
Lectura bíblica: 1 Jn. 1:1-4; Hch. 2:42; 2 Co. 13:14; Fil. 2:1; Jud. 3; 1 Ti. 3: 9; 2 Ti. 4:7; Ef. 4:14; Gá. 5:20; 1 Co. 12:28
En los últimos tres capítulos, hemos visto tres asuntos intrínsecos relacionados con la iglesia: la esencia intrínseca de la iglesia, su crecimiento intrínseco, y su edificación intrínseca. El cuarto asunto intrínseco es la comunión intrínseca de las iglesias para su relación orgánica. En griego, la palabra que se traduce comunión es koinonía, que significa participación conjunta, participación común. Este es un término que denota mucha ternura, pero en el idioma inglés [así como en el español], es difícil obtener un término que sea apropiado, preciso, adecuado y que sea equivalente. El problema está en que el significado apropiado del término comunión, junto con muchos otros términos cruciales de la Biblia, ha sido dañado por la interpretación tradicional y religiosa del cristianismo. Para algunos, comunión es “participar en actividades sociales”. Muchas personas van a los servicios denominacionales por esta razón. Ellos tienen cierta forma de adoración, pero el interés principal es llevar una vida sociable unos con otros. Debemos abandonar tal concepto tan degradado. Nuestro entendimiento de la palabra “comunión” debe estar de acuerdo con la Palabra pura de Dios.
La comunión intrínseca de las iglesias es el fluir de la vida divina entre todos los miembros del Cuerpo orgánico de Cristo y a través de ellos (1 Jn. 1:1-4). Primera Juan 1:1-2 dice: “Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado, y palparon nuestras manos tocante a la Palabra de vida (porque la vida fue manifestada, y la hemos visto, y testificamos, y os anunciamos la vida eterna, la cual estaba con el Padre, y se nos manifestó)” (gr.). El término “Palabra” mencionado aquí es único, no común. Juan también usa este término en su Evangelio. Juan 1:1 dice: “En el principio era la Palabra, y la Palabra era con Dios, y la Palabra era Dios” (gr.). La Palabra estaba en el principio. En la eternidad pasada, estaba la Palabra. La Palabra que existía en el principio estaba con Dios y era Dios. La Palabra en 1 Juan 1 es la misma Palabra mencionada en Juan 1. En el Evangelio de Juan, él nos presentó a esta Palabra. En su Epístola, él nos remite nuevamente a esta misma Palabra, que es Dios mismo.
Esta Palabra es la Palabra de vida. Dios es vida, la Palabra que es Dios es vida para nosotros, y esta vida fue manifestada. Esta vida es el Señor Jesucristo. Cuando El fue manifestado en la carne, El fue manifestado como vida. Si nosotros consideramos en oración el relato de los cuatro Evangelios con todas las historias escritas con respecto a Jesús, podemos ver que en Su vivir humano, la vida siempre fue manifestada. El Señor Jesús fue una persona que manifestaba vida. Los discípulos, incluyendo a Juan, vieron esa vida. Por lo tanto, Juan pudo testificar y anunciarnos la vida eterna que estaba en el Padre.
En el Evangelio de Juan, la Palabra era Dios, y la Palabra se hizo carne y tabernaculizó entre los discípulos (1:14). Juan está anunciándonos aquello que vio y oyó. El había oído, visto y aun palpado la Palabra de vida, que es la vida eterna. Ahora, él está testificando y anunciándonos la vida eterna. Luego, Juan dice a continuación que él anunció lo que había visto y oído, no para que tuviésemos “vida”, sino para que tuviésemos “comunión”. Primera Juan 1:3 dice: “Lo que hemos visto y oído, esto os anunciamos, para que también vosotros tengáis comunión con nosotros; y nuestra comunión verdaderamente es con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo”. En este versículo, Juan usa otro término reemplazando a la palabra “vida”. Ellos vieron y oyeron la vida, y anunciaron la vida, y lo hicieron con un propósito muy grande. Juan estaba diciendo: “Os anunciamos la vida con el gran propósito de que tengáis comunión con nosotros”. Esta es “nuestra comunión”. “Nuestra” se refiere a los apóstoles. La comunión “nuestra”, es decir, la comunión de los apóstoles, es con el Padre, y con Su Hijo Jesucristo. Ellos nos anuncian al Hijo como vida para que participemos con ellos en esta comunión. Luego en 1 Juan 1:4, Juan dice: “Estas cosas os escribimos, para que vuestro gozo sea cumplido”. Los apóstoles estarían muy felices al ver que los creyentes tuvieran lo que ellos tenían. Lo que ellos tienen es la comunión con el Padre y con el Hijo. Si los creyentes participan de esta comunión, estarían muy contentos.
