Ahora abordaremos los puntos cruciales de la verdad contenidos en 1 y 2 Timoteo. En 1 Timoteo se nos revela la dispensación de Dios, Su economía neotestamentaria, concerniente a la iglesia. El propósito de 2 Timoteo era vacunar a la iglesia en contra de la decadencia. Por un lado, una vacuna es algo positivo; por otro, tiene un sentido negativo, pues indica que existe la necesidad de ser protegidos de una enfermedad que podría ser mortal. El propósito de Pablo al escribir 2 Timoteo era vacunar a la iglesia contra la decadencia, la degradación y el deterioro.
El primer punto crucial en 1 Timoteo es la economía de Dios que se funda en la fe. En 1:3-4 Pablo dice: “Como te exhorté, al irme a Macedonia, a que te quedases en Éfeso, para que mandases a algunos que no enseñen cosas diferentes, ni presten atención a mitos y genealogías interminables, que acarrean disputas más bien que la economía de Dios que se funda en la fe”.
La dispensación de Dios, la economía de Dios (v. 4) o Su economía doméstica (Ef. 1:10; 3:9) es Su arreglo administrativo familiar, cuyo propósito es que Dios mismo en Cristo sea impartido a Su pueblo escogido a fin de que Él obtenga una casa, una familia que lo exprese; esta familia es la iglesia, el Cuerpo de Cristo (v. 15). El ministerio del apóstol se centraba en esta economía de Dios (Col. 1:25; 1 Co. 9:17), mientras que las enseñanzas divergentes de aquellos que disentían eran usadas por el enemigo de Dios para distraer al pueblo de Dios de este centro. Esta economía divina tiene que ser plenamente explicada a los santos al llevarse a cabo la administración y el pastoreo de una iglesia local.
En el Nuevo Testamento, la fe posee dos denotaciones, pues tiene tanto un aspecto objetivo como otro subjetivo. La dispensación de Dios, Su economía, es cuestión de fe, es decir, se lleva a cabo íntegramente en la esfera de la fe y mediante el elemento de la fe, en Dios y por medio de Cristo. Podríamos considerar que la fe está en contraposición a las “disputas”. La economía de Dios, que consiste en impartir a Dios mismo en el ser de Sus elegidos, ciertamente no se lleva a cabo en el ámbito natural ni tampoco en la esfera que corresponde a las obras de la ley, sino en la esfera espiritual que corresponde a la nueva creación producida mediante la regeneración por la fe en Cristo (Gá. 3:23-26). Es por la fe que nacemos de Dios para ser Sus hijos, siendo hechos partícipes de Su vida y Su naturaleza divinas para expresarle (1 Jn. 5:11-12; 2 P. 1:4). Es por la fe que somos puestos en Cristo para llegar a ser miembros de Su Cuerpo (Ef. 5:30), siendo hechos partícipes de todo lo que Él es con miras a constituir Su expresión. En esto consiste la dispensación de Dios en conformidad con Su economía neotestamentaria, la cual se lleva a cabo en fe. Así pues, la economía de Dios se funda en esta clase de fe.
De la economía de Dios que se funda en la fe pasamos a 1 Timoteo 2:4, donde se nos dice que Dios quiere que todos los hombres sean salvos y vengan al pleno conocimiento de la verdad. En todo el Nuevo Testamento, ningún otro versículo además de 1 Timoteo 2:4 nos dice que Dios quiere que el hombre sea plenamente partícipe de dos cosas: Su salvación y Su verdad. Dios no solamente desea que todos los hombres sean salvos, sino que también vengan al pleno conocimiento de la verdad. Aquí, la verdad significa la realidad, con lo cual denota todas las realidades reveladas en el Nuevo Testamento, las cuales son principalmente Cristo como la corporificación de Dios y la iglesia como el Cuerpo de Cristo. Toda persona salva debe adquirir el conocimiento pleno, la comprensión cabal de estas cosas. Este versículo nos lleva a percatarnos de dónde deberíamos estar. Debemos llegar al pleno conocimiento de la verdad.
