
Lectura bíblica: Hch. 1:14; 2:46; 4:32; Ro. 15:5-6; 1 Co. 1:10; Fil. 1:27; 2:2; 4:2; 1 Ti. 1:3-4; 6:3; 2 Ti. 1:15; Ap. 1:4-5a
La unanimidad es la base, el terreno, para nuestra práctica actual en el mover del Señor. Todo cuanto hagamos, enseñemos o practiquemos tiene que concordar completamente con la santa Palabra, que es la revelación completa de Dios. La característica particular más importante en el recobro del Señor es la de hacerlo todo en conformidad con la Biblia. En el Nuevo Testamento, la unanimidad ocupa un lugar de crucial importancia para el mover del Señor.
Son muchos los cristianos que han percibido que en el mover del Señor el factor más importante es el Espíritu Santo. El Espíritu es el factor más importante en el mover actual del Señor —el cual corresponde a la era neotestamentaria posterior a la ascensión del Señor—, y este Espíritu es el Espíritu consumado, la consumación del Dios Triuno procesado y consumado. Así pues, el Espíritu que fue derramado desde los cielos sobre los creyentes, tal como se relata en Hechos, no era meramente el Espíritu de Dios mencionado en Génesis 1:2 ni el Espíritu Santo mencionado en Mateo 1:18 y 20. En Génesis 1:2 el Espíritu de Dios se cernía sobre la tierra que había sido condenada y juzgada; de esta manera, la creación en el plan de Dios fue dada a conocer. En el Antiguo Testamento, el Espíritu estuvo estrechamente vinculado con la vieja creación de Dios.
En el Nuevo Testamento está el Espíritu Santo. Según Mateo 1, este Espíritu Santo se involucró en algo de mayor profundidad. El Espíritu Santo estuvo involucrado no en la obra de creación, que es un evento externo y objetivo para nosotros, sino en la encarnación, que es una realización interna y subjetiva. Esta encarnación es el Dios Triuno concebido en un ser humano, y el elemento en virtud del cual se llevó a cabo esto fue el Espíritu Santo. El Espíritu Santo no solamente fue el medio por el cual se llevó a cabo la encarnación, sino también el elemento y la esencia de tal realización. Para que ocurra una concepción se requiere de dos elementos básicos con sus correspondientes esencias. Sin estas dos esencias, no puede realizarse concepción alguna. Para que ocurriera la divina concepción de Jesús, hubo necesidad de dos esencias: la esencia divina y la esencia humana. La esencia divina fue el propio Espíritu Santo.
El Señor Jesús, quien era Dios encarnado, vivió en esta tierra por treinta y tres años y medio, y murió en la cruz para efectuar una redención eterna y completa; Él experimentó esta muerte todo-inclusiva poseedor de siete diferentes estatus. Después, fue sepultado y descendió al Hades (Hch. 2:27). Él fue resucitado de la muerte y el Hades y, en resurrección, fue hecho el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). El mismo día de Su resurrección, al anochecer, se infundió en los discípulos al soplar en ellos a fin de que recibieran el Aliento Santo, el Espíritu Santo. Para entonces, el propio Dios Triuno se había forjado en Sus discípulos.
Después de Su resurrección, Él permaneció con los discípulos por cuarenta días; luego, se reunió con los discípulos en un monte, donde les declaró que toda autoridad le había sido dada en los cielos y en la tierra. Él les mandó ir y hacer discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el Dios Triuno: el Padre, el Hijo y el Espíritu (Mt. 28:16-19). Para entonces, después de Su resurrección y después de haber infundido el Espíritu en los discípulos al soplar en ellos, Él podía decirles a los discípulos que bautizaran a las naciones en el nombre, es decir, en la Persona completa del Padre, el Hijo y el Espíritu.
El nombre del Dios Triuno —Padre, Hijo y Espíritu— implica muchísimo. No debiéramos conocer al Dios Triuno meramente como un término que aparece en Mateo 28:19. Tenemos que captar todo cuanto implica este nombre todo-inclusivo: el Padre, el Hijo y el Espíritu. Dicho nombre implica la encarnación de Dios, la concepción y el nacimiento de Jesús. Implica, además, el vivir humano de Jesús en esta tierra y Su muerte todo-inclusiva en la cruz. También incluye Su paso por la sepultura, el Hades y la muerte, y Su retorno a la tierra mediante la resurrección para llegar a ser el Espíritu vivificante. Después de esto, Él ascendió a los cielos, dando pleno cumplimiento al proceso por medio del cual el Dios Triuno llegó a ser el Espíritu consumado. Él, entonces, derramó este Espíritu, y ahora este Espíritu derramado desde el mismo Dios Triuno en los cielos ha llegado a ser el factor más poderoso, por el lado que corresponde al Señor, para Su mover aquí en la tierra.
Por un lado, el mover de Dios depende de Él mismo como Espíritu consumado; por otro, Él necesita de nosotros para que sea posible realizar dicho mover en la tierra. Si nosotros no le brindamos ninguna cooperación ni le respondemos de alguna forma, nada sucederá, independientemente de cuán poderoso, dinámico y fuerte pueda ser el Espíritu Santo del Dios Triuno. Dios puede realizar la labor de creación por Sí mismo, pero no la obra de la nueva creación. La obra de la nueva creación tiene que ser llevada a cabo según el principio de la encarnación, el principio según el cual Dios es uno con el hombre, formando una sola entidad con dos elementos, sin que ello produzca un tercer elemento. El Espíritu Santo es el poder, el medio y el factor mediante el cual se produce el mover de Dios en la tierra, pero ello representa sólo uno de los dos aspectos que se requieren; el otro aspecto es el aspecto humano. Así pues, existe la necesidad de otro factor: la unanimidad.
Si no hubiese habido unanimidad en la tierra en Hechos 1, el Espíritu dinámico y poderoso jamás podría haber sido derramado; no habría habido vasos que lo recibieran, lo contuvieran y lo expresaran. Por tanto, la unanimidad es crucial. Tal unanimidad es una respuesta a lo que Dios viene realizando, es brindarle a Dios la debida coordinación y cooperación con miras a Su mover. El mover del Señor, por parte de Dios, depende del Espíritu consumado y, por nuestra parte, depende de la unanimidad. Antes de que el Espíritu fuese derramado, hubo un grupo de personas que oraron unánimes (Hch. 1:14). Esa unanimidad fue la preparación requerida para que ellos pudieran recibir el derramamiento del Espíritu. Después de este derramamiento, ellos permanecieron en esta unanimidad y perseveraron en ella junto con los tres mil que fueron salvos el día de Pentecostés (2:46). Esa unanimidad fue el factor básico del mover del Señor en todo el libro de Hechos.
