
Nota: En la salvación orgánica Dios tiene la intención de unir el espíritu del creyente con el Suyo, haciendo así un solo espíritu, un espíritu mezclado—1 Co. 6:17.
Oración: Señor, no nos olvidamos de que por Tu gran misericordia y gracia eres el Espíritu, el Espíritu vivificante y siete veces intensificado. Señor, nos creaste con un espíritu humano, y en Tu salvación orgánica lo primero que haces es regenerar nuestro espíritu. Luego, Señor, te pusiste a Ti mismo como Espíritu en nuestro espíritu y te mezclaste con nuestro espíritu para hacernos un solo espíritu contigo. ¡El que se une con el Señor es un solo espíritu con El! Nunca se nos olvida todo esto. Te adoramos por esto. Danos una profunda impresión y recuérdanos siempre que somos un solo espíritu contigo. ¿Vivimos en nuestro espíritu con Tu Espíritu? ¿Actuamos en nuestro espíritu con Tu Espíritu? Señor, ¿tenemos comunión contigo en nuestro espíritu con Tu Espíritu? Señor, recuérdanos todo el tiempo. Señor, háblanos para que recibamos más visión. Amén.
En este mensaje no queremos simplemente repetir los elementos de la salvación orgánica que Dios efectúa. Queremos ver que la llave de la obra salvadora orgánica de Dios es el Espíritu mismo junto con nuestro espíritu. No debemos olvidar que esta frase maravillosa existe en la Biblia, en Romanos 8:16. Incluso después de que entremos en la Nueva Jerusalén, quisiera ver una pancarta allí que diga: “El Espíritu mismo junto con nuestro espíritu”. El Espíritu mismo junto con nuestro espíritu hace una sola cosa, a saber: da testimonio de que somos hijos de Dios. Decir el pueblo de Dios no es muy crucial, pero decir los hijos de Dios es algo grande.
El Espíritu mismo es el que da testimonio, y este Espíritu es el Espíritu de vida, el Espíritu que da vida, el Espíritu de Cristo. Este Espíritu también es el Cristo pneumático y el Espíritu que mora en nosotros. Nuestro espíritu fue creado por Dios, pero murió por la caída. Mas adelante fue regenerado por Dios. No sólo esto, después de la regeneración, el Espíritu que regenera permanece en nuestro espíritu regenerado y se mezcla con nuestro espíritu, haciendo de los dos una sola entidad. En 1 Corintios 6:17 dice: “El que se une al Señor, es un solo espíritu con El”.
No sólo somos Dios-hombres, sino que también somos uno con Dios, un espíritu con El. El espíritu humano y el divino no sólo están unidos y mezclados, sino que también son un solo espíritu. El Espíritu es vida y da vida. Dios es el Espíritu y en Su salvación orgánica maravillosa, nos hizo un espíritu con El. Esto es algo sencillo que se encuentra en 1 Corintios 6:17, pero sólo vi esta verdad después de estudiar la Biblia durante por lo menos treinta años. Un día me di cuenta de que yo era un espíritu con Dios. Esto no es algo insignificante. Lamentablemente, incluso en el recobro del Señor, muchos de los ancianos y los colaboradores no saben cuál es su condición. Nuestra verdadera condición radica en el hecho de que somos un espíritu con Dios. Fuimos salvos a este nivel elevado. Lo que Dios es, nosotros somos.
Cuando nos demos cuenta de nuestra condición, esto afectará nuestra vida. Cuando yo hablo con los demás a modo de chisme, interiormente soy regañado por ser tan descuidado, liviano y sin dignidad. Recuerdo mi condición y tengo que confesar ante el Señor. Por mi condición divina, no me atrevo a ser liviano ni descuidado. No me atrevo a hacer bromas. Incluso con mis nietos no me atrevo a hablar livianamente, porque no soy simplemente su abuelo. Soy un abuelo que tiene la misma condición que Dios.
Según 1 Corintios 6:17, Dios tiene la intención en Su obra salvadora orgánica de unir el espíritu del creyente con el Suyo, haciendo de los dos un solo espíritu, un espíritu mezclado. Esto no es sólo el espíritu mezclado sino un espíritu que es un espíritu con Dios, que es igual a Dios en vida y en naturaleza pero no en deidad. Esta es la llave que abre las ocho secciones de la salvación orgánica que Dios efectúa. Si no tenemos esta llave, la puerta está cerrada. Cuando tenemos esta llave, la puerta está abierta, y podemos ver todo lo que está escondido dentro.