Debemos comprender que desde el principio Dios ha querido que todos los hombres sean salvos, y que estos hombres que han sido salvos vengan al pleno conocimiento de la verdad. Debemos esforzarnos por arribar al pleno conocimiento de la verdad y a ello debemos dedicar nuestras energías, nuestra mente y nuestro tiempo. Estas palabras no solamente están dirigidas a los que asumen algún liderazgo, sino a todos los creyentes. Todos los creyentes deben venir al pleno conocimiento de la verdad. Sin duda alguna, existe una gran carencia de personas que hayan venido al pleno conocimiento de la verdad. Todos nosotros debemos esforzarnos por llegar al pleno conocimiento de la verdad.
La función que la iglesia cumple es el punto crucial de la verdad hallada en 3:15-16. En estos versículos la iglesia es la casa del Dios viviente, la columna y el fundamento de la verdad, y la manifestación de Dios en la carne. Así pues, la iglesia cumple la función de ser la casa y familia del Dios viviente con miras a Su mover en la tierra, de ser la columna y el fundamento de la verdad al portar la realidad divina que es Cristo y Su Cuerpo como testimonio ante el mundo, y de así, llegar a ser la continuación de Cristo como manifestación de Dios en la carne. ¡Éste es el gran misterio de la piedad: Cristo expresado en el vivir de la iglesia como la manifestación de Dios en la carne!
En 1 Timoteo 4:6-8 encontramos dos asuntos muy importantes: las palabras que nutren y ejercitarse para la piedad. Para que ministremos a Cristo a los demás se requiere primero que nosotros mismos seamos nutridos con las palabras de vida concernientes a Cristo. Somos nutridos con miras al crecimiento de la vida divina en nosotros, lo cual difiere de ser meramente enseñados, que pertenece al ámbito del conocimiento. Si hemos sido nutridos con Cristo tendremos a Cristo como el alimento, el suministro de vida, las palabras que nutren, a fin de poder ministrarlo a los demás.
La piedad es Cristo, la manifestación de Dios, que se expresa en nuestro vivir. Este mismo Cristo es hoy el Espíritu que mora en nuestro espíritu (Ro. 8:9-10; 2 Ti. 4:22). Por tanto, ejercitarse para la piedad es ejercitar nuestro espíritu para vivir a Cristo en nuestra vida diaria.
Es de crucial importancia que nos ejercitemos para la piedad. Internamente, necesitamos ser nutridos, y externamente, necesitamos que la piedad sea expresada. Debemos ser nutridos con Cristo desde lo profundo de nuestro ser para, después, manifestar un vivir que sea la expresión de Dios.
En 1 Timoteo 6:3 encontramos dos formas de expresión: las palabras de nuestro Señor Jesucristo, las cuales son las sanas palabras, y la enseñanza que es conforme a la piedad. Las palabras de nuestro Señor Jesucristo son palabras de vida (Jn. 6:63); por ende, son palabras sanas. Las sanas palabras del Señor son la fuente de la enseñanza que es conforme a la piedad. Cuando las palabras de vida del Señor son enseñadas, especialmente en ciertos aspectos, ellas se convierten en la enseñanza que es conforme a la piedad. Las palabras llenas de vida que el Señor nos habla siempre producen piedad, es decir, una vida que vive a Cristo y expresa a Dios en Cristo. Aquí vemos el aspecto positivo.
Otro punto crucial es hallado en 6:9 y 10: “Mas los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y ruina; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual persiguiendo algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”. El deseo mencionado aquí se refiere a la determinación de hacerse rico. No se refiere necesariamente al hecho de poseer riquezas, sino al amor a las riquezas, el cual hace que los avaros caigan en tentación y lazo. Algunos de ellos ya son ricos, mientras que otros anhelan serlo. Es este maligno anhelo el que los arruina y destruye. Aquí, la ruina implica destrucción, y esta destrucción implica perdición, tanto temporal como eterna. Aquellos que determinan hacerse ricos caen en un lazo, en una red, y también en muchas codicias necias y dañosas, nocivas concupiscencias que hacen que los hombres se hundan en destrucción y ruina. La palabra griega que en el versículo 10 se tradujo persiguiendo hace referencia a un apetito desmedido, a un anhelo intenso. Aquellos que han sido dominados por tales apetitos se extraviaron de la fe; esto es, se descarriaron apartándose de los contenidos de nuestra fe, la fe que corresponde a la economía neotestamentaria de Dios.
