
Lectura bíblica: Tit. 3:5; Ro. 6:19, 22; 2 Co. 5:17; Gá. 6:15; 2 Co. 4:16-17; Ro. 12:2b; 2 Co. 4:10; Ro. 8:18; Ef. 4:23; Col. 3:10
Según la enseñanza del Nuevo Testamento, la salvación gira en torno de la santificación. En el mensaje anterior vimos que la santificación es la línea sustentante en el cumplimiento de la economía divina, y que esta línea comienza a partir de la santificación efectuada por el Espíritu que nos busca. La búsqueda que el Espíritu hace de nosotros es la obra inicial del Espíritu que santifica. Por medio de la santificación Dios lleva a cabo Su economía.
Dios planeó una economía conforme a Su deseo. Después de planear Su economía, El actuó para llevarla a cabo. En esta economía, Dios con todo propósito nos escogió para que fuésemos santos, predestinándonos para filiación (Ef. 1:4-5). Dios nos escogió con el fin de hacernos santos para filiación, es decir, hacernos santos para que seamos Sus hijos. Dios desea que el hombre sea santificado para la filiación, y El lleva a cabo la filiación mediante la santificación.
Después de efectuar la elección, Dios creó el universo con el hombre como centro. Sin embargo, después de la creación el hombre cayó, y Dios aplicó en el Antiguo Testamento la redención con anticipación. Luego, en la era neotestamentaria, Dios se encarnó llegando a ser hombre, y este hombre es el Dios-hombre. Dios se hizo hombre para ser nuestro Pastor. Lucas 15 primero habla de que el pastor vino (vs. 1-7). Esto denota la encarnación de Dios. El Pastor vino cuando Dios se hizo hombre, así que este pastor es el Dios-hombre.
Dios no sólo se hizo hombre para pastorearnos. En Lucas 15 El, además, es la mujer que busca una moneda que se le había perdido (vs. 8-10). De cien ovejas, una se perdió, así que el pastor salió a buscarla. La oveja perdida que el pastor salió a buscar era la moneda perdida que la mujer buscaba. Por un lado, El es el Dios-hombre, el Pastor que murió por nosotros en la cruz. Por otro lado, El es la mujer, el Espíritu Santo, quien enciende la lámpara y barre la casa buscando cuidadosamente la moneda perdida. Esto representa cómo el Espíritu ilumina nuestro corazón y busca y limpia nuestro ser interior. Al final, la mujer encontró la moneda perdida. Cristo, en Su primer aspecto, es el Pastor. Cristo, en Su segundo aspecto, es el Espíritu (2 Co. 3:17). El es el Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). En Su encarnación El llegó a ser el Pastor. En Su resurrección El llegó a ser el Espíritu. Este Espíritu es el que viene a buscarnos.
La salvación comienza cuando el Espíritu nos encuentra. Encontrarnos es el primer paso de la obra santificadora que el Espíritu efectúa. La obra santificadora del Espíritu continúa en nosotros hasta que somos glorificados. Por tanto, la santificación que el Dios Triuno lleva a cabo es la línea sustentante de la salvación divina y también la línea sustentante de nuestras experiencias espirituales. La primera experiencia de nuestra salvación fue la santificación buscadora efectuada por el Espíritu. El hijo pródigo de Lucas 15 volvió en sí y se arrepintió debido a que la mujer, la cual tipifica al Espíritu, lo iluminó y lo encontró (vs. 17-20a). Nuestro arrepentimiento se debe a que el Espíritu nos encontró, y al encontrarnos, nos santificó. El hecho de que el Espíritu nos haya encontrado fue la causa, y nuestro arrepentimiento fue el resultado. Nuestra experiencia final de la santificación será nuestra glorificación, la transfiguración y redención de nuestro cuerpo vil. Somos redimidos primero en nuestro espíritu, después en nuestra alma y al final, en nuestro cuerpo (Ro. 8:23b). La redención de nuestro cuerpo constituye la filiación plena que Dios efectúa.
Después de arrepentirnos, creímos y fuimos regenerados. La regeneración es el paso inicial de la santificación que el Espíritu efectúa en la manera de ser de los creyentes. La santificación sigue a la regeneración y se continúa por toda nuestra vida cristiana hasta que nuestro cuerpo sea redimido.
Este Espíritu que nos santifica es el Espíritu que nos sella (Ef. 1:13). El nos sella para la redención de nuestro cuerpo. Efesios 4:30 dice que fuimos “sellados para el día de la redención”. De joven pensaba que la palabra para significaba “hasta”, lo cual podría significar que el Espíritu nos sellaría hasta que nuestro cuerpo fuera redimido. Esto, sin embargo, es incorrecto. Para no significa “hasta” sino “dar por resultado”. El hecho de que el Espíritu nos selle da por resultado la redención de nuestro cuerpo. Hasta tiene que ver con el tiempo. Para, sin embargo, se refiere al resultado. El hecho de que el Espíritu nos selle da por resultado la redención de nuestro cuerpo, lo cual constituye la filiación plena a la cual entraremos cuando seamos glorificados. Después de la regeneración sigue la santificación, la cual comprende la renovación, la transformación, la conformación y la glorificación.
