
Pregunta: ¿Cómo debe orar un creyente para ser quebrantado cuando tiene una relación matrimonial armoniosa, hijos obedientes y un entorno libre de sufrimientos y enfermedades?
Respuesta: Los cristianos debemos aceptar el quebrantamiento de Dios cuando éste venga, pero no debemos pedir ser quebrantados. Los que están en las manos del Señor por lo general no tienen circunstancias agradables. Si alguien se siente satisfecho con respecto a todo, probablemente es un Esaú, no un Jacob. Si el entorno de un hermano o una hermana es muy tranquilo, él o ella debe adorar a Dios y darle gracias. Pero no debemos pensar que este entorno tranquilo durará mucho. Sin embargo, no debemos pedir un entorno terrible. Este pensamiento de pedir un entorno terrible proviene del diablo, no de Dios. Debemos aceptar el entorno que el Señor nos haya medido, pero no debemos pedir que esto venga. De la misma manera, debemos aceptar Su quebrantamiento pero no pedir ser quebrantados.
Pregunta: Algunos hermanos y hermanas se enferman con frecuencia, sufren persecución y aflicciones en su entorno, y experimentan dificultades en sus familias. ¿Cómo deben responder?
Respuesta: En palabras sencillas, hay dos lados que considerar. Por un lado, ellos deben someterse bajo la poderosa mano de Dios; por otro, deben pedirle al Señor que quite los sufrimientos que no provienen de Él. No debemos pensar que el Señor se deleita en hacernos sufrir. Nosotros estamos dispuestos a someternos bajo la poderosa mano de Dios, pero no necesitamos ningún sufrimiento que no provenga del Señor. El sufrimiento no necesariamente equivale a ser quebrantados. Debemos buscar al Señor cuando estamos sufriendo y preguntarle por qué nos ha sobrevenido este sufrimiento, o qué área en particular este sufrimiento está quebrantando. Si entendemos claramente lo que necesita ser quebrantado en nosotros, aceptaremos Su quebrantamiento en esa área. Sin embargo, esto aún es una explicación doctrinal.
En la experiencia, muchas personas se sienten perplejas cuando pasan por aflicciones. Si ellas tuvieran claridad al respecto, la aflicción no sería muy útil. La mayoría de las veces, las personas no ven el propósito de la aflicción sino hasta después que la han pasado; pero mientras pasan por la aflicción no ven nada con claridad. Es muy normal que la gente no tenga claridad.
Pregunta: ¿Si alguien siempre condena sus pensamientos, sean éstos buenos o malos, está aceptando el quebrantamiento de Dios?
Respuesta: Esto no necesariamente significa que esté aceptando el quebrantamiento. Si una persona se condena a sí misma porque siente hacer esto delante del Señor, debe hacerlo. Sin embargo, esto no significa que esté siendo quebrantado. Pero ciertamente es más fácil que esa persona sea quebrantada. Asimismo, es más fácil que una persona que se condena a sí misma sea quebrantada, aun cuando no haya recibido este sentimiento de parte del Señor. Una persona que a menudo se condena a sí misma, en vez de justificarse, no necesita ser quebrantada por las circunstancias externas. Una persona necesita ser quebrantada por medio de muchas circunstancias externas porque no se condena a sí misma o porque se justifica demasiado, es decir, porque depende demasiado de su propia destreza y capacidad. Una persona que se justifica a sí misma y pone su confianza en su destreza y capacidad obliga a Dios a usar el entorno para quebrantarlo. Si una persona siempre se condena a sí misma y repudia su destreza y capacidad, se ahorrará muchos problemas y quebrantamientos en sus circunstancias externas.
Pregunta: Sabemos que a fin de tener una buena coordinación, necesitamos ser quebrantados y edificados. No obstante, si no hemos sido quebrantados ni edificados, ¿cómo podemos tener una buena coordinación?
Respuesta: La obra de demolición y la edificación suceden diariamente y de forma regular, no son asuntos que ocurren en un instante. Si no hemos sido quebrantados ni edificados de forma regular, no podemos esperar ser derribados y edificados cuando llegue el momento de coordinar. Si no hemos sido derribados y edificados, ¿cómo podemos tener una buena coordinación? No podemos obligarnos a nosotros mismos. La coordinación es espontánea y es un asunto relacionado con la vida; no podemos obligarnos a coordinar ni podemos fingir que coordinamos. El grado al cual seamos capaces de coordinar lo determinará el grado al que diariamente seamos derribados y edificados en las manos de Dios. Sin la obra demoledora y la edificación, no podrá haber una verdadera coordinación, aun cuando nos forcemos a producir algo. En respuesta a esto, algunos han dicho: “Si de forma regular no experimentamos la demolición y la edificación, no debemos tratar de coordinar juntos”. Sin embargo, incluso este “no tratar” de coordinar juntos no es natural. Es la obra del hombre, y por lo tanto, está errada. El grado al cual hayamos sido derribados y edificados es el grado al cual podremos coordinar. No debiéramos proponernos coordinar ni evitar coordinar; más bien, debemos actuar según lo que es espiritualmente espontáneo.
