
Lectura bíblica: Mt. 28:18-19; Mr. 16:15; Ro. 1:14-15; 1 Co. 9:16-17, 22; 2 Ti. 4:2a; Mt. 25:24-30
Himnos, #418 lee del modo siguiente:
Este himno fue escrito hace mucho tiempo en los Estados Unidos por Charles C. Luther. Fue traducido al chino prontamente y era cantado comúnmente entre los cristianos chinos. La historia detrás de este himno tiene que ver con una hermana estadounidense que llevaba una vida cristiana ordinaria. Mientras ella estaba en su lecho de muerte, de repente sintió que había fallado al Señor y estaba avergonzada de encontrarse con Él debido a que no había conducido ni a una sola persona a Él en su vida. Por ende, ella estaba sumamente afligida. Su pastor, quien era Charles C. Luther, al no saber cómo consolarla, escribió este himno para expresar los sentimientos de ella. Cuando yo era joven, cada vez que asistía a una reunión de avivamiento del evangelio, cantábamos este himno. La tonada puede despertar el espíritu de uno fácilmente. Aunque la traducción original al chino era deficiente, siempre después que cantábamos el himno, había personas que iban al frente con lágrimas y se consagraban para el evangelio.
Más adelante, mientras compilaba nuestro himnario, pasé mucho tiempo considerando si este himno en particular era adecuado para incluirse. Puesto que nuestro énfasis siempre ha estado en temas elevados tales como el Espíritu, la vida, Cristo y la iglesia, sentí que el contenido y el pensamiento de este himno eran bastante ordinarios y que, por lo tanto, no merecía incluirse. Sin embargo, puesto que este himno había dejado una profunda impresión en mí, ciertamente me gustaba y no podía olvidarlo. Además, hay algo especial acerca de la tonada que puede fácilmente despertar el espíritu del creyente para la predicación del evangelio. Por lo tanto, decidí hacer mi mejor esfuerzo por mejorar la traducción e incluirlo en el himnario.
Este himno dice que cuando un creyente muera y vaya a encontrarse con el Señor, no debería tener las manos vacías, sino que debería ofrecerle algunos trofeos. Nosotros predicamos el evangelio no por temor a la muerte, sino porque no deseamos encontrarnos con el Señor con las manos vacías. Que seamos salvos no es un problema, pero de todos modos necesitamos llevar una vida vencedora a fin de tener trofeos para ofrecerle al Señor. Pablo dijo que los creyentes a quienes él condujo a la salvación eran su esperanza, gozo y corona de que se gloriaba delante del Señor (1 Ts. 2:19-20). Si cuando usted vaya a encontrarse con el Señor, ve que todos los demás traen un rebaño de corderos y sólo usted tiene las manos vacías, se sentirá triste y avergonzado. Sin embargo, si usted también trae consigo un buen número de corderos, su sensación y su gozo serán indescriptibles.
Según este himno, mientras nosotros los creyentes estamos vivos, es de día, y cuando morimos, entramos en la negra noche, es decir, la noche de muerte (estrofa 4). Debemos laborar mientras es de día, pues cuando la noche viene, nadie puede trabajar (Jn. 9:4). Por lo tanto, mientras aún es de día, antes que caiga la noche, deberíamos laborar activamente para salvar muchas almas que podamos traer con nosotros para ofrecer al Señor. Aunque el significado espiritual de este himno no es muy profundo, tiene su valor en el sentido práctico.
Mientras vivimos en la tierra, nosotros los creyentes deberíamos llevar fruto y salvar almas. Luego, cuando vayamos a encontrarnos con el Señor o cuando el Señor regrese, seremos capaces de ajustar cuentas con Él y sentirnos gloriosos. De otro modo, si en nuestra vida no guiamos ni a una sola persona a la salvación, estaremos llenos de vergüenza en aquel día y no tendremos una linda sensación.
En Mateo 25:14-30 el Señor Jesús habló una parábola acerca de tres esclavos. Uno recibió cinco talentos, otro recibió dos talentos y otro más recibió un solo talento. El que recibió los cinco talentos fue y negoció con ellos, y ganó otros cinco. Asimismo, el que recibió dos, ganó otros dos. Pero el que recibió un solo talento sentía que era inútil. Él no sabía cómo predicar el evangelio, cómo dar un sermón o cómo efectuar cualquier otra clase de obra. Por ende, a fin de no defraudar al Señor o perder Su gracia, él cavó en la tierra y escondió su único talento. Cuando el Señor regresó, este esclavo pensó que había hecho un buen trabajo porque no perdió el talento, sino que lo conservó intacto. Sin embargo, el Señor no solamente no lo elogió, sino que lo reprendió por ser un “esclavo malo y perezoso”. ¡Cuán estricto es el Señor!