La renovación es una obra muy detallada. Tito 3:5 muestra cómo la santificación es continuación de la regeneración. Este versículo dice que Dios nos salvó mediante el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo. La regeneración es un gran lavamiento. Fuimos creados como el viejo hombre, y el viejo hombre cayó. Incluso lo mejor del viejo hombre es sucio y está contaminado. Ha sido contaminado con el pecado, Satanás, el mundo y la carne. Así que Dios vino a salvarnos mediante la regeneración, y con el lavamiento de esta regeneración se desvanecen la vieja creación con el pecado, Satanás, el mundo y la carne.
Este lavamiento necesita ser continuado. Cada mañana dedicamos algún tiempo a bañarnos, pero durante el día nos lavamos una y otra vez. Por fuera, nos lavamos las manos y la cara, y por dentro nos lavamos al beber agua. El lavamiento debe ser continuado. La regeneración es un gran lavamiento, y nuestra santificación lo continúa. La renovación constituye el primer paso de esta continuación de nuestra santificación.
La renovación es el transcurso de la santificación en cuanto a la manera de ser de los creyentes que es efectuada dentro de ellos. Romanos 6:19 y 22 comprueban que esta santificación se está llevando a cabo. La santificación es una clase de renovación, y esta renovación se lleva a cabo cada día y a cada momento a lo largo de nuestra vida cristiana. El versículo 19 dice que debemos presentar nuestros miembros “como esclavos a la justicia para santificación”. Esto quiere decir que no debemos permitir que los miembros de nuestro cuerpo hagan nada injusto. Presentar los miembros de nuestro cuerpo a la justicia da por resultado santificación. El versículo 22 dice que esta santificación nos lleva a la vida eterna. En los versículos del 19 al 22 se habla de la justicia, la santificación y la vida eterna. ¿Cómo podemos alcanzar la vida eterna? Tenemos que presentar nuestro cuerpo físico de muchas maneras a la justicia, lo cual producirá santificación. Luego la santificación nos conduce a la vida eterna.
Temprano por las mañanas debemos orar así: “Señor, gracias por este día. Me presento como holocausto para que seas satisfecho. Señor, guárdame todo el día”. Esto producirá santificación y la santificación nos llevará a la vida eterna. Romanos 6:19 y 22 nos muestran una renovación continúa, una santificación continúa. Santificación es una palabra general y renovación es una palabra específica. En la santificación tenemos la renovación todos los días.
En 2 Corintios 5:17 dice: “De modo que si alguno está en Cristo, nueva creación es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas”. Por un lado, Dios hizo la nueva creación. En la salvación efectuada por Dios todo fue hecho de una sola vez por todas, pero aún se necesita que lo que fue hecho sea aplicado y continuado. Según 2 Corintios 5:17, ante los ojos de Dios ya somos una nueva creación. Sin embargo, en nuestra experiencia todavía no somos totalmente nuevos. En nuestra experiencia se lleva a cabo un proceso.
En muchos aspectos todavía somos viejos. La finalidad del entrenamiento de tiempo completo es ayudarnos no sólo a saber más sino también a ser renovados. Todo lo que nos rodea debe de ayudarnos a ser renovados. Toda corrección interna es una renovación. Todo ajuste interno es una renovación. Necesitamos ser corregidos y equilibrados.
Es posible que antes de abandonar el lugar donde trabajamos no volvamos la silla a su posición original bajo el escritorio, o que no devolvamos los libros al lugar de donde los tomamos. Tal vez dejemos todo en desorden, lo cual demuestra que no estamos muy renovados. Cuando somos corregidos una y otra vez, somos renovados una y otra vez. Cuando abandonemos el lugar donde trabajamos, nada debe quedar en desorden, sino que todo debe estar bajo Cristo, quien es la Cabeza. Necesitamos ser renovados en muchos detalles pequeños. Toda corrección es una renovación. Esta renovación tiene como fin llevar a su consumación la intención que Dios tiene de hacer de los creyentes Su nueva creación.
