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Mensajes del libro «Entrenamiento para ancianos, libro 11: El ancianato y la manera ordenada por Dios (3)»
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CAPÍTULO CUATRO

EL PROPÓSITO POR EL CUAL LOS ANCIANOS TIENEN CONTACTO CON LA GENTE

(2)

  Lectura bíblica: Mt. 28:19; Jn. 21:15; 1 Ts. 2:7; Ef. 4:12; 1 Co. 14:3-5, 31; Gá. 6:1; Ef. 3:8; Col. 1:28; Jn. 4:15

  En este capítulo continuaremos nuestra comunión en torno al propósito por el cual los ancianos tienen contacto con la gente. Relacionarse con otros de la manera apropiada no es tarea fácil. Es importante que nosotros sepamos cuál es el propósito por el cual nos relacionamos con otros. Muchos cristianos tienen contacto con otros por causa del Señor, pero desconocen el propósito de dicho contacto. Hoy en día, algunos predican el evangelio con el propósito de llevar adelante una obra social. Sin embargo, si ganamos personas a fin de llevar a cabo una obra social, perderemos de vista el propósito que el Señor tiene al ganar a tales personas. El propósito apropiado por el cual tenemos que ganar a otros es, en primer lugar, que estas personas puedan ser regeneradas a fin de incrementar el reino de Dios (Mt. 28:19). Después, el propósito es alimentar a los nuevos miembros del Cuerpo de Cristo y criarlos (Jn. 21:15; 1 Ts. 2:7). En tercer lugar, el propósito de ganar a otros es perfeccionarlos a fin de que ellos crezcan en la vida divina y desarrollen sus talentos espirituales, sus dones espirituales, para desempeñar su función como miembros del Cuerpo de Cristo. Por último, nuestro propósito al relacionarnos con otros es ayudar a los santos a hablar por el Señor, a profetizar, a fin de contribuir a la edificación del Cuerpo orgánico de Cristo (1 Co. 14:3-5, 31). Éste es un propósito espiritual, celestial y divino, un propósito estrechamente vinculado a la economía de Dios y a la guerra espiritual que libramos en contra de las potestades de las tinieblas.

NUESTRA NECESIDAD DE SER TRANSFORMADOS CON MIRAS A TENER CONTACTO CON LA GENTE

  Si vemos cuál es el propósito por el cual tenemos contacto con la gente, podremos percibir nuestras carencias respecto a la manera en que nos relacionamos con los demás. Esto se debe a que no fuimos criados ni educados con miras a relacionarnos con otros de este modo. Relacionarnos con otros de este modo es completamente ajeno a nuestra manera de pensar, nuestros hábitos o nuestras consideraciones. Por tanto, es imprescindible que seamos transformados. En Romanos 12, cuando Pablo deseaba ayudar a los santos en la iglesia a ser conjuntamente edificados y llegar a ser miembros llenos de vida que ejercen sus respectivas funciones, él primero les dijo: “No os amoldéis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente” (v. 2). Independientemente de lo que somos, si nos involucramos en la edificación del Cuerpo de Cristo, es indispensable que todo nuestro ser sea transformado. Ser transformados no quiere decir meramente experimentar un cambio. Ser transformados es ser reconstituidos. Nuestro ser es nuestra constitución intrínseca, la cual es producto de nuestro nacimiento, nuestra formación, nuestras prácticas y nuestros hábitos. Es necesario, pues, que seamos transformados, es decir, que seamos reconstituidos en nuestro ser.

  Es posible que un anciano sea un verdadero caballero conforme a su ser natural. Sin embargo, lo que somos de una manera natural no tiene valor alguno. No es de utilidad alguna y no debemos usarlo para edificar la iglesia. En lo que concierne a la edificación del Cuerpo de Cristo, no debiéramos poner nuestra confianza en lo que somos de manera natural; más bien, tenemos que ser transformados, reconstituidos. Tenemos que ser hechos de nuevo, creados de nuevo. Incluso este entrenamiento para ancianos debiera ser, más que un entrenamiento, una experiencia mediante la cual somos reconstituidos.

  No debiéramos tener contacto con la gente conforme a nuestra vieja manera. Incluso la experiencia que hemos acumulado en la vida de iglesia no es digna de confianza, pues en nuestra experiencia hemos desarrollado muchos hábitos que ahora forman parte de nuestro ser. El requisito absoluto para un anciano es que tiene que ser otra persona. Si uno es un anciano y desea ser un buen anciano, entonces es imprescindible que sea reconstituido. Él tiene que presentarse a sí mismo al Señor a fin de que el Señor lleve a cabo Su obra reconstituyente en él. Todos debemos tener esto presente. Todos los puntos en este mensaje y en el mensaje previo deberían recordarnos de cómo necesitamos ser reconstituidos a fin de relacionarnos con otros de la manera apropiada.

