
Lectura bíblica: 1 P. 1:2; He. 13:12; 9:13-14; 10:29; Ro. 15:16b; 6:19, 22; Tit. 3:5; Ro. 12:2b; 2 Co. 4:16; 3:18; 1 Ts. 5:23; Ef. 1:4-5
La verdad acerca de la santificación ha desconcertado a muchos maestros del cristianismo a través de los años. Cada maestro tiene distintos conceptos acerca del significado de la santificación. John Wesley enseñó que la santificación era una perfección inmaculada.
Con ayuda de la enseñanza de la Asamblea de los Hermanos podemos ver que lo dicho por John Wesley no era totalmente correcto. Los Hermanos enseñaban la verdad acerca de la santificación basándose en Mateo 23, donde el Señor dijo que el oro era santificado por el templo y que la ofrenda era santificada por el altar (vs. 17, 19). La santificación no es una perfección o pureza inmaculada, porque el oro no se volvió más puro cuando fue santificado por el templo. La santificación del oro no estaba relacionada con su pureza. Cuando el oro estaba en el mercado era oro común y mundano, pero al estar en el templo se volvía santo, quedaba santificado. Cuando el oro era santificado para Dios en el templo, la santificación le cambiaba de posición. Así que, la santificación, según los Hermanos, es un asunto de posición.
En Mateo 23 el Señor Jesús también mencionó los sacrificios u ofrendas santificadas por el altar. Una oveja que esté en el rebaño es una oveja común, pero una vez en el altar, éste la santifica, haciéndola santa para Dios. Por tanto, los Hermanos mostraron de nuevo que esto no tenía relación alguna con la pureza o la perfección. Más bien, consiste en cambiar la posición del sacrificio. El oro del templo y el sacrificio del altar son santificados al cambiar su posición de un lugar común a un lugar santo.
Aceptamos esta enseñanza tocante a la santificación en relación a nuestra posición porque tiene una base bíblica muy sólida, pero aún no estábamos convencidos de haber visto toda la verdad acerca de la santificación. Al final, el Señor nos mostró que la santificación no es un asunto simple. Sólo hay una santificación, pero tiene tres aspectos. Es necesario ver que la santificación tiene tres aspectos en las Escrituras. Primero, tenemos la santificación que el Espíritu efectúa al buscar a los escogidos de Dios antes de que ellos se arrepientan (1 P. 1:2). En segundo lugar, existe la santificación mediante la sangre de Cristo, obtenida al momento de creer (He. 13:12; 9:13-14; 10:29). En tercer lugar, tenemos la santificación que el Espíritu efectúa en la manera de ser de los creyentes durante todo el transcurso de su vida cristiana (Ro. 15:16b; 6:19, 22).
Con el tiempo descubrimos algo más. Creo que este hallazgo es definitivo. Descubrimos que la santificación está relacionada con la economía de Dios, y que la economía de Dios está totalmente centrada en el deseo de Dios. Efesios 1:10 y 3:9 hablan de la economía de Dios. En la eternidad pasada, la eternidad sin principio, Dios mismo en Cristo planeó una economía, y el centro de la economía eterna de Dios consiste en que Dios desea tener muchos hijos y así satisfacer el deseo que El tiene en Su corazón. Debido a que Dios es una persona viva, El tiene un deseo. En la eternidad pasada El deseaba tener muchos hijos. El quería ser un gran Padre con una familia muy numerosa.
El deseo de Dios de tener muchos hijos era el centro y todavía es el centro de Su economía. La filiación es de vital importancia para Dios. Primero Dios tuvo un Hijo, quien era el Unigénito de Dios (Jn. 3:16). Dios estaba contento con Cristo, Su Unigénito, pero le faltaba algo. Más adelante, Dios hizo de este Hijo unigénito el Primogénito entre muchos hermanos (Ro. 8:29). El Unigénito de Dios es maravilloso, pero el deseo de Dios es tener muchos hijos.