Romanos es un libro en el que se delinean los principios rectores de la vida cristiana y de la vida de iglesia; no obstante, en Romanos 15:6 nuevamente se nos insta a lo mismo: la unanimidad. Si no hay unanimidad, es difícil para la iglesia seguir avanzando, y es difícil practicar la vida de iglesia. En 1 Corintios Pablo habla nuevamente de la unanimidad, instando a los corintios a que hablen “todos una misma cosa” (1:10). Filipenses dice, de manera categórica y reiterada, que para tener la experiencia apropiada de Cristo y de la vida de iglesia es indispensable la unanimidad (1:27; 2:2; 4:2). Ser unánimes quiere decir compartir el mismo pensamiento, la misma voluntad y el mismo propósito, lo cual embarga nuestra alma y corazón.
El tema de la unanimidad controla toda la revelación concerniente al mover del Señor en uno de sus dos aspectos. Si por parte del Señor no existiera el Espíritu, sería imposible realizar el mover del Señor en la tierra; y bajo el mismo principio, si por nuestra parte no hubiera unanimidad, tampoco sería posible realizar el mover de Dios. Tenemos que estar a la par con Dios. Ahora Él es el Espíritu consumado, y nosotros tenemos que decir: “Señor, estamos listos, nosotros mismos somos la unanimidad. No solamente queremos brindarte tal unanimidad, sino que estamos preparados para ofrendarte esta unanimidad”. De inmediato se producirá una especie de matrimonio y surgirá una pareja. Entonces, todo podrá ser realizado.
Si uno abriga la expectativa de disfrutar de unanimidad en cualquier clase de sociedad, grupo o movimiento, será imprescindible compartir una misma manera de pensar, lo cual se origina en una misma clase de conocimiento. Por ejemplo, el partido socialista enfatiza el socialismo. Todo partido político tiene su propio “-ismo”, y sus miembros deberán enfatizar tal “-ismo” para que exista dicho partido, para tener lo que llamamos la unanimidad. Sin esta unanimidad, ningún grupo de personas podría lograr nada. Toda sociedad, grupo o movimiento requiere de esta unanimidad que nace de tener un mismo pensamiento, de compartir la misma clase de conocimiento. Por tanto, Hechos dice que, por un lado, había unanimidad entre los discípulos, y por otro, que todos los que eran partícipes de tal unanimidad perseveraban en la enseñanza de los apóstoles (2:42). Así pues, la enseñanza de los apóstoles era el factor sostenedor de la unanimidad. Si se hubiese tolerado más de una sola enseñanza, eso hubiese dañado este factor sostenedor.
Ahora, consideremos el libro de Hechos, el cual es un relato sobre el pueblo del Señor poco después de la ascensión del Señor. Desde el tiempo en que el Señor Jesús comenzó Su ministerio en los cielos, Su pueblo obraba en la tierra. En el libro de Hechos, hay dos secciones. La primera sección abarca del capítulo 1 al 12, y la segunda del capítulo 13 al 28. En los primeros doce capítulos vemos que el mover del Señor, caracterizado por la correspondiente unanimidad, concordaba con la enseñanza que Pedro impartía. En aquel entonces, Juan también estaba presente; no obstante, la enseñanza no era impartida por medio de dos personas distintas, sino que era impartida por Pedro. Aun cuando Juan salía junto con Pedro y le acompañó la mayor parte del tiempo, el portavoz era una sola persona. En el libro de Hechos no encontramos registrado ningún mensaje de Juan. Hechos 2:42 dice: “Y perseveraban en la enseñanza y en la comunión de los apóstoles, en el partimiento del pan y en las oraciones”. En este versículo se hace referencia a los apóstoles, en plural, pero tenemos que darnos cuenta de que el portavoz que impartía la enseñanza era una sola persona.
En la primera sección del libro de Hechos vemos que Pedro manifestó sus propias debilidades y que, incluso, cometió algunos errores. El capítulo 10 nos muestra que Pedro no estaba completamente claro en lo que se refiere a la economía neotestamentaria de Dios, sino que todavía permanecía, por lo menos parcialmente, en la economía del Antiguo Testamento. Por ello, cuando Dios le mostró los animales inmundos y le ordenó comer de ellos, Pedro respondió: “Señor, de ninguna manera; porque ninguna cosa profana o inmunda he comido jamás” (10:14). Esta respuesta era propia de la economía de Dios en el Antiguo Testamento. Aunque Pedro fue enseñado directa y personalmente por el Señor Jesús durante tres años y medio, recibió abundante adiestramiento y fue muy usado como orador principal de la economía neotestamentaria de Dios, él mismo todavía permanecía en la vieja dispensación. En esto consistió su deficiencia y debilidad. Si bien Pedro fue calibrado y corregido grandemente, no fue plenamente perfeccionado.
Para cuando se escribió Gálatas 2, Pablo era un aprendiz en comparación con Pedro. Pedro era un apóstol de la primera generación de apóstoles, mientras que Pablo pertenecía a la segunda generación. Durante el tiempo en que Pedro ya era el principal apóstol, Pablo era apenas Saulo de Tarso, un joven que perseguía a los apóstoles, se oponía a la iglesia y procuraba derrotar el mover del Señor. Pablo, un apóstol más joven, resistió cara a cara a Pedro, haciéndole notar su hipocresía por permanecer en la vieja dispensación (vs. 11-14). En Hechos 10 el problema de Pedro se relacionaba con la comida, y en Gálatas 2 vemos lo mismo. Cuando algunos creyentes judaizantes vinieron de parte de Jacobo, el cual era un hombre piadoso que siempre procuraba transigir con la vieja economía de Dios, Pedro tomó la iniciativa de retraerse y apartarse de los gentiles.
Antes de que vinieran las personas enviadas por Jacobo desde Jerusalén, Pedro, Bernabé y el resto de los judíos comían con los gentiles, pues el Señor mismo había corregido a Pedro con respecto a esto en Hechos 10. No obstante, Pedro tomó la iniciativa de actuar hipócritamente, y el resto de los judíos así como Bernabé le imitaron. En Hechos 10 Pedro puso de manifiesto sus deficiencias, pero en Gálatas 2 él puso de manifiesto su debilidad. Ser deficiente quiere decir que se carece de algo; sin embargo, ser débil significa que uno tiene algo, pero que no tiene la fuerza suficiente para defenderlo. Como resultado de ello, Pedro cometió un gran error, por lo cual estuvo a punto de hacer que toda la iglesia se desviara de la economía neotestamentaria de Dios. A fin de guardar la verdad del evangelio, Pablo no toleró tal situación ni por un momento. Aunque Pedro era mayor que él, Pablo le reprendió cara a cara. Pedro, pues, cometió un error tan grave pese a que era el portavoz durante el periodo correspondiente a los primeros doce capítulos de Hechos.
