
Lectura bíblica: 2 Co. 3:6, 8, 17-18; 13:14; 1 Co. 15:45; Jn. 6:63; 5:21
Hemos dicho que en 1 Corintios se encuentran principalmente las doctrinas en cuanto a Cristo, pero que en la segunda epístola se encuentra la experiencia y el disfrute de Cristo. En el capítulo anterior, empezamos a hablar de los aspectos del Espíritu encontrados en 2 Corintios. Todo lo que se dice allí en cuanto al Espíritu no está relacionado con la doctrina sino con la experiencia. Nos dice algo más rico y más detallado que lo que dice 1 Corintios.
En 1 Corintios el Espíritu es el Espíritu que revela, el Espíritu que da dones y el Espíritu que mora en nosotros. Pero 2 Corintios nos dice primero que el Espíritu es el Espíritu que unge (1:21). La obra de ungir es más rica y más detallada que la de revelar. Supongamos que una madre le muestre a su hija una comida y no se la sirva. Yo preferiría que no me muestre o revele sino que me alimente. El Señor nos unge con todo lo que El nos revela. Algo nos es revelado para que lo veamos, y somos ungidos para que lo disfrutemos.
Los cristianos de hoy sólo quieren conocer, quieren ver. Les gusta escuchar mensajes de buenos oradores. Pablo dice que cuando empeore la decadencia de la iglesia, las personas “no soportarán la sana enseñanza, sino que teniendo comezón de oír, se amontonarán maestros conforme a sus propias concupiscencias” (2 Ti. 4:3). Pablo les dijo a los corintios que aunque tuvieran diez mil ayos, o maestros, no tenían muchos padres (1 Co. 4:15). Los maestros dan conocimiento; los padres imparten vida. Lo que necesitamos hoy no son maestros sino padres. A los que tienen comezón de oír les gusta amontonarse maestros. Sólo quieren conocer o ver.
Pero después de considerar, en 1 Corintios, el asunto de ver debemos venir a la unción en 2 Corintios. El Espíritu en 2 Corintios no es el Espíritu que enseña sino el Espíritu que unge. El Espíritu Santo nos unge con la esencia divina, tal como un pintor pinta una casa con la esencia de la pintura. El Espíritu nos unge con la esencia de la naturaleza de Dios, con la substancia de lo que Dios es. Cuanto más nos unge, más de Dios tenemos.
También vimos que el Espíritu es el Espíritu que sella (1:22). La unción nos trae la esencia, y el sello convierte lo que la unción trae en una forma e imagen definidas. Cuando uno marca una hoja de papel con un sello, se ve una marca definida, una imagen, en esa hoja. El Espíritu que unge trae las riquezas de la plenitud de Dios. Luego el Espíritu que sella las convierte en una forma, la cual viene a ser una marca en la gente. Cuando usted es sellado por el Espíritu, tiene la imagen de Dios, Su marca y Su semejanza. El Espíritu que unge trae todas las riquezas de la Deidad para que tengamos la substancia. Luego el Espíritu que sella hace de esta substancia una forma para que tengamos la imagen, la marca y la semejanza de Dios.
Después, el Espíritu viene a ser las arras, el anticipo, la fianza, el desembolso inicial, el primer pago, la muestra, para que lo gustemos (v. 22). En la cocina las hermanas que cocinan prueban el anticipo de lo que preparan. Pero cuando ponen la comida en la mesa, tienen el sabor completo. Hoy debemos gustar el Espíritu Santo que nos unge y nos sella. Esto es más subjetivo. Pero de todos modos lo que disfrutamos hoy es el sabor pequeño de la cocina, no el sabor pleno de la mesa del comedor. La mesa del comedor vendrá un día, y todos estaremos allí y gustaremos del Espíritu en Su plenitud. Pero le alabamos, porque ¡hoy tenemos el anticipo! Necesitamos gustar del Espíritu constantemente.
El también es el Espíritu que escribe. Nosotros somos cartas vivas de Cristo cuyo contenido es Cristo, y el Espíritu es la tinta que escribe (3:3). El Espíritu escribe a Cristo en nosotros. Esto no es una enseñanza exterior ni una revelación objetiva sino la inscripción interior y subjetiva de Cristo en nuestro ser.