Después de que Dios planeó Su economía, comenzó a llevarla a cabo en la eternidad pasada. El primer paso de Dios para llevar a cabo Su economía fue la elección que El efectuó. El nos conoció de antemano (1 P. 1:2a) y nos escogió en Cristo antes de la fundación del mundo (Ef. 1:4). De entre millones de seres humanos, Dios nos escogió a usted y a mí. El nos escogió al predestinarnos (v. 5). Predestinar significa “marcar de antemano”. En la eternidad Dios nos vio y nos escogió, y así nos marcó. En realidad, haber sido escogidos y marcados es una sola cosa. Podemos usar como ejemplo la manera en que las hermanas van de compras al mercado. Quizá vean muchos duraznos, pero sólo escogen algunos, los marcan y los compran. De esta misma manera Dios nos escogió y nos marcó en la eternidad.
Por último, en el tiempo, Dios creó al hombre. Después de la creación de Adán, Satanás de inmediato lo envenenó. Más tarde, en tiempos del Nuevo Testamento, Dios se hizo hombre. Luego Dios como el Espíritu llevó a cabo Su economía. El ya nos había escogido y marcado, pero nos perdimos y El vino a buscarnos. Esto es revelado plenamente en las parábolas del Señor en Lucas 15. Estas parábolas nos muestran cómo Dios el Padre ama al Hijo, cómo Dios el Hijo, por causa del amor de Dios el Padre, vino a redimirnos, a ganarnos, a comprarnos, y cómo el tercero de la Trinidad, Dios el Espíritu, viene como mujer a buscarnos, a encontrarnos. Ella nos iluminó por dentro y nos encontró.
Juan 16 revela que este Espíritu buscador nos convenció de que somos pecadores por estar en Adán. También nos convenció acerca de la justicia, haciéndonos comprender que Cristo es la justicia de Dios, que El desea ser nuestra justicia y que solamente en El, quien es nuestra justicia, podemos ser justificados. Luego este Espíritu buscador nos convenció de juicio (vs. 8-11). El universo no carece de gobierno. El universo está bajo el gobierno de Dios y habrá un juicio. La gente tiene libertad de pecar, pero deben comprender que algún día el Señor los juzgará. En realidad, el juicio del lago de fuego está reservado para Satanás. Si no nos arrepentimos del pecado de estar en Adán y si no creemos en Cristo, el Hijo de Dios, y lo aceptamos como nuestra justicia, permaneceremos en el pecado y tendremos parte en el juicio de Satanás por la eternidad (Mt. 25:41). Cuando el Espíritu nos convenció de pecado, de justicia y de juicio, comprendimos plenamente nuestra posición y nuestra necesidad. Entonces nos arrepentimos y quisimos volvernos a Dios y recibir a Cristo.
Este es el primer aspecto de la santificación divina, tal como es revelado en 1 Pedro 1:2. Este aspecto de la santificación efectuada por el Espíritu ocurre antes de obedecer y ser rociados con la sangre de Cristo. Este aspecto de la santificación, el cual ocurre antes de que nos arrepintiésemos y creyésemos en Cristo, tiene como fin encontrar al pueblo que Dios había perdido y hacerlos volver, a fin de que sean santificados y lleguen a ser hijos de Dios.
Lo anterior puede verse plenamente en Efesios 1:4-5. El versículo 4 dice que Dios nos escogió para que fuésemos santos. Luego, el versículo 5 dice que al escogernos El nos predestinó, nos marcó, para filiación. Así que, la santificación es un paso de preparación para hacernos hijos de Dios. Está muy relacionada con la economía de Dios y con la filiación que El lleva a cabo. La santificación no está aislada, sino que está relacionada con la economía de Dios desde la eternidad y con la filiación en la esfera del tiempo.