La enseñanza católica es que Pedro fue el sucesor de Cristo, y que como tal, él jamás podría haberse equivocado. La Iglesia Católica también sostiene que ella jamás se equivoca. La Iglesia Católica enseña a sus miembros a atender a lo que la iglesia enseña, pero al referirse a la iglesia quieren decir el papa. Todo cuanto el papa dice, ellos lo aceptan como verdad absoluta; creen en la infalibilidad del papa. Para ellos, todos los papas son sucesores de Pedro, el cual, a su vez, fue sucesor de Cristo. Pero la verdad es que los papas han cometido muchas equivocaciones. Por ejemplo, uno de sus grandes errores ha sido declarar, mediante un decreto, que María, a la que llaman “Santa Madre” o “Madre de Dios” ¡estaba exenta de pecado! ¡Qué error más grave! Lo que quiero recalcar es lo siguiente: no piense que líder alguno pueda estar libre de equivocarse. Únicamente el Señor Jesús, el único Líder, no ha cometido un error jamás. Es imposible que Él se equivoque. Sin embargo, todos nosotros, incluyendo a Pedro, hemos cometido muchos errores.
En la última sección de Hechos, todas las iglesias obraban y accionaban en conformidad con la enseñanza de Pablo. Cuando Pablo dio inicio a su ministerio, él era el más joven entre los apóstoles. Bernabé fue el hermano que, en términos prácticos, trajo a Pablo a la comunión con los discípulos en Jerusalén (Hch. 9:26-27) y que introdujo a Pablo en el ministerio (11:22, 25-26). Pablo le debía mucho a Bernabé. Bernabé era el “mayor”, y Pablo era el “menor”. A la postre, ambos fueron enviados desde Antioquía (13:2-4), y al ser enviados llegaron a ser apóstoles, los enviados (14:4). Al inicio de su ministerio apostólico, el nombre de Bernabé se mencionaba primero (13:2, 7). Sin embargo, a partir de cierto momento, el nombre de Saulo fue cambiado por el de Pablo, y él comenzó a ser el que predicaba (v. 9). Desde entonces, Pablo ejerció el liderazgo en el ministerio apostólico hasta el final.
Pablo se sujetó al liderazgo ejercido por Bernabé, pero a partir de cierto momento, hubo necesidad de que alguien predicase. Probablemente mientras Bernabé meditaba sobre lo que podría decir, Pablo se levantó a predicar. Desde entonces, Pablo comenzó a predicar con mucha frecuencia y ejerció el liderazgo. La iglesia los envió de Antioquía a Jerusalén para resolver el problema en torno a la circuncisión (15:2). Después de regresar a Antioquía y alentar a los santos con la solución a la que se había llegado con respecto a aquel problema, ellos se aprestaron a salir nuevamente en su segundo viaje. Bernabé propuso que su primo Marcos los acompañara, pero Pablo no estuvo de acuerdo, y se suscitó una disputa entre ellos (v. 39). ¿Con quién concordarían ustedes? Bernabé era mayor que Pablo, había tenido más preparación y experiencia, y había sido el que introdujo a Pablo en la comunión y el ministerio. ¿La opinión de quién habrían acatado? Con certeza habríamos acatado la opinión de aquel que era el mayor, el más experimentado y que había traído al otro al ministerio.
Después que se suscitó este conflicto entre Bernabé y Pablo, ellos se separaron y, a partir de entonces, Bernabé no vuelve a aparecer en el relato divino contenido en Hechos con respecto al mover del Señor según la economía neotestamentaria de Dios. ¿Por qué Bernabé hizo de tal asunto algo tan importante como para disputar por ello? La razón para ello era que Bernabé había sido quien inició a Pablo en el ministerio, pero a partir de cierto momento, la revelación divina comenzó a ser recibida por Pablo. Bernabé no recibió la misma porción de la revelación divina que le había sido asignada a Pablo. No obstante, Bernabé, como aquel que era mayor y más experimentado, quiso proponer algo para el segundo viaje, no con base en la revelación, la visión, sino probablemente con base en cierta clase de relación natural. Bernabé decidió, entonces, separarse de Pablo. Fue Bernabé quien tomó la iniciativa, ejerciendo el liderazgo. Sin embargo, mientras viajaban, la revelación de Dios fue transmitida al más joven. Bernabé, el mayor, probablemente todavía pensaba que era él quien ejercía el liderazgo. Si no fuese él quien reclamaba el liderazgo, con toda certeza habría escuchado a Pablo. Bernabé reclamaba por lo menos parte del liderazgo, aunque no de forma completa.
Aquila y Priscila estaban consagrados al Señor, pero cuando vinieron, se hicieron partícipes del fluir del mover del Señor bajo un único liderazgo, el liderazgo de Pablo. Al comienzo de Hechos 18 podemos ver esto (vs. 1-4).
Pero al final de ese mismo capítulo, vino otra persona llamada Apolos (vs. 24-28). Apolos fue un hombre que poseía mucho conocimiento de la Biblia y tenía el don de exponer la Biblia. Muchos fueron ayudados con su enseñanza de la Biblia. De acuerdo con mi estudio de la santa Palabra, esta persona jamás llegó a ser partícipe de aquella corriente que fluía mediante la enseñanza de Pablo, así que él jamás llegó a estar sujeto al único liderazgo, el liderazgo de Pablo. Ésta fue la razón por la cual algunos en Corinto pudieron decir: “Yo soy de Apolos” (1 Co. 3:4). Allí se produjo una especie de competencia y rivalidad. Si Apolos hubiese participado de la corriente del mover del Señor bajo la enseñanza de Pablo y bajo el liderazgo de Pablo, no creo que nadie hubiera tenido motivos para colocarlo a él en una posición de rivalidad con respecto a Pablo. Pedro ejerció el liderazgo en la primera sección del libro de Hechos, y Pablo ejerció el liderazgo en la segunda sección de Hechos; pero la Biblia no da indicio alguno de que Apolos ejerciera liderazgo alguno.
En 1 Corintios Pablo fue muy humilde. Él dijo: “¿Qué, pues, es Apolos, y qué es Pablo? Ministros por medio de los cuales habéis creído; y eso según lo que a cada uno de ellos concedió el Señor. Yo planté, Apolos regó; pero el crecimiento lo ha dado Dios” (3:5-6). Sin embargo, tal ilustración todavía muestra que era él quien ejercía el liderazgo, pues declara ser un sembrador. Aquel que riega es mucho menos importante que aquel que planta. Si no existiera aquel que planta, no habría planta alguna. Además, Pablo también afirmó en 1 Corintios 3, que él era un sabio arquitecto que había puesto el único fundamento que nadie más podía colocar (vs. 10-11). Apolos podía regar, pero no podía colocar los cimientos. Así pues, él podía laborar mucho edificando sobre este fundamento. Mil “Apolos” podían hacer esto, pero el fundamento era uno solo, y este único fundamento había sido puesto por el único líder: Pablo, quien era un sabio arquitecto.