También dice en 2 Corintios que el Espíritu da vida. El es dador de vida (3:6). Dios nos ha hecho ministros suficientes del nuevo pacto, no de la letra sino del Espíritu. Muchos piensan que para ser ministros, tienen que asistir al seminario y ser instruidos. Pero Pablo dijo que era ministro “no de la letra, sino del Espíritu”. ¡Cuán grande es la diferencia en cuanto a concepto! Aquí la letra se refiere al código escrito o a las regulaciones. Es posible ser regulado exteriormente sin la vida.
Los fariseos, los escribas y los líderes judíos en los tiempos de Jesús sabían todas las doctrinas correctas del Antiguo Testamento. Herodes convocó a los principales sacerdotes y a los escribas y les preguntó dónde iba a nacer el Cristo. Inmediatamente le dieron la doctrina correcta diciéndole que nacería en Belén (Mt. 2:4-6). Tenían este conocimiento doctrinal, pero no querían ir a Cristo. Sin embargo, los magos fueron a ver a Cristo, no sólo conforme a la enseñanza correcta sino conforme a la estrella viva (v. 9). El Señor Jesús les dijo a los religiosos judíos que habían investigado la Biblia, pero que no quisieron venir a El para recibir vida (Jn. 5:39-40). El código escrito mata y adormece, pero el Espíritu da vida.
La vida consiste en el Dios Triuno que fluye. Es el fluir vivo del Dios Triuno. El cuadro de esto está en Apocalipsis 22, donde vemos el trono de Dios y del Cordero, y que del trono fluye el río de agua de vida (v. 1). En este río crece el árbol de la vida (v. 2). La vida es divina y eterna, fluye y es viva. Algunos tal vez se molesten por el ruido que hacemos en nuestras reuniones, pero la Biblia nos dice que debemos cantar alegres al Señor (Sal. 100:1). El lugar más silencioso es el cementerio, el lugar que está lleno de muertos. La vida cristiana y la vida de la iglesia no están relacionadas con lo correcto o lo incorrecto, sino con la muerte o la vida. El código escrito mata, pero el Espíritu que vive y fluye da vida. Hoy lo importante no es el árbol del conocimiento del bien y del mal, lo correcto y lo incorrecto. Hoy es el día de la vida, el día del árbol de la vida.
En Juan 5:21 el Señor dice: “Porque como el Padre levanta a los muertos, y les da vida, así también el Hijo da vida a los que quiere”. Así que, vemos que el Padre da vida, el Hijo da vida y el Espíritu da vida. Incluso lo que el Señor dice da vida. El dice que las palabras que El habló eran espíritu y eran vida (Jn. 6:63). La palabra aquí es la palabra viva y presente, la palabra hablada en el momento, y no la Palabra constante. La palabra viva y presente del Señor es espíritu y es vida.
Muchas veces cuando usted trata de estudiar la Biblia, recibe muerte porque adquiere mucho conocimiento doctrinal sin vida. Necesitamos estudiar la Biblia y leerla con oración ejercitando nuestro espíritu. Leer con la mente mata, pero leer con oración da vida. Cuanto más lee la Biblia con oración, más tendrá la sensación de que algo dentro de usted fluye, lo vivifica, lo aviva, lo ilumina y lo fortalece. Cuanto más lee la Palabra con oración, más es vivificado. Cuando lee la Palabra con la mente, recibe muerte, pero cuando lee la Palabra con oración, recibe vida. Si es vivificado o adormecido depende de la manera en que lee la Biblia.
Aun la Biblia puede ser un código escrito y muerto para nosotros si no vamos a Cristo para recibir vida. Necesitamos recibir más vida, y no más conocimiento. Necesitamos ser vivificados más y más. Podemos ser vivificados al orar-leer la Palabra del Señor. La vida es lo que necesitamos. El Espíritu no es el Espíritu de doctrina, sino el Espíritu de realidad, quien es Cristo mismo como vida. Cuanto más contacto tenemos con el Espíritu, más somos vivificados.