Desde el momento en que fuimos llamados, la santificación del Espíritu comenzó a obrar con miras a la filiación que Dios efectúa. Esta santificación, esta filiación todavía se está llevando a cabo. Se ha estado efectuando desde hace veinte siglos, y aún no está terminada. Estamos siendo santificados desde adentro todos los días. Estamos en el proceso de ser hechos hijos. La santificación no es una perfección inmaculada, ni tampoco un asunto de posición solamente, sino algo que se lleva a cabo continuamente para hacernos hijos de Dios.
Tenemos que usar la palabra filiación para describir el proceso de la obra santificadora de Dios para hacernos hijos Suyos totalmente. Nos vemos obligados a hacer eso. Conforme la cultura progresa, surge la necesidad de tener un vocabulario más amplio para describir cosas nuevas. Hace varios años la palabra computadora no estaba en el diccionario. Hasta las computadoras mismas tienen un lenguaje propio. Todas las ciencias modernas tienen que usar palabras nuevas para describir nuevos descubrimientos. Los diccionarios siempre necesitan nuevas ediciones que contengan nuevas palabras agregadas a causa de las necesidades de la cultura. Ocurre lo mismo con el estudio de la Biblia. Los padres de la iglesia inventaron las palabras Trinidad y DiosTriuno para describir la persona de Dios como se revela en la Biblia. Ellos se dieron cuenta de que era necesario inventar estas palabras. A nosotros nos ocurre lo mismo hoy. Hemos visto algunos aspectos profundos de las verdades, y no tenemos las palabras necesarias para expresar lo que hemos visto. Por lo tanto, nos vemos obligados a inventar nuevas palabras.
¿Qué es la santificación? La santificación es la filiación que Dios efectúa. Cuando somos santificados, somos hechos hijos. Esto se basa en Efesios 1:4-5 y aún más en Hebreos 2:10-11, donde dice: “Porque convenía a Aquel para quien y por quien son todas las cosas, que al llevar muchos hijos a la gloria perfeccionase por los sufrimientos al Autor de la salvación de ellos. Porque todos, así Aquel que santifica como los que son santificados, de uno son...” El versículo 10 habla de llevar muchos hijos a la gloria, y el versículo 11 habla del Santificador y de los que son santificados. Esto demuestra que la filiación depende mucho de la santificación. Dios lleva muchos hijos a la gloria mediante la santificación de nuestra manera de ser, la cual Cristo hace en nosotros a partir de nuestra regeneración y durante toda nuestra vida cristiana. La santificación todavía está siendo llevada a cabo porque aún no hemos entrado totalmente en la gloria. La plenitud de entrar en la gloria será la plenitud de la santificación efectuada por Dios.
El primer aspecto de la santificación consiste en la búsqueda que el Espíritu hace de nosotros para conducirnos de nuevo a Dios. Nos habíamos perdido en el pecado, pero Dios el Espíritu nos buscó y nos devolvió a Dios. Eramos como el hijo pródigo de Lucas 15, quien llegó a ser un miserable pordiosero cuya condición de cierto no correspondía a la de su rico padre, y por ende, no era digno de entrar en la casa de su padre. Así que, el Padre le dio otra vestidura. Cambiarle las vestiduras significa redimirlo. El Padre le dio a su hijo el mejor vestido y le puso un anillo en la mano y sandalias en los pies, lo cual representa la redención.
Hebreos 13:12 dice que nosotros, los elegidos de Dios, fuimos santificados por la sangre de Cristo. Es verdad que el Espíritu nos condujo de nuevo a Dios, pero estábamos llenos de pecado, por lo cual Dios nos aplicó la sangre de Cristo. En realidad, Cristo ya había efectuado la redención. Esto es tipificado por el hecho de que el vestido ya había sido confeccionado para el hijo pródigo. El padre dijo a sus esclavos que trajeran el mejor vestido (Lc. 15:22). El artículo definido se refiere a una prenda especial preparada para este propósito y este momento, lo cual muestra que la redención efectuada por Cristo ya había sido dispuesta. Cuando un pecador regresa al Padre mediante la búsqueda cuidadosa del Espíritu, Dios el Padre le aplica la redención efectuada por Cristo, que es el ser rociados con la sangre de Jesucristo (1 P. 1:2).