El Señor nos ama, pero a veces también nos reprende. Si no somos fieles ahora, cuando Él regrese, no permitirá que nos salgamos con la nuestra; más bien, Él nos reprenderá por ser “malos y perezosos”. El tercer esclavo era malo porque tenía el talento, pero no fue a obrar con él, negociar con él o ni siquiera ganar intereses con él. No sólo eso, sino que culpó al Señor por no sembrar ni aventar (Mt. 25:24). Negociar con el talento es difícil porque requiere labor psicológica así como labor física. Ganar intereses con el talento tampoco es fácil, sino que es problemático debido a que requiere algunos cálculos. Sin embargo, guardar el talento en un pañuelo (Lc. 19:20) es muy fácil; es la manera perezosa de proceder. Por ende, el Señor llamó a ese esclavo un “esclavo malo y perezoso”.
El Señor Jesús verdaderamente conoce los corazones de los hombres, así que todos necesitamos que se nos recuerde que no debemos ser como aquel esclavo. Él pudo haber pensado: “Yo no soy un colaborador ni un anciano. No puedo hacer ningún tipo de obra. Soy tardo en el habla y torpe de lengua. No tengo el talento o el don de hablar. Cuando hablo, nadie me escucha de todos modos. Esto no es mi culpa; el Señor me creó de esta manera. Por lo tanto, tengo una razón por la cual no obrar, no predicar el evangelio y no salvar almas. El Señor no me puede reprender”. Sin embargo, el Señor conocía su corazón y sabía que todo lo que dijo era una excusa. Por decirlo sin rodeos, él era perezoso.
Ese esclavo no sólo era perezoso, sino también malo. Él subestimó al Señor al inventarse algunas excusas, diciendo: “Tú me creaste de modo que no tenía talento, e hiciste que yo naciese sin elocuencia. Además, no me diste un buen entorno para recibir una gran cantidad de educación. Ya de por sí es afortunado que aprendí suficientes destrezas para ganarme la vida. Pero ahora me estás haciendo las cosas difíciles al pedirme que vaya y guíe personas a la salvación. No tengo esta capacidad. No sólo eso, Señor, sino que pareces ser muy irrazonable. Me pediste que segara donde no sembraste. ¿Esperas que yo siegue la tierra yerma? También me pediste que recogiera donde no aventaste. ¿Acaso no estás imponiendo sobre mí una tarea difícil?”. Él discutió con perfecta certidumbre.
Sin embargo, la respuesta del Señor fue muy notable. Parece que Él reconoció que Él es tal Señor que requiere que Sus esclavos sieguen donde Él no sembró y recojan donde Él no aventó. Si usted le pregunta al Señor: “¿Qué esperas que yo siegue si Tú no has sembrado?”, el Señor responderá: “No te preocupes por si Yo siembro o no. Sencillamente tienes que ir y segar. Cuando vayas, verás que no sólo sembré, sino que aquello que sembré ha crecido”. Hoy en día quizás usted no vea al Señor aventando, y tal vez sienta que no hay predicadores del evangelio que siembren la semilla. Por consiguiente, quizás usted se pregunte adónde puede ir a segar. En realidad, Él ha sembrado muchas semillas, pero es posible que usted no lo sepa. Él ha esparcido muchas semillas, mas usted no las ve.
Cuando llevábamos a cabo la obra de habla china en los recintos universitarios estadounidenses, descubrimos algo maravilloso. Parecía que cuando íbamos a segar donde no se había sembrado semilla alguna, había racimos de fruto. En una reunión de habla china dedicada a predicar el evangelio a los nuevos estudiantes en la Universidad del Sur de California, había de cincuenta a sesenta personas, y ninguna rechazó el evangelio. ¿Quién sembró la semilla? Puedo testificar que hace cincuenta años en China, en los primeros días de mi servicio al Señor, era muy difícil predicarle el evangelio a un estudiante universitario. Los estudiantes universitarios de aquel tiempo se consideraban a sí mismo como personas de la edad moderna. Idolatraban la ciencia y rechazaban la “superstición”, así que nadie estaba dispuesto a escuchar el evangelio. No obstante, bajo el arreglo soberano de Dios, después de los ocho años de la Guerra de Resistencia contra los japoneses, la situación cambió por completo. Los estudiantes universitarios comenzaron a estar abiertos al evangelio, y hubo muchos que lo recibieron. Cuando reanudamos nuestra obra en aquel entonces, yo viajaba mucho de Pekín a Shanghái. En cierta ocasión cuando predicamos el evangelio en la Universidad Chiao Tung de Shanghái, setecientos estudiantes y profesores asistieron a la reunión. Todos los hermanos y hermanas vistieron túnicas del evangelio y sirvieron de distintas maneras, tales como servir de ujieres para los invitados, conducirlos a sus asientos y hablar con ellos después de que el mensaje fue dado. Más de trescientos setenta fueron bautizados. ¿Quién hizo esto? Tal vez pareciera que el Señor no había sembrado. ¿Quién hubiese pensado que Él había sembrado tanto de manera escondida?
