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Mensajes del libro «Experiencia que tienen los creyentes de la transformación, La»
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CAPÍTULO CUATRO

LA RENOVACIÓN DE LA MENTE

  Lectura bíblica: Gá. 4:19; Ro. 12:2; Ef. 4:17-24

  En este capítulo consideraremos la renovación de la mente. En los capítulos anteriores vimos que en nuestra vida cristiana somos transformados gradualmente a la imagen del Señor (2 Co. 3:18). Fuimos hechos a la imagen de Dios (Gn. 1:26). Dios tiene mente, parte emotiva y voluntad (cfr. Ef. 1:11; Ro. 9:13; Ap. 4:11), y puesto que nos creó a Su imagen, también nos dio una mente, parte emotiva y voluntad. Sin embargo, esta imagen es simplemente algo externo, y no es la imagen a la que Pablo se refiere en 2 Corintios 3:18. Si no hemos sido regenerados, al entrar el Señor a nuestro espíritu para ser nuestra vida, la imagen que compartimos con Dios seguirá siendo sólo superficial. Antes de nuestra regeneración, aunque llevábamos la imagen externa de Dios, Él todavía no era nuestro contenido interno. Es solamente cuando somos regenerados que el Señor entra en nuestro espíritu y comienza a extenderse a cada una de las partes de nuestro ser interior, a fin de ser el contenido mismo de todo nuestro ser, particularmente de nuestra alma. Cuando Él entra en nuestro espíritu, de inmediato nuestro espíritu es transformado a Su imagen. Después, mientras el Señor mora en nosotros, Él nos transforma gradualmente hasta llegar a ser el contenido de nuestro ser interior, en particular, de nuestra mente, parte emotiva y voluntad. Hoy en día, Dios está esperando la oportunidad de extenderse a todas y cada una de las partes de nuestro ser a fin de que seamos plenamente transformados a Su imagen. Debemos cooperar con el deseo de Dios practicando darle una vía libre por la cual pueda extenderse a cada parte de nuestro ser.

  En nuestra vida diaria, la mente es la parte que controla nuestro ser. No importa cuál sea la condición de la mente, ésta controla nuestra vida y nuestro ser. En el cuarto capítulo de Efesios, Pablo dice que los gentiles “andan en la vanidad de su mente” (v. 17). Andar en la vanidad de nuestra mente es permitir que la vanidad de la mente nos controle. Andar en la vanidad de la mente es vivir bajo el gobierno, la dirección y el control de una mente que está llena de vanidad. Los que tienen una mente así, aman el mundo, el dinero, y otras cosas vanas. Tales personas viven diariamente bajo el control de la mente de vanidad. Debemos darnos cuenta que es posible permanecer bajo el control del viejo hombre incluso después de ser regenerados. Aunque en el momento de nuestra regeneración, nuestro espíritu fue renovado y llegó a ser una nueva creación, es posible que aún sigamos siendo viejos en nuestra mente. Si éste es nuestro caso, esta es una señal que nuestra mente aún no ha sido transformada o renovada.

  En este capítulo queremos considerar lo siguiente: “¿Cómo puede ser renovada nuestra mente?”. La respuesta a esta pregunta es crucial, porque la renovación de la mente afecta toda nuestra vida cristiana. Por ejemplo, la mayoría de los cristianos anhelan vencer sus pecados. Pero quizás ellos no sepan que vencer el pecado está muy ligado a la renovación de la mente. Si descuidamos la experiencia de la renovación de nuestra mente, difícilmente venceremos los pecados. Por otro lado, Si experimentamos la renovación de la mente y somos transformados a la imagen del Señor, nos será fácil vencer cualquier clase de pecado. Si simplemente somos renovados en nuestra mente y transformados a la imagen del Señor, muchas cosas en nuestra vida cristiana serán muy fáciles para nosotros. Por consiguiente, la clase de vida cristiana que llevemos dependerá en gran medida de si nuestra mente es renovada día tras día.