El Espíritu de realidad vino a convencer a los pecadores en cuanto al pecado, la justicia y el juicio (Jn. 16:8-11). El pecado está relacionado con Adán. Adán es la fuente del pecado. La justicia está relacionada con Cristo. Cristo es nuestra justicia. El juicio debe de ser el juicio de Satanás. Aquí vemos a Adán, la fuente del pecado; a Cristo, la fuente de la justicia; y a Satanás, aquél que debe recibir el juicio. En todo el universo Dios no acusa a nadie más que a él. Todo el universo actual está lleno de rebelión por un solo arcángel, Satanás, así que el juicio le pertenece a él. El pecado procedió de Adán, Cristo da la justicia, y el juicio se aplica a Satanás. El Espíritu de realidad vino para convencernos de esto, haciéndonos arrepentirnos de nuestra condición caída y entrar en la muerte y sepultura de Cristo (Mt. 3:2, 5-6). Esto nos llevó a la muerte y la resurrección de Cristo para recibirle y ser regenerados.
Primero, somos convencidos de que nacimos de Adán en el pecado y que debemos tomar a Cristo como nuestra justicia. Si no lo hacemos, experimentaremos el juicio junto con Satanás. Estar convencidos nos introduce en la muerte y resurrección de Cristo. En ese momento el Espíritu de realidad nos hace germinar a nosotros los creyentes arrepentidos con la vida de resurrección de Cristo para regenerarnos, para engendrarnos de nuevo en nuestro espíritu (1 P. 1:3; Jn. 3:3, 5). Debemos prestar atención a los dos espíritus que están aquí. El Espíritu hace germinar nuestro espíritu. Esta es la llave que nos permite entender la regeneración.
“Lo que es nacido del Espíritu [de Dios], espíritu [del hombre] es”, un espíritu nacido del Espíritu (Jn. 3:6).
Inmediatamente el Espíritu de Dios da testimonio juntamente con el espíritu de los creyentes regenerados, de que son hijos (espirituales) de Dios (Ro. 8:16). Los hijos de Dios son divinos y espirituales. No debemos decir que son místicos, porque está claro y evidente que son hijos de Dios.
El Señor quiere que los creyentes regenerados, como recién nacidos, se alimenten de la leche (espiritual) de la palabra, la cual es espíritu y vida (Jn. 6:63), a fin de que crezcan en Su vida para su salvación diaria (1 P. 2:2). El primer paso de la salvación orgánica que Dios efectúa es la regeneración. Luego, los recién nacidos necesitan alimentarse de la leche de la Palabra santa. La Palabra santa es el Espíritu, así que la leche es la leche espiritual. Esta alimentación tiene como fin que crezcan en vida para su salvación diaria. Todos los días necesitamos ser salvos. Esto se debe a que nuestra actitud, el tono de nuestra voz y nuestro espíritu no son correctos. Incluso la manera en que miramos a la gente está mal. Debemos ser corregidos para ser salvos de muchas cosas. Necesitamos crecer para esta salvación. La palabra para significa “que da como resultado” o “que tiene como fin”. Debemos crecer para salvación y necesitamos un crecimiento que dé por resultado la salvación. Si no tenemos crecimiento, no podemos disfrutar de la salvación que necesitamos.
Al crecer en la vida divina, los creyentes regenerados también tienen que alimentarse de la comida sólida, y no sólo de la leche, ejercitando su espíritu para tener contacto con la palabra del Espíritu de Dios a fin de recibir la suministración de la vida (He. 5:13-14; Mt. 4:4b). Recibimos la suministración de la vida para madurar en la vida. El Espíritu y nuestro espíritu también tienen parte en la sección de la alimentación.
(El punto III de este mensaje fue redactado de nuevo para reemplazar lo dicho en las conferencias. A todos los que asistieron a la conferencia internacional de compenetración de los colaboradores y ancianos les pido especialmente y con amor que lean esta porción).