Cuando vine a los Estados Unidos por primera vez, según lo que pude observar, los chinos que venían aquí para emprender estudios avanzados eran muy orgullosos, pues pensaban que ellos eran superiores a otros. Cuando les predicábamos el evangelio, sencillamente nos ignoraban. Hoy en día los chinos que vienen a los Estados Unidos para continuar su educación vienen en grupos y multitudes, así que ya no son especiales y, como resultado, su actitud es distinta a la de sus antecesores. Cuando los invitamos para que vengan y escuchen el evangelio, vienen de inmediato. Hace poco, los santos de habla china en tres localidades cercanas a Dallas predicaron el evangelio. Había un total de ciento veinte estudiantes que asistieron a las tres reuniones. Todos eran chinos. Sin duda alguna esto es obra del Señor.
Por lo tanto, no podemos decirle al Señor: “No sembraste y no aventaste, así que es irrazonable que nos pidas que seguemos y recojamos”. Aparentemente, Él no siembra; en realidad, es posible que nosotros sencillamente no sepamos que Él ya ha sembrado. Incluso cuando Él vivía en la tierra, dijo: “He aquí os digo: Alzad vuestros ojos y mirad los campos, porque ya están blancos para la siega” (Jn. 4:35). Luego, dijo: “La mies a la verdad es mucha, mas los obreros pocos; rogad, pues, al Señor de la mies que lance obreros a Su mies” (Lc. 10:2). Esto comprueba que el Señor ya había sembrado la semilla que se convirtió en la mies que requería obreros para segarla. Hoy en día, éste es el caso aún más.
Realmente adoro al Señor porque he estado en Su obra por más de cincuenta años. Los primeros treinta años estuve entre los chinos, así que conozco muy bien la situación del mundo de habla china. En los Estados Unidos, según lo que he observado, la atmósfera en la sociedad china y sus constituyentes han cambiado por completo. Esto no está en manos de usted ni en las mías. No hay forma en que podamos cambiar la situación. Es obra del Señor. Por lo tanto, dije en el mensaje anterior que basándome en mis observaciones, mi entendimiento de la historia y mis cincuenta años de estudio de la situación mundial y las noticias mundiales, llegué a una conclusión: aparentemente, el evangelio no tiene nada que ver con la situación mundial; en realidad, según la historia, la situación mundial está completamente bajo el control de la mano del Señor con miras a la propagación del evangelio.
Varios eventos en la historia nos muestran claramente que la situación mundial está en manos del Señor. Él es el Señor de los cielos y la tierra, y el trono es Suyo. En el trono Él lleva a cabo la administración universal y rige sobre todo el universo. Daniel 2 dice que Él “depone a reyes y hace que los reyes asciendan” (v. 21). Podemos ver en el Antiguo Testamento que cualquier nación que Él levantaba, esa nación ascendía; y cualquier nación que Él hacía caer, esa nación caía. ¿Cuál es el propósito que Dios tiene al gobernar el universo y regir sobre las naciones de la tierra? Todos tenemos que contestar que es plenamente con miras a la propagación del evangelio.
Cuando Colón navegó los mares y encontró un nuevo continente, eso fue un gran evento en la historia mundial. Sin embargo, muy pocos vieron que era una acto efectuado por Dios a fin de preparar un lugar para el evangelio, por una parte y, por otra, para servir como refugio a fin de dar protección a los creyentes que eran perseguidos. Durante varios siglos los creyentes que estaban bajo persecución, tales como los puritanos, no podían encontrar un lugar seguro donde permanecer en Europa, así que escaparon al nuevo continente. Hoy en día nosotros también somos refugiados. De otro modo, ¿quién estaría dispuesto a abandonar su tierra natal para venir a los Estados Unidos? Por lo tanto, los Estados Unidos verdaderamente es un refugio. Damos gracias y alabamos al Señor porque de entre los seis continentes existe este pedazo de tierra, una tierra de abundancia y libertad, que sirve como refugio para los hijos de Dios.
Actualmente, los Estados Unidos no es una nación de una sola raza. Más bien, es una nación compuesta de “refugiados” de muchas razas. Los primeros en llegar fueron los puritanos, quienes prepararon el camino para la fundación de una nueva nación. El resto de nosotros, los que llegamos después, somos los “refugiados que disfrutan”. Soy un cristiano de cuarta generación. Asistía a la Iglesia Bautista con mi madre cuando era pequeño. Tenía contacto frecuentemente con los misioneros occidentales, así que desde mi corazón sentía agrado por los Estados Unidos. No obstante, nunca pensé acerca de venir a los Estados Unidos. Sin embargo, finalmente vine. Ciertamente me gusta este país, pero de todos modos extraño mi tierra natal. Me parece que muchos de ustedes también son así.
Es imprescindible ver que todo en este mundo fue creado por Dios. No podemos cambiar nada; pero la situación mundial, ya que está bajo el gobierno soberano de Dios, sí puede cambiar. Donde nos mudamos en esta tierra no depende de nosotros. Hoy en día usted y yo estamos aquí en los Estados Unidos, pero ¿quién soñó que vendría aquí? Aun así, aquí estamos. Hace cien años, ir de los Estados Unidos a mi tierra natal de Chifú tomaba seis meses de navegación en barco. Hacer un viaje de ida y vuelta tomaba un año. Muchos misioneros occidentales se enfermaban tanto en alta mar que morían inmediatamente después de desembarcar. Sin embargo, había muchos más que continuaban yendo sucesivamente. El transporte hoy en día es mucho más conveniente. Viajar de Shanghái a la costa oeste de los Estados Unidos sólo toma unas doce horas; uno puede hacer un viaje de ida y vuelta en un solo día. Por causa de esto, la frecuencia de los viajes entre las comunidades humanas ha aumentado enormemente, y el plano a donde se puede viajar también ha sido ampliado. Por ende, tenemos aún menos excusas para no salir por causa del evangelio.