  Cuando amamos a una persona con un amor profundo, con el tiempo andamos, actuamos y pensamos como esa persona. Cuando el esposo y la esposa se han amado por un largo periodo de tiempo, ellos comparten los mismos pensamientos, actitudes y deseos. Esto indica que el amor verdadero causa que dos personas sean de una misma mente. Si la esposa realmente ama al esposo, ese amor la constreñirá a pensar como su esposo piensa, a actuar como él actúa y a hacer las cosas como él las hace. Si ella nunca piensa, ni actúa ni hace las cosas como él las hace, eso indica que el amor que ella siente por él posiblemente no sea real. Sin embargo, este ejemplo es limitado, porque no importa cuánto el esposo ame a la esposa y ella lo ame a él, ellos en realidad no pueden entrar el uno en el otro, como el Señor ha entrado en nosotros. El Señor ha entrado en nosotros y está ahora en nosotros (2 Co. 13:5). Estamos unidos al Señor, y Él y nosotros somos un solo espíritu (1 Co. 6:17). Nuestro Señor quien mora en nuestro interior está esperando que seamos renovados, transformados a Su imagen, por medio de Él mismo con Su vida de resurrección. Debemos darnos cuenta que nada es tan importante como la renovación de nuestra mente. Si queremos llevar una vida cristiana verdadera —una vida en la cual vencemos fácilmente todas las cosas negativas y seguimos al Señor para hacer Su voluntad— tenemos que ser renovados en la mente, en la parte emotiva y en la voluntad. Dado que la mente es la parte rectora de nuestra alma, es especialmente importante que seamos renovados en la mente.

CRISTO ESTÁ SIENDO FORMADO EN NOSOTROS

  Gálatas 4:19 dice: “Hijitos míos, por quienes vuelvo a sufrir dolores de parto, hasta que Cristo sea formado en vosotros”. Que Cristo sea formado en nosotros es tener una mente, parte emotiva y voluntad renovadas. Cuando toda nuestra alma sea renovada de esta manera, no sólo tendremos la mente de Cristo para pensar como Él piensa, sino que Cristo mismo será quien piense en nuestro lugar. Si Cristo es formado en nosotros, en el momento que pensemos en algo, Él se extenderá desde nuestro espíritu hacia nuestra mente y a través de ella, a fin de ser el contenido mismo de nuestra mente. Después, a medida que Él se propaga, Él llegará a ser la persona que piensa dentro de nosotros. Aparentemente, somos nosotros los que pensamos, cuando de hecho Cristo es quien piensa en nosotros. Lo mismo sucede con nuestra parte emotiva. Si amamos algo o a alguien, no lo haremos nosotros solos, sino que Cristo en nosotros también lo amará. Respecto a nuestra voluntad, si decidimos hacer algo, no seremos nosotros solos los que decidimos; Cristo en nosotros lo decidirá. Si experimentamos que Cristo sea formado en nosotros, seremos “personas dobles”. Aunque aún seguimos siendo nosotros mismos, otra persona dentro de nosotros, Cristo, está en el proceso de ser formado en nosotros. A medida que esta Persona se forme en nosotros, Él se extenderá a cada parte de nuestro ser interior. Consecuentemente, al pensar, tendremos la mente de Cristo; al amar, tendremos el amor de Cristo; y al decidir, tendremos la voluntad de Cristo. No sólo Cristo estará en nuestro espíritu, sino que se habrá extendido a nuestra mente, parte emotiva y voluntad. A medida que Cristo se forma en nosotros, somos transformados gradualmente a Su misma imagen.