MINISTRAR VIDA A OTROS PERMANECIENDO AJENOS A LA ESFERA DEL CONOCIMIENTO DEL BIEN Y DEL MAL

  Inmediatamente después de la creación del hombre, Dios puso al hombre frente a dos árboles (Gn. 2:8-9). El primer árbol era el árbol de la vida, y el segundo, el árbol del conocimiento del bien y del mal. Si hemos de servir al Señor de una manera más profunda, tenemos que saber que tanto el bien como el mal están en contraposición a la vida divina. Al relacionarnos con la gente, no debemos ayudarles a meramente distinguir entre lo bueno y lo malo; más bien, debemos ministrarles vida a fin de salvarlos de estar inmersos en la esfera del conocimiento del bien y del mal. La tentación más grande para los ancianos es el conocimiento del bien y del mal, o sea, de quién está correcto y quién está equivocado. Cuando las personas acuden a los ancianos, los ancianos podrían caer en la tentación de “medirlos” para ver si ellos se conforman a la norma establecida, esto es, para determinar si están correctos o equivocados, si son buenos o malos. Cuando las personas acuden a nosotros, tenemos la costumbre de estar llenos del conocimiento del bien y del mal. Tal vez nos parezca que sabemos qué es lo correcto y qué es lo equivocado en la iglesia y entre los santos. Como resultado de ello, todo cuanto aportamos al relacionarnos con aquellos que acuden a nosotros pertenece a la esfera del conocimiento del bien y del mal. De ser éste el caso, ya hemos caído en tentación, pues hemos dejado la esfera que corresponde a la vida. No debiéramos “medir” a las personas de este modo.

  El hermano Nee nos dijo que la mejor manera de relacionarse con las personas es percibir su espíritu. Sin embargo, también nos dijo que incluso al interpretar este principio muchos de nosotros todavía seguíamos en la esfera del bien y del mal. Es decir, todavía procurábamos discernir, inmersos en la esfera del bien y del mal, el espíritu de las personas. Cuando las personas acudan a nosotros, no debiéramos permanecer en el ámbito, la esfera o el reino del bien y del mal; más bien, debemos permanecer en nuestro espíritu, en el reino de la vida. Cuando una persona nos hable, tenemos que discernir lo que ella dice no como alguien que está en la esfera de lo correcto y lo erróneo, lo bueno y lo malo, sino como personas que están en el ámbito que corresponde a la vida. Si permanecemos en el ámbito del bien y del mal, no podremos percibir apropiadamente el espíritu de las personas.

  Si cierto hermano viene a hablar con nosotros, podríamos discernir que él es una persona natural y no una persona espiritual. Es probable que esto sea correcto, pero nuestro sentir debiera indicarnos que nosotros todavía estamos en el ámbito del bien y del mal. Ésta es una gran tentación. Incluso es posible que nos desagrade u ofenda tal hermano y no queramos seguir hablando con él. Si esto sucede, perderemos la oportunidad de ministrarle vida. Si permanecemos en la esfera del bien y del mal y nos desagrada este hermano o nos sentimos ofendidos por él, no estaremos a gusto el uno con el otro y no habrá vida en nuestra relación; más bien, al relacionarnos con este hermano nos quedará una impresión negativa de tal persona, impresión que algún día pondremos de manifiesto. A la postre, podríamos terminar diciendo algo negativo sobre esta persona, y al propalar tales chismes esparciremos muerte. Esto es lo que muchas veces sucede en la vida de iglesia. Esto es debido a que fuimos tentados por el conocimiento del bien y del mal, de lo correcto y lo equivocado. Sin embargo, si permanecemos en el espíritu y no en el ámbito del bien y del mal, ministraremos vida a tal hermano de una manera pura y directa. Entonces seremos salvos del ámbito del bien y del mal, y ayudaremos a aquel hermano a también ser salvo de dicho ámbito. El resultado de habernos relacionado con este hermano será, entonces, de gran ayuda.

