
Lectura bíblica: 2 Co. 1:21-22; 3:3, 6, 8, 17-18
Hasta ahora, hemos visto que hay cuatro temas en 1 Corintios y cuatro en 2 Corintios. Los cuatro temas de 1 Corintios son los temas de Cristo, el espíritu, la iglesia y los dones. En 2 Corintios los dones son reemplazados por el ministerio producido por medio de los sufrimientos. En 2 Corintios se habla de los temas de Cristo, el espíritu y la iglesia de manera muy profunda y subjetiva.
Queremos continuar nuestra comunión en el tema del espíritu en 2 Corintios, es decir, el tema del Espíritu divino junto con el espíritu humano. Hemos dicho que hay nueve aspectos del Espíritu divino, maravilloso y todo-inclusivo en 2 Corintios. El es el Espíritu que unge, el Espíritu que sella, el Espíritu que da en arras, el Espíritu que escribe, el Espíritu vivificante, el Espíritu que ministra, el Espíritu que libera, el Espíritu que transforma y el Espíritu que trasmite. En el capítulo trece vemos la comunión, la trasmisión, del Espíritu Santo. Esa es la conclusión de 2 Corintios. En los capítulos uno y tres se encuentran los otros ocho aspectos del Espíritu. En el capítulo uno vemos la unción, el sello y las arras del Espíritu. En el capítulo tres se encuentran otros cinco aspectos: escribir, vivificar, ministrar a Cristo, liberar y transformar. Sin duda, el apóstol Pablo escribió 2 Corintios con el pensamiento de estos ocho aspectos de la obra interior del Espíritu todo-inclusivo. Por eso, están colocados al principio de este libro.
El primero de estos ocho aspectos es la unción (1:21), y el último es la transformación (3:18). Hemos visto que Dios nos unge, nos pinta, con el Espíritu compuesto, un compuesto de todos los ingredientes y elementos de la persona de Cristo y de Su obra. Este ungüento es la mejor pintura celestial, que está lleno de las riquezas de la Deidad y de las riquezas de la persona de Cristo, Su obra y Sus logros. Cuanto más somos ungidos, pintados, con el Espíritu compuesto, más elementos de la persona de Cristo y de Su obra son dispensados en nuestro ser. Estos elementos son el Dios Triuno en Su divinidad, la humanidad de Cristo, Su muerte maravillosa y la eficacia de la misma, y Su resurrección con su poder. Todos estos elementos están incluidos en esta pintura celestial, el Espíritu compuesto. Esta pintura, esta unción, introduce todos estos elementos en nuestro ser.
Con el tiempo, el Espíritu transformador nos transforma a Su imagen. Esta es la meta de Dios, Su intención. Dios nos unge, nos pinta, consigo mismo para transformarnos y así hacernos los verdaderos hijos de nuestro Padre que tienen la imagen del Padre. La pintura divina, la unción, tiene como fin la transformación. La unción introduce todos los elementos, y la transformación nos hace exactamente igual al Hijo de Dios en vida y en naturaleza, y nos transforma de gloria en gloria a Su imagen, como por el Señor Espíritu. El ungüento, el Espíritu compuesto, es el Señor Espíritu. Por El y con El somos transformados a Su imagen.
El Dios Triuno cuya divinidad está mezclada con la humanidad incluyendo Su muerte y resurrección maravillosas hoy es el ungüento compuesto que nos unge con todo lo que El es y con todo lo que ha hecho a fin de que seamos transformados a Su imagen, y esta transformación viene del Señor Espíritu. Somos ungidos, y con el tiempo seremos transformados. Espero que las iglesias presten más atención a este asunto de la unción para la transformación.
Cuanto más enseñanza doctrinal recibimos, más conocimiento y conceptos adquirimos; pero la unción introduce los elementos substanciales y reales de Cristo en nuestro ser. Si yo le pinto a usted con pintura, tal vez usted no lo entienda, pero de todos modos es pintado. La enseñanza introduce conocimiento vano, pero la unción introduce la verdadera substancia.