Hemos visto que la palabra griega que se tradujo como “sabio arquitecto” es architékton, de donde proviene la palabra arquitecto. El arquitecto es quien provee el diseño y quien supervisa la obra de construcción. Él es el verdadero líder. Ni el contratista ni el capataz es el verdadero líder. El arquitecto es el que dirige, y es su palabra la que cuenta. La Biblia asemeja el mover de Dios en este universo a una obra de edificación. Dios es el constructor, pero Él necesita de un arquitecto. Aquel que ejerza el liderazgo en el mover de Dios deberá ser uno que pueda proveer el diseño y que pueda supervisar dando las instrucciones apropiadas. Independientemente de cuánta humildad manifestara Pablo al escribir 1 Corintios, él no dejó de dar a conocer los hechos. Él era aquel que plantaba, no Apolos; y él era el único sabio arquitecto, quien proveyó el diseño y supervisó la obra de edificación.
El liderazgo de Pablo fue ejercido a lo largo de la segunda sección del libro de Hechos y abarca hasta el final del libro de Hebreos. Durante todo este tiempo el liderazgo de Pablo estuvo completamente basado en la revelación divina que él había recibido, pues en dicha revelación podemos ver el diseño. En otras palabras, la revelación divina recibida por Pablo es los planos, el diseño. Independientemente de cuánto pudiese hacer Bernabé o cuánto pudiese enseñar Apolos, ellos jamás presentaron el diseño, los planos. No podemos leer un solo capítulo de los escritos de Bernabé o Apolo en la Biblia, pero Pablo tiene catorce epístolas en las Escrituras. Sus planos son perfectos, completos y debidamente acabados en todo detalle. No tenemos otros planos. Si hubieran dos planos distintos así como dos diseñadores en la obra de edificación, esto ocasionaría problemas y suscitaría confusión. Algunos edificarían, mientras que otros derribarían. En plena obra de edificación, habrían pugnas internas.
El liderazgo ejercido por Pablo estaba basado en la revelación divina que él había recibido, revelación que constituye el verdadero diseño del edificio de Dios. Las instrucciones del diseñador con respecto al edificio concuerdan con sus planos. Así pues, desde Hechos hasta Hebreos vemos que en el mover del Señor aquí en la tierra, había una sola enseñanza y un solo liderazgo con base en esta única enseñanza. En los primeros doce capítulos de Hechos, la enseñanza era impartida por Pedro, y el liderazgo se basaba en su enseñanza. Por tanto, el liderazgo era ejercido por Pedro. En los últimos dieciséis capítulos de Hechos vemos la enseñanza impartida por Pablo y la revelación recibida por él; el liderazgo se basaba en su enseñanza. Por tanto, el liderazgo era ejercido por Pablo.
En el caso de ambos liderazgos, existía la práctica de acatar las palabras del liderazgo. Pablo le dijo a Timoteo que fuera a determinado lugar, y él fue (1 Co. 4:17). Pablo le pidió a otro que permaneciera en determinado lugar, y él lo hizo (Tit. 1:5). Pero la práctica hoy en día es que quien ejerce el liderazgo no se atrevería a decir: “Hermano fulano de tal, vaya a tal lugar”. Los líderes de hoy no harían esto. Todos pretenden ser muy espirituales.
Un hermano en el liderazgo podría decirle a otro hermano: “En estos días he pasado mucho tiempo delante del Señor considerando tu futuro. Mi sentir es que es necesario que vayas delante del Señor y veas si Él quiere enviarte a Grecia”. Entonces, aquel hermano probablemente responderá que él no está claro al respecto y que, por ende, irá delante del Señor a orar al respecto. Pero en realidad, este hermano ya ha decidido que jamás irá a Grecia. Grecia no es de su preferencia, pero él pretende ser muy espiritual. Él jamás diría que a él no le gusta Grecia; más bien, dirá: “Traeré esto delante del Señor. Oraré y buscaré la dirección del Señor”. Pero en lo profundo de su ser, este hermano ya decidió no ir. Él podría esperar por una semana entera antes de dejar saber su decisión al hermano que ejerce el liderazgo. Entonces tal vez le diga: “He orado fervientemente al Señor, un día tras otro, y ahora tengo en claro que el Señor no quiere que yo vaya a Grecia”. Esto parece ser muy “espiritual”. El líder es muy “espiritual”, y el que lo sigue es también muy “espiritual”; pero allí no hay espiritualidad. Entonces, ¿quién irá a Grecia? Quizás únicamente un hermano que no tiene capacidad alguna recibirá la carga de ir. Ésta es la situación tan pobre en la que nos encontramos hoy.
De 1932 a 1949, mientras estuve en la China continental, jamás pensé en ejercer el liderazgo y nunca quise ser un líder. Con respecto a este asunto de enviar a otros, no solamente hubo otros que pretendieron ser espirituales, sino que yo también lo hice. Es probable que hubiese estado tan seguro de que cierto hermano tenía que ir a Grecia y que, sin embargo, no hubiese querido ser considerado un dictador ni que se me tome como un papa que da directivas a otros. Tal vez le haya dicho a un hermano: “¿Se da cuenta de la necesidad que hay en Grecia? ¿Por qué no ora al respecto y acude al Señor para ver si usted es quien debe ir?”. Pero en realidad, en mi ser interior yo ya sabía que el hermano con el que estaba hablando era la persona que debía ir. Confieso que actué tímidamente debido a que me preocupaba que se me tachara de dictador o que se dijera que ejerzo control sobre los demás.
Yo puedo jactarme de que ninguna iglesia en los Estados Unidos recibió jamás una carta mía diciéndoles lo que debían hacer. Los que ejercen el liderazgo en las iglesias pueden dar testimonio de ello. Siempre que los hermanos acudían a mí, yo siempre les decía que volvieran a acudir al Señor y orasen al respecto. Algunos incluso han dicho que no hace falta acudir al hermano Lee, porque él siempre tiene la misma respuesta: “Acudan al Señor y oren al respecto”. Aparentemente, yo era muy “espiritual”; no obstante, había cierta pretensión en ello.
Tengo que confesar que ninguno de nosotros, incluyéndome a mí, se atrevió a practicar la verdad con toda autenticidad y de la manera apropiada. En Hechos y en las Epístolas, Pablo le dijo a Timoteo y a sus otros colaboradores que fueran a ciertos lugares, que permanecieran en ciertos lugares y que vinieran donde él estaba (Hch. 17:14-15; 19:22; Fil. 2:19, 25; Col. 4:7-8; 1 Ti. 1:3; 2 Ti. 4:9, 11-12, 21; Tit. 1:5; 3:12). Él dio órdenes. No hubo uno de sus colaboradores que hubiera recibido una orden suya y que hubiera dicho: “Déjeme orar por un par de días y le dejaré saber cuál es mi decisión”. Lo que ellos practicaban difería completamente de lo que practicamos en el presente, pues todos ellos honraban el mismo liderazgo con base en la misma revelación divina.
