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Mensajes del libro «Experiencia que tienen los creyentes de la transformación, La»
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CAPÍTULO TRES

LA TRANSFORMACIÓN DEL ALMA

  Lectura bíblica: 2 Co. 3:17-18; Ro. 12:2; Ef. 4:23; Ro. 8:6; 1 Co. 2:14-16; 2 Co. 4:16

  En este capítulo continuaremos con nuestra comunión respecto a la obra de transformación que el Señor efectúa dentro de nosotros. Leamos algunos versículos que hablan de la transformación del alma.

  El Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad. Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu. (2 Co. 3:17-18)

  No os amoldéis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestra mente, para que comprobéis cuál sea la voluntad de Dios: lo bueno, lo agradable y lo perfecto. (Ro. 12:2)

  Y os renovéis en el espíritu de vuestra mente. (Ef. 4:23)

  La mente puesta en la carne es muerte, pero la mente puesta en el espíritu es vida y paz. (Ro. 8:6)

  El hombre anímico no acepta las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son necedad, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente. En cambio el hombre espiritual juzga todas las cosas; pero él no es juzgado por nadie. Porque ¿quién conoció la mente del Señor? ¿Quién le instruirá? Mas nosotros tenemos la mente de Cristo. (1 Co. 2:14-16)

  En estos versículos debemos poner atención a tres frases. La primera es el hombre anímico. Un hombre anímico es un hombre regido por su alma. Tal persona no acepta las cosas del Espíritu de Dios. La segunda es el hombre espiritual. Así pues, hay dos clases de hombres: el anímico y el espiritual. La tercera frase es la mente de Cristo.

  No nos desanimamos; antes aunque nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día. (2 Co. 4:16)

  En este versículo la palabra traducida “desgastando” también puede traducirse “consumiendo”.

REGENERACIÓN Y TRANSFORMACIÓN

  En el capítulo anterior vimos que somos seres humanos creados por Dios, y como tales, estamos formados de tres partes: un cuerpo físico, un alma y un espíritu (1 Ts. 5:23). El espíritu es la parte más recóndita de todo nuestro ser creado, y el cuerpo es la parte más externa. Entre el espíritu y el cuerpo está el alma, la cual consta de la mente, la parte emotiva y la voluntad. Con la mente pensamos, con la parte emotiva sentimos el gozo o el dolor así como otros sentimientos, y con la voluntad tomamos decisiones. Además, también vimos la función de cada una de las partes de nuestro ser: con nuestro cuerpo físico contactamos el mundo físico, con el alma contactamos el mundo sicológico y con el espíritu contactamos el mundo espiritual. Si queremos tener contacto con cualquiera de estos tres mundos, debemos usar el órgano correspondiente. Puesto que Dios es Espíritu, si queremos adorarle, debemos adorarle con nuestro espíritu humano, en nuestro espíritu humano y mediante nuestro espíritu humano (Jn. 4:24).

  Cuando el Señor Jesús entró en nuestro ser, Él entró en nuestro espíritu (2 Ti. 4:22). El Señor es el Espíritu (2 Co. 3:17), y como Espíritu Él entró en nuestro espíritu humano. Ahora estamos unidos al Señor y hemos llegado a ser un solo espíritu con Él (1 Co. 6:17). El Espíritu divino y el espíritu humano se han mezclado y se han compenetrado juntos para formar un solo espíritu. Somos uno con el Señor, no en el cuerpo ni en la mente; somos uno con el Señor en nuestro espíritu. Cuando el Señor entró en nuestro espíritu, una reacción ocurrió en nuestro ser. Esta reacción fue nuestra regeneración. La regeneración es la transformación de nuestro espíritu. En el momento que creímos, nuestro espíritu fue transformado por Cristo con la vida divina.