Tal vez se nos enseñe mucho en cuanto a la muerte de Cristo, pero lo que necesitamos es la substancia y la realidad de la muerte de Cristo. Su muerte está en el Espíritu todo-inclusivo y compuesto. Cuando yo era joven, me enseñaron de la muerte de Cristo en Romanos 6 y que teníamos que considerarnos muertos (v. 11). Pero esto es sólo la enseñanza de la muerte de Cristo y no la realidad. La realidad de la muerte de Cristo está en el Espíritu, del cual se habla en Romanos 8.
Cuando invocamos el nombre del Señor, recibimos las riquezas del Espíritu todo-inclusivo (Ro. 10:12). Cuando estamos a punto de enojarnos, podemos invocar el nombre del Señor, y el poder aniquilador de la muerte de Cristo se presentará para matar nuestro enojo. Pero cuanto más tratamos de reconocernos muertos, más seremos derrotados, porque este reconocimiento es el ejercicio de la mente. Cuando nos olvidamos del ejercicio de la mente y ejercitamos el espíritu invocando el nombre del Señor, tocamos al Espíritu compuesto. En este Espíritu compuesto, se encuentra el germicida divino que mata todo lo negativo que se encuentra en nuestro ser. La acción de matar los gérmenes, la muerte aniquiladora de Cristo, no está en la enseñanza sino en el Espíritu compuesto. La vida cristiana no es asunto de saber doctrinas sino de ser ungido por el Espíritu compuesto.
Entre la unción y la transformación se encuentran otros seis aspectos del Espíritu: sellar, dar en arras, escribir, vivificar, ministrar a Cristo y liberar. La unción llega a ser el sello en nosotros (2 Co. 1:22), dándonos la marca y la inscripción de la imagen de Dios que muestra que le pertenecemos a El.
El sello del Espíritu, el cual está constituido de los elementos introducidos por la unción, llega a ser las arras, la garantía, el pago inicial, el anticipo, del Espíritu (v. 22). Esto quiere decir que tenemos al Espíritu para que lo gustemos, para que lo disfrutemos. La vida cristiana no consiste en meditar en la mente sino en gustar al Señor en el espíritu (Sal. 34:8; 1 P. 2:3). Podemos gustar de las cosas celestiales y de las cosas de la era venidera (He. 6:4-5) por la trasmisión del Espíritu. También nos trasmite las cosas de la eternidad y de la Nueva Jerusalén porque es el Espíritu eterno (He. 9:14).
El nos trasmite todas las cosas celestiales y los elementos de Cristo no para nuestro conocimiento mental sino para que lo gustemos, para que lo disfrutemos. Necesitamos ser los que constantemente gustamos de las cosas celestiales, espirituales y eternas por el Espíritu compuesto. Todo lo que está en la Nueva Jerusalén está incluido en el Espíritu compuesto, que nos ha sido dado como el anticipo, la muestra, del sabor completo del Espíritu que tendremos en las eras venideras. La cantidad del Espíritu que tenemos en esta era es más pequeña, pero la calidad y el sabor son los mismos. Tenemos que aprender a gustar al Señor invocando Su nombre constantemente.
Nunca podemos ser humildes siendo enseñados a ser humildes. De hecho, cuanto más nos enseñen a ser humildes, más orgullosos seremos. Si se nos enseña a amar a los demás, con el tiempo no amaremos a nadie. El verdadero amor y la verdadera esencia del amor están en el Espíritu compuesto. Dios es amor (1 Jn. 4:8), y El es el Espíritu compuesto hoy. Cuanto más tocamos al Espíritu compuesto, más esencia de amor entrará en nosotros. No hay necesidad de que aprendamos a amar a los demás. Cuando somos infundidos con la esencia del amor en el Espíritu compuesto, espontáneamente amaremos a los demás.
El amor es la esencia de la vida divina. Un clavel no florece siendo enseñado, sino por su crecimiento en la esencia de su vida. Cuanto más crece la flor, más expresa la esencia de su vida. De igual manera, cuanto más crecemos en la vida divina, más expresamos la esencia de la vida divina. No podemos ser santos, espirituales y celestiales siendo enseñados. Con el tiempo, vendremos a ser mundanos. La esencia celestial no está en alguna enseñanza, sino en el Espíritu compuesto.