En contraste con aquel hombre que anhela hacerse rico, tal como se describe en 6:9-10, está el hombre de Dios que echa mano de la vida eterna, según es descrito en los versículos 11 y 12: “Mas tú, oh hombre de Dios, huye de estas cosas, y sigue la justicia, la piedad, la fe, el amor, la perseverancia, la mansedumbre. Pelea la buena batalla de la fe, echa mano de la vida eterna, a la cual fuiste llamado, habiendo hecho la buena confesión delante de muchos testigos”. Un hombre de Dios es una persona que es partícipe de la vida y naturaleza de Dios (Jn. 1:13; 2 P. 1:4), por lo cual es uno con Él en Su vida y naturaleza (1 Co. 6:17) y le expresa. Esto corresponde con el misterio de la piedad, que es Dios mismo manifestado en la carne (1 Ti. 3:16). No debiéramos ser hombres de riquezas que se apartan de la verdad revelada en el Nuevo Testamento; más bien, debemos ser hombres de Dios que echan mano de la vida eterna.
En 2 Timoteo 1:1 Pablo nos dice que él era un “apóstol de Cristo Jesús por la voluntad de Dios, según la promesa de vida, la cual es en Cristo Jesús”. Pablo era un apóstol que había sido establecido como tal por el Señor según la promesa de vida que es en Cristo Jesús. Ésta es la vida eterna. Pablo no era un apóstol según la letra de las Escrituras, ni según las ordenanzas o por haber sido ordenado como tal, sino que era un apóstol según la promesa de vida. Así pues, en su ministerio apostólico él disfrutaba de la vida eterna.
La Segunda Epístola a Timoteo es una vacuna contra la decadencia de la iglesia. Las iglesias son vacunadas contra la decadencia al serles impartida la enseñanza de la verdad. Es al recibir la enseñanza de la verdad que las iglesias degradadas pueden ser restauradas. Debido a que todavía estamos bajo los efectos de la degradación de la iglesia, existe entre nosotros una gran necesidad de la verdad.
En 2 Timoteo 1:5-7 dice: “Trayendo a la memoria la fe no fingida que hay en ti, la cual habitó primero en tu abuela Loida, y en tu madre Eunice, y estoy persuadido de que en ti también. Por esta causa te recuerdo que avives el fuego del don de Dios que está en ti por la imposición de mis manos. Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura”.
Según el contexto de 1 y 2 Timoteo, el don que el Señor dio a Timoteo probablemente era el de enseñar (11, 13, 1 Ti. 4:14, 16). Enseñar no guarda relación alguna con cosas milagrosas. Enseñar es una cuestión de vida, y la vida está directamente relacionada con nuestro espíritu. Por tanto, el don de Dios que Timoteo debía avivar como quien aviva un fuego, era el don de enseñar. Él debía avivar el fuego del don de enseñar. Timoteo debía enseñar. Lo que se necesita para vacunar a la iglesia en contra de la decadencia, la degradación, no es un don milagroso como el de sanidad, sino la enseñanza sana y sensata que se imparte ejercitando nuestro espíritu regenerado en el cual habita el Espíritu Santo.
El uso del vocablo porque al inicio del versículo 7: “Porque no nos ha dado Dios espíritu de cobardía, sino de poder, de amor y de cordura”, da a entender que este versículo es la explicación de lo contenido en el versículo 6. Por tanto, el don de Dios que se menciona en el versículo 6 también debe ser considerado el espíritu dado por Dios al hombre. En el versículo 6 se hace referencia al don de Dios, a la capacidad espiritual, y en el versículo 7 se nos explica qué es lo que Dios nos dio: un espíritu de poder, amor y cordura. El espíritu en este versículo es nuestro espíritu humano, el cual ha sido regenerado por el Espíritu Santo y en el cual ahora mora el Espíritu Santo (Jn. 3:6; Ro. 8:16). Así pues, avivar el fuego del don de Dios tiene estrecha relación con nuestro espíritu regenerado. Probablemente en todo el Nuevo Testamento este versículo, el versículo 7, sea el único en el que se hace una exposición completa de nuestro espíritu humano. La palabra poder hace referencia a nuestra voluntad, amor a nuestra parte emotiva, y cordura a nuestra mente. Esto denota que una voluntad férrea, una parte emotiva llena de amor y una mente sensata o sobria guarda estrecha relación con un espíritu fuerte con miras a que ejercitemos el don de Dios que está en nosotros.
