
Como hemos visto, dependiendo del contexto, la palabra griega oikonomía puede traducirse “economía” (o “dispensación”) o “mayordomía”. Con relación a Dios es un plan, un propósito y una economía, pero cuando la economía de Dios se aplica a los apóstoles, ésta viene a ser una mayordomía.
La economía de Dios es un asunto de suma importancia. Ella incluye, en primer lugar, la creación de los cielos, la tierra y todos los seres vivientes para producir la vieja creación. La obra de producir la vieja creación fue una obra exclusivamente realizada por Dios. Pero cuando Dios produce la nueva creación, Él opera por medio del principio de encarnación. En otras palabras, Él coopera con el hombre y requiere la cooperación del hombre. Dios tiene todo en Sí mismo. Pero en la nueva creación, Él necesita contar con la cooperación del hombre a fin de producir cualquier cosa. Él requiere que el hombre llegue a ser una sola vida y un solo espíritu con Él, y se una y mezcle con Él, a fin de que se realice la nueva creación. Dios tiene que mezclarse con el hombre a fin de llevar a cabo la nueva creación. La economía de Dios es un asunto que reviste mucha importancia. A fin de llevar a cabo tal economía, Dios necesita mayordomos que sirvan, ministren, administren y ejecuten Su economía. En primer lugar, esta mayordomía fue confiada a los apóstoles. Dios confió Su economía a los apóstoles. Luego, cuando los apóstoles se hicieron cargo de la economía de Dios, ésta llegó a ser para ellos un ministerio, una mayordomía. Quizás nuestro concepto sea que sólo los apóstoles y las otras personas dotadas son dignos de asumir la mayordomía de la economía de Dios y que nosotros, personas insignificantes, apenas somos dignos de encargarnos de la limpieza y del servicio de los ujieres, y que somos indignos de asumir tal mayordomía. Sin embargo, a la luz de la enseñanza del Nuevo Testamento, todos los creyentes son sacerdotes, ya sea Pablo o Pedro o cualquiera de los otros hermanos y hermanas, no importa si son viejos o jóvenes (1 P. 2:5, 9; Ap. 1:5-6). Por lo tanto, la economía de Dios ha llegado a ser la mayordomía de todos los creyentes. El apóstol Pablo y nosotros llevamos a cabo la misma mayordomía. Aunque su mayordomía pudo haber sido mayor, con todo, él simplemente era un mayordomo. Nosotros también somos mayordomos y, como tales, nos encontramos en el mismo nivel que él.
Efesios 4:11 nos muestra que la Cabeza en ascensión da toda clase de dones. Estos dones incluyen a los apóstoles, los profetas, los evangelistas y los pastores y maestros. En el versículo 12 encontramos un sexto título: los santos. Las personas dotadas mencionadas anteriormente no están allí para sí mismas, sino para el perfeccionamiento de los santos. Los santos no sirven para el bien de los apóstoles; al contrario, los apóstoles sirven para el bien de los santos. Si los santos sirvieran para el bien de los apóstoles, se cometería el mismo error que cometieron los corintios. Algunos dirían que son de Pablo, mientras que otros dirían que son de Apolos, y habría división entre nosotros (1 Co. 1:12). Es por ello que Pablo dijo que los santos no eran para él, sino más bien que él era para los santos. Ellos no le pertenecían a Pablo; al contrario, Pablo les pertenecía a ellos, porque todo era de ellos; ya fuera el mundo, la vida, la muerte, lo presente o lo por venir, todo era de ellos (3:21-22). Los santos son los “príncipes”, los que heredarán la tierra (Ro. 4:13). Los apóstoles son esclavos de los santos. Los apóstoles, profetas y evangelistas cumplen la función de perfeccionar a los santos y todos ellos son esclavos (2 Co. 4:5). Además, la meta de los apóstoles y los profetas, como personas dotadas que sirven a los santos, es capacitar a todos para que hagan la obra del ministerio neotestamentario, que es la edificación del Cuerpo de Cristo. Todos los santos pueden realizar la obra de un apóstol, un profeta, un