
Este libro se compone de mensajes dados por el hermano Witness Lee durante una conferencia en Whittier, California, del 2 al 8 de enero de 1963.
La siguiente figura que encontramos es el árbol de la vida. El árbol de la vida es un símbolo de nuestro Señor Jesucristo. Cristo es el árbol de la vida. Juan 1:4 dice: “En Él estaba la vida”. La vida está en Cristo, y Cristo es la fuente de la vida. Por ende, Él es el árbol de la vida. El árbol de la vida representa a Cristo, quien es vida para nosotros (10:10b; 14:6a).
El Señor Jesús nos dijo en Juan 7:38-39 que si un hombre cree en Él, de su interior correrán ríos de agua viva. Esta agua viva brotará dentro de nosotros y fluirá desde nosotros. A la luz de estos versículos, podemos ver claramente que el río fluyente en Génesis 2 es una figura de Cristo, quien es el Espíritu vivificante que brota en nuestro interior como una fuente y fluye de nosotros como una corriente (Jn. 4:14b).
Las Escrituras también nos muestran el significado que tiene el oro, el bedelio y el ónice. En cierta ocasión, el Señor le pidió a Su pueblo que edificara una morada para Él y para Su servicio. Esta morada era el tabernáculo, que estaba hecho de madera recubierta de oro (Éx. 26:29). Si hubiésemos entrado en el tabernáculo para mirarlo, lo que hubiéramos visto sería sólo oro a todo nuestro alrededor. El tabernáculo estaba lleno de oro. Esto muestra que en principio, el oro es el material que se usa para la edificación de la morada de Dios entre Su pueblo, Sus hijos.
Con el tabernáculo estaba el sumo sacerdote que servía al Señor. Este sumo sacerdote llevaba cierta clase de vestidura llamada efod (28:6-8). En las hombreras del efod había dos piedras de ónice, donde estaban grabados los nombres de las doce tribus de Israel (vs. 9-11). Además, había otras doce piedras preciosas montadas en el pectoral del sumo sacerdote (vs. 17-20). Si hubiésemos entrado en el tabernáculo cuando el sumo sacerdote servía al Señor, veríamos oro, ónice y piedras preciosas. Esto nos muestra que estos materiales preciosos no se usaban sólo para la edificación de la morada del Señor entre Sus hijos, sino que también se usaban para el servicio sacerdotal. El Nuevo Testamento nos da a entender que el edificio del Señor y los sacerdotes del Señor son lo mismo. En 1 Pedro 2:5 dice que nosotros somos el sacerdocio santo (por ende, sacerdotes), y también somos las piedras vivas que son edificadas como casa espiritual para el Señor. Somos tanto los sacerdotes como las piedras. Así pues, el oro y las piedras preciosas son los materiales usados en la edificación y en el servicio del Señor entre Sus hijos.
Luego, debemos ver lo que significa el bedelio. Bedelio es una palabra difícil de explicar, porque en toda la Escritura sólo se usa dos veces: en Génesis 2:12 y en Números 11:7, donde se emplea para describir el maná. Algunos expertos del hebreo traducen esta palabra como “perla” y otros como “resina”, una sustancia producida por cierto tipo de árbol. Algunas resinas toman la forma de una perla. Por lo tanto, el bedelio es una sustancia similar a la perla.
En 1 Corintios 3 el apóstol Pablo nos dice cómo edificar la iglesia y con qué material debemos edificarla. Habiendo escrito que el fundamento de la iglesia es Cristo mismo (v. 11), Pablo nos dice que nosotros, los colaboradores de Dios, ahora trabajamos en el edificio de Dios (v. 9), la iglesia, que está compuesta del pueblo del Señor y que es la morada de Dios. Pablo dice que nosotros debemos ser cuidadosos con qué edificamos, si es con oro, plata y piedras preciosas, o con madera, hierba y hojarasca (vs. 10, 12). En lugar de edificar la iglesia, el edificio de Dios, con cosas negativas, tenemos que edificarla con oro, plata y piedras preciosas. Si bien Pablo menciona la plata en lugar de la perla, ambas representan la redención del Señor. El oro, la perla (o la plata) y las piedras preciosas son los materiales útiles para el edificio del Señor con el servicio del Señor.