  Puesto que hemos sido regenerados, nuestro espíritu está plenamente transformado. Ahora debemos pasar por la transformación continua del resto de nuestro ser, en particular de nuestra alma (2 Co. 3:17-18; Ro. 12:2; Ef. 4:23). El alma es una parte muy importante de nuestro ser. Que nuestra alma sea transformada quiere decir que nuestra mente, parte emotiva y voluntad son transformadas. Si somos transformados en nuestro espíritu pero no en nuestra alma, esto significa que aun cuando tenemos a Cristo como vida en nuestro espíritu, no tenemos mucho de Cristo en nuestra alma. Necesitamos que Cristo aumente dentro de nosotros todo el tiempo, esto es, que se extienda desde nuestro espíritu a las tres partes de nuestra alma. Cuando el Señor se extienda plenamente en nuestra mente, parte emotiva y voluntad, seremos transformados a Su imagen. Cuando seamos transformados a Su imagen, sentiremos, pensaremos y tomaremos decisiones de la misma manera en que Cristo siente, piensa y toma decisiones. Al considerar cualquier asunto, lo haremos como el Señor lo hace; cuando amemos u odiemos, amaremos y odiaremos como Cristo lo hace; y cuando se trate de escoger, escogeremos lo que el Señor elige, y abandonaremos y rechazaremos lo que el Señor abandona y rechaza. Cuando nuestra alma haya sido transformada totalmente en la imagen de Cristo, nosotros los seres humanos tendremos la imagen de Cristo en nuestra vida diaria.

LA NECESIDAD DE QUE EL ALMA SEA TRANSFORMADA

  Lamentablemente, es común que los cristianos sean transformados en su espíritu, pero permanecen sin ser transformados en su alma. En un gran número de creyentes, apenas podemos notar que Cristo haya entrado en su mente, parte emotiva y voluntad. Por ejemplo, quizás un hermano, que fue salvo por el Señor, sea regenerado.. Esto significa que su espíritu ha sido transformado. Pero este hermano puede tener un alma que es lenta en todo, por lo que hace todo despacio conforme a su alma. Aun si el Señor quisiera hacer algo rápidamente, este hermano sólo puede hacer las cosas lentamente. Aunque el Señor mora en el espíritu del hermano, él permanece con su lentitud porque el Señor aún no se ha extendido hasta su alma. Es posible que, aun cuando el Señor lo inspire en su espíritu, él siga actuando muy lentamente conforme a su alma y no responda a la inspiración interior del Señor. Mientras que algunas personas son muy lentas, otras son muy rápidas en todo lo que hacen. Son rápidas para pensar, sentir y actuar. Padecen los mismos problemas que el hermano lento, pero al revés. La situación de ellos indica que aunque han sido transformados en su espíritu, en su alma siguen siendo muy naturales.

  Cuando yo era joven, frecuentemente escuchaba a un predicador quien conforme a su alma era muy lento. En un mensaje él dijo: “Hermanos, miren las Escrituras. No hay un solo ejemplo de que Dios haya actuado rápidamente. El Señor siempre es lento”. Este hermano pensó que como él era lento, Dios también era lento. Poco después de escuchar a este hermano, conocí a un joven ministro que era muy rápido. Él me dijo: Al menos en una ocasión el Señor actuó tan rápidamente que tuvo que correr para hacerlo. Entonces se refirió a Lucas 15:20, donde el padre corre para encontrar al hijo pródigo. Este joven predicador usó este versículo para probar que el Señor actúa con rapidez. Estos dos predicadores eran dos tipos de personas diferentes: una era de naturaleza lenta, y la otra de naturaleza rápida. El predicador que era de naturaleza lenta insistía en que el Señor era lento, mientras que el que era de naturaleza rápida insistía en que el Señor era rápido. Con esto podemos ver que independientemente de nuestras características individuales, nuestra alma es natural y tiene que ser transformada. Nunca debiéramos permanecer en nuestra mente natural. Nuestra mente, parte emotiva y voluntad naturales tienen que ser transformadas de modo que podamos tener la imagen de Cristo.

  Génesis 1:26 nos dice que Dios creó al hombre a Su imagen y conforme a Su semejanza. Un ejemplo que describe esto es un guante, que está hecho a la imagen de una mano. Un guante es hecho a la imagen de la mano con el propósito de contener la mano. De igual manera, el hombre fue hecho a la imagen de Dios con el propósito de contener a Dios. Así como la mano se mete dentro del guante, la intención de Dios era ponerse a Sí mismo dentro del hombre. Un guante está diseñado con cinco dedos porque la mano tiene cinco dedos. De igual manera, debido a que el Señor tiene una mente, una parte emotiva y una voluntad, Él nos creó con una mente, una parte emotiva y una voluntad (Fil. 2:5; Ro. 9:13; Ap. 4:11). Es debido a que fuimos creados a la imagen de Dios que tenemos un alma con una mente, una parte emotiva y una voluntad.