Amar al Señor

  Si Cristo es formado en nosotros o no, y si nosotros somos transformados en nuestra alma o no, depende al menos de tres cosas. Primeramente, tenemos que amarlo a Él. Cuando el esposo y la esposa caminan juntos, con frecuencia van agarrados de la mano. Aunque son dos personas diferentes, en sus acciones y en sus gestos son una sola persona. De igual manera, si en verdad amamos al Señor, querremos ser iguales a Él en todo. Cuando estemos a punto de hacer algo, nos preguntaremos: “¿Es así como el Señor ama estas cosas? ¿Es así como el Señor actúa?”. Si nos examinamos así, ciertamente seremos corregidos en nuestra manera de pensar, sentir y decidir. Al descubrir que nuestra forma de pensar no es la del Señor, y que nuestra mente no es Su mente, renunciaremos a nuestra forma de pensar y seremos orientados por la mente del Señor. Debemos someter nuestra mente a la mente del Señor, nuestra parte emotiva a la parte emotiva del Señor, y nuestra voluntad a la voluntad del Señor. Simplemente debemos someternos a Él. Si amamos al Señor de tal manera, le daremos la libertad, el terreno y la oportunidad de ocupar todas las partes de nuestro ser, una tras otra. Nuestro problema radica en que, aun cuando hemos sido regenerados y tenemos un corazón que ama al Señor, no lo amamos al máximo. Como resultado, parece que el Señor no tiene la oportunidad de hacer nada en nuestra mente, parte emotiva y voluntad. La razón por la que el Señor no tiene el terreno para ocupar nuestra mente se debe a que sencillamente no lo amamos mucho.

  Muchas veces, aunque amamos al Señor hasta cierto grado, no somos uno con Él. Después de haber visitado muchos hogares a través de los años, me di cuenta de que entre los cónyuges, incluso entre aquellos que se aman uno al otro, también se da esta misma situación. Aunque estas parejas con frecuencia actúan y piensan como una sola entidad, he notado que a menudo el esposo y la esposa no son uno. He visto que la esposa se propone hacer exactamente lo opuesto a lo que hace el esposo, y viceversa. Muchas veces tenemos esta misma clase de relación con el Señor. ¿Cuántas veces le hemos dicho al Señor: “Tú toma Tu camino, y yo iré en el mío”? Si ésta es la condición en que está nuestra relación con el Señor, no sólo sufriremos el fracaso de no ser renovados en nuestra mente, sino que ésta se hará cada vez más independiente del Señor, hasta dejar al Señor fuera de nuestra mente. Sin embargo, si amamos al Señor de manera absoluta, en toda situación pondremos nuestros ojos en Él y le diremos: “Señor, te amo. Quiero saber cómo consideras Tú mi situación. ¿Qué tienes en mente respecto a esta situación? Deseo tomar Tu mente como la mía y quiero que Tu mente se extienda a mi mente. Puesto que te amo tanto, quiero que mi mente esté saturada y mezclada con la Tuya”. Si amamos al Señor de esta manera, le daremos mucha libertad, terreno y oportunidad para que Él trate con nosotros respecto a nuestra mente. Necesitamos amarle a tal grado que nuestra mente pueda ser gradualmente renovada, llena, saturada y mezclada con la mente del Señor, es decir, con el Señor mismo. Así, cuando pensemos en los diferentes asuntos y los consideremos, las personas percibirán el sabor de Cristo en nuestros pensamientos y consideraciones (cfr. 2 Co. 2:14). Si queremos que Cristo sea formado en nosotros y que nuestra mente sea renovada, necesitamos amar más al Señor.

Tener comunión con el Señor

  Segundo, a fin de ser renovados, necesitamos permanecer en comunión con el Señor. No sólo debemos permanecer en comunión con el Señor en nuestros tiempos de oración, sino que debemos mantenernos en contacto con Él aun en medio de nuestras actividades y conversaciones diarias. Mientras conversamos con las personas, al mismo tiempo debemos tener comunión con el Señor. Aun si estamos muy ocupados, debemos permanecer en comunión con el Señor. Esto requiere de práctica. Hace muchos años conocí a un hermano joven que llegó al punto en el que constantemente tenía comunión con el Señor. Este hermano me dijo que cuando él caminaba, se detenía cada una o dos calles para permanecer en comunión con el Señor. Si permanecemos en constante comunión con el Señor, le daremos al Señor muchas oportunidades de tomar posesión de nuestra mente, parte emotiva y voluntad.

Orar

  Tercero, para que Cristo sea formado en nosotros, tenemos que orar. No es adecuado que oremos simplemente para pedirle muchas cosas al Señor. Debemos orar con el simple propósito de contactar al Señor y ejercitar nuestro espíritu.