La obra santificadora que Dios nos aplica tiene tres aspectos. El primer aspecto consta de la santificación del Espíritu Santo inicialmente con la Palabra iluminadora (1 P. 1:2; Lc. 15:8); el segundo aspecto es la santificación disposicional por la sangre redentora de Cristo judicialmente (He. 13:12; 10:29); el tercer aspecto es la santificación en nuestra manera de ser efectuada por el Espíritu Santo orgánicamente (Ro. 15:16; 6:19, 22). Ya hemos abarcado los primeros dos aspectos. Lo que se abarca en este mensaje es el tercer aspecto. Romanos 15:16 nos revela que los creyentes de Cristo, especialmente los creyentes gentiles, que son más comunes, son santificados en el Espíritu Santo para ser aceptables a Dios. Todos los creyentes regenerados que crecen necesitan ser santificados en su manera de ser con el elemento de la vida de resurrección de Cristo, que recibieron por medio de la alimentación, para que puedan ser santificados con la naturaleza santa de Dios (2 P. 1:4) a fin de que sean hechos santos para Dios (Ef. 1:4). La santificación mencionada en Romanos 6:19 y 22 se refiere a esta clase de santificación. Nuestra naturaleza caída llegó a ser nuestro modo de ser caído, distorsionado, torcido y perverso, el cual necesita ser corregido y enderezado particularmente en la obra santificadora de Dios con Su naturaleza santa.
La santificación efectuada en nuestra manera de ser por el Espíritu Santo empieza en nuestro espíritu, recorre nuestra alma y llega a nuestro cuerpo para que todo nuestro ser sea completamente santificado. En 1 Tesalonicenses 5:23 dice claramente que el Espíritu Santo nos santifica empezando en nuestro espíritu (no en nuestra alma ni en nuestro cuerpo), recorre nuestra alma y llega a nuestro cuerpo para que todo nuestro ser sea completamente santificado para Dios.
Además de santificarnos en nuestra manera de ser, el Señor nos renueva por Su Espíritu (Tit. 3:5).
El Espíritu renovador está mezclado con nuestro espíritu regenerado como un espíritu mezclado que se extiende a nuestra mente (Ef. 4:23) para renovar todo nuestro ser y hacerlo miembro del nuevo hombre al quitarnos el viejo hombre (Ef. 4:22), es decir, al renunciar nosotros y negarnos al viejo yo (Mt. 16:24), y al vestirnos del nuevo hombre (Ef. 4:24), es decir, al aplicar lo que Cristo logró cuando creó al nuevo hombre (Ef. 2:15).
Efesios 4:23 dice que debemos ser renovados en el espíritu de nuestra mente. Uno quita el viejo hombre y se viste del nuevo hombre al ser renovado en el espíritu de la mente. Cuando el Espíritu Santo, que mora en nuestro espíritu y se mezcla con él, se extiende a nuestra mente, ese espíritu mezclado llega a ser el espíritu que está en nuestra mente. Por este espíritu mezclado nuestra mente se renueva.
Fuimos hechos un nuevo hombre por Cristo en la cruz. Efesios 2:15 dice que Cristo en la cruz creó de los dos, los judíos y los gentiles, un solo y nuevo hombre. Ya creó el nuevo hombre, pero tenemos que aplicar el nuevo hombre. Debemos quitar el viejo hombre y ponernos el nuevo por el Espíritu renovador que se mezcla con nuestro espíritu para extenderse a nuestra mente y renovarla. Esto es cambiar nuestra mente.
En Mateo 16:24 el Señor dice que si queremos seguirle, necesitamos negarnos y tomar nuestra cruz. Negarnos es renunciar a nosotros, aplicarnos la cruz. Esto es quitarnos el viejo hombre. Vestirse del nuevo hombre es vivir a Cristo y magnificarlo mediante la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo (Fil. 1:19-21). La renovación está íntimamente relacionada con el Espíritu y nuestro espíritu regenerado, que llegan a ser un solo espíritu. Este espíritu es el espíritu renovador que está en nuestra mente para cambiarla.
