
Lectura bíblica: 2 Co. 1:21-22; 3:3, 6, 8, 17-18; 5:5; 13:14
Hemos visto que hay cuatro temas de 1 Corintios: el tema de Cristo, el tema de los dones, el tema del espíritu (incluyendo al Espíritu Santo) y el tema de la iglesia. Todos, menos un tema, el de los dones, continúan en 2 Corintios. Este tema es reemplazado por el tema del ministerio, el cual es formado y producido al experimentar uno a Cristo sufriendo mucho. En 2 Corintios 3 se encuentra el ministerio del Espíritu (v. 8), y no los dones del Espíritu. El ministerio no se produce de una noche a otra. Es producido con mucho tiempo y sufrimiento. Si conoce la disciplina del Señor que está llena de gracia, besará todos los sufrimientos. Los sufrimientos producen algo mucho más superior a los dones, a saber, el ministerio.
Hemos visto que 1 Corintios revela muchos aspectos de Cristo más o menos de manera doctrinal. El capítulo uno dice que los judíos piden señales, y los griegos buscan sabiduría, pero Pablo predicaba a Cristo crucificado, y Cristo es poder y sabiduría de Dios (vs. 22-24). En el capítulo dos Pablo dice que se propuso no saber cosa alguna sino a Cristo, y a éste crucificado (v. 2). Luego en los capítulos que siguen, revela más aspectos de Cristo de manera doctrinal. Pero cuando Pablo habla de Cristo en 2 Corintios, habla desde la perspectiva de la experiencia.
El libro de 1 Corintios, en cierto sentido, está relacionado con la doctrina. El libro de 2 Corintios está relacionado con la experiencia. Podemos ver esto al considerar el tema del espíritu en estos dos libros. En 1 Corintios 2 Pablo nos dice que el Espíritu nos revela las profundidades de Dios (v. 10). Luego, el capítulo tres dice que el Espíritu mora en nosotros (v. 16). El capítulo doce habla de los dones del Espíritu (vs. 4-11) y dice que fuimos bautizados en el Espíritu y que bebemos de un mismo Espíritu (v. 13). El capítulo quince revela que Cristo, el postrer Adán, se hizo Espíritu vivificante (v. 45).
Cuando consideramos todos estos aspectos del Espíritu que están en 1 Corintios, podemos ver que se mencionan de una manera que carece de experiencia. La manera en que Pablo menciona al Espíritu en 2 Corintios está más relacionada con la experiencia. En el capítulo uno dice que el Espíritu es el Espíritu que unge y que sella. Este Espíritu también está en nuestros corazones como las arras, como un anticipo (vs. 21-22).
En el capítulo tres se encuentran cinco aspectos de este Espíritu subjetivo. Primero, El es el Espíritu que escribe (v. 3); luego es el Espíritu vivificante (v. 6). También es el Espíritu que ministra, que siempre nos ministra algo de Cristo (v. 8). El es el Espíritu que da libertad (v. 17), que nos libera de todo lo que nos ata. Nos libera de la atadura de doctrinas, de la letra, de los códigos escritos y de las regulaciones. Nos libra quitando todos los velos para que podamos mirar a Cristo y reflejarlo a cara descubierta. Luego, es el Espíritu que transforma. Somos transformados de gloria en gloria a la gloriosa imagen del Señor, como por el Señor Espíritu (v. 18).
El último versículo de 2 Corintios habla de la comunión del Espíritu Santo (13:14). La comunión aquí es la trasmisión. El amor del Padre es la fuente, la gracia del Hijo es el cauce y la comunión del Espíritu es la trasmisión que nos trasmite todo lo que Cristo es como la gracia y a Dios el Padre como amor.
El libro de 2 Corintios es un libro que trasmite, no un libro de doctrinas. Los nueve aspectos del Espíritu que hemos mencionado están exclusivamente relacionados con la experiencia. Estos nueve aspectos una vez más son: el Espíritu que unge, el Espíritu que sella, el Espíritu que da en arras, el Espíritu que escribe, el Espíritu vivificante, el Espíritu que ministra, el Espíritu que libera, el Espíritu que transforma y el Espíritu que trasmite. Este Espíritu maravilloso nos trasmite todas las riquezas de Cristo con la plenitud del Padre.
