
Lectura bíblica: Jn. 7:38-39; 20:21-22; 1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17-18; Ro. 8:2, 9-11, 16; 1 Co. 1:30; 3:16-17; 6:17; 2 Co. 13:14; Ef. 1:19-23; 3:14-19; 4:4-6, 22-24; Tit. 3:5-6; Fil. 1:19-21a; 3:7-11; 4:13; Col. 2:9; 3:4, 9b-11; 1 Ti. 3:15-16
El propósito eterno de Dios consiste en que El se exprese plenamente en el hombre y por medio de él. Dios creó a Adán con este propósito, pero Adán cayó en pecado; luego, Abel fue llevado de regreso a Dios al ofrecerle los debidos sacrificios. Después de estas dos figuras sobresalientes siguieron Enós, Enoc, Noé, Abraham, Isaac, Jacob y José, quienes expresaron a Dios. No obstante, Dios no sólo quería expresarse por medio de individuos, sino que anhelaba tener una expresión corporativa. Por tanto, después de la muerte de José, vemos en Exodo que Dios obtuvo un pueblo que lo expresó colectivamente. Dicho pueblo finalmente fue edificado para ser la morada de Dios sobre la tierra; la señal de esto primero fue el tabernáculo, y después, el templo. Si agrupamos estos nueve personajes notables junto con el tabernáculo y el templo, tenemos una perspectiva completa de todo el Antiguo Testamento.
El Nuevo Testamento comienza con un individuo, una Persona maravillosa, admirable y todo-inclusiva quien es tanto Dios como hombre: Jesucristo. El vino para morar entre los hombres como tabernáculo a fin de dar a conocer al Dios invisible, al Dios que nadie jamás había visto (Jn. 1:14, 18). El Dios invisible fue expresado plenamente en este hombre, Jesucristo, el tabernáculo de Dios entre los hombres. Sin embargo, Dios no estaba satisfecho con que un solo hombre fuera el tabernáculo, sino que quería obtener un pueblo colectivo como Su tabernáculo. Por tanto, el Señor Jesús dijo a Sus discípulos que El moriría y resucitaría a fin de agrandarse y aumentarse (Jn. 12:24). El se agrandó y aumentó tomando otra forma. Cuando El estaba en la tierra como tabernáculo individual entre los hombres, El era un hombre de carne. Pero en la carne El no tenía manera de entrar en Sus creyentes a fin de que ellos fueran Su aumento. Para entrar en ellos, El tenía que cambiar de forma, es decir, cambiar de la carne al Espíritu.
En Juan 1 vemos que Aquel que era el Verbo de Dios, quien era Dios mismo, se hizo carne. ¡Esto es muy misterioso! El se hizo carne, la cual era visible y palpable; sin embargo, después de Su muerte y Su resurrección, El volvió a Sus discípulos en otra forma. Podríamos decir que El regresó en la forma de Espíritu, pero con un cuerpo espiritual. El Señor mostró a Sus discípulos Sus manos y Su costado (Jn. 20:20), indicándoles que después de Su resurrección El seguía teniendo un cuerpo, no físico sino espiritual.
En 1 Corintios 15:35-38, el apóstol Pablo ejemplificó dicho cambio en forma, dicha transformación, mediante una semilla. La semilla tiene una forma definida, puede ser redonda como una pequeña esfera y de color amarillo o café. Si usted siembra una semilla en la tierra, ésta morirá, pero luego brotará y crecerá. Su levantamiento significa que ha resucitado de la muerte. Cuando esta semilla crece, su forma cambia de una pequeña esfera amarilla o café a la forma de un brote pequeño, tierno, verde y adorable. Sigue siendo la misma semilla, pero ahora tiene otra forma. ¡Esto es maravilloso! En esta nueva forma la semilla crece y se reproduce, aumentando de un solo grano a treinta, sesenta o cien.
Este es un buen ejemplo de la crucifixión del Señor Jesús, de Su sepultura y de Su resurrección. Cuando El resucitó se despojó de su forma original, pues ya no era más un grano individual. Juan 12:24 dice que El era el grano que cayó en tierra, pero después de haber resucitado dejó de ser un solo grano; al resucitar, creció y produjo muchos granos. ¿Quiénes son los muchos granos? Estos muchos granos son todos los miembros de Su Cuerpo como Su aumento. Aunque esto es misterioso, lo podemos ver constantemente en el mundo de la naturaleza, como en el caso de la siembra y brote de las semillas. Antes de caer en tierra, hay un solo grano, pero después de haber caído en tierra y brotado, el grano se convierte en muchos granos, los cuales son el aumento de la semilla original.