Pregunta: ¿Necesita una persona haber recibido un llamado especial o una confirmación para laborar para el Señor?
Respuesta: Ésta es una pregunta práctica y también muy importante. En principio, todos los que sean dirigidos por el Señor para servirle a Él deben tener claro su llamamiento. Sin embargo, necesitamos bastante tiempo para explicar cómo obtener claridad en cuanto al llamamiento del Señor. En la edición de 1952 de The Ministry of the Word [El ministerio de la palabra] en el idioma chino, hay un mensaje que específicamente habla del tema del llamamiento (tomo 1, pág. 426). Este mensaje es muy completo. En cuanto a esta pregunta, los hermanos y hermanas deben referirse a esa edición de The Ministry of the Word.
Pregunta: ¿Cómo conocemos la voluntad de Dios en cuanto al matrimonio y nuestro trabajo?
Respuesta: Ésta también es una pregunta difícil de responder. Conocer la voluntad de Dios depende de las lecciones que hayamos aprendido delante del Señor, el grado de nuestra consagración y la condición de nuestra consagración. Por ejemplo, nuestro entendimiento de diferentes cosas depende de nuestro nivel de vida, es decir, de nuestra madurez humana. Es difícil que un niño de cinco años entienda las cosas de alguien que tiene quince, y también es difícil que un hombre de veinte años entienda las cosas de alguien que tiene sesenta. Nuestro entendimiento depende enteramente de nuestro nivel de vida. Hoy en día es posible que ustedes no conozcan la voluntad del Señor, pero a medida que crezcan en la vida divina, podrán conocer Su voluntad en cuanto a ciertas cosas. Sin embargo, no conocerán Su voluntad en cuanto a muchas otras cosas hasta que hayan crecido más.
Por consiguiente, conocer la voluntad de Dios no tiene que ver con métodos, sino con el nivel de vida que uno tenga. Algunos métodos pueden resultar muy útiles para ciertas personas, pero inútiles para usted y para mí, debido a que nuestro nivel de vida es aún muy bajo. Un microscopio es muy útil en las manos de un doctor de treinta años, pero completamente inútil en las manos de un niño de tres o cinco años. Un microscopio es una herramienta muy buena, pero únicamente las personas que han sido adiestradas y tienen cierto nivel de vida saben cómo usarlo. Si somos inmaduros en cuanto a la vida y tenemos un grado muy bajo de espiritualidad, nos será difícil conocer la voluntad de Dios. Y aun cuando conozcamos la voluntad de Dios, nuestro conocimiento será limitado. A fin de conocer la voluntad de Dios, debemos consagrarnos al Señor. Tal vez seamos avanzados en edad, pero si somos indiferentes, es decir, si entendemos muy poco los asuntos espirituales y prácticamente no nos interesa el servicio en la iglesia, nos será muy difícil conocer la voluntad de Dios. Para conocer la voluntad de Dios es necesario que volvamos nuestro corazón a Dios y nos pongamos del lado de Dios. El grado de nuestra consagración será el grado al cual conoceremos la voluntad de Dios, y la condición de nuestra consagración determinará nuestra capacidad para conocer la voluntad de Dios.
Si una persona desea conocer la voluntad de Dios en cuanto al matrimonio, necesita consagrarse de forma absoluta. Si un joven no se ha consagrado completamente en el asunto del matrimonio, no le resultará fácil conocer la voluntad de Dios. Si su consagración no es completa, su elección será según su preferencia. En palabras sencillas, si deseamos conocer la voluntad de Dios, debemos procurar crecer en la vida divina, y en todo momento mantener una consagración completa y renovada. Debemos poder decir: “Oh Señor, me niego a mí mismo en este asunto; no deseo elegir según mis preferencias”. En ese momento, podremos conocer la voluntad de Dios de forma práctica. De lo contrario, no importa qué método usemos, seremos incapaces de conocer la voluntad de Dios.
Pregunta: Algunos hermanos dijeron anteriormente que los creyentes irán al cielo, donde Dios está. Ahora hemos oído que Dios mora entre nosotros y que nosotros entraremos en Dios. Si es así, ¿aún iremos al cielo, donde Dios está, en el futuro? Si usted dice que no, ¿por qué la Biblia dice que el Señor Jesús regresará para llevarnos con Él?
