
El Espíritu maravilloso, todo-inclusivo y vivificante es el Espíritu que santifica. En este mensaje abarcaremos primeramente el aspecto santificador del Espíritu todo-inclusivo. Luego veremos que la santificación ocurre mediante la impartición de vida. El Espíritu todo-inclusivo que mora en nosotros hoy es Aquel que santifica, y Su obra de santificarnos se lleva a cabo mediante Su impartición de vida. Esta impartición de vida es la que nos transforma. Por consiguiente, también tenemos el aspecto transformador del Espíritu. Al leer el libro de Romanos podemos ver que la transformación implica la conformación. La transformación redunda en la conformación. Al hablar de conformación nos estamos refiriendo al hecho de ser conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios (Ro. 8:29). Por medio de la conformación, llegamos a ser en la práctica los muchos hijos de Dios que cumplen el propósito eterno de Dios. Por lo tanto, tenemos la santificación, la impartición de vida, la transformación y la conformación. Romanos 8:29 y 30 nos muestran que la conformación redunda en la glorificación. La glorificación será la consumación máxima de la obra que realiza el maravilloso Espíritu. Por lo tanto, en este mensaje debemos abarcar cinco asuntos: la santificación, la impartición de vida, la transformación, la conformación y la glorificación.
Empezaremos con la obra santificadora del Espíritu. Como vimos en el mensaje anterior, el Espíritu todo-inclusivo está en nosotros como una condición, un estado, de santidad. El Espíritu mismo es la esencia, la sustancia misma, de la santidad. Cuando este Espíritu todo-inclusivo entra en nuestro espíritu y permanece allí como la esencia de santidad, se produce en nuestro espíritu cierta condición de santidad. Hablemos una vez más del ejemplo de cómo se hace el té. Cuando ponemos una bolsita de té en una taza con agua caliente, de inmediato notamos en el agua una condición de té. Cuanto más revolvemos el agua, más se difunde el té en el agua y la satura. Finalmente, el agua será saturada de la esencia del agua. Por consiguiente, podríamos crear una nueva palabra y llamar a este proceso “teificación”. Así pues, la teificación es un ejemplo de la santificación. El Espíritu de santidad es semejante a la bolsita de té que es puesta en nuestro espíritu, el cual es como el agua caliente. De este modo, dentro de nuestro espíritu tenemos una condición que es del té divino. A medida que este té divino se mueve en nuestro interior, Su esencia santa se propaga en nuestro ser interior y satura cada parte de nuestro ser, desde el centro hasta la circunferencia. Finalmente, todo nuestro ser será saturado de esta esencia santa. En esto consiste la santificación.
Por muchos siglos, los cristianos han escrito libros acerca de la santificación. Hemos leído un buen número de estos escritos, pero ninguno de ellos nos satisfizo completamente, porque no concordaban con nuestra experiencia. Luego, a medida que avanzamos en la experiencia de la santificación, empezamos a descubrir que este proceso se asemeja a lo que hemos llamado teificación. Si observamos la manera en que una bolsita de té “teifica” el agua caliente, entenderemos el proceso de la santificación. En la santificación somos saturados de la esencia santa y divina. Examine su experiencia. ¿No ha estado el Espíritu extendiendo el elemento divino en su interior? Ésta es la obra santificadora que realiza el Espíritu de santidad.
A medida que el Espíritu nos santifica interiormente, nos imparte la vida de Dios. Impartir la vida de Dios en nuestro ser significa que Él nos da vida. Cuando fuimos salvos y regenerados, recibimos la vida de Dios en nuestro ser. Sin embargo, eso no significa que hubiéramos recibido la vida de Dios en un sentido total. Aunque ciertamente recibimos la vida de Dios en nuestro ser, necesitamos que la vida de Dios continúe impartiéndose cada vez más en nosotros día a día. Esto no es algo que ocurre una sola vez y para siempre; al contrario, es un proceso gradual que dura toda nuestra vida. Por mucha experiencia que tengamos en la vida espiritual, este proceso de impartir vida debe continuar en nuestro interior. A medida que el Espíritu lleva a cabo Su obra santificadora, Él imparte más de la vida de Dios en nuestro ser. Puedo testificar que hoy tengo más de la vida de Dios que lo que tenía hace un año, y mucho más que lo que tenía hace veinticinco años. En abril de 1925, yo recibí la vida de Dios. Aunque me sentí muy emocionado cuando recibí la vida divina por primera vez, de hecho, sólo recibí un poco de ella. Sin embargo, día tras día a través de los años, más de la vida de Dios ha venido impartiéndose en mí. Cada mes y cada año, yo he podido ganar más de esta vida.