Al final de las Escrituras, se produce una ciudad. Esta ciudad santa está edificada con oro, plata y piedras preciosas. Todo en derredor de la ciudad es de oro, el muro de la ciudad y sus cimientos son de piedras preciosas, y las doce puertas son doce perlas (Ap. 21:18-21). Basados en este conocimiento y conforme a los principios establecidos en las Escrituras, podemos concluir que estos materiales preciosos son para el edificio del Señor con el servicio del Señor.
La figura final en Génesis 2 es una novia. Y la ciudad santa, Nueva Jerusalén, que está edificada de estos tres materiales costosos, es de hecho la novia, la esposa del Cordero (Ap. 21:2, 9). La novia en Génesis 2, que representa la iglesia, debía casarse con Adán, quien tipifica a Cristo (Ro. 5:14). Esto se expone claramente en Efesios 5, donde se revela que Adán y Eva son tipo de Cristo y la iglesia (vs. 31-32; Gn. 2:24).
Podemos ver ahora un cuadro muy sencillo en todas las Escrituras. En Su obra creadora, Dios hizo un hombre de barro conforme a Su imagen (1:26). Sin embargo, debido a que el hombre había sido hecho de barro, su naturaleza no era preciosa. Aunque la imagen que portaba era maravillosa, su naturaleza no tenía ningún valor. Tal era la condición del hombre al inicio de las Escrituras, pero al final, Dios ha obtenido un grupo de personas que a Sus ojos son oro puro, piedras preciosas y perlas costosas.
Hoy en día, ¿somos nosotros hombres de barro, o piedras preciosas? El día que Pedro recibió la revelación de que Cristo era el Hijo del Dios viviente, el Señor le cambió el nombre, diciéndole: “Tú eres Pedro” (Mt. 16:18). En griego el nombre Pedro significa “piedra”. Habiendo recibido tal hablar del Señor, Pedro escribe que nosotros, habiendo sido salvos, somos piedras vivas (1 P. 2:5). No debemos dudar al decir que ya no somos barro sino piedras vivas. Si usted me pregunta si yo soy de barro o una piedra viva, le responderé lleno de gozo: “¡Alabado sea el Señor! Antes era de barro; pero ahora soy una piedra viva. Algo me sucedió. Fui regenerado. Mi naturaleza ha sido transformada, de barro a piedra viva. ¡Ahora soy una piedra viva!” Todo aquel que el Señor ha salvado es una piedra. Conforme a la creación de Dios, éramos hombres de barro. Conforme a la nueva creación de Dios, mediante la regeneración, hemos llegado a ser piedras vivas.
¿Cómo puede un hombre de barro experimentar un cambio en su naturaleza para llegar a ser una piedra viva? Para responder esta pregunta, debemos analizar el cuadro que se nos muestra en el segundo capítulo de Génesis. Por ejemplo, pongámoslo de la siguiente manera: digamos que yo soy Adán, un hombre de barro. Como hombre, yo vería todas estas figuras a mi alrededor y sin duda apreciaría el oro, el bedelio y el precioso ónice. Comprendiendo cuán maravillosos son estos elementos, yo, como hombre de barro que soy, desearía llegar a ser tan precioso como ellos. Pienso que Dios me diría: “Adán, si deseas ser tan precioso como todos estos materiales, tienes que ser transformado”. Entonces probablemente le preguntaría al Señor: “¿Y cómo puedo ser transformado?”. Creo que respondiendo a tal pregunta, el Señor me diría: “Para ser transformado de un hombre de barro a estos materiales preciosos, debes comer del árbol de la vida y beber del agua viva. Si comes de este árbol y bebes de esta agua recibirás dentro de tu ser una vida que no tienes todavía. Una vez que recibas esta vida, ella obrará dentro de ti y te transformará de un hombre de barro a algo precioso”.
