
Lectura bíblica: Mt. 1:18b, 20b; 3:11c; 28:19; Mr. 1:8; Lc. 3:16; Jn. 1:33; Mt. 3:16b; Lc. 3:22; Jn. 1:32; Mt. 4:1; Lc. 4:1b; Mt. 10:20; Mr. 13:11; Lc. 12:12; Mt. 12:18, 28a; 25:4, 8-9; Mr. 1:12; Lc. 1:15b, 41b, 67, 35; 2:27-29, 25-26; 4:1a, 14a; 11:20; 24:19; 4:18a; 11:11-13; 15:8; Jn. 3:5-6, 8, 34; 6:63; 7:38-39; 14:16; 15:26a; 16:7; 14:17a; 15:26b; 16:13a; 14:17b, 26; 15:26c; 16:8, 13-15; 20:22
En el mensaje 5 vimos las funciones del Espíritu en el Antiguo Testamento. En este mensaje veremos las funciones del Espíritu presentadas en los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento. En el Nuevo Testamento se nos revela muchas más funciones del Espíritu que en el Antiguo Testamento. El Evangelio de Juan nos revela más aspectos del Espíritu que los evangelios sinópticos, los cuales son Mateo, Marcos y Lucas. Estos tres evangelios son llamados sinópticos debido a que existen muchas afinidades entre ellos.
La primera función cumplida por el Espíritu en el Nuevo Testamento es la de engendrar (Mt. 1:18b; 20b). Mateo 1:20b dice: “Porque lo engendrado en ella, del Espíritu Santo es”. Lo que se engendró en el vientre de María era del Espíritu Santo. El Espíritu Santo es el Espíritu que engendra. El Dios Triuno completo vino a ser engendrado del Espíritu en el vientre de María. ¡Dios fue engendrado en el hombre! ¡Ésta es la más grande maravilla y milagro de todo el universo! Desde el primer día del embarazo de María, Dios mismo estaba en su vientre y, conforme al principio natural de la creación de Dios, Él permaneció allí por nueve meses. Mateo 1:18 y 20 indica que la esencia divina procedente del Espíritu Santo, fue generada en el vientre de María antes de que ella diera a luz al niño Jesús.
El Espíritu también cumple la función de bautizar (Mt. 3:11c; 28:19; Mr. 1:8; Lc. 3:16; Jn. 1:33). Sin embargo, conforme a la Palabra, no es el Espíritu el que bautiza, sino que es Cristo o Sus discípulos, los creyentes. Entonces, ¿por qué decimos que es el Espíritu quien cumple la función de bautizar?
Mateo 28:19 nos instruye a bautizar a las naciones en el Dios Triuno, quien tiene Su consumación en el Espíritu. El Padre es la fuente, el Hijo es el canal y el Espíritu es la consumación. Cuando tenemos al Espíritu como la consumación del Dios Triuno, experimentaremos al Padre como fuente y al Hijo como canal. Así pues, si tenemos al Espíritu, también tendremos al Hijo y al Padre. Por tanto, ser bautizado en el Dios Triuno equivale a ser bautizado en el Espíritu, quien es la consumación del Dios Triuno (1 Co. 12:13).
Aquel en quien uno es bautizado tiene mucha más importancia que aquel que lo bautiza. Aquel en el cual somos bautizados es más importante porque somos mezclados con Él en el bautismo. Así pues, ser bautizados en el Espíritu significa que el Espíritu se mezcla con nosotros. Cuando el Espíritu nos introduce en Sí mismo, entramos en una unión orgánica con el Dios Triuno. Esta unión orgánica con el Dios Triuno no se lleva a cabo por el que nos bautiza, sino en virtud del elemento en el cual somos bautizados.
Cuando salimos a predicar el evangelio, bautizamos a la gente en el Dios Triuno, quien en Su consumación es el Espíritu. Por medio de dicho bautismo, el Espíritu se mezcla con el que ha sido bautizado, haciéndose uno con él. Esto crea una unión orgánica. Así pues, en el bautismo el que es bautizado se mezcla con el Dios Triuno, y cuando decimos que el Espíritu tiene esta función de bautizar, esto es lo que queremos dar a entender.
