
Lectura bíblica: 2 Co. 1:21-22; 3:3, 6, 8, 17, 18b; 13:14; Gá. 3:14; 5:16, 18, 22, 25; Ef. 2:18; 3:16; Fil. 1:19
En el mensaje 8 abordamos las funciones del Espíritu en Romanos y en 1 Corintios. En este mensaje veremos las funciones del Espíritu presentadas en 2 Corintios, Gálatas, Efesios y Filipenses.
El Espíritu cumple la función de ungir, sellar y darse como arras (2 Co. 1:21-22; 5:5; Ef. 1:13-14; 4:30). Somos ungidos con el Espíritu como el ungüento compuesto. En Éxodo 30 se nos presenta claramente un cuadro del Espíritu todo-inclusivo como el ungüento compuesto. El ungüento con el cual Dios nos unge es el propio Dios Triuno procesado y consumado. Antes de que Dios fuera procesado y consumado, Él sólo poseía divinidad, no tenía humanidad ni había pasado por los procesos de Su vivir humano, Su muerte todo-inclusiva, Su resurrección y Su ascensión. Sin embargo, hoy Dios ha sido procesado y consumado y ha llegado a ser el Espíritu compuesto y todo-inclusivo, el cual está tipificado por el ungüento compuesto.
Tal como hemos visto en el mensaje 2, los ingredientes de este ungüento compuesto tipifican todos los elementos de la persona y la obra de Cristo, los cuales se hallan incorporados en el Espíritu compuesto. El aceite del ungüento representa al Espíritu de Dios con Su divinidad. A este Espíritu con el cual fuimos ungidos y estamos siendo ungidos se le han agregado la divinidad de Dios y la humanidad de Cristo junto con Su vivir humano, Su muerte, Su resurrección y Su ascensión. El Espíritu como aceite, después que se le añadieron tales elementos, ha llegado a ser un compuesto. Este ungüento, el Espíritu, es el Dios Triuno procesado y consumado.
Tal vez no tengamos mucha percepción o comprensión de este Espíritu en nuestra experiencia, pero gradualmente llegaremos a esta percepción y comprensión. Veremos que la verdadera humanidad está en este Espíritu compuesto. A medida que aumenta nuestra experiencia del Espíritu compuesto, más humanos seremos, ya que uno de los elementos de este Espíritu compuesto es la humanidad de Jesús. Es posible que a algunas personas les hubieran gustado ser un ángel, pero es mucho más elevado ser un hombre para el cumplimiento del propósito de Dios. Los ángeles son simplemente nuestros siervos (He. 1:14). El Hombre Jesús con Su humanidad está incluido en el Espíritu compuesto con el cual somos ungidos.
Dios nos unge consigo mismo como el ungüento compuesto, la “pintura” divina. Necesitamos recibir capa tras capa de esta pintura divina. Esta pintura es la unción. Estamos siendo pintados con el Espíritu compuesto y todo-inclusivo, quien es el Dios Triuno procesado y consumado. ¿Cuántas “capas” de pintura divina hemos recibido? Sabemos que el apóstol Pablo fue ungido con muchas capas de esta pintura divina, el Espíritu compuesto, ya que el Espíritu lo ungía continuamente. Nosotros tenemos que tomarle como nuestro modelo para disfrutar de esta unción, esta pintura, día tras día.
Todo lo que Dios es, todo lo que Él posee y todo cuanto Él ha logrado, así como todo lo que Él ha hecho, hace y hará ha sido hecho un compuesto en este ungüento de la unción. Día tras día este Espíritu compuesto nos unge consigo mismo como el ungüento. Cuanto más permanezcamos en el recobro del Señor, más de Dios ganaremos. Ganamos a Dios al ser ungidos internamente con Él. Él se unge a Sí mismo, se pinta a Sí mismo, en nuestro ser. De esta manera, somos mezclados con Él. En 2 Corintios 1:21 y 22 dice que Dios nos ha ungido, nos ha sellado y nos ha dado en arras al Espíritu en nuestros corazones. La unción es Dios que se ha aplicado a Sí mismo a nuestro ser. Dios nos está pintando consigo mismo. Personalmente, he estado bajo la aplicación de esta pintura, esta unción, durante unos sesenta y cinco años.
