
Lectura bíblica: Gn. 1:26a, 27; 28:16-19; Ex. 25:8-9; 40:1, 34-35; 1 R. 7:51; 8:10-11; Esd. 1:3, 5; Jn. 1:14; 2:19-20; Ef. 1:22-23; 2:19-22; 1 Ti. 3:15-16; Ap. 21:2-3
En este mensaje queremos ver el recobro de la expresión de Dios. En la historia de la iglesia existió un período de reforma, y en la actualidad aún existen denominaciones que usan este término, por ejemplo, la Iglesia Holandesa Reformada. Algunas personas definen la reforma como una clase de restauración. Sin embargo, al referirnos al mover actual del Señor preferimos usar la palabra recobro. Esta palabra implica que algo que existía originalmente, se perdió; así que, es necesario recobrar lo que se ha perdido. En el sentido espiritual, éste es el verdadero significado de la palabra recobro. Si conocemos la Biblia, veremos que el recobro del Señor no se encuentra únicamente en el Nuevo Testamento, o sólo en el presente, sino también en el Antiguo Testamento.
Estos dos Testamentos, el Antiguo y el Nuevo, en realidad revelan lo mismo. El Antiguo Testamento revela el modelo de la realidad que se producirá en el Nuevo Testamento. San Agustín dijo que el Nuevo Testamento se halla oculto en el Antiguo Testamento, y que éste se manifiesta en el Nuevo. Escuché esto cuando era joven, y lo he guardado como un proverbio que me ha ayudado a estudiar y a entender la Palabra Santa. Me recuerda constantemente que todo lo que se halla en el Antiguo Testamento, estará también en el Nuevo; y que todo lo que se halla en el Nuevo Testamento, ya existía en el Antiguo.
Por ejemplo, en el Antiguo Testamento, el libro de Exodo describe el tabernáculo; luego, en el Nuevo Testamento, el Evangelio de Juan comienza mencionándolo (Jn. 1:14); y Apocalipsis, el último libro de la Biblia, concluye hablando de lo mismo (Ap. 21:3). El Evangelio de Juan dice que en el principio era el Verbo, y que el Verbo era Dios, y que este Verbo se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros (Jn. 1:1, 14). El hecho de que El moró entre los hombres indica que había fijado tabernáculo entre ellos; en otras palabras, un tabernáculo moraba entre el linaje humano. Al final de la Biblia, que es también la conclusión de los escritos de Juan, vemos la Nueva Jerusalén, la cual es la consumación del tabernáculo revelado en la Biblia.
Por medio de este ejemplo podemos ver que los asuntos cruciales presentes en el Antiguo Testamento también se hallan en el Nuevo Testamento. Así que, los dos Testamentos revelan lo mismo; la única diferencia radica en que el Antiguo Testamento presenta un modelo, y el Nuevo Testamento, la realidad. Por ejemplo, primero se diseñan los planos arquitectónicos, después se construye un modelo conforme a éstos, y finalmente, se construye el edificio. El edificio en sí concuerda absolutamente con el modelo, tanto en el diseño como en los detalles. En el Antiguo Testamento tenemos el modelo, y en el Nuevo Testamento, la realidad.
Cuando tenía unos veinte años llegué a saber acerca del recobro al leer la Biblia y al estudiar otros escritos cristianos, en especial, los de los Hermanos. Ellos hablaron respecto a los que regresaron de la cautividad, pues indicaron que los hijos de Israel fueron llevados cautivos a Babilonia, y luego, después de setenta años, el Señor les mandó regresar a Jerusalén. Ese regreso fue un recobro genuino.
Algunos cristianos, cuando hablan acerca del recobro del Señor, se refieren al recobro de unas doctrinas. Por ejemplo, dicen que la doctrina de la justificación por fe se había perdido, pero que después fue recobrada por Martín Lutero. Otros recalcan que ciertas prácticas han sido recobradas. Por ejemplo, hace más de trescientos años algunos creyentes del norte de Europa vieron el bautismo por inmersión. Ellos consideran que no sólo se ha recobrado la verdad concerniente al bautismo, sino también la práctica. Bautizar a las personas por inmersión en agua es una práctica.
