
Si alguna vez estudiaron detenidamente 1 y 2 Tesalonicenses, habrán observado cuán difícil es separar estos dos libros. Estoy persuadido de que al escribir ambos libros, Pablo tenía una sola carga. En la presente comunión quisiéramos captar tres puntos principales que son cruciales en estas dos epístolas. Estos dos libros, al igual que 1 y 2 Corintios, Romanos y Gálatas, fueron escritos al inicio del ministerio de Pablo, cuando las iglesias todavía eran jóvenes. Al inicio de la vida de iglesia, no había mucha degradación. Si bien se podía ver cierto grado de corrupción en Corinto, no había tanta degradación todavía. Por esto, no era necesario revelar las cosas de mayor profundidad encontradas en Efesios, Filipenses, Colosenses, Hebreos y 1 y 2 Timoteo.
Aun así, podemos encontrar algunos puntos cruciales en las epístolas de Pablo a los tesalonicenses en las que les habla sobre la vida cristiana. Estos dos libros tratan sobre una vida santa para la vida de iglesia. Los santos en aquellos días vivían la vida de iglesia llenos de la expectativa por el retorno del Señor. Tenemos que darnos cuenta de que todos los primeros apóstoles, incluyendo a Pablo, pensaron que el Señor regresaría durante su tiempo. La historia nos dice que los creyentes que vivieron en el primer siglo compartían, todos ellos, este pensamiento. Como resultado de ello, ellos estaban a la espera del retorno del Señor. Hoy en día, si nosotros recibiéramos un telegrama o una llamada telefónica desde Taipéi anunciándonos que cierto hermano viene, nos prepararíamos para darle la bienvenida cuando él llegue. El pensamiento de la segunda venida del Señor fue muy prevaleciente en todos los primeros apóstoles y discípulos. En 1 y 2 Tesalonicenses podemos ver que los santos esperaban con ansias la venida del Señor.
Según 1 Tesalonicenses 4, Pablo recibió una revelación según la cual el Salvador no retornaría tan rápidamente como ellos esperaban (vs. 13-18). En 2 Tesalonicenses 2:2 Pablo les recomendó a los santos no alarmarse pensando que “el día del Señor ha llegado”. Pablo les dijo que antes que el Señor venga, el hombre de iniquidad, el anticristo, tenía que manifestarse (2 Ts. 2:3). A menos que el hombre de pecado se manifieste, los santos no debieran pensar que la segunda venida del Señor es inminente. Deben tener en cuenta que las dos epístolas a los tesalonicenses fueron escritas en una atmósfera en la cual todos los creyentes tenían el pensamiento de que el Señor venía de inmediato, así que ellos estaban a la espera de Aquel que venía.
El primer punto crucial en estas dos epístolas es esperar el retorno del Salvador y llevar una vida santificada. Podemos ver este punto con toda claridad si leemos los versículos con los cuales concluyen los primeros tres capítulos de 1 Tesalonicenses. El último versículo del primer capítulo, el versículo 10, dice: “Y esperar de los cielos a Su Hijo, al cual resucitó de los muertos, a Jesús, quien nos libra de la ira venidera”. Este versículo dice claramente que los primeros cristianos esperaban el regreso del Señor, el retorno del Salvador. En 1 Tesalonicenses 2:19 dice: “Porque ¿cuál es nuestra esperanza, o gozo, o corona de que nos gloriemos delante de nuestro Señor Jesús, en Su venida? ¿No lo sois vosotros?”. Todos los creyentes tesalonicenses estaban a la espera del retorno del Salvador, y el apóstol que estaba al servicio de ellos también abrigaba la expectativa de que ellos fuesen su gozo y corona al retorno del Señor. Enseguida, en el último versículo del capítulo 2, el versículo 20, Pablo dice: “Vosotros sois nuestra gloria y gozo”. A la venida del Señor, los santos serían la gloria y el gozo de Pablo. El último versículo del capítulo 3, el versículo 13, es crucial: “Para afirmar vuestros corazones irreprensibles en santidad delante de nuestro Dios y Padre, en la venida de nuestro Señor Jesús con todos Sus santos”. El final de los primeros tres capítulos de 1 Tesalonicenses claramente indica que aquellos primeros creyentes esperaban el regreso del Salvador llevando una vida santificada.
