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Mensajes del libro «Impartición divina de la Trinidad Divina, La»
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CAPÍTULO DOCE

LA IMPARTICIÓN DEL HIJO

  Lectura bíblica: Jn. 1:18; He. 1:3; Jn. 5:43; 1:14; 16:4b; 14:10, 11a; 17:21; 10:30; 17:22; 6:57a; 10:25; 5:17, 19; 6:38; 5:30; 14:24; 7:16-17; 12:49-50; 7:18; 14:7-9; 15:26; 16:7; 3:34; 20:19-23; 1 Co. 15:45; 2 Co. 3:17; Jn. 14:16-20, 23; 17:23, 26

  El Evangelio de Juan es muy detallado en cuanto a la impartición divina. En dicho evangelio no hallamos ningún indicio de que el Señor simplemente tuviera la intención de enseñarnos qué hacer y qué no hacer. Al contrario, el Señor nos da a conocer que la Trinidad de la Deidad desea impartirse en nuestro ser. Hablando humanamente, no tenemos este concepto; en vez de ello, tenemos el concepto de la cultura, la religión, la ética o de tener un buen carácter. Incluso tenemos el concepto de cómo adorar a Dios y agradarlo. Pero este libro nos muestra que todos estos conceptos son estorbos que nos impiden ver la revelación divina.

  La historia de la mujer samaritana en el capítulo 4 nos muestra que incluso nuestra adoración a Dios puede servir como un velo que nos impide conocer y ver al verdadero Dios. Mientras conversaba con el Señor Jesús, ella cambió al tema de la adoración a Dios. Entonces Él le mostró que la verdadera adoración tiene lugar en nuestro espíritu y mediante la realidad (4:24). La realidad es simplemente Cristo como el medio por el cual nosotros adoramos a Dios. Si en nuestra adoración a Dios, no hay ningún elemento de Cristo, dicha adoración es vanidad e incluso se convierte en un velo que nos impide ver la verdadera adoración. ¡Cuánto necesitamos de la misericordia del Señor para abandonar todas las cosas que aprendimos en el pasado! Todos estos asuntos se han convertido en velos para nosotros, los cuales impiden que veamos a Dios, a Cristo, al Espíritu y que veamos la revelación divina.

  En el aspecto positivo, este libro nos muestra la revelación divina en cuanto a cómo el Dios Triuno se imparte en nuestro ser. En el aspecto negativo, nos muestra los velos: la religión, el pensamiento humano, los conceptos naturales e incluso los conceptos en cuanto a la adoración a Dios. La revelación que nos presenta este libro sin duda alguna nos exige abandonarlo todo. No permita que ningún velo siga cubriendo sus ojos o su mentalidad. Usted tiene que decir: “Señor, vacíame y rescátame. Deseo abandonar todas las cosas viejas”. Necesitamos tener un espíritu vacío de todas estas cosas y dispuesto a recibir algo nuevo, algo fresco, algo actualizado, algo que es la verdadera revelación hallada en la Palabra santa.

  Según el Evangelio de Juan, hay al menos tres cosas que estorban la impartición del Hijo. La primera de ellas es la religión. Nosotros nacimos en la religión, y la religión se encuentra en nuestra sangre. No podemos alejarnos de la religión porque ésta se halla dentro de nosotros. El segundo estorbo es la ética. Tampoco podemos alejarnos del pensamiento de querer ser una buena persona. Los esposos quieren ser los mejores esposos, y las esposas quieren ser las mejores esposas. Asimismo las madres quieren ser las mejores madres. Tercero, tampoco podemos alejarnos de nuestra manera natural de pensar. Algunas personas son pequeñas en relación con su mentalidad natural, mientras que otras son grandes. Filósofos como Sócrates, Platón y Confucio eran grandes en su mentalidad natural. El desarrollo de su mentalidad natural produjo una filosofía. No existe ninguna persona que no tenga su propia filosofía. La filosofía es una especie de lógica. Incluso un pequeño niño tiene su propia lógica. Ésta es su filosofía. ¿Por qué los niños a veces razonan y discuten? Porque tienen su filosofía. Así pues, nos resulta extremadamente difícil alejarnos de estas tres cosas: la religión, la ética y la mentalidad natural. Sin embargo, debemos comprender que estas cosas son obstáculos, cosas que nos velan y que son velos para nosotros.