El Espíritu cumple también la función de cernirse para ministrar (Mt. 3:16b; Lc. 3:22; Jn. 1:32). Así como en Génesis 1:2 el Espíritu se movía con el propósito de producir vida, en el Nuevo Testamento la paloma descendió sobre Jesús y se cernió sobre Él a fin de que llevara a cabo Su ministerio. Estos dos pasajes en cuanto al Espíritu que se cierne muestran que el ministerio de Jesús era para producir vida. El ministrar de Cristo tiene como meta producir vida. Así pues, después de haberse cernido sobre Jesús, Él comenzó a ministrar y Su ministerio tenía como meta producir vida, impartir vida a todos los que tenían contacto con Él.
Después que el Espíritu se cierne, Él los guía (Mt. 4:1; Lc. 4:lb). La función de guiar desempeñada por el Espíritu en el Nuevo Testamento es en relación con Jesús. Primero, el Espíritu se cernió sobre Él a fin de que llevara a cabo Su ministerio que produce vida. Luego, este mismo Espíritu que se cernió sobre Él, llegó a ser el Espíritu que lo guía. Dicho Espíritu condujo a Jesús a llevar a cabo Su ministerio con el objetivo de producir vida.
El Espíritu tiene la función de hablar en los creyentes (Mt. 10:20; Mr. 13:11; Lc. 12:12). No es fácil encontrar en el Nuevo Testamento un versículo en el cual diga que el Espíritu hablaba en Jesús. Esto se debe a que Jesús es absolutamente uno con el Espíritu. Así pues, cada vez que Jesús habló, el Espíritu habló.
Sin embargo, cuando se trata de nosotros es un poco distinto. En 1 Corintios 6:17 dice que nos hemos unido al Señor y que somos un solo espíritu con Él. Nuestra experiencia debiera llegar a tal punto que todo cuanto hagamos es Dios quien lo hace. Es decir, el pueblo escogido de Dios, mediante Cristo y en el Espíritu puede llegar a esta destinación, la de poder ser uno con Dios. Pablo dijo que para él el vivir era Cristo (Fil. 1:21a), lo cual es como si dijera: “Para mí el vivir es Dios”. Cristo es Dios, y nosotros somos los hijos de Dios. Hacernos uno con Dios es la función y obra del Espíritu.
Debido a que nos hemos unido a Cristo, somos las partes de Cristo, somos los miembros de Cristo (1 Co. 12:12; Ro. 12:4-5; Ef. 5:30). La iglesia es el Cristo corporativo, el Cuerpo-Cristo. En 1 Corintios 12:12 Pablo nos dice: “Porque así como el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, pero todos los miembros del cuerpo, siendo muchos, son un solo cuerpo, así también el Cristo”. Dicho versículo hace referencia al Cristo corporativo, el Cuerpo-Cristo, que nos incluye a todos nosotros. En este sentido, todos somos miembros, las partes, de Cristo. Sin embargo, en nuestra vida cotidiana nuestra experiencia de ser miembros o partes, de Cristo, tal vez sea muy distinta. Si llevamos una vida por nosotros mismos, dejaremos de ser partes de Cristo en nuestra vida diaria.
Siempre que llevemos una vida por el Espíritu, tendremos la presencia del Señor. Vemos en Mateo 10:20 que Su presencia es el Espíritu cuyo objetivo es hablar. En este pasaje de la Palabra, el Señor Jesús estaba dando instrucciones a los discípulos en cuanto a la manera de afrontar persecución. Debemos encararnos con la oposición y afrontar ataques, no en nosotros mismos, sino volviéndonos a nuestro espíritu en el cual mora el Espíritu de Dios. Tenemos que confiar en el Señor, permitirle que nos guíe y dejarle que hable en nosotros.
Mateo 12:18 revela que el Espíritu es el Espíritu que anuncia. Anunciar equivale a predicar y predicar es proclamar o reportar algo. Si bien los términos predicar, proclamar, anunciar y reportar son sinónimos, existen algunas diferencias entre ellos. Por ejemplo, cuando reportamos algo, no es necesario levantar la voz; pero para anunciar tenemos que hacerlo en voz alta. En ocasiones, Cristo predicó como quien reporta algo, pero hubo ocasiones en las que Él anunciaba. Mateo 12:18 dice: “He aquí Mi Siervo, a quien he escogido; Mi Amado, en quien se complace Mi alma; pondré Mi Espíritu sobre Él, y a los gentiles anunciaré juicio”.