Después de Su resurrección, El Señor volvió a Sus discípulos en otra forma. Aunque Su cuerpo era palpable, tenía otra forma, una forma misteriosa y maravillosa que no podemos explicar. Después de que el Señor Jesús fue crucificado y sepultado, todos los discípulos estaban completamente desilusionados. Mientras ellos estaban reunidos por la noche con las puertas cerradas por temor a los judíos, el Señor Jesús se les apareció. El no llamó a la puerta y ellos tampoco la abrieron para que El entrara. Los discípulos estaban bajo las amenazas de los judíos y se hallaban sucumbidos en la tristeza, pero el Señor apareció súbitamente entre ellos y dijo: “Paz a vosotros” (Jn. 20:19). ¡Qué palabra tan maravillosa! Sin duda, ellos no tenían paz; estaban tristes debido a la muerte del Señor, se hallaban bajo la amenaza de los judíos y ahora probablemente se inquietaron por la repentina aparición del Señor. Así que El les dijo: “Paz a vosotros”. Luego les mostró las manos y el costado, y los discípulos comprendieron que no estaban viendo un fantasma ni una aparición, sino a su amado Señor. ¿Qué clase de cuerpo tenía el Señor? ¿Era un cuerpo físico? Ciertamente sí lo era, ya que podían tocarle; pero entonces, ¿cómo entró al cuarto estando las puertas cerradas? Simplemente no podemos sistematizar conforme a nuestra teología este hecho tan maravilloso y misterioso. El tenía un cuerpo tangible, pero a la vez espiritual, y viceversa. Su cuerpo era tangible ya que los discípulos podían tocarle, pero también era espiritual porque vino a ellos estando las puertas cerradas.
En Juan 1 vemos que el Dios invisible se hizo carne, lo cual era positivo, ya que anteriormente El era invisible pero ahora otros podían verle. Por otra parte, no era tan positivo porque al estar en la carne, estaba limitado y no podía entrar en Sus discípulos. El no podía ser uno con ellos al grado de que uno morara en el otro. El no podía vivir en ellos ni ellos tampoco podían vivir en El; esto era imposible mientras El estuviera en la carne.
¿Cómo entonces pudo El entrar en usted y en mí para hacernos Su morada, y cómo pudimos nosotros entrar en El y tomarle como nuestra morada? Mientras El estuviera en la carne, esto era imposible. Lo que el Señor quiere es vivir en usted para que usted viva en El, y así, vivan uno en el otro. En este morar mutuo, una persona vive en otra, y ésta vive en aquella; son dos personas, pero a la vez, una. ¡Esto es maravilloso! Esto es lo que Dios desea. Dios quiere entrar en usted para que usted pueda estar en El. El mora en usted, y usted mora en El. El y usted son uno, pero al mismo tiempo, siguen siendo dos. Esta morada mutua, que el uno more en el otro, expresa a Dios.
El Dios invisible se hizo carne visible. Pero dicha carne nunca podría entrar en nosotros, así que El tuvo que cambiar de forma y tomar la forma del Espíritu. Esta forma espiritual es muy misteriosa. Nadie puede comprender cabalmente cómo es posible que el cuerpo del Señor sea espiritual y, a la vez, físico; no obstante, nuestro Dios sí llegó a ser el Espíritu. Cuando el Señor entró en aquel cuarto, los discípulos al principio no sabían que era El, pero luego les dijo: “Paz a vosotros”. Después, sopló en ellos y les dijo que recibieran el Pneuma Santo, el Espíritu Santo, el Aire Santo (Jn. 20:22). Después de soplar en ellos, El no les dijo adiós ni salió por la puerta, sino que simplemente desapareció. ¿No es esto maravilloso? En realidad El no vino a ellos, sino que se les apareció. Decir que El vino no es muy exacto; El simplemente apareció allí. Tampoco es correcto decir que El se fue, pues sólo desapareció. El seguía estando allí, pero estaba en ellos.
