
Lectura bíblica: Jn. 14:10-11; Fil. 1:19; Ro. 8:9; 2 Co. 3:17-18; Jn. 14:16-20; 1 Co. 15:45; Jn. 20:22; 16:12-15; 15:4-5, 8; 17:21, 23
Oración: Señor, creemos que en estos días Tú nos hablas, revelando las profundidades de Tu interior. Somos muy bendecidos. Gracias. Señor, ahora acudimos a Ti para aprender cómo Tú, el Dios Triuno, eres una esfera y para ver que quieres que entremos en esta esfera, es decir, que entremos en Ti. Señor, abre nuestros ojos. Quita nuestra incapacidad y haznos aptos de conocer las cosas místicas como Tú las conoces. Oh Señor, cúbrenos, límpianos y úngenos. Señor, haznos percibir Tu presencia y saber que Tú estás aquí y que nos hablas. Que todos oigamos Tu voz. Señor, eres tan misericordioso. No somos dignos de nada. No somos nada, no tenemos nada y no podemos hacer nada. Pero te tenemos a Ti como nuestro todo. Amén.
En este mensaje llegamos a una cumbre: la esfera divina y mística. Algo que es místico no es sólo espiritual sino también misterioso.
El Dios Triuno, o sea, el Padre, el Hijo y el Espíritu, existe en Sí mismo y para siempre, y los tres de la Trinidad Divina moran el uno en el otro. Según Juan 14:10 y 11 el Hijo está en el Padre, y el Padre está en el Hijo. Esto indica que el Padre está corporificado en el Hijo y el Hijo es la corporificación del Padre, formando así una esfera divina y mística, la esfera del Dios Triuno. Por consiguiente, el Dios Triuno mismo es una esfera divina y mística.
La esfera divina y mística en la cual podemos entrar hoy no es simplemente la esfera divina y mística del Dios Triuno sino la esfera divina y mística del Espíritu consumado y del Cristo pneumático. Las expresiones Espíritu consumado y Cristo pneumático son particulares.
¿Quién es el Espíritu consumado? El Espíritu consumado es el Espíritu compuesto, tipificado por el ungüento de la unción: un compuesto de un hin de aceite de oliva y cuatro clases de especias y su eficacia (Ex. 30:23-25). Antes de que el Espíritu fuese consumado, El era el Espíritu de Dios, el Espíritu de Jehová y el Espíritu Santo. Participó en la obra creadora de Dios sólo como Espíritu de Dios (Gn. 1:2). Mucho después, cuando los israelitas, el pueblo escogido de Dios, estaban en aprietos, Dios, como Espíritu de Jehová, descendió para ayudarles (Jue. 3:10; 6:34; 11:29; 13:25). El Espíritu de Jehová era Dios que se acercaba a Su pueblo para ayudarle de modo objetivo, pero no de modo subjetivo.
El Antiguo Testamento es un relato principalmente de dos cosas: la obra creadora de Dios y la historia de Israel, Su pueblo escogido. Puesto que la historia de Israel era lamentable, ellos constantemente necesitaban la ayuda de Dios. Si El no hubiera ido a ayudar a Su pueblo escogido cuando tenía problemas, éste no habría sobrevivido. En la obra creadora de Dios el Espíritu era el Espíritu de Dios, y cuando Dios ayudaba a Israel, el Espíritu era el Espíritu de Jehová.
Por medio de la encarnación Dios se hizo hombre. Esto fue algo totalmente nuevo, y por eso se emplea un título específico para referirse al Espíritu de Dios, que es: el Espíritu Santo (Mt. 1:18, 20; Lc. 1:35). En el griego frecuentemente se le llama “el Espíritu el Santo” (Lc. 2:26; 3:22; 10:21; Jn. 14:26). El título el Espíritu Santo fue usado en relación con la encarnación, porque la encarnación fue algo absolutamente santo. Dios hecho hombre era algo muy santo, y Lucas 1:35 incluso usa la expresión “lo santo”. Del mismo modo que la concepción del Dios-hombre fue obra del Espíritu Santo, así también lo nacido de esa concepción era algo santo. El Espíritu que llevó esto a cabo ni era sólo el Espíritu de Dios ni sólo el Espíritu de Jehová, sino el Espíritu Santo. Por tanto, en la Biblia se llama al Espíritu el Espíritu de Dios, el Espíritu de Jehová y el Espíritu Santo.