  Estos tres asuntos se tratan en el Evangelio de Juan. En el capítulo 11 Marta estaba llena de pensamientos naturales. La mentalidad natural es simplemente la expresión de lo que somos. Ella expresó mucho de su yo, lo cual representó un enorme estorbo para la vida de resurrección. En este capítulo la religión y la expresión del yo por medio de la mentalidad natural fueron un gran estorbo para la vitalidad de la vida de resurrección. Ella le dijo al Señor: “Señor, si hubieses estado aquí, mi hermano no habría muerto” (Jn. 11:21). En el versículo 25 Jesús le dijo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque esté muerto, vivirá”. El Señor Jesús mismo es la resurrección y la vida. El tiempo y el espacio no es lo que cuenta. Aunque el Señor se refería al tiempo presente, Marta interpretó Sus palabras como si se refirieran a la resurrección en el día postrero. El problema de Marta era su concepto natural. Así era Marta, pero ¿qué de usted? Si usted no se prepara abandonando la religión, la ética y la mentalidad natural, no podrá recibir mucho de este mensaje. En vez de ello, su condición será un velo grueso que lo cubre.

  La revelación de la economía divina de Dios es ésta: la Trinidad Divina desea forjarse en nuestro ser. Por esta razón, Dios nos creó como vasos (Ro. 9:21, 23). Nosotros fuimos hechos a la imagen de Dios para contener a Dios. La forma de un recipiente siempre es según lo que está destinado a contener. Si algo es cuadrado, entonces el recipiente tiene que tener forma cuadrada; y si algo es redondo, el recipiente tiene que ser redondo. El hecho de que Dios nos creara a Su imagen significa que nos creó con Su forma. Esto era una preparación para que Dios pudiera ser el contenido del hombre que había creado.

  La imagen de Dios es la expresión de lo que Él es. Dios es amor, Dios es luz, Dios es santo y Dios es justo. Aunque los Diez Mandamientos son diez leyes, en realidad son el testimonio de Dios. Ellos dan testimonio de la clase de Dios que Él es. Dios dio los Diez Mandamientos según lo que Él es. Él es amor, Él es luz, Él es santo y Él es justo.

  El hombre fue creado conforme a Dios, a la imagen de Dios; así que, en la naturaleza creada del hombre se halla el elemento de amor, luz, santidad y justicia. Incluso después de que caímos, estos elementos aún siguen presentes en nosotros y constituyen nuestra mentalidad ética. Así como un guante es hecho con la forma de una mano para contenerla, de igual manera nuestros elementos éticos humanos, como el amor, la santidad y la justicia, son recipientes que han de contener el amor, la santidad y la justicia divinos.

  Sin embargo, debido a la caída, el hombre se hizo independiente de Dios. Las enseñanzas éticas le ayudan a usted a desarrollar sus virtudes humanas aparte de Dios. Siempre que usted trata de ser una persona ética, está actuando independientemente de Dios. Cuando usted, por su propia cuenta, trata de ser un buen esposo o una buena esposa, esto significa que está actuando independientemente de Dios. Usted se esfuerza por ser una buena esposa o esposo aparte de Dios. Tenemos que reconocer que todavía somos personas muy éticas.

  No obstante, en estos últimos años mi confesión al Señor no ha tenido que ver con cuestiones éticas, sino más bien, con el hecho de no haber vivido a Cristo. Aunque tal vez no he cometido ninguna falta durante el día, aunque no haya ofendido a nadie ni haya incurrido en ninguna transgresión, durante todo el día he vivido muy poco a Cristo. Es preciso ver que lo que el Señor desea en nosotros no es simplemente ética; Él desea vivir en nosotros y que nosotros lo vivamos a Él.