Aun hoy El está aquí, pero no de forma visible. Conforme a nuestra debilidad, a todos nos gustaría verle aparecer. Pero debemos comprender que Su aparición no es tan provechosa como el hecho de que no se nos aparezca. El Señor Jesús vino para adiestrar a Sus discípulos a fin de que se percataran de Su presencia invisible, ya que estaban acostumbrados a tener Su presencia visible. Ellos desconocían Su presencia invisible, así que el Señor Jesús vino para entrenarlos, al aparecerse a ellos y luego desaparecer. ¿A dónde fue después de desaparecer? Estaba en ellos. Desde ese momento en adelante El nunca se fue, pero Pedro y los otros discípulos no lo comprendieron. Poco después se desanimaron, al grado que Pedro dijo: “Voy a pescar” (Jn. 21:3). Cuando El se fue a pescar, los demás fueron con él. Ellos no sabían que al ir a pescar, llevaban al Señor Jesús con ellos, porque ahora El estaba en ellos. Supongamos que usted va al cine. ¿Sabe que cuando usted va al cine, también lleva allí al Señor Jesús, porque ahora El mora en usted? Mientras ellos pescaban, el Señor Jesús estaba allí sufriendo. Probablemente el Señor hizo algo para mantener alejado a los peces, ya que aquella noche no pescaron nada.
Por medio de Su muerte y de Su resurrección, el Señor llegó a ser el Espíritu. En 1 Corintios 15:45 dice que el postrer Adán fue hecho Espíritu vivificante. El postrer Adán no es tan simple como el primer Adán. El primer Adán no tenía a Dios dentro de él, pero el postrer Adán era Dios mismo hecho carne; esto es muy significativo. El postrer Adán era un Dios-hombre. Las buenas nuevas consisten en que después de El no hay otro Adán, ya que ¡El es el último Adán! Quizás ustedes se pregunten, ¿no soy yo un Adán? En Adán todos somos Adán, pero en el postrer Adán ya no somos Adán. El postrer Adán dio fin al linaje de Adán.
El postrer Adán, que era Dios hecho hombre, se hizo el Espíritu. En El vemos dos “llegar a ser”. El Verbo se hizo carne, esta carne era el postrer Adán, y este postrer Adán fue hecho Espíritu vivificante. Sin estos dos pasos, El no hubiera podido entrar en nosotros. Primero El llegó a ser carne para morar entre los hombres, y luego llegó a ser el Espíritu para morar en Sus creyentes. El vino a nosotros mediante estos dos “llegar a ser”. Primero, Dios se hizo hombre para ser el último Adán y, segundo, este postrer Adán fue hecho Espíritu para entrar en nosotros. El postrer Adán en la carne fue a la cruz para redi0mirnos y resolver todos los problemas del pecado y de los pecados, y después de solucionarlos, El llegó a ser el Espíritu vivificante a fin de impartirse en nosotros como vida.
Primero, el Verbo se hizo carne y moró entre los hombres para ser el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo (Jn. 1:29). Pero después de quitar el pecado del mundo, El tomó un paso adicional y llegó a ser el Espíritu vivificante. Hoy El es el Cordero, el Redentor, y también el Espíritu, el que da vida. ¡El es ambos! Actualmente, la mayoría de los cristianos sólo conoce el evangelio de Cristo como el Cordero, pero no conoce el evangelio de Cristo como el Espíritu vivificante. Ellos sólo saben que Cristo es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo, pero no comprenden que este mismo Cristo es también el Espíritu que da vida. El es ambos: el Cordero que quita el pecado y el Espíritu que da vida. No sería suficiente si El solamente fuera el Cordero que quita el pecado. Podemos usar el altar del tabernáculo como ejemplo. No es suficiente sólo acudir al altar para solucionar nuestro problema del pecado, pues de esta manera aún no somos la expresión de Dios; más bien, debemos entrar en el tabernáculo para expresar a Dios. ¿Cómo podemos entrar en el tabernáculo? El Redentor, que llegó a ser el Espíritu vivificante, tiene que entrar en nosotros, y luego El mismo llega a ser el camino de vida para que entremos en Dios. Actualmente, El no es simplemente el Cordero, el Redentor, que quita nuestros pecados, sino que además es el Espíritu que nos imparte vida. En Juan 10:10 El dijo que había venido para que tuviésemos vida y para que la tuviésemos en abundancia. Pero si El nunca hubiera entrado en resurrección, ¿cómo podría impartirnos vida? Sería imposible. El tuvo que entrar en resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante. En la actualidad, El no es sólo el Redentor, sino también el que da vida. Ahora, en resurrección, El es el Espíritu vivificante.
