás causarán que dicha parcela produzca una planta. Muchos maestros, como Confucio, le han enseñado al hombre a ser apropiado y virtuoso, pero esas enseñanzas no han servido de nada. Nada que tenga vida o belleza ha sido producido a través de dichas enseñanzas. Jesús no vino para enseñar, sino para sembrarse a Sí mismo en el hombre como semilla de vida. Mateo 13 revela claramente que el Señor Jesús vino como Sembrador para sembrar las semillas de vida (vs. 3-8, 37). Éstas semillas son la palabra de Dios, y el Señor mismo que está dentro de esta palabra como vida (vs. 19-23; Lc. 8:11).
Pedro no era por naturaleza una persona maravillosa. De niño él probablemente fue muy travieso. No obstante, cuando él vino al Señor, sin que Pedro se percatara de ello, el Señor se sembró en su interior. Luego, cuando el Señor resucitó, la semilla que estaba en Pedro germinó. Después de la resurrección del Señor, vemos que Pedro llegó a ser otra persona. Él ya no era un niño travieso, sino un gran apóstol. Fue por ello que pudo ponerse en pie el día de Pentecostés para sojuzgar a miles de personas. El viejo Pedro no podría haber hecho eso. Sin embargo, la semilla que fue sembrada en él tres años antes floreció en el día de Pentecostés. Todos tenemos esta misma semilla gloriosa dentro de nosotros, la cual crece y finalmente florecerá. De hecho, en algunos ya ha empezado a florecer.
Si hemos de llegar a ser piedras preciosas útiles para el edificio de Dios, debemos también beber la leche de la palabra a fin de crecer. En 1 Pedro 2:2 leemos: “Desead, como niños recién nacidos, la leche de la palabra dada sin engaño, para que por ella crezcáis para salvación”. No importa cuál sea nuestra edad, todos debemos ser como niños recién nacidos. Los niños recién nacidos no saben hacer otra cosa que beber leche. Ellos beben leche de día y de noche. Como niños recién nacidos, todos debemos tener apetito por la leche de la palabra. Es al beber la leche que los niños recién nacidos pueden crecer. De la misma manera, nosotros debemos beber la leche de la palabra para que por ella podamos crecer. Debemos acudir a la Biblia, no principalmente para recibir enseñanzas, sino para beber la leche, para recibir el alimento, a fin de poder crecer. El crecimiento de un ser humano no ocurre jamás por medio de enseñanzas; el crecimiento proviene de una sola cosa, a saber, la alimentación. Las madres saben que a fin de que sus hijos crezcan, ellos no necesitan principalmente recibir enseñanzas. Si únicamente se les da enseñanzas a los niños, ellos se volverán flacos y poco saludables. Sin embargo, si se les da alimentos nutritivos, estarán contentos y crecerán.
En las iglesias locales en el recobro del Señor, todos tienen rostros agradables, alegres y resplandecientes. Varios de los que nos han visitado me han preguntado: “¿Qué les ha ocurrido a estas personas?”. Algunos me han dicho: “Cuando yo fui a una de sus reuniones, todos allí resplandecían. ¿Acaso todos se ganaron premios valiosos?”. No hay premios materiales para los santos, pero cada mañana ellos reciben el premio de Cristo. Ellos reciben a Cristo como su alimento. Otros me han preguntado: “Hermano Lee, usted ya es un hombre de edad avanzada. ¿Por qué está tan contento todos los días? Usted es como una persona joven”. A veces les he contestado: “Por favor, no me llame anciano. No soy viejo; soy joven debido al alimento que recibo de la Palabra día a día”. He estado bebiendo la leche de la fuente de la Palabra por más de cincuenta años. Así que ahora estoy muy familiarizado con esta fuente. Muchas veces incluso cuando no tengo la Biblia conmigo físicamente, todavía estoy bebiendo. Después de dar un mensaje, mi esposa muchas veces sorprendida me dice: “No te vi abrir la Biblia ni una vez esta semana. ¿De dónde provino ese mensaje tan maravilloso?”. Así que le contesto: “Abro la Biblia dentro de mí cien veces al día”. Los demás no ven esto, pero el Señor como Espíritu en mi espíritu sí lo ve. Cuando estoy bebiendo de la fuente interior, el Señor Jesús siempre está contento, por lo cual yo también estoy contento.
La leche que bebemos nos hace crecer. Finalmente, por medio de este crecimiento llegamos a ser personas diferentes. A medida que la semilla del clavel crece, se produce la flor del clavel. Aparentemente, soy un hombre chino, pero dentro de mí tengo algo que florece, algo que está viviendo. Cuando nos veamos unos con otros, no debemos mirar el vaso de barro, sino al Cristo que florece.
Además, este crecimiento redunda en la edificación. Cuanto más bebamos la leche de la palabra, más desearemos tener contacto con los santos. Ésta es mi experiencia. Hoy me doy cuenta de que sin los queridos hermanos, simplemente no puedo vivir. Cuanto más crezco, más deseo ser uno con los santos. Esto es la edificación.