  El Evangelio de Juan tiene una característica particular y trata un asunto particular: el Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— está empeñado en forjarse en el ser de cada uno de Sus escogidos a fin de que ellos lleven una vida que no es según la religión, ni según la ética, sino según el Dios Triuno. Por supuesto, el Dios Triuno es mucho más elevado que cualquier clase de ética. La ética más elevada es Dios mismo. Él desea que nosotros llevemos una vida que vive al Dios Triuno como vida. Debemos poder decir que nuestra vida y nuestro vivir es el Dios Triuno. Si usted aún se aferra a sus conceptos religiosos, a algún concepto de la ética, o a algún concepto de su mentalidad natural, entonces no podrá entender cabalmente el Evangelio de Juan. Por lo tanto, debe orar, diciendo: “¡Señor, ten misericordia de mí! Quita mis conceptos religiosos, mis conceptos éticos y mi manera de pensar natural. Quita todos estos velos”. Entonces estará listo para ver algo. Prosigamos ahora a la impartición del Hijo.

LA EXPRESIÓN, AQUEL QUE LO REALIZA TODO

  El Padre es la fuente, y el Hijo es la expresión, Aquel que lo realiza todo (Jn. 1:18; He. 1:3). La fuente y la expresión no son dos cosas diferentes, sino dos aspectos de una misma cosa. Tenemos el aspecto de la fuente y el aspecto de la expresión. El Padre como la fuente es el iniciador. Él inició todas las cosas, incluyendo la acción de planear. El Hijo, como la expresión, es Aquel que las realizó. Todo lo que el Padre planeó, el Hijo lo realizó; por lo tanto, el Hijo es Aquel que lo realiza todo.

VIENE EN NOMBRE DEL PADRE

  El Hijo fue enviado por el Padre, y vino en nombre del Padre (Jn. 5:43). Al leer el Evangelio de Juan, ustedes pueden ver que el Señor Jesús nunca hizo nada en nombre propio; Él siempre lo hizo todo en nombre del Padre. ¡Cuán maravilloso es este hecho! Sin embargo, esto no es fácil de entender. Permítanme explicarlo con este ejemplo: como esposo que es, a usted le gusta ser un buen esposo. Sin duda alguna, usted se ha propuesto ser un buen esposo. Pero, permítame preguntarle: Cuando usted se propuso ser un buen esposo, ¿lo hizo en nombre de Cristo? ¿En cuál nombre usted se propuso hacer esto? Probablemente tendría que responder que lo hizo en nombre suyo. A pesar de que hemos sido redimidos y regenerados, y a pesar de que amamos mucho al Señor, hacemos casi todo en nombre nuestro. Son muy pocas las cosas que hacemos en nombre del Señor. A veces al terminar nuestra oración, decimos: “En el nombre de Jesús”. Algunos han dicho que puesto que no estamos calificados para orar, no podemos terminar nuestra oración “firmando” con nuestro nombre. Según ellos, esto es como poner nuestra firma en un cheque, pero sin tener fondos en el banco que respalden esta firma. En ese caso, el cheque jamás será aceptado. Es mejor ponerle la firma de Jesús. Así, cuando el banco celestial ve este cheque, inmediatamente lo acepta. Por esta razón, ellos dicen que debemos terminar nuestra oración, diciendo: “En el nombre de Jesús”. Pero orar en nombre del Señor en realidad no significa eso. ¿Qué significa entonces? Pablo dijo: “Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Esto significa que Pablo vivía en nombre de Cristo. Es así como Cristo vino, no en nombre Suyo, sino en nombre del Padre. Él era el Hijo, pero no vino en nombre del Hijo, sino en nombre del Padre.

  El apelativo cristiano lo crearon en la antigüedad los que no eran cristianos como una especie de apodo porque los santos de aquella época vivían, no en su nombre, sino en nombre de Cristo. En otras palabras, no vivían por su propia cuenta, sino que vivían a Cristo. Por lo tanto, a los ojos de las personas de afuera, los creyentes eran Cristo; ellos eran Cristo-hombres. La palabra cristiano simplemente significa “Cristo-hombre”, un hombre que vive a Cristo.