Los presbiterianos consideran que ellos han recobrado el presbiterio. El presbiterio es el cuerpo de ancianos, lo cual se refiere al gobierno de la iglesia. El gobierno que ellos ejercen no es episcopal ni congregacionalista, sino que administran la iglesia por medio del presbiterio, el cuerpo de ancianos. Todos estos grupos consideran que han recobrado algunas verdades y prácticas. La mayoría de las denominaciones protestantes, en la actualidad, son el resultado de que se haya recobrado alguna doctrina o práctica.
Aunque lo que se ha mencionado anteriormente son recobros, no están en la línea central. El tema principal revelado en la Biblia no es el bautismo por inmersión ni el presbiterio, ni tampoco alguna otra doctrina ni práctica. La línea central presentada en la revelación divina es que Dios desea ser expresado, es decir, el Dios Triuno anhela ser expresado en la humanidad. Dios es invisible, pero desea ser expresado. El Dios invisible desea ser visto mediante un instrumento, y este instrumento es la humanidad, el hombre que El mismo creó. El hombre y el universo fueron creados para este propósito específico. Dios creó los cielos y la tierra, las cosas inanimadas, la vida vegetal, la vida animal, y finalmente, la vida humana. Esto significa que todas las cosas fueron creadas para el hombre. Los cielos fueron creados para la tierra, y la tierra, para el hombre.
El hombre fue hecho por Dios con un propósito definido. Dios es juicioso y resuelto. Conforme a Su propósito, El concibió un plan para crear el universo y para crear al hombre a fin de expresarse a Sí mismo. Génesis 1:26-27 ocupa un lugar importante en la Biblia, pues revela que cuando el Dios Triuno planeó crear al hombre, al parecer sostuvo una conferencia. El versículo 26 dice “hagamos” al hombre. La Biblia no narra ninguna conferencia efectuada entre los tres de la Deidad antes de que se creara los cielos, la tierra, la vida vegetal o la vida animal. Sin embargo, antes de que Dios hiciera al hombre, hubo una conferencia entre los tres de la Deidad; allí se tomó la decisión de crear al hombre a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza.
Todos debemos respetarnos a nosotros mismos porque hemos sido hechos conforme a la especie de Dios. En Génesis 1 vemos que la vida vegetal produce fruto según su propio género y que la vida animal produce fruto según su propio género, pero el hombre fue creado conforme a la especie de Dios. Nuestra imagen y semejanza son las de Dios. ¡No pensemos que esto significa que somos Dios! ¡No! Más bien, esto se asemeja a una fotografía. Si usted me toma una fotografía, puede decir que esa foto soy yo y también, que no soy yo; ambas afirmaciones son correctas. Esa fotografía no es la persona real. Cada ser humano es una fotografía de Dios. Dios tomó una sola fotografía, pero a través de las generaciones se ha llevado a cabo una maravillosa reproducción de dicha fotografía y ahora existen millones de copias. Todos nosotros somos fotografías de Dios.
Una fotografía, sin embargo, es sólo una imagen, pues no tiene contenido real ni vida. Así que en el segundo capítulo de la Biblia, una vez que Dios creó al hombre a Su imagen, El lo puso frente al árbol de la vida. Esta es una indicación contundente de que el hombre creado por Dios aún no poseía la vida de Dios; por tanto, Dios lo llevó frente al árbol de la vida, lo cual muestra que El quería que el hombre tomara de ese árbol a fin de que recibiera Su vida divina. Al comienzo de la Biblia vemos a un hombre que no solamente fue creado por Dios, sino que también fue creado conforme a Dios. Es decir, Dios hizo un duplicado de Sí mismo únicamente en cuanto a la apariencia externa, pero sin el contenido interior. Así, vemos al comienzo de la Biblia la expresión de Dios. El hombre fue hecho para expresar a Dios. Por consiguiente, no debemos expresarnos a nosotros mismos; más bien, debemos expresar a Dios porque fuimos hechos a Su imagen y conforme a Su semejanza.