Aun aquellos que ya estaban en los Estados Unidos antes de la Primera Guerra Mundial no estaban calificados para ser nacionalizados, pero después de las dos guerras mundiales, la situación mundial cambió por completo. Los tratados desiguales fueron anulados automáticamente, y las colonias se independizaron una después de la otra. Como resultado, muchos países pequeños fueron levantados. Actualmente en las Naciones Unidas, todos los países, sean grandes o pequeños, son iguales, y cada uno tiene un voto. Frente a la situación internacional, los Estados Unidos se ha vuelto permisivo con respecto a la cuota para quienes soliciten una residencia permanente. Después de 1967, veinte mil chinos emigraron aquí cada año. Luego, desde 1982, han venido cuarenta mil cada año. Por esta razón, la obra de habla china ha llegado a ser una labor de mayor urgencia en la actualidad.
Asombrosamente, entre los santos en el recobro del Señor, los de Taiwán constituyen el mayor número, que es casi cincuenta mil. Por ende, siempre hay algunos santos entre los inmigrantes que vienen de Taiwán cada año. Esto nos obliga a llevar a cabo activamente la obra de habla china. Obramos conjuntamente con el Señor, y el Señor también obra conjuntamente con nosotros. Irvine es una ciudad recién desarrollada en el condado de Orange. Anticipamos claramente que debía haber una iglesia allí, así que enviamos de veinte a treinta santos a manera de precursores. Alabado sea el Señor porque después que los santos se mudaron a Irvine, el Señor envió multitudes de chinos allá, incluyendo muchos ingenieros, médicos y dentistas, quienes constituyen blancos para nuestra predicación del evangelio.
Necesitamos ver que es el Señor quien dispone y controla la situación de todo el universo. Apocalipsis, el último libro de la Biblia, nos muestra la situación de las iglesias y del universo. En los capítulos 4 y 5, vemos que hay un trono en los cielos, y que Dios está sentado sobre él. Nuestro Salvador, el León-Cordero, está de pie delante del trono y recibe el rollo para ejecutar la economía de Dios. Sus siete ojos son los siete Espíritus, los ejecutores que llevan a cabo Su administración. Hoy en día todo el mundo está bajo la autoridad de nuestro Redentor. Los incrédulos no saben esto, pero nosotros lo sabemos. Él es Rey de reyes y Señor de señores (17:4; 19:16). Él está por encima de todos los reyes, gobernantes y todos los que están en posiciones de autoridad. Él administra y dispone de todo en el universo.
Cuando las personas están establecidas, no es fácil predicarles el evangelio. Cuando las personas se mudan, sus corazones dan un giro y se vuelven abiertos al evangelio. Vi esto en Shanghái y también en Chifú. Los nativos, los que nacieron y se criaron allí, tenían dificultades y temían creer en el Señor. Los creyentes en su mayoría eran personas provenientes de fuera de la ciudad. Más adelante, como consecuencia de las circunstancias, tres millones de personas se mudaron a Taiwán desde la China continental, todos al mismo tiempo. Yo también fui. Predicar el evangelio era muy fácil en aquel entonces. Un proverbio chino dice: “Mueve un árbol y morirá; mueve a un hombre y vivirá”. La veracidad de esto ha sido comprobada muchas veces en el pasado. Es por esto que en los Estados Unidos la comunidad china, incluyendo a los estudiantes chinos, todos están muy abiertos al evangelio. Esto se debe a que cuando estos chinos inmigran a una tierra extranjera, son desarraigados y sus corazones también comienzan a dar un giro. Ellos no tienen relaciones familiares aquí y sienten que están en una tierra extraña. Bajo estas circunstancias, cuando conocen a otros chinos que les predican el evangelio, lo reciben espontáneamente.
Debemos entender que el Señor no sólo es nuestro Redentor, sino también Aquel que dispone de la situación mundial con miras a la propagación de Su evangelio. Hoy en día Él nos ha designado como Sus “embajadores plenipotenciarios” para dar Su evangelio a otros. El Señor dijo: “Toda autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mt. 28:18-19). No piense que predicar el evangelio es un asunto insignificante. Tenemos que verlo como un asunto grande que necesita llevarse a cabo por medio de la autoridad de los cielos y de la tierra. Si no hubiese operación por parte de la autoridad de los cielos y de la tierra, ¿quién escucharía y creería cuando predicamos el evangelio?