  El día que recibimos a Cristo como nuestra vida, Él entró en nosotros. Primero, Él entró en nuestro espíritu, como una mano entra en la parte del guante que tiene la forma de la palma. Cuando inicialmente el Señor entró en nuestro ser, Él quedó limitado a nuestro espíritu. Ahora, día tras día, el Señor quiere extenderse gradualmente desde nuestro espíritu a todas las partes de nuestro ser. Él quiere extenderse gradualmente desde nuestro espíritu a nuestra mente, y desde nuestro espíritu a nuestra parte emotiva y a nuestra voluntad. Que el Señor se extienda a las diferentes partes de nuestra alma, se asemeja a los dedos de la mano cuando entran en los dedos del guante. Después que ocurre esta propagación gradual de Cristo a nuestro ser interior, podremos decir que tenemos la mente de Cristo (1 Co. 2:16). Aunque podemos afirmar con certeza que ahora tenemos el Espíritu de Cristo en nuestro espíritu, muchos de nosotros no podemos decir que tenemos la mente de Cristo en nuestra mente, los sentimientos de Cristo en nuestra parte emotiva y la voluntad de Cristo en nuestra voluntad. Sin embargo, un día seremos capaces de decir esto con toda certeza. Nuestra mente, parte emotiva y voluntad fueron hechas de tal modo que la mente, la parte emotiva y la voluntad de Cristo pudiesen entrar en ellas.

  La razón por la cual la mayoría de nosotros no podemos decir que tenemos la mente, la parte emotiva y la voluntad de Cristo, es que dichas partes de nuestro ser permanecen en su condición caída y aún no han sido transformadas. El Señor desea extenderse desde nuestro espíritu a todas las partes de nuestra alma. El Señor se extiende en dichas partes cuando crecemos en Cristo en todas las cosas (Ef. 4:15). Este crecimiento no se debe a una acumulación de conocimiento sobre doctrinas y enseñanzas. Para un cristiano crecer significa que Cristo se expande continuamente desde su espíritu a su mente, parte emotiva y voluntad.

  En una ocasión, el esposo de una hermana falleció. Esa hermana tenía cierta madurez y había crecido en Cristo en muchas cosas. No sólo tenía al Señor en su espíritu, sino que también lo tenía en su mente, en su parte emotiva y en su voluntad. Al experimentar una pérdida así, usualmente las personas están muy dolidas y son inconsolables. Sin embargo, esta hermana era capaz de agradecer y alabar al Señor. Los santos que la acompañaban en ese tiempo, podían percibir que el Señor no sólo estaba en su espíritu, sino también en su alma, especialmente en su parte emotiva. En contraste con esta hermana, había otra hermana que también perdió a su esposo. Ella era realmente muy joven en el Señor y no era muy madura en Él. Después de la muerte de su esposo, aunque fuimos a tener comunión con ella, simplemente no podía escucharnos; todo lo que podía hacer era llorar amargamente. Por más que le hablábamos, simplemente no podía escucharnos. En ella vimos una persona que, sin duda, tenía al Señor en su espíritu, pero en ese tiempo, no tenía al Señor en su parte emotiva, ni en el menor grado. En estas dos hermanas que perdieron a sus esposos vemos un gran contraste. Mientras que la hermana madura había experimentado una gran transformación en su alma, era notorio que la parte emotiva de la joven hermana aún no había sido transformada. Esto comprueba que aun cuando el Señor entró en nuestro espíritu en el momento que fuimos salvos, todavía necesitamos experimentar la transformación de nuestra alma.