  Es posible que nos percatemos de la tentación hecha por Satanás a Eva, pero que no nos demos cuenta de que todos los días estamos sujetos a la tentación de relacionarnos con los demás en el ámbito del conocimiento del bien y del mal. Tenemos que tener mucho discernimiento, pero siendo ajenos al ámbito del bien y del mal, sin criticar, menospreciar ni juzgar a los demás. Si estamos en el espíritu y estamos llenos de vida, al mismo tiempo que tendremos mucho discernimiento, no habrá en nosotros crítica alguna, ni menosprecio o juicios. Simplemente ministraremos vida a todo aquel que acuda a nosotros debido a que no tendremos interés en permanecer dentro del ámbito del bien y del mal.

  No es fácil lograr esto, especialmente en el caso en que dos partes contrapuestas acuden a los ancianos. En tales casos, los ancianos con frecuencia miden y sopesan el caso para ver quién está en lo correcto y quién está equivocado. Ésta es una tentación. Si los ancianos determinan que una de las partes está equivocada, ellos —en su ser interior— podrían condenarla, y es posible que al hablar con tal persona no puedan evitar hacerle saber sus críticas y juicios. Esto sólo empeora la situación. Es posible entonces que los ancianos pidan a la otra parte involucrada que ejercite su paciencia mientras ellos se esfuerzan por ayudar a la otra persona a experimentar un cambio y ser corregida. Al hablar de este modo con ambas partes involucradas, demostramos estar en el ámbito del bien y del mal. Si reaccionamos así, no ministraremos vida como aquellos que están en la cruz sino que, por el contrario, probablemente hagamos que el conflicto se intensifique.

  Si somos humildes y vemos nuestro pasado a la luz de lo que aquí les digo, nos daremos cuenta de que muchas veces hemos caído en esta tentación, y que no hicimos nada para ayudar a la iglesia en términos de la vida divina. Si conocemos tales estratagemas de Satanás, no intensificaremos una situación negativa haciendo que empeore; más bien, ayudaremos a ambas partes a darse cuenta de que necesitan más de la vida divina. Esto les ayudará. Que podamos hacer esto o no, dependerá de si somos personas que están en la esfera que corresponde al bien y el mal, o en la esfera de la vida. No debiera importarnos lo bueno y lo malo. Lo único que debiera importarnos es Cristo como vida para nosotros por medio de la operación de la cruz en nuestro ser. Entonces podremos ministrar a Cristo como vida a todo aquel que acuda a nosotros.

ESTAR LLENOS DE AMOR, PREOCUPACIÓN Y COMPASIÓN POR LOS DEMÁS CON UN ESPÍRITU MANSO Y HUMILDE Y CON LA PLENA CONCIENCIA DE QUE LO QUE LA GENTE NECESITA ES AL PROPIO SEÑOR Y QUE LO ÚNICO QUE PUEDE RESOLVER SUS PROBLEMAS ES QUE ELLOS TENGAN UN ENCUENTRO PERSONAL CON EL SEÑOR

  Al relacionarse con las personas los ancianos tienen que estar imbuidos de amor, preocupación y compasión por ellas con un espíritu manso y humilde (Gá. 6:1). Únicamente una persona que ha sido reconstituida puede ser así. Todo caso negativo en la vida de iglesia es algo que agota a los involucrados. Visitar a las personas que se han involucrado en tal conflicto y procurar determinar quién está en lo correcto y quién está equivocado agota las energías y el tiempo de los ancianos. En tal situación, el amor natural, la preocupación natural, la bondad natural y la compasión natural simplemente se agotará. No podremos ayudar a los santos a menos que tengamos verdadero amor, preocupación y compasión por ellos en el Señor. De otro modo, un pequeño conflicto se convertirá en un tremendo problema para la iglesia, como si una pequeña colina se convirtiera en una gran montaña. Independientemente de quién acuda a nosotros, debemos estar a la espera de una oportunidad para ministrarles a Cristo. Ya sea que ellos estén en lo correcto o estén equivocados, la realidad es que necesitan más de Cristo. Al relacionarse con las personas, los ancianos tienen que estar plenamente conscientes de que lo que la gente necesita es al propio Señor y que lo único que puede resolver sus problemas es que ellos tengan un encuentro personal con el Señor.