La edificación de la iglesia no se lleva a cabo por medio de la organización ni tampoco “amontonando” materiales; tiene que ver enteramente con el crecimiento orgánico. Los miembros de nuestro cuerpo físico no fueron organizados sistemáticamente, ni simplemente fueron puestos juntos sin un orden particular; más bien, han crecido juntos orgánicamente. Es por eso que nuestro cuerpo no puede ser dividido. Del mismo modo, la vida de iglesia apropiada en el recobro del Señor no es algo organizado ni son cosas amontonadas, sino una entidad que crece. Esto difiere completamente del cristianismo y de cualquier clase de religión; es el crecimiento de Cristo corporativamente. El Señor desea que la iglesia sea edificada, no por medio de enseñanzas, sino mediante el nutrimento de la leche y el alimento sólido en la palabra (1 Co. 3:2; He. 5:12-14).
En 1 Pedro 3:4 se menciona el “hombre interior escondido en el corazón”. Tal vez nunca nos hemos enterado de que en nuestro corazón hay un hombre escondido. Algunos pensarán que este hombre escondido es Jesús, pero según este versículo, es “un espíritu manso y sosegado”. Dentro de nuestro corazón está nuestro espíritu; nuestro espíritu es el hombre escondido en nuestro corazón. A fin de ser transformados en piedras preciosas, debemos estar atentos a este hombre escondido.
No debemos principalmente tomar en cuenta lo que pensamos. Es posible que yo le diga algo que lo ofende a usted, y el diablo use esa ofensa para activar su mente. Algunos quizás se ofendan cuando digo que hoy estamos edificando la Nueva Jerusalén al edificar las iglesias locales, y piensen: “Esto me molesta. Yo me gradué de uno de los mejores seminarios, y nunca me enseñaron esto. Escuché a muchos predicadores, pero nunca llegué a oír tal cosa. No puedo recibir esto, no puedo tragármelo”. Si algunos se sienten molestos con esto, es porque yo estoy hablando desde el espíritu, pero ellos están pensando en su mente. Por lo tanto, es como si estuviéramos en dos planetas diferentes. Debido a que estoy en el “planeta” del espíritu, y ellos están en el “planeta” de la mente, nos resulta imposible ser uno. Por lo tanto, no debemos permanecer en nuestra mente; más bien, todos debemos volvernos a nuestro espíritu.
En Apocalipsis 1:12 el apóstol Juan dice: “Y vuelto, vi siete candeleros de oro”. Los candeleros de oro en este versículo representan a las iglesias locales. A fin de ver las iglesias, tenemos que volvernos. Volvernos significa cambiar nuestro ángulo, dirección o destino. Tal vez yo le diga que en mi cabeza hay siete orificios, incluyendo mis ojos, oídos, fosas nasales y la boca. Pero si usted está detrás de mí, no estará de acuerdo conmigo y dirá: “Este hermano está mintiendo. Dice que en su cabeza hay siete orificios, pero yo no veo ninguno”. Usted no ve ningún orificio porque está mirándome por detrás. Si diera la vuelta para ver mi cara, vería que es cierto que en mi cabeza hay siete orificios. Muchos de nosotros hemos sido drogados, narcotizados y confundidos por los conceptos tradicionales del cristianismo. Como resultado, es posible que no sepamos dónde estamos. Por lo tanto, debemos dar vuelta a fin de cambiar de dirección, cambiar nuestro ángulo. Tenemos que abandonar todos los conceptos tradicionales y volvernos a nuestro espíritu a fin de ver las iglesias como nunca antes las hemos visto.
Muchos santos me han dicho que las primeras veces que me escucharon hablar, interiormente me condenaron y contendieron conmigo. Sin embargo, algo en lo profundo de su ser no los dejaba irse. Ellos no sabían por qué, pero algo en su interior siempre decía amén a mi hablar. Cuando se iban a casa, algo en su mente les decía: “Tú eres necio; simplemente estás siguiendo a un hombre. Además, si vas a seguir a un hombre, ¿por qué no sigues a alguien del Occidente? ¿Por qué seguir a un hombre de China? Puedes ser engañado por él”. No obstante, cuando llegaba la hora de la siguiente reunión, algo en lo profundo de su ser les decía que fueran. Su mente decía: “No debo ir. Me quedaré en casa”. Sin embargo, algo en su interior los perturbaba y los instaba, y no les daba la paz de quedarse en casa. Así que finalmente, a pesar de las continuas protestas en su mente, venían a la reunión. Este “algo en su interior” que los hacía venir a las reuniones era el hombre interior en su corazón, su espíritu.