Nosotros no hemos practicado tal manera de hacer las cosas debido a nuestro pasado y a la influencia poderosa del cristianismo. En el cristianismo, por un lado, se practica el ejercer control por medio de un sistema jerárquico, en especial en el catolicismo donde el papa es la autoridad máxima. Por otro lado, existe lo que se hace llamar “libertad”, la cual no es otra cosa que la dispersión o disgregación de los cristianos, lo cual es peor que ejercer control porque causa aún más daño a la iglesia, el Cuerpo de Cristo. Hasta cierto grado, siempre se ha detestado ejercer control. Pero la dispersión o disgregación de los cristianos bajo el pretexto de la libertad es hasta cierto punto bien recibida. En el protestantismo podemos ver que se ejerce control y que también se produce la dispersión. Un ministro capaz, un maestro conocedor y con cierta autoridad, podría ejercer control; pero los demás no estarán de acuerdo con tal clase de control, sino que preferirán permanecer en una especie de libertad que es propia de quienes están dispersos.
El Señor hizo surgir Su recobro en la China continental en 1922 por medio del hermano Nee, y yo me le uní en 1932. Los dos permanecimos juntos y laboramos unidos por cerca de dieciocho años, de 1932 a 1949. Él fue la protección bajo la cual, a modo de “paraguas”, yo fui resguardado. No me mojó la lluvia, ni hubo flechas o ataques dirigidos a mi persona. Pero vi la manera en que el hermano Nee fue atacado y cuánto él sufrió. También pude percibir cuál era su sufrimiento intrínseco. Muchos colaboradores, hermanos responsables y líderes, la mayoría de los cuales se habían designado a sí mismos como tales, declaraban aceptar el ministerio del hermano Nee. En realidad, si ellos no aceptaran el ministerio del hermano Nee, se habrían quedado sin nada que aceptar. El ministerio del hermano Nee era el único ministerio, el ministerio del Nuevo Testamento. Si ellos no hubieran aceptado tal ministerio, habrían tenido que recurrir a las enseñanzas de las denominaciones, y ellos estaban cansados de esto. Así pues, ellos decían que acataban las enseñanzas del hermano Nee, que recibían el ministerio del hermano Nee; pero en realidad, o en la práctica, ninguno de ellos prestaba atención al hermano Nee. Todos ellos actuaban por sí mismos para el recobro, aun cuando recibían el único ministerio, el ministerio del hermano Nee. En ello radicaba el sufrimiento intrínseco del hermano Nee.
El recobro en la China continental de 1922 a 1949 era prevaleciente en cuanto a la enseñanza, la revelación divina, pero no lo era en cuanto a la práctica. De hecho, en lo que a la práctica se refiere, el recobro era débil. Shanghái y Chifú fueron las dos únicas iglesias que contaban con más de doscientos miembros. ¿Cuál ha sido el factor que siempre ha causado perjuicio al recobro? La falta de unanimidad. Las iglesias en la China continental aceptaban el mismo ministerio y recibieron la misma clase de enseñanza, pero diferían entre sí en cuanto a la práctica. Incluso algunos de ellos, hasta cierto grado, se enorgullecían de las diferencias que manifestaban. Ellos recibieron la enseñanza de las Asambleas de los Hermanos, según la cual las iglesias locales deben ser diferentes entre sí. La Asamblea de los Hermanos enseñó esto con base en el hecho de que las siete epístolas a las siete iglesias en Apocalipsis 2 y 3 eran, todas ellas, diferentes entre sí. Ellos no habían sido iluminados para ver que las siete iglesias diferían entre sí no en cuanto a su testimonio, sino en cuanto a su degradación. La situación deficiente de las iglesias en degradación era muy diferente una de la otra, pero los candeleros eran idénticos entre sí.
El hermano Nee permaneció ausente de su ministerio hasta que se produjo el avivamiento que comenzó en Chifú en 1940, el cual fue traído a Shanghái en 1947. En 1948 se produjo un avivamiento en Shanghái, y ello puso los cimientos para que el hermano Nee pudiera retornar. Él retornó no por iniciativa propia, sino por medio de un cambio en la situación imperante. Muchos se arrepintieron. Durante aquellos seis años en que el hermano Nee estuvo ausente, no había nada en el recobro. Casi en todo lugar los santos morían de hambre, con excepción de Chifú donde hubo un avivamiento. El recobro entero padecía hambruna. Los disidentes se dieron cuenta de que ellos no tenían nada, que nada podían hacer y que no podían avanzar.
En 1948, visité la ciudad natal del hermano Nee debido a que fui invitado por la iglesia allí. Pasé tres semanas con la iglesia, y durante ese tiempo se produjo un avivamiento allí. Muchos fueron bautizados en este período de tiempo. El hogar del hermano Nee estaba en los suburbios de aquella ciudad; así que hice una cita con él, pidiéndole que me recibiera a mí y a mis dos colaboradores después que hubiéramos estado con la iglesia de aquel lugar por tres semanas. Él estuvo feliz de poder recibirme.
Aproximadamente unos treinta a cuarenta colaboradores y líderes de las ciudades vecinas habían asistido a las reuniones de aquel avivamiento. Después de la última reunión, yo pensé que todos ellos se irían. Pero cuando fui al salón de reunión me encontré con que muchos de ellos habían demorado su partida y que estaban allí, conversando. Les pregunté por qué todavía estaban allí. Ellos me dijeron sonriendo que se habían enterado que yo tenía una cita con el hermano Nee. Les dije que esa cita era únicamente conmigo y mis dos colaboradores, pero ellos insistieron en unírsenos a nosotros para nuestra comunión con el hermano Nee. Me dijeron que no habían podido conversar con el hermano Nee, así que estaban a la espera de que yo pudiera hacer algo por ellos al respecto. Ellos me tomaron como un mediador que les permitiera tener acceso al hermano Nee. Así pues, cuando fui donde el hermano Nee y le comuniqué el pedido de ellos, la respuesta del hermano Nee fue negativa. Pero ellos insistieron y me pidieron que volviera donde el hermano Nee para decirle que ellos no desistirían de su propósito y que le suplicaban la oportunidad de unírseme para nuestra comunión.
Finalmente, el hermano Nee aceptó que ellos asistieran a tal comunión. En el hogar del hermano Nee había una sala muy amplia que se comunicaba con el comedor. El hermano Nee dijo que él tendría comunión con nosotros tres y que además invitaría al hermano K. H. Weigh de Hong Kong. Nos explicó que él tendría comunión con nosotros cuatro en un rincón de su sala, y que yo debía pedir a los demás —quienes habían rogado se les permitiera asistir— que se sentaran en el comedor, donde estarían a cierta distancia de la sala parcialmente separados por una mampara. Él también me pidió encargarles que no salieran a difundir nada de lo que hubieran escuchado de parte de él, y me dijo que ellos debían prometer cumplir con este pedido. También me pidió que le asegurase que yo me haría responsable de que todos ellos cumplirían con esta promesa. Esto nos muestra que el hermano Nee detuvo el ejercicio de sus funciones debido a los que hablaban cosas diferentes, debido al hablar discrepante. Así que yo retorné a los hermanos con estos encargos, y ellos me aseguraron que no dirían nada a nadie; así que el hermano Nee les permitió asistir.