Éste es el mismo concepto que hallamos posteriormente en las Escrituras. El Señor es el árbol de la vida que vino a ofrecerse a Sí mismo a los hombres de barro. Él les dijo: “Yo soy [...] la vida” (Jn. 11:25) y les dijo que vinieran a Él, le comieran y le recibieran como vida para que fuesen regenerados (6:47-48, 57; 1:12-13). Ser regenerados quiere decir ser transformados con la vida de Cristo al grado que el hombre de barro es transformado en un hombre de piedra. Cuanto más comamos y bebamos de Cristo, más seremos transformados. Este proceso de transformación se extiende desde nuestro espíritu a todas las partes de nuestra alma y, finalmente, cuando Él regrese, se extenderá a nuestro cuerpo (2 Co. 3:18; Fil. 3:21). En ese momento seremos completamente transformados a la imagen del Señor desde el centro a la circunferencia de nuestro ser. Ya no seremos seres de barro. Seremos el precioso tesoro de Dios.
Somos transformados al experimentar y disfrutar a Cristo como vida. Le disfrutamos y le experimentamos, comiéndole como el árbol de la vida y bebiéndole como el río de agua de vida. Cuanto más le disfrutemos, más le experimentaremos y más seremos transformados. Además, cuanto más seamos transformados, más seremos juntamente edificados. Si permanecemos en nuestra vieja vida, en nuestro viejo hombre y en nuestra vieja naturaleza, la iglesia genuina nunca será edificada. Si vamos a ser edificados como la iglesia, como el Cuerpo de Cristo que es en realidad la expresión real de Cristo, tenemos que ser transformados en nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Cuanto más seamos transformados, más seremos juntamente edificados. Al concluir esta obra de edificación, seremos la novia de Cristo. Esta novia es la morada de Dios, el verdadero tabernáculo de Dios entre Su pueblo (Ap. 21:2-3).
Creo que éste es un cuadro muy claro que nos muestra lo que está en la mente del Señor y lo que Él busca. Dios está buscando un grupo de personas, que, habiendo sido inicialmente hechas de barro, le reciban como su vida al comer y beber de Él de modo que su naturaleza sea transformada, de hombres de barro a piedras preciosas. Entonces, al ser transformadas finalmente serán juntamente edificadas para ser el Cuerpo de Cristo, el tabernáculo de Dios, la novia de Cristo, edificadas con oro, perlas y piedras preciosas. Éste es el cuadro de todas las Escrituras, y éste es el propósito eterno de Dios.
Por el lado positivo, todas las Escrituras nos muestran cómo nosotros, seres hechos de barro, aceptamos al Señor como nuestra vida, nos alimentamos de Él, bebemos de Él, y al hacer esto, somos gradualmente transformados en Su misma imagen y somos juntamente edificados como un organismo a fin de ser Su Cuerpo para Su expresión y ser Su novia para Su satisfacción. Sin embargo, hay un lado negativo, representado por el árbol del conocimiento del bien y del mal (Gn. 2:9). El cual introduce la muerte. Este árbol es el árbol del conocimiento, del bien, del mal y de la muerte. Las Escrituras nos dicen que este árbol representa al diablo, Satanás, que es la fuente de la muerte. En lugar de recibir al Señor como su vida en el huerto del Edén, el hombre recibió el árbol del conocimiento, y por este medio, el pecado entró en el hombre. Como resultado, vino la muerte, seguida por el juicio de la perdición eterna (He. 9:27; cfr. Jn. 3:16). Todas estas cosas negativas surgieron de esta misma fuente, del árbol del conocimiento del bien y del mal. Estos asuntos positivos y negativos puestos juntos, presentan un cuadro completo de todas las Escrituras. Aunque se trata de un cuadro muy básico y sencillo, incluye todos los asuntos principales presentados en la Biblia.
Al ver este cuadro, vemos cómo los dos extremos de las Escrituras se reflejan mutuamente. En cierto sentido, la Biblia es semejante a un libro de arquitectura. Al comienzo tenemos un “plano”, y al final vemos un cuadro de todo el edificio. Entre estos dos extremos, entre el plano y el cuadro del edificio, se hallan muchas especificaciones detalladas respecto a la manera en que la obra de edificación se lleva a cabo. Esta es la Biblia. Si entendemos claramente este cuadro, nos será fácil conocer la mente del Señor y Su plan eterno. Además, al ver este cuadro, nos daremos cuenta de lo que somos, dónde estamos, lo que hemos de ser, a dónde hemos de ir y cuál es nuestra responsabilidad hoy en día, —asuntos que abarcaremos en los capítulos subsiguientes. Quiera el Señor abrir nuestros ojos y tener misericordia de nosotros.