  Cuando escuchamos algo, automáticamente ejercitamos nuestros oídos. Cuando andamos o corremos, automáticamente ejercitamos nuestras piernas o nuestros pies. Conforme a este mismo principio, si oramos, automáticamente ejercitamos nuestro espíritu, porque orar es ejercitar el espíritu. Aun cuando muchas veces al comenzar a orar no estamos en nuestro espíritu, tal vez en cinco o diez minutos entraremos en nuestro espíritu. Cuando los bebés tratan de caminar por primera vez, no usan mucho sus pies ni sus piernas. Pero cuanto más practican caminar, más las usan. De igual manera, si oramos más cada día, automáticamente ejercitaremos más nuestro espíritu también. Creo que muchos de nosotros hemos experimentado que cuanto más oramos, más estamos en el espíritu y más nos acostumbramos a ejercitar nuestro espíritu. Cuanto más ejercitamos nuestro espíritu para orar, más abrimos el camino para que el Señor, como el Espíritu que está dentro de nosotros, se extienda a todas las partes de nuestro ser interior. Aunque quizás le oremos al Señor para pedirle algo, la razón más importante por la que oramos es ejercitar nuestro espíritu para mantenernos en contacto con el Señor. Si ejercitamos nuestro espíritu al orar de esta manera, gradualmente todo nuestro ser será renovado y seremos transformados a la imagen del Señor.

  Tener a Cristo formado en nosotros y ser renovados en el espíritu de nuestra mente depende en gran manera de estos tres asuntos —debemos amar al Señor, permanecer en comunión con Él y ejercitarnos para orar. Cuanto más hagamos estas cosas, más seremos renovados.

APRENDER A CRISTO

  Muchos de ustedes han aprendido múltiples enseñanzas y doctrinas cristianas. Sin embargo, la carga que tengo en mi corazón, en cuanto a estos capítulos, es tener comunión con ustedes sobre las maneras específicas en las que pueden experimentar las cosas que han aprendido. En otras palabras, tengo la carga de que entren en la realidad de lo que ya conocen.

  Efesios 4:20 dice: “Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo”. Debemos prestar atención a la frase aprender a Cristo y entenderla apropiadamente. Aprender a Cristo no significa que como Cristo amó a las personas, nosotros también debemos amar a las personas. Cuando yo era niño, me enseñaron que como Cristo amaba a los pobres, nosotros también debíamos amar a los pobres. Me enseñaron erradamente que ese tipo de imitación era aprender a Cristo. Aprender a Cristo no quiere decir que debemos imitarle; lo que quiere decir es que nosotros, dentro de quienes Cristo mora, tenemos a Cristo como nuestra vida en todo lo que hacemos. Esto significa que cuando consideramos las cosas, tomamos a Cristo como vida de manera subjetiva y le expresamos en nuestro vivir. Aprender a Cristo no es algo objetivo; no se trata simplemente de tomar al Cristo que está fuera de nosotros y seguir Su ejemplo. Más bien, es algo muy subjetivo. Está completamente relacionado con el hecho de que Cristo está en nosotros, mora en nosotros y es vida para nosotros. Para que nosotros aprendamos a Cristo significa que Su mente llega a ser nuestra mente, Su amor llega a ser nuestro amor y Su corazón llega a ser nuestro corazón. Debemos tomar Su mente como nuestra mente y, por tanto, renunciar a nuestra propia mente. Ésta es la manera correcta de aprender a Cristo.