Hay tres puntos principales que necesitamos ver cuando estudiamos el significado de la comunión que se menciona en los primeros cuatro versículos de 1 Juan 1. Primero, la comunión es algo de la vida divina. Segundo, esta comunión es la comunión de los apóstoles. Tercero, los apóstoles esperaban ver que los creyentes compartieran esta comunión. Cuando decimos que esta comunión es algo de vida, queremos decir que es el fluir de la vida divina. Es el resultado de la vida eterna y en realidad es el fluir de la vida eterna dentro de todos los creyentes, quienes han recibido y poseen la vida divina.
La vida divina fluye. Al final de la Biblia, el último capitulo de Apocalipsis nos presenta un cuadro muy significativo. Allí está el trono de Dios y del Cordero (Ap. 22:1). De este trono procede una corriente, un caudal que es el fluir del agua de vida, y esta corriente es un río. Cuando una corriente se convierte en un río, es un caudal muy fuerte. El río de Apocalipsis es el río de agua de vida (Ap. 22:1).
Los dos últimos capítulos de Apocalipsis presentan un cuadro de la Nueva Jerusalén, una ciudad cuadrada establecida en que es una montaña alta, veinte mil estadios de altura (Ap. 21:16-17). Hay tres puertas en cada uno de los cuatro lados de la ciudad (Ap. 21:12-13). Encima de la ciudad está el trono de Dios y del Cordero. Un río fluye desde el trono y llega a todas las partes de la ciudad porque desde el trono corre hacia abajo en forma espiral y pasa por las doce puertas de la ciudad. Hay un sólo río, que fluye por la calle (22:1) regando todas las partes de la ciudad. Debido a que el río tiene forma espiral, pasa por todas partes de la santa ciudad, no importa donde esté uno. Este es un cuadro visible que nos muestra las cosas invisibles del Espíritu.
Hoy en día Dios está en el trono. Indudablemente El está en el trono en los cielos, pero si el trono sólo estuviera en los cielos, estaría muy lejos para que nosotros lo alcanzáramos. Hebreos 4:16 nos exhorta a que nos “acerquemos pues, confiadamente al trono de la gracia”. Si el trono de la gracia estuviera muy lejos de nosotros, no podríamos llegar hasta allí durante nuestra vigilia matutina con el Señor. Sin embargo, cuando venimos al Señor en la mañana, podemos tocarle inmediatamente en el trono de gracia. Esto se debe a que el trono no solamente está en los cielos, sino también en nuestro espíritu (véase la nota 1 de Hebreos 4:16, Versión Recobro). Fluye un río del trono. Dentro de nosotros hay un río que no solamente fluye, sino que también corre en espiral hasta llegar a todas las partes de nuestro ser. De acuerdo con el cuadro de Apocalipsis, el río fluye hasta llegar a cada una de las doce puertas de la ciudad. Este río de agua de vida es la comunión de la vida divina de la cual Juan nos habla en su primera Epístola.
Algo que nos podría ayudar a comprender lo que es esta comunión, o sea, lo que es el fluir de la vida divina, es considerar la circulación de la sangre en nuestro cuerpo humano. Hay solamente una circulación de sangre en nuestro cuerpo, y llega a todos los miembros de nuestro cuerpo. Ningún miembro de nuestro cuerpo físico es independientemente autónomo de los otros miembros. Todos los miembros del cuerpo participan de la circulación de la sangre. Hay muchos miembros, pero un solo fluir de sangre. El elemento intrínseco del cuerpo humano es su sangre. Esta circulación de la sangre en nuestro cuerpo humano es un cuadro de la comunión intrínseca que hay en el Cuerpo de Cristo.