Tal espíritu de poder, amor y cordura nos permite enseñar. Tenemos que avivar el fuego de tal espíritu de enseñanza. Mi sentir es que este punto es apropiado para la situación en la que estamos. Todos debemos avivar el fuego de este don que es el espíritu de enseñanza. Aviven el espíritu de enseñanza, que es un espíritu de poder, amor y cordura. Si uno no tiene cordura, ciertamente enseñará neciamente. Se requiere de una mente sobria para aprehender toda la verdad. Sólo entonces se podrá enseñar con poder y con amor.
El siguiente punto crucial se halla en 2 Timoteo 1:13. La forma de las sanas palabras se refiere a un ejemplo o modelo. Así pues, las palabras dichas en el versículo 12 constituyen un modelo, un ejemplo, de las sanas palabras. Retener la forma de las sanas palabras significa vivir conforme a dichas palabras. La intención de Pablo al escribir esta sección era alentar y fortalecer a Timoteo a no vivir en conformidad con la degradación, sino a vivir de otra manera. Vivir de otra manera, a pesar de la degradación que impera en la iglesia, implica ser nutridos con las sanas palabras. Si usted es nutrido con las sanas palabras, usted mismo, su vivir y su vida diaria, constituirán un ejemplo concreto de las sanas palabras.
Ahora tenemos que aplicar esto a nuestra propia experiencia. No solamente debemos compartir estos asuntos tan importantes con otros, sino que, además, debemos vivir conforme a ellos a pesar del entorno de esta era, a pesar de la tendencia imperante en el cristianismo de hoy e, incluso, a pesar de la situación mundial. Hoy en día, lo que impera a nivel mundial es la preocupación por enriquecerse; sin embargo, a pesar de ello, nosotros tenemos que vivir de otra manera. Vivir de otra manera significa ser nutridos todo el tiempo con las sanas palabras. Entonces podremos retener la forma de las sanas palabras en nuestro vivir a manera de ejemplo. Pablo era tal clase de persona; él vivió de tal forma, y su vivir constituyó un ejemplo que Timoteo podía ver. Por tanto, Pablo le exhortó a Timoteo a seguir tal ejemplo. Asimismo, todos los santos deben retener la forma, el modelo, de las sanas palabras.
En 2 Timoteo 2:1-2 dice: “Tú, pues, hijo mío, fortalécete en la gracia que es en Cristo Jesús. Lo que has oído de mí mediante muchos testigos, esto confía a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros”. Hoy en día, es necesario que nos fortalezcamos en la gracia —la cual es el propio Dios Triuno dado a nosotros e impartido a nuestro ser para nuestro disfrute— a fin de que confiemos las sanas palabras que hemos experimentado a hombres fieles que sean idóneos para enseñar también a otros esas mismas palabras. Debemos fortalecernos en esta gracia no para realizar milagros, sino para confiar las sanas palabras que hemos disfrutado a hombres fieles a fin de que sean producidos muchos maestros competentes cuya predicación vacune a las iglesias contra la decadencia.
Fortalecernos en la gracia hará que lleguemos a ser maestros (v. 2), soldados (v. 3), atletas o competidores (v. 5), labradores (v. 6), obreros (v. 15) que trazan rectamente la palabra de Dios, sin distorsionarla, y vasos para honra (v. 21).
El punto crucial contenido en 2:18-22 trata sobre ser vasos para honra. Los vasos para honra están compuestos tanto de la naturaleza divina (el oro) como de la naturaleza humana que ha sido redimida y regenerada (la plata). Tales vasos, al igual que Timoteo y otros auténticos creyentes, constituyen el firme fundamento portador de la verdad.
Por ser vasos para honra, tenemos que ir en pos de las cosas espirituales junto con aquellos que invocan al Señor (v. 22). Invocar al Señor con un corazón puro es invocar “el nombre del Señor” (v. 19) en nuestras oraciones y alabanzas dirigidas a Él. Los que buscan al Señor tienen que ser personas que invocan Su nombre. Hoy en día, aquellos que de corazón puro invocan al Señor se encuentran en Su recobro. ¡Damos gracias al Señor que estamos con los que de corazón puro invocan Su nombre! Es con tales creyentes que podemos ir en pos de virtudes tales como la justicia, la fe, el amor y la paz.