En seis mil años de historia humana, ninguna filosofía, doctrina, teoría o cualquier otra religión ha sido tan prevaleciente como el evangelio cristiano. Hoy las personas pueden hablar de muchas cosas y ensalzarlas, pero finalmente, con el paso del tiempo nada permanece. Sin embargo, éste no es el caso con el evangelio predicado por los cristianos. Independientemente de cómo las personas menosprecien, ignoren y se opongan al evangelio e incluso ataquen y persigan a quienes predican el evangelio, el evangelio se sigue propagando. El evangelio se propagará por toda la tierra y ganará muchos creyentes. Muchos de nosotros podemos testificar que no somos insensatos, mas hemos escuchado el evangelio y hemos creído en él, y predicamos y hablamos Jesús cada día.
No sólo creemos en el Señor, sino que también le amamos. En Himnos, #95, las primeras dos líneas de la estrofa 2 dicen: “Te amo tanto que no sé / Tal éxtasis domar”. Luego, la estrofa 4 dice: “Que arda en mí Tu gran amor, / Con fuerza y sin parar, / Hasta que toda escoria en mí / Se pueda incinerar”. Amamos al Señor, y también le pedimos al Señor que nos queme; en esto consiste ser cautivados por el Señor. Estas palabras nos dan una sensación de dulzura, aunque no son ricas en filosofía, tales como: “El principio del gran aprendizaje es cultivar la virtud resplandeciente”. Cuando comencé a obrar por el Señor, yo ardía con amor por el Señor y por la predicación del evangelio. Después de más de cincuenta años, la dulzura en mi interior todavía aumenta y mi gozo es rebosante. Siento dulzura incluso mientras como y duermo. Ésta es la diferencia entre los cristianos y los que no son cristianos. No aceptamos una religión; más bien, creemos en el Señor. No somos supersticiosos; más bien, disfrutamos de la “súper-dulzura”. Cuanto más creemos, más dulces nos sentimos, y la dulzura llega a ser tan grande que incluso nos volvemos “locos” por Él.
En Mateo 25 el Señor comparó a Sus creyentes con vírgenes y esclavos, lo cual indica que Él desea que seamos vírgenes que le aman y esclavos que son fieles así como Él es fiel. Él siembra cada día. Únicamente los esclavos que son malos y perezosos no ven esto y dicen que Él desea que sieguen donde Él no sembró. Consideremos tranquilamente cómo vinimos a los Estados Unidos. Si no fuera por la situación mundial en la actualidad, no hubiésemos venido y no hubiésemos tenido la necesidad de venir. De hecho, si no fuese por el progreso en la tecnología tal como la producción del avión 747, estaríamos trayendo miseria sobre nosotros mismos si viniésemos lentamente por barco. ¿Quién causó la situación compleja y el progreso tecnológico? El Señor lo hizo.
El Señor no sólo es soberano sobre las situaciones a fin de traer los chinos a los Estados Unidos, sino que Él también abre sus corazones de modo que el evangelio pueda entrar. Muchos chinos en los Estados Unidos están especialmente interesados en dos clases de negocios: el negocio de restaurantes y el negocio “de las iglesias”. Tan sólo en el condado de Orange ya hay veintinueve “iglesias” chinas establecidas que predican a Jesucristo. No era fácil tener tal situación hace treinta años, pero ahora es fácil. Esto no es algo que usted o yo pudimos haber hecho; sólo el Señor puede hacer esto.
Por lo tanto, ya no deberíamos decir que el Señor no sembró. Ahora mismo el campo está listo, pero los obreros son pocos. Esto requiere que usted y yo nos levantemos para segar el campo como Sus esclavos fieles. El Señor mismo siembra, pero Él nos da la tarea de segar. Cuando salimos y predicamos el evangelio hoy, no sembramos sino que segamos y recogemos.
No seamos tan insensatos como para creer que el Señor ha administrado la situación mundial a fin de que pudiésemos venir a los Estados Unidos para sencillamente llevar una vida tranquila. Aprecio a los Estados Unidos y me agrada vivir aquí. Aquí tenemos libertad y abundancia de bienes materiales, y no es difícil ganarse la vida. Sin embargo, también estoy claro que el Señor no me ha enviado aquí para disfrutar estas cosas, sino para segar y recoger personas para Él. Doy gracias al Señor por concederme tan grande misericordia y gracia, de modo que un hombre chino entrado en años como yo, que nunca estudió en los Estados Unidos, pueda segar a tantos estadounidenses aquí. Ahora el Señor nos ha encomendado la obra de habla china. Esta responsabilidad no es mía solamente, sino que también es suya.
Yo exhorto a mis nietos a estudiar diligentemente, y les digo que ésta es su responsabilidad, aquello por lo cual se tienen que preocupar antes de la edad de los veinticinco años. Pero también les digo que independientemente de cuán alta sea la educación que ellos reciban, su meta no debería ser su propio vivir en el futuro, sino la obra del Señor. No piense que la única meta por la cual usted vino a los Estados Unidos es ganarse la vida, y que tienen que esforzarse muy arduamente para alcanzar esta meta. Realmente, los Estados Unidos no es tan bueno como para decir que si ustedes no vienen aquí no serán capaces de vivir. Si usted me pregunta por qué vine a los Estados Unidos, diría que no lo sé. Sin embargo, el Señor hizo algo y me envió aquí, así que vine con la determinación de que estoy aquí para no meramente llevar una vida estadounidense, sino para recoger y segar personas para el Señor. Éste es mi mayor gozo.