Todo lo que la iglesia es, es intrínseco. Por lo tanto, no puede ser dividida. La esencia de la iglesia es intrínseca, su crecimiento es intrínseco, y su edificación es intrínseca. Además, la comunión de las iglesias también es intrínseca, tal como la circulación de la sangre en nuestro cuerpo humano es intrínseca. Las iglesias locales como el único Cuerpo orgánico de Cristo, no pueden ser individualmente autónomas porque ellas participan de la única comunión intrínseca que hay, el único fluir de la vida divina.
Si nuestro cuerpo físico fuera dividido en partes autónomas, sólo serviríamos para que se nos celebrara el funeral. Los miembros de nuestro cuerpo físico no son autónomos, tampoco son una federación. Los Estados Unidos de América se pueden considerar como una federación organizada de cincuenta estados. Nuestro gobierno es un gobierno federal. Los cincuenta estados no están divididos, sino confederados conjuntamente como una nación. La iglesia, sin embargo, no es autónoma ni federada, porque no está organizada como un país. La iglesia es el Cuerpo universal de Cristo, un organismo.
Nuestro cuerpo físico es un cuadro del Cuerpo de Cristo (Ro. 12:4-5.) Nuestro cuerpo tiene sólo una cabeza, sin embargo, hay muchos miembros bajo esta cabeza. Todos los miembros tienen una sola cabeza, y según la circulación de la sangre y los nervios, cada miembro está conectado directamente a la cabeza. La circulación de la sangre, sin embargo, no alcanza a los miembros directamente. Es necesario que fluya a través de otros miembros. El cuadro que debemos ver es que la circulación de la sangre en nuestro cuerpo es intrínsecamente una sola. De la misma manera, la comunión, el fluir de la vida en el Cuerpo de Cristo, es intrínseca y exclusivamente uno solo. El fluir de la sangre en nuestro cuerpo físico es un buen ejemplo de la comunión, es decir, del fluir de la vida divina.
Cuando creímos en el Señor Jesús, fuimos introducidos en esta comunión. Podemos decir que cuando invocamos el nombre del Señor, el Espíritu entró en nosotros, esto es, Dios entró en nosotros, o la vida divina entró en nosotros. Cuando creímos en el Señor Jesús, le recibimos en nosotros; El es Espíritu (2 Co. 3:17). El Espíritu es la consumación del Dios Triuno, y el Dios Triuno es la vida divina. El que está dentro de nosotros es la vida divina, la cual es el Dios Triuno, quien es el Espíritu y quien es Jesucristo. La vida divina y eterna es una persona, Jesucristo. El es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), y este Espíritu vivificante es la consumación del Dios Triuno. La consumación del Dios Triuno está en nosotros como vida divina, y esta vida divina fluye dentro de nosotros todo el tiempo. El está fluyendo dentro de ti, dentro de mí, y dentro de todos los miembros de Su gran Cuerpo universal. En Su Cuerpo universal hay un solo fluir, el fluir de la vida divina, la corriente del agua de vida. El agua es la vida divina, y la vida divina es el Dios Triuno. ¡El Dios Triuno fluye!
La primera estrofa de Hymns, N° 12 [N° 4, 100 Himnos seleccionados] dice:
¡Fuente de vida eres, oh Dios, Santo y libre caudal! ¡Como agua viva es Tu fluir, Hasta la eternidad!
Dios es un río fluyente que corre por todos Sus creyentes escogidos y redimidos. Este fluir es la comunión de la vida divina. Según 2 Corintios 13:14, ésta es la comunión que hay dentro del Dios Triuno. Este versículo dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. El Padre como amor es la fuente. De este amor proviene la gracia y pasa a través del Hijo. Esta gracia que pasa por el Hijo, llega a nosotros como la comunión del Espíritu, quien es la consumación del Dios Triuno. El amor de Dios en la gracia de Cristo se convierte en la comunión, el fluir, del Espíritu Santo. Este asunto de la comunión ha sido pasado por alto, y muchos cristianos hasta lo han ignorado. Muy pocos cristianos conocen este fluir. Si usted conoce este fluir, usted es muy bienaventurado.