Respuesta: En los pasados doscientos años, han surgido muchas personas buscadoras entre los hijos de Dios. Entre ellas, algunas han tenido una perspectiva demasiado objetiva, y otras, demasiado subjetiva. Los que han tenido una perspectiva objetiva han hecho hincapié en doctrinas y en profecías objetivas, y los que han tenido una perspectiva subjetiva han recalcado la experiencia que tenemos del Señor. Aquellos que hacían hincapié en las doctrinas decían que ya hemos sido salvos, que la sangre del Señor ya nos lavó de todos nuestros pecados, que Él cargó con nuestra responsabilidad, y que cuando venga la plenitud de los tiempos, Él vendrá de los cielos y nos llevará allí. Ellos dicen que el Señor actualmente está edificando una morada para nosotros en los cielos, y que tan pronto como termine de edificar esta morada celestial, Él regresará para llevarnos allí. Para ello se basan en Juan 14 y 1 Tesalonicenses, diciendo que en la plenitud de los tiempos, los que hemos sido salvos seremos llevados al cielo. Según ello, la condición en que nos encontremos no importa, pues mientras hayamos creído en el Señor Jesús, hayamos recibido Su salvación y hayamos sido rociados por Su preciosa sangre, seremos arrebatados cuando llegue el momento. Esto pareciera basarse en la Biblia; sin embargo, es demasiado doctrinal y objetivo.
Por esta razón, muchas personas han calculado el tiempo y la fecha del regreso del Señor Jesús. En particular, un grupo de creyentes de los adventistas del Séptimo Día dijo que la plenitud de los tiempos ocurriría en cierto año, en cierto mes, en cierto día y a cierta hora. Por este motivo, ellos se bañaron, se pusieron vestiduras blancas y algunos de ellos subieron a los tejados de sus casas para esperar el regreso del Señor Jesús. Muchas personas hicieron esto por varios días, pero el Señor no regresó. Sin embargo, se justificaron a sí mismas diciendo que sus cálculos no estaban equivocados, sino que el Señor Jesús, al descender de los cielos, simplemente se había detenido a mitad de camino. Dijeron que esto es semejante a cuando uno va de una ciudad a otra, pero hace una parada en el camino. Ésta fue su explicación.
Otros dicen: “Aun cuando sea salvo, puedo vivir insensatamente, porque yo sé que la nación de Israel aún no ha sido restaurada, el templo santo aún no ha sido edificado, la imagen de la bestia aún no ha sido erigida (Ap. 13:14), el anticristo aún no se ha manifestado, y los últimos tres años y medio de la séptima semana aún no han llegado. Por lo tanto, puedo conducirme neciamente porque la fecha exacta del regreso del Señor aún no ha sido determinada. Cuando el anticristo se manifieste, no amaré más el mundo, sino que únicamente me preocuparé por el regreso del Señor”. ¿Qué clase de hablar es éste? Éste es el resultado de tener solamente doctrinas vanas y muertas. Muchos libros en el cristianismo hablan del regreso del Señor, discutiendo si el rapto ocurrirá antes o después de la tribulación y si la tribulación será una tribulación grande o pequeña. Cada libro tiene su propia interpretación. Además de esto prestan atención a la restauración de la nación de Israel y a las señales sobre la tierra, pero muy pocos prestan atención a la madurez de vida.
Solemnemente les pedimos a todos los hijos de Dios que no presten atención a estas interpretaciones. Las Escrituras nos muestran que la obra que Dios realiza en nosotros es subjetiva. Hace unos veinte años, cuando era joven, conocí a varias personas que leían fervorosamente la Biblia y decían que el Señor iba a venir en aquella época. Ellos citaban las palabras que dijo el Señor: “Vengo pronto” (Ap. 22:20). Me preguntaban por qué yo no creía que el Señor iba a venir en ese entonces. Yo les dije que sí creía que el Señor iba a regresar, pero no en ese momento. Así que me preguntaron por qué creía esto, y les respondí brevemente que el arrebatamiento de los creyentes mencionado en la Biblia será semejante a la siega de una cosecha. Una cosecha no se siega en un momento específico o en un mes específico, sino cuando ella está madura. Apocalipsis 14 nos muestra que un grupo reducido de personas será llevado a Dios antes de la gran tribulación, debido a que han madurado; ellos son las primicias para Dios (v. 4). Sin embargo, muchos santos se quedarán en la tierra porque aún no han madurado. Luego, Apocalipsis 14:15-16 nos dice que la mies está madura y lista para ser segada. Abramos nuestros ojos y observemos al cristianismo; ¿cuántos creyentes maduros encontramos allí? El Señor es el Señor de la mies, y Él vendrá para segar la mies en la tierra. Pero la mies aún está verde, no tiene un color dorado, es decir, no está madura. ¿Cómo podría el Señor regresar en este momento a segar la mies? Esto no podría suceder.
