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Mensajes del libro «Impartición divina de la Trinidad Divina, La»
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CAPÍTULO TREINTA Y SIETE

LA IMPARTICIÓN DIVINA DE LA TRINIDAD DIVINA REDUNDA EN LA MADUREZ DE VIDA Y FORJA LA CONSTITUCIÓN DEL MINISTERIO

(3)

  Lectura bíblica: 2 Co. 2:14-16; 3:3, 18; 4:6-7

  Muchos lectores de la Biblia prestan mucha atención al libro de 1 Corintios pero mucho menos atención al libro de 2 Corintios. En 1 Corintios Pablo habla acerca de Cristo como nuestra sabiduría, justicia, santificación y redención. En su lectura de la Biblia, muchos estudian estos asuntos de modo superficial. Además, en 1 Corintios se abarcan al menos diez problemas que se manifestaban en la vida de iglesia. Aparte de esto, en 1 Corintios 12 Pablo nos habla de los dones espirituales, entre los que se incluyen los dones de sanidad, milagros y el hablar en lenguas. Es fácil que los lectores del Nuevo Testamento sientan curiosidad por tales cosas.

  No es igual de fácil que quienes leen la Biblia se interesen en 2 Corintios tanto como en 1 Corintios. La razón es que 2 Corintios es un libro mucho más profundo.

CINCO METÁFORAS

Cautivos

  En 2 Corintios Pablo usa varias metáforas para describir la vida y el ministerio cristianos. La primera de ellas es la de cautivos que andan en el séquito del desfile triunfal de Cristo: “Mas a Dios gracias, el cual nos lleva siempre en triunfo en el Cristo, y por medio de nosotros manifiesta en todo lugar el olor de Su conocimiento” (2:14). Pablo era un cautivo de Cristo, alguien que había sido capturado, subyugado y ganado completamente por Cristo y luego hecho parte del séquito de Su desfile triunfal.

  Muchos de los lectores del Nuevo Testamento no conocen el significado de la metáfora usada en 2:14. Es posible que nosotros sí sepamos su significado, mas no comprendamos mucho su aplicación; es decir, es posible que no nos hayamos dado cuenta o percatado de que hemos sido capturados, subyugados, poseídos y plenamente ganados por Cristo, el Vencedor, y que ahora somos cautivos que andan en el séquito de Su desfile triunfal. Si tuviéramos una comprensión profunda de este hecho, seríamos otra clase de personas. Siempre estaríamos conscientes del hecho de que fuimos capturados por Cristo, subyugados y ganados por Él. Por lo tanto, en lo que se refiere a nosotros mismos, no somos nada. Un cautivo es alguien que vive absolutamente dedicado a aquel que lo conquistó. Él sabe que ahora es uno de los que marchan en el séquito del desfile triunfal del que lo capturó. Éste es el pensamiento de Pablo en 2:14.

  Por lo general, después que un general romano ganaba la victoria en una batalla, regresaba a la capital llevando un séquito de cautivos. El desfile triunfal de los cautivos celebraba la victoria obtenida por el general. Todos los cautivos que marchaban en dicho desfile no cumplían otro propósito que la celebración de la victoria del general triunfante. ¿Cuántos cristianos hoy en día son así con respecto a Cristo? ¿Cuántos de nosotros estamos conscientes de que somos un cautivo que anda en el séquito del desfile triunfal de Cristo? No creo que muchos de nosotros tengamos este tipo de comprensión. Si estuviésemos conscientes de este hecho, no discutiríamos con nuestro cónyuge. ¿Cómo puede discutir un cautivo que anda en el desfile triunfal de Cristo? Un cautivo no tiene nada que decir. Todos debemos comprender que, en términos prácticos, somos cautivos que marchan en el desfile de Cristo. Esta comprensión sin duda alguna operará un cambio en nosotros.

Portadores de incienso

  En 2:14-16 vemos que los cautivos que andan en el desfile triunfal de Cristo también son portadores de incienso que manifiestan en todo lugar el olor de Su conocimiento. En 2:15-16a Pablo dice: “Porque para Dios somos grato olor de Cristo en los que se salvan, y en los que perecen; a éstos olor de muerte para muerte, y a aquéllos olor de vida para vida”. En estos versículos se encuentran dos metáforas: cautivos y portadores de incienso. Debido a que somos cautivos que andan en el desfile triunfal de Cristo, también somos portadores de incienso, quienes esparcen el incienso adondequiera que van. Debido a que hemos sido capturados, subyugados, poseídos y ganados por Cristo, Él tiene la libertad de saturarnos de Su fragancia. Como resultado, venimos a ser aquellos que esparcen Su grato olor. La metáfora de los portadores de incienso es un buen ejemplo de esto. Por ser cautivos de Cristo, nosotros estamos siendo saturados de Su fragancia. Es así como los cautivos que andan en este desfile llegan a ser portadores de incienso.