Con relación a llevar una vida santificada, en 1 Tesalonicenses 4:3-4 dice: “Pues ésta es la voluntad de Dios: vuestra santificación; que os abstengáis de fornicación; que cada uno de vosotros sepa poseer su propio vaso en santificación y honor”. El versículo 7 continúa diciendo: “Pues no nos ha llamado Dios a inmundicia, sino en santificación”. Finalmente, todo el libro de 1 Tesalonicenses termina con una expresión maravillosa. En 1 Tesalonicenses 5:23 dice: “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo sean guardados perfectos e irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesucristo”. Al abordar este primer punto crucial tenemos que darnos cuenta de que la vida de iglesia apropiada depende de una vida en la que esperamos el retorno del Salvador y llevamos una vida santificada. Aunque no somos los primeros creyentes, todavía debemos ser regidos por el principio de que la vida de iglesia depende de que nosotros llevemos una vida santificada con la continua expectativa del pronto retorno de nuestro amado Señor. Es necesario que ustedes profundicen en este punto crucial tomando en cuenta las muchas notas de pie de página en la Versión Recobro así como los correspondientes mensajes del Estudio-vida, en los que se recalca lo que verdaderamente es una vida santificada.
El segundo punto crucial en estas epístolas se encuentra al final del capítulo 5 de 1 Tesalonicenses: una vida espiritual para nuestra plena santificación. Todo lo enumerado del versículo 12 al 24 del capítulo 5 nos muestra la cooperación que rinden los creyentes al llevar una vida espiritual, santificada y separada para Dios así como la operación de Dios que consiste en santificar y guardar a los creyentes. Nosotros los creyentes debemos llevar una vida espiritual para nuestra plena santificación; dicha vida espiritual está descrita principalmente del versículo 16 al 22. En estos versículos hay siete puntos que corresponden a la vida espiritual: estar siempre gozosos (v. 16), orar sin cesar (v. 17), en todo dar gracias, pues ésta es la voluntad de Dios en Cristo Jesús para nosotros (v. 18), no apagar el Espíritu (v. 19), no menospreciar las profecías (v. 20), someter todo a prueba y retener lo que es bueno (v. 21) y, finalmente, abstenerse de toda especie de mal (v. 22). Estos son los siete ítems que constituyen una vida espiritual.
Por ser cristianos, debemos abstenernos, mantenernos alejados e incluso escapar, no solamente de lo que es malo, sino de todo cuanto tiene la forma, la apariencia, de ser malo. Por ejemplo, que un varón converse con una mujer a solas en un cuarto cerrado y a oscuras no constituye pecado en sí mismo, pero sí hay una forma de mal allí. Entrar y salir de un bar no es pecado, pero si todas las noches usted pasa por ese bar, ello representa una especie de mal. Debe abstenerse de ello, no solamente por el bien de los demás, sino incluso por su propio bien.
Si usted gusta de caminar cerca de un pozo profundo, a cinco pulgadas del borde, tal vez pueda decir que simplemente está paseando, pero es muy probable que usted caiga en ese pozo y sufra heridas graves. Si usted camina al borde del pozo día tras día, terminará por caer en él. Sostener una conversación con alguien del sexo opuesto a solas y en una habitación a oscuras, es correr un riesgo. Si ustedes han de abstenerse de todo mal, primero tienen que abstenerse de toda forma o especie de mal. Supongan que están pelando un durazno. Ustedes podrían decir: “No voy a comer el durazno, simplemente lo estoy pelando”. Si ustedes siguen pelando duraznos por media hora, llegará el momento en que uno de esos duraznos acabará en su estómago. Si no quieren comer duraznos, no debieran seguir pelándolos. Asimismo, debemos abstenernos de toda forma de mal, de tal modo que no caigamos en el mal.