La comunión intrínseca de las iglesias es la comunión única de los apóstoles, la cual es exclusiva y universalmente de todos los miembros del Cuerpo orgánico de Cristo (Hch. 2:42). El fluir fue al principio la comunión de la vida divina de la Trinidad divina. Luego, esta comunión pasó a los apóstoles, quienes estuvieron en el primer grupo de creyentes que hubo en la tierra. Por consiguiente, este fluir se convirtió en la comunión de los apóstoles. Los primeros apóstoles estuvieron en el fluir de la vida divina. Además, en aquellos primeros días, todos los creyentes perseveraban en la enseñanza y en la comunión de los apóstoles. Sólo había una enseñanza y una comunión. Los apóstoles hicieron una obra maravillosa al impartir la vida divina a la gente y al traer a las personas dentro de este fluir de la vida divina. Este fluir, esta comunión, se convirtió en la comunión de los nuevos creyentes. Su comunión era la comunión de los apóstoles, y la comunión de los apóstoles es la comunión del Dios Triuno.
Los Tres de la Deidad tienen comunión entre Sí. Esta comunión entre los Tres del Dios Triuno tiene que ver con los apóstoles y también con nosotros. Tenemos que darnos cuenta de que hoy en el universo hay un fluir que es Dios mismo como agua de vida que fluye del Dios Triuno a través de los apóstoles y entra en nosotros. El fluye no solamente hasta nuestro interior, sino también a través de nosotros hacia dentro de los nuevos creyentes. Cuando le predicamos el evangelio a alguien, y aquellos a quienes predicamos reciben al Señor Jesús, les estamos dando una “inyección” del agua de vida. Cuando ellos reciben el agua de vida, ellos son introducidos en esta comunión maravillosa.
Quizá no comprendamos por completo esta comunión, sin embargo, es un hecho maravilloso. Cada vez que conocemos a un creyente genuino, no importa de qué nacionalidad o raza sea, algo “salta” dentro de nosotros. Esta experiencia se puede comparar a lo que le pasó a María, la madre de Jesús, cuando fue a ver a Elisabet, la madre de Juan el Bautista. Cuando Elisabet oyó la salutación de María, el bebé saltó en su vientre (Lc. 1:41). Algo dentro de ella estaba saltando. Juan el Bautista saltó de alegría (v. 44) cuando conoció al Salvador, mientras ambos estaban aún en el vientre de sus madres. Podríamos decir que hubo comunión entre Juan el Bautista y Jesucristo antes de que ambos nacieran. Hoy en día, nosotros somos esas “madres” que tienen al Señor Jesús dentro de nosotros. Cada vez que nosotros los cristianos conocemos a otros cristianos, algo dentro de nosotros “salta”. Debemos seguir el impulso de este “saltar” dentro de nosotros. Este “saltar” interno es la comunión intrínseca.
Esta comunión intrínseca y única se da entre todos los miembros del Cuerpo de Cristo para hacernos uno, por encima de las diferencias exteriores de raza o cultura. Cuando yo era joven, el pueblo chino odiaba a los japoneses porque éstos habían invadido a China. Yo fui criado en esa atmósfera, pero el Señor me salvó, y en 1933 fui llamado por el Señor a dejar mi trabajo, y servirle de tiempo completo. Ese mismo día que dejé el trabajo recibí una invitación de Manchuria en la que se me invitaba a hablar. Cuando hablé allí, algunos creyentes japoneses vinieron a mí, y me dijeron que eran cristianos, y me invitaron a visitarles para compartir con ellos. Fui adonde ellos y me reuní con ellos de acuerdo con sus costumbres. Aunque fui criado en una atmósfera en la que había mucho odio hacia los japoneses, algo “saltaba” dentro de mí al estar reunido con ellos porque ellos eran mis hermanos en Cristo. Los amaba, y estaba muy contento de estar con ellos. Mi amor por ellos estaba en el fluir de la vida divina, en la comunión, dentro de mí.
Si seguimos la comunión intrínseca, no habrá problemas entre nosotros. Cuando estamos centrados en las cosas exteriores, los problemas vienen. En algunos lugares de los Estados Unidos, las personas blancas y negras no se juntan para adorar al Señor. Esto se debe a que están centrados en las cosas externas en vez de en la comunión intrínseca. De la misma manera, existen problemas entre los santos porque éstos están enfocados en lo exterior en vez de la comunión intrínseca de vida.