Cartas

  En 3:2 y 3 Pablo usa la metáfora de una carta: “Nuestra carta sois vosotros, escrita en nuestros corazones, conocida y leída por todos los hombres; siendo manifiesto que sois carta de Cristo redactada por ministerio nuestro, escrita no con tinta, sino con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de corazones de carne”. Aquí vemos que los que están bajo el ministerio de los apóstoles son cartas escritas por los apóstoles. Estas cartas son escritas con el Espíritu del Dios vivo, es decir, con el Espíritu que imparte la vida. El Dios a quien Pablo servía es el Dios vivo, y Él ahora es el Espíritu que imparte la vida.

  No debemos pensar que el Espíritu está separado de Dios. En 3:17 Pablo añade: “El Señor es el Espíritu”. En el mismo versículo Pablo también habla del Espíritu del Señor. El Espíritu es el Señor, y el Señor es el Espíritu. De igual manera, el Espíritu del Dios vivo es en realidad el propio Dios viviente. Cuando Pablo afirma que los apóstoles escribían una carta con el Espíritu del Dios vivo, esto no significa que el Espíritu del Dios vivo es únicamente el Espíritu y no Dios mismo. No; el Espíritu del Dios vivo es Dios mismo. El Dios vivo es el Dios Triuno, Aquel que pasó por el proceso de encarnación, crucifixión y resurrección, y finalmente alcanzó Su consumación al llegar a ser el Espíritu vivificante que imparte la vida. Con este Espíritu los apóstoles escribieron en los santos para hacerlos una carta de Cristo escrita por ellos.

Espejos

  En 3:18 Pablo luego nos muestra que somos espejos: “Mas, nosotros todos, a cara descubierta mirando y reflejando como un espejo la gloria del Señor, somos transformados de gloria en gloria en la misma imagen, como por el Señor Espíritu”. Las palabras “mirando y reflejando como un espejo” son la traducción de una sola palabra griega. Aquí tenemos la noción de mirar y reflejar, o sea, de un espejo. Mirar aquí es ver al Señor por nosotros mismos; reflejar es permitir que otros lo vean a Él a través de nosotros. Un espejo refleja lo que mira. Mientras un espejo mira, refleja lo que mira. Nosotros los espejos miramos y reflejamos la gloria del Señor.

  A fin de mirar y reflejar la gloria del Señor, necesitamos que nos sean quitados los velos. Nuestro rostro debe estar completamente descubierto para que podamos ver claramente y reflejar apropiadamente. Anteriormente, estábamos cubiertos por un velo. Pero gracias al ministerio de los apóstoles, el velo ha sido quitado. Puesto que nuestro rostro está descubierto, nosotros podemos mirar a Cristo y reflejarlo. Mientras le miramos y reflejamos, somos transformados mediante la impartición divina del elemento divino en nuestro ser. Somos transformados de gloria en gloria, como por el Señor Espíritu.

Vasos

  En 4:7 Pablo dice: “Pero tenemos este tesoro en vasos de barro, para que la excelencia del poder sea de Dios, y no de nosotros”. Aquí tenemos otra metáfora: vasos. El resplandor de Dios en nuestros corazones (4:6) introduce en nosotros un tesoro, el Cristo de gloria, quien es la corporificación de Dios que llega a ser nuestra vida y nuestro todo. Pero los que contenemos este tesoro somos vasos de barro, sin valor y frágiles. ¡Un tesoro inestimable está dentro de estos vasos sin valor! Esto ha hecho que los vasos sin valor sean ministros del nuevo pacto, con un ministerio inestimable. Esto ha sido llevado a cabo por el poder divino en resurrección. La excelencia del poder ciertamente es de Dios y no de nosotros mismos.

Experimentar el significado de estas metáforas

  Ya vimos que los apóstoles, al hablar de su ministerio, el cual lleva a cabo el nuevo pacto de Dios, usan cinco metáforas significativas y expresivas para describir la manera en que se forja la constitución intrínseca de los ministros del nuevo pacto y la de su ministerio, cómo ellos se comportan y viven, y cómo su ministerio es llevado a cabo. La primera metáfora es la de cautivos que andan en un desfile triunfal para celebrar la victoria de Cristo (2:14a), luego son portadores de incienso que esparcen el grato olor de Cristo (2:14b-16), cartas escritas con Cristo como su contenido (3:1-3), espejos que miran y reflejan la gloria de Cristo a fin de ser transformados en Su imagen gloriosa (3:18) y, por último, vasos de barro para contener al Cristo de gloria como el tesoro excelente (4:7). Estos vasos son como una cámara moderna, en los cuales la imagen de Cristo entra por medio del destello del resplandor de Dios (4:4, 6).