En Juan 7 vemos que el Señor Jesús, el Dios-hombre, asistió a la fiesta de los Tabernáculos. El último día de la fiesta, el día grande, se puso de pie y clamó: “Si alguno tiene sed, venga a Mí y beba. El que cree en Mí ... de su interior correrán ríos de agua viva” (vs. 37-38). En el siguiente versículo Juan, el autor de este evangelio, da una explicación: “Esto dijo del Espíritu que habían de recibir los que creyesen en El; pues aún no había el Espíritu, porque Jesús no había sido aún glorificado” (v. 39). Necesitamos prestar atención especial a la frase aún no había el Espíritu. El Espíritu de Dios estaba allí desde el principio, en la creación; el Espíritu de Jehová había venido una y otra vez para ayudar al pueblo de Israel en sus problemas; y el Espíritu Santo había estado activo en la encarnación. ¿Cómo podía Juan decir que “aún no había” el Espíritu? Efectivamente el Espíritu estaba allí como el Espíritu de Dios en Génesis, como el Espíritu de Jehová en Jueces y como el Espíritu Santo en Mateo y Lucas, pero en Juan 7:39 “aún no había” el Espíritu —el Espíritu como Espíritu compuesto y consumado— porque en aquel entonces Jesús aún no había sido glorificado. El hombre Jesús fue glorificado en la resurrección (Lc. 24:26). Por tanto, “aún no había” el Espíritu hasta la resurrección de Cristo. En la resurrección Cristo, el postrer Adán en la carne, fue hecho Espíritu vivificante, el Espíritu que da vida (1 Co. 15:45).
Ahora podemos ver algo relacionado con la historia de la consumación del Espíritu. Aunque el Espíritu ya era el Espíritu de Dios, el Espíritu de Jehová y el Espíritu Santo, en Juan 7 “aún no había” el Espíritu que da vida porque el Señor Jesús todavía no había muerto por el pecado del hombre y no había entrado en la resurrección. En los tiempos de Juan 7 Jesús todavía estaba en la carne, y no podía entrar en el hombre para ser su vida. Pero en la resurrección Cristo se hizo Espíritu vivificante, y ahora puede entrar en los creyentes para impartirles vida.
En la resurrección el Espíritu de Dios se mezcló con la humanidad de Cristo, con Su muerte y la eficacia de ella, y con Su resurrección y el poder de ésta. El resultado de esta mezcla es el Espíritu compuesto y consumado.
La Biblia revela el hecho de que el Espíritu llegó a ser el Espíritu consumado. Puesto que muchos cristianos no han visto la revelación de la Biblia en cuanto al Espíritu consumado, necesitan que se les enseñe de nuevo. Algunos tal vez digan: “Dios es el mismo desde la eternidad; nunca ha cambiado”. Pero la Biblia revela claramente que Dios, quien es Espíritu, se hizo carne (Jn. 1:14). ¿No fue esto un cambio? Además, el postrer Adán que estaba en la carne se hizo Espíritu vivificante. ¿No fue esto un cambio? Primero Dios cambió porque por medio de la encarnación se hizo carne, y luego cambió porque en la resurrección fue hecho Espíritu vivificante, y este Espíritu es el Espíritu consumado. Espero que los que están bajo el efecto de la teología vieja y tradicional estén listos para aprender lo que la Biblia, nuestra autoridad suprema, revela en cuanto al Espíritu consumado.
La Biblia también revela que Cristo llegó a ser el Cristo pneumático. En la eternidad Cristo era Dios como Espíritu, pero después se hizo carne. Romanos 1:3 y 4 dice que El “era del linaje de David según la carne” pero que “fue designado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos”. El título el Espíritu de santidad se refiere a la divinidad de Cristo, a Su esencia divina. En 1 Pedro 3:18, hablando de la crucifixión de Cristo, dice que El fue “muerto en la carne, pero vivificado en el Espíritu”. La crucifixión dio muerte a Cristo sólo en Su carne, y no en Su Espíritu como Su divinidad. Su Espíritu, Su divinidad, no murió en la cruz cuando murió Su carne, sino que fue vivificado, avivado con nuevo poder de vida. Por tanto, mientras estaba muriendo en Su humanidad y después de que fue sepultado, Su Espíritu como Su divinidad permaneció activo.
En Juan 12:24 el Señor Jesús se refirió a Sí mismo como el grano de trigo: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto”. Cuando El cayó en la tierra como un grano de trigo, la muerte empezó inmediatamente. Pero al estar muriendo Su “cáscara”, la vida divina que estaba en El crecía. Aquí vemos que mientras el Señor Jesús estaba muriendo, también estaba creciendo. Sin esta acción, no habría podido resucitar.