Muchos somos muy rudos; no somos delicados. En 1935 un colaborador y yo nos hospedamos en el mismo lugar en Shanghái. Debido a que el lugar donde nos quedamos no contaba con instalaciones modernas, teníamos que ir a la cocina cuando necesitábamos agua para lavarnos. Al traer agua de la cocina a mi cuarto, tenía que pasar a un lado de la cama de mi compañero. Al pasar cerca de su cama, derramé unas gotas en su cama, lo cual me preocupó. Sequé la cama, pero no estuve tranquilo hasta que vi al hermano y le pedí disculpas. Esto ocurrió varias veces mientras estábamos juntos. Al final, él dijo: “Lo peor es pecar y no confesarlo. Lo mejor es no pecar. Cometer errores y disculparse está entre lo peor y lo mejor”. Me sentí desanimado y le dije al Señor: “Nunca podré ser el mejor. Lo único que puedo hacer es confesar cuando cometa un error”. La experiencia que tuve con ese hermano me renovó. Si hubiese sido descuidado, pude haber derramado un poco de agua en la cama de ese hermano sin haberme sentido preocupado. Sin embargo, si nos comportamos descuidadamente, no seremos renovados. Espero que podamos aprender a ser delicados. Tenemos que ser adiestrados en la verdad y en la vida de esta manera.
Lavarse es un trabajo delicado. Para que nuestras manos queden limpias, es necesario lavárselas muy bien con agua y jabón. En nuestra experiencia, la renovación es una obra muy delicada. Debemos ser lavados y renovados muy detalladamente. Al apartarnos de nuestro escritorio, no debemos dejarlo en desorden, totalmente desarreglado. Al dejar de trabajar, debemos limpiar nuestro escritorio y dejar todo en orden. Dejar nuestro escritorio desarreglado es señal de que todavía estamos en vejez; debemos ser renovados. Un hombre renovado no debería vivir de esa manera.
Hace varios años un hermano me acompañó a las Filipinas. Cierto día unas hermanas asearon el cuarto de ese hermano, y quedaron mal impresionadas ya que ese cuarto era un desorden. Encontraron un calcetín en una taza sobre el escritorio. Al hablar con ese hermano le dije: “Somos obreros del Señor. ¿Cómo puedes trabajar para el Señor siendo tan desordenado?”. Si somos descuidados en nuestro modo de vivir, también lo seremos al estudiar la Biblia. Este hermano no era un nuevo hombre. Un nuevo hombre debe ser renovado, regulado, corregido. Todos nuestros errores pertenecen a nuestra vejez. ¿Por qué nos comportamos de manera incorrecta? Porque somos viejos. Un hombre nuevo nunca se comporta de manera incorrecta. Un hombre nuevo siempre es amable, delicado y cuidadoso, especialmente en sus relaciones con los demás.
Incluso con respecto a nuestra habitación, debemos aprender la lección de mantener todo en orden. Para experimentar una adecuada renovación y así crecer en vida, tenemos que ser muy cuidadosos. A menudo, después de pasar un buen tiempo con el Señor en oración, nos volvemos cuidadosos. El tiempo que pasamos con el Señor nos restringe. Si no oramos, podemos ser descuidados y rudos. En cambio, después de orar no tenemos paz para hacer ciertas cosas. Esto está relacionado con nuestra experiencia. Nuestro crecimiento en la vida del Señor puede verse en lo cuidadoso que seamos. Ser muy burdo o muy apresurado al hacer las cosas no corresponde con la vida del nuevo hombre.
En 2 Corintios 4:16-17 dice: “Por tanto, no nos desanimamos; antes aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria”. La palabra desgastar significa “ser consumido”. Nuestro hombre exterior se está consumiendo, pero nuestro hombre interior se está renovando. Dios lava y renueva nuestro viejo hombre al consumir nuestro viejo hombre. Mientras más seamos consumidos, más seremos renovados.
Lamentablemente, he visto que muchos santos son consumidos sin ser renovados. He visto a muchos hermanos negociantes cometer errores y perder mucho dinero. Sufrieron mucho, pero no crecieron en vida. En realidad, cada pérdida debe consumirnos por un lado, y por otro, debe servir para que nuestro hombre interior sea renovado. Debemos ser lavados mediante nuestros sufrimientos. Ser lavado equivale a ser renovado, y ser renovado equivale a ser transformado.
El hecho de sufrir por causa de nuestro compañero de cuarto debe consumir nuestro ser exterior a fin de que nuestro hombre interior pueda ser renovado. Quizá alguien sea muy orgulloso, así que Dios lo pone con un compañero que no le gusta. Cada día este compañero es un instrumento para consumir al otro. Dios lo pone a uno con alguien así para que seamos renovados. Dios también le da a uno cierta esposa para consumirlo a uno a fin de que nuestro hombre interior sea renovado. Si un hermano está siendo renovado a pesar del comportamiento de su esposa, no se quejará. En esto consiste el verdadero crecimiento en vida.