Entonces esta unción llega a ser el sellar. Ser sellados con el Espíritu es tener al Dios Triuno procesado y consumado mismo, como una marca sobre nosotros. La marca es Dios mismo como el Espíritu compuesto que nos sella. El sello del Espíritu indica que le pertenecemos a Dios, que somos Su propiedad, Su herencia y Sus bienes. Por un lado, ya fuimos sellados con el Espíritu. Por otro, Dios no ha dejado de sellarnos, todavía continúa sellándonos consigo mismo como el Espíritu compuesto. Según Efesios 4:30 seremos sellados hasta la redención, la transfiguración de nuestro cuerpo. La transfiguración de nuestro cuerpo será el resultado del sellar del Espíritu. Somos sellados interiormente una y otra vez.
Este sellar es otro aspecto de la unción, de la pintura. Dios nos pinta consigo mismo y pone una marca sobre nosotros, y esta marca, este sello, es Dios mismo. Día a día, nuestro Dios todavía nos está sellando consigo mismo. Ser sellado es semejante a ser saturado. Cuando un sello con tinta es estampado sobre una hoja de papel, la tinta del sello impregna el papel. De igual manera, cuando el Espíritu como el sello vivo es aplicado a nosotros, somos saturados con Él como la tinta divina. Conforme a Efesios 1:13-14 y 4:30, seremos sellados hasta la redención de nuestro cuerpo. El sello del Espíritu Santo es viviente y opera dentro de nosotros para empaparnos y transformarnos con el elemento divino de Dios hasta que alcancemos la madurez en la vida de Dios y seamos completamente redimidos en nuestro cuerpo.
La preposición griega traducida “para” en Efesios 4:30 también puede traducirse “con miras a”. El Espíritu está sellándonos todo el tiempo con miras a la redención de nuestro cuerpo. Esto significa que la redención de nuestro cuerpo será el resultado del sellar del Espíritu. El sellar del Espíritu aumenta continuamente hasta sellar todo nuestro ser, lo que tendrá como resultado que nuestro cuerpo sea redimido. Cuando el sellar del Espíritu alcance nuestro cuerpo, éste será redimido y nosotros seremos arrebatados. Nuestro arrebatamiento es el paso de consumación de la salvación que Dios efectúa en la vida divina. El sellar del Espíritu y el acto de redención son una misma cosa. Todo lo que Dios sella, Él redime. A medida que la obra selladora del Espíritu se lleva a cabo dentro de nosotros, también se lleva a cabo la redención subjetiva de Dios de nuestro ser.
Junto con el sellar del Espíritu, vienen las arras del Espíritu. Por un lado, somos la herencia y la posesión de Dios, y por tanto, Dios se puso sobre nosotros como sello. Por otro lado, Dios es nuestra herencia, nuestra posesión, nuestra propiedad y nuestro inmueble. Sabemos que Dios es nuestra posesión porque lo tenemos como nuestras arras, nuestra garantía. Las arras son el Espíritu compuesto y consumado que nos es dado como primicias. Romanos 8:23 hace mención de “las primicias del Espíritu”. Hoy las arras del Espíritu son las primicias, el anticipo, del Espíritu, pero el sabor completo está por venir. El anticipo del Espíritu nos garantiza el banquete completo que tendremos en el futuro.
En 2 Corintios 3:3 Pablo les dijo a los corintios que ellos eran una carta de Cristo “redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo”. Este versículo muestra que el Espíritu tiene como objetivo inscribirse en nuestro ser. Sin embargo, el Espíritu no es quien escribe, sino que es la tinta con la cual los apóstoles inscribían a Cristo en los creyentes. Cuando escribimos con tinta, ésta impregna el papel y llega a ser uno con el papel. El Espíritu es la tinta con la cual los siervos de Dios inscriben en nuestro ser. Esto significa que el elemento divino es agregado a nuestro ser interior. Así pues, día a día recibimos más de la tinta divina y celestial en nuestro ser.
Estoy consciente de que mientras ministro a los santos, estoy inscribiendo a Cristo en sus corazones de manera que ellos reciban más del Espíritu como la tinta. Cuando recibimos el Espíritu como la tinta, todos los elementos que componen el Espíritu —la divinidad de Cristo, Su humanidad, Su vivir humano, Su muerte, Su resurrección y Su ascensión— son añadidos a nuestro ser. Todos estos elementos están en el compuesto de la tinta divina, y tal tinta divina como el elemento divino es aplicado a nosotros por los siervos del Señor.