El Espíritu tiene la función de echar fuera los demonios. En Mateo 12:28 el Señor dijo que echaba fuera los demonios por el Espíritu de Dios y en Lucas 11:20 dijo que los echaba por el dedo de Dios. Esto nos muestra que el dedo de Dios representa al Espíritu y también muestra cuán poderoso es Dios. La nota 1 del versículo 20 en la Versión Recobro dice que ésta una expresión hebrea, e indica que a Dios le basta con un poco de fuerza para llevar a cabo algo. Así pues, para echar fuera los demonios Dios no tuvo que usar Su mano ni Su brazo, sino que simplemente usó un dedo Suyo. Por otro lado, para llevar a cabo Su obra, el Señor se vale de Su brazo (Is. 53:1; Lc. 1:51a). Además, en Juan 10:28 y 29 el Señor dice que nadie puede arrebatar a Sus ovejas de Su mano ni tampoco de la mano de Su Padre. Así pues, tenemos dos manos que nos sostienen. Sin embargo, para echar fuera los demonios, Dios sólo necesitó usar un dedo, que aquí significa el Espíritu de Dios.
El Espíritu como aceite cumple la función de llenar los vasos interiormente (Mt. 25:4, 8-9). Somos semejantes a vasos, y Aquel que nos llena es semejante al aceite. En la parábola de las vírgenes narrada en Mateo 25 el aceite representa al Espíritu. Si hemos de ser vírgenes prudentes, tenemos que comprar el aceite, esto implica estar dispuestos a pagar el precio requerido para ser llenos de la plenitud del Espíritu.
Marcos 1:12 relata que el Espíritu impulsó a Jesús al desierto. Impulsar significa lanzar o impeler. El Espíritu mandó e impelió a Cristo a que llevase a cabo Su ministerio. Muchas veces el Espíritu nos empuja e impela a realizar ciertas cosas. Por ejemplo, frecuentemente he tenido el sentir que el Espíritu me urgía, impelía, lanzaba y me llevaba. Si el Señor Jesús tuvo necesidad de que el Espíritu le impulsara, ciertamente nosotros lo necesitamos mucho más.
El Espíritu cumple la función de llenarnos exteriormente (Lc. 1:15b, 41b, 67). La palabra griega plétho se refiere al llenar exterior del Espíritu Santo. Cuando el Espíritu nos llena interiormente como el aceite al vaso, Él es el Espíritu esencial. Sin embargo, cuando somos llenos exteriormente, Él es el Espíritu económico. Ser llenos interiormente es para la esencia de la vida divina en nuestro ser, mientras que estar llenos externamente es para llevar a cabo la obra.
Según Lucas 1:35, otra función del Espíritu es la de cubrir con Su sombra. Existe cierta afinidad entre cubrir con Su sombra y cernirse. Cubrir con Su sombra es para cubrir y proteger. Cernirse no es para cubrir ni proteger, sino para producir vida. En Lucas 1:36 el ángel le dijo a María: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra”. Cuando el Espíritu vino a María, interiormente engendró en ella, mas exteriormente la cubrió con Su sombra. Así pues, por un lado el Espíritu entró en María a fin de producir y engendrar vida, y por otro, vino sobre ella para cubrirla con Su sombra y protegerla. Esto muestra que cuando el Señor Jesús fue engendrado en el vientre de María, ella no sólo tenía en su interior al Espíritu en Su aspecto esencial, sino que también tenía al Espíritu por fuera, en Su aspecto económico, que la cubría con Su sombra.
Profetizar es otra función del Espíritu. En Lucas 1:67 y 2:27-29 el uso principal de la palabra profetizar consiste en hablar por Dios y proclamar a Dios. Según su uso en el Nuevo Testamento, profetizar significa principalmente hablar por el Señor. No obstante, con el profetizar también puede haber predicción.