En 2 Corintios 1:21 dice: “Y el que nos adhiere firmemente con vosotros a Cristo, y el que nos ungió, es Dios”. En el griego Cristo significa “el Ungido”. Puesto que fuimos adheridos a Cristo, el Ungido, por Dios, espontáneamente somos ungidos con El por Dios. En los versículos anteriores, Pablo dice que el mismo Cristo que ministraba a los santos no es sí y no. El Cristo que ministraba siempre es sí. El es el Amén de todo el universo (vs. 19-20). Luego Pablo dice que Dios nos adhiere a Cristo, quien es el gran Sí y el universal Amén.
Dios lo ungió con el óleo de júbilo más que a Sus compañeros (Sal. 45:7; He. 1:9). El ungüento con el cual Cristo y nosotros somos ungidos es Dios mismo. Dios nos pintó, nos ungió, consigo mismo como la pintura divina, el ungüento divino. Cuanto más somos ungidos por Dios, más recibimos del elemento de la naturaleza divina de Dios. La unción tiene como fin la impartición del elemento divino en nosotros. Dios nos imparte todos Sus ingredientes y elementos divinos con Su unción.
¿Cómo podemos nosotros las personas de carne ser adheridos a Cristo, quien está lleno de la naturaleza divina? Sólo por medio de la unción. En cierto sentido, todos los que fuimos regenerados hemos sido adheridos a Cristo. Pero en nuestra experiencia, cuánto hemos sido adheridos a Cristo depende de cuánta unción hemos recibido. Cuanto más somos ungidos, más somos adheridos a Cristo. Incluso en nuestro andar diario podemos dar testimonio de esto. Si vivimos y nos conducimos bajo la unción, esta unción nos enseña en todo (1 Jn. 2:27). Cuando usted anda conforme a esta unción, se da cuenta de que en ese momento está adherido a Cristo.
Pongamos como ejemplo ir de compras. Si no cuida de la unción interior cuando va a la tienda, y compra sólo conforme a sus gustos, en aquel momento está lejos de Cristo. Está separado de Cristo. En vez de eso debe decir: “Oh Señor, libérame del sistema satánico que está en esta tienda. Si Tú dices que no, yo digo que no. Si Tú dices que sí, yo digo que sí”. Cuando anda en este espíritu de oración, actúa y se conduce conforme a la unción interior. En ese momento está adherido al Ungido.
Hoy día Dios obra para adherirnos a Cristo, el Ungido, ungiéndonos constantemente consigo mismo. Cuando disfrutamos esta unción, tenemos la profunda sensación de que estamos adheridos a Cristo. Podemos entender que esto es mucho más profundo y detallado que los dones. Esta es la experiencia preciosa que debemos tener cada día. Lo que experimentamos de Cristo que lleva a la transformación no es asunto de dones milagrosos y sobrenaturales sino de la unción profunda, escondida, poderosa y detallada. El Espíritu ungidor nos unge día tras día con los ingredientes y elementos de Dios, los elementos divinos de Dios mismo. Día tras día si andamos y nos conducimos conforme a esta unción, Dios nos será añadido, nos será impartido, más y más.
Necesitamos seguir adelante y pasar de ser ungidos a ser sellados. El Espíritu también es el Espíritu que sella. El sello constituye una imagen usando los elementos divinos, la cual expresa a Dios. Me animo cuando veo que Dios se está formando en muchos de ustedes (Gá. 4:19). Cuando alguien se pone en contacto con usted, tendrá la sensación de que dentro de usted está la imagen de Dios y que algo de Dios ha sido formado en usted.
Puedo dar un ejemplo de esto con el siguiente relato. Una vez en Shanghái una hermana vino a visitarnos, y ninguno de nosotros la había visto antes. Cuando fuimos a la estación para buscarla, nos preguntábamos cómo la reconoceríamos. Mientras mirábamos a las personas que estaban en la barca, nos dimos cuenta de quién era la hermana. Había cierta imagen o expresión en ella, la cual dio testimonio de que debía de ser un hijo de Dios.
Dios no sólo nos ungió, sino que también nos selló. El no sólo nos impartió Sus elementos sino que también puso Su sello en nosotros, que es Su propia imagen con la forma del Espíritu vivo. Esta es la experiencia profunda del Espíritu que mora en nosotros. No es la manifestación exterior del Espíritu sino la inscripción y sello interior del Espíritu.