Según 2 Corintios 3:6 y 8, el Espíritu cumple la función de ministrar. Dicha función es semejante a la función que desempeña un camarero que ministra alimentos a la gente. Hoy el Espíritu Santo nos ministra el Cristo crucificado, resucitado y ascendido, quien es el alimento que nos es ministrado por el Espíritu que ministra.
El Cristo que es ministrado en nuestro ser nos vivifica. El Espíritu desempeña la función de vivificar. En 2 Corintios 3:6b se nos dice: “El Espíritu vivifica”. En 1 Corintios 15:45 dice: “Fue hecho [...] el postrer Adán, Espíritu vivificante”. El postrer Adán es la persona del Cristo resucitado que da vida. El Espíritu nos da la vida divina, el Dios Triuno compuesto como vida, a nosotros.
En 2 Corintios 3:17 se nos dice: “El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. Otra función que cumple el Espíritu es la ser el Señor y librarnos del velo de la ley. El velo de la ley es la ley misma. Siempre que guardemos la ley, ésta nos será un velo que nos cubrirá y nos impedirá ver a Cristo. El Espíritu nos libra de la ley que nos cubre a fin de que podamos contemplar a Cristo a cara descubierta.
En 2 Corintios 3:18 se revela que el Espíritu es un Espíritu que transforma. El Espíritu cumple la función de librarnos de la ley que nos cubre a fin de que a cara cubierta contemplemos a Cristo mismo y seamos así transformados en Su imagen de gloria. A medida que el Espíritu, que es el Señor mismo, nos libra de la ley y nos quita el velo que nos cubre para ayudarnos a tener una cara descubierta, también nos transforma. El Espíritu se añade a Sí mismo a nosotros, y esta adición del Espíritu, mediante un metabolismo espiritual y divino, nos transforma en otra forma. Cuando vivíamos bajo la ley, estábamos en nuestro ser viejo, una forma vieja y natural. Sin embargo, el Espíritu libertador agrega un nuevo elemento del Ser divino en nuestro ser y hace que se lleve a cabo un metabolismo en nuestro interior. Por un lado, el nuevo elemento de Dios es añadido a nuestro ser. Por otro, el viejo elemento de nuestro viejo ser es eliminado de nuestro interior. De esta manera, somos transformados en la gloriosa imagen de Cristo, y esta transformación es efectuada “por el Señor Espíritu” (v. 18).
En 2 Corintios 4:13 se nos dice que tenemos “el mismo espíritu de fe”. Este espíritu se refiere al Espíritu de Dios que se ha mezclado con nuestro espíritu. Por tanto, otra función que cumple el Espíritu es la de mezclarse con el espíritu humano. Este pensamiento en cuanto al espíritu mezclado es sumamente intenso en este versículo así como también en Romanos 8. Cuando Pablo nos insta a andar conforme al espíritu en Romanos 8:4, él se refiere al espíritu mezclado. Tanto Dean Alford como M. R. Vincent, ambos indicaron que “el espíritu de fe” mencionado en 2 Corintios 4:13 es la mezcla del Espíritu Santo con el espíritu humano. Hoy el Espíritu consumado y compuesto de Dios desempeña la función de mezclarse con el espíritu del hombre.
Otra función del Espíritu es la de tener comunión, la cual implica tener comunicación. En 2 Corintios 13:14 dice: “La gracia del Señor Jesucristo, y el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros”. Según nuestra experiencia, no recibimos primero el amor de Dios. Recibimos la gracia de Cristo, y luego es en esta gracia que se hace real para nosotros el amor de Dios. La comunión del Espíritu es el Espíritu mismo como la transmisión de la gracia del Señor con el amor de Dios a fin de que participemos de ella.
El Espíritu también cumple la función de perfeccionarnos. Pablo les preguntó a los gálatas: “¿Tan necios sois? ¿Habiendo comenzado por el Espíritu, ahora os perfeccionáis por la carne?” (Gá. 3:3). Este versículo indica que el Espíritu que da comienzo es también un Espíritu que perfecciona. El Espíritu da comienzo a nuestra vida espiritual y también la perfecciona.