  La razón por la cual Pablo usa metáforas en 2 Corintios es que las cosas que él nos ministra son muy ricas, profundas y relacionadas con la experiencia. Las palabras comunes no serían adecuadas para hablar de ellas; de ahí la necesidad de usar metáforas.

  Debe impresionarnos el significado de estas metáforas. En primer lugar, debemos estar conscientes de que somos cautivos de Cristo y también Sus portadores de incienso, quienes lo llevan a Él como incienso. No debemos simplemente laborar para Él, sino esparcir el grato olor de Cristo. Asimismo debemos comprender que somos cartas escritas con la tinta divina del Dios Triuno. Más aún, somos espejos que miran y reflejan a Cristo y vasos que lo contienen. ¡Cuán maravilloso! Debemos reflexionar sobre estas metáforas una y otra vez, puesto que nos muestran un cuadro de cosas que son profundas, significativas y relacionadas con la experiencia. También debemos experimentar todos estos asuntos según se muestran en estas cinco metáforas.

LA VIDA Y EL MINISTERIO

  Hemos considerado brevemente las cinco metáforas que Pablo usó en 2 Corintios. Ahora debemos considerar cuál es el producto, el resultado, de la experiencia descrita por estas cinco metáforas. El resultado es la reconstitución de vida.

  Hemos recibido la vida divina, y la intención de Dios es forjar esta vida en todo nuestro ser. Cuando fuimos regenerados, Dios forjó esta vida en nuestro espíritu. Ahora Dios desea propagar Su vida a partir de nuestro espíritu, el centro de nuestro ser, a nuestra alma e incluso a nuestro cuerpo. Podemos comparar nuestro espíritu con el eje de una rueda y nuestro cuerpo con el aro de la rueda. Dios forjó Su vida en nuestro espíritu, el “eje”, y ahora está propagando esta vida por medio de los “radios” del alma al “aro” de nuestro cuerpo. De este modo, toda la “rueda” será saturada e impregnada de la vida divina. Esto es lo que significa afirmar que somos reconstituidos en vida. Los capítulos 2, 3 y 4 de 2 Corintios hablan de esta reconstitución de vida. A través de los siglos, la mayoría de los creyentes ha perdido de vista el hecho de la reconstitución de vida.

  Esta reconstitución de vida es también la manera en que el ministerio es constituido. No debemos pensar que únicamente necesitamos ser reconstituidos en vida y que no necesitamos que nuestro ministerio sea constituido. Todo creyente necesita ser reconstituido con la vida y que su ministerio sea constituido. Todo creyente posee vida, y todo creyente debe participar en el ministerio. Ésta es la razón por la cual animamos a todos los santos a que ejerzan su función en las reuniones. Ejercer nuestra función es llevar a cabo nuestro ministerio.

  La palabra ministerio significa lo mismo que servicio; por lo tanto, ministrar es servir. Nosotros podemos llevar a cabo nuestro ministerio al dar un testimonio o al orar. Al testificar y al orar, ministramos a los que están en la reunión. A veces una oración puede prestar un mayor servicio que un testimonio. No piensen que no tienen ningún ministerio; hablar, testificar y orar son diferentes aspectos del ministerio.

  El ministerio requiere ser constituido. Así como nuestra vida espiritual necesita ser reconstituida, de igual manera nuestro ministerio también necesita ser constituido. De hecho, no podemos desligar el ministerio o función, de la vida. La vida siempre ejerce una función. No existe ninguna clase de vida que no ejerza ninguna función. Podemos usar como ejemplo un árbol frutal. A medida que el árbol crece, florece y da fruto. Sin embargo, si un árbol no crece, no ejercerá su función; si no crece, no florecerá ni dará fruto. Podemos afirmar que el florecimiento y la fructificación del árbol frutal es su función, su ministerio. ¿Saben qué hacen los árboles frutales a medida que crecen? Ellos ejercen su función, ministran. No obstante, aparte del crecimiento, los árboles no pueden ministrar.

  El crecimiento es un indicio de la vida, y la vida necesita alcanzar la madurez. Cuanto más maduremos, mayor será nuestra medida de vida. Y cuanto mayor sea nuestra medida de vida, más podremos ejercer nuestra función.

  Supongamos que cierto hermano aprende la Biblia sólo de manera doctrinal y no crece en vida. ¿Qué clase de función cumplirá? Su única función será enseñar la Biblia de manera teológica. No podrá ejercer su función como un cautivo que va en el desfile de Cristo ni como Su portador de incienso. Además, tampoco podrá ejercer su función escribiendo cartas de Cristo. Puesto que no tiene el debido crecimiento en vida, no cumplirá la función que depende de la vida. Este ejemplo sirve para mostrar el punto crucial de que no podemos separar el ministerio de la vida.