La carne de Jesús fue crucificada y sepultada. ¿Cómo podía resucitar? En Juan 20 Pedro y Juan llegaron al sepulcro en el cual el Señor había sido puesto. Pedro “entró en el sepulcro, y vio los lienzos puestos allí, y el sudario, que había estado sobre la cabeza de Jesús, no puesto con los lienzos, sino doblado en un lugar aparte” (vs. 6-7). El cuerpo indudablemente no había sido robado. Entonces, ¿cómo podía resucitar la carne muerta y sepultada? La respuesta a esta pregunta es que según Su carne El había sido sepultado allí, pero según Su divinidad todavía estaba muy activo. Entre el momento de Su sepultura y el de Su resurrección, Su Espíritu como Su divinidad trabajaba para levantar Su humanidad, para elevarla y para introducirla en la divinidad a fin de que Su humanidad pudiera nacer de Dios. Según Hechos 13:33 Dios engendró a Jesús en la resurrección para que fuera Su Hijo. Por tanto, El fue engendrado para ser el Hijo primogénito de Dios al ser elevada Su humanidad e introducida en la divinidad y en la filiación divina. Simultáneamente, llegó a ser el Espíritu vivificante y, por tanto, el Cristo pneumático.
Ya vimos que el Espíritu fue consumado y que Cristo llegó a ser el Espíritu vivificante, el Cristo pneumático. Por consiguiente, ahora podemos hablar de la esfera divina y mística del Espíritu consumado y del Cristo pneumático. ¡Qué esfera tan maravillosa es ésta!
Ya mencionamos que los tres de la Trinidad Divina existen en Sí mismos y para siempre y que moran el uno en el otro, y de este modo el Padre, el Hijo y el Espíritu constituyen una esfera divina y mística. En el Dios Triuno mismo como esfera mística no hay “complicaciones”, pero en la esfera divina y mística del Espíritu consumado y del Cristo pneumático hay muchas “complicaciones”, todas las cuales son bendiciones para nosotros.
Dios quería que estuviéramos en El. Si El fuera meramente el Dios Triuno sin la humanidad de Cristo, Su muerte y Su resurrección, y nosotros pudiéramos entrar en El, encontraríamos al Padre, al Hijo y al Espíritu, pero no encontraríamos nada de la humanidad, la muerte ni la resurrección. Sin embargo, cuando entramos en la esfera divina y mística del Espíritu consumado y del Cristo pneumático, tenemos no sólo la divinidad de Cristo sino también Su humanidad, la muerte de Cristo con su eficacia, y la resurrección de Cristo y su poder repelente. Todo está en esta esfera maravillosa.
Aunque nací en China y llegué a ser un ciudadano de los Estados Unidos, puedo testificar que no me siento ni chino ni estadounidense. Mi esfera no es ni China ni Estados Unidos; mi esfera es el Dios Triuno complicado que complica. Estoy aquí con el Padre, con el Hijo, quien fue crucificado y resucitó, y con el Espíritu consumado. Puesto que estoy en el Dios Triuno, tengo todo lo que necesito. Si necesito la crucifixión, descubro que, en esta esfera, ya fui crucificado. Si necesito la resurrección, en esta esfera ya resucité. ¡Alabado sea el Señor por la esfera divina y mística!
Ahora consideremos lo que se revela en Juan 14 en cuanto a la esfera divina y mística del Espíritu consumado y del Cristo pneumático. El versículo 1 dice: “No se turbe vuestro corazón”. ¿En cuál esfera nos turbamos? Nos turbamos en la tierra, en el mundo (16:33), en la esfera física.
En este versículo el Señor Jesús añadió: “Creéis en Dios, creed también en Mí”. Aquí la preposición griega traducida en es muy importante. No sólo debemos creer en Dios y en Cristo, sino que debemos entrar en Dios y en Cristo por la fe. Nuestro corazón se turba porque estamos en el mundo, y se puede resolver este problema si entramos en Cristo creyendo en El. Aquí vemos dos esferas: la esfera física, o sea, el mundo donde están todos los problemas, y la esfera mística, la esfera del Dios Triuno, o sea, el Padre, el Hijo y el Espíritu, donde se encuentra la paz.
En 16:33 el Señor Jesús dijo: “Estas cosas os he hablado para que en Mí tengáis paz. En el mundo tendréis aflicción; pero tened valor, Yo he vencido al mundo”. Una vez más vemos tanto la esfera física (“el mundo”) como la esfera mística (“Mí”).