Veinte años han pasado ya, y continuamos diciéndoles a los hijos de Dios que el arrebatamiento de la iglesia en la segunda venida del Señor no tiene que ver con una fecha específica, sino con el hecho de que la iglesia haya madurado. Si la iglesia como cosecha aún no ha madurado, no podemos esperar que el Señor regrese en esta hora y arrebate a la iglesia. Es preciso que veamos que el arrebatamiento de la iglesia tiene que ver con la madurez, y que esta madurez es el Señor mismo que se forja en nosotros. El Señor se forjará a Sí mismo en nosotros hasta que estemos maduros; es en ese momento cuando el Señor regresará y nosotros seremos arrebatados.
Pregunta: ¿A dónde seremos arrebatados cuando el Señor regrese? Hoy el Señor está en el cielo; un día Él descenderá del cielo y nos llevará con Él. Al final, ¿dónde estaremos exactamente?
Respuesta: La Biblia dice que la Nueva Jerusalén es el lugar donde Dios y los creyentes moran. En el cielo nuevo y en la tierra nueva, la Nueva Jerusalén descenderá de los cielos a la tierra nueva. Antes que vengan el cielo nuevo y la tierra nueva, no veremos la Nueva Jerusalén descender del cielo. Basándonos en esto, podemos afirmar que antes de que vengan el cielo nuevo y la tierra nueva, la Nueva Jerusalén aún estará en el cielo. Por consiguiente, debemos creer que cuando el Señor regrese, aunque Él dejará los cielos y nos llevará con Él, aún moraremos junto con Él en el lugar donde Él mora. No podríamos decir que este lugar es una “mansión celestial”; la mansión celestial no es una expresión bíblica. La Versión Unión china traduce la palabra cielo como mansión celestial en dos ocasiones. Según el texto original, la expresión mansión celestial que aparece en dicha versión, debe traducirse cielo. El primer pasaje es Hebreos 9:24: “No entró Cristo en un lugar santo hecho por manos de hombres [...] sino en el cielo mismo para presentarse ahora por nosotros ante la faz de Dios”. El segundo pasaje es 1 Pedro 3:22, que dice: “Quien habiendo subido al cielo está a la diestra de Dios; y a Él están sujetos ángeles, autoridades y potestades”. Hoy en día nuestro Señor mora en el cielo, y un día vendrá para recibirnos en el cielo. Entonces moraremos juntos con Él en el cielo. Cuando vengan el cielo nuevo y la tierra nueva, la Nueva Jerusalén aparecerá en la tierra.
Sin embargo, debemos prestar atención a lo siguiente. Aunque no estamos en los cielos hoy, la obra del Señor consiste en forjarse a Sí mismo en nosotros, es decir, en forjar los cielos en nosotros. Cuanto más crecemos, más aumenta el elemento de los cielos en nosotros; cuanto más maduramos, más se incrementa el elemento de los cielos en nosotros. Según el aspecto de la experiencia subjetiva, los cielos y Dios son inseparables: ser espirituales es ser celestiales, y ser de Dios es ser del cielo. La parábola del hijo pródigo en Lucas 15 nos muestra que no hay pecado que se cometa contra el cielo que no se cometa contra Dios. El versículo 18 dice: “He pecado contra el cielo y ante ti”. Por lo tanto, es difícil separar a Dios del cielo. Cuando Dios se forja en nosotros, Él forja los cielos en nuestro ser. Adán es terrenal y Cristo es celestial (1 Co. 15:47-48). La obra de Cristo en la cual Él se forja en nosotros tiene como objetivo hacernos personas celestiales. Por lo tanto, no debemos hablar del cielo como si fuera una doctrina o un lugar. Reconocemos plenamente que el cielo es un lugar y que un día como creyentes iremos allí. Sin embargo, según la luz que hemos recibido en la Biblia, el cielo es una realidad en los creyentes.
Mientras Dios está forjándose en nosotros, Él está forjando en nuestro ser el elemento del cielo. Anteriormente, los elementos que estaban presentes en nosotros eran de la tierra, eran terrenales; sin embargo, desde el momento de nuestra salvación, Dios ha estado forjando Su elemento en nosotros para que los elementos que están en nosotros lleguen a ser celestiales. Una vez que hayamos madurado completamente y que Dios haya operado plenamente en nuestras circunstancias, el elemento presente en nosotros será celestial. Para entonces, seremos parte de la Nueva Jerusalén. Esto es un misterio que no podemos explicar completamente con palabras humanas y es difícil entenderlo, pero es nuestra experiencia. Cada vez que aumentan más los elementos de Cristo en nosotros, sentimos que somos más celestiales.