En 2 Corintios 1:22 Pablo dice que Dios “ha dado en arras el Espíritu en nuestros corazones”. Las arras es el anticipo. El Espíritu es un anticipo, una garantía, una muestra, del sabor pleno. El es dulce para nuestro paladar espiritual. Dios nos da Su Espíritu como anticipo de lo que heredaremos de Dios, lo cual nos da un anticipo antes de la herencia completa. Cuando las hermanas cocinan algo, prueban un anticipo de ello. Pero cuando lo llevan a la mesa, gustan el sabor completo. Hoy estamos en la cocina, no en la mesa. Gustamos al Espíritu como anticipo, y esto es una muestra del sabor completo del Espíritu que ha de venir en plenitud. Disfrutamos al Espíritu que mora en nosotros como anticipo día tras día.
Esto es lo que necesitamos para el crecimiento de vida, para la edificación del Cuerpo y para la verdadera práctica de la vida de la iglesia. Cuanto más experimentamos al Espíritu de esta manera escondida, profunda, elevada, rica e interior, más seremos liberados de hacer divisiones. Pero cuanto más experimentamos los dones de manera externa y cuantas más enseñanzas doctrinales recibimos, más nos envanecemos y más hacemos divisiones. Por eso las divisiones y los pleitos prevalecen en 1 Corintios. Los corintios tenían el conocimiento y los dones, pero eran carnales y hacían divisiones, estaban llenos de pleitos y envidias. Un hermano que anda bajo la unción, que es sellado por el Señor y que disfruta del anticipo del Espíritu día tras día no tiene posibilidad de hacer divisiones. La manera de edificar el Cuerpo no está en 1 Corintios sino en 2 Corintios. La edificación del Cuerpo toma lugar cuando el Espíritu es ungido y sellado en nosotros y cuando nos es dado en arras.
En 2 Corintios 3:3 dice: “Siendo manifiesto que sois carta de Cristo redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones de carne”. El Espíritu es el Espíritu que escribe, y nosotros somos cartas de Cristo. El Espíritu es la tinta que escribe a Cristo en nosotros. Como la tinta divina, el Espíritu es el Espíritu del Dios vivo. Debemos tener algo vivo en nosotros todo el tiempo, algo que sirva como evidencia de que Cristo está escrito en cada parte de nuestro ser interior. Si estamos bajo el escribir del Espíritu, tendremos la sensación profunda de estar vivos por dentro. Cristo es escrito en nosotros con la tinta espiritual, el Espíritu del Dios vivo. Esto nos hace una carta de Cristo. Todos debemos ser las cartas vivas de Cristo, para que los demás puedan leer y saber que Cristo está en nuestro ser. Estamos bajo el escribir del Espíritu del Dios vivo, y El está inscribiendo a Cristo en nosotros.
En 2 Corintios 3:6 Pablo dice que la letra mata pero que el Espíritu da vida. Esto quiere decir que el Espíritu nos imparte vida interiormente de día en día. Necesitamos volvernos siempre al espíritu, porque allí tenemos la sensación y la experiencia de la impartición de vida. Esto nos aviva y nos hace activos. Si prestamos atención a la letra de la Biblia, seremos muertos. No necesitamos ser regulados por la letra, porque el Espíritu nos regula desde nuestro interior.
Pablo, por supuesto, escribió a la iglesia en Corinto que tenía el trasfondo del judaísmo. Los que estaban en el judaísmo se adhirieron al código escrito del Antiguo Testamento según la letra. Pero Pablo vino y les dijo algo distinto de este código escrito. Este código puso un velo sobre sus ojos, así que se opusieron a Pablo. No vieron a Jesús, al Espíritu ni nada de lo espiritual porque tenían un velo. Así que, el apóstol Pablo les dijo que la letra mata. El Espíritu da vida, y el Señor es el Espíritu (v. 17). Necesitaban quitar todos los velos, lo cual significa que tenían que deshacerse de su conocimiento antiguo del código escrito.
En principio el caso es el mismo hoy. El cristianismo de hoy se parece al judaísmo en el aspecto de que se adhiere al código escrito de la Biblia, el cual mata, y no al Espíritu vivo, quien da vida. Es una lástima si nos quedamos bajo la letra muerta, el código escrito de las regulaciones exteriores. Todos los velos de nuestro conocimiento antiguo de las doctrinas viejas conforme a la letra muerta necesitan ser quitados. Necesitamos quitarnos los velos para ver al Señor directamente, a cara descubierta. Sólo nos importa el Espíritu, y no la enseñanza doctrinal.