El Señor utiliza lo que sufrimos en nuestras circunstancias para consumir, matar, nuestro hombre exterior a fin de que nuestro hombre interior se renueve de día en día. En 2 Corintios 4:16 dice: “Por tanto, no nos desanimamos; antes aunque nuestro hombre exterior se va desgastando [es consumido], el interior no obstante se renueva de día en día”. El hombre exterior se debe consumir, se debe matar, para que el hombre interior, nuestro espíritu regenerado, la persona con el alma renovada como su órgano, se renueve de día en día. Esta renovación se logra al obrar Dios en cada situación de nuestras circunstancias diarias. Todos los días experimentamos problemas desde muchas direcciones. Este problema tal vez venga de nuestro cónyuge, nuestros hijos o nuestros colaboradores. Este problema consume nuestro hombre exterior, nuestro hombre natural, para que nuestro hombre interior pueda ser renovado con el suministro de la vida de resurrección.
Puesto que los creyentes seremos la parte que lleva la Nueva Jerusalén a su consumación, tenemos que ser renovados para así ser tan nuevos como ella (Ap. 21:2). La Nueva Jerusalén primero se llama la ciudad santa, así que nosotros debemos ser santos. También se llama la Nueva Jerusalén, así que debemos ser nuevos. Si no somos renovados, no somos aptos para estar en la Nueva Jerusalén. Debemos ser tan nuevos como la Nueva Jerusalén.
La transformación se efectúa por la renovación de la mente; es resultado de la renovación. Romanos 12:2 dice que somos transformados por la renovación de la mente. Cuando la mente es renovada, uno es transformado. La transformación no es una enmienda externa, sino un metabolismo interior en el cual se añade el elemento de la vida divina de Cristo a nuestro ser para expresarse exteriormente en la imagen de Cristo. Nuestra digestión y asimilación de la comida son una clase de metabolismo según el cual recibimos un nuevo elemento y desechamos el elemento viejo. Puesto que el elemento vital de Cristo es añadido a nuestro espíritu, un metabolismo produce algo que se expresa exteriormente en la imagen de Cristo. Si una persona no come durante varios días, su cara se pondrá pálida. Para restablecer un color sano a su rostro, necesita alimentarse apropiadamente. Entonces su cara será sana y llena de color. Esto tiene como fin la expresión. Hoy la transformación espiritual es igual. El elemento vital de Cristo se tiene que añadir a nosotros cuando lo tomamos a El como nuestra comida espiritual. Luego tendremos el metabolismo que eliminará el viejo elemento al añadirse el nuevo elemento de la vida de Cristo. Entonces esto se expresará exteriormente como imagen de Cristo. Esta transformación, esta clase de metabolismo, se logra por el Señor Espíritu (el Cristo pneumático) que nos transforma en la imagen gloriosa de Cristo (2 Co. 3:18). El Señor es el Espíritu, y el Señor Espíritu es el Espíritu que transforma.
Tenemos que vivir y andar por el Espíritu (Gá. 5:16, 25) y andar conforme al espíritu mezclado (Ro. 8:4b), para que la vida divina de Cristo nos regule a fin de transformarnos en la imagen del glorioso Señor. El Espíritu no sólo hace que actúe un metabolismo divino en nosotros, sino que también nos corrige. Corrige nuestro andar, y esto también produce la transformación en nosotros. Interiormente sufrimos un cambio metabólico; exteriormente somos corregidos.
En 1 Corintios 3:9 y 12 se nos revela que somos el edificio de Dios y que debemos edificar con oro (que representa la naturaleza de Dios el Padre), plata (la obra redentora de Dios el Hijo) y piedras preciosas (la obra transformadora de Dios el Espíritu), y no con madera (que representa la naturaleza del hombre natural), heno (el hombre caído, el hombre de la carne) ni hojarasca (la obra y la vida que proceden de una fuente terrenal). Esto indica que el edificio de Dios del cual somos parte tiene que construirse con cosas transformadas como oro, plata y piedras preciosas, y no con nuestra naturaleza, nuestra carne ni las cosas que vienen de la fuente terrenal.