En 2 Corintios 1:21 el apóstol Pablo dijo que Dios es el que “nos adhiere firmemente con vosotros a Cristo, y el que nos ungió”. Necesitamos considerar por qué el apóstol Pablo dijo esto. Cuando escribió 2 Corintios, los creyentes corintios dudaban de su autoridad apostólica. Algunos hasta afirmaban que él era una persona no sincera e inconsistente, un hombre de sí y no. Por eso les dijo que el Cristo que les predicaba siempre era sí (1:19-20). Luego les dijo a los corintios que era un verdadero sacerdote en el sacerdocio y que había sido ungido por Dios. En los tiempos antiguos nadie podía asumir la posición y la función de un sacerdote a menos que hubiera sido ungido. Pablo dijo que era ungido y adherido a la Cabeza del sacerdocio, a Cristo, el Ungido.
Después de la formación del ungüento en Exodo 30, Dios le dijo a Moisés que ungiera todas las partes del tabernáculo y a Aarón y a sus hijos (vs. 26-30). Aarón llegó a ser el ungido, y todos sus hijos fueron adheridos a él. Luego todos sus hijos fueron ungidos. El apóstol Pablo usó ese trasfondo para indicar a los corintios que hoy Cristo es nuestro verdadero Aarón. El es el Sumo Sacerdote, y nosotros somos Sus hijos. Dios nos adhirió a El, y Dios nos ungió. Nosotros asumimos la posición y la función de sacerdotes porque hemos sido adheridos a Cristo, el Ungido.
Dios ungió y nombró a Cristo para que sea Cabeza del sacerdocio, y todos fuimos adheridos a El. Así que, hoy somos los hijos del verdadero Aarón. Hemos llegado a ser los sacerdotes del sacerdocio divino porque hemos sido adheridos al Sumo Sacerdote, y hemos sido ungidos por Dios. Pablo comprobaba que él era apóstol con la unción. El estaba adherido a Cristo, el Ungido, y fue ungido por Dios. Cuando los sacerdotes fueron ungidos, fueron consagrados y comisionados.
Este ungüento llegó a ser el sello de Pablo, el cual lo sellaba para que asumiera su posición sacerdotal. El Espíritu lo selló con la persona de Cristo, Su obra y Sus logros. Estos elementos de Cristo que tenía eran el sello que comprobaba que él era ungido por Dios para servirle como sacerdote. Además, esta unción y sello llegó a ser un anticipo para Pablo. No importa lo que los corintios pensaban de Pablo, él testificaba que estaba disfrutando al Espíritu como el anticipo. La unción y el sello le trajeron el elemento divino para que lo disfrutara.
Quiero decir de nuevo que lo que necesitamos hoy no es la enseñanza doctrinal, sino la unción celestial con el ungüento celestial. Somos consagrados, comisionados, ordenados y puestos en nuestro sacerdocio al ser ungidos. La unción consiste en la acción de pintar en nuestro ser todo lo que Cristo es, todo lo que ha hecho, y todo lo que ha logrado. Hemos sido firmemente adheridos al Ungido de Dios, y hemos sido ungidos. Esta unción es el sello, y el sello llega a ser el anticipo, las arras, para que lo disfrutemos.
Pablo luego dijo a los corintios que eran cartas de Cristo que habían sido inscritas por los apóstoles con el Espíritu del Dios vivo, quien es la tinta divina y celestial (3:3). El Espíritu no es el escritor ni la pluma sino la tinta que escribe a Cristo en nuestro ser. Cuanto más escribe en nosotros el Espíritu, más de la tinta celestial tenemos. Esta redacción es como la unción, la pintura. El Espíritu como tinta introduce el elemento celestial en nosotros, lo cual hace que este elemento sea uno con nosotros.
Pablo fue ungido, así que era apóstol; el Espíritu había sido inscrito en los corintios, así que ellos eran las cartas. Si él no hubiera sido ungido, no habría sido apóstol. Si el Espíritu no se hubiera inscrito en los corintios, no habrían sido cartas. Uno es ungido con ungüento; a uno se le inscribe con tinta. De hecho, el ungüento es la tinta. Los ingredientes y los elementos de la tinta son los mismos que están en el ungüento.