En Gálatas 3:5 Pablo indicó que el Espíritu cumple la función de hacer obras poderosas.
Gálatas 3:14 dice: “Para que en Cristo Jesús la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles, a fin de que por medio de la fe recibiésemos la promesa del Espíritu”. Este versículo revela que el Espíritu es la bendición del evangelio para las naciones. En Gálatas 3 se hace mención de la bendición que Dios hace a todas las naciones mediante Cristo. Esta bendición fue prometida a Abraham y esta promesa llegó a ser el evangelio que Dios le predicó a Abraham. En realidad, tal bendición era la promesa que Dios hizo a Abraham, mas Pablo la consideró como el evangelio. Dios le prometió a Abraham que a través de uno de sus descendientes, todas las naciones serían bendecidas. Conforme a Gálatas 3, la bendición de aquella promesa, la bendición del evangelio que Dios le predicó a Abraham, es simplemente el Espíritu todo-inclusivo. El Espíritu todo-inclusivo es Cristo mismo hecho real, y este Cristo es la corporificación del Dios Triuno como la bendición a todas las naciones. Tenemos que comprender que en el evangelio, la bendición principal, que hemos recibido es este Espíritu todo-inclusivo.
El Espíritu también cumple la función de clamar: “¡Abba, Padre!” (Gá. 4:6). Por un lado, somos nosotros los que clamamos: “¡Abba, Padre!” (Ro. 8:15), pero en realidad es el Espíritu del Hijo de Dios quien clama en nuestro corazones.
Juan 3 nos dice que tenemos que nacer de nuevo, o sea, nacer del Espíritu (vs. 5-6). Gálatas 4:29 hace referencia a ser “nacido según el Espíritu”. Somos hijos de Dios según el Espíritu, lo cual indica que el Espíritu es un Espíritu que regenera. Todos hemos sido regenerados por Él, por lo tanto llegamos a ser hijos según Él.
Según Gálatas 5:5, el Espíritu es un Espíritu que aguarda esperanza: “Pues nosotros, por el Espíritu y por fe, aguardamos con anhelo la esperanza de la justicia”. La venida de Cristo es nuestra esperanza y deberíamos anhelarlo como la esperanza de la justicia. El Espíritu ardientemente aguarda esta esperanza todo el tiempo. Cuando andamos conforme al Espíritu que mora en nuestro ser, espontáneamente aguardaremos la venida del Señor Jesús como nuestra esperanza. Aguardar la esperanza es otra de las funciones que cumple el Espíritu que mora en nosotros.
Los creyentes andan por el Espíritu (Gá. 5:16, 25b). Esto significa que el Espíritu anda juntamente con los creyentes. Andamos por el Espíritu, y el Espíritu anda con nosotros.
A medida que el Espíritu anda juntamente con nosotros, Él también lucha contra la carne (5:17). Nuestro mayor enemigo es nuestra carne. ¿Quién puede vencer a tan gran enemigo? Únicamente el Espíritu tiene la capacidad de vencer nuestra carne. El Espíritu es un Espíritu que lucha y pelea contra nuestra carne. Por consiguiente, Él es tanto el luchador como la espada, el arma para aniquilar al enemigo (Ef. 6:17-18).
A medida que el Espíritu anda juntamente con nosotros y pelea por nosotros, Él también nos guía (Gá. 5:18). El Espíritu jamás nos guía a ir al cine; sin embargo, Él siempre nos guiará a atender las reuniones. Asistimos a las reuniones en virtud del Espíritu que nos guía. Podemos sentir el guiar del Espíritu por la paz interior. Cuando venimos a las reuniones, tenemos paz. Sin embargo, si vamos al cine, no tendremos paz. No tener paz quiere decir que el Espíritu no nos guía por ese camino.
El Espíritu también cumple la función de llevar fruto de virtudes (Gá. 5:22-23). El Espíritu que anda con nosotros, lucha por nosotros y nos guía, también nos ayuda a llevar el fruto de diferentes clases de virtudes humanas y divinas, tales como amor, gozo, paz, longanimidad, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio (vs. 22-23).