  Cuando el Hijo vino, no simplemente representó al Padre; cuando Él vino, el Padre también vino (Jn. 6:46). Él vino en nombre del Padre, es decir, Él vivía al Padre, y lo hizo simplemente para que se efectuara la impartición del Padre en el Hijo y por medio del Hijo. Cuando usted tiene al Hijo, tiene al Padre, porque el Padre vino en la venida del Hijo. Cuando el Hijo trajo al Padre a Sus creyentes, esto tenía como fin la impartición divina.

PARA FIJAR TABERNÁCULO ENTRE LOS DISCÍPULOS

  Esta persona maravillosa vino para fijar tabernáculo entre los hombres (Jn. 1:14; 16:4b). Por supuesto, el tabernáculo es una metáfora, y para entenderla es necesario estudiar el tabernáculo en Éxodo. En Éxodo había un tabernáculo que tipificaba a Dios encarnado en la humanidad. Los materiales con los que fue construido —madera de acacia revestida de oro— nos muestran la humanidad y la divinidad. La madera representa la humanidad, y el oro representa la divinidad. En el tabernáculo, la divinidad estaba unida a la humanidad, y la humanidad estaba cubierta o revestida de divinidad. El tabernáculo, por tanto, representa a Dios en la humanidad.

  Este Dios quien es el tabernáculo es un Dios en el que podemos entrar. Si Dios permanece en Su divinidad, no es accesible. En Su divinidad, Él mora en luz inaccesible (1 Ti. 6:16). Pero Él se encarnó para venir en la carne, y este Dios encarnado llegó a ser el tabernáculo en el que se podía entrar. En la antigüedad, los sacerdotes podían entrar en el tabernáculo, que es un tipo del Dios encarnado. Por lo tanto, el Dios encarnado, la divinidad misma en la humanidad, ahora es un Dios en el cual podemos entrar. Su pueblo redimido, Sus sacerdotes, Sus servidores, pueden ahora entrar en Él, morar en Él y disfrutarlo. El Hijo de Dios no vino simplemente para morar entre nosotros, sino para fijar tabernáculo entre nosotros. Si Él únicamente hubiera venido a morar entre nosotros, nunca podríamos entrar en Él para morar en Él. Pero Él vino para fijar tabernáculo entre nosotros. Él ha llegado a ser nuestra morada, y nosotros podemos entrar en Él.

  ¿Qué o quién es el tabernáculo? El capítulo 1 de Juan nos dice que en el principio era la Palabra, que la Palabra era Dios y que la Palabra se hizo carne y fijó tabernáculo entre nosotros (vs. 1, 14). Por lo tanto, tenemos aquí una entidad, el tabernáculo, que representa la Palabra, el Dios Triuno y el Dios Triuno en la carne. ¡Cuán maravilloso es esto! Esta persona está llena de gracia y de realidad. Ésta es la impartición de la Trinidad, primeramente en el Padre, y luego en el Hijo. El tabernáculo no sólo representa al Hijo, sino también al propio Dios Triuno en la carne.

  En el Evangelio de Juan, el Padre, el Hijo y el Espíritu son distintos, pero no están separados. ¿Por qué no están separados? Porque el Hijo, cuando fue enviado por el Padre, vino con el Padre (Jn. 6:46). Él no sólo vino con el Padre, sino que también dijo que estaba en el Padre, y que el Padre estaba en Él (Jn. 14:10-11). El Padre envió al Hijo, y el Hijo vino con el Padre. De lo contrario, el Hijo nunca podría haber sido el tabernáculo. El Hijo tenía que ser todo-inclusivo a fin de poder ser el tabernáculo, el Dios en quien podemos entrar. Sé que esta expresión, el Dios en quien podemos entrar, es nueva para ustedes. Ustedes han escuchado expresiones tales como el Dios todopoderoso y el Dios omnipresente, pero probablemente nunca hayan escuchado la expresión el Dios en quien podemos entrar. Simplemente saber que Él es todopoderoso y omnipresente no significa mucho, pero saber que Él es una persona en la que podemos entrar es algo muy significativo. Al fijar tabernáculo entre nosotros, nuestro Dios llegó a ser Aquel en quien podemos entrar.