Queridos santos, ¿cuál es el significado de su vida humana? ¿Cuál es nuestra meta al venir a los Estados Unidos? Si no estamos aquí para la predicación del evangelio y para salvar almas, entonces ¿para qué estamos aquí? Ustedes trabajan para poder tener alimento que comer, y han estado comiendo por muchos años, pero sigue siendo el mismo alimento. ¿De qué sirve esto? Si no estamos aquí para el Señor, ¿qué significado tiene el que comamos? No podemos ser esclavos malos y perezosos. Tenemos que levantarnos para llevar a cabo la obra de segar al predicar el evangelio de manera activa.
A los santos de mayor edad les quiero decir que cuando se jubilen, no deberían permanecer desempleados y quedarse en casa. Más bien, deberían juntarse en grupos pequeños para reunirse y orar. Quizás no les es conveniente manejar, pero les podrían pedir ayuda a sus parientes o amigos. No se sientan avergonzados por pedir esto. Nunca nos sentimos avergonzados para con nuestro Señor Jesús. A Él le gusta que le molestemos frecuentemente. Si usted desea que sus hijos lo lleven a algún sitio meramente por placer suyo, eso debería ser condenado. Sin embargo, puesto que usted va a asistir a la reunión de oración de los hermanos de mayor edad, es correcto pedirles a sus hijos o nietos que les sirvan. No diga que usted es viejo y no puede hacer nada. Usted sí es de mayor edad, pero todavía puede respirar. Si usted puede respirar, entonces puede orar y predicar el evangelio. Del mismo modo, quisiera decirles a los jóvenes que ustedes tienen que levantarse y cooperar. No estén aquí meramente para ganar dinero. Incluso si usted gana los Estados Unidos en su totalidad, pero no gana un alma para el Señor, usted habrá vivido y obrado por toda su vida en vano. Espero que todos ustedes puedan ver que en aquel día no podremos llevar cosa alguna delante del Señor excepto almas.
En 1948 presenté un mensaje en Shanghái titulado “Venir e ir”. En aquel tiempo mi carga era muy pesada. El Señor dijo en Mateo 11:28: “Venid a Mí todos los que trabajáis arduamente y estáis cargados, y Yo os haré descansar”. Luego, en 28:19, Él dijo: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones”. Venir e ir es el vivir que los creyentes deberían tener. Venimos con aflicción; nos vamos con gozo. Venimos con nuestros pecados; nos vamos con gracia. Venimos con muerte; nos vamos con vida. Venimos con las manos vacías; nos vamos llenos ricamente de Dios. No sólo eso, sino que al venir somos salvos; al ir conducimos a otros a ser salvos. Al venir, recibimos gracia; al ir, impartimos gracia a otros. Al venir, derramamos nuestro dolor y nuestra aflicción; al ir, somos llenos de gozo y paz. En esto consiste el vivir normal de un creyente: en venir e ir.
La Biblia habla más de “ir” que de “venir”. Lamentablemente, la mayoría de los creyentes sólo le prestan atención a venir, tal como venir para ser salvos, venir para ser bautizados, venir al trono de Dios, venir a la reunión, venir para orar y venir para leer la Palabra. Sin embargo, ellos han descuidado el asunto de ir, tal como: “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones” (Mt. 28:19), “Id por todo el mundo y proclamad el evangelio” (Mr. 16:15), e “Id; he aquí Yo os envío” (Lc. 10:3). En Isaías 6 el Señor dijo: “¿A quién enviaré? ¿Quién irá por Nosotros?” (v. 8). Esto indica que casi nadie está dispuesto a ir por el Señor. Los creyentes que pueden y desean venir son pocos; quienes están dispuestos a ir y pueden ser útiles son aún menos. Por lo tanto, necesitamos ser recordados que no deberíamos ser un “creyente a medias”, sino un “creyente entero”; es decir, no deberíamos ser un creyente “que viene pero que no va”, sino un creyente “que viene y va”.
Había un trasfondo a lo que dije en 1948 acerca de venir e ir. En 1943 hubo un gran avivamiento en Chifú. Es difícil describir la condición de aquel avivamiento. Todavía puedo recordar una hermana aquí en Anaheim que fue salva en aquel avivamiento. Cuando ella vino a estar entre nosotros por primera vez, noté que su cabello era como una torre de tres pisos. Lo podía ver claramente desde la plataforma. Había varios centenares de personas en el salón, pero sólo el cabello de esta joven era de “tres pisos” de altura. Sin embargo, un día cuando ella vino nuevamente, el piso superior había desaparecido. Después de varios días el segundo piso también desapareció, y poco después su cabello llegó a estar parejo. Durante este tiempo ella fue salva.