Hasta aquí hemos visto que nuestro Redentor, el Segundo de la Trinidad, fue hecho Espíritu vivificante. En 2 Corintios 3:17 leemos: “Y el Señor es el Espíritu”. ¿Quién es el Señor? Conforme al contexto de los capítulos dos, tres y cuatro de 2 Corintios, podemos ver que el Señor aquí es Jesucristo (4:5). Después de Su resurrección, el Señor Jesucristo es el Espíritu. El versículo 17 del capítulo 3 además declara que “donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. Esto significa que estamos libres de la ley, de la religión, de la cultura, de los conceptos éticos y de las tradiciones.
Después de ser liberados, el versículo 18 dice: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. En el capítulo anterior vimos que tenemos cuatro capas de velos: la cultura, la religión, la ética y las tradiciones. Sólo después de que todos estos velos hayan sido quitados podemos ver al Señor a cara descubierta. Le miramos como un espejo y al mismo tiempo le reflejamos. De este modo, estamos siendo transformados a Su imagen para llegar a ser Su expresión. Somos transformados a Su imagen de un grado de gloria a otro grado de gloria. ¿Cómo se lleva a cabo esto? Por el Señor Espíritu. Primero, en el versículo 17, vemos que el Señor es el Espíritu y, además, se usa la frase “el Espíritu del Señor”. Y después, en el versículo 18, tenemos la expresión “el Señor Espíritu”. Estos son uno solo. El Señor es el Espíritu, y el Espíritu del Señor es el Señor Espíritu. Esto significa que después de que el Señor llegó a ser el Espíritu vivificante, El entró en nosotros para liberarnos de todos los velos. Luego, día tras día, en tanto le miramos y le reflejamos, estamos siendo transformados a Su imagen de un grado de gloria a otro grado de gloria por medio de El, el Señor Espíritu, a fin de expresar a Dios. Simplemente necesitamos permitir que El nos sature y nos empape por completo. Cuanto más le miramos y reflejamos, más nos saturará y nos empapará para transformarnos a Su propia imagen, a fin de que expresemos a Dios. Esto no solamente tiene que ver con que el Señor se mezcle con nosotros, sino también con que nos sature y nos empape.
Un buen ejemplo en cuanto a ser saturados y empapados es la preparación del té. Para preparar el té, ponemos una bolsita de té dentro de una taza con agua caliente. Gradualmente, el té satura el agua hasta que ésta llega a ser agua-té. Ya no la llamamos agua, sino té. Realmente hay más agua que té, pero el agua ha sido saturada por el té y con el té; dicha saturación hace que el agua llegue a ser té. El té que satura es semejante a Cristo. Cuando se pone el té en el agua, el agua es “teificada”; asimismo, cuando Cristo entra en nosotros y nos satura, somos “cristificados”. Cristo como Espíritu vivificante nos satura hasta cristificarnos. Al ser cristificados, llegamos a ser Cristo, y es por eso que nos llamamos cristianos. Cristo ha entrado en nosotros y nos ha cristificado, por consiguiente, somos cristianos. Ser cristianos significa ser simplemente Cristo; éste es el Cristo corporativo que constituye la expresión de Dios.
Este es el recobro del Señor. El Señor no tiene la intención de recobrar en nosotros una manera específica de cómo nos vestimos, sea con camisa de manga larga o con faldas largas. Además, tampoco tiene la intención de recobrar que las mujeres no usen maquillaje ni desea meramente recobrar el bautismo por inmersión o el hablar en lenguas. Estos son asuntos menores. ¡La intención de Dios es recobrar la cristificación! Necesitamos ser cristificados. ¡Maravilloso! ¿Qué es la vida de iglesia? La vida de iglesia es la gloriosa cristificación del hombre. ¿Qué es el recobro del Señor? Es cristificar a cada creyente por completo. Esta cristificación es simplemente la expresión de Dios.
Ahora prosigamos a Romanos 8. Este capítulo habla extensamente acerca del Espíritu, a saber, menciona el Espíritu de vida (8:2), el Espíritu de Dios (8:9), el Espíritu de Cristo (8:9), el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús (8:11), y finalmente, el Espíritu (8:16). El versículo 16 dice que el Espíritu mismo da testimonio juntamente con nuestro espíritu. ¿Qué Espíritu es éste? Es el Espíritu de vida, el Espíritu de Dios, el Espíritu de Cristo, el Espíritu de aquel que levantó de los muertos a Jesús y el Espíritu. “El Espíritu” es el título más corto atribuido al Espíritu de Dios, pero es el más significativo. Incluso Juan 7:39 usa simplemente el término “el Espíritu”, pues antes de la resurrección de Jesús aún no había el Espíritu. Pero después de Su resurrección, vino el Espíritu de realidad. Por tanto, en Romanos 8 vemos el Espíritu.