La conjunción y con la que comienza 5:23 indica que lo que sigue es la continuación de los siete ítems enumerados del versículo 16 al 22, que constituyen la vida espiritual mediante la cual uno es completamente santificado. “Y el mismo Dios de paz os santifique por completo; y vuestro espíritu y vuestra alma y vuestro cuerpo sean guardados perfectos e irreprensibles para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará” (5:23-24). Los primeros siete ítems conforman la vida espiritual, y este último ítem nos habla de la santificación plena y completa. En esto consiste la vida espiritual con miras a la plena santificación.
En 2 Tesalonicenses el versículo más crucial es 2:13, que dice: “Pero nosotros debemos dar siempre gracias a Dios respecto a vosotros, hermanos amados por el Señor, de que Dios os haya escogido desde el principio para salvación en santificación por el Espíritu y en la fe en la verdad”. La expresión salvación en santificación debe causarnos una profunda impresión. Ésta es una de las expresiones más fuertes que existe en el Nuevo Testamento. Martín Lutero le prestó suma atención al tema de la justificación por la fe. Los bautistas de la Convención del Sur han hecho de la expresión salvos por gracia su eslogan. Las expresiones justificación por la fe y salvos por gracia son cruciales y muy comunes entre los cristianos, especialmente en los últimos quinientos años. Pero una expresión como salvación en santificación probablemente jamás haya sido debidamente captada por los hijos del Señor. Puesto que Pablo usa tal expresión, necesitamos recibir la revelación y el entendimiento requeridos para captar la verdad que está corporificada en tal expresión.
Dios nos escogió desde el principio para salvación en santificación por el Espíritu. Dios nos escogió en la eternidad pasada, desde antes de la fundación del mundo. La palabra griega que se tradujo para significa “con miras a”. Desde el principio, desde la eternidad pasada, Dios efectuó Su elección con miras a alcanzar cierta meta. La elección que Dios efectúa tiene una meta, y esa meta es la salvación en santificación por el Espíritu. La salvación en santificación significa que si uno ha de disfrutar y ser partícipe de esta salvación, tiene que permanecer en la santificación del Espíritu. Desde el día en que usted creyó, desde el día en que usted recibió su salvación, el Espíritu comenzó a operar en usted. Todo cuanto Él hace en su ser tiene como propósito santificarlo a usted. Así pues, su salvación diaria se lleva a cabo en virtud de dos cosas: la santificación por el Espíritu y la fe en la verdad.
En la eternidad, Dios nos escogió con miras a lograr cierta meta. Esa meta es llevar a cabo Su salvación, y Su salvación se lleva a cabo por medio de dos cosas: el Espíritu y la fe en la verdad. La salvación de Dios en su conjunto incluye la salvación de la perdición eterna así como también la salvación diaria de muchas cosas. Debido a la caída, la vida humana se ha convertido en una especie de sufrimiento. ¿Creen ustedes que antes de la caída Adán sudó alguna vez? No, sino que ello vino por causa de la caída (Gn. 3:19). Sudar es una maldición. Si bien hay cierto disfrute en la vida humana, ésta se caracteriza por ser mayores las cargas que los beneficios. Si una pareja no tiene hijos, probablemente anhele tenerlos. No tener hijos es una maldición. Pero después que esta pareja tenga un hijo, comenzará a preocuparse por él. Este hijo será para ellos la causa de mucha ansiedad. Incluso los hogares en los cuales vivimos se convierten en un problema para nosotros, pues requieren de mantenimiento periódico y necesitan reparaciones. Por esto necesitamos ser salvos en nuestra vida diaria. En Filipenses, Pablo nos dice que incluso necesitamos ser salvos de murmuraciones y argumentos (2:14). Ciertamente necesitamos una salvación diaria.