Los cristianos se aman unos a otros hasta que empiezan a fijar su atención en las cosas externas, tales como el grupo con el que se reúnen o las doctrinas en las que están de acuerdo. Un cristiano puede creer que el arrebatamiento es antes de la tribulación, mientras que otro cree que es después de la tribulación. Ellos pueden discutir y pelear sobre sus desacuerdos doctrinales. Mientras estemos centrados en doctrinas, habrá división. Hay muchas doctrinas, pero solamente hay una comunión intrínseca. Si sólo cuidamos de la comunión intrínseca, el fluir de la vida divina, el cual es como la circulación de nuestro cuerpo, estaremos bien. Debemos limitarnos al fluir, a la comunión de la vida divina. Debemos vivir dentro de esta comunión intrínseca y cuidar de ella, la cual es del Dios Triuno, de los apóstoles y de todos los creyentes.
La comunión intrínseca de las iglesias es la comunión del Espíritu en el espíritu regenerado de todos los miembros del Cuerpo orgánico de Cristo (2 Co. 13:14; Fil. 2:1). Segunda Corintios 13:14 se refiere a “la comunión del Espíritu Santo”, y Filipenses 2:1 menciona la “comunión del espíritu”, refiriéndose al espíritu humano. Por lo tanto, la comunión intrínseca pertenece al Espíritu divino que reside en nuestro espíritu humano.
Nosotros los creyentes venimos de muchos diferentes trasfondos culturales. A pesar de nuestras diferencias externas, todos tenemos la misma comunión intrínseca. Los japoneses, los coreanos, los negros y los blancos se vuelven uno solo en esta comunión. Si nosotros no seguimos las cosas externas, sino que seguimos exclusivamente nuestro espíritu con el Espíritu, estaremos en el fluir. En el recobro del Señor practicamos esta unidad universal en el fluir de la vida divina. Muchos han testificado que nuestras reuniones son una maravilla porque todas las razas están reunidas como uno solo. Podemos reunirnos en unidad porque sólo nos importa la comunión intrínseca.
La comunión está basada en la creencia única (la única fe) de todos los miembros del Cuerpo orgánico de Cristo de acuerdo con la enseñanza de los apóstoles: la enseñanza única del Nuevo Testamento (Jud. 3; 1 Ti. 3:9; 2 Ti. 4:7; Hch. 2:42). Todos tenemos que conocer nuestra fe, la fe objetiva. Esta fe es nuestra creencia cristiana, las cosas en las que creemos, no nuestra acción de creer. Todos los miembros del Cuerpo orgánico de Cristo tienen la comunión que está basada en la fe, la única creencia. Todo lo que creamos es según la enseñanza de los apóstoles, la enseñanza única del Nuevo Testamento.
La comunión entre los creyentes no debe estar basada en ningún viento de enseñanza (Ef. 4:14). Si nuestra comunión está basada en las diferentes enseñanzas que son vientos, estas enseñanzas serán uno de los tres factores de una secta: una comunión especial, un nombre especial, o un terreno especial. Cualquiera de estas tres hará que lleguemos a ser una secta o división (Gá. 5:20). Por lo tanto, tenemos que evitar cualquier comunión especial basada en algún viento de enseñanza.
La relación orgánica de las iglesias es la relación de la iglesia única: la iglesia universal compuesta de todas las iglesias locales (1 Co. 12:28). Hoy en día en el recobro del Señor hay cerca de mil ciento cincuenta iglesias en toda la tierra. Existen muchas iglesias locales, pero hay una comunión que es única, universal e intrínseca, que tiene por objeto la relación orgánica de las iglesias.