En 3:14-17 se nos habla del hombre de Dios que es lleno del aliento de Dios. La Escritura, la Palabra de Dios, es el aliento de Dios. La exhalación de Dios es Su hablar, Sus palabras. Por tanto, Sus palabras son espíritu (Jn. 6:63), pneuma, o aliento. Así pues, la Escritura es la corporificación de Dios como Espíritu. El Espíritu es, pues, la esencia misma, la sustancia, de la Escritura, del mismo modo que el fósforo es la sustancia esencial en los cerillos. Tenemos que tocar el Espíritu de la Escritura con nuestro espíritu a fin de ser encendidos con el fuego divino.
Por ser la corporificación de Dios el Espíritu, la Escritura es también la corporificación de Cristo. Cristo es el Verbo viviente de Dios (Ap. 19:13), y la Escritura es la palabra escrita de Dios (Mt. 4:4). Esta Escritura hace que el hombre de Dios sea cabal, enteramente equipado para toda buena obra.
En 2 Timoteo 4:2 dice: “Que proclames la palabra; que te mantengas preparado a tiempo y fuera de tiempo”. El texto original del Nuevo Testamento no se divide en capítulos; por tanto, podemos afirmar que los versículos 1 y 2 del capítulo 4 son la continuación de 2 Timoteo 3:14-17. La palabra a la que se hace referencia en 4:2 es la palabra de la Biblia, la cual incluye todo lo que Timoteo aprendió tanto de Pablo como del Antiguo Testamento (3:14-15). Al cuidar de una iglesia local, especialmente en tiempos de decadencia de la iglesia, es crucial proclamar la palabra. En 3:14-17 vemos que el hablar de Dios es Su exhalación. Debemos ser hombres de Dios llenos del aliento de Dios. Al leer las Escrituras debemos inhalar el aliento de Dios. Dios exhala, y nosotros inhalamos. Entonces podremos proclamar la palabra a tiempo y fuera de tiempo. Nuestra predicación es nuestra exhalación.
En el ámbito físico no tenemos otra opción que respirar a tiempo y fuera de tiempo. Puede ser que exista un tiempo apropiado para cosechar, pero no para respirar. Incluso podemos comer y beber en ciertos momentos más adecuados, pero respiramos tanto a tiempo como fuera de tiempo, debido a que tenemos que respirar todo el tiempo. Nuestra predicación debe ser como nuestra respiración, es decir, debe ser como nuestro exhalar, a tiempo y fuera de tiempo, lo cual quiere decir que lo hacemos cuando es oportuno y cuando no lo es, cuando la ocasión resulta conveniente y cuando no lo es, ya sea que seamos bien recibidos o no.
Hoy en día poseemos muchos diamantes de la verdad pero, pese a ello, muchas veces no nos atrevemos a hablar. Debemos ser los “Timoteos” de hoy, los encargados de confiar todo el rico depósito de la verdad a hombres fieles, haciéndolos aptos para que ellos, a su vez, también salgan y proclamen la verdad a tiempo y fuera de tiempo, en todo momento y en todo lugar. En esto consiste nuestro respirar celestial. Todos los días debemos inhalar el aliento de Dios, y todos los días debemos exhalar al hablar. Esto será lo que prevalecerá sobre la situación actual en la que muchos están privados de la verdad.
En 2 Timoteo 4:18 Pablo dice: “Y el Señor me librará de toda obra mala, y me salvará para Su reino celestial”. En el versículo 6 Pablo se encontraba a la espera de su muerte inminente como mártir por amor a Su Amo: “Porque yo ya estoy siendo derramado en libación, y el tiempo de mi partida está cercano”. Dar muerte a Pablo ciertamente era una obra mala; no obstante, Pablo afirma que el Señor le libraría de toda obra mala, si bien no lo haría milagrosamente. Cuando Pablo murió como mártir, él manifestó gran valentía; pero ello no era nada milagroso, si bien era maravilloso. Pese a tal declaración, Pablo no fue librado de morir como mártir.
El Señor libraría a Pablo llevándolo a Su reino celestial. El reino celestial mencionado aquí difiere del reino de los cielos mencionado en Mateo 5—7. El reino de los cielos en esos versículos denota la realidad del reino celestial. El reino celestial en 2 Timoteo 4:18 es el reino de su Padre (Mt. 13:43), el reino de Mi Padre (26:29), el reino de Cristo y de Dios (Ef. 5:5), y el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo (2 P. 1:11), el cual será una recompensa para los santos vencedores. Ello equivale a la corona de justicia mencionada en 2 Timoteo 4:8 y constituye un incentivo para que los creyentes corran la carrera celestial.