La línea central revelada en toda la Biblia es la expresión de Dios. Génesis presenta nueve hombres notables que sobresalieron en el marco de la historia humana: Adán, Abel, Enós, Enoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob y José. Adán, el primero de ellos, llegó a ser un hombre caído. Abel regresó a Dios, tomando el camino de redención y de salvación provisto por El. Después vemos a Enós, quien comprendió que el hombre caído es débil, frágil e inútil; por tanto, no confió en sí mismo, sino que invocó el nombre de Jehová. Invocar el nombre de Jehová significa poner nuestra confianza en El. En otras palabras, reconocemos que somos seres caídos, pecaminosos, débiles, envenenados, corruptos, frágiles e incapaces en cuanto a la obra de Dios. Por consiguiente, ¿qué podemos hacer? Debemos olvidarnos de nosotros mismos e invocar el nombre de Jehová. Esto no es sólo invocar el nombre de Dios, ya que Jehová es Jesús en el Antiguo Testamento. Así que, Enós llegó a ser un hombre sobresaliente en la historia humana debido a que fue el primero en invocar el nombre del Señor. Para mí, invocar el nombre del Señor equivale a reconocer que no soy nada, que no puedo hacer nada y que no sirvo para nada. Debido a que no confío en mí mismo, pongo mi confianza en el Señor e invoco Su nombre.
Enoc, la cuarta persona notable, caminó con Dios. Esto muestra cierto progreso, ya que no sólo invocó el nombre del Señor, sino que caminó con El. El quinto hombre sobresaliente mencionado en Génesis es Noé, quien no sólo caminó con el Señor, sino que también laboró con El y para El. Noé edificó el arca con el Señor y para El.
Abraham, el sexto hombre sobresaliente, fue llamado a que saliera de la tierra idólatra. Su hijo Isaac y su nieto Jacob siguieron sus pisadas. Algo le sucedió a Jacob, lo cual muestra un desarrollo adicional en cuanto a la expresión de Dios. Cuando él estaba huyendo de su hermano, se recostó a dormir en el desierto y tomó una piedra como almohada (Gn. 28). Durante la noche tuvo un sueño donde vio una escalera que llegaba hasta el cielo y vio a los ángeles descendiendo y ascendiendo sobre ella. Jacob llamó ese lugar puerta del cielo y casa de Dios, Bet-el, pues ésa era la morada de Dios. A la siguiente mañana él ungió con aceite su almohada de piedra y llamó ese lugar Bet-el, la casa de Dios; esto es muy significativo. Dios le dio a este vagabundo un sueño mostrándole que El deseaba obtener Bet-el, una casa en esta tierra. A los ojos del hombre, nada le expresa mejor a uno que su propia casa. Cuando usted mira el lugar donde vive una persona, inmediatamente puede darse cuenta qué clase de persona es ella. Dios desea obtener una morada en la tierra para expresarse a Sí mismo.
El noveno hombre notable mencionado en Génesis fue José, quien reinó en la tierra y expresó a Dios. Finalmente, todos los descendientes de Jacob fueron hechos prisioneros en Egipto. Pero después de cuatrocientos años, Dios sacó de Egipto a los hijos de Israel y los condujo al monte Sinaí, donde les reveló el tabernáculo. Dios quería que ellos fueran Su morada, a fin de que El se expresara entre ellos y por medio de ellos. Más tarde, dicho tabernáculo fue agrandado y llegó a ser un templo. El tabernáculo era la casa movible de Dios, pero el templo llegó a ser Su casa asentada sobre la tierra. Esto es lo que abarca todo el Antiguo Testamento. Primero, Dios obtuvo nueve hombres sobresalientes, desde Adán hasta José, quienes le expresaron de una manera limitada; posteriormente, en el segundo libro de la Biblia, Exodo, vemos que Dios obtuvo un pueblo, el cual llegó a ser Su expresión de manera plena.