Esta impartición de vida siempre acompaña a la obra santificadora del Espíritu. Sin Su obra de santificación, Él no podría impartir la vida de Dios en nuestro ser. La impartición de vida siempre forma parte de la obra santificadora de Dios. El grado al cual la impartición de vida ocurra, dependerá del grado al cual Él pueda santificarnos. La impartición de vida es siempre el resultado de la obra de santificación. Por lo tanto, la impartición de vida y la santificación siempre operan juntas. A medida que el Espíritu nos santifica, Él nos da vida. Esto también es semejante al proceso de teificación. Cuando la bolsita de té teifica el agua, la esencia del té va a dondequiera que la teificación ocurre; y dentro de la teificación se encuentra la esencia del té. Lo mismo sucede con respecto a la obra del Espíritu de santificarnos e impartirnos vida. En la santificación del Espíritu de santidad se encuentra la impartición de la vida de Dios. No llegamos a este entendimiento deduciendo estas cosas intelectualmente. Al contrario, todo ello es absolutamente conforme a nuestra experiencia. Si usted no ha sido regenerado ni ha tenido esta experiencia, sencillamente no podrá entender de lo que estoy hablando. Pero, según nuestra experiencia, sabemos que en esta santificación se halla la impartición de vida.
Cuando la vida nos es impartida, el resultado de ello es la transformación. Esto es semejante a la reacción química que se produce cuando añadimos un elemento a otro elemento. La vida divina que nos fue impartida por medio de la santificación es un elemento químico. Cuando este elemento es impartido en nuestro ser, se produce una reacción, la cual es la transformación. La transformación significa un cambio en nuestra naturaleza, esencia, apariencia, gustos y en todo nuestro ser. La transformación no es un cambio externo, es decir, no consiste en corregir ni modificar; antes bien, consiste íntegramente en un cambio metabólico interno en nuestro ser. En el proceso de metabolismo, una esencia nueva es añadida a fin de reemplazar la esencia vieja, llevársela y producir una nueva situación. Este metabolismo es la transformación que se revela en el Nuevo Testamento (Ro. 12:2; 2 Co. 3:18). La transformación es un metabolismo divino en el que un nuevo elemento se añade al elemento viejo para desecharlo y crear así una nueva situación. Si nuestros ojos fueran abiertos para ver esto, abandonaríamos todas las enseñanzas que recibimos en el pasado, las cuales nos alentaban a enmendarnos y a mejorar nuestra conducta. Estos cambios externos no son cambios metabólicos, pues no son el resultado de que algo nuevo se añada a nuestro ser para desechar lo viejo y crear una nueva situación.
Tomemos el ejemplo del maquillaje. Algunas mujeres, debido a que son pálidas, se maquillan para embellecerse. Esto no es transformación. Más bien, esto es una obra semejante a la que realizan los embalsamadores para mejorar la apariencia de los cadáveres. Muchos de nosotros estábamos en la “morgue” de la religión por muchos años, donde “embalsamadores” que eran contratados intentaban embellecer nuestros rostros cada domingo. Yo estuve en esta clase de situación, y hasta yo mismo hice la obra de un “embalsamador”. La economía del Señor es completamente diferente a esto. No nos importa si su tez es pálida o no; de hecho, hasta puede ser verdosa o gris. No importa cuál sea su color, lo único que queremos es alimentarlo con algo nutritivo. Una vez que los ricos nutrientes del alimento entren en su organismo, éstos desecharán las cosas viejas y crearán dentro de usted una condición nueva. Debido a que mi esposa me sirve comidas nutritivas, mi rostro no se ve pálido ni verdusco. Ella nunca me maquilla la cara para que tenga ese color tan saludable. El alimento que yo como no hace que mi rostro resplandezca de manera directa, sino que más bien de manera indirecta por medio del proceso metabólico. El elemento nuevo, rico y nutritivo llega a mis fibras, desecha el elemento viejo y hace que yo adquiera una constitución nueva. Eso es exactamente lo mismo que hace la transformación espiritual.