En 1 Corintios 1:30 dice que por Dios estamos en Cristo Jesús; esto significa que Dios nos ha puesto en Cristo a fin de que Cristo sea nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención. ¿Cómo puede una persona ser nuestra sabiduría, justicia, santificación y nuestra redención, a menos que esa persona llegue a ser uno con nosotros? Dios nos ha puesto en Cristo, así que Cristo es nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y también nuestra redención. ¡Cristo lo es todo para nosotros! Ya que Dios nos ha puesto en Cristo, Cristo ha llegado a ser el todo para nosotros. Para que Dios nos ponga en Cristo, Cristo debe ser el Espíritu. Puesto que Cristo ha llegado a ser Espíritu, Dios puede introducirnos en este Espíritu, y dicho Espíritu puede llegar a ser nuestra sabiduría, justificación, santificación y redención.
En 1 Corintios 3:16-17 dice que somos el templo de Dios. No solamente Cristo mismo es el templo, sino que todos nosotros, quienes estamos en Cristo y le tenemos en nosotros, somos el templo para contener a Dios y expresarle.
En 1 Corintios 6:17 dice que estamos unidos a este maravilloso Señor; somos un espíritu con El. Mientras hablamos o hacemos algo, debemos creer que somos un espíritu con El.
En 2 Corintios 13:14 dice: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Este es el Dios Triuno a quien disfrutamos. Con Cristo el Hijo tenemos la gracia, con Dios el Padre tenemos el amor, y con Dios el Espíritu tenemos la comunión; ésta es nuestra porción, nuestro disfrute. Esto no es sólo cierta clase de bendición; más bien, la gracia de Cristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo está con nosotros para que lo disfrutemos. Esta es la realidad de la expresión de Dios, y lo que el Señor desea recobrar.
Leamos ahora Efesios 1:19-23. ¡Estos versículos son muy profundos! Ellos nos dicen que existe un poder divino; en griego esta palabra significa dinamo. Dios ejerce sobre nosotros el mismo poder con el cual resucitó al Señor Jesús de entre los muertos, lo exaltó hasta lo más alto del universo, subyugó y sujetó todas las cosas bajo Sus pies, y lo dio por Cabeza sobre todas las cosas a la iglesia. La iglesia es Su Cuerpo, y Su Cuerpo es la plenitud, el rebosamiento, la expresión de dicha Persona todo-inclusiva que todo lo llena en todo. ¡Esto es maravilloso! Esto es la iglesia. El Señor ha de recobrar esta iglesia, la iglesia como Cuerpo de Cristo, la cual es la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo, Aquel que está en resurrección, en exaltación, en autoridad. ¿Cómo puede suceder esto? Es posible sólo cuando El nos sature con Su resurrección, Su exaltación y Su autoridad. Cuando El nos “cristifica” al saturarnos consigo mismo, nos infunde todos los atributos del Cristo todo-inclusivo. Cristo es el motor, la dinamo en la vida de iglesia. Si esta dinamo no opera en la vida de iglesia, la iglesia no tiene vida y está vacía, y en realidad no sería la iglesia que el Señor desea recobrar. El Señor desea recobrar una iglesia que tenga esta dinamo.
En Efesios 3:16-18 Pablo oró al Padre para que fortaleciera a los creyentes con poder en el hombre interior por Su Espíritu, a fin de que Cristo el Hijo haga Su hogar en ellos. Esto tiene como meta que ellos sean llenos hasta toda la plenitud del Dios Triuno. El Padre nos fortalece por medio del Espíritu para que el Hijo haga Su hogar en nosotros; éste es el Dios Triuno que se establece plenamente en nuestro ser interior para llenar nuestra mente, parte emotiva y voluntad, e incluso llenar cada rincón de nuestra conciencia, corazón y espíritu. El Dios Triuno quiere llenarnos hasta que El rebose de cada parte de nuestro ser; ésta es la realidad de la expresión de Dios y es lo que el Señor desea recobrar.