Había un hermano llamado Sun Fung-lu que era juez en el tribunal local. Él amaba al Señor muchísimo después de su salvación. Más adelante, llegó a ser uno de los ancianos de la iglesia en Taipéi. Durante el avivamiento de Chifú, él acababa de ser ascendido del tribunal local al tribunal superior. Un día él vino a mí y dijo que la condición del avivamiento de Chifú probablemente era más gloriosa que la condición descrita en los Hechos, y que valía la pena tomar nota del mismo como algo histórico. En realidad, quizás no fue así, pero el impacto que ese avivamiento tuvo fue mucho mayor de lo que podemos imaginar.
Todavía puedo recordar la corriente del avivamiento. Comenzó a partir del 31 de diciembre de 1942. En la tarde después de la reunión del día del Señor, se hizo un anuncio de que habría una reunión al día siguiente. Lo que siguió fue cien días consecutivos de reuniones. El tiempo no estaba programado, pero era de mañana a noche. Tampoco había un procedimiento específico para la reunión; todos estaban libres en su espíritu. Principalmente era yo quien daba los mensajes, pero no había un tema particular. Las reuniones eran distintas cada día. El Espíritu verdaderamente estaba libre. Por ende, se podría decir que aquello fue un verdadero avivamiento.
Después de un mes, en la tarde de un día del Señor, bendijimos a los santos al imponer nuestras manos sobre ellos. Los ancianos y yo nos arrodillamos en el centro del salón de reunión e impusimos nuestras manos sobre las cabezas de los santos. Los santos, hermanos y hermanas por separado, se arrodillaron en los dos pasillos. Ellos se acercaron uno a uno para recibir la imposición de las manos. Uno no podría imaginarlo. Puestas en conjunto, las oraciones para tantos santos eran sencillamente una sola oración continua, aunque la porción que cada santo recibió era la adecuada para su situación. Era la obra del Espíritu. Hubo muchas alusiones bíblicas incluidas en aquella oración, tales como: “Eres un pequeño Benjamín”, y “Eres Juan”. Impusimos nuestras manos sobre más de doscientos santos y oramos por ellos. Después, todos se levantaron y estaban sorprendidos por cuán maravillosa había sido aquella oración. Más adelante, quienes recibieron la imposición de las manos testificaron que las palabras de bendición que recibieron eran exactamente las oportunas para cada uno de ellos.
Otro día del Señor, después de la predicación del evangelio en la mañana, hubo una reunión de edificación en la tarde. Antes que yo estuviera a punto de presentar el mensaje, tuve un sentir en mi interior de que necesitaba orar, así que lo hice. En cuanto abrí mi boca y comencé a orar, no podía parar. Alcé mi mano izquierda y oré fuertemente pidiendo que el Señor nos sacudiera. Los santos luego testificaron que esta oración fue como una cascada que se derramaba. Después de orar con mi mano elevada por media hora, un hermano subió a la plataforma para sostener mi brazo. Yo estaba allí orando y él estaba allí sosteniendo. Aquel acontecimiento fue verdaderamente asombroso.
Este avivamiento produjo una gran iniciativa de migración. El primer grupo que salió estaba compuesto de setenta santos. Cada uno de ellos consagró toda su familia, y salieron en abril de 1943. Navegaron desde Tientsín y luego llegaron a la provincia de Suiyuan en Mongolia Interior. Sus boletos de barco fueron comprados con el dinero ofrendado a la iglesia; también les proveímos a cada uno tres meses de gastos de subsistencia. Originalmente, varios misioneros suecos y británicos de la Misión al Interior de China habían estado obrando en la región de Suiyuan por muchos años. Sin embargo, debido al surgimiento de la Guerra del Pacífico, todos los caucásicos, incluyendo los misioneros, habían sido encarcelados. Los santos que migraron allí se dedicaban a reparar zapatos, enseñar, vender bienes u otros oficios. Su celo por el evangelio y su unanimidad ciertamente conmovieron a los cristianos locales, que subsiguientemente fueron a donde ellos y se unieron a ellos. Para finales de 1943 más de cuarenta iglesias fueron levantadas.
Otros treinta santos salieron a la misma vez junto con la primera oleada. Ellos salieron de Chifú a la desembocadura del río Yalú en la provincia de Antung al noreste de China. De este modo, al mismo tiempo hubo cien santos que migraron desde Chifú. Esta movida escandalizó la oficina de los agentes secretos japoneses. Ellos no podían entender lo que había ocurrido para que una organización cívica tan pequeña tuviese tal poder de movilización. Por ende, me encarcelaron y me interrogaron infligiendo torturas severas por un mes. Después de concluir que yo era sencillamente un “adicto a Jesús” que conducía a un grupo de otros “adictos a Jesús” para que hicieran tales cosas, me liberaron.