La primera persona que el Nuevo Testamento menciona es Jesucristo. El era Dios hecho hombre, y se hizo un tabernáculo (Jn. 1:14). Cuando El estuvo sobre la tierra, fijó tabernáculo entre los hombres. El era la morada de Dios. El modelo del tabernáculo fue revelado en Exodo, mientras que el verdadero tabernáculo, Jesucristo, fue presentado en el Evangelio de Juan. Un día, este tabernáculo le dijo a los judíos que si ellos lo destruían, El levantaría el templo en tres días. Por supuesto, ellos le destruyeron crucificándole en la cruz, pero El se levantó a Sí mismo de forma agrandada. Todos nosotros formamos parte de ese templo que fue levantado, el cual es la iglesia. Esta es la expresión de Dios.
Por una parte, Efesios dice que nosotros somos juntamente edificados como templo de Dios para expresarle, y por otra, declara que la iglesia es el Cuerpo de Cristo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo (Ef. 2:21-22; 1:23). ¿Qué es la plenitud? La plenitud es simplemente la expresión. Por ejemplo, si un vaso contiene agua pero ésta no rebosa, allí no hay plenitud. Sólo cuando el agua se desborda del vaso existe el rebosamiento, o sea, la plenitud; dicha plenitud es la expresión del agua. Nosotros somos vasos para contener a Dios (Ro. 9:21, 23). Si sólo contenemos un poco de Dios y no rebosamos de El, no existe la plenitud; y si no hay plenitud, tampoco hay expresión. La iglesia debe ser un vaso que esté lleno de Dios e incluso que rebose de El. Cuando la iglesia rebosa de Dios, allí está la plenitud, y dicha plenitud es la expresión de Dios. Por una parte, la iglesia es la morada de Dios, y por otra, debe ser la plenitud de Dios. Ser únicamente la morada de Dios no es suficiente, pues debemos también ser Su plenitud; de esta manera, la iglesia expresará a Dios. Cuando rebosamos de Dios, tenemos la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo; así, llegamos a ser la plena expresión del maravilloso Dios todo-inclusivo.
En 1 Timoteo 3:15-16 Pablo dice que la casa de Dios es la iglesia del Dios viviente, columna y fundamento de la verdad, y que además es el Dios todo-inclusivo manifestado en la carne humana. Cuando juntamente expresamos la plenitud de Dios, los demás se darán cuenta de que esto es Dios manifestado en la carne. Aunque ciertamente somos hombres de carne, rebosamos de Dios. Entre nosotros se halla la manifestación del Dios invisible, y dicha manifestación es la expresión de Dios.
Dicha expresión, que es la iglesia hoy, tendrá su consumación máxima en la Nueva Jerusalén, el tabernáculo eterno. Todo el pueblo redimido de Dios será una entidad corporativa, la Nueva Jerusalén, que expresará a Dios por la eternidad.
Satanás, el enemigo de Dios, aborrece la expresión de Dios. En el Antiguo Testamento, poco después de que Dios había conseguido Su meta de obtener dicha expresión, esto es, la edificación del templo, Su enemigo se infiltró para corromper intrínsecamente al pueblo de Dios. Cuando se edificó el templo, la gloria de Dios descendió sobre él, lo cubrió y lo llenó por completo. Dicha gloria era la expresión de Dios. Dios es invisible y está oculto. Pero una vez que El es expresado, eso es gloria. El templo representa la agrupación, el conjunto, de todos los hijos de Dios, lo cual es Su morada. En aquella morada, Dios se manifestó en gloria; no obstante, Satanás corrompió al pueblo de Dios en cuanto a su moralidad y conducta. Ese pueblo se arruinó y cayó en una condición tan pecaminosa que Dios no pudo morar más en el templo y tuvo que abandonarlo. Luego, el ejército babilónico vino a destruir el templo, se apoderó de los utensilios e incluso se llevó cautivo a la mayoría del pueblo. Entonces, Nabucodonosor, rey de Babilonia, puso los utensilios del templo de Dios en el templo de sus ídolos. Esto quiere decir que la expresión de Dios fue destruida; por tanto, hubo necesidad de un recobro.