Los capítulos catorce, quince y dieciséis de Juan componen una sección. Al principio de esta sección el Señor Jesús indicó, en 14:1, que tenía la intención de decir algo para ayudarnos a entrar en El creyendo. No debemos pensar que entrar en Cristo creyendo es un asunto sencillo. Si El no hubiera muerto en la cruz para quitarnos los pecados, crucificar nuestra carne y poner fin a nuestro viejo hombre, y si no hubiera resucitado para llegar a ser el Espíritu vivificante, no podría entrar en nosotros ni introducirnos en El.
Si hubiéramos estado presentes cuando el Señor Jesús habló de entrar en Dios y en El creyendo, tal vez habríamos dicho: “Señor, quiero entrar en Ti. Dime cómo entrar en Ti creyendo”. Como lo revelan los siguientes versículos, para entrar nosotros en El, El tuvo que morir y resucitar y llegar a ser el Espíritu vivificante, a fin de que le recibiéramos al creer en El y al invocar: “Oh Señor Jesús”.
Entre 14:1 y 16:33 tenemos la enseñanza del Señor en cuanto a cómo entrar en El creyendo. Juan 14:2a dice: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay”. En 14:1 el Señor Jesús habló de entrar en Dios y en El creyendo, pero de repente habla de la casa de Su Padre. La casa del Padre indudablemente no es una mansión celestial, sino algo místico. Según la interpretación de 2:16, 21, “la casa de Mi Padre” se refiere al templo, al aumento de Cristo en Su resurrección para ser la iglesia, Su Cuerpo, la morada de Dios (1 Ti. 3:15; Ef. 2:21-22). Al principio el cuerpo de Cristo era sólo Su cuerpo individual. Pero por medio de Su muerte y Su resurrección el Cuerpo de Cristo aumentó para ser Su Cuerpo colectivo, el cual es la iglesia, la casa de Dios (1 Ti. 3:15), el templo de Dios (Ef. 2:21). ¿Se ha dado cuenta de que cuando usted entró en Dios y en el Hijo creyendo, entró en la iglesia?
Juan 14:2 nos dice que en la casa del Padre “muchas moradas hay”. Estas moradas son los creyentes, los miembros del Cuerpo de Cristo. Cada creyente es una morada, como lo afirma el versículo 23.
En la última parte del versículo 2 el Señor Jesús dijo: “Voy, pues, a preparar lugar para vosotros”. La palabra “voy” significa “muero”. Al decir “voy”, habló de Su muerte de modo místico.
Quisiera recordarles que el Evangelio de Juan es un libro místico y que el relato de Juan es un relato místico. Hablar de la encarnación al decir: “El Verbo se hizo carne” (1:14) es hablar de modo místico. Del mismo modo, hablar del agua viva que llega a ser en nosotros un manantial de agua que salta para vida eterna (4:10, 14) también es hablar de modo místico. Puesto que Juan es un libro místico, cuando lo leemos necesitamos entenderlo de modo místico.
En Juan 14:3 el Señor Jesús dijo: “Y si me voy y os preparo lugar, vendré otra vez, y os tomaré a Mí mismo, para que donde Yo estoy, vosotros también estéis”. Aquí El habla de irse y de venir. El verbo griego traducido “vendré” indica un tiempo presente continuo, lo cual implica que cuando el Señor Jesús dijo estas palabras, ya venía. Mientras El hablaba, se estaba preparando para entrar en la resurrección. “Me voy” es morir, y “vendré” es resucitar. Antes de morir El sabía que regresaría. Aquí se hace referencia a Su ida y Su venida, Su muerte y Su resurrección, de modo místico.
En este versículo el Señor Jesús dijo: “Os tomaré a Mí mismo”. Si nosotros hubiéramos estado allí tal vez habríamos dicho: “Señor, ¿no me quieres llevar a la casa del Padre? ¿Por qué dices que me tomarás a Ti mismo?” La respuesta a esta pregunta es que la casa del Padre es Cristo mismo.
El versículo 3 termina con las palabras “donde Yo estoy, vosotros también estéis”. El está en el Padre. Por tanto, estar nosotros donde está El significa que nosotros también estaremos en el Padre. Esto está relacionado con nuestra entrada en el Padre creyendo en El, la esfera divina y mística.