SER TRANSFORMADOS MEDIANTE LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN

  Las Escrituras nos dicen que el hombre anímico, el hombre regido por el alma, no puede aceptar lo espiritual (1 Co. 2:14). Es imposible que dicho hombre reciba las cosas que son del Espíritu de Dios. Por esta razón, el hombre anímico, junto con su mente, parte emotiva y voluntad naturales, tiene que ser transformado al ser puesto a muerte y ser resucitado (Jn. 12:24-26; Mt. 16:24-25). Ésta es la transformación, que se lleva a cabo por la renovación de la mente (Ef. 4:23). Sólo por medio de la muerte y la resurrección puede ser renovada nuestra mente, junto con el resto de nuestra alma. No es suficiente que seamos regenerados y transformados en nuestro espíritu; tenemos que ser transformados en nuestra alma. Nuestro mayor problema es que no hemos sido transformados en nuestra alma.

  La manera de ser librados de nuestro hombre anímico y ser transformados en nuestra alma es poner siempre nuestra vista en el Señor a fin de que nos fortalezca para hacer una sola cosa: detenernos. Cada vez que estemos a punto de pensar en algo, amar algo o tomar una decisión, tenemos que detenernos. Oh, hermanos y hermanas, quiero darles esta pequeña palabra: “¡Detente!”. ¡Debemos detenernos! Cuando vamos a amar algo, tenemos que decir: “¡Detente!”. Cuando vayamos a pensar en algo, tenemos que decir: “¡Detente!”. Detenernos es ponernos a muerte.

  A veces sucede que tan pronto terminamos de orar por la mañana, nos acordamos de algo que un hermano nos dijo el día anterior. Mientras considera esto, quizás se ofenda. Cuando surge este tipo de pensamiento, ¿usted lo acepta? Si acepta este pensamiento y le da cabida en su ser, esto comprueba que su mente aún no ha sido transformada. Lo cual indica que su mente, al igual que el dedo vacío de un guante, aún no contiene aquello para lo cual fue creado. Si usted acepta esos pensamientos, puede estar seguro de que en su mente hay muy poco de Cristo. En lugar de aceptar tales pensamientos, debe detenerse. Tiene que darle muerte a su mente. En esos momentos usted debe orar, diciendo: “Señor, fortaléceme para darle muerte a mi mente”. Por favor, recuerde que donde está la muerte de la cruz, allí está la vida de resurrección de Cristo. Cuando usted le da muerte a su mente, tenga por seguro que la vida de la resurrección de Cristo le seguirá. Si nos detenemos y permitimos que nuestra mente sea aniquilada, ésta llegará a ser una mente resucitada. Una mente resucitada es una mente renovada. Si tenemos una mente renovada, habrá un cambio en nuestros pensamientos. Este cambio equivale a la transformación de la mente. Puesto que su mente ha sido transformada mediante la renovación, es decir, al morir y ser resucitada, usted testificará que este hermano representa la gracia y el don que el Señor le ha dado. El hecho de que usted exprese tal pensamiento indica que su mente ha sido transformada. Esta transformación es verdaderamente el Espíritu de Cristo que se ha extendido a su mente y la ha llenado consigo mismo.

  Algunos santos son muy sentimentales. Cuando están contentos, se ponen tan contentos que se olvidan de todo lo demás, incluyendo al propio Cristo. Cuando están tristes, también se olvidan del Señor. Las personas emotivas deben aprender a decirle a su hombre natural que se detenga. Cuando estén a punto de reírse, sintiéndose feliz, lo mejor es no reírse demasiado, sino aprender a decir: ¡Detente! Deben aprender a darle muerte a su hombre anímico, al ser fortalecidos por el Espíritu Santo. Algunas personas suelen enojarse rápidamente. Tales personas también son muy emotivas. Cuando usted siente que va a enfadarse, debe decir: “Señor, fortaléceme para poder detener mis emociones”. Si usted da muerte a sus emociones, la resurrección se manifestará. Su parte emotiva será resucitada y será llena del Espíritu Santo. Entonces, cuando usted esté contento, en su alegría se expresará la imagen de Cristo, y cuando ame algo, en su amor se expresará la imagen de Cristo. Con el tiempo, tendremos la imagen de Cristo en nuestra mente, parte emotiva y voluntad, porque en nuestra alma habremos sido transformados a la imagen de Cristo, y Él se habrá extendido a cada parte de nuestro ser.