Los ancianos de cada una de las iglesias locales deben considerar qué clase de relación tienen las iglesias entre sí. ¿Acaso está la relación de la iglesia limitada a los hermanos en la localidad? ¿Acaso está la iglesia en comunión con todas las iglesias en el recobro del Señor? Es posible que los hermanos encargados en cierta localidad tengan “pláticas privadas” entre ellos. Cuando otro hermano encargado viene de otra localidad a reunirse con ellos, tal vez dejen de hablar. Antes de que el otro hermano viniera, hablaban libremente. Cuando él llegó, dejaron de hablar. Este hermano fue excluido de la relación privada de aquéllos. Dos iglesias podrían estar muy cerca una de la otra geográficamente, y aún así, tener una relación separada. Estas dos iglesias tal vez no quieran que la una se entere de los asuntos de la otra. Es muy difícil ver a dos ancianos de dos localidades diferentes hablando libremente. No entienda mal lo que yo estoy tratando de decir aquí. No estoy en pro de que las iglesias sean federadas, ni tampoco de que sean autónomas. Yo sólo estoy a favor de la comunión única y universal que es para la relación orgánica de las iglesias. La relación de cada iglesia debe ser la comunión única y universal de la vida divina. En esta comunión, las iglesias no deben tener nada en privado, excepto ciertos casos individuales, que tienen que ver con asuntos confidenciales y personales.
Es posible que algunos digan: “¿No tienen las iglesias sus cuentas separadas?” Puede ocurrir que dos ancianos están hablando sobre su situación financiera local, pero cuando un hermano de otra localidad se les une, cambian el tema. Ellos quieren mantener a privado sus cuentas. Pero nuestras finanzas no son algo que debemos mantener en secreto. No hay nada de malo en que una iglesia local esté pobre, que no tenga mucho dinero, y que tenga comunión con otras iglesias y les haga saber sus necesidades. De otra forma, ¿cómo puede una iglesia enterarse de la necesidad de otra? Puede ser que una iglesia sea muy rica y que tenga abundancia de fondos. Si esta iglesia no tiene la libertad de preguntar por las necesidades de otra iglesia, ¿cómo podría ayudarla? La abundancia de una iglesia local no es solamente su abundancia. Es la abundancia del Cuerpo. Es perfectamente correcto que una iglesia rica les diga a las iglesias pobres que tiene abundancia. De la misma forma también es correcto que las iglesias pobres les digan a las iglesias ricas de sus necesidades. Quizá una iglesia tenga abundancia material, mientras otras tres iglesias tienen una necesidad urgente. Si nuestra relación está limitada a nuestra localidad, el Cuerpo de Cristo sufre mucho.
Lo que estoy diciendo no está relacionado con federación. Nosotros no queremos tener una federación. El camino que debemos tomar es el camino de la comunión única y universal de todas las iglesias. Es posible que los hermanos que estén cuidando de una iglesia que está en necesidad sean muy orgullosos para decirles a otras iglesias que dicha iglesia está en necesidad. Esto no es correcto; este tipo de orgullo produce separación. No hay nada de malo en que una iglesia en necesidad aproveche la oportunidad para tener comunión con otra iglesia local que tenga más dinero. La iglesia que tiene abundancia debe considerar la necesidad de la otra iglesia como su necesidad. La Biblia frecuentemente nos exhorta a cuidar de los que están en necesidad. Si cuidamos a los individuos en esta forma, ¿no debemos cuidar de las iglesias de la misma manera? Las iglesias no están divididas ni separadas, no importa cuán lejos estén una de otra geográficamente. Las iglesias son una. ¡Qué bueno es que las iglesias puedan seguir adelante en unidad!
Las iglesias no deben tomar los asuntos relacionados con su avance en el Señor como algo privado, sin embargo, como hemos mencionado, hay algunos casos individuales en una iglesia local que se deben mantener en secreto. Si hay alguien en inmoralidad, o en una situación pecaminosa, este asunto se debe quedar dentro de aquella iglesia local. Esos asuntos se deben guardar en secreto. Exponer asuntos personales de otros, que se nos han confiado, es incorrecto. A los doctores en medicina no se les permite exponer las deficiencias de sus pacientes. A los pastores no se les permite exponer públicamente los asuntos morales de un miembro de su iglesia. Esto no está permitido. La finalidad de la iglesia local no es condenar a las personas, es rescatar, recobrar y amar a las personas. La iglesia no ha sido comisionada para condenar o arrestar a la gente como si fuera una comisaria de policía. La iglesia local debe ser un órgano que ama a los pecadores, a los descarriados, y a los caídos. Su función no es condenar, sino rescatar.