evangelista, y de un pastor y maestro. Ésta es la diferencia entre la manera ordenada por Dios según la Biblia y la manera tradicional en que procede el cristianismo. La manera de proceder del cristianismo consiste en que una minoría, el clero, sea cada vez más capaz, mientras que el resto de los santos llega a ser el laicado; en tal caso ellos han sido despedidos y únicamente están allí para asistir a los servicios de adoración. Siendo más escuetos, diríamos que han sido descartados. Esto es algo que Dios aborrece (Ap. 2:6). Aunque nosotros hemos salido de las denominaciones y los grupos sectarios para practicar el recobro del Señor, desgraciadamente no nos hemos librado de algunos de los gérmenes y veneno de las denominaciones y los grupos sectarios. Sin embargo, no nos percatamos de ello. Es posible que todavía nos aferremos al concepto de que los apóstoles, profetas, evangelistas y pastores y maestros, y también los ancianos, son aquellos que son competentes, y que tienen un rango superior al resto de los santos. Sin embargo, la palabra del Señor dice que entre nosotros no debe haber distinción entre noble o innoble, grande o pequeño, sino que todos somos hermanos. Si alguno quiere ser grande, tiene que ser esclavo de todos. Los ancianos son las ovejas que van delante del rebaño. Ellos deben tomar la delantera de limpiar los inodoros. Ellos no deben pararse simplemente a dar órdenes a otros. Entre nosotros no debe tener cabida el concepto de la jerarquía. La Biblia dice que todos somos miembros del Cuerpo de Cristo (1 Co. 12:27; Ef. 5:30). Puesto que somos miembros, todos tenemos una función. La Biblia también dice que todos somos sacerdotes y que, por ende, todos podemos ofrecer sacrificios espirituales, encender las lámparas y quemar el incienso. Todos podemos hacer estas cosas. Con respecto a todo lo que los apóstoles, profetas, evangelistas y pastores y maestros saben hacer, ellos deben enseñarnos, adiestrarnos y perfeccionarnos para que todos podamos hacer lo mismo que ellos, o quizás mejor que ellos.
La “nueva manera” del Señor hoy consiste en que las personas dotadas perfeccionen a los que no son dotados, de modo que, al cabo de cierto tiempo, todos ellos lleguen a ser dotados. En su primer año de universidad, un estudiante es inferior a sus profesores. Pero después de pasar por cuatro años de estudios universitarios, dos años de estudios de postgrado y tres años en un programa de doctorado, un estudiante obtendrá su doctorado y podrá llegar a ser mejor que sus profesores. Es preciso ver que el servicio de la iglesia, por un lado, consiste en suministrar a Cristo a los demás y, por otro, en perfeccionar a otros. Después que perfeccionemos a otros, los que son perfeccionados podrán hacer la misma obra que nosotros, y quizás la hagan mejor. Ésta es la norma que la Biblia ha establecido para nosotros. Tenemos que buscar por todos los medios la manera de lograr que se cumpla Efesios 4:11-12. Si todos los hermanos y hermanas entre nosotros son perfeccionados y pueden ministrar a Cristo para la edificación de la iglesia, ¡cuánto aumento experimentará la iglesia! Después que una persona sea salva y reciba nuestra ayuda por cuatro años, debe poder participar en todos los aspectos del servicio; es decir, debe poder predicar el evangelio para ministrar a Cristo a fin de que otros sean salvos; debe poder pastorear a los nuevos creyentes, los corderos en la iglesia; debe poder enseñarles y perfeccionarlos en las reuniones de grupo, y gradualmente debe poder ayudarlos a que profeticen y hablen por el Señor con miras a la edificación de la iglesia. Éstos son los cuatro pasos de nuestra nueva manera: engendrar, alimentar, enseñar y edificar. Finalmente, cuando vengamos a las reuniones, no necesitaremos esperar a que hablen los predicadores, puesto que todos los asistentes podrán hablar por el Señor. Las reuniones llegarán a ser muy frescas, vivientes y ricas.