APRENDER A APLICAR A CRISTO

  Todos debemos poner en práctica esta comunión y aprender a aplicar a Cristo. Cuando usted aprendió a conducir un auto, se le dieron muchas instrucciones. Después de aprenderlas, debía poner en práctica lo que había aprendido. Cuando comenzó a practicar, tal vez lo que había aprendido no le sirvió de mucho. Pero a pesar de su fracaso, usted seguía creyendo en las instrucciones y continuaba con sus prácticas de manejo. Después de quizás una semana, usted se acostumbró a conducir. Para aprender a manejar, simplemente tuvo que practicar cómo manejar. Esto mismo sucede con nuestra práctica de detener nuestra alma natural.

  Debemos comprender que no es nada insignificante el hecho de que Cristo entrara en nuestro espíritu cuando fuimos regenerados. Dado que Cristo está en nuestro espíritu, todo lo que tenemos que hacer es aplicarlo. Es precisamente en la aplicación donde encontramos un problema. Para seguir con el ejemplo anterior, el auto tiene el tanque lleno de gasolina y funciona bien; pero aun así, tenemos que manejarlo correctamente. Empujarlo no sería la manera correcta de manejar el auto; y hacer tal cosa sería insensato. En lugar de empujarlo, debemos aprender a conducirlo mediante la práctica. Cuando ponemos en práctica detenernos y aplicar a Cristo, temo que muchos de nosotros le pedimos al Señor que nos ayude a “empujar el auto”. Quizás oremos así: “Señor, ayúdame en este asunto. Me enojo con facilidad y me es difícil vencer esta debilidad. Pero, Señor, Tú eres todopoderoso y puedes ayudarme”. Si oramos así, el Señor no nos ayudará. Cuanto más oremos de esa manera, más nos daremos cuenta que el Señor no escucha esta clase de oración. De hecho, cuanto más oremos: “Señor, ayúdame a no enfadarme”, más nos enfadaremos. Orar de esta manera es como “empujar el auto”. Si oramos de esta manera nos indica que nos hemos olvidado que tenemos a Cristo dentro de nosotros y no le estamos aplicando. Tenemos a Cristo en nuestro interior; simplemente debemos ejercitarnos para aplicar a Cristo.

  Ejercitarse para aplicar a Cristo es como aprender a aplicar la gasolina de nuestro auto. Eso es muy sencillo. Así como nuestro auto tiene gasolina, nuestro espíritu tiene poder. Sé esto, porque lo he aprendido con la práctica. Durante los primeros diez años después de ser salvo por el Señor, no conocía esto. Luego un día, el Señor abrió mis ojos y me hizo ver que había algo poderoso dentro de mí. Comprendí además, que tenía que usar y aplicar esa fuente de poder. Este poder que está dentro de mí y dentro de todos nosotros, no es otra cosa que Cristo mismo (2 Co. 13:3). Cristo está en nuestro espíritu, y lo único que tenemos que hacer es aplicarle. Ya no debemos clamar: “Señor, ayúdame”. Si lo hacemos, el Señor responderá: “No, no te ayudaré de esa manera. Yo moro en ti. Pon en práctica el aplicarme a Mí”.

  Antes de aprender la manera de aplicar a Cristo, debemos darnos cuenta que Cristo está en nosotros. Luego, debemos siempre negarnos a nuestro yo, esto es, a nuestro hombre natural y a nuestro carácter natural. Mateo 16:24 dice: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, niéguese a sí mismo, y tome su cruz, y sígame”. Esto quiere decir que debemos dar muerte a nuestro yo y ponernos bajo la muerte de cruz. Siempre deben negarse a su mente natural, a su parte emotiva natural y a su voluntad natural. Aprendan siempre a darse muerte; denle cabida al Señor, quien está en su interior. Así sea usted una persona de naturaleza muy rápida o muy lenta, debe ponerse bajo la muerte de cruz. Si hace esto, el Señor le honrará y le resucitará. Después de que experimente la resurrección, su mente, su parte emotiva y su voluntad —la totalidad de su alma— estarán en el espíritu. Entonces usted será transformado a la imagen de Cristo.