Gálatas 6:1 dice que si alguien entre nosotros es sorprendido en alguna falta, debemos ejercitar un espíritu de mansedumbre para recobrarlo. Cuando estamos tratando de recobrar a una persona, es necesario cubrirla. Cubrir es proteger. Debemos proteger al pecador. Sin embargo, esto no quiere decir que toleremos el pecado. No podemos tolerar el pecado, pero sí debemos tratar en privado los asuntos pecaminosos de las personas, con la meta de recobrarlas. No hay necesidad de que otras iglesias se enteren de estas situaciones.
Sin embargo, para que la iglesia siga adelante, existe la necesidad de tener mucha comunión. Todas las iglesias locales son una sola iglesia. Existe una relación orgánica entre todas las iglesias. Su relación no es organizacional. La relación de las iglesias debe ser orgánica, de acuerdo con la vida divina y basada sobre la comunión orgánica de la vida divina. Si mantenemos esta visión seremos salvos de muchos problemas.
Cuando el primer grupo de apóstoles estuvo en la tierra, las iglesias eran uno orgánicamente. Sin embargo, después de un tiempo, las iglesias comenzaron a degradarse y a dividirse. Al comienzo del cuarto siglo, en el año 325 d. de C., Constantino celebró un concilio en Nicea. El presidió ese concilio para hacer que todos los principales maestros de ese tiempo se pusieran de acuerdo. Finalmente, el resultado de ese esfuerzo fue la formación de la Iglesia Católica. Realmente, no hay nada de malo con ser “católico” en el sentido correcto. Ser católico es ser universal o todo-inclusivo. En el sentido correcto, todas las iglesias deben ser “católicas”; deben ser universalmente uno. Sin embargo, la palabra “católico” ha sido dañada. La Iglesia Católica ha creado una gran jerarquía. Esta jerarquía provino de la enseñanza errónea de Ignacio, quien dijo que un sobreveedor u obispo tiene una posición más alta que la de un anciano. De esta enseñanza errónea provino la jerarquía de obispo, arzobispo, cardenal, y Papa de la Iglesia Católica. Esta enseñanza es también la fuente del sistema de gobierno eclesiástico episcopal. Tal jerarquía anula la posición de Cristo como Cabeza. Debemos aborrecer esa práctica de jerarquías.
Cuando los Hermanos fueron levantados, ellos atacaron fuertemente la práctica de la jerarquía del catolicismo. Sin embargo, con el tiempo los Hermanos se dividieron a causa de sus enseñanzas doctrinales. John Nelson Darby fue acusado de intentar unificar las iglesias a manera de federación. Un maestro, G. H. Lang, como reacción en contra de Darby, enseñó que toda asamblea local debe ser autónoma. Esta enseñanza de autonomía dañó a los Hermanos, causando división tras división.
En relación con la iglesia, la práctica de autonomía es incorrecta, y la práctica de federación también lo es. La iglesia no es ni federada ni autónoma. Solamente debemos ocuparnos de la práctica del Cuerpo, de la vida de la iglesia, como organismo del Dios Triuno. En el recobro del Señor, no practicamos ni la autonomía ni la federación. Solamente tenemos una práctica basada en la comunión única y universal del Cuerpo de Cristo. La iglesia en una localidad no debe tener la actitud de que no tiene nada que ver con otra iglesia en otra localidad. Tenemos que admitir que se ha infiltrado tal comprensión intrínseca de la relación de separación y autonomía de las iglesias, y hasta cierto punto ha llegado a existir en el recobro. Esta comprensión es intrínsecamente incorrecta. Las iglesias no deben practicar el tener relaciones de separación y de autonomía entre ellas. También es incorrecto que las iglesias practiquen una relación de federación. Debemos practicar la relación única basada en la comunión única y universal del Cuerpo de Cristo.
La relación orgánica de las iglesias está basada en la comunión única y universal entre todos los miembros del Cuerpo orgánico de Cristo (cfr. Fil. 2:1). Esta relación orgánica es practicada única y universalmente entre todas las iglesias locales como único Cuerpo orgánico de Cristo, la única iglesia en el universo. Las iglesias no deben tener una relación limitada por una autonomía local, y tampoco deben tener una relación de federación, sino que deben tener una relación única entre todas las iglesias locales en el único, universal y orgánico Cuerpo de Cristo.