Pablo sabía que el reino terrenal, el Imperio Romano aquí en la tierra, le daría muerte y que, en su condición de mártir, él sería rechazado e inmolado por el reino terrenal y sería rasgado de dicho reino. Pero también tenía la certeza de que el Señor lo libraría llevándolo a un imperio celestial, a un reino celestial. Por tanto, fue muerto como mártir sin experimentar ningún rescate milagroso. Esto da a entender que en Pablo no existía el concepto de que algo milagroso debía ocurrir, sino que, más bien, sus pensamientos estaban llenos de la realidad divina y espiritual. Como seguidores del Señor Jesucristo no debiéramos esperar que el Señor realice algo milagroso por nosotros. Pero ciertamente tenemos pleno derecho a esperar que el Señor realice cosas espirituales, cosas divinas y cosas celestiales en beneficio nuestro.
El último punto está en 2 Timoteo 4:22: “El Señor esté con tu espíritu. La gracia sea con vosotros”. Tienen que unir o enlazar este punto con la exhortación a avivar el fuego de nuestro espíritu de enseñanza (1:6) y a fortalecerse en la gracia (2:1). En este versículo final se hallan enlazados esos dos versículos. En todos estos versículos los elementos principales son nuestro espíritu y la gracia.
La Segunda Epístola a Timoteo —que da instrucciones sobre cómo hacer frente a la degradación de la iglesia— hace especial hincapié en nuestro espíritu. Al inicio de esta epístola se recalca que nos fue dado un espíritu lleno de poder, de amor y de cordura, mediante el cual podemos avivar el fuego del don de Dios y sufrir el mal junto con el evangelio según el poder de Dios y la vida del Señor que imparte gracia a nuestro ser (1:6-10). En su conclusión, esta epístola nos bendice al recalcar que el Señor está con nuestro espíritu a fin de que podamos disfrutarle como gracia para resistir la corriente de degradación que impera en la iglesia en decadencia y, así, llevar a cabo la economía de Dios por medio de Su Espíritu que mora en nosotros (v. 14) y por medio de Su Palabra que nos equipa (3:16-17).
En tiempos de desolación, cuando la degradación de la iglesia es peor que nunca, lo que se necesita es la eterna gracia de Dios, la cual nos fue dada en la eternidad (1:9) y de la cual tomamos posesión en esta era. Esta gracia, la cual está en la indestructible vida divina, no es otra cosa que el propio Cristo, el Hijo de Dios, quien —como corporificación de la vida divina— mora y vive en nuestro espíritu. Necesitamos, pues, ejercitar este espíritu para disfrutar de las riquezas de Cristo (Ef. 3:8) como la gracia que es suficiente (2 Co. 12:9). De este modo, podremos vivirle a Él como nuestra verdadera piedad (1 Ti. 4:7-8) para la edificación de la iglesia, la cual, en su condición de testimonio de Cristo, es portadora de todas las realidades divinas según la economía de Dios.
Tito en realidad es una continuación de 1 y 2 Timoteo. Para atender nuestra necesidad presente, al abordar este libro me limitaré a tratar un solo punto crucial que se halla en Tito 3:4-7: “Pero cuando se manifestó la bondad de Dios nuestro Salvador, y Su amor para con los hombres, nos salvó, no por obras de justicia que nosotros hubiéramos hecho, sino conforme a Su misericordia, mediante el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo, el cual derramó en nosotros abundantemente por medio de Jesucristo nuestro Salvador, para que justificados por Su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”. El lavamiento de la regeneración, la renovación del Espíritu Santo, la gracia, los herederos y la esperanza de la vida eterna, todo ello conforma un solo punto de crucial importancia.
El versículo 5 dice que Dios nos salvó. Por lo general, cuando hablamos de la salvación que Dios efectúa, no tenemos en mente el lavamiento de la regeneración ni la renovación del Espíritu Santo. Simplemente no existe en nosotros esta clase de concepto o idea. Pero, la economía neotestamentaria de Dios tiene, como concepto básico, el que seamos hechos una nueva creación (2 Co. 5:17), y la manera en que Dios hace de nosotros una nueva creación es al forjarse en nuestro ser mediante el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo.