Ahora el pecador no sólo ha regresado, sino que tiene la posición para recibir el mejor don de Dios. Este don es tipificado por el becerro engordado. Después de que el Padre le puso el mejor vestido al hijo pródigo cuando éste regresó, ordenó a los esclavos que mataran el becerro engordado, una provisión para que su hijo fuera satisfecho. Cuando creímos en Cristo, Dios nos aplicó la redención efectuada por Cristo; en ese momento Dios entró en nosotros como el Espíritu para regenerarnos, para hacernos una nueva creación. Sin embargo, debemos comprender que la obra de Dios al hacernos una nueva creación comienza con nuestra regeneración y sigue adelante en la santificación. A partir de nuestra regeneración, el Dios Triuno ha continuado Su obra de renovación en nosotros santificándonos en nuestra manera de ser.
La santificación que el Espíritu efectúa en nuestra manera de ser constituye el aspecto final de la santificación. La santificación mediante la sangre de Cristo fue un asunto de posición. Nosotros éramos pecadores y estábamos en Adán, pero la redención efectuada por Cristo nos quitó de Adán y nos puso en Cristo (1 Co. 1:30). Esto representó un cambio en nuestra posición. Fuimos quitados. Ser redimido significa ser quitado. Cuando una hermana va a comprar frutas, quita las frutas del mercado y las lleva a su cocina. Esto constituye un cambio de posición.
El padre vistió al hijo pródigo con el mejor vestido, lo cual fue algo externo y tenía que ver con su posición. Sin embargo, también le dio a comer el becerro engordado, lo cual fue algo interno y tenía que ver con su manera de ser. Antes de irse a trabajar, uno se viste, lo cual es algo exterior, y come algo que le sustente interiormente. El vestirse es un asunto de posición y el comer es un asunto posición, propia de nuestra manera de ser. La ropa cambia nuestra posición para que podamos ir a trabajar. Luego necesitamos comer algo que nos sustente por dentro. La sangre de Cristo nos cambió de posición para santificarnos y eso representa el aspecto particular de la santificación efectuada por Dios, y dicho aspecto tiene que ver con nuestra posición. Luego Dios nos regenera para hacernos una nueva creación, y eso constituye el principio de nuestra santificación que el Espíritu efectúa en nuestra manera de ser. Ser hechos una nueva creación comienza cuando somos regenerados, continúa a lo largo de nuestra vida cristiana, y es efectuado por la santificación que el Espíritu efectúa en nuestra manera de ser.
La santificación en nuestra manera de ser es continuación de la obra regeneradora en los creyentes. La regeneración no es una graduación sino un nacimiento, un comienzo. Después de nacer, necesitamos crecer. Nuestro nacimiento es nuestra regeneración, y nuestro crecimiento es nuestra santificación en nuestra manera de ser. Dios ahora está santificando lo que El engendró. Dios nos engendró (Jn. 1:12-13), y ahora necesitamos crecer. Todos somos hijos de Dios, pero nuestra edad y desarrollo espirituales son diferentes. El Espíritu nos renueva al santificarnos a fin de que crezcamos en vida.
Me gustaría dar un ejemplo que nos ayudará a entender el significado de la santificación que el Espíritu efectúa en nuestra manera de ser. Supongamos que un hermano le dice algo a su esposa. Más tarde, el Espíritu que santifica quizá le pregunte: “¿Le hablaste a tu esposa de una manera santa?”. Sin duda el hermano se arrepentirá y confesará así: “Señor, no hablé de una manera santa y renovada, sino de una manera natural y común”. El Espíritu está santificando a este hermano con respecto a la manera en que le habla a su esposa. Mientras el Espíritu que santifica corrige a este hermano, le infunde e imparte más del elemento del Dios Triuno para constituirlo.