Los santos que están en el recobro del Señor, en lugar de corregir su comportamiento externo, experimentan cierta medida de transformación interna. ¡Cuán animado y contento me siento al ver la transformación, el cambio metabólico en los hermanos y hermanas! Aunque pueda sentirme fatigado a causa de la obra del ministerio, me vienen deseos de continuar laborando para suministrarles más alimento cuando pienso en cómo ustedes están siendo transformados. Muchos pueden testificar que en mi ministerio nunca corrijo a las personas. En vez de corregirlos, les imparto un rico alimento. Este elemento nutritivo es el propio Señor Jesucristo. Cuando Cristo como el elemento nutritivo es ministrado en nuestro ser, dicho elemento propicia un cambio metabólico que nos transforma. Y aunque usted lleve sólo unos pocos años en este proceso de transformación, encontrará difícil regresar a su pasada manera de vivir, aunque quisiera hacerlo. Una vez que usted haya experimentado la transformación, le será imposible ser el mismo. Aunque intente regresar a las cosas pecaminosas y mundanas que solía hacer, no podrá erradicar o deshacer la obra de transformación. Ni siquiera el mejor detergente podrá lavarla. Tal vez usted pueda quitarse el maquillaje lavándose la cara, pero no podrá deshacer así de fácil la obra de transformación que ha ocurrido en lo profundo de su ser. De hecho, cuanto más trate de eliminarla, más se manifestará. Esta obra permanecerá por la eternidad. Este proceso de transformación continuará y aumentará hasta el día de la redención, cuando seremos completamente transformados a la imagen de Cristo.
En 2 Corintios 3:18 vemos el asunto de la transformación: “Nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. La imagen en la cual estamos siendo transformados es la imagen del Señor. La transformación a la imagen del Señor se lleva a cabo de gloria en gloria; es decir, de una etapa de gloria a otra, de un grado de gloria a otro. Siempre que hablo acerca de la transformación, en mi interior salto de gozo y me siento muy contento. Me siento muy contento de saber que todos ustedes están experimentando el proceso de la transformación de una etapa de gloria a otra. Dentro de un año muchos de nosotros estaremos en una etapa de gloria más elevada de la que estamos hoy. Éste es el resultado de la obra transformadora que efectúa el Señor Espíritu.
Según el libro de Romanos, la transformación redunda en la conformación. La vida que el Espíritu imparte no sólo nos suministra una nueva esencia o elemento a fin de reemplazar todo lo viejo y crear una condición nueva para que seamos transformados, sino que además de ello logra que finalmente seamos conformados a la misma imagen del Hijo primogénito de Dios. Así que, primeramente somos transformados, y después somos conformados a la imagen de Cristo.