  Procurar tomar medidas con respecto a un conflicto entre dos partes estando en la esfera del bien y del mal, es únicamente una tentación y una trampa de Satanás. Cuando una de las partes venga a hablar con nosotros, nosotros deberíamos simplemente ministrarle a Cristo el Señor. A la postre, aquel hermano se dará cuenta de que está carente de Cristo. Él se arrepentirá y recibirá más del Señor, y al recibir a Cristo, su problema será atendido. Sin embargo, muchos de nosotros, al escuchar sobre un conflicto, simplemente encargaremos a las personas involucradas a que sean pacientes y a que ejerciten su amor. Si alguien recibe esta clase de ayuda, podría agradecernos por el consejo y procurar ponerlo en práctica. Sin embargo, después de un poco de tiempo, es probable que ellos retornen a nosotros diciéndonos que proceder así no da resultado. Cuanto más se esfuerzan por ser pacientes, más empeora la situación. En una situación así, tanto nosotros como las dos partes involucradas en tal conflicto habrán caído en la trampa puesta por Satanás. La manera de salir de esa trampa es ministrar a Cristo a las personas y ayudarles a darse cuenta de cuán carentes están de Cristo. Si logramos esto, ello resolverá espontáneamente tal conflicto. Proceder de modo que ministramos a Cristo a los demás ha sido puesto a prueba y siempre ha dado buen resultado. Todos nosotros tenemos que darnos cuenta de cuán carentes estamos de Cristo. En realidad, éste es nuestro problema.

  Tenemos que ser rescatados del ámbito del bien y del mal y tenemos que permanecer en el ámbito de la vida. Si estamos llenos de Cristo, seremos personas que han sido reconstituidas; estaremos llenos de preocupación y amor genuinos por los demás. Sentiremos gran compasión por las personas con las cuales nos relacionamos pues les hace falta más de Cristo y estaremos verdaderamente interesados en ministrarles a Cristo a ellos. Esto es verdadero amor. No nos importará quién está en lo correcto y quién está equivocado. No viviremos en ese reino, sino que viviremos en otro reino, el reino de la vida. Siempre que algún caso sea traído a nosotros, no caeremos en la trampa que representa la esfera del bien y del mal.

NO NOS RELACIONAMOS CON LAS PERSONAS PARA CONVENCERLAS, ATRAPARLAS NI ARRESTARLAS, SINO PARA RESTAURARLAS AL LLEVARLAS DE REGRESO AL SEÑOR

  Los ancianos no se relacionan con las personas para convencerlas, atraparlas ni arrestarlas, sino para restaurarlas al llevarlas de regreso al Señor (Gá. 6:1). Los ancianos no son policías enviados por el Señor a fin de atrapar a las personas en alguna falta para luego arrestarlas; más bien, ellos han sido enviados a restaurar a las personas trayéndolas de regreso al Señor. Algunas veces, los ancianos atrapan y arrestan a las personas convenciéndolas de alguna falta. Esto es atender tales casos en la esfera del bien y del mal. Hacer esto es caer en la misma trampa que Satanás le tendió a Eva. Una vez que los ancianos han caído en esta trampa al proceder así, no podrán resolver el caso que tienen entre manos; más bien, se verán involucrados en él de una manera negativa. Si habían solamente dos o tres partes involucradas en dicho caso, ahora los ancianos se habrán convertido en una más de las partes involucradas. La razón de que se haya suscitado tal problema es que todos los involucrados fueron atrapados en la esfera de lo bueno y lo malo.

  Cuando los que llevan la delantera en la iglesia se ocupan de algún caso, es imprescindible que tengan presente que no deben caer en la trampa de ser regidos por el conocimiento del bien y del mal. Ellos deben darse cuenta de que todos los miembros, incluyéndose ellos mismos, necesitan más de Cristo. La mejor manera de lograr que los demás sean librados de la trampa que representa la esfera del bien y del mal, es no verse involucrado en dicha esfera, sino ministrar a dichas personas al Cristo que es nuestra vida por medio de la cruz. En los últimos cincuenta y ocho años he visto muchos casos como estos en la iglesia. Ni uno solo de ellos pudo ser resuelto apropiadamente al juzgarse lo que es bueno y lo que es malo. Una vez que los ancianos hacen de este asunto una cuestión de lo que es bueno y lo que es malo, entonces será imposible resolver el caso apropiadamente. Todos nosotros tenemos que aprender que al relacionarnos con otros es imprescindible permanecer ajenos al conocimiento del bien y del mal. Es imprescindible que en todo momento permanezcamos en el Señor, dándonos cuenta de que lo que nosotros y los demás necesitamos es el ministerio de Cristo. En realidad, nuestro problema es que no tenemos suficiente vida.