Después de nuestra primera reunión en la mañana, una hermana tomó la iniciativa de decir: “Hermano Nee, puesto que hemos escuchado todas estas cosas, ¿por qué no las practicamos?”. Después de lo cual yo pregunté: “Hermano Nee, ¿por qué no habríamos de practicar estas cosas?”. El hermano Nee me miró y me dijo que si estas personas tan queridas querían practicar esto, tendrían que abandonarse completamente, entregarse por completo al ministerio. Cuando escucharon esto, todos dijeron: “¡Amén!”. Esto fue una indicación de que el hermano Nee estaba grandemente turbado y molesto a causa de los que hablaban cosas diferentes. Todos tenían la libertad de hacer aquello que les pareciera mejor. El hermano Nee estaba harto de esto, así que le dijo a los colaboradores y líderes reunidos que si querían un nuevo comienzo, ellos tendrían que entregarse por completo al ministerio. De otro modo, él no ejercería el liderazgo ni les diría nada.
Tenemos que darnos cuenta de que si la unanimidad está ausente, todo se ha perdido. Hubo un tiempo en que había verdadera unanimidad entre los ochocientos santos que se reunían en mi ciudad natal de Chifú. Esto hizo que se produjera un avivamiento allí. Este avivamiento no fue llevado en toda su extensión a Shanghái, sino sólo parcialmente. Cuando fui a Taiwán, yo había aprendido por mis experiencias pasadas lo que era útil y lo que no era prevaleciente. Dejé atrás lo que no era útil ni prevaleciente, y en Taiwán tuvimos un nuevo comienzo maravilloso. Todo aquel que estuvo allí en esos primeros seis años puede testificar de la unanimidad y de la moral imperante entre nosotros, así como del impacto que teníamos en nuestro entorno. Durante ese período de tiempo crecimos en número de cuatrocientos a cuarenta mil, lo cual significó un crecimiento de ciento por uno. El noventa por ciento de los nuevos creyentes entre nosotros no procedía del cristianismo, sino que había sido un típico gentil. Ciertamente teníamos gran impacto en nuestro entorno.
Entonces, el pensamiento de lo que se dio en llamar “espiritualidad” se introdujo entre nosotros, así como la búsqueda por tal clase de “espiritualidad” entre los que ejercían el liderazgo. Como resultado de ello el hermano Austin-Sparks fue invitado, y esto significó el comienzo de cierta disensión. Desde entonces, la unanimidad no se volvió a ver en Taiwán. La razón intrínseca por la cual dejé Taiwán y vine a este país reside en este asunto. Unos diez de los colaboradores más jóvenes entre nosotros, algunos de los cuales habían sido traídos al Señor y adiestrados por mí, fueron influenciados por el concepto que trajo Austin-Sparks de que el terreno de la iglesia debía ser eliminado y menoscabado. Ellos comenzaron a discrepar con mi enseñanza, y esto hizo que la situación en Taiwán dejase de ser placentera para mí. Una vez que la esposa de uno comete fornicación, el matrimonio puede ser rescatado, pero el sentimiento de dulce solaz habrá desaparecido; ya no habrá tal dulzura en el matrimonio. Ese era mi sentir.
Después que vine a los Estados Unidos, durante los primeros diez años en Los Ángeles teníamos la moral muy en alto. Pero alrededor de 1970 algunos se introdujeron imbuidos de ambición. Esto trajo verdadero perjuicio. Debido a esto, perdimos la unanimidad entre nosotros en los Estados Unidos. Incluso hasta el día de hoy, la unanimidad no ha retornado por completo.
Para octubre de 1984 yo estaba claro con respecto a la situación del recobro del Señor en los Estados Unidos, e incluso estaba más claro con respecto a la situación en la isla de Taiwán. Me sentí guiado por el Señor a retornar a la fuente del recobro del Señor fuera de la China continental y purificar esa fuente sulfurosa. Cuando fui a Taiwán, dejé bien en claro que teníamos que abandonar todas nuestras viejas prácticas y tener un nuevo comienzo.
El Señor hizo algo en Taiwán y las noticias llegaron a los Estados Unidos. Mientras hacía algo en Taiwán para el recobro del Señor, no tenía la intención de propagarlo o promoverlo en los Estados Unidos. Mi pensamiento era levantar primero un modelo en Taiwán para que después tuviéramos algo que sirviera de base así como de modelo. Debido a que hoy en día el globo es tan pequeño, algunos hermanos fueron a Taiwán y las noticias llegaron a los Estados Unidos. Muchas de las iglesias, especialmente las iglesias en el condado de Orange, California, comenzaron a hacer lo mismo. Según lo que pude observar, ello fue meramente una especie de copia. Yo sabía que simplemente copiar algo no sería de ninguna utilidad, así que tales esfuerzos hicieron que me preocupase mucho. La fuente de la bendición del Señor en Su mover es la unanimidad.
Espero que ustedes sepan darle la debida atención a la siguiente comunión, porque ella es en extremo crucial. Mi sentir es que el Señor nos quiere dirigir a practicar el mover actualizado del Señor dejando atrás todas nuestras prácticas del pasado. Tenemos que reconsiderar la manera en que debemos avanzar en el recobro del Señor, y debemos tener un nuevo comienzo. No podemos recibir ninguna visión nueva, ni nueva revelación ni una nueva enseñanza. La tierra fue hecha por Dios y nadie puede cambiarla; pero la manera en que el hombre se transporta alrededor del globo debe ser mejorada una y otra vez. El hombre ha ido mejorando sus medios de transporte, primero al inventar la rueda, luego al pasar de la carreta al automóvil y al tren, y finalmente al progresar de los aviones de una sola turbina a aviones como el 747. Asimismo, nosotros tenemos que mejorar la manera en que llevamos a cabo el recobro del Señor. La manera en que lo veníamos haciendo era en extremo antigua. Era como viajar de la costa este a la costa oeste en una carreta tirada por mulas. Esta vieja práctica ya no debiera estar entre nosotros hoy. Ahora, lo que se requiere en primer lugar al implementar esta nueva práctica es que la unanimidad sea recobrada entre nosotros.
Su decisión de adoptar o no esta nueva manera de proceder no será lo que determine si son una iglesia local o no. Éste no es un movimiento, y adoptar este camino no es un requisito ni una condición para que una iglesia local sea reconocida como tal. Sea que opten por este camino o no, siempre y cuando ustedes permanezcan firmes en el terreno de la iglesia, reconociendo como iglesia local no solamente su iglesia sino todas las otras iglesias en el recobro, entonces ustedes son una iglesia local. Si se diera el caso de que una iglesia local no optara por este camino y nosotros dejáramos de reconocerla como iglesia local debido a ello, seríamos sectarios. Ésta no es la práctica que es propia del recobro del Señor, donde tenemos la vida de iglesia que es todo-inclusiva. En el recobro del Señor, por ser la iglesia todo-inclusiva, nosotros no excluimos a nadie. Cuando yo estaba en la iglesia en Los Ángeles, jamás excluimos a nadie que hablara en lenguas. Al poner en práctica la vida de iglesia que es todo-inclusiva, nosotros no excluimos a ningún creyente.