Conforme a Gálatas 6:8, tenemos que sembrar para el Espíritu. Todo lo que hacemos en nuestra vida humana es una forma de sembrar y todo cuanto sembremos, segaremos. Lo que segamos ha de ser positivo o negativo dependiendo de lo que hayamos sembrado. Si sembramos para la carne, su fruto será negativo. Pero si sembramos para el Espíritu, el fruto será positivo. Dios desea que sembremos positivamente durante todo el día. Esto es posible únicamente en virtud del Espíritu.
El Espíritu lleva a los creyentes al Padre (Ef. 2:18). Tenemos acceso al Padre en el Espíritu y por medio de Él. Por tanto, el Espíritu es el que nos introduce al Padre. En nosotros mismos tenemos acceso al Padre. El Espíritu es nuestro acceso. Él es nuestro ujier.
En Efesios 3:16 Pablo oró para que Dios nos fortaleciera con poder en el Espíritu Santo. Por consiguiente, el Espíritu Santo es un Espíritu fortalecedor y también un Espíritu que nos reviste de poder. Él nos fortalece y nos reviste de poder en nuestro espíritu.
Efesios 4:3 habla de la unidad del Espíritu. Esta unidad es el resultado de unir. Por ejemplo, la electricidad que corre en todas las lámparas las une, debido a que la corriente eléctrica que fluye en su interior las une para que sean una sola. De igual manera, todos los cristianos somos juntamente unidos como un solo Cuerpo en virtud del Espíritu que une.
El Espíritu cumple la función de ser la esencia del Cuerpo. Efesios 4:4 dice: “Un Cuerpo, y un Espíritu”. Esto indica que el Espíritu es la esencia del Cuerpo. Todos los creyentes conforman el Cuerpo de Cristo, pero si ellos no viven en el Espíritu, no son miembros del Cuerpo en realidad. Sin embargo, si todos viven en el Espíritu, ellos son miembros vivientes del Cuerpo. El Espíritu es la esencia del Cuerpo.
Según Efesios 6:17, el Espíritu como la espada cumple la función de aniquilar. Hoy el Espíritu da muerte a todos los elementos negativos dentro de nosotros. El Espíritu aniquila nuestra carne y nuestras opiniones.
El Espíritu que mora en nuestro ser es un Espíritu que suministra. Filipenses 1:19 menciona “la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo”. El Espíritu de Jesucristo es el Cristo encarnado, crucificado, resucitado y ascendido hecho real para nosotros. La persona de Cristo junto con Su encarnación, crucifixión, resurrección y ascensión son las riquezas del suministro del Espíritu. El Espíritu nos suministra con la encarnación, con la muerte de Cristo, la resurrección de Cristo y también con Su ascensión.
Cuando nos sentimos desanimados y desilusionados, el Espíritu que mora en nuestro ser nos suministra la ascensión. Si nos sentimos muertos, podemos orar y el Espíritu en nosotros nos suministrará la resurrección. La resurrección está tipificada por el cálamo del ungüento compuesto mencionado en Éxodo 30. El cálamo es un junco que crece hacia el aire y se eleva por encima de una situación fangosa. Tenemos que experimentar tanto la resurrección como la ascensión de Cristo en el Espíritu. En otras ocasiones, el Espíritu también nos suministra la muerte aniquiladora de Cristo. Es posible que pensemos mal de un hermano o una hermana, mas el Espíritu que mora en nuestro ser aniquila tales pensamientos al suministrarnos la muerte aniquiladora de Jesús. Si somos orgullosos, el Espíritu que mora en nosotros nos suministra a Jesús como nuestra humildad. Este suministro hace que no busquemos nuestra propia gloria, sino que le demos toda la gloria a Él. El Espíritu que mora en nosotros nos suministra interiormente todas estas cosas. Cuando Pablo escribió sobre la abundante suministración del Espíritu, él se hallaba en la cárcel. ¿Cómo pudo soportar aquella situación? Pudo hacerlo únicamente por el suplir interior, la abundante suministración del Espíritu de Jesucristo que le fue suministrado en su ser interior. Le damos gracias al Señor por este suministro maravilloso y abundante.
El Espíritu también cumple la función de servir. En Filipenses 3:3 Pablo dijo que servimos por el Espíritu de Dios. No servimos como sacerdotes por medio de las ordenanzas de la ley sino por el Espíritu de Dios. Además, nos jactamos en Cristo y no en la ley; y nuestra confianza está puesta en el Espíritu y no en la carne.