En los capítulos 1, 3 y 4 de 2 Corintios, Pablo describió cómo él y los demás apóstoles llegaron a ser personas que impartían a Cristo. Él usó al menos cuatro ejemplos para describir la búsqueda de los apóstoles y cómo crecían. Primeramente, en 1:21 Pablo dijo que los apóstoles habían sido ungidos por Dios. El ungüento de la unción simboliza la máxima consumación del Dios Triuno, quien como ungüento del Espíritu compuesto nos unge. Cuanto más este Espíritu nos unge, más recibimos el elemento de Dios. Segundo, en 1:22 Pablo dijo que este Espíritu también había sellado a los apóstoles. Esto significa que después que ellos fueron sellados, continuamente eran saturados, impregnados y llenos del Espíritu. Luego, en 3:18 Pablo dijo que los apóstoles eran como espejos que, a cara descubierta, miraban y reflejaban la gloriosa imagen del Señor, y tenían comunión con Él cara a cara. Ellos no lo miraban una sola vez y después se marchaban, sino que lo miraban repetidamente. De este modo, la gloriosa imagen del Señor se reflejaba en estos espejos y ellos fueron gradualmente transformados en esa gloriosa imagen como por el Señor Espíritu. Por último, en 4:7-16 Pablo dijo que los apóstoles eran vasos de barro y que era Cristo por el tesoro interno, mediante el cual ellos recibieron la excelencia del supereminente poder de Dios y pudieron experimentar diariamente la muerte de su hombre exterior a fin de que el tesoro que estaba en ellos pudiese irradiar cada día y ser magnificado desde su interior. Como tales personas, ellos llegaron a ser ministros que podían ministrar, transmitir e impartir a Cristo a los demás. Asimismo pudieron ejecutar plenamente la economía de Dios por medio de su ministerio, que consistía en predicar y ministrar las inescrutables riquezas de Cristo, para que la iglesia fuese producida. De ese modo, ellos cumplieron la economía de Dios. Si estos apóstoles, aquellos que perfeccionan, son personas que están en un continuo aprendizaje, las personas que ellos perfeccionen y ayuden deben llegar a ser iguales a ellos, aprendiendo también continuamente. Por consiguiente, en las iglesias del recobro del Señor debemos crear una atmósfera en la que las personas dotadas constantemente realicen la obra de perfeccionar a los santos. Ellos deben aprovechar cada oportunidad que tengan para perfeccionar a otros. Al mismo tiempo, todos los santos deben aprender continuamente. A la postre, todos los santos en la iglesia podrán hablar por el Señor, predicar el evangelio, pastorear y perfeccionar a otros. Todos serán sacerdotes y podrán llevar a cabo la mayordomía a fin de que se lleve a cabo la economía neotestamentaria de Dios. Esto es lo que el Señor anhela hoy.
El apóstol Pablo era muy capaz de realizar la obra de perfeccionar a los santos. En Efesios 3 él nos muestra cómo enseñaba y perfeccionaba a otros. Él primeramente oró por todos los santos a quienes perfeccionaba. Él dobló sus rodillas ante el Padre y le pidió que fortaleciera a los santos con poder en el hombre interior por Su Espíritu. El poder con el cual el Padre fortalece a los santos es el poder que operó en el Señor Jesús para que resucitara de los muertos, ascendiera a los cielos y fuera hecho Señor y Cristo. Si nuestra vida espiritual es apropiada o no, ello depende de nuestro hombre interior, que es nuestro espíritu regenerado. Hay un himno que dice: “El Espíritu engendra el espíritu; el espíritu adora al Espíritu, para que seamos llenos del Espíritu. El Espíritu llega a ser la palabra, y con vida abundante, fluye como ríos de agua viva”. Este himno comunica el pensamiento hallado en Juan 3, 4, 6 y 7. Juan 3:6 dice que nuestro espíritu nace del Espíritu: “Lo que es nacido del Espíritu, espíritu es”. Juan 4:24 dice que nuestro espíritu adora al Espíritu: “Dios es Espíritu; y los que le adoran, en espíritu [...] es necesario que adoren”. Mediante tal adoración, somos llenos del Espíritu. Juan 6:63 dice que el Espíritu llega a ser la palabra: “Las palabras que Yo os he hablado son espíritu y son vida”. Luego Juan 7:38 dice que con este Espíritu tenemos la vida abundante que fluye como ríos de agua viva. Cuanto más cantemos este himno, más vivientes seremos, y más fortalecido será nuestro hombre interior.