El Espíritu no sólo nos corrige sino que también nos constituye. La corrección es externa, pero la alimentación es algo interno. Las correcciones externas pueden hacer que modifiquemos un poco nuestras obras y acciones, pero por dentro seguimos igual. La santificación del Espíritu no es así. El Espíritu primero nos corrige exteriormente y luego nos suministra interiormente el elemento divino, infundiéndonos las riquezas de Cristo y constituyéndonos con ellas. La verdadera santificación consiste en corregir más constituir. Digo esto basándome en más de sesenta años de experiencia en el Señor.
Aún en estos días el Espíritu que santifica me ha corregido y constituido mucho. Un hermano que actúa conforme a su manera de ser quizá sea iluminado por el Señor y ore así: “Señor, perdóname. Todavía actúo conforme a mi manera de ser natural y no conforme al Espíritu”. Mientras es corregido, este hermano también recibe el suministro de las riquezas de Cristo y es constituido con ellas. El Espíritu nos santifica, no sólo corrigiéndonos, sino también suministrándonos Sus constituyentes, Sus riquezas, Su elemento divino. Mientras más oramos y confesamos ante el Señor, más suministración recibimos. Este es el significado de la obra santificadora que el Espíritu efectúa en nuestra manera de ser.
El Espíritu nos santifica en relación a nuestra manera de ser con el fin de llevar a cabo la renovación de los creyentes para que sean la nueva creación de Dios (Tit. 3:5; Ro. 12:2b; 2 Co. 4:16). Tito 3:5 habla del lavamiento de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo. La renovación del Espíritu Santo continúa el lavamiento de la regeneración. En otras palabras, la renovación es continuación de la regeneración. Cuando el Espíritu nos santifica, no sólo nos corrige sino que también nos renueva. La renovación necesita la adición de una nuevo elemento. Por tanto, la renovación es continuación de la nueva obra creadora de Dios, y renovación es sinónimo de santificación.
La santificación que el Espíritu efectúa en nuestra manera de ser consiste también en efectuar la obra transformadora que el Señor hace en los creyentes (2 Co. 3:18; Ro. 12:2b). Romanos 12:2b dice que seremos transformados mediante la renovación. Por consiguiente, la renovación es continuación de la regeneración, y la transformación es resultado de la renovación. Esto muestra que la transformación también está relacionada con la santificación. La santificación que el Espíritu efectúa en nuestra manera de ser es llevada a cabo mediante la renovación, produciendo la transformación. Tanto la renovación como la transformación son parte del proceso de la santificación.
En 1 Tesalonicenses 5:23 Pablo expresa el deseo de que todo nuestro ser sea santificado, es decir, llevado en plenitud a la gloria. Cuánto estamos en la gloria depende de cuánto hemos sido santificados. Estamos en vías de ser llevados a la gloria mediante la obra santificadora del Espíritu. Mientras más somos santificados, más entramos en la gloria. Ser totalmente santificados no sólo en nuestro espíritu sino también en nuestra alma y nuestro cuerpo significa que todo nuestro ser es totalmente reconstituido con el elemento divino. Nuestro espíritu, alma y cuerpo será reconstituido, totalmente santificado, lo cual será nuestra glorificación.
La santificación es el proceso gradual de la glorificación. Cuanto más somos santificados, más somos hechos santos y más sentimos que estamos en la gloria. Cuando el Espíritu nos corrige, El nos suministra y transmite todas las riquezas de Cristo para santificarnos. Entonces tenemos el sentir de que somos glorificados. Por tanto, la santificación da consumación a la glorificación de los creyentes.
Por último, la santificación que el Espíritu efectúa en nuestra manera de ser tiene como meta completar la filiación al escoger a los creyentes. Efesios 1:4-5 comprueba esto. La santificación es una filiación. La santificación es para que Dios tenga hijos. La santificación da por resultado la filiación. La santificación que disfrutamos no sólo consiste en que nuestra posición sea cambiada sino también en que nuestra manera de ser sea constituida a fin de que todo nuestro ser sea hecho hijo de Dios.