Queridos hermanos y hermanas, no necesitamos emigrar a Suiyuan o Antung. Sencillamente necesitamos ir a los lugares cerca de donde vivimos; eso es suficiente. El Señor ya ha entregado las cosechas a nuestra puerta y ha conducido a los peces a nuestras aguas. Si tan solo estamos dispuestos a prestar un poco de atención a este asunto y utilizar un poco de energía, podremos ganar muchos chinos a nuestro alrededor, juntándolos en nuestras redes y colocándolos en nuestros graneros. Ahora sencillamente depende de si estamos o no dispuestos a cooperar con el Señor como Sus esclavos buenos para abrir nuestros hogares a fin de segar y recoger Sus cosechas.
El libro de Hechos nos muestra que una vez era establecida una iglesia, los santos comenzaban a predicar el evangelio y reunirse de casa en casa. Los versículos 46 y 47 del capítulo 2 hablan de que los santos partían el pan de “casa en casa” y que manifestaban gracia a los ojos de todo el pueblo, y que el Señor incorporaba día tras día a los que iban siendo salvos. El versículo 42 del capítulo 5 dice que cada día, “de casa en casa, [los santos] no cesaban de enseñar y anunciar el evangelio de Jesús, el Cristo”. Nosotros, al seguir su modelo para abrir nuestras casas, no necesitamos hallar a aquellos que están lejos. Sólo necesitamos invitar a quienes están en nuestro vecindario para que vengan a nuestra casa. No diga que usted no puede hacerlo. No puede hacerlo porque no quiere hacerlo. Tan pronto como usted quiera, el evangelio saldrá espontáneamente.
Cuando el grifo sea abierto, más agua vendrá; si usted no permite que el agua salga, no vendrá más agua. Por ende, venir es el efecto de ir. Siempre y cuando el agua siga fluyendo, el agua procedente de la fuente seguirá llegando. Usted vino por causa de la gracia del Señor, pero si usted no rebosa, la gracia también cesará de fluir. Por ende, no piense que no puede hablar; aun si usted verdaderamente no sabe cómo hablar, no se preocupe. Sencillamente abra sus puertas para invitar a tres o cinco u ocho o diez de sus vecinos para comer, beber té o tener una conversación breve. Sencillamente dígales que usted es un cristiano y que le gustaría compartir gracia con ellos. Luego, usted puede compartir su testimonio con ellos y conducirlos a cantar un himno. En cuanto usted abra sus puertas e invite a las personas para que entren, en cuanto usted abra su boca para liberar lo que está en su interior, el Señor bendecirá y añadirá a la iglesia algunos que sean salvos.
Hacer esto fácilmente traerá personas. Esto es más fácil que arrastrar gente a las reuniones. Es difícil no tener un formato en una reunión, y en cuanto hay un formato, las personas se sienten incómodas e intranquilas. Pero si ustedes invitan personas a sus hogares para beber té y hablar, ellos espontáneamente estarán abiertos. Si hacemos esto a menudo, la bendición será derramada sobre nosotros como muchas aguas. Creo que después de medio año ustedes verán retoños por todas partes. Pronto habrá una cosecha, y la cantidad de personas será más del doble.
Al observar la situación, todos podemos ver la obra del Señor. Cuando los chinos vienen a este país, sienten que son extranjeros. Ellos ven estadounidenses por todas partes y se les hace difícil no sentirse marginados. Puesto que ustedes también son chinos, si van y los visitan para sentarse con ellos en sus hogares y calentar sus corazones, ellos serán conmovidos. Luego, los pueden invitar a sus hogares y relacionarse con ellos. De este modo, seguramente conmoverán sus corazones. Los seres humanos no son de madera ni piedra. Sólo se necesita tener contacto con una persona unas pocas veces para conmoverla. Una vez sea conmovida, es fácil predicarle el evangelio.
Al mismo tiempo, necesitamos ser atrevidos. No estamos conduciendo a otros para que vayan cuesta abajo; más bien, los guiamos para que vayan hacia arriba: para que teman a Dios, adoren a Dios y crean en el Señor. Éste verdaderamente es el camino correcto. Además, nuestro Señor es viviente. Como Espíritu, Él está con nosotros y obra con nosotros. Él nos bendice y obra juntamente con nosotros. Por ende, lo único que se necesita es que nosotros tomemos acción. Esta acción es a lo que la Biblia se refiere como “ir”. ¡Ustedes necesitan ir!
Según la historia, los Estados Unidos realmente es “lo último de la tierra”. Sea que hayamos venido como inmigrantes o refugiados, todos hemos llegado a “lo último de la tierra”. No necesitamos gastar mucha energía. Sencillamente necesitamos abrir la puerta de nuestras casas para darles la bienvenida a las personas y sentarnos con ellas para hablar, cantar himnos y predicar el evangelio. Creo que muchos serán traídos como cosecha. Ésta será nuestra gloria y nuestra corona. Pablo dijo que él era deudor a todos los hombres (Ro. 1:14). Espero que todos nosotros tengamos el mismo espíritu para ver que la deuda con respecto al evangelio nos toca a nosotros. Pablo también dijo que ay de él si no predicaba el evangelio, pero que si predicaba el evangelio, sería recompensado (1 Co. 9:16-17). Espero que todos nos levantemos para ser los testigos del Señor de modo que seamos recompensados por el evangelio.