La salvación que Dios efectúa también incluye una salvación venidera que nos salvará de la gran tribulación, la cual durará tres años y medio. Lucas 21:36 nos advierte: “Velad, pues, en todo tiempo rogando para que logréis escapar de todas estas cosas que van a suceder, y estar en pie delante del Hijo del Hombre”. Este mundo terminará en una gran tribulación de tres años y medio. Durante ese tiempo, el universo entero sufrirá una calamidad tras otra. Satanás se esforzará al máximo por hacer daño a la humanidad, y Dios también se esforzará por juzgar a la humanidad rebelde. En el derramamiento de las siete copas, que se describe en Apocalipsis 15 y 16, se halla contenida la ira final de Dios puesta de manifiesto en el juicio que Él ejecutará sobre toda la tierra para el cumplimiento de Su propósito eterno. Además, durante la gran tribulación, el anticristo y su falso profeta causarán mucha destrucción y harán que el pueblo escogido del Señor sufra mucho. Será una experiencia atroz vivir en la tierra durante la gran tribulación. Así pues, necesitamos la salvación que nos libra de los padecimientos propios de la gran tribulación (Ap. 3:10).
Además de la salvación de la perdición eterna, la salvación de las muchas cosas que forman parte de nuestra vida diaria y la salvación de la gran tribulación, también necesitamos la salvación de nuestra alma (1 P. 1:9), la cual nos salva de recibir el castigo dispensacional cuando seamos juzgados ante el tribunal de Cristo (2 Co. 5:10). Si no somos salvos en nuestra alma, padeceremos la disciplina del Señor en la era venidera. Todos nosotros necesitamos ser salvos del juicio dispensacional que será ejecutado durante la era del reino. La salvación completa de Dios nos libra de estas cuatro clases de sufrimientos.
Debemos agradecer al Señor por habernos rescatado, salvado, de la perdición eterna. Por ser creyentes, nuestro destino eterno no es el lago de fuego. Sin embargo, debemos preguntarnos con respecto a la salvación que disfrutamos en nuestra vida diaria y con respecto a la salvación de la tribulación venidera y de la disciplina en la era del reino. En la era venidera, ¿disfrutaremos de la recompensa o seremos disciplinados, o sea, castigados? Es necesario que todos nos internemos en las profundidades de esta verdad. En esto consiste la salvación plena y completa que Dios efectúa, y ésta es la salvación que constituye la meta con miras a la cual Dios nos escogió. Dios nos escogió desde la eternidad con el propósito de que disfrutáramos de tal salvación completa, no solamente de la salvación inicial lograda mediante la obra redentora de Cristo. La redención de Cristo nos salva de la perdición eterna, pero después de eso, en la salvación diaria, uno necesita experimentar la santificación por el Espíritu y en la fe en la verdad.
También debemos considerar qué es la salvación en la fe en la verdad. La palabra fe en 2 Tesalonicenses 2:13 se refiere a nuestra acción de creer. En este versículo se nos muestra que nuestra salvación diaria es algo que ocurre íntegramente en el Espíritu y en la Palabra. La santificación se efectúa en el Espíritu y, además, en la fe en la verdad, es decir, en la Palabra. En Juan 17:17 el Señor Jesús dijo: “Santifícalos en la verdad; Tu palabra es verdad”. Es probable que muchos cristianos conozcan la santificación que efectúa el Espíritu, mas desconozcan la santificación en virtud de la Palabra. La Palabra santa es muy coherente: ser santificados al creer o tener fe en la verdad, corresponde con lo dicho por el Señor en Juan 17:17. Tenemos que ser equilibrados en nuestro entendimiento. Nuestra salvación diaria no solamente ocurre en el Espíritu, sino también en la Palabra como la verdad.