El Señor no desea recobrar doctrinas ni prácticas triviales. Lo que El desea recobrar es que el Padre nos fortalezca en nuestro hombre interior por medio del Espíritu, para que el Hijo, quien lo es todo, pueda hacer Su hogar y establecerse plenamente en nuestro corazón, en cada parte de nuestro ser interior, hasta que todo nuestro ser sea lleno del Dios Triuno y rebose de El, a fin de que lo expresemos.
Efesios 4:4-6 dice que hay un Cuerpo, un Espíritu y una esperanza de nuestra vocación. Hay un Señor, una fe y un bautismo. Hay un Dios y Padre de todos, el cual es sobre todos, por todos y en todos. Con el Cuerpo y el Espíritu hay una esperanza. El Señor ha de recobrar una iglesia que esté llena, saturada y mezclada con el Espíritu, una iglesia llena de esperanza. Dicha iglesia es una con el Señor mediante la fe y el bautismo, para que Dios el Padre pueda ser sobre todos, por todos y en todos continuamente. Dicha iglesia es la corporificación misma del Dios Triuno, pues está mezclada con el Espíritu, es una con el Señor, y está plenamente compenetrada con el Padre, el cual es sobre ellos, por ellos y en ellos.
En Efesios 4:22-24 dice que dicha iglesia —la cual está mezclada con el Espíritu, es una con el Señor y está saturada con el Dios Triuno— está siendo renovada. Ser renovados equivale a desechar el elemento viejo y reemplazarlo con un elemento nuevo. Tenemos que desechar los viejos elementos de la cultura, la religión, la ética y las tradiciones. En la vida de iglesia opera un metabolismo de vida, el cual hace que desechemos lo viejo y lo reemplacemos con un elemento nuevo. Diariamente podemos disfrutar algo nuevo. Esto no se refiere a disfrutar nuevas enseñanzas ni nuevas ideas, sino a disfrutar un elemento nuevo que proviene de la fuente divina, la cual es el Dios Triuno; El nos saturará a fin de desechar lo viejo y reemplazarlo. De esta manera, el elemento viejo será desechado y será reemplazado por el elemento nuevo, que es el Dios Triuno.
En Tito 3:5-6 leemos: “Nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a Su misericordia, mediante el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por medio de Jesucristo nuestro Salvador”. En la vida de iglesia, nuestro ser es lavado; este lavamiento es el lavamiento de la regeneración. Mientras estamos siendo lavados, somos renovados por el Espíritu, y la vieja naturaleza es eliminada. El viejo hombre tiene que ser lavado y eliminado, y el elemento nuevo tiene que ser añadido mediante el Espíritu que nos renueva.
En Filipenses 1:19-21 vemos que Pablo sólo estaba interesado por la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo, la cual resultaría en su salvación. A él no le importaba si estaba encarcelado o si iba a morir; únicamente le importaba magnificar a Cristo. Para Pablo el vivir era Cristo. Esta es la expresión de Dios. En el capítulo 3 del mismo libro Pablo indica que anteriormente él valoraba ciertas cosas, especialmente la justicia que proviene de guardar la ley, pero que ahora contaba todas las cosas como basura, como comida de perros. Ahora él perseguía solamente una cosa: ir en pos de Cristo. El deseaba vivir a Cristo, vivir en El y ser hallado en El. Pablo deseaba estar en Cristo, teniéndole a El como su justicia y su todo. Anhelaba conocer a Cristo, pues esto es lo más excelente. Pablo quería conocerle y experimentar el poder de Su resurrección. El apóstol declaró en Filipenses 4:13 que él podía hacerlo todo en Aquel que lo revestía de poder.
Al leer Colosenses 2:9 vemos que este Cristo, quien está “cristificándonos”, es la corporificación de Dios. Toda la plenitud de la Deidad habita en El corporalmente. El está cristificándonos con la plenitud de la Deidad para hacernos la expresión plena de Dios. En 3:4 vemos que este Dios es nuestra vida, y en 3:10 descubrimos que estamos siendo renovados para ser un nuevo hombre, donde no hay razas, ni clases sociales ni cultura, sino que Cristo es el todo y en todos. El es el todo y está en todos los miembros. En cada raza y en cada color sólo hay lugar para Cristo.
Por último, en 1 Timoteo 3:15-16 vemos que la iglesia es la casa del Dios viviente; grande es este misterio. Todos confiesan que Dios se manifiesta en la iglesia, la cual es la expresión misma del Dios Triuno. Esto es lo que el Señor desea recobrar hoy.