Romanos 12:2b dice que debemos ser transformados por medio de la renovación de la mente. Este es un proceso diario, y no un asunto que se realice de una sola vez y para siempre. Nuestra vida conyugal es parte de este proceso en el cual somos transformados. Ningún marido en el mundo es perfecto, y ninguna esposa es totalmente satisfactoria. En términos humanos, necesitamos ser equilibrados. En términos espirituales, necesitamos ser renovados. Las personas renovadas no se quejan porque creen en la soberanía de Dios. Quizás las cosas vayan mal, pero de todos modos el Señor nos bendecirá. Mientras tengamos la bendición de Dios, todo será para nuestro bien, es decir, para nuestra transformación y conformación final (Ro. 8:28-29). Todos nosotros tenemos que aprender la lección de ser procesados todos los días y cada hora al ser consumidos y renovados.
Nuestra renovación produce una transformación metabólica. En el metabolismo, un elemento nuevo reemplaza a uno viejo. Nuestra renovación siempre es una transformación. Después de un tiempo otros podrán ver alguna renovación en nosotros. Esto significa que existe una nueva situación en nosotros, en nuestra vida y en nuestra conducta. Necesitamos ser renovados en todos los detalles de nuestra vida cotidiana.
Dios tiene el propósito de consumir nuestro cuerpo de pecado. Si nuestro ambiente fuera muy confortable y si todo fuera muy satisfactorio para nosotros, debemos tener la certeza de que pecaríamos más. El hecho de ser consumidos nos restringe de pecar. Nuestro cuerpo pecaminoso y el alma que lo motiva cooperan entre sí para hacer lo malo. El alma motiva nuestro cuerpo. Sin el alma, el cuerpo está muerto. En realidad, el alma es el hacedor que motiva al cuerpo maligno. Por eso Dios dispone ciertas circunstancias que nos consuman. El puede usar nuestra debilidad y enfermedad para consumirnos.
El efecto que en nosotros tiene la muerte de Cristo nos ayuda a comprender y aceptar el ser consumidos. En 2 Corintios 4:10 dice: “...llevando en el cuerpo siempre por todas partes la muerte de Jesús”. Necesitamos experimentar la muerte de Cristo. Tenemos cierto compañero de cuarto porque necesitamos ser muertos. Una esposa tiene cierto marido porque necesita ser muerta. Según Dios dispuso, no debe haber divorcio. Debemos tomar la muerte de Jesús y así seremos renovados y transformados.
La obra detallada llevada a cabo por la santificación efectuada en nosotros por el Espíritu santificador por último produce nuestra glorificación (2 Co. 4:17; Ro. 8:18). El grado al cual experimentemos la gloria del Señor depende de cuánto hayamos sido consumidos, de cuánto hayamos sufrido. Nuestros sufrimientos tienen mucha importancia en el propósito de Dios. Todos nuestros sufrimientos ayudan a nuestra glorificación. La glorificación es el resultado de que seamos consumidos, de nuestro sufrimiento. Romanos 8:18 indica que si queremos ser glorificados tenemos que sufrir. El sufrimiento es una condición, un arreglo espiritual que Dios hizo con nosotros. Tenemos que pagar el precio de sufrir para ser glorificados.
Todo esto tiene que ver con el asunto de ser renovados. Entre el pueblo de Dios, los que sufren son nuevos. A los que siempre disfrutan de riquezas, de buena salud y de una situación excelente, les va bien desde el punto de vista material y físico, pero espiritualmente están viejos. Los que sufren, día tras día son diferentes porque están siendo renovados. Debemos experimentar la muerte de Jesús para poder entrar en Su resurrección.
La renovación es efectuada en el espíritu de nuestra mente (Ef. 4:23). Nuestro espíritu se está extendiendo a nuestra mente. Romanos 8:6 dice que debemos poner la mente en el espíritu. Por último, nuestro espíritu entra en nuestra mente. El hecho de que nuestro espíritu entre en nuestra mente y el de poner la mente en el espíritu son una sola cosa. En ese espíritu somos renovados todo el día. Todo el día debemos poner la mente en el espíritu, y necesitamos un espíritu fuerte que pueda invadir nuestra mente, entrar en nuestra mente, de modo que nuestro espíritu y nuestra mente sean una sola entidad. Entonces el espíritu y no la mente tomará el mando.
La renovación efectuada por el Espíritu santificador tiene su consumación en la madurez de nuestro nuevo hombre. Colosenses 3:10 dice: “Y revestido del nuevo, el cual conforme a la imagen del que lo creó se va renovando hasta el conocimiento pleno”. Esta es una palabra muy rica y todo-inclusiva. Por un lado, nos vestimos del nuevo hombre; por otro, el nuevo hombre se va renovando. Esto da por resultado el conocimiento pleno conforme a la imagen del que nos creó. El nuevo hombre fue creado en nuestro espíritu y está siendo renovado en nuestra mente hasta el conocimiento pleno conforme a la imagen de Cristo. Esta renovación corresponde a la imagen de Dios, así que nos moldea a la forma de Dios. Por último, la renovación dará por resultado nuestra conformación, haciéndonos tener la apariencia de Dios.