El Espíritu cumple la función de comunicar, revelar. Lucas 2:25-26 dice: “Y he aquí había en Jerusalén un hombre llamado Simeón, y este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel; y el Espíritu Santo estaba sobre él y le había revelado por el Espíritu Santo, que no vería la muerte antes que viese al Cristo el Señor”. El Espíritu Santo le comunicó algo a Simeón, lo cual indica que algo se le fue revelado a Él.
El Espíritu también nos llena interiormente. Lucas 4:1 dice que Jesús estaba “lleno del Espíritu Santo”. La palabra griega traducida “lleno” aquí es el adjetivo pleres. Ser lleno del Espíritu Santo es el resultado y la condición de haber sido lleno interiormente.
El Espíritu es el Espíritu que nos reviste de poder (Lc. 4:14a; 11:20; 24:49). Él es el poder con el cual predicamos el evangelio y echamos fuera demonios. En Lucas 24:49 el Señor le dijo a los discípulos: “Quedaos vosotros en la ciudad, hasta que seáis investidos de poder desde lo alto”. El poder desde lo alto se refiere al Espíritu Santo.
Lucas 4:18a dice: “El Espíritu del Señor está sobre Mí, por cuanto me ha ungido...”. Este versículo muestra que el Espíritu cumple la función de ungir. Antes de que el Espíritu de Dios descendiera y viniera sobre Jesús para ungirlo (Mt. 3:16), Jesús ya había nacido del Espíritu (Lc. 1:35), lo cual prueba que Él ya tenía el Espíritu de Dios dentro de Él. Eso fue para Su nacimiento. Sin embargo, para que llevara a cabo Su ministerio, el Espíritu de Dios tenía que descender sobre Él. Esto es el cumplimento de Isaías 61:1; 42:1; y Salmos 45:7, con respecto a la unción del nuevo Rey y la presentación a Su pueblo.
El Espíritu cumple la función de alimentar. Lucas 11:11-13 dice: “¿Qué padre de vosotros, si su hijo le pide pescado, en lugar de pescado, le dará una serpiente? ¿O si le pide un huevo, le dará un escorpión? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar buenas dádivas a vuestro hijos, ¿cuánto más el Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?”. Vemos que en este versículo el suministro de vida es representado por el pescado, el huevo y el Espíritu Santo. En el versículo 5 es representado por los panes. El Espíritu Santo representa la totalidad de los panes, el pescado y el huevo. Así pues, el Espíritu nos suministra el pan, el pescado y el huevo. Él nos alimenta.
En Lucas 15 se nos narra la parábola de una mujer que busca una moneda perdida (vs. 8-10). Dicha mujer representa al Espíritu, Aquel que busca; el Espíritu busca al pecador de la misma manera que la mujer busca cuidadosamente la moneda perdida hasta encontrarla. El Espíritu lleva a cabo una búsqueda detallada a fin de buscar a los pecadores y traerlos de regreso a Dios.
Juan 3 revela la función del Espíritu al regenerarnos (vs. 5-6, 8). Tito 3:5 hace mención del lavamiento de la regeneración y de la renovación del Espíritu Santo. En este versículo la palabra regeneración es distinta de la que se usa para nacer de nuevo. Se refiere a un cambio de un estado de cosas a otro. Nacer de nuevo es el comienzo de este cambio. El lavamiento de la regeneración se inicia con este nuevo nacimiento y tiene su continuación con la renovación del Espíritu Santo, la cual es el proceso de la creación de Dios para hacernos un nuevo hombre.
Juan 3:34 dice: “Porque el que Dios envió, habla las palabras de Dios; pues no da el Espíritu por medida”. Jesús, el Hijo de Dios, es Aquel que Dios envió. Como el enviado de Dios, Él habla las palabras de Dios. Él habla por Dios y nos da el Espíritu sin medida. Esto indica que el hablar del Señor nos da el Espíritu, es decir, Él nos da el Espíritu al hablarnos las palabras de Dios. Cuanto más hablamos las palabras de Dios, más ministraremos el Espíritu a otros. Hablar las palabras de Dios es una señal de que tenemos el Espíritu para dárselo a los demás. Esto corresponde a Juan 7:38-39, donde dice que el Espíritu fluye de los creyentes como ríos de agua viva cuando ellos hablan las palabras del Señor. Esto también se prueba en nuestras reuniones. Si no profetizamos, apagamos el Espíritu; sin embargo, cuanto más hablemos, más fluye el Espíritu. Cuando hablamos, el Espíritu está con nuestro espíritu y fluye de nosotros para suplirle a otros. ¿Cómo podemos ministrar el Espíritu a los demás? Necesitamos hablar la palabra de Dios.