NO SÓLO COEXISTE CON EL PADRE, SINO QUE TAMBIÉN TIENE UNA RELACIÓN DE COINHERENCIA CON EL PADRE

  Cristo el Hijo no sólo coexiste con el Padre, sino que también tiene una relación de coinherencia con el Padre. En el Evangelio de Juan se nos dice que en la eternidad pasada el Hijo y el Padre coexistían, porque la Palabra estaba con Dios (Jn. 1:1). Luego, cuando el Hijo vino, Él dijo que no estaba solo, sino que el Padre estaba con Él (Jn. 8:16, 29). Por lo tanto, mientras estuvo en la tierra, Él y el Padre coexistían. No obstante, por otra parte, el Señor dijo que Él estaba en el Padre, y que el Padre estaba en Él (Jn. 14:10a, 11a; 17:21). Algunos han dicho que el Hijo y el Padre son dos personas separadas, y que el Hijo simplemente representa al Padre. Pero el Señor dijo: “El que me ha visto a Mí, ha visto al Padre” (Jn. 14:9). Por lo tanto, no se trata simplemente de una representación, sino más bien de corporificación. El Padre está completamente corporificado en el Hijo (Col. 2:9). Cuando usted ve al Hijo, ve al Padre, porque el Hijo es la corporificación del Padre. Usted no puede separarlos porque el Primero está corporificado en el Segundo, y el Segundo es la corporificación misma del Primero. Por lo tanto, el Segundo está en el Primero, y el Primero está en el Segundo. Los dos son uno.

  Esto no es una simple doctrina, sino algo que tenemos que experimentar por parte nuestra y algo que Él tiene que impartir por parte Suya. Cuando invocamos el nombre del Señor y fuimos salvos, de inmediato llegamos a estar conscientes de que alguien había entrado en nuestro ser. ¿Quién era esta persona? ¿Era el Padre, el Hijo o el Espíritu? Es difícil saber. En primer lugar, pareciera que el Hijo está en nosotros; luego pareciera que el Padre también está en nosotros; finalmente, pareciera que el Espíritu está en nosotros también. En tanto que tengamos al Espíritu, tenemos también al Hijo y al Padre. Cuando tenemos a uno, tenemos a los tres, porque los Tres son uno. Ésta es la impartición del Dios Triuno, y esto es para nuestra experiencia.

  El Dios Triuno se ha impartido en nuestro ser. Ahora, el propio Dios Triuno tiene que ser nuestro vivir. Debemos olvidarnos de tantas otras cosas. Nuestra vida y nuestro vivir no deben ser la religión ni la ética, sino el Dios Triuno. Debemos vivir al Dios Triuno. Hoy en día este Dios Triuno —el Padre, el Hijo y el Espíritu— están en nosotros como nuestra vida.

  Los cristianos hoy en día hablan de la Trinidad, pero después se olvidan de ella y viven en su propio nombre. No viven en el nombre del cual hablan. Nosotros debemos vivir en nombre del Padre, en nombre del Hijo y en nombre del Espíritu; no debemos vivir en nuestro propio nombre. Mientras vivamos en nombre del Dios Triuno, nuestro vivir será maravilloso: será santo y justo, e incluso divino. Esto es mucho más que simplemente ser religioso o ético. Esto es vivir al Dios Triuno. “Porque para mí el vivir es Cristo” (Fil. 1:21), no la religión, la ética o incluso el llamado poder pentecostal. Algunos cristianos dicen tener el poder pentecostal, pero Pablo afirmó tener a Aquel que lo revestía de poder (Fil. 4:13).