El escribir lleva la tinta a la hoja de papel; no la corrige. El Espíritu es la tinta, y el contenido de la tinta es Cristo con Su persona, Su obra y Sus logros. Esta tinta celestial es una composición de todos los elementos de Cristo. Cuanto más se nos inscribe con esta tinta, más de los elementos de Cristo son dispensados en nosotros. Luego llegamos a ser una carta de Cristo y tenemos a Cristo como nuestro contenido.
Cuanto más escribo en una hoja de papel, más la esencia de la tinta satura la hoja. El Espíritu como la tinta compuesta añade la sustancia de Cristo en nosotros y nos satura con la esencia de Cristo. Luego tenemos la sustancia de Cristo para que lo podamos expresar. Tal vez no haya mucho de Cristo en nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad. Pero cuando el Espíritu es inscrito en nosotros una y otra vez, la esencia de Cristo es dispensada en nosotros. Finalmente, nuestra mente, nuestra parte emotiva y nuestra voluntad expresan a Cristo porque Cristo ha sido inscrito en estas partes de nuestra alma. Al ser inscritos con la tinta celestial, el Espíritu compuesto, la esencia y los elementos de Cristo son añadidos a nosotros.
Luego Pablo habló del Espíritu vivificante (3:6). El Espíritu no da conocimiento sino vida. Mientras la tinta celestial, el Espíritu compuesto, es inscrita en nosotros este Espíritu nos imparte vida. Cuanto más tinta recibimos, más vida recibimos y más de la esencia de Cristo es añadida a nosotros. Luego tenemos el verdadero crecimiento en vida. Cuanto más el Espíritu celestial compuesto se escribe en nosotros, más recibimos la esencia de la vida de Cristo. Esta vida es verdadera y viva, fortalece, da energía, satisface y da fruto. El Espíritu que escribe es el Espíritu vivificante. El escribe en nosotros impartiéndonos vida.
Este Espíritu también es el Espíritu que ministra (3:8). El nos ministra a Cristo. Luego les ministra a Cristo a otros por medio de nosotros.
El Espíritu que ministra es el Espíritu que libera (v. 17), quien quebranta toda atadura, quita todo velo y nos libera. La esencia de Cristo tiene que ser dispensada en nosotros para librarnos.
Finalmente, este Espíritu todo-inclusivo es el Espíritu que transforma (v. 18). El nos transforma, no al corregirnos, sino al poner más y más de la esencia de la vida de Cristo en nosotros. Tenemos el poder de la vida de Cristo que nos forma de la esencia de Su vida a fin de que lleguemos a tener la forma de Su vida. Como ejemplo, el poder de la vida del durazno forma el durazno con la esencia de su vida para formarlo. Somos transformados y conformados a la imagen gloriosa de Cristo de gloria en gloria como por el Señor Espíritu.
Quiero recalcar el hecho de que somos transformados. Somos como espejos que miran al Señor y lo reflejan para ser transformados a Su imagen de gloria en gloria. Cuando un clavel florece de manera plena, se expresa su gloria. Un día floreceremos en plenitud, y se verá la glorificación y la manifestación de los hijos de Dios. Esa será una libertad gloriosa, la libertad de la gloria. Toda la creación gime y espera esa libertad (Ro. 8:19-22). Esa libertad de la manifestación y la glorificación de los hijos de Dios será la consumación de nuestra transformación.
Alabado sea el Señor porque ahora estamos en el proceso de ser transformados. No debemos tratar de ajustarnos o mejorarnos de manera exterior. Al contrario, necesitamos ser ungidos y sellados con el Espíritu. Necesitamos disfrutar al Espíritu como el anticipo. Necesitamos que el Espíritu se inscriba en nosotros y necesitamos disfrutar Su poder vivificante. Finalmente, necesitamos experimentar el ministerio del Espíritu y disfrutarlo a El, quien es Aquel que libera y transforma. Cuanto más leemos la palabra con oración e invocamos el nombre del Señor, más disfrutaremos al Espíritu compuesto y así podremos ser transformados y conformados a la imagen gloriosa del Señor.