El Espíritu vivificante es Cristo mismo. El versículo 6 de 2 Corintios 3 dice que el Espíritu da vida. Darby pone los versículos del 7 al 16 entre paréntesis, lo cual indica que el versículo 17 sigue al versículo 6. El versículo 17 dice que el Señor es el Espíritu. Así que, el Espíritu quien da vida es Cristo el Señor. Cristo como el postrer Adán se hizo Espíritu vivificante (1 Co. 15:45).
Quiero hacer notar lo que dice Dean Alford en cuanto a 2 Corintios 3:16-17:
El Señor del v. 16, es el Espíritu ... que da vida, v. 6: esto significa que “el Señor”, quien aquí se le llama “Cristo”, “es el Espíritu”, o sea, es igual que el Espíritu Santo ... Cristo, aquí, es el Espíritu de Cristo.
También debemos leer lo que dice M. R. Vincent en cuanto a este pasaje:
El Señor Cristo del v. 16 es el Espíritu quien penetra el nuevo pacto y lo anima, de cual pacto somos ministros (v. 6)...
Tal vez nos preguntemos cómo puede ser Cristo, como Dean Alford hizo notar, el Espíritu de Cristo. Quizá no podamos entender esto, pero debemos simplemente decir amén a lo que la Biblia dice. Hebreos 1:8 hace referencia a Cristo el Hijo como Dios, y el versículo 9 dice que Dios es Su Dios. Esto es el misterio de la Trinidad Divina. No podemos entender completamente este misterio, pero podemos aceptarlo. La Biblia dice que Cristo como el postrer Adán se hizo el Espíritu vivificante, que el Señor es el Espíritu que da vida, y que el que se une al Señor es un solo espíritu con El (1 Co. 6:17). Esta no es mi enseñanza, sino una cita de la Biblia. No lo inventé, sino que lo descubrí.
Ahora que vimos el Espíritu que unge, el Espíritu que sella, el Espíritu que da en arras, el Espíritu que escribe y el Espíritu vivificante, sigamos para ver los demás aspectos del Espíritu que están en 2 Corintios.
El Espíritu vivificante también es el Espíritu que ministra. En 2 Corintios 3:8 habla del ministerio del Espíritu. En la segunda epístola, los dones del Espíritu son reemplazados por el ministerio del Espíritu. El asna de Balaam recibió el don de hablar en lengua humana, de hablar en lenguas, pero eso no era un ministerio. El asna recibió este don repentinamente, pero toma tiempo para edificar un ministerio. Un ministerio es producido en una persona porque Cristo ha sido forjado en él por muchos años, no de una noche a otra. El ministerio se produce al obrar, disciplinar y edificar el Señor durante muchos años, poco a poco.
A veces cuando un santo habla, usted se da cuenta de que está ejercitando su don. Pero cuando otro santo habla, se da cuenta de que tiene un verdadero ministerio porque algo ha sido edificado y forjado en su ser por medio de muchos sufrimientos durante mucho tiempo. Una vez que algo de Cristo es forjado en usted, nada se lo puede quitar. Cuando experimenta a Cristo por medio de los sufrimientos, el ministerio de Cristo en usted es enriquecido, fortalecido y elevado. Entonces, lo que habla viene de su constitución, su mismo ser. Esto no es un don sino un ministerio.
Cuando el apóstol Pablo ministraba, no estaba meramente ejercitando su don. Pablo ministraba a Cristo tan ricamente porque algo de Cristo había sido forjado en su ser y edificado en él hasta ser uno con él. De hecho, Pablo era el ministerio. No sólo su palabra sino también su persona era el ministerio. El ministerio no ministra conocimiento, doctrina ni la exposición de la Biblia. Ministra las riquezas de Cristo. El ministerio del Espíritu imparte en nosotros todo lo que Cristo es. Si escucha a ciertos oradores, tal vez se siente que sólo recibe conocimiento y que no recibe agua ni alimento. Pero a veces escucha a alguien que no es muy elocuente, pero de todos modos tiene la profunda sensación de que es nutrido, regado y vivificado. Esto es el ministerio del Espíritu. Esto es el Espíritu de vida que le ministra a Cristo.