El lugar donde estaremos en el futuro por la eternidad, donde nosotros y Dios estaremos completamente mezclados, es la Nueva Jerusalén. Por consiguiente, no podemos afirmar que la Nueva Jerusalén sea un lugar en los cielos; la Nueva Jerusalén es una entidad compuesta de los creyentes y el Dios Triuno. Para entonces, el elemento presente en todos nosotros será celestial, sin ningún sabor terrenal. En la Nueva Jerusalén no vemos cosas terrenales. En la Nueva Jerusalén no habrá ladrillos, sino que todo será de oro puro, perlas y piedras preciosas. Estos elementos indican que los elementos terrenales que estaban presentes en nosotros habrán desaparecido. Cada parte de Adán en el huerto del Edén pertenecía a la tierra, y hasta el día de hoy nuestro cuerpo aún pertenece a la tierra. Sin embargo, debemos creer que después que el Señor haya operado en nuestras circunstancias, cuando Él regrese, seremos completamente transformados; ya no habrá en nosotros ningún elemento terrenal. La Biblia dice que en aquel tiempo, nuestro cuerpo será redimido y transfigurado en un cuerpo de gloria (Fil. 3:21). Ser glorificado es ser de Dios, y ser de Dios es ser del cielo. Para entonces no habrá ningún elemento de la tierra en nuestro ser; en lugar de ello, el elemento presente en nosotros será celestial. Por consiguiente, hablando con propiedad, no nos debe preocupar si iremos al cielo, sino más bien si el cielo se ha forjado en nosotros.
En el cristianismo actual está muy profundamente arraigado el concepto de ir a una mansión celestial; sin embargo, en ningún lugar en la Biblia dice que los creyentes del Señor irán a una mansión celestial. El pensamiento de ir a una mansión celestial es un pensamiento que se encuentra en el budismo y en el catolicismo; no un pensamiento que se halla en la Biblia. El pensamiento que se nos presenta en la Biblia es que Dios hará de todos nosotros, personas terrenales, un pueblo celestial. La Biblia no dice que por el simple hecho de ser lavados con la sangre preciosa, los hombres de barro podrán ir a una mansión celestial, sin experimentar ningún cambio en su elemento. Esto es un pensamiento católico, no el pensamiento bíblico.
El pensamiento que encontramos en las Escrituras es que desde el día en que una persona creada y terrenal es salva, Dios no sólo la limpia con la preciosa sangre, sino que además le imparte Su vida. Esta vida es semejante al oro puro, y también puede producir perlas. Dios desea transformar a las personas terrenales con la vida divina para que todo lo que ellas son en la vida natural, incluyendo sus pensamientos terrenales, sus sentimientos terrenales y su voluntad terrenal, llegue a ser celestial. Esta vida transformadora opera en el hombre. El significado de la palabra transformar en el original griego como también en la traducción al inglés es el de cambiar de un estado a otro; es decir, que después de la transformación, lo que es de barro llega a ser de oro puro.
La intención de Dios no consiste en trasladar a los hombres de polvo a los cielos; éste no es el pensamiento divino. Más bien, Dios desea forjar los cielos en los hombres de polvo y transformarlos en oro, perlas y piedras preciosas. Dios nos comunicó este deseo en Génesis 2. Él primero creó a Adán del polvo de la tierra, y luego lo puso frente al árbol de la vida junto al río de agua de vida que fluye con oro, bedelio y piedras preciosas. Éste es un cuadro muy significativo que revela la intención de Dios. Dios deseaba que Adán, quien era un hombre de polvo, comiera del fruto del árbol de la vida a fin de recibir la vida y permitir que el agua de vida fluyera en él. Esto hace que los hombres de polvo sean transformados en oro, perlas y piedras preciosas. Este cuadro revela lo que está escrito en toda la Biblia.
Nosotros, los descendientes de Adán, somos ese hombre terrenal. El árbol de la vida es Cristo y Su cruz, y el agua de vida es la vida de Cristo y el Espíritu Santo. Cuando nosotros, personas terrenales, recibimos a Cristo y la cruz, y por ende, recibimos Su vida y al Espíritu Santo en nuestro ser, empezamos a experimentar la transformación, y seremos transformados hasta que se manifieste la Nueva Jerusalén, una ciudad constituida de oro, perlas y piedras preciosas. Por consiguiente, el hombre de barro del huerto del Edén llega a ser la Nueva Jerusalén, una ciudad de oro. Éste es el concepto divino.