Sin embargo, para que el mover del Señor tenga el impacto necesario, es menester que la unanimidad sea recobrada entre nosotros. Es una cosa ser ciudadanos de los Estados Unidos, pero es otra muy distinta que estos ciudadanos conformen un ejército a fin de combatir por los Estados Unidos. Esto no quiere decir que si usted no pertenece a tal ejército no sea más un ciudadano estadounidense. Ustedes siguen siendo ciudadanos, pero no combaten por el país. El Antiguo Testamento nos cuenta de un juez llamado Gedeón, el cual tomó consigo apenas trescientos hombres para conformar un ejército que saliera a librar una batalla. Incluso, el Señor le dijo específicamente que no tomara demasiados hombres consigo (Jue. 7:3-7). El encargo que hemos recibido no consiste en incitar a una especie de movimiento. El encargo que hemos recibido es el de hacer sonar la trompeta para dar a conocer a los hijos de Dios lo que el Señor viene realizando hoy. El Señor está llamando a Sus santos amados, a todos aquellos que están dispuestos a retornar a la unanimidad, a librar la batalla.
¿Qué debiéramos hacer? Todo aquel que vaya a optar por esta nueva manera deberá ser un servidor a tiempo completo. Existen dos clases de servidores a tiempo completo: los que dejan sus trabajos y los que trabajan para ganar dinero. Todos nosotros tenemos que servir a tiempo completo. Así pues, ustedes tienen dos opciones: dejar sus trabajos para dedicarse a predicar, a enseñar, a visitar a otros y a laborar para la iglesia a tiempo completo, o permanecer en sus trabajos a fin de ganar dinero para el mover del Señor. Aun si usted ganase dos millones de dólares al año, no debiera gastar más de lo necesario para cubrir sus necesidades diarias. Supongamos que usted y su familia solamente necesitan dos mil quinientos dólares al mes, o sea treinta mil dólares al año, para cubrir apropiadamente sus gastos cotidianos; entonces ustedes deberían gastar solamente esa cantidad y dar el resto para el mover del Señor. Éste no es un reglamento, y ninguno de nosotros intentará ejercer control sobre ustedes. Pero ustedes deben recurrir a una conciencia pura así como al Espíritu que mora en ustedes para ser regulados por ustedes mismos si deciden conservar su empleo a fin de ganar dinero. Incluso una madre de seis hijos tiene que ser una servidora a tiempo completo. Ella tiene que esforzarse por ayudar a su esposo, por cuidar de su familia, por ganar más dinero y por asegurarse que cada centavo que no haya gastado en las necesidades familiares contribuya al recobro del Señor.
Todos aquellos que reciban este llamado a servir a tiempo completo tienen que aprender a ser unánimes. Esta unanimidad únicamente se hará realidad al estar sujetos al único liderazgo, y dicho liderazgo se basa completamente en la única enseñanza, la revelación divina. De acuerdo con la verdad bíblica, tenemos que admitir que Dios es uno, el Señor es uno, el Espíritu es uno y el Cuerpo de Cristo es uno solo, lo cual quiere decir que la iglesia es una sola universalmente y que el testimonio también es uno solo. Además, la obra del Señor es una sola, la enseñanza es una sola y el liderazgo es uno solo. Es con base en todos estos “uno” que experimentamos la unanimidad.
A todo aquel que tenga la carga así como la disposición para optar por esta nueva manera, quisiera decirle: avancemos juntos. Quiero animarme a mí mismo, y quiero animarlos a todos ustedes. ¡Despiértate, tú que duermes, y levántate (Ef. 5:14)! Tomemos el camino que corresponde a todos estos “uno”: un solo Dios, un solo Señor, un solo Espíritu, un solo Cuerpo, una sola iglesia, un solo testimonio, una sola obra, una sola enseñanza, un solo liderazgo y, finalmente, la unanimidad, que es una sola. No obliguen a otros a tomar este camino. Simplemente tomen este camino en conformidad con el encargo que ustedes mismos hayan recibido.
Estoy preparado a enfrentar una situación en la que algunos en el recobro del Señor no tomarán este camino. Esto no me sorprendería. Ninguno de nosotros debería considerar a los tales como extraños ni debería excluirlos del recobro. Debemos seguir amándolos, respetándolos y no menospreciarlos en ninguna medida. No debemos considerarlos como pertenecientes a una categoría distinta. Si bien ellos no se han unido al ejército, ellos siguen siendo ciudadanos.
A quienes no tomen este camino, quisiera decirles unas cuantas palabras de amor, de consejo y de advertencia. No critiquen, no ataquen ni se opongan. Si lo hacen, sufrirán pérdida. Esto significaría que ustedes han traicionado al recobro. Se convertirán en traidores. Algunos tal vez piensen que no son desleales ni traidores, sino protectores. Según su manera de pensar, ellos no quieren que yo sea el único líder que ejerza control sobre todo el recobro. Esto no es más que un buen pretexto. Yo he estado con el recobro por más de cincuenta y cinco años, desde 1932. En todos estos años, jamás ejercí control sobre nadie. No tengo, pues, la intención de ejercer control sobre nadie ni tampoco de ejercer control alguno en general. Pero es necesario que tengamos el liderazgo apropiado.
Si cualquiera de ustedes pudiera surgir como aquel que es capaz de brindar al recobro del Señor el liderazgo apropiado, yo sería el primero en seguirlo, sería el primero en acatar tal liderazgo. Pero, ¿qué clase de liderazgo podría ofrecernos? ¿Cuánto de la verdad conoce usted? ¿Podría usted abrirnos el Nuevo Testamento entero, de Mateo a Apocalipsis, de manera detallada a fin de conducir a las iglesias a las profundidades de la economía neotestamentaria de Dios? Si al decir esto me glorío, será porque me he visto obligado a actuar como necio tal como sucedió con el apóstol Pablo (2 Co. 12:11).
En el Nuevo Testamento no existe indicio alguno que nos diga que en el mover del Señor puede haber o debiera haber más de un solo liderazgo. Nadie podrá negar esta verdad. Incluso el demonio, Satanás, tendría que admitir que dos más dos es cuatro. Si ustedes han de expresar su opinión, tendrán que anular la verdad que yo proclamo. No expresen sus opiniones; más bien, expresen su conocimiento de la verdad. Todos tenemos que acatar la revelación contenida en la santa Palabra y recibirla en conformidad con la Palabra pura de Dios. No distorsionen la Palabra sino, más bien, tracen rectamente la palabra de verdad (2 Ti. 2:15). Pablo exhortó a Timoteo a trazar la palabra tal como un carpintero trabaja la madera en su oficio de carpintería. No tracen la palabra de manera torcida, según ciertos prejuicios. No combatan, ni se opongan, ataquen o critiquen nada que concuerde con la verdad divina. Primero tienen que acudir a la Palabra. Además, tienen que estudiar a las personas, considerando su historia, sus acciones y sus enseñanzas, para discernir qué cualidades reúnen a fin de ejercer el liderazgo. Lo que quisiera recalcar con todo esto es lo siguiente: puesto que la revelación está presente entre nosotros, y la enseñanza también lo está, entonces el liderazgo también tiene que estar aquí. Pero la tragedia que se vive entre los cristianos hoy es que ellos únicamente quieren recibir las enseñanzas sin acatar el liderazgo correspondiente; e incluso, a veces, ellos abandonan también las enseñanzas.