  En el siguiente versículo Pablo dice: “Si en verdad le habéis oído, y en Él habéis sido enseñados, conforme a la realidad que está en Jesús” (v. 21). Toda la realidad que está en Cristo debe ser nuestro disfrute y llegar a ser nuestra porción. Por ejemplo, el amor y a luz son realidades. Estas realidades están en Cristo. Ya que hemos sido regenerados, Cristo está en nosotros. Por lo tanto, todo lo que Él tiene en Sí mismo —en este ejemplo, el amor y la luz— han llegado a ser nuestra porción. Así que, debemos disfrutar todas las realidades que están en Él. La manera de disfrutar estas realidades nos es dada en los versículos 22 al 24. Primeramente, debemos despojarnos “del viejo hombre”. Despojarnos del viejo hombre es algo que hicimos de una vez y para siempre cuando nos bautizamos. Segundo, debemos ser renovados “en el espíritu de [nuestra] mente”. Esto es algo que debemos experimentar constantemente. Tercero, debemos vestirnos “del nuevo hombre”. De la misma manera que ya nos despojamos del viejo hombre, esto también ya se ha cumplido plenamente. Por ende, tenemos tres asuntos: despojarnos del viejo hombre por una parte, vestirnos del nuevo hombre por otra, y en medio de estos dos está la renovación del espíritu de nuestra mente. Si el despojarnos del viejo hombre y el vestirnos del nuevo hombre son experiencias reales que tenemos cada día o no, dependerá de si tenemos o no la experiencia de ser renovados en el espíritu de nuestra mente. El punto central es que seamos renovados en el espíritu de nuestra mente.

  Podemos conocer el hecho y la doctrina de que en Cristo nos hemos despojado del viejo hombre y nos hemos vestido del nuevo hombre, y podemos estar conscientes de que somos una nueva creación (2 Co. 5:17) y de que las cosas viejas pasaron y todas fueron hechas nuevas. Pero en nuestra experiencia, ¿son estos hechos una realidad para nosotros, o son meramente doctrinas? Quizás hablemos frecuentemente de cómo fuimos crucificados juntamente con Cristo, de cómo a nuestro viejo hombre se le dio muerte en la cruz, y de cómo nos hemos revestido de Cristo y por ende estamos en Él (Gá. 3:27). Sin embargo, es muy posible que para nosotros estas cosas sean sólo enseñanzas. Es posible que no sepamos cómo hacer que estas cosas sean reales en nuestro vivir. Tenemos que desafiarnos a nosotros mismos y, en lo que concierne a estos hechos, preguntarnos: “¿Es esto una realidad para mí? ¿Es real para mí que yo, como viejo hombre, he muerto? ¿Es real para mí que yo me he vestido del nuevo hombre?”. De nuevo, si estas cosas son reales para nosotros o no, dependerá únicamente de que experimentemos la renovación en el espíritu de nuestra mente.

  La manera de ser renovados en el espíritu de nuestra mente es muy simple. En primer lugar, debemos amar al Señor. Sencillamente debemos amarle con todo nuestro ser. Si amamos al Señor a lo sumo, Él ganará terreno en nuestro ser y tendrá la plena libertad de ocupar todo nuestro ser. Entonces nuestra mente será renovada en gran manera. Segundo, debemos tener comunión con Él; es decir, debemos permanecer en contacto con Él. Día tras día y momento a momento, jamás debemos salirnos de la presencia del Señor. Más bien, debemos siempre permanecer en Su presencia.

  Tercero, debemos aprender a ejercitar nuestro espíritu mediante la oración. Cuanto más oramos, más ejercitamos nuestro espíritu. En la esfera física, las partes de nuestro cuerpo que ejercitamos más, llegan a ser las más fuertes, y las partes que raramente usamos permanecen débiles. Hace muchos años atrás estuve gravemente enfermo y me confinaron a estar en cama por seis meses. Debido a que permanecí en cama, no pude usar mis piernas ni mis pies durante todo ese tiempo. Nunca se me ocurrió que al final de mi enfermedad yo no podría caminar. Di por hecho que iba a ponerme de pie y caminar. Para mi sorpresa, cuando traté de salir de la cama, no podía ponerme de pie. Como yo no había usado mis piernas ni mis pies por tanto tiempo, esos miembros de mi cuerpo se habían debilitado tanto que no podía ponerme en pie. Lo mismo sucede con nuestro espíritu. Si ustedes no oran, tengan por seguro que permanecerán débiles en su espíritu. La razón por la cual muchos de ustedes están débiles cuando vienen a la reunión de oración y a la mesa del Señor, es porque raramente oran. Si día tras día oraran mucho, cuando vengan a la reunión, su espíritu sería muy fuerte y les sería fácil orar en las reuniones. Necesitamos orar y ejercitar nuestro espíritu a fin de que nuestro espíritu sea fuerte. De esta manera, el Señor como el Espíritu tendrá una vía libre por la cual extenderse a todas las partes de nuestro ser.