Nunca debemos pensar que mientras hayamos sido lavados con la sangre, y sin ser transformados, el Señor Jesús nos trasladará al cielo cuando llegue la plenitud de los tiempos. Esto jamás sucederá. La razón por la cual la salvación de Dios es objetiva para nosotros es que nuestros pensamientos, nuestros sentimientos y nuestras decisiones aún son terrenales, y no hemos sido transformados. No obstante, el pensamiento hallado en las Escrituras se centra en lo que es subjetivo, es decir, en la obra de forjar los cielos en el hombre de manera gradual. Podemos usar como ejemplo la edificación del templo llevada a cabo por Salomón. El padre de Salomón, David, preparó las piedras en los montes aun antes de que empezara la obra de edificación (1 Cr. 22:2, 14; 1 R. 6:7). Estas piedras que fueron preparadas no eran piedras rústicas sin tallar, piedras sin ninguna utilidad, sino que más bien eran piedras que habían sido golpeadas, labradas, por lo que ahora eran útiles. Luego, a su tiempo, vino Salomón, quien tomó los materiales que habían sido preparados y los usó para edificar el templo. Los materiales llegaron a ser el templo. Podríamos afirmar que Salomón trasladó al templo las piedras que anteriormente estaban sobre los montes. Sin embargo, para ser más precisos, esto no consistió simplemente en cambiar las piedras de lugar, sino más bien de hacer que las piedras que habían sido golpeadas y talladas, llegaran a ser parte del templo.
Hoy en día nuestro Señor, como David, está preparándonos como los materiales en este mundo, que es un desierto. Después de que nos haya preparado individualmente, la cosecha estará madura, y los cielos se habrán forjado en nuestro ser. Ése será el momento en que Cristo como Salomón vendrá. Cuando los días de David sean cumplidos y empiece la era de Salomón, el Señor vendrá y nos llevará a nosotros, los materiales preparados, para edificarnos como un lugar santo, como un templo santo. Aunque algunos digan que seremos trasladados de la tierra a los cielos, debemos prestar atención a este asunto básico: los hombres terrenales no pueden ser trasladados a los cielos objetivamente. El cielo tiene que ser forjado en ellos antes de que suceda algún movimiento. Podemos comparar esto al hecho de que antes de que las piedras fuesen trasladadas al templo, ya habían sido transformadas para ser parte del templo.
Nunca debemos entender la Nueva Jerusalén simplemente de modo objetivo. Debemos saber que somos parte de la Nueva Jerusalén. Reconocemos que provisionalmente iremos a un lugar llamado el cielo y que al final la Nueva Jerusalén descenderá del cielo; sin embargo, no es suficiente que únicamente creamos esto, pues esto es un asunto subjetivo. El Dios que está en el cielo desea forjar en nuestro ser la naturaleza celestial, la realidad celestial y el contenido celestial, por medio de la vida divina y el Espíritu divino. Él hace esto para que cada parte de nuestro ser pueda ser transformada, de modo que llegue a ser celestial, hasta que un día estemos completamente maduros y listos para la cosecha. Así que, antes de ir al cielo, el cielo se habrá forjado completamente en nosotros.
Podemos afirmar que antes de ir al cielo, ya habremos llegado a ser personas celestiales. Éste es el pensamiento hallado en la Biblia. Antes de que el Señor nos lleve a los cielos, Él habrá forjado en nosotros la naturaleza y la realidad celestiales por medio de Su vida celestial y el Espíritu Santo. Nosotros llegaremos a ser personas completamente celestiales, lo cual equivale a ser parte del cielo. Una vez que lleguemos a esta etapa, la cosecha estará madura y el Salomón celestial, Cristo, vendrá para dar consumación al edificio espiritual de Su morada celestial, la Nueva Jerusalén, donde Dios y nosotros estaremos juntos por la eternidad. Entonces, nosotros que hemos sido salvos y en quienes Dios ha laborado, seremos parte del cielo. Por consiguiente, el cielo no es un asunto objetivo sino subjetivo.