En Juan 6:63 se nos dice que el Espíritu es el que da vida y la carne para nada aprovecha. El Señor explicó en dicho versículo que lo que Él daría a la gente a comer no era la carne de Su cuerpo físico, ya que ésta para nada aprovecharía. Lo que Él daría es el Espíritu que da vida, el cual es Él mismo en resurrección. Por consiguiente, el Señor como el Espíritu en resurrección cumple la función de dar vida.
Al hablar con respecto al Espíritu en Juan 7:38-39, el Señor dijo que el Espíritu fluiría de nuestro ser interior como ríos de agua viva. Así pues, el Espíritu fluye desde nuestro interior como los muchos ríos, tales como el río de paciencia, el río de santidad, el río de poder y el río de amor. El único Espíritu tiene muchos ríos, así como en Génesis 2 un río se repartió en otros cuatro ríos.
El Espíritu tiene la función de cuidar a los santos como Consolador, Ayudante, Intercesor, Consejero y Abogado (Jn. 14:16; 15:26a; 16:7). La palabra griega parákletos, en español paracleto, se refiere al que está a nuestro lado para encargarse de nuestra causa y cuidar de nuestros asuntos personales. Esta palabra puede traducirse como consolador, ayudante, intercesor, consejero y abogado. Un abogado es uno que se encarga de los casos legales. Así pues, el Señor al igual que un abogado cuida de nosotros y atiende a nuestros casos de manera cuidadosa y detallada.
El Señor Jesús fue el primer Consolador. Cuando se aproximaba Su muerte, le dijo a los discípulos que rogaría al Padre que les diera otro Consolador. En realidad, este Consolador sería el primer Consolador en una forma distinta. Cuando el Señor Jesús estaba en la carne, Él era el primer Consolador; sin embargo, hoy como el Espíritu vivificante, Él es el segundo Consolador.
El segundo Consolador es el Espíritu de verdad, el Espíritu de realidad, y como tal cumple la función de hacer que Dios, Cristo y las cosas divinas con respecto a Dios y a Cristo sean hecho real (Jn. 14:17a; 15:26b; 16:13a). El Espíritu hace que Dios sea real, que Cristo sea real, y hace que todas las cosas divinas con respecto a Dios y a Cristo sean reales. Él es la realidad de Dios, la realidad de Cristo y la realidad de todas las cosas divinas. Por ejemplo, la realidad de la santificación es el Espíritu, y el Espíritu es la realidad de todas las cosas divinas, tales como la transformación y la conformación.
Otra de las funciones del Espíritu es la de morar en nosotros (Jn. 14:17b). Tal como hemos indicado en el mensaje anterior, no es nada fácil convivir con otra persona día y noche. Sin embargo, el Espíritu tiene la habilidad de morar en nosotros y permanecer todo el tiempo con nosotros.
En Juan 14:26 el Señor dijo: “Mas el Consolador, el Espíritu Santo, a quien el Padre enviará en Mi nombre, Él os enseñará todas las cosas, y os recordará todo lo que Yo os he dicho”. Cuando el Señor habló tales palabras, Él ya les había hablado de muchas cosas a los discípulos. Pero sin el Espíritu que les recordase a los discípulos, ellos se habrían olvidado de lo que Él les había hablado. Así pues, el Espíritu no simplemente nos enseña, sino que también nos enseña al recordarnos lo que Él ya nos ha hablado. Incluso Él nos recuerda de las cosas que nos dijo hace años. Él nos enseña al recordarnos.
Enseñar y recordar, ambos conllevan el significado de dar testimonio. Juan 15:26c dice que el Espíritu da testimonio de Jesús. Éste es Su testimonio.