  Usted no debe decir: “Yo no soy un apóstol ni un anciano. Puesto que no soy ni un apóstol ni un anciano, mi única necesidad es la vida; no necesito tener un ministerio”. Al contrario, usted necesita tanto la vida como el ministerio, y en estos tres capítulos se abarcan tanto la vida como el ministerio.

CONSTITUCIÓN Y TRANSFORMACIÓN

  En estos capítulos de 2 Corintios, no sólo vemos el asunto de la constitución intrínseca, sino también el asunto de la transformación. En 3:18 Pablo claramente dice que somos transformados en la misma imagen de gloria en gloria.

  Para tener cierta constitución se requiere que cierto elemento sea transfundido en nosotros. Podemos usar como ejemplo la petrificación de la madera. ¿Cómo es petrificada la madera? La madera es petrificada mediante un proceso de reconstitución. En este proceso ciertos elementos minerales son depositados en la madera mediante el fluir del agua. La reconstitución es esta transfusión, esta infusión, de los elementos minerales en la madera. Más aún, en la petrificación de la madera, el agua se lleva el viejo elemento y lo reemplaza con un nuevo elemento.

  La petrificación de la madera es un ejemplo que nos muestra la reconstitución de la vida divina. A medida que la corriente de agua viva fluye en nuestro interior, ésta deposita en nosotros el elemento divino. Además, a medida que el agua fluye por medio de nosotros y desde nosotros, se lleva nuestro elemento “de madera”. Por medio del fluir del agua, el elemento de los “minerales” divinos reemplaza el elemento de la madera. El resultado de ello es una reconstitución metabólica. Al usar la palabra metabólica nos referimos al proceso en el cual un elemento viejo es reemplazado con un elemento nuevo. Cuando hablamos de forjar cierta constitución, nos referimos al proceso de metabolismo espiritual que nos afecta intrínsecamente mediante el reemplazo efectuado con la vida divina.

  ¿Qué es, entonces, la transformación? La transformación denota un cambio. Cuando la madera se petrifica, experimenta un cambio a medida que el viejo elemento es arrastrado y reemplazado con un nuevo elemento. Este cambio afecta la madera interiormente, y también afecta su forma exteriormente. Por lo tanto, está relacionado con la transformación.

  La palabra transformar incluye la palabra forma. Cuando algo es transformado, esto significa que cambia de una forma a otra. Por lo tanto, la transformación implica una nueva clase de formación. La transformación no sólo tiene que ver con una reconstitución, sino también con el desarrollo de una forma particular. En 3:18 esta forma es la imagen de Cristo. En este versículo Pablo nos dice que somos transformados en la imagen del Señor.

  Mientras Pablo escribía estos tres capítulos de 2 Corintios, él tenía en su mente la noción de constitución y transformación. Si no fuera así, no habría escrito estos capítulos de la manera que lo hizo.

  No podemos entender los capítulos 2, 3 y 4 de 2 Corintios simplemente leyéndolos. Podemos entender estos capítulos sólo después de haber tenido cierta medida de experiencia espiritual. El grado de entendimiento que tenemos depende del grado de nuestra experiencia. Nuestra experiencia de estos asuntos aún no es el adecuado. Es por ello que es difícil para nosotros hablar acerca de ellos. Necesitamos tener experiencias a fin de entender los asuntos relacionados con la experiencia. Sólo entonces podremos presentar estos asuntos a otros.

RESPONDER A LA IMPARTICIÓN DIVINA

  Tanto el ser constituidos intrínsecamente como la transformación ocurren gracias a la impartición divina. Desde el momento en que fuimos regenerados, la impartición divina ha estado ocurriendo en nuestro ser. Lo que determina el ritmo en que ocurra la impartición, si es lenta o rápida, es nuestra respuesta. En otras palabras, depende de nuestra cooperación. Si cooperamos con la impartición divina, ésta se llevará a cabo rápidamente y operará eficazmente. Pero, siento tener que decir que después que fuimos regenerados, no hemos respondido plenamente a la impartición divina. No obstante, sí hemos respondido a ella hasta cierto punto, y hemos cooperado con ella al menos un poco.

  En estos tres capítulos de 2 Corintios Pablo desea presentarnos una descripción de la impartición del elemento divino a nuestro ser tripartito. La meta de esta impartición es producir en nosotros cierta constitución intrínseca así como la transformación necesaria para que alcancemos la madurez en vida y obtengamos también cierta medida de ministerio.

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