La palabra traducida como regeneración en Tito 3:5 no es la misma palabra griega que se tradujo como regenerados en 1 Pedro 1:23. Juan 3 nos habla de la regeneración, pero sin usar este término. Es Pedro quien, en su primera epístola, usa el término regeneración con el significado de ser nacido de Dios. Él nos dice que hemos sido regenerados mediante la simiente incorruptible, la cual es la palabra viviente de Dios. La palabra que se tradujo habiendo sido regenerados en 1 Pedro 1:23 significa que hemos nacido de nuevo. Este segundo nacimiento no consiste en meramente experimentar un cambio de índole externa, sino un cambio producido por la vida, con la vida y en la vida. La regeneración se relaciona por completo con la vida divina y siempre trae consigo una especie de lavamiento.
Entonces, este lavamiento realiza cierta clase de obra restauradora, pero esta obra de restauración no ocurre en la parte física de nuestro ser. Cuando fuimos regenerados, algo divino fue impartido a nuestro espíritu a fin de vivificarlo. Esto ciertamente es una especie de restauración, pero dicha restauración no guarda relación alguna con nuestro cuerpo físico; ella ocurre por completo en nuestro espíritu, haciendo que nuestro espíritu que estaba muerto sea vivificado por la vida divina que le fue impartida. Esta vida divina que le ha sido impartida es el factor que hace que nuestro espíritu sea vivificado. La regeneración que tuvo lugar en nuestro espíritu efectuó en nuestro ser un lavamiento, el cual fue realizado por la vida divina como agua que nos lava. La vida divina vino a nuestro espíritu a fin de que nuestro espíritu, que estaba muerto, fuese vivificado, y al hacer esto, la vida divina lavó nuestro espíritu de toda cosa muerta, de todo elemento muerto. Esto hizo que nuestro espíritu, que estaba muerto, fuese restaurado, pero ello no tuvo efecto alguno en nuestro cuerpo físico.
Después de ese lavamiento inicial, hay algo que debe avanzar de manera continua: la renovación del Espíritu Santo. La renovación del Espíritu Santo es la continuación del lavamiento que restauró nuestro espíritu. Es de esta manera que Dios nos salvó. Si bien Dios ya nos salvó, esta obra salvadora continúa debido a que es una obra de salvación efectuada mediante el lavamiento, y dicho lavamiento continúa mediante la renovación. El lavamiento es la restauración efectuada en nuestro espíritu, y la renovación es llevada a cabo continuamente por el Espíritu Santo.
El versículo 7 nos dice: “Para que justificados por Su gracia, viniésemos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna”. Hasta ahora, no hemos llegado a ser herederos. Como máximo, hemos sido hechos hijos de Dios. En la Roma antigua, un niño tenía que crecer hasta cierta edad, probablemente debía alcanzar los veintiún años de edad, a fin de poder ser considerado apto y plenamente preparado para ser un heredero. En Romanos 8 se nos dice que somos hijos, y después, herederos (v. 17). En nuestra regeneración fuimos hechos hijos de Dios, pero no habíamos llegado a ser herederos todavía. Ahora estamos en el camino de la renovación a fin de llegar a ser herederos.
Llegamos a ser herederos conforme a la esperanza de la vida eterna, la cual ya es nuestra y por la cual llegamos a ser hijos de Dios. Esta vida eterna que disfrutamos trae consigo una esperanza, la esperanza de heredar la herencia divina. Cuando usted se matricula en una escuela de postgrado, el mero hecho de matricularse trae consigo la esperanza de graduarse de dicha escuela. Asimismo, cuando usted fue regenerado recibió la vida eterna, y esta vida eterna le trae a usted una esperanza, la esperanza de que llegará a ser un heredero.