El Espíritu cumple la función de convencer al mundo. Juan 16:8 dice: “Cuando Él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio”. En el momento de nuestra salvación inicial, fuimos convencidos por el Espíritu de nuestros pecados, fracasos, podredumbre y corrupción. Después, el Espíritu continúa convenciéndonos de los errores que cometemos y de nuestra mala actitud. El Espíritu que mora en nosotros siempre lleva a cabo la obra de convencernos.
Juan 16:13 dice: “Cuando venga el Espíritu de realidad, Él os guiará a toda la realidad”. El Espíritu los guiará a toda la realidad o verdad. La obra que realiza el Espíritu es la de convencer al mundo, y después, como Espíritu de realidad, guiar a los creyentes a toda la realidad. Esto es hacer que todo lo que el Hijo es y todo lo que posee sea real para los creyentes.
El Espíritu da a conocer las riquezas de Cristo y hace saber las cosas que han de venir. En Juan 16:13b-15 el Señor nos dice que todo lo que el Padre tiene ha llegado a ser Suyo. Lo que Dios es, lo cual se halla incluido en todo lo que tiene, llega a ser las riquezas del Señor. Estas riquezas son transmitidas al Espíritu. Entonces, el Espíritu da a conocer todas las riquezas de Cristo a los discípulos. Dar a conocer quiere decir que las revela. El Espíritu revela las riquezas de Cristo, las cuales Cristo recibió del Padre. Las riquezas del Dios Triuno son recibidas por el Espíritu, y el Espíritu nos las da a conocer.
El Espíritu también nos hará saber las cosas que habrán de venir, las cuales son reveladas principalmente en el libro de Apocalipsis. En el libro de Apocalipsis se revela plenamente las cosas que acontecerán. Apocalipsis nos muestra el primero de los cuatro sellos de la economía de Dios, que consiste de cuatro caballos con sus jinetes (6:1-8). Estos cuatro caballos con sus jinetes representan el evangelio, la guerra, el hambre y la muerte. Todos éstos continuarán hasta el final de esta era. Después, el Señor juzgará el mundo y establecerá Su reino, que será Su reino milenario. Finalmente, vendrá el cielo nuevo y la tierra nueva junto con la Nueva Jerusalén. Nosotros estaremos allí como partes de la Nueva Jerusalén. Éstas son algunas de las cosas que habrán de venir. Es posible que sepamos de estas cosas, sin embargo, tenemos que confiar que el Espíritu nos dé una revelación viviente a fin de poder verlas.
En Juan 16:14a el Señor dijo que el Espíritu cumple la función de glorificarle a Él. Glorificar a Cristo es expresar a Cristo en el esplendor de Su divinidad. Cristo es sumamente rico en Su divinidad; sin embargo, si no fuera por el Espíritu que cumple la función de glorificarlo a Él, Sus riquezas divinas permanecerían ocultas y escondidas. Así pues, el Espíritu expresa la divinidad de Cristo como un esplendor. Gloria es la sustancia divina de Cristo expresada como esplendor. Glorificar a Cristo era a lo que se refería Pablo cuando expresó su deseo de magnificar a Cristo (Fil. 1:20). Magnificar a Cristo equivale a glorificar a Cristo, expresar espléndidamente al Cristo en Su divinidad que estaba oculto y escondido. Expresarlo en Su divinidad como esplendor en nuestras vidas es glorificarlo.
El Espíritu fue soplado en los creyentes por el Hijo en resurrección. “Sopló en ellos, y les dijo: Recibid el Espíritu Santo” (Jn. 20:22). El Espíritu Santo es en realidad el Cristo resucitado mismo, ya que este Espíritu no es otra cosa que Su aliento. Así pues, el Espíritu Santo es el aliento del Hijo. En este versículo la palabra griega traducida “Espíritu” es pnéuma, y dicha palabra puede traducirse aliento, espíritu y viento. Por tanto, este versículo puede traducirse: “Recibid el aliento Santo”. En el día de Su resurrección, el Señor Jesús se sopló a Sí mismo como el aliento santo en Sus discípulos. El Espíritu en Su aspecto esencial, el cual nos llena, es nuestro aliento para que lo inhalemos.