El pensamiento divino según el cual Dios se forja en nosotros es muy profundo y enfático en la Biblia. Sabemos que un día Dios nos llevará a los cielos, pero debemos prestar atención a esta única cosa: todos los que vayan al cielo deben llegar a formar parte del cielo. Si no hemos llegado a ser personas celestiales, sino que, en vez de ello, conservamos nuestra naturaleza terrenal, no podremos entrar al cielo. El cielo desea únicamente hombres de oro, no hombres de barro. El cielo desea únicamente las cosas celestiales, tales como el oro, las perlas y las piedras preciosas; el cielo no desea nada que sea de la tierra. Las cosas de la tierra deben permanecer en la tierra; todo lo que esté en el cielo debe tener la naturaleza celestial. Por lo tanto, si deseamos ir al cielo, debemos permitir que Dios forje el cielo en nuestro ser. Éste es un pensamiento muy importante en la Biblia.
Debemos ver este asunto subjetivo y permitir que el Señor opere diariamente en nosotros para que seamos transformados cada día de tierra en oro. Él debe transformarnos hasta que obtengamos Su imagen gloriosa, esto es, hasta que Él sea capaz de regresar a transformar nuestro cuerpo terrenal en un cuerpo glorioso igual al Suyo. Entonces estaremos con Él. Algunas personas dicen que esto equivale a entrar al cielo, y no podemos decir que estén equivocadas; sin embargo, debemos comprender que el cielo ya estará en nosotros antes de que llegue ese momento. Por lo tanto, desde una perspectiva subjetiva, entrar al cielo no contradice la mezcla de Dios con el hombre. De hecho, significa lo mismo.
Pregunta: En la coordinación del Cuerpo, ¿cómo podemos saber claramente cuál es nuestra porción y cómo podemos llevarla a cabo apropiadamente?
Respuesta: En cuanto a la coordinación del Cuerpo, debemos recalcar que cada hermano y hermana debe desempeñar su función. Sin embargo, mientras ejercen su función, no deben atropellar a otros ni propasar su límite. Si no ejercemos nuestra función, la coordinación del Cuerpo será nula, pero si sobrepasamos nuestro límite y atropellamos a otros, la coordinación del Cuerpo también sufrirá pérdida. ¿Cómo podemos concentrarnos en ejercer nuestra función únicamente conforme a nuestra porción y no sobrepasar nuestro límite? Muchos hermanos y hermanas no saben cuál es su porción. Cada vez que sirven, todos vienen. Si se trata de predicar el evangelio, ellos lo hacen juntos. Cualquier cosa que haya que hacer, la hacen todos juntos. Todos son un “hombre orquesta” y todos quieren poder hacerlo todo. Por consiguiente, nadie sabe claramente cuál es su propia porción. No es fácil que una persona conozca su función, y aquellos que dicen que saben, probablemente tampoco lo sepan.
En el pasado algunos hermanos y hermanas dijeron muy claramente que sabían cuál era su función delante del Señor. Sin embargo, después de ocho o diez años, los hechos han demostrado que no sabían lo que creían saber. No podemos conocer claramente nuestra función simplemente basándonos en nuestro análisis y observación. La función, o la porción, de un miembro del Cuerpo no se puede descubrir por un simple análisis u observación. Nuestro análisis y observación a menudo son erradas por cuanto son superficiales y, por tanto, tienden a ser imprecisas. Una vez que hayamos sido quebrantados, derribados y edificados por el Señor, nuestra función se manifestará espontáneamente. Lo que determina el grado en que se manifieste nuestra función es la medida en la que el Señor haya sido edificado en nosotros. Si el Señor no nos ha derribado lo suficiente, la función que desempeñamos no será la nuestra. Si lo que llevamos a cabo ha sido derribado y edificado por el Señor, entonces ésa es nuestra función. Cuando permitamos que el Señor nos derribe y nos edifique, nuestra función se hará manifiesta en nosotros.
Con respecto a saber cuál es nuestra porción o función, no necesitamos saber demasiado. Debemos asumir responsabilidad por una sola cosa: si sentimos que estamos haciendo algo que no es el resultado de la obra demoledora de Dios, es mejor evitar hacerlo; si sentimos que estamos atropellando a otros y sobrepasando nuestro límite, debemos detenernos. No debemos analizar demasiado lo que Dios desea que hagamos. Analizar las cosas muchas veces produce el resultado equivocado. Simplemente debemos aceptar el quebrantamiento y la obra demoledora del Señor y permitir que el Señor nos edifique. Entonces nuestro servicio surgirá de lo que ha sido derribado. Si sentimos que lo que estamos haciendo es atropellar a otros y reemplazarlos, debemos detenernos y tomar las medidas necesarias. Nunca debemos quedarnos observando si el resultado será positivo o negativo. A menudo pensamos que si dejáramos de laborar, caeríamos en una mala situación. Por consiguiente, a fin de mantener una buena situación, seguimos haciendo lo que podemos. Por esta razón, en muchos sentidos es muy fácil sobrepasar nuestro límite. En lugar de ello, debemos retirar nuestras manos y permitir que la situación empeore. Debemos retirar nuestras manos y permitir que la obra se desplome. Si Dios desea que la obra se venga abajo, ello será mucho mejor que mantener una “buena” situación con nuestras manos.