Si jamás hubiéramos descubierto todas estas verdades más elevadas reveladas en las epístolas de Pablo, sino que solamente hubiésemos confiado de manera supersticiosa en el así llamado Espíritu, ¿cuánta santificación podríamos disfrutar? De ser así, la santificación sería solo un término más en nuestro vocabulario. A fin de experimentar la santificación del Espíritu, tenemos que acudir a la Palabra. Desde la era de la Reforma hasta el día de hoy, el Señor ha hecho que sea recobrada gran parte de Su palabra. Cuanto más de la verdad contenida en Su Palabra sea recobrada, más habremos de disfrutar de Su santificación. Cuanto más veamos de la verdad, más de la realidad contenida en el Nuevo Testamento nos será revelada y más seremos santificados. Ésta es la razón por la cual tenemos que proclamar la Palabra. No solamente debemos proclamar aspectos superficiales de la Palabra, sino que también debemos proclamar sus aspectos más profundos. Si proclamamos a los santos todos los aspectos más importantes de la verdad contenida en Romanos, y si todos los santos aprenden a proclamar estos aspectos cruciales de la verdad, entonces en todas las iglesias disfrutaremos de una atmósfera en la que seremos plenamente partícipes de la santificación que el Espíritu efectúa. Esta santificación no solamente es la santificación en el Espíritu, sino también la santificación en la Palabra.
Debemos considerar lo dicho por el Señor en Juan 17:17. Él pidió al Padre que nos santificara en la verdad y declaró que la palabra del Padre es verdad. Si no conocemos la Palabra, ¿cómo podría santificarnos el Padre? No habría nada con lo cual Dios pudiese santificarnos. Pero cuando oramos Su Palabra, que está llena de riquezas, Su Palabra que es tan profunda y elevada, ciertamente seremos santificados con algo sustancioso. Cuanto más oremos los veintiún puntos cruciales de la verdad contenidos en el libro de Romanos, más podremos disfrutar de santificación. El Espíritu siempre opera conjuntamente con la Palabra.
En 2 Tesalonicenses 2:13 se nos muestra que el Espíritu y la verdad forman un par indivisible. La salvación que se efectúa en santificación no sólo se lleva a cabo por el Espíritu, sino también por la fe en la verdad. Del mismo modo que la electricidad necesita de un cable para ser transmitida, así también el Espíritu Santo requiere que la Palabra sea su elemento conductor. Si carecemos de la Palabra, también careceremos de la electricidad divina. Si usted solamente tiene el cable sin la electricidad, ello no es útil; pero si únicamente tiene la electricidad sin el cable que le sirva de elemento conductor, la electricidad no podrá operar. Del mismo modo, si usted únicamente tiene el texto de la Palabra, la letra, pero carece del Espíritu, esto no es útil. Pero si usted únicamente quiere tener el Espíritu sin la Palabra, esto no es posible. El Espíritu y la verdad, ambos corporificados en la Palabra, forman un par indivisible. La propia salvación que es la meta de la elección eterna efectuada por Dios se lleva a cabo en virtud de dos cosas: en la santificación por el Espíritu y también en la fe en la verdad.
El hecho de ser santificados al creer, o tener fe, en la verdad es algo que experimentamos de manera muy subjetiva. La fe es la reacción mediante la cual damos sustantividad a la escena invisible (la verdad). Ahora no solamente tenemos el conocimiento de la verdad, sino también la fe en la verdad. Experimentamos la reacción a aquella verdad que habíamos conocido apenas en términos objetivos. Por ello, tenemos que aprender todos los veintiún puntos cruciales hallados en Romanos. Si aprendemos estas verdades y las escuchamos, experimentaremos el oír con fe (Gá. 3:2, 5). Esta escena (la verdad) y el hecho de verla (nuestra fe), son hechos objetivos para la cámara (nosotros). Pero cuando la luz (el Espíritu) trae dicha escena a la película (nuestro espíritu) que está dentro de la cámara, tanto la escena como el acto de ver llegan a ser subjetivos para la cámara. Cuando la luz hace que la escena sea impregnada en el rollo de película, al interior de la cámara resuena un “clic”. Este “clic” en nuestro interior que trae la escena de la verdad a nuestro espíritu, es la fe. En esto consiste la fe en la verdad.