Lo mismo aconteció en el Nuevo Testamento. Como mencionamos anteriormente, lo que sucedió en el Antiguo Testamento era un modelo, y la realidad de ese modelo se produjo en el Nuevo Testamento. En el Nuevo Testamento primero que nada vemos a un individuo, Jesucristo, esto es, Dios que se hizo hombre con la finalidad de fijar tabernáculo entre los hombres. Como individuo, El era la expresión de Dios, el tabernáculo; pero mediante Su muerte y Su resurrección, El se incrementó. El era el grano de trigo que cayó a tierra y murió, produciendo mucho fruto (Jn. 12:24). Por eso, en el día de Pentecostés la iglesia llegó a ser el tabernáculo agrandado. Ahora la expresión de Dios no se manifiesta por medio de un solo individuo, sino mediante un cuerpo colectivo. Sin embargo, después de poco tiempo, incluso mientras Juan, Pedro y Pablo aún estaban vivos, la iglesia se corrompió intrínsecamente. La gloria de Dios dejó la iglesia. Satanás destruyó la iglesia y la condujo a la cautividad, o sea, la llevó de regreso a Babilonia. Al final del Nuevo Testamento vemos a Babilonia la Grande. A los ojos de Dios la cristiandad es Babilonia, en donde la iglesia se halla cautiva; así que, ahora también es necesario recobrarla.
Dios creó al hombre a Su propia imagen, con la intención de que éste le expresará por medio de la vida. La fotografía de una persona no puede expresar a dicha persona plenamente porque carece de vida y no tiene la facultad de pensar, de hablar ni de hacer algo. Para expresar a esa persona, la fotografía necesita su vida, o sea, es preciso que la persona entre en esa fotografía y la vivifique. En la Biblia encontramos este pensamiento divino de que Dios quiere ser el alimento y la bebida del hombre con el propósito de que éste participe de Su vida divina. Inmediatamente después de que el hombre fue creado, Dios lo condujo frente al árbol de la vida, indicando así que el hombre debía comer de dicho árbol. Vemos ese mismo árbol también al final de la Biblia. Según Apocalipsis 22:1, el río sale del trono de Dios, y a ambos lados del río crece el árbol de la vida. Así que, el árbol de la vida brota del Dios Triuno para ser nuestra vida y suministro de vida.
En Exodo, los hijos de Israel comieron la carne del cordero que fue inmolado para redimirlos. Ellos derramaron la sangre del cordero para la redención y después comieron su carne. Además, también comieron el pan sin levadura. Tanto la carne del cordero como el pan sin levadura representan a Cristo; esto significa que ellos comieron a Cristo. Al comer a Cristo, El entró en ellos. En el desierto ellos comieron el maná diariamente, el cual también tipificaba a Cristo, y bebieron del agua viva que brotó de la roca herida. El agua viva fue el rebosamiento de Cristo. Así que, ellos comieron y bebieron a Cristo, y El entró en ellos.
Además, los hijos de Israel presentaron ofrendas. La ofrenda de harina y la ofrenda de paz no sólo eran alimento para Dios, sino también para los sacerdotes servidores (Lv. 2:1-3). La ofrenda de paz era comida para todos los que estaban limpios (Lv. 7). Estos elementos, a saber, el cordero, el maná, el agua viva y todas las ofrendas, claramente muestran que Dios desea que Su pueblo lo coma a El, lo reciba a fin de que El sea la vida y el suministro de vida de ellos. Así que en el Nuevo Testamento, cuando el Señor Jesús vino, El declaró que era nuestro alimento para que le comiéramos. El es el maná celestial; El es el pan de vida (Jn. 6:35); y El también es el pan vivo (Jn. 6:51). En Juan 6:57 el Señor Jesús dijo: “El que me come, él también vivirá por causa de Mí”.
En el capítulo siguiente, Juan 7, el Señor Jesús declaró: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba”. Todos estos versículos indican que Cristo es nuestra vida y suministro de vida. Luego, en el último libro del Nuevo Testamento, Apocalipsis, el Señor Jesús prometió que los vencedores comerían del árbol de la vida (Ap. 2:7) y del maná escondido (Ap. 2:17). En estos pasajes podemos ver que Dios quiere entrar en nosotros; de esta manera, El llega a ser nuestra vida, y nosotros, en vez de ser simples fotografías inanimadas, nos convertimos en personas vivificadas. El Cristo que mora en nosotros no es solamente nuestro Salvador, Maestro y Señor, sino también nuestra vida. El Señor vino para que tuviésemos vida y que la tuviésemos en abundancia (Jn. 10:10). ¡Aleluya! ¡Yo tengo Su vida abundante! Estoy lleno de Cristo; estoy lleno de vida.