El edificio de Dios, la iglesia, el Cuerpo de Cristo, se construye por la obra transformadora del Espíritu, lo cual es representado claramente por el muro de jaspe de la Nueva Jerusalén y sus cimientos (Ap. 21:18-20). El jaspe es una piedra preciosa transformada, y el muro de la Nueva Jerusalén se parece a una enorme piedra de jaspe, lo cual indica que mientras las piedras son transformadas, también son edificadas en conjunto. Por consiguiente, tanto la edificación como la transformación se logran por el mismo Espíritu transformador y edificador. El Espíritu edificador es simplemente el Espíritu transformador. Los dos están ligados. Donde hay transformación, hay edificación. Actualmente en la iglesia el caso es el mismo: si no hay transformación, no hay edificación. La coordinación no es la edificación. La edificación se logra por la vida transformadora. Cuando somos transformados, somos edificados con los demás. Digamos que varios hermanos trabajan juntos. Cuando la peculiaridad de cada hermano sale a flote, les será difícil coordinar, mucho menos crecer juntos como edificio. Estos hermanos se pueden edificar sólo al ser transformados. Por medio de su transformación crecen juntos. La transformación produce el crecimiento en vida, y este crecimiento los edifica juntos. Esta es la verdadera edificación de la iglesia actual. La verdadera edificación no es sólo coordinación. Nuestra coordinación, tarde o temprano, será quebrantada si no somos transformados. Tal vez cierto hermano piensa que no puede cooperar con otro hermano por la peculiaridad notable de éste. ¿Qué debe hacer este hermano? Debe ir a la cruz y ser un ejemplo que el otro hermano pueda seguir. Después de un tiempo, ambos aprenderán a recibir la aplicación de la cruz para ser transformados. Luego no necesitarán ocuparse de la coordinación, porque crecerán juntos. Los miembros de nuestro cuerpo físico no solamente coordinan, sino que crecen juntos por la circulación de la sangre.
Los escritos de Pablo nos revelan que la iglesia, el Cuerpo de Cristo, como morada de Dios está en nuestro espíritu, en el cual mora el Espíritu de Dios (Ef. 2:22; Ro. 8:11). Esto muestra que la edificación de la iglesia está totalmente relacionada con los dos espíritus, el Espíritu divino y nuestro espíritu humano. El Espíritu divino mora en nosotros, y nuestro espíritu es la morada. El hecho de que seamos edificados como morada de Dios está relacionado con los dos espíritus.
Cristo hace (edifica) Su hogar en nuestros corazones al fortalecernos el Espíritu de Dios en nuestro hombre interior (nuestro espíritu regenerado) donde está Cristo (2 Ti. 4:22), para que lleguemos a la plenitud (la expresión) de Dios (Ef. 3:16-19). Efesios 3 nos dice que hoy Cristo hace Su hogar en nuestro corazón. Esto es la edificación. Tiene lugar primero cuando somos fortalecidos con poder por medio del Espíritu en nuestro hombre interior, en nuestro espíritu. Entonces Cristo tiene la oportunidad de hacer Su hogar en nuestro corazón para que seamos llenos del Dios Triuno hasta la plenitud para Su expresión.
Basándose en el hecho de que el Espíritu de Dios mora en el que ama a Cristo (Jn. 14:17), Dios el Padre y el Hijo vienen a él y hacen una morada mutua con él (v. 23). Juan 14:23 dice que si alguien ama al Hijo, éste y el Padre vendrán a hacer una morada con él. Esto significa hacer una morada mutua para el Dios Triuno y el creyente. El Espíritu que mora en los creyentes se menciona en el versículo 17. Basándose en este hecho, el Padre y el Hijo vienen a hacer una morada mutua con nosotros. Esta es la edificación. En Juan 14:2 el Señor dijo: “En la casa de Mi Padre muchas moradas hay”. El versículo 23 nos cuenta cómo son edificadas estas moradas. Ocurre al vivir en nosotros el Espíritu como fundamento; luego el Padre y el Hijo vienen a nosotros a hacer una morada mutua con nosotros. Todos estos versículos son muy místicos.
En la salvación orgánica que Dios efectúa, primero nuestra vida es afectada, es decir, Dios en la regeneración se pone en nuestro espíritu para ser nuestra vida. A nuestra vida ahora se le ha añadido algo. Anteriormente teníamos sólo nuestra vida humana. Pero por medio de la regeneración empezamos a tener otra vida que fue añadida a nuestra vida vieja, y es la vida de Dios. No es un intercambio sino la adición de otra vida. Luego nuestra naturaleza es santificada con la naturaleza de Dios. Y nuestra mente es transformada al estar la mente de Dios en la nuestra por medio del espíritu mezclado. Esto significa que todo nuestro ser es transformado.