Cuando nuestro hombre interior sea fortalecido, espontáneamente estaremos abiertos al Señor, y Cristo podrá hacer Su hogar en nuestros corazones por medio de la fe. Hacer un hogar significa establecerse y no simplemente ser un huésped por tiempo temporal. El Señor a menudo es un huésped dentro de nosotros, es decir, no puede establecerse. Pese a que amamos al Señor, en nuestra mente todavía hay rincones que el Señor no puede tocar, en nuestra voluntad todavía hay áreas que no hemos rendido al Señor, y en nuestra parte emotiva todavía tenemos otros amores que impiden que el Señor entre. Debido a esto, el Señor se ve completamente impedido. La oración de Pablo tenía como fin que nosotros fuésemos fortalecidos en nuestro espíritu, a fin de que el Señor pudiera obtener acceso a cada parte y establecerse en nuestros corazones. Nuestro corazón es como una casa con unos pocos cuartos. Tiene la mente, la voluntad, la parte emotiva y la conciencia. Cuando nuestro espíritu sea fuerte, permitiremos que el Señor ocupe y llene cada parte. El Señor entonces de manera cómoda y apropiada podrá hacer Su hogar en todo nuestro ser.
Cuando Cristo haga Su hogar en nuestros corazones, en Su amor podremos ser arraigados para crecer y cimentados para ser edificados (Ef. 3:17). Cuando de ese modo seamos arraigados y cimentados en el amor del Señor, podremos recibir continuamente la impartición interna del Señor. Cuando el Señor haga Su hogar en nosotros, se propagará en nuestro ser, y Su propagación será Su impartición. Cuanto más se propague Él, más se impartirá a nosotros. Cuando Él se propague a nuestra mente, parte emotiva y voluntad, e incluso a nuestra conciencia, todas nuestras partes internas recibirán más de Su impartición. Así conoceremos cada vez más al Señor como Aquel que es precioso, y seremos arraigados y cimentados en Su amor. De este modo, podremos ser un apóstol como lo era Pablo. La oración de Pablo puede ser considerada una oración para que los santos lleguen a ser apóstoles. A través de los siglos, un sinnúmero de santos ha sido perfeccionado por esta oración.
Cuando seamos arraigados y cimentados en el amor de Cristo, estaremos llenos de poder y fuerza para comprender con todos los santos cuál es la anchura, la longitud, la altura y la profundidad del universo, que son las dimensiones inmensurables de Cristo. En el universo hay cuatro dimensiones: la anchura, la longitud, la altura y la profundidad. Sin embargo, nadie podría decir qué tan ancha es la anchura, qué tan larga es la longitud, qué tan alta es la altura y qué tan profunda es la profundidad. Estas dimensiones inconmensurables son las dimensiones de Cristo. Cuanto más seamos arraigados y cimentados en Su amor, y experimentemos y disfrutemos Su amor, más comprenderemos con todos los santos lo inmensurable que Él es. Esto no sólo demuestra que hemos recibido Su impartición, sino que la hemos recibido de forma inmensurable. Cuanto más lo recibimos, más Él llegará a ser inmensurable e ilimitado, y más comprenderemos que Él es inmensurable y que Sus riquezas son inescrutables.
Después que seamos arraigados y cimentados, y seamos capaces de comprender las dimensiones inmensurables de Cristo y disfrutemos y experimentemos la impartición divina de Su amor, que excede a todo conocimiento, todo nuestro ser será lleno hasta la medida de toda la plenitud de Dios, y nos convertiremos en la expresión corporativa del Dios Triuno procesado. Si todos somos así, ciertamente seremos perfeccionados para ser apóstoles y profetas.
En estos versículos Pablo nos muestra cómo perfecciona a los santos hasta que todos ellos lleguen a ser iguales a como era él. Él era alguien que experimentaba a Cristo; era fuerte en su espíritu, y el Señor podía hacer Su hogar en cada parte de su corazón. Él estaba lleno de la dulzura de Cristo, lleno de Su amor, y experimentaba todas Sus dimensiones. Puesto que era tal apóstol, su perfeccionamiento nos hará iguales a él. De este modo, las almas serán salvas, las ovejas serán conducidas de regreso al rebaño y todos los santos serán perfeccionados para ser las personas dotadas que realizan la obra del ministerio neotestamentario, que consiste en edificar el Cuerpo de Cristo a fin de que se lleve a cabo la economía eterna de Dios.
(Mensaje dado por el hermano Witness Lee en Petaling Jaya, Malasia el 5 de noviembre de 1990).