En 2 Timoteo 1:15 Pablo dice: “...Me han vuelto la espalda todos los que están en Asia”. Asia era una provincia del Imperio Romano en Asia Menor, un lugar muy lejos de Roma; Pablo estaba encarcelado en Roma, desde donde escribió esta epístola a Timoteo. Cuando Pablo afirmó que todos los que estaban en Asia le habían vuelto la espalda, ello no significa que ellos lo hubieran abandonado como persona, pues él se encontraba muy lejos de ellos. Más bien, lo que este versículo quiere decir es que todos ellos se habían apartado del ministerio de Pablo. Entre las iglesias de Asia estaba la iglesia en Éfeso, la cual había sido establecida por el ministerio de Pablo, como se nos relata en Hechos 19. Ellos habían recibido el evangelio y la enseñanza que el ministerio de Pablo les había impartido, y habían sido edificados y establecidos por dicho ministerio. Pero, en la época en que Pablo se encontraba preso en Roma, ellos ya se habían apartado del ministerio de Pablo.
La Segunda Epístola de Pablo a Timoteo fue escrita alrededor del año 68 d. de C. Treinta años después, el Señor usó a Juan para dar continuación a Su revelación divina. El Señor, pues, retornó a todas las iglesias en Asia que le habían dado la espalda a Pablo. Por haberse apartado del ministerio de Pablo, las iglesias en Asia fueron declinando cada vez más, hasta caer en una situación de completa degradación. La degradación de las iglesias en Asia, tal como se nos relata en Apocalipsis 2 y 3, ocurrió debido a que ellas se habían apartado del ministerio apropiado. Esta degradación se inició al perder ellos su primer amor hacia el Señor, lo cual sucedió en Éfeso (2:4), y culminó en un estado de tibieza espiritual (3:16), es decir, en una situación en la que Cristo estaba ausente. El Señor, quien es la Cabeza de la iglesia, se encontraba fuera de la iglesia degradada, llamando a su puerta (v. 20).
En las siete epístolas mencionadas en Apocalipsis 2 y 3, la característica sobresaliente en la degradación de las iglesias era el predominio de tres clases de enseñanzas: la enseñanza de Balaam, un profeta gentil (2:14), la enseñanza de los nicolaítas, que propugnaba el establecimiento de una jerarquía (v. 15), y la enseñanza de una mujer, una presunta profetiza, llamada Jezabel, la cual estaba llena de herejías y de fornicación (v. 20). Estas tres clases de enseñanzas se infiltraron en estas iglesias debido a que ellas habían abandonado la enseñanza del apóstol. ¿Por qué la cristiandad ha caído en tal degradación? Debido a que ellos se han apartado de la enseñanza del apóstol. Es por ello que las diferentes enseñanzas fueron introducidas en la iglesia.
En 1 Timoteo 1:3 y 6:3, Pablo advirtió en contra de enseñar cosas diferentes. Los santos debían enseñar en conformidad con la enseñanza de Pablo. Aquellos que estaban en Asia se apartaron completamente de la enseñanza de Pablo, y el resultado fue que ellos recibieron tres clases de enseñanzas heréticas, a saber: la enseñanza de Balaam, que los condujo a adorar ídolos; la enseñanza de los nicolaítas, que los condujo a establecer ciertas jerarquías, incluso el sistema papal; y la enseñanza de Jezabel, que añadió la levadura de cosas paganas, heréticas y malignas a la flor de harina, la cual representa a Cristo mismo (Mt. 13:33). Todo ello se introdujo en la iglesia debido a que se abandonó la enseñanza apropiada. Treinta años después de que Pablo escribiera su epístola a Timoteo, estas iglesias habían alcanzado tal punto de degradación. Vemos, pues, cuán peligroso es dejar o abandonar la enseñanza del apóstol, esto es, la revelación apropiada recibida por el apóstol.
En estas siete epístolas, vemos que el Señor interviene para juzgar a aquellas iglesias que habían caído en degradación. Sus ojos son como llama de fuego (Ap. 1:14) que observan, escudriñan e iluminan, y de Su boca sale una espada aguda de dos filos (v. 16), que representa Su palabra, la cual discierne, juzga y aniquila (He. 4:12; Ef. 6:17). Aquellas iglesias se habían apartado de la palabra apropiada, por lo cual el Señor vino a ellas con esta palabra a fin de juzgarlas. Los pies del Señor eran semejantes al bronce bruñido, fundido en un horno (Ap. 1:15). El bronce representa el juicio divino (Éx. 27:1-6). Así, pues, el hecho de que el Señor viniera a estas iglesias de este modo concuerda con el hecho de que ellas se hubieran apartado de la enseñanza del apóstol y hubieran adoptado otras enseñanzas que diferían de las del apóstol.
Una de estas iglesias era única, y fue grandemente elogiada por el Señor: la iglesia en Filadelfia. El Señor la elogió mucho e incluso mostró gran aprecio por ella debido a que ellos guardaron Su palabra (Ap. 3:8). Esto quiere decir que ellos no se habían apartado de la enseñanza del apóstol, la enseñanza apropiada. Aunque ellos eran débiles, el Señor los elogió mucho, diciéndoles que aunque tenían poco poder, ellos habían guardado Su palabra.
Apartarse de la enseñanza apropiada es desastroso, y ello redunda en degradación y en la adopción de otras enseñanzas. Digo esto a manera de advertencia para aquellos queridos santos que se rehúsan a seguir el camino nuevo que les ha sido presentado. Rechazar la revelación apropiada, la enseñanza apropiada, que es impartida por aquellos que lideran entre ustedes, es algo muy peligroso. Ello equivale a abrir puertas a otras enseñanzas y a sufrir degradación. Espero que ninguno de los que forma parte de las iglesias en el recobro del Señor siga los pasos de las iglesias en Asia, que se apartaron del ministerio de Pablo. En lugar de ello, espero que sigamos el ejemplo de la iglesia en Filadelfia, es decir, que guardemos la palabra del Señor, aunque sólo tengamos poco poder. Guardemos, pues, la palabra del Señor; esto equivale a perseverar en la enseñanza de los apóstoles, a perseverar en las sanas palabras, a permanecer bajo la revelación única que procede del Señor y sujetos al liderazgo apropiado. Sólo entonces estaremos seguros.