Matricularse en una escuela de postgrado le trae a usted la esperanza de graduarse. Su graduación no es algo completamente seguro, pues usted podría fracasar en su intento. Pero la esperanza que lo anima al matricularse es la de graduarse. Matricularse no es la esperanza directamente, pero matricularse trae consigo tal esperanza. Nuestra graduación espiritual es nuestra madurez en términos de la vida divina, y tal madurez es nuestra glorificación. Esto es tratado de manera cabal y definido en Romanos 8 (vs. 17, 30). La glorificación será nuestra graduación, lo cual quiere decir que tenemos que ser renovados, que es otra manera de decir que tenemos que ser transformados. La renovación del Espíritu Santo es la obra de transformación que el Espíritu realiza en nuestro ser a fin de transformarnos a Su imagen, de gloria en gloria (2 Co. 3:18). La transformación es la manera en que entramos en la glorificación. Aunque muchos cristianos aman el mundo y se permiten una serie de placeres mundanos, todavía piensan que serán glorificados automáticamente. Sin embargo, cuando el Señor Jesús regrese, los cristianos serán juzgados en el tribunal de Cristo (5:10) y muchos recibirán de parte del Señor cierto grado de disciplina o castigo dispensacional (Mt. 25:30).
Cuando fuimos regenerados, nuestro espíritu fue restaurado, y Dios mismo vino a nuestro interior como Espíritu renovador. Este Espíritu continúa, o da seguimiento, al lavamiento de la regeneración renovándonos gradualmente día a día, cada mañana, cada anochecer, minuto a minuto y en todos los aspectos de nuestra vida diaria. Así pues, en todas las cosas, en todo lugar y en todo momento, Él nos renueva. En virtud de tal renovación, nosotros somos gradualmente llevados de un grado de gloria a otro grado mayor de gloria, lo cual redunda en nuestra glorificación. La glorificación, la cual es como el florecimiento de un clavel, es nuestra graduación. En esa graduación ciertamente seremos hechos herederos. Somos hijos en virtud de nuestro nacimiento, pero seremos herederos mediante un largo procedimiento que consiste en ser renovados con miras a nuestra glorificación. Cuando seamos completamente renovados al punto que lleguemos a ser glorificados, entonces tendremos nuestra graduación. Para entonces, habremos llegado a ser herederos a fin de heredar lo que Dios prometió, lo cual será una recompensa en el reino venidero. Éste es el entendimiento correcto presentado en la Biblia con respecto a nuestra salvación. Dios nos salvó y, aun así, Su obra de salvación continúa siendo realizada mediante la renovación, la obra transformadora del Espíritu. La salvación que Dios efectúa será completada con el último paso de la misma, que consiste en nuestra glorificación.
Según lo dispuesto soberanamente por Dios, el canon del Nuevo Testamento coloca el libro de Filemón como conclusión de los tres libros anteriores: 1 y 2 Timoteo y Tito. En este libro el punto más importante, el cual es más que crucial, es la igualdad de condiciones de los creyentes en el nuevo hombre. Esta breve epístola sirve al propósito especial de mostrarnos la igualdad de todos los miembros del Cuerpo de Cristo en la vida eterna y el amor divino. En la era de barbarie que le tocó vivir a Pablo, la vida de Cristo había anulado, entre los creyentes, una institución tan prevaleciente como la esclavitud. El sentimiento de amor en la comunión cristiana era tan poderoso y prevaleciente que el orden social maligno imperante en la humanidad caída podía ser espontáneamente ignorado y se hacía innecesaria una emancipación oficial o institucional. En virtud de su nacimiento divino y al vivir por la vida divina, todos los creyentes en Cristo eran considerados iguales en la iglesia, la cual era el nuevo hombre en Cristo, sin que se hiciera discriminación alguna entre libre y esclavo (Col. 3:10-11). Esto se basa en tres hechos: (1) la muerte de Cristo en la cruz abolió las ordenanzas que corresponden a las diversas maneras de vivir, con miras a la creación de un solo y nuevo hombre (Ef. 2:15); (2) todos, sin ninguna diferencia, fuimos bautizados en Cristo y fuimos hechos uno con Él (Gá. 3:27-28); y (3) en el nuevo hombre, Cristo es el todo y en todos (Col. 3:11). Tal vida con tal amor en una comunión entre iguales es perfectamente capaz de mantener el buen orden en la iglesia (en Tito), es capaz de llevar a cabo la economía de Dios concerniente a la iglesia (en 1 Timoteo) y es capaz de oponer firme resistencia a la corriente de decadencia de la iglesia (en 2 Timoteo). Así pues, fue dispuesto soberanamente por el Señor que esta epístola fuese colocada después de los tres libros que la preceden en el Nuevo Testamento.