DOS CONDICIONES DE LA MENTE

  En Efesios 4 se usan dos expresiones para describir la mente. El versículo 17 habla de la vanidad de la mente, y el versículo 23 habla del espíritu de la mente. Estos dos versículos describen dos condiciones en la cuales puede hallarse nuestra mente. Podemos tener o la vanidad de nuestra mente o el espíritu de nuestra mente. ¿Cuál es la condición de su mente, vanidad o espíritu? En la mente de las personas del mundo no hay nada más que vanidad. La vanidad ocupa la mente de la gente del mundo; sus mentes pueden incluso caracterizarse por la vanidad. Si la vanidad de este mundo ocupa nuestra mente, ésta permanecerá vieja y nunca será renovada. Además, si nuestra mente está llena de vanidad, será absolutamente imposible que podamos crecer en vida, ni siquiera en el más mínimo grado. No obstante, cuando nuestra mente es ocupada por el espíritu, el cual, como ya hemos visto, se extiende a nuestra mente, tendremos el espíritu de nuestra mente. Cuando nuestro espíritu se extiende a nuestra mente, ésta ya no se ocupará de la vanidad sino del espíritu.

  Consideremos el pasaje de las Escrituras que trata sobre las dos condiciones de la mente, Efesios 4:17-24. Por favor pongan atención al hecho de que este pasaje está dividido en dos partes. La primera parte, que consta de los versículos del 17 al 19, trata con la vanidad de la mente. La segunda parte, que comienza con la palabra mas en el versículo 20, trata con el espíritu de la mente.

  “Esto, pues, digo y testifico en el Señor: que ya no andéis como los gentiles, que todavía andan en la vanidad de su mente, teniendo el entendimiento entenebrecido, ajenos a la vida de Dios por la ignorancia que en ellos hay, por la dureza de su corazón; los cuales, después que perdieron toda sensibilidad, se entregaron a la lascivia para cometer con avidez toda clase de impureza. Mas vosotros no habéis aprendido así a Cristo, si en verdad le habéis oído, y en Él habéis sido enseñados, conforme a la realidad que está en Jesús, que en cuanto a la pasada manera de vivir, os despojéis del viejo hombre, que se va corrompiendo conforme a las pasiones del engaño, y os renovéis en el espíritu de vuestra mente, y os vistáis del nuevo hombre, creado según Dios en la justicia y santidad de la realidad”.

  Cuando la vanidad ocupa la mente de una persona, su entendimiento es entenebrecido, su corazón es endurecido, la persona misma es ajena a la vida de Dios, pierde toda sensibilidad (lo que significa que rechaza todo sentir de su conciencia) y se entrega a toda clase de cosas pecaminosas. Sin embargo, cuando nuestro espíritu se extiende a nuestra mente, ella es renovada. Con la renovación de la mente viene la realidad de despojarse del viejo hombre y de vestirse del nuevo hombre. Al ser renovados, somos transformados a la imagen del Señor (Ro. 12:2). Si hay vanidad en su mente, es posible que usted cometa cualquier clase de pecado. Por otra parte, si usted tiene el espíritu en su mente, usted será renovado, transformado, a la imagen del Señor.

  Espero que el Espíritu Santo nos muestre las dos maneras de conducirnos en nuestra vida diaria. La primera consiste en ser controlados y dirigidos por la vanidad de la mente, esto es, por la mente de vanidad. La segunda consiste en vivir y andar en el espíritu de nuestra mente, esto es, en una mente que es del espíritu. Si tomamos la manera de ser renovados en el espíritu de nuestra mente, seremos llevados al punto donde seremos muy semejantes al Señor —seremos transformados en Su misma imagen. Esta hermosa y maravillosa transformación toma lugar al ser renovados en el espíritu de nuestra mente. Nuestra mente necesita ser renovada de modo que la mente que está llena de vanidad sea una mente que esté llena del espíritu. Entonces seremos liberados de toda pecaminosidad, transferidos al reino de la luz admirable del Señor (1 P. 2:9) y transformados a la imagen del Señor.

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