Jesús no vino de un lugar que era apreciado, sino de la menospreciada ciudad de Nazaret. Natanael dijo: “¿De Nazaret puede salir algo de bueno?” (Jn. 1:46). A fin de llevar a cabo Su recobro en esta era, el Señor fue al pobre país de China. Algunos podrían preguntar: “¿De China puede salir algo de bueno?”. No obstante, el Señor me envió de China a los Estados Unidos, un país cargado de una larga historia del cristianismo tradicional. Aunque algunos en el cristianismo se opongan al recobro del Señor, ninguna oposición puede derrotarnos, puesto que estamos del lado del Señor. Mientras estemos en el recobro del Señor, estamos de Su lado; estamos identificados con Él. Simplemente necesitamos estar atentos al hombre interior escondido en el corazón, nuestro espíritu humano, que es donde el Señor Jesús está. Hoy en día el Señor Jesús está con nuestro espíritu, el hombre interior escondido en nuestro corazón (2 Ti. 4:22). Allí debemos escuchar al Señor, y no a nuestra mente, la cual está llena de conceptos tradicionales. Debemos olvidarnos de nuestros conceptos tradicionales y volvernos de nuestra mente a nuestro espíritu. Entonces tendremos pleno discernimiento para saber si lo que escuchamos es del Señor.
A fin de ser transformados en piedras preciosas útiles para el edificio de Dios, también debemos ser separados del mundo. En 1 Pedro 3:20b se nos dice que por entrar en el arca “algunos, es decir, ocho almas, fueron llevadas a salvo por agua”. Las ocho personas fueron salvas por entrar en el arca, que tipifica al Cristo redentor. Sin embargo, según este versículo, las ocho personas fueron salvas también por agua. Esto muestra que las aguas del diluvio, que fueron un juicio para la generación torcida y perversa, fueron una salvación para las ocho personas, pues las salvó, no del juicio de Dios sino de aquella generación corrupta. Las aguas de juicio los separaron a ellos, los sacaron de aquella generación maligna y los introdujeron en una nueva era. Por lo tanto, el hecho de que pasaran por las aguas del diluvio alude a la resurrección.
En 1 Pedro 3:21 leemos: “Ésta os salva ahora a vosotros, como antitipo, en el bautismo (no quitando las inmundicias de la carne, sino como petición de una buena conciencia a Dios) por medio de la resurrección de Jesucristo”. La salvación mencionada en este versículo no es la salvación del infierno ni la salvación de nuestra carne, como se menciona en Romanos 8, sino una salvación de la era presente maligna, la cual es condenada por Dios. Los cristianos hoy disputan entre sí acerca de la manera apropiada de bautizar a las personas, pero pasan por alto el verdadero significado del bautismo. Ser bautizado es pasar por las aguas de juicio a fin de ser separados de la generación maligna de hoy. Las aguas del mar Rojo, que también tipifican las aguas del bautismo, por un lado, juzgaron al ejército egipcio y, por otro, separaron a los hijos de Israel de Egipto (Éx. 14:22-29). Después que los hijos de Israel habían pasado por el mar Rojo, habría sido difícil que regresaran a Egipto, pues el mar les cerraba el paso. Si vemos el verdadero significado del bautismo, nunca regresaremos al mundo después de ser bautizados. Las aguas del bautismo son las aguas que juzgaron al mundo. En el pasado tal vez amábamos al mundo, pero fuimos salvos del mundo, no por el ritual o rito del bautismo, sino por la realidad de la resurrección de Cristo.
En 1 Pedro 2 se nos revela que tenemos que nutrirnos con la palabra a fin de crecer. El capítulo 3 revela que necesitamos volvernos al hombre interior escondido en el corazón, nuestro espíritu, y que tenemos que ser separados del mundo que ha sido condenado, esto es, ser salvos por agua. El capítulo 5 revela que debemos permanecer con el rebaño (vs. 2-4). Todas las ovejas necesitan permanecer juntas como rebaño. A algunos animales no les gusta permanecer con otros de su especie, pero a las ovejas les gusta siempre andar juntas como rebaño. Si a una oveja no le gusta estar con el rebaño, eso quizás sea una señal de que en realidad no es una oveja, sino un lobo. En 1 Pedro 2:5 se nos habla de ser edificados. En la práctica esta edificación corporativa es congregarnos en el rebaño como se declara en el capítulo 5. Congregarnos en el rebaño es ser edificados. Nunca debemos ser individualistas; debemos siempre congregarnos en el rebaño.
El último asunto que necesitamos para ser transformados con miras al edificio de Dios es la gracia de Dios. En 1 Pedro 5:5 dice: “Dios resiste a los soberbios, pero a los humildes da gracia”. El versículo 10 menciona “el Dios de toda gracia”. Dios no es simplemente el Dios de una clase de gracia, sino el Dios de todo tipo de gracia. La gracia es Dios como nuestro disfrute y nuestro suministro. Todos necesitamos el suministro de gracia de nuestro Dios todo-suficiente. Que la gracia del Señor esté con todos nosotros. Por Su gracia creceremos, por Su gracia estaremos con el rebaño, por Su gracia seremos transformados y por Su gracia seremos juntamente edificados. Todos debemos dedicarnos a experimentar esta gracia, pues por medio de ella llegaremos a ser el edificio de Dios y de ese modo cumpliremos el propósito eterno de Dios.