Por consiguiente, la situación externa no debe preocuparnos. La pregunta importante que debe provenir de nuestro sentir interior es: ¿estamos llevando a cabo la obra por nosotros mismos, o la estamos llevando a cabo después de haber sido derribados? ¿Nos limitamos a la porción que nos ha sido dada, o estamos atropellando a otros? Aunque es difícil que otros puedan juzgar esto, en efecto surgirá un sentir en nuestro interior. No necesitamos preguntar cuál es nuestra función; lo único que debemos preguntar es si hemos sido derribados. Ésta es la pregunta fundamental. Si estamos dispuestos a hacernos esta pregunta, descubriremos que hay muchas cosas que no debiéramos tener. También descubriremos que en muchas de nuestras actividades hemos sobrepasado nuestro límite y que no ejercemos nuestra función conforme a la función que realmente nos ha sido dada.
Es posible que estemos realizando la función que les corresponde a otros, lo cual no debiéramos estar haciendo. Si estamos haciendo algo natural, que se supone que no debemos hacer, debemos dejar de hacerlo. La Cabeza jamás desea ninguna clase de reemplazo en el Cuerpo. Reemplazar a otros miembros no sólo equivale a sobrepasar nuestro límite, sino también a hacer algo que es falso y fingido. Si estamos dispuestos a acudir al Señor y a examinar todo lo que hacemos desde la perspectiva de si hemos experimentado o no la obra demoledora, veremos que hay muchas cosas que debemos dejar de hacer. Entonces nuestra poción espontáneamente se manifestará.
Son muy pocas las personas que han visto claramente cuál es su función; si un hermano o hermana tiene esto claro, entonces debe ser una persona bastante madura en el Señor y debe haber pasado por un largo proceso. Dicho hermano sabe claramente cuál es su función como resultado de su crecimiento, no de un análisis que haya hecho. No es el resultado de una observación, sino de haber sido edificado interiormente. Debido a que ha experimentado la disciplina, la obra demoledora y la edificación en las manos del Señor y lleva un buen número de años en el Señor, espontáneamente hay algo en él que es una porción especial, lo cual es su ministerio, su función. Esta porción en él no se produjo simplemente en uno o dos años, ni probablemente en tres o cinco años. En vez de ello, dicho hermano ha pasado por un proceso bastante largo en el Señor, después del cual su función se ha hecho manifiesta. No existen muchas personas así entre los hijos de Dios.
La mayoría de nosotros no necesita considerar este asunto porque su función no se ha hecho manifiesta. Así que, simplemente debemos prestar atención a lo que el Señor ha derribado y evitar actuar conforme a lo que aún no ha sido derribado. Siempre que tengamos la sensación de que estamos atropellando a otros, independientemente de cuán buena y necesaria sea esa función, debemos retirar nuestras manos y aceptar la restricción del Espíritu Santo. Debemos creer que el Espíritu Santo y el Señor asumirán la responsabilidad, y no preocuparnos excesivamente por la situación. Debemos aprender las lecciones permaneciendo bajo la mano del Señor para que el Cuerpo pueda tener una buena coordinación. La situación podrá ser negativa, pero la coordinación del Cuerpo obtendrá el beneficio. Si no restringimos a los hermanos ni los atropellamos, otros se levantarán en nuestra localidad, y el Cuerpo se propagará. El Cuerpo se propagará cuando permitamos que el Cuerpo crezca como debe crecer.
Que el Señor en Su gracia nos fortalezca para que no recibamos estas palabras como una simple doctrina. Espero que nos humillemos en lo profundo de nuestro ser a fin de abrirnos y permitir que la luz brille. En cuanto seamos iluminados, debemos pedirle al Señor que tenga misericordia de nosotros para que en lugar de discutir, de inmediato aceptemos lo que Él nos dice y nos sujetemos. Esto hará posible que recibamos una luz más intensa y una mayor liberación. Al asirnos de la Cabeza, desempeñando nuestra función, sin sobrepasar nuestro límite, viviendo sujetos a la autoridad y teniendo conciencia del Cuerpo, en cuanto recibamos luz, el sentir, enseguida debemos humillarnos. De este modo, la luz resplandecerá cada vez más, y seremos liberados. Entonces el Cuerpo de Cristo se propagará y será edificado entre nosotros. Siempre y cuando no restrinjamos al Señor, el Cuerpo de Cristo crecerá y se edificará a sí mismo.