El Señor Jesús luego dijo: “Y a dónde Yo voy, ya sabéis el camino” (v. 4). Después Tomás dijo: “Señor, no sabemos a dónde vas; ¿cómo, pues, podemos saber el camino?” (v. 5). Según el versículo 6 Jesús le dijo: “Yo soy el camino, y la realidad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por Mí”. Aquí el Señor no dijo: “Nadie viene a la casa del Padre”; dijo: “Nadie viene al Padre”. Venir al Padre es venir a la casa del Padre, porque el Padre es la casa. La frase “sino por Mí” revela que podemos venir al Padre como la casa sólo por Cristo como el camino.
En el siguiente versículo el Señor Jesús dijo: “Si me conocieseis, también a Mi Padre conoceríais; y desde ahora le conocéis, y le habéis visto”. Cuando Felipe oyó esto, dijo: “Señor, muéstranos el Padre, y nos basta” (v. 8). Los versículos 9 y 10 añaden: “Jesús le dijo: ¿Tanto tiempo hace que estoy con vosotros, y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre; ¿cómo, pues, dices tú: Muéstranos el Padre? ¿No crees que Yo estoy en el Padre, y el Padre está en Mí? Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, El hace Sus obras”. Aquí vemos que el hablar del Hijo era en realidad el hablar del Padre, era la obra del Padre al morar en El. Esto es totalmente místico.
Recalcamos el hecho de que el Dios Triuno es una esfera divina y mística. Como lo revela la primera parte de Juan 14, el Hijo está en el Padre, y el Padre está en el Hijo. En los versículos del 16 al 18 vemos algo no sólo relacionado con el Padre y el Hijo sino también con el Espíritu: “Y Yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con vosotros para siempre: el Espíritu de realidad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque permanece con vosotros, y estará en vosotros. No os dejaré huérfanos; vengo a vosotros”. El primer Consolador era Cristo en la carne, y el otro es el Espíritu de realidad. El sujeto del versículo 17, que es el Espíritu de realidad, llega a ser el sujeto del versículo 18, quien es el Señor mismo. Esto significa que el Cristo que estuvo en la carne pasó por la muerte y la resurrección y llegó a ser el Espíritu vivificante, el Cristo pneumático. Esto no es meramente espiritual; es místico. No podemos decir que el Espíritu de realidad es espiritual y que el Cristo que estuvo en la carne no era espiritual, porque cuando Cristo el Hijo estuvo en la carne, sin duda era espiritual. Lo que necesitamos ver aquí no es algo sólo espiritual, sino algo místico.
El versículo 19 agrega: “Todavía un poco, y el mundo no me verá más; pero vosotros me veis; porque Yo vivo, vosotros también viviréis”. Esto se refiere a la resurrección de Cristo. Puesto que El vive en resurrección, nosotros también vivimos, porque fuimos regenerados en Su resurrección, como lo revela 1 Pedro 1:3.
En Juan 14:20 el Señor Jesús habló de “aquel día”. “Aquel día” era el día de Su resurrección (20:19), el día en el cual llegó a ser el Cristo hecho pneuma, el Cristo pneumático. Por tanto, “en aquel día” en realidad quiere decir “en el día de la resurrección”.
Ahora leamos el versículo 20: “En aquel día vosotros conoceréis que Yo estoy en Mi Padre, y vosotros en Mí, y Yo en vosotros”. Esto se refiere a la esfera divina y mística donde no sólo están el Padre, el Hijo y el Espíritu, sino también los creyentes. Alabado sea el Señor porque nosotros, como creyentes de Cristo, estamos en la esfera divina y mística del Espíritu consumado y del Cristo pneumático.
Todos debemos entrar en la esfera divina y mística, no del Dios Triuno sino del Espíritu consumado y del Cristo pneumático (Fil. 1:19; Ro. 8:9; 2 Co. 3:17-18).
Juan 14:16-18 habla de otro Consolador, el Espíritu de realidad, que es la realidad del Hijo experimentada como la presencia del Hijo en los creyentes. El Espíritu es la realidad del Hijo, y la presencia del Hijo en nosotros es el Espíritu.
El día de la resurrección del Hijo, en el cual fue hecho Espíritu vivificante (1 Co. 15:45), El vino a los discípulos en la noche de aquel día a soplar en ellos y les dijo que recibieran el Espíritu Santo (Jn. 20:22). Si El no fuera el Espíritu, ¿cómo podía pedirles a los discípulos sobre quienes estaba soplando que recibieran el Espíritu? Con esto sabemos que el Hijo está en el Padre, los creyentes están en el Hijo, y el Hijo está en los creyentes (Jn. 14:19-20).