Ahora no solamente captamos la verdad como una escena que es objetiva para nosotros, sino que experimentamos la fe en la verdad. En esta fe en la verdad somos salvos todo el tiempo. Nuestra salvación diaria se lleva a cabo en esta fe, en virtud de esta reacción a la “escena” de la verdad. Todos nosotros padecemos deficiencias o carencias en lo que respecta a la visión que es producto de la fe en la verdad. Por ello, tenemos que orar por nosotros mismos y por todos los hermanos. Todos los problemas se originan en tal carencia, esto es, la carencia de una visión clara y adecuada. Es probable que tengamos la Biblia en nuestras manos pero que al mismo tiempo nos cubra un velo que nos impida verla claramente, de la misma manera que los judíos tienen un velo cuando leen el Antiguo Testamento (2 Co. 3:15). En 2 Corintios 3:18 Pablo afirma que él y sus colaboradores miraban al Señor a cara descubierta. Ellos le miraban a Él como un espejo que no tenía velos, sin obstáculo alguno. Todos los que llevan la delantera en las iglesias tienen una gran responsabilidad, y estoy persuadido de que todos nosotros seremos responsables por las iglesias ante el tribunal de Cristo. A la luz de dicho tribunal, debemos estar en temor y temblor de ser causa de que los santos sean retrasados en su avance o de que ellos sean velados de cualquier modo. Tenemos que dar a conocer la verdad a los santos y ministrarles las verdades apropiadas, la escena apropiada, impartiéndoselas al interior de su ser. Tal vez el Señor nos pregunte en Su tribunal: “En tu condición de líder en la iglesia, ¿estuviste dedicado a quitar los velos que cubrían a mi pueblo? ¿Los condujiste a la más excelente de las “escenas” contenidas en Mi revelación divina a lo largo de los sesenta y seis libros de la Biblia?”. Si el Señor nos examinara de tal modo, ¿qué habríamos de responderle?
Dios efectúa Su eterna elección con miras a lograr nuestra completa salvación. La salvación completa que Dios efectúa se lleva a cabo en la santificación por el Espíritu y en virtud de nuestra correspondiente “reacción” a la verdad. Así pues, se lleva a cabo cuando aprehendemos la verdad de un modo que es subjetivo para nosotros y no meramente al adquirir un conocimiento objetivo de la verdad. No obstante, tenemos que darnos cuenta de que es imprescindible que primero adquiramos tal conocimiento objetivo. Si careciéramos de la escena a la cual hemos de reaccionar, ¿qué podríamos hacer? Primero debemos percibir aquella escena que es objetiva para nosotros. Cuando estudiamos en oración la Palabra y profundizamos en ella, el Espíritu opera juntamente con la Palabra. A medida que abrimos nuestro ser al Señor, la luz nos iluminará interiormente y habrá una reacción, un “clic”, el cual traerá a nuestro espíritu la escena divina de la verdad. Esta reacción es nuestra fe. De este modo, captamos la escena divina no de una manera externa, sino internamente, en nuestro espíritu, en la película de nuestra cámara. Así pues, en su espíritu se produce una impresión de la escena divina, la cual, así, llega a ser suya. En esto consiste la comprensión cabal de la manera en que se disfruta de la salvación completa de Dios.
Primero, necesitamos el conocimiento de la verdad. Necesitamos que alguien nos hable de la verdad. Romanos 10:17 dice: “Así que la fe proviene del oír, y el oír, por medio de la palabra de Cristo”. Tenemos que predicar, hablar, la Palabra. Tal predicación, tal proclamación, de la Palabra produce el oír, y este oír producirá cierta reacción en el ser de los oyentes. Esta reacción es el “clic” de la fe mediante el cual todo cuanto se proclama es impreso en el espíritu de quienes oyen. Así, habrá una fotografía grabada en el espíritu de ustedes, y esto se convertirá en algo suyo, su posesión, para ser disfrutada por ustedes. Éste es el entendimiento apropiado de este punto crucial en particular hallado en 2 Tesalonicenses. Es imprescindible que todos seamos librados de permanecer “patinando” en la superficie de las verdades divinas y procedamos a cooperar con el Señor laborando junto a Él a fin de “bucear” en las profundidades de la verdad de Su maravillosa economía neotestamentaria.