  Nuestra vida cristiana no debe ser la religión ni la ética ni el poder, sino el Dios Triuno. Debe ser “ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí” (Gá. 2:20). Algunos de los hermanos en este país me han escuchado desde 1963. Ellos pueden testificar que nunca he cambiado de parecer, porque esto es lo único que el Señor va a recobrar hoy. Y esto es lo único que necesitamos nosotros como cristianos que aman al Señor. Es preciso que recibamos la visión de que Dios en Su economía no desea nada más; lo único que Él desea es forjarse en nuestro ser. Cristo el Hijo existe junto con el Padre y tiene una relación de coinherencia con Él a fin de que el Padre pueda ser impartido en nuestro ser.

ES UNO CON EL PADRE

  Puesto que el Hijo y el Padre son coinherentes el uno en el otro, ellos son uno (Jn. 10:30; 17:22). El Hijo es uno con el Padre. Esto es un misterio que no puedo explicar. Ellos simplemente son uno. Puesto que son uno, cuando usted ve al Primero, ve también al Segundo.

VIVE POR CAUSA DEL PADRE

  En Juan 6:57, Cristo el Hijo dijo que vivía por causa del Padre. Algunas versiones dicen que Él vivía por el Padre. Éstas son diferentes traducciones de la preposición griega dia. Pero según la estructura gramatical, debe traducirse “por causa de”, no “por”. Esto es mucho más significativo. El Hijo vivía en la tierra no simplemente por el Padre ni mediante el Padre, sino por causa del Padre. Su vivir tenía una causa; dicha causa era el Padre. El Padre era la causa de que el Hijo viviera en la tierra; el Padre no era simplemente un instrumento mediante el cual o por el cual el Hijo vivía.

  Hoy en día este Hijo debe ser la causa de nuestra vida diaria. Debemos vivir no solamente por Él y mediante Él, sino por causa de Él. Él debe ser la causa de nuestro vivir en la tierra. De lo contrario, nuestro vivir no tendrá sentido. Si el Padre no hubiera sido la causa, el vivir del Hijo en la tierra por treinta y tres años y medio habría sido completamente vano. Pero no fue vano porque Su vivir tenía una causa, y ésta era el Padre.

OBRA EN NOMBRE DEL PADRE Y CON EL PADRE

  El Hijo hacía las obras en nombre del Padre (Jn. 10:25) y con el Padre (Jn. 5:17, 19). Esto significa que cuando el Hijo obraba, Él obraba en unión con el Padre. Él y el Padre no obraban separadamente. En Juan 14:10b Él dijo: “Las palabras que Yo os hablo, no las hablo por Mi propia cuenta, sino que el Padre que permanece en Mí, Él hace Sus obras”. Mientras el Hijo hablaba, el Padre estaba obrando. No son dos personas que trabajan en lo mismo al mismo tiempo pero separadamente, sino dos que obran como una sola persona. Mientras el Hijo hablaba, el Padre estaba haciendo la obra. El hablar del Hijo era el obrar del Padre.

HACE LA VOLUNTAD DEL PADRE

  El Señor nos dijo en Juan 6:38 que Él descendió del cielo, no para hacer Su propia voluntad, sino la voluntad del Padre que lo envió. En Juan 5:30 Él dijo que no buscaba Su propia voluntad, sino la voluntad del Padre que lo envió. Estas palabras nos muestran que el Señor en Su condición de Hijo no hizo Su propia voluntad, sino la voluntad del Padre.

HABLA LAS PALABRAS DEL PADRE

  En Juan 3:34a; 14:24; 7:16-17 y 12:49-50, el Señor nos dejó claro que cuando Él, como Hijo, vino, no habló Sus propias palabras, sino las palabras del Padre.

BUSCA LA GLORIA DEL PADRE

  El Hijo también buscaba la gloria del Padre (Jn. 7:18). El Hijo vino en nombre del Padre, hizo la voluntad del Padre, habló las palabras del Padre y buscó la gloria del Padre. Al parecer el Hijo no hizo nada para Sí mismo, sino que lo hizo todo para el Padre. Entonces, ¿quién es Él? Él es el maravilloso Hijo que es la corporificación del Padre. La plenitud de la Deidad habita corporalmente en Él (Col. 2:9). Él es la corporificación de la Deidad. Esto tiene como fin que Él se imparta en nuestro ser.