Antes del día de la resurrección de Cristo, todavía tenía muchas cosas que revelar a Sus discípulos. Pero Sus discípulos no las podían sobrellevar en ese entonces (Jn. 16:12), porque no habían recibido al Espíritu de la resurrección de Cristo ni habían entrado en la esfera divina y mística.
El Señor Jesús dijo que cuando el Espíritu de realidad viniera, guiaría a los discípulos, quienes estaban entonces en el Espíritu de la resurrección de Cristo, a toda la realidad de la economía de Dios con miras al Cuerpo de Cristo, quien es el Cristo pneumático y el Espíritu consumado. El Espíritu de realidad hablaría lo que oyera de Cristo y lo declararía a los discípulos en las veintidós epístolas del Nuevo Testamento, desde Romanos hasta Apocalipsis (v. 13).
Todo lo que el Padre tiene es posesión del Hijo, y está corporificado en el Hijo.
Todo lo que el Hijo posee es recibido por el Espíritu, y nos es hecho real por el Espíritu que llegó a ser el Espíritu vivificante en la resurrección de Cristo para que fuera hecho real el Cristo pneumático.
El Espíritu recibe todo lo que Cristo tiene y lo declara a los discípulos (quienes estaban en aquel entonces en la realidad de la resurrección de Cristo y en la esfera divina y mística del Cristo pneumático) para producir las asambleas, las cuales dan por resultado el Cuerpo de Cristo cuya consumación es la Nueva Jerusalén, y ésta expresa al Cristo todo-inclusivo con miras a Su glorificación en la eternidad (vs. 16:14-15). Primero, todas las cosas pertenecían al Padre. Luego lo que el Padre tenía llegó a ser posesión de Cristo. Después, lo que Cristo posee es oído y recibido por el Espíritu, quien lo declara a los creyentes. Esta es la transición divina para la economía eterna de la Trinidad Divina.
Todos los creyentes deben estar en la esfera divina y mística del Espíritu consumado para ser mezclados con el Dios Triuno a fin de guardar la unidad.
Todos los creyentes deben permanecer en el Hijo para que éste permanezca en ellos a fin de que lleven mucho fruto para la glorificación (la expresión) del Padre (15:4, 5, 8). En el capítulo catorce el Señor preparó los lugares, las moradas. En el capítulo quince debemos permanecer en El, nuestra morada, para que El permanezca en nosotros, Su morada.
Todos los creyentes deben ser uno; como el Padre está en el Hijo y el Hijo en el Padre, para que ellos también estén en el Padre y en el Hijo. El Hijo está en los creyentes, y el Padre está en el Hijo, para que ellos sean perfeccionados en unidad (17:21, 23). Nuestra unidad debe ser igual a la que hay entre los tres del Dios Triuno. De hecho, la unidad de los creyentes es la unidad del Dios Triuno. En el Dios Triuno podemos ser perfeccionados en unidad. La verdadera unidad, entonces, está en el Dios Triuno.
En Juan 14—16 el Señor Jesús presentó un mensaje a Sus discípulos, y en Juan 17 oró al Padre. En Su oración de conclusión indicó que nuestra unidad debe estar en el Dios Triuno, con el Cristo pneumático y el Espíritu consumado. Esta unidad, la cual es la unidad auténtica, es la mezcla de los creyentes con el Dios Triuno. Para tener esta unidad los creyentes tienen que estar en el Dios Triuno como esfera divina y mística. Aquí el Padre está en el Hijo, el Hijo está en los creyentes, y los creyentes están en el Hijo, quien está en el Padre. Esto significa que los creyentes son uno con el Dios Triuno en la esfera divina y mística del Cristo pneumático y del Espíritu consumado.
El ministerio celestial de Cristo es llevado a cabo en la esfera mística, y la obra salvadora orgánica de Dios es lograda de modo práctico en esta esfera. Si nosotros no estamos en ella, no podemos participar del ministerio celestial de Cristo ni disfrutar de la obra salvadora orgánica de Dios.
Los creyentes deben valorar mucho la entrada en esta esfera, sabiendo que si Cristo no hubiera llegado a ser el Espíritu vivificante, si no fuera el Cristo pneumático, si no fuera el Señor Espíritu, y si no fuera el Cristo en resurrección y no sólo en la carne, ellos no podrían participar de la sección orgánica de la completa obra salvadora de Dios en Cristo, ni experimentarla ni disfrutarla.