  Tenemos que darnos muerte en muchas situaciones de nuestra vida diaria. Debemos decirle al Señor: “Señor, en este asunto me niego a mí mismo. En lo que respecta a pensar, amar y escoger, me niego a mí mismo. Me pongo en Tus manos. Deseo que Tu mente sea la mía, que Tu parte emotiva sea la mía y que Tu voluntad sea la mía”. Debemos recordar que tenemos que darnos muerte y permitir que el Señor nos levante en el poder de Su resurrección. Entonces todo nuestro ser será lleno del Espíritu de Cristo.

  Estas cosas no son simplemente doctrinas o enseñanzas; son instrucciones que nos indican cómo aplicar a Cristo. Si usted sigue estas instrucciones, esta experiencia será real para usted. Aplicar a Cristo es algo muy sencillo, tan sencillo como manejar un automóvil. Quizás no me crean cuando les digo esto. No obstante, practicar esto es aún más sencillo de lo que he descrito. Usted tiene a Cristo en su interior. Olvídese de su vieja manera de orar al Señor. Ya no ore pidiéndole al Señor que le ayude a hacer algo. El Señor no contestará esa clase de oración. Si tenemos un auto con gasolina, y le pedimos al Señor que nos ayude a empujar el auto, el Señor responderá: “No seas insensato. ¡Detente! Comienza a usar la gasolina, y el auto se moverá fácilmente”. Debemos creerle al Señor. Cuando finalmente nos detengamos y aprendamos a aplicar a Cristo de esta manera, experimentaremos la liberación de parte del Señor.

  Cuando yo era joven, debido a que no había muchos autos en mi país, era común usar bicicletas como medio de transporte. Un día, decidí que necesitaba una bicicleta y me compré una. Luego fui donde un hermano para preguntarle cómo montar la bicicleta. Él simplemente me contestó: “Ve y móntala”. Yo protesté, diciéndole: “Por favor, dime cómo manejar la bicicleta”. De nuevo, él dijo: “Ve y móntala”. Acepté sus palabras y salí a practicar. Después de sólo dos o tres horas, estaba montando la bicicleta sin esfuerzo alguno. Aprendí con la práctica.

  Debemos aceptar esta palabra tan sencilla. Después de haber servido al Señor y de haber contactado a los hijos del Señor por muchos años, he aprendido algo. Los mensajes y las doctrinas son muy buenas; sin embargo, sólo nos presentan un “edificio” muy hermoso, pero no nos dan una “entrada” a él. Sin una “puerta” nunca podremos entrar en la realidad de estas enseñanzas. Yo no les estoy dando meramente enseñanzas. Es posible que hayan visto que el Señor es vida para ustedes. El problema es que no tienen manera de entrar en lo que han visto. Ahora yo les estoy dando las instrucciones de cómo entrar. Han creído en el Señor Jesús, y le han recibido. Ahora Él está dentro de ustedes.

  El problema es que no practicamos la manera de aplicar a Cristo en nuestra vida diaria. Con la práctica, entraremos en la experiencia de la transformación. Cristo es vida, luz y poder, pero ¿es Cristo real para nosotros en todos estos aspectos? Necesitamos aprender a aplicar a Cristo. La manera de aplicarlo consiste primeramente en negarnos a nuestro yo —nuestra mente, parte emotiva y voluntad— y simplemente detenernos. En forma simple debemos acudir al Señor, quien está dentro de nosotros, y contactarlo. Entonces, aprenderemos a aplicarle. Después de muchos años de experiencia puedo testificar que no importa lo que me suceda, me es muy fácil aplicar a Cristo. Es tan fácil como encender una lámpara.

  Les pido que sigan estas sencillas instrucciones y practiquen aplicar a Cristo. Si lo hacen, experimentarán a Cristo más y más cada día. Por más que le experimenten, Él jamás se agotará. Se darán cuenta cuán rico Él es. Él será todo lo que necesiten. Todo lo que deben hacer es aprender a negarse a sí mismos. Entonces su alma —mente, parte emotiva y voluntad— serán renovadas. Mediante esta renovación ustedes serán transformados. Si se niegan a su yo, el Espíritu del Señor dentro de ustedes los honrará. Él los fortalecerá y hará que experimenten Su poder y Su vida de resurrección. Entonces, día tras día gustarán y disfrutarán de Él.

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