Esta vida maravillosa que habita en nuestro ser también nos une. Debido a que el Señor Jesús mora en nosotros como nuestra vida, algo salta en nuestro interior cuando nos reunimos. Aun cuando no entendamos el idioma que hablan otros hermanos, algo salta dentro de nuestro ser debido a esta vida. Tenemos la vida divina en nosotros, y dicha vida nos une.
En la degradación del cristianismo se ha perdido por completo todo lo que tiene que ver con la vida divina. Una vez que no haya vida, tampoco habrá expresión de Dios. El recobro del Señor tiene como fin recobrar la expresión de Dios. No se trata de recobrar el bautismo por inmersión u otras doctrinas y prácticas, ya que éstos son temas menores y no lo principal. La línea central del recobro del Señor consiste en recobrar nuestra experiencia de la vida divina, la cual está en nosotros, con el fin de que Dios obtenga Su expresión entre Su pueblo. Este es el punto crucial y principal que necesita ser recobrado. Estamos aquí en el recobro del Señor, en la vida de iglesia, no para recobrar algunas doctrinas o prácticas, sino para recobrar la expresión divina del Dios Triuno. Estamos aquí para recobrar nuestra experiencia de la vida divina, la cual poseemos, disfrutamos y vivimos diariamente. Cuando experimentemos este recobro central, tendremos todo lo que necesitamos.
Realmente no necesitamos ningún reglamento, pues este recobro central nos regula y nos gobierna cada día. En la iglesia no tenemos reglamentos acerca del tipo de ropa que debemos vestir, pero ciertamente la vida interior nos restringirá al respecto. El recobro de la vida divina que está en nosotros, la cual tiene como fin que Dios sea expresado, nos gobierna. Hay ocasiones en que somos tentados a vestirnos de cierta manera, pero la vida divina que está en nuestro interior nos restringe. Por ejemplo, no tenemos ningún reglamento que diga que las hermanas en la vida de iglesia deben llevar sus faldas de cierto largo, pero ha habido hermanas que han quemado sus faldas cortas. ¿Por qué lo han hecho? ¡Porque el Dios viviente que mora en ellas y que es su vida, ha requerido esto de ellas!
Hace unos días fui a una tienda a comprar una corbata. Tomé algunas corbatas y las miré. En las iglesias del recobro del Señor no tenemos ningún reglamento que nos impida vestir corbatas llamativas, pero sencillamente no me es permitido vestir esa clase de corbatas. ¿Quién es el que me restringe? ¡El Señor Jesús! No es el Jesús que está fuera de mí o el Jesús que está en el trono, sino el Jesús viviente que mora en mí y que es mi vida cotidiana. Dicha vida interior me gobierna. ¿Le gusta a usted comer cosas agrias? Si usted pusiera algo amargo o agrio en mi boca, yo lo escupiría inmediatamente. Pero si pone algo dulce en mi boca, me lo comería sin problema. En nosotros tenemos un “gusto” de vida. La vida divina opera, sirve y nos gobierna; ésta es la única restricción que tenemos en la vida de iglesia, y no es una restricción de letras.
Todo aquel que tiene a Cristo en su interior seguramente quiere ser sepultado bajo el agua, o sea, quiere deshacerse de sí mismo. Esto no es una doctrina ni una práctica con respecto a la inmersión, sino la vida interior que nos motiva a querer ser sepultados. Entre todos los santos en las iglesias del recobro del Señor, no existe ningún reglamento. Sólo tenemos la vida divina en nosotros, la cual está siendo recobrada en nuestra experiencia a lo sumo. También tenemos la Palabra santa en nuestras manos, para que crezcamos en la vida interior y seamos iluminados en nuestra senda. No tenemos ningún reglamento; sólo tenemos el recobro de nuestra experiencia de la vida divina, la cual está en nosotros, con miras a la expresión de Dios.