El Espíritu es la realidad de lo que Cristo es. Cristo es vida. Si no tiene al Espíritu, no tiene la realidad de vida. Cristo es luz. Si no tiene al Espíritu, no tiene la realidad de la luz. Cristo es amor. Si no tiene al Espíritu, no tiene la realidad del amor. Cristo lo es todo. Si no tiene al Espíritu, no tiene nada. Al contrario, sólo tiene terminología bíblica sin realidad. La realidad de todo aspecto de las riquezas de Cristo es el Espíritu. El Señor dijo que todo lo que el Padre es y tiene le fue dado a El, y todo lo que recibió fue dado al Espíritu de realidad. Luego el Espíritu de realidad da lo que El tiene a nosotros (Jn. 16:13-15). Esto significa que nos lleva a toda la realidad de lo que Cristo es. El ministra a Cristo como el todo a nosotros.
En 2 Corintios 3:17 dice: “Y el Señor es el Espíritu; y donde está el Espíritu del Señor, allí hay libertad”. La libertad mencionada aquí es la libertad de la letra de la ley bajo el velo (Gá. 2:4; 5:1). El Espíritu nos libera del código escrito, de las regulaciones escritas. Los judaizantes conocían las enseñanzas y las doctrinas del Antiguo Testamento, pero éstas llegaron a ser capas de velos para ellos. Sabían mucho, pero no veían nada.
Nuestra cara tiene que ser descubierta si queremos ver al Cristo glorioso. Hoy no necesitamos conocer más, sino ver más. Necesitamos ser liberados de la esclavitud del código escrito que adormece y ciega. Algunos de nosotros estamos sobrecargados de conocimiento bíblico. Necesitamos deshacernos de esto y ser vaciados para que podamos recibir de manera fresca a Cristo mismo en la novedad de Su presencia viva. Cuando nuestra cara es descubierta, somos liberados de la religión, las doctrinas viejas y las tradiciones para mirar al Cristo vivo y reflejarlo.
Al mirar a Cristo cara a cara, lo reflejamos y somos transformados a Su imagen de un grado de gloria a otro. Esto viene exclusivamente del Señor Espíritu (2 Co. 3:18). Así que, tenemos la liberación y la transformación.
En 1 Corintios se nos dice que Cristo se hizo Espíritu vivificante, pero no nos dice cómo El nos da vida. Los detalles se encuentran en 2 Corintios. Cristo nos da vida al ungirnos, sellarnos, dar en arras, escribir en nosotros, ministrarnos, liberarnos de la esclavitud de la religión y de las doctrinas legales y al transformarnos a la imagen del Señor. La transformación no es un cambio exterior sino un cambio interior y metabólico al descargarnos del elemento viejo y al infundirnos el elemento nuevo del Señor.
El libro de 2 Corintios concluye al decir Pablo: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios, y la comunión del Espíritu Santo sean con todos vosotros” (13:14). Esto no es una bendición sino una trasmisión. El amor es el origen, la fuente; la gracia es el cauce, el manantial; y la comunión es el río, el fluir, que nos trasmite todo lo que Cristo es con la plenitud de Dios. Dios es amor, y este amor nos es trasmitido como gracia por el Espíritu quien es el que trasmite. Todo lo que Dios tiene como amor está en Cristo. El amor es corporificado en la gracia. El amor es algo del corazón, pero la gracia es la expresión del amor. La gracia viene del amor, y esta gracia nos es trasmitida por el Espíritu. El amor, la gracia y la comunión no son tres entidades separadas, sino una sola cosa en tres etapas. Dios está en Cristo, y Cristo es el Espíritu. Cristo es la corporificación de Dios, y el Espíritu es la realidad de Cristo. El Espíritu es la trasmisión de Cristo, quien es la corporificación de Dios. El libro de 2 Corintios concluye con el Espíritu que trasmite, comunica y fluye.
Que el Señor tenga misericordia de nosotros. Necesitamos experimentar al Espíritu del cual Pablo habló en 2 Corintios. Necesitamos el Espíritu que unge, el Espíritu que sella, el Espíritu que da en arras, el Espíritu que escribe, el Espíritu vivificante, el Espíritu que ministra, el Espíritu que libera, el Espíritu que transforma y el Espíritu que trasmite y fluye.