EXPRESA AL PADRE

  El Hijo que vino en nombre del Padre, hizo la voluntad del Padre, habló las palabras del Padre y buscó la gloria del Padre, también expresó al Padre (Jn. 14:7-9). Él no se expresó a Sí mismo, sino que únicamente expresó al Padre. Él era el Hijo, pero expresó al Padre.

ENVÍA AL ESPÍRITU DESDE Y CON EL PADRE

  Como la expresión del Padre, el Hijo envió al Espíritu desde y con el Padre (Jn. 15:26 y la nota; 16:7). ¿Por qué el Hijo envió al Espíritu desde y con el Padre? ¡Ésta es la Trinidad! El Hijo es la corporificación del Padre, y Él envió al Espíritu desde y con el Padre.

NOS DA EL ESPÍRITU

  Juan 3:34 nos dice que el Hijo nos da el Espíritu. Después de enviarnos al Espíritu, el Hijo nos da el Espíritu sin medida.

LLEGA A SER EL ESPÍRITU POR MEDIO DE LA MUERTE Y LA RESURRECCIÓN

  Finalmente, por medio de la muerte y la resurrección, el Hijo llegó a ser el Espíritu (Jn. 20:19-23). Así que, primeramente el Hijo envió al Espíritu, luego dio al Espíritu y, por último, llegó a ser el Espíritu. Él, como postrer Adán, llegó a ser Espíritu vivificante (1 Co. 15:45). Por lo tanto, el Señor es el Espíritu (2 Co. 3:17). Esto tiene como finalidad que Él se imparta en nuestro ser.

PERMANECE EN NOSOTROS COMO ESPÍRITU Y CON EL PADRE

  Finalmente, el Hijo permanece en nosotros como Espíritu y con el Padre. En Juan 14:23 el Señor Jesús dijo que el Padre y Él vendrían a aquel que le amaba y harían morada con él. Esto significa que el Padre y el Hijo vienen juntos para permanecer en los creyentes. Basándonos en los versículos precedentes, los versículos del 16 al 20, podemos ver que el Hijo pediría al Padre que les diera otro Consolador, el Espíritu de realidad. Cuando este Espíritu de realidad viniera, no sólo estaría con los creyentes, sino también en ellos. Finalmente, el Señor les dijo en el versículo 18 que Aquel que vendría, el Espíritu de realidad, de hecho es Él mismo. Por último, les dijo en el versículo 20 que en aquel día, el día de la resurrección, ellos conocerían que Él estaba en el Padre, y que ellos estaban en Él y Él en ellos. No sólo el Espíritu de realidad estaría en ellos, sino que incluso Él mismo estaría en ellos. Esto nos muestra que Él y el Espíritu son una misma persona. Luego, el Señor Jesús, en la oración que ofreció al Padre en el capítulo 17, dijo dos veces: “Yo en ellos” (vs. 23, 26). ¿Qué es todo esto? Todo esto es la impartición que Dios el Padre lleva a cabo en nosotros por medio de Dios el Hijo y en Dios el Hijo y por Dios el Espíritu. Así que, la Deidad completa —el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo— ahora permanece en nosotros para ser uno con nosotros. Ahora en la vida divina y en la naturaleza divina Él está haciéndonos Su expresión. Como verdaderos cristianos que somos, debemos llevar una vida que vive al Dios Triuno. Ésta no es una vida que tiene que ver con la religión ni una vida que expresa la ética, sino una vida que enteramente vive al Dios Triuno y lo expresa. Ésta es la impartición del Dios Triuno en nuestro ser para que sean producidos los muchos hijos de Dios y los muchos hermanos de Cristo, a fin de que el Padre pueda obtener una casa, Cristo pueda tener un Cuerpo, y el Espíritu pueda tener un organismo que exprese al Dios Triuno. Esto no tiene nada que ver con la religión, ni con la ética humana, ni con ningún concepto natural ni filosofía; antes bien, tiene que ver absolutamente con que el Dios Triuno se imparta en nuestro ser con miras a Su expresión.

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