PASTOREAR A LOS SANTOS VISITÁNDOLOS REPETIDAS VECES

  Es imprescindible que los ancianos experimenten a Cristo como su vida a fin de saber cómo ayudar a los demás. Cuando alguien padece alguna necesidad, ellos deberían visitarlo repetidas veces, pero no debieran tocar el asunto de quién está equivocado y quién está en lo correcto. Además, es imprescindible que ellos no estén apurados al ayudar a tal persona. No deben sentirse desilusionados después de una primera visita. Con frecuencia, la primera visita no será de mucha ayuda. Sin embargo, ellos deben continuar visitando a la persona que padece alguna necesidad. Esto es pastorear a los santos. Quizás en la primera visita no habrá ocasión de ministrar nada, pero con el tiempo, los ancianos podrán ministrar a Cristo a la persona que se ha visto involucrada en algún problema. Ellos ayudarán a tal persona a que acuda personalmente al Señor y es probable que, con el tiempo, ellos tengan la oportunidad de orar con él y traerlo al Señor en tal oración. Entonces, esta persona contactará al Señor, y una vez que ella haya restablecido su relación personal con el Señor, su problema será atendido en el Señor.

  Cuando una iglesia local tiene algunos años de haber sido establecida, habrá algunos santos que no vendrán a las reuniones. Si consideramos a aquellos que no asisten, descubriremos que la mayoría de ellos tiene algún problema. Por tanto, existe la necesidad de pastorearlos, de visitarlos una y otra vez. No debiéramos pensar que visitar a los más débiles es una pérdida de tiempo; más bien, ésta es la manera de guardar a los miembros que actualmente están en la iglesia. No debiéramos tener la expectativa de ayudarles con tan sólo una visita, sino que debemos visitarlos continuamente hasta que les ayudemos a ponerse en contacto con el Señor. Entonces ellos recibirán la ayuda que necesitan. Si deseamos que alguien sea ganado por el Señor, tenemos que visitarlo, probablemente durante un año o dos. Es únicamente al relacionarnos apropiadamente con las personas de tal modo que las traigamos al Señor, que podremos ganarlas para Él. No existe otro camino.

NO LLEVAR A CABO UNA OBRA DE ASISTENCIA SOCIAL, SINO MINISTRAR A CRISTO COMO VIDA A LAS PERSONAS

  Nosotros no hemos sido enviados a llevar a cabo una obra de asistencia social. En la iglesia, el único método eficaz de relacionarse con las personas consiste en ministrarles a Cristo como vida. Nadie puede resolver los problemas que aquejan a la sociedad. El Señor Jesús laboró en la tierra por tres años y medio, pero Él no cambió la sociedad judía. Hay ciertos asuntos que no son de nuestra competencia. Tenemos que aprender a ser sabios y no permanecer en la esfera del bien y del mal. Si al involucrarnos en un caso lo hacemos como quien lleva a cabo una obra de asistencia social, no podremos ayudar a las personas; más bien, terminaremos por ofenderlas.

  Tenemos que pastorear a todos los santos, pero si el Señor nos bendice, habrán demasiadas personas de las cuales tendremos que cuidar. Por tanto, tenemos que considerar si un determinado caso será una pérdida de tiempo para nosotros. Después de cierto período de tiempo, podríamos descubrir que cierto caso es uno en el que nadie puede ofrecer ayuda. Tenemos que ser sabios y discernir la situación que enfrentemos. Tal vez valga la pena dedicar todo nuestro tiempo a una sola familia. Sin embargo, si el Señor nos ha confiado muchas personas, deberíamos evitar involucrarnos en casos demasiado complejos. No tenemos tiempo que perder. Esta comunión no es en torno a alguna obra de asistencia social. Esta comunión es sobre cómo ganar personas para el propósito del Señor, y la mejor manera, la manera más eficaz, de hacer esto es al ministrar a Cristo a las personas. Sin embargo, no toda persona a la que ministremos Cristo le recibirá. Incluso cuando el Señor Jesús predicó, Él no fue recibido por todos. Tenemos que actuar con Su sabiduría y no vernos envueltos en situaciones difíciles.

  Es imprescindible que un anciano no permanezca en la esfera del conocimiento del bien y del mal. Si permanecemos en esta esfera por varios años, podríamos vernos involucrados en muchas situaciones complejas y terminaríamos por ofender a muchos. La manera más sabia de ser un anciano es evitar involucrarse en cualquier clase de situación negativa. Si alguien acude a nosotros, no debiéramos procurar ser jueces ni policías cuya misión es arrestar a las personas. Simplemente debiéramos esforzarnos al máximo por ministrar a Cristo a las personas. Si ellas le reciben, debemos dar gracias al Señor. Si ellas no le reciben después de varios encuentros, tal vez descubramos que la situación en la que se encuentran es un caso demasiado difícil que podría hacernos perder el tiempo.

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