Al observar seres vivos como las flores y los árboles, he aprendido que toda forma de vida posee ciertas características. (No hablo desde la perspectiva de la biología, sino de lo que he aprendido por experiencia). Todo tipo de vida posee cuatro características principales: la esencia de vida, el poder de vida, la ley de vida y la forma de vida. Tomemos por ejemplo un clavel. Un clavel ciertamente posee una esencia de vida; también tiene el poder de vida, esto es, el poder para crecer. Sin embargo, los claveles no crecen sin una ley que los regule. Más bien, un clavel crece según su propia regulación, es decir, según la ley de la vida del clavel. Por consiguiente, un clavel posee una ley de vida. Por último, un clave tiene su propia forma. El tallo, las hojas y las flores tienen una forma particular. No hay necesidad de enseñarle al clavel cómo debe ser la forma de sus hojas ni el diseño de sus flores. ¡Cuán necios seríamos si tratáramos de hacer esto! Si ustedes intentaran enseñarle a un clavel cómo crecer y el clavel pudiera hablar, les diría: “No pierdas tu tiempo tratando de enseñarme. En mi interior poseo una ley y no necesito que me regules. A medida que crezco, la ley de vida que está en mí me regula. Esta ley sabe qué clase de hojas debo tener y cuál debe ser el diseño y el color de mis flores”. Debido a que toda planta posee su propia esencia de vida, poder de vida, ley de vida y forma de vida, adquiere la forma propia de su especie. Si es una planta que produce fruto, producirá fruto según su especie. Por ejemplo, un duraznero producirá duraznos. Un duraznero jamás cometerá el error de producir bananos. Toda especie de vida posee su propia ley y su propia forma.
Ser amoldado de una manera particular es ser conformado. ¡Oh, la vida divina en nosotros nos está amoldando en la misma forma del Hijo primogénito de Dios! Mediante la impartición de vida y mediante el proceso de la transformación, estamos siendo conformados a la imagen del Hijo primogénito de Dios, para que Él sea el Primogénito entre muchos hermanos. Cuando usted entre en la eternidad y vea la situación allí, me dirá: “Hermano Lee, usted tenía razón. Usted nos dio un mensaje en el que nos decía que la vida que está en nosotros nos amoldaría, nos conformaría, a la imagen del Hijo primogénito de Dios. Esto es exactamente lo que ha sucedido”. Hoy en día estamos experimentando el proceso de la santificación, la impartición de vida, la transformación y la conformación. Ésta es la actividad del Espíritu todo-inclusivo, vivificante y que mora en nosotros. Esto es completamente diferente de las enseñanzas que promueve la religión. Las enseñanzas jamás podrán lograr esto. ¡Aleluya, estoy contento porque dentro de todos nosotros se está llevando a cabo la obra del Espíritu todo-inclusivo! Este Espíritu está santificándonos, impartiendo la vida de Dios en nuestro ser, transformándonos y conformándonos.
Finalmente, seremos glorificados (Ro. 8:30). La glorificación es como el florecimiento de un clavel. A medida que un clavel crece, la vida en su interior le da la forma de clavel. Un día, espontáneamente, florecerá. Ésta será la glorificación del clavel. La glorificación es la máxima consumación de la transformación y la conformación. En el presente nosotros estamos en el proceso de la transformación y la conformación. Este proceso continuará hasta que lleguemos a la consumación: la glorificación. En esa glorificación, la transfiguración de nuestro cuerpo, seremos exactamente iguales al Hijo primogénito en espíritu, alma y cuerpo. En aquel tiempo sabremos con certeza que somos los muchos hijos, y Cristo dirá: “Yo soy el Primogénito y ustedes son los muchos hijos”. Entonces seremos realmente iguales a Él (1 Jn. 3:2). Ésta es la obra que efectúa el Espíritu todo-inclusivo que está en nosotros. Ésta es la santificación, la impartición de vida, la transformación, la conformación y la glorificación. Hoy en día nos encontramos en este proceso.
Al escuchar esto, quizás se pregunte qué debe hacer. Olvídese de hacer cosas y simplemente descanse. A medida que este proceso continúe, usted será santificado, disfrutará la impartición de vida, experimentará la obra de transformación, será conformado a la imagen del Primogénito y finalmente será introducido en la glorificación. Ésta es la vida de iglesia. En lugar de tratar de hacer algo, simplemente disfrute al Señor, invoque Su nombre y alábelo. Aunque no debemos tratar de mejorarnos a nosotros mismos, sí debemos ejercitar nuestro espíritu para experimentar a este Espíritu maravilloso y todo-inclusivo. Cuanto más lo hagamos, más experimentaremos la santificación, la impartición de